Los encantos de Samantha Hoopes

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Originalmente publicado en Esquire no. 72 (PDF aquí)

Sam —como le gusta que la llamen— es tan bella como encantadora. A pesar de ser una modelo muy famosa, dice que para conquistarla basta con tener buen sentido del humor, saber cocinar y llevarla a la playa. ¿Qué más quieres?

     Tengo a Samantha Hoopes en el teléfono cuando me dice que la espere un segundo, porque está a punto de bajarse de un taxi. “Mil gracias, gusto en conocerte. Ya tienes mi número, ¿ok? ¡Que tengas buen día!”, escucho a lo lejos. ¿¡Qué, quéeee!? ¡¡¡Samantha Hoopes le dio su número al taxista!!!

     Sam —ella me dice que por favor la llame así— regresa y seguimos hablando como si nada. No hay una sola pregunta que responda con renuencia. No hay un sólo instante en el que parezca sentirse incómoda o aburrida. Casi podría asegurar que no pasa un minuto sin que ría aunque sea un poco. Ha posado para Sports Illustrated, es modelo de Guess y tiene el cuerpo perfecto. ¿¡Cómo es posible que sea tan encantadora!?

     “Otro día de trabajo, otro bikini”, escribió en su cuenta de Instagram antes de postear una selfie desde donde mira a la cámara con sus inmensos ojos almendrados. Sólo esa foto tiene 5600 likes y una decena de comentarios. La rubia me dice que actualiza sus redes sociales continuamente porque le gusta estar conectada con todos sus fans y compartir sus viajes y experiencias por el mundo.

     Sam tuitea y postea selfies casi todos los días. Desde una playa en California o desde su cama antes de dormir, la modelo comparte su vida. Es transparente y cuando uno habla con ella transmite tanta energía como para estar de buenas el resto del día. Hoy está en Miami, y durante unos minutos será sólo mía.

ESQUIRE: El primer gran giro que diste a tu vida fue mudarte de Pennsylvania a Los Ángeles. Háblame de eso.
SAMANTHA HOOPES: Sí, obviamente fue un gran cambio porque Pennsylvania es muy diferente de L.A. Tuve que ir de la costa este a la costa oeste. Desde entonces, hasta la comida y las cosas que hago el fin de semana han cambiado mucho.

ESQ: ¿Siempre supiste que querías estar frente a las cámaras?
SH: Siempre supe que quería ser modelo, pero no perseguí ese sueño sino hasta el año pasado.

ESQ: Pero tu formación como modelo empezó hace varios años, ¿cierto?
SH: Sí, era muy joven. Mi madre me había enseñado desde antes. Ella me mostró cómo poner bien la mesa, maquillarme y demás. Tenía sólo 14 años cuando entré por primera vez a la escuela de modelaje.

ESQ: ¿Qué dijeron tus padres cuando les contaste que modelarías trajes de baño? ¿Tu papá no se puso celoso?
SH: Mis papás se emocionaron mucho [ríe]. No conocen la industria a profundidad, pero sabían que era algo que me interesaba y amaba, así que me han apoyado 100 por ciento y han estado junto a mí en todo momento. Siempre me animan y apoyan.

ESQ: ¿Cómo te sentiste con el cambio que dio tu vida al convertirte en una modelo famosa?
SH: Me siento súper afortunada y bendecida de poder hacer algo que me encanta y  apasiona. Además, tengo la oportunidad de viajar y ver el mundo. Ha sido increíble. He aprendido mucho a lo largo del último año sobre mí misma y sobre la vida en general, y todo ha sido gracias al modelaje.

ESQ: Cuéntame cómo fue la primera vez que apareciste en Sports Illustrated.
SH: Empecé a trabajar con la revista el año pasado. Fue mi año de la suerte, pero no te voy a mentir, no estoy completamente segura de cómo acabé ahí.

ESQ: ¿Te acuerdas de la primera sesión de fotos que hiciste?
SH: Sí,  estaba en la isla de Santa Lucía. Fue muy divertido, fue una gran experiencia y tuve la oportunidad de posar para un fotógrafo que es una leyenda, Walter Iooss.

ESQ: Hablando de Sports Illustrated, asumo que te gustan los deportes…
SH: Sí, me interesa mucho el futbol europeo. Seguí la Copa del Mundo y fue increíble, creo que los jugadores son súper sexys y quizá por eso me gusta ver el futbol [ríe].

ESQ: ¿Es difícil que siempre debas lucir sexy y feliz ante la cámara, cuando quizá te sientes triste o preocupada por algún motivo personal?
SH: Sí, claro, no siempre es fácil verte feliz cuando tienes muchas cosas en la cabeza. Creo que hay que separar la vida real del modelaje. Por eso siempre que no estoy frente a las cámaras trato de pasar tiempo con mis amigos. Es bueno mantener ambos universos separados.

ESQ: De todas las sesiones en las que has trabajado, ¿hay alguna que recuerdes de forma especial?
SH: Sí, creo que la más especial fue la primera porque nunca había tenido la oportunidad de modelar. Fue muy lindo trabajar con los fotógrafos, que me ayudaron y me dijeron cómo posar, cómo moverme, cómo relajar mi rostro y todo eso. Por eso siempre será especial para mí, además de que representó la oportunidad de llevar a cabo aquello que deseaba hacer desde hacía mucho tiempo.

ESQ: Hay modelos que dejan las sesiones fotográficas por el cine o la televisión. ¿Te gustaría trabajar en alguna serie o película?
SH: Sí, estoy tomando algunas clases de actuación y he leído un par de guiones, pero estoy aprovechando para ponerme en contacto conmigo misma para que los demás puedan tomarme en serio como actriz. No quiero ser sólo una modelo que decidió actuar.

ESQ: ¿Qué tipo de papel te gustaría interpretar?
SH: Me gusta mucho la comedia y las películas divertidas, aunque creo que también podría estar en una película de acción y ser como una cat woman, súper sexy, ¿sabes?

ESQ: ¿Qué haces para mantener tu figura?
SH: Hago muchas sentadillas para moldear un bonito trasero [ríe]. Pero fuera de eso me gusta ser muy activa y ejercitarme en exteriores. Me gusta hacer senderismo o salir a correr.

ESQ: Eres guapísima, pero todos tenemos algo que nos disgusta de nosotros mismos. ¿Hay algo que no te guste de ti?
SH: Claro, siempre hay algo. A mí nunca me han gustado mis pecas. Y también siento que la forma de mi nariz no es la mejor, pero uno debe de trabajar con lo que tiene.

ESQ: ¿Tienes algún truco para mostrarte como una mujer segura en todo momento?
SH: Pienso que debes aceptar quién eres como persona. Tienes que gustarte a ti mismo, porque aunque haya algo que quizá no te encante, eres quien eres y no te queda de otra.

ESQ: ¿Cuál es el mejor cumplido que te han hecho hasta ahora?
SH: Mmm, ¡no lo sé! Es una gran pregunta, pero creo que es cuando la gente me dice que me veo muy natural. Me gusta que puedan reconocer eso de mí.

ESQ: ¿Qué es lo mejor de trabajar para una marca como Guess?
SH: Para mí trabajar con Guess ha sido una gran oportunidad. Abre muchas puertas y caminos. Es una marca muy icónica y con romanticismo, y yo soy una chica muy romántica.

ESQ: Hablando de eso, ¿qué debe hacer un hombre para conquistar a Samantha Hoopes?
SH: Definitivamente tiene que ser gracioso y hacerme reír. Debe ser alguien con quien me pueda identificar. Además amo a los hombres que saben cocinar y que me lleven a buenos restaurantes porque soy una verdadera apasionada de la comida. Ah, y por cierto, me gusta que sean más grandes que yo, unos diez años al menos.

ESQ: ¿Para ti cómo sería una cita perfecta?
SH: Ir a la playa, ir a esquiar o hacer un picnic y tomar vino.

ESQ: ¿Y cuál es el regalo ideal?
SH: ¡Una bolsa! ¡De Chanel!

Hasta siempre Nucky Thompson

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Originalmente publicado en Esquire no. 73 (PDF aquí)

Después de cuatro años en pantalla, 40 nominaciones al Emmy, sangre, fedoras y metralletas, Boardwalk Empire llega a su fin. Conversamos con los protagonistas de la mejor serie de gangsters de la televisión actual.

     Un niño de 11 años cae al agua e irrumpe en la tranquilidad del océano como una bala de cañón. Su pelo se mueve como algas a voluntad de la corriente. Abre bien los ojos y estira brazos y manos como si fueran ancas de rana: está en busca de algo. Fuera del agua, en la Atlantic City de finales del siglo xix, algunos adultos lanzan monedas desde la orilla de la bahía, y observan a sus hijos chapotear para encontrarlas. Todos salen con las manos llenas. Todos, excepto Nucky Thompson.

     La escena anterior es una de los muchas que, en la quinta y última temporada de Boardwalk Empire, ilustrarán cómo se moldeó la personalidad del gangster más poderoso de Atlantic City durante la década de 1920. En todas ellas, el mensaje es claro: desde la infancia, Nucky (Steve Buscemi en la serie) fue tan frágil que tuvo que pelear por conseguir lo que deseaba y aprender a pisotear en vez de ser pisoteado.

     En otra escena, los hombres más ricos de Estados Unidos se ponen una pistola en la boca. Es 1931 y, dos años después del peor crack de la historia de la Bolsa de EU, banqueros y clase media colapsan financiera y emocionalmente. Margaret (Kelly MacDonald) trabaja como asistente en Wall Street y atestigua el suicidio de su jefe. Nucky se ha exiliado en Cuba y lleva ya 11 años buscando alianzas para traficar con alcohol a pesar de la Ley Seca que continúa vigente en su país. Lucky Luciano (Vincent Piazza), Meyer Lansky (Anatol Yusef) y Al Capone (Stephen Graham) siguen asesinando y concretando tratos que trastocan el poder de la mafia a punta de amenazas y balazos. Esta última temporada pinta tan bien que lo único lamentable es que sólo quedan ocho episodios antes de que llegue a su fin: la produjo Martin Scorsese para HBO y dejó claro que nunca morirá nuestra fascinación por la mafia italiana y la figura del gangster, ese caballero que se mece entre la elegancia y la brutalidad, que puede llevar traje a rayas y fedora tanto para beber una copa de champaña como para matar.

Kelly MacDonald (Margaret Thompson)

> Tengo mucha suerte. A pesar del peso que los personajes masculinos tienen en la serie, también hay mujeres muy fuertes. Tengo la oportunidad de interpretar a una persona que no está limitada por su género, sino que aprovecha que es mujer cuando lo cree necesario, y es tan inteligente como cualquiera de los hombres que ha conocido.

> En esta temporada, Margaret es una mujer moderna que trabaja en el Nueva York de 1931. Antes fue una esposa golpeada por su marido, tenía dos hijos y estaba embarazada. Era completamente distinta. Lo que me encanta de ella es que es muy fuerte, y que entre una temporada y otra, su situación y relación con Nucky se transforma [inician como amantes, luego se casan y terminan por separarse]. Si ella llegara a la vejez, realmente tendría una buena historia que contar.

> Cinco años de esta serie han sido suficientes. Claro que estoy triste porque llegó a su final, pero creo que tanto yo como mis compañeros tendremos la oportunidad de trabajar en otras cosas. Margaret es un personaje increíble porque tiene muchas facetas y se transforma de una temporada a otra. Sin embargo, siento que ya estoy lista para interpretar a alguien más.

> Cuando una serie es tan exitosa siempre se corre el riesgo de que el público te encasille con un personaje. Es algo que ya me ha sucedido, pero para mi próximo trabajo no voy a elegir a un personaje que viva en los años 20. Además pienso que, en este caso, es difícil que me encasillen porque —como ya mencioné—, Margaret es un personaje que nunca dejó de evolucionar: tuvo diversas facetas, no sólo la parte débil.

Vincent Piazza (Lucky Luciano)

> Corrimos el riesgo de provocar que los gangsters parecieran glamourosos, pero así sucede cuando una serie aborda el crimen. Sin embargo, para un personaje como Lucky Luciano creo que los escritores dejaron claro un punto: que acarreó grandes vicios y que fue notoriamente brutal con las mujeres. En este sentido, nosotros le mostramos la realidad a la audiencia, y lo que ésta piense es su decisión.

> Lucky Luciano también está inmerso en la crisis en la que inicia la nueva temporada: la Gran Depresión está golpeando al país, y si cuando todo era prosperidad ya era difícil mantener tu territorio a salvo de todos los crímenes, con la caída de la Bolsa todo empeora.

> Ya conocía un poco de Lucky Luciano. Crecí en Queens, donde es común que la gente diga: “¿Sabes quién está enterrado aquí? Harry Houdini y Lucky Luciano”. Así que cuando hice la audición ya sabía más o menos quién era.

> ¿Qué aprendí de Steve Buscemi? Esa pregunta me hace sentir nostálgico. Durante el primer día de rodaje no conocía a nadie, más que a Steve, y admiraba su trabajo. Recuerdo que cuando mis compañeros entraron al set, me sentí como un pequeño pez en un gran acuario. Me aterroricé, y me quedé de pie sosteniendo mi guión. Entonces Steve se acercó y se detuvo junto a mí. Fue muy extraño. Intenté mirar hacia el frente, pero él seguía junto a mí, así que le dije: “Hola, Steve, soy Vincent”. Él contestó: “Ya sé quién eres”. Y yo: “¿Es en serio?”. Así seguimos: “Claro, ¿estás nervioso?”, “¡Sí! ¿Y tú?”, “Aterrorizado, ¡tengo que protagonizar la historia!” [ríe].

Gretchen Mol (Gillian Darmody)

> Siempre usas algo de ti mismo para interpretar a un personaje. Después de cinco años de estar cerca de Gillian, ya puedo sentir todo lo que le sucede. No sé qué tanto de eso venga 100 por ciento de mí y qué tanto sea obra de los escritores, pero siento que el proceso de creación de una serie construye una relación inconsciente de colaboración entre ambas partes. Ellos saben cómo te sientes y te conocen incluso emocionalmente. Aunque sí hubo guiones que me hicieron pensar en cómo iba a interpretarlos, siempre sentí una conexión cercana con Gillian.

> La última vez que vemos a Gillian en la cuarta temporada está en la cárcel y acaba de recibir la noticia de que su hijo murió. Eso es un cierre para ella. Ahora, en esta última temporada, está en un hospital psiquiátrico y no lo está pasando bien. Además, a través de flashbacks, veremos cómo inició su relación con Nucky [Buscemi] y lo que él ha significado en su vida.

> Todo lo lineal es aburrido. En este momento me siento así con respecto a mí misma, porque Gillian es mucho más interesante de lo que yo jamás podría ser. Es mucho más cool que yo, dice cosas más interesantes que yo. Es una chica mala, y justo por eso es más divertido estar cerca de ella.

> Han sido cinco años maravillosos. Nunca había tenido esta conexión con un personaje durante tanto tiempo. Estoy segura de que si no la hubiera interpretado yo, al verla en pantalla de todas maneras me hubiera fascinado y hubiera querido hacer ese papel. Qué bueno que sí me contrataron para interpretarla [ríe].

Foto: cortesía

Luke Evans: la fuerza de los clásicos

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Originalmente publicado en Esquire no. 73 (PDF aquí)

Su carrera en cine inició hace cuatro años y desde entonces lo hemos visto como Apolo, el dios del Sol, en Clash of the Titans (2010); Aramís, uno de los tres mosqueteros, en The Three Musketeers (2011); y Zeus, el máximo gobernante del Olimpo, en Immortals (2011). Este mes regresa al cine para explorar el pasado de uno de los personajes más célebres de la cultura occidental:
Vlad Tepes en
Dracula Untold.

      Luke Evans podría ser uno de los actores más prometedores de la década. Forjó una carrera de nueve años sobre los escenarios del teatro londinense en las mejores producciones de West End, como Avenue Q, Rent y Miss Saigon, y fue hasta 2010 que aceptó trabajar en cine. Desde entonces, ha brillado con papeles inspirados en clásicos de la literatura.

     Luke Evans canta y baila. Se mueve con la misma facilidad frente al público en vivo que frente a la audiencia que lo verá desde una butaca del cine sin perder la elegancia que lo caracteriza. Luce con el mismo porte un traje de tres piezas en una alfombra roja que una capa dorada con el pecho descubierto cuando interpreta a una deidad de la mitología griega. Quizá por eso grandes directores lo han invitado a trabajar en cintas que se remontan a otra época: bajo la guía de Louis Leterrier fue Apolo, el dios del Sol, en Clash of the Titans (2010); con Ridley Scott fue un sheriff en Robin Hood (2010), y Paul W.S. Anderson lo escogió para interpretar a Aramis en su no muy afortunada adaptación de The Three Musketeers (2011). Quizá también por eso fue el elegido para dar vida al personaje ficticio más retratado en cine después de Sherlock Holmes: Drácula.

     Todo aquel que haya leído la novela del escritor irlandés Bram Stoker sabe que el vampiro más famoso de la historia no tiene nada del parco y patético hematófago adolescente que Robert Pattinson retrató en la saga de Twilight. El verdadero Drácula era un hombre maduro, dueño de una mansión, que siempre estaba impecablemente vestido y rasurado, y se mostraba tan fascinante como siniestro. Pensar que Luke Evans lo tiene todo para revivir a Vlad Tepes —el tirano rumano que inspiró la historia ficticia del vampiro— no es sino una apuesta sensata. Desde Inglaterra, el actor galés nos dio los detalles de su papel en Dracula Untold.

ESQUIRE: Con tantas películas sobre Drácula, ¿qué diferencia a ésta del resto?
LUKE EVANS: Está enfocada en todo aquello que no se ha narrado acerca de los orígenes del personaje literario. Nos enfocamos en la figura histórica de Vlad Tepes, el hombre y empalador que vivió en el siglo xv, y en el que Bram Stoker inspiró al protagonista de su novela. Además, en Dracula Untold decidimos que sería importante enfatizar la parte humana del vampiro a través de las decisiones que toma.

ESQ: Por qué nos sigue fascinando este personaje que fue creado hace más de un siglo?
LE: Después de todo, él es el origen de los vampiros y estos son un tema fascinante en nuestra época. Drácula tiene una historia fantástica, pero antes de esta película realmente nadie se había enfocado en sus orígenes, ni en la verdadera personalidad detrás de la figura literaria. Creo que lo que importa de esta cinta [con la que debuta Gary Shore como director] es que gracias a ella comenzaremos a entender su contexto.

ESQ: Eres fan de los vampiros?
LE: No realmente. He visto las grandes películas de Drácula y me encantan. Vi la versión que hizo Francis Ford Coppola, que me gusta mucho, y he visto algunas otras, pero no las más recientes.

ESQ: Entonces por qué aceptaste este papel?
LE: Tuve una reunión con Universal Pictures y discutimos varios proyectos. Dracula Untold fue uno de ellos y les dije: “Hey, un momento, creo que no tengo la edad para interpretar a Drácula”. Pero cuando leí el guión me di cuenta de que en realidad la historia estaba basada en la figura histórica, y empecé a tener juntas con el director y los productores en Los Ángeles y Londres para discutir la profundidad de la historia y el conflicto.

ESQ: Qué tantos efectos especiales veremos en la película? Hay algunas batallas y una escena con murciélagos que se ven geniales en el trailer.
LE: Así es, hay algunos murciélagos que fueron creados digitalmente. En realidad decidimos usar la tecnología para retratar las habilidades que tienen todos los vampiros: neutralizar la oscuridad, usar telepatía y convertirse en ciertos animales. En posproducción usamos esos grandes efectos de CGI —como los que viste en el trailer— para mostrar que estas criaturas poseen un poder realmente impresionante, que rebasa por mucho a los humanos.

ESQ: Hace años trabajaste como actor y cantante en West End. Todavía te interesa el teatro? Qué opinas de los musicales que se han adaptado al cine?
LE: Me encantaría volver al teatro. Trabajé en ello durante nueve años, así que siento cierta lealtad hacia ese medio. Próximamente me gustaría hacer una obra en West End o Broadway. Creo que algunas adaptaciones de musicales al cine han sido muy exitosas. He visto varias y creo que la mayoría funciona, pero los musicales que uno ve en escena tienen cierta energía que se pierde en el cine porque el formato es distinto. Es necesario tener a un director excelente para que el resultado en pantalla sea muy bueno.

ESQ: Como actor, ¿prefieres trabajar frente a una cámara o sobre un escenario?
LE: Es difícil compararlos porque son muy diferentes. El teatro ofrece una reacción espontánea porque trabajas frente a una audiencia en vivo. Como actor es un proceso muy emocionante porque puedes sentir la respuesta inmediata y contar la misma historia cada noche. Sin embargo, en el cine hay un proceso disyuntivo: no experimentas la reacción de la gente sino hasta que la película se estrena, lo que algunas veces puede ser hasta un año después.

ESQ: Interpretaste a Apolo en Clash of the Titans, a Zeus en Immortals y ahora a Vlad Tepes en Dracula Untold. Los tres son personajes emblemáticos. ¿Eso es una presión adicional para ti?
LE: Implica cierta responsabilidad, sí, pero incluso cuando el papel no está basado en un personaje literario o es icónico, existe la presión de lograr autenticidad y provocar que la gente se pueda relacionar con él. Como actor siempre debes conseguir que tu público pueda comprenderlo a pesar de todo y tratarlo con integridad y respeto.

ESQ: En 2015 serás Sir Draven en la nueva versión de The Crow. Puedes hablar un poco de este proyecto?
LE: Sí, pero todavía no la filmamos. Estamos en pausa. Puede que no terminemos ese proyecto en lo que resta de 2014. Quizá lo haremos en algún momento del año entrante. El problema fue que todos los involucrados en la producción tuvimos conflictos con nuestras agendas y estuvimos ocupados, pero lo retomaremos tan pronto sea posible.

ESQ: Hablemos un poco de moda. Cómo defines tu estilo personal y qué te atrae a una tendencia en particular?
LE: Mi estilo va de los trajes hechos a la medida hasta looks muy relajados y casuales. Disfruto usar un traje de tres piezas tanto como unos shorts y una t-shirt. Sin embargo, no me preocupo mucho por planear mi atuendo, sino que trato de seguir mis instintos para decidir qué usar.

ESQ: Hay algo en particular que busques en un traje?
LE: Sí, tiene que estar hecho a la medida. Eso es muy importante para mí. He tenido la fortuna de tener trajes personalizados de mucha calidad, así que realmente me quedan a la perfección. La realidad es que una vez que usas un traje a la medida, ya no hay vuelta atrás [ríe].

ESQ: Cuáles son las piezas esenciales en tu clóset?
LE: Siempre es importante un buen par de jeans; yo tengo dos. También recomiendo unas botas de piel. Son esenciales porque las puedes usar con los jeans y otros tipos de pantalón. Además tengo un gran reloj de Bvlgari que funciona increíble tanto para un look casual como para un traje. Ah, y tengo una hoodie maravillosa, bajo la cual me puedo esconder cuando quiera [ríe].

ESQ: Cuándo te empezaron a interesar los relojes y por qué los consideras una declaración de moda?
LE: Siempre me han interesado, pero dejé de usarlos un tiempo. Sin embargo, en algún momento, la adorable gente de Armani me regaló uno. Fue el primer guardatiempo lindo que tuve y casi nunca me lo quité. A partir de ese momento me di cuenta de que lo más importante es comprender que no todos los relojes lucen bien con todo. Hay algunos que se ven mal con ciertos atuendos. Ahora tengo una colección y sé cuáles funcionan para determinadas ocasiones. Sé que para un look casual de jeans y t-shirt, necesito uno que se vea más deportivo, quizá metálico o con correa de piel. Realmente pueden ser el accesorio que defina tu look. Si se complementan con una chamarra —por ejemplo— pueden verse increíbles.

Foto: cortesía

El hambre

Comí.
Comí bien.
Devoré un deseo
y un vacío
que me importunaba en la mañana
hacia el final del desayuno.

Comí.
Comí muy bien.
Sazoné mis sueños
y zozobras;
los pinché con las yemas de los dedos
y así volaron hasta mis labios
para engullirlos
de un solo bocado.

Me atraganté un capricho.

Comí.
Y no bastó.
Zampé un diccionario
de ciencias forestales
y un libro de historia
que me aburrió de niña.

Merendé un viaje a París.

Comí.
Engañé a mi antojo
con un anzuelo
de pagodas
en el centro del Myanmar.
Lancé una carnada
rebosante de óleos
derretidos
como relojes de Dalí.

Comí.
A manos llenas
mutilé versos
y estrofas
y las letras
pequeñitas
se escaparon como agua
entre las grietas de mis manos.

Comí.
Desesperada
abrí las puertas de la alacena
y entre mordiscos
y tirones
se me fue un aria
y un cello.
Perdí el rastro de Bach.

Lloré.
Caí al piso
desparramada
como ancla vieja
y pesada
hacia el fondo
del mar.
Lloré
y un llanto de siglos
me devolvió el hambre
y volví a la alacena
y comí.

La reina está de vuelta

THE HUNDRED-FOOT JOURNEY

Originalmente publicado en Esquire no. 72 (PDF aquí)

Helen Mirren, una de nuestras actrices favoritas, regresa al cine en The Hundred-Foot Journey como la exigente propietaria de un restaurante francés.

     Cuesta trabajo pensar en Helen Mirren sin imaginarla interpretando a un personaje implacable: el ama de llaves perfecta en Gosford Park (2001) o un agente secreto con temple de acero en The Debt (2010), por mencionar un par de ejemplos más o menos recientes. Sin embargo, la actriz británica presume de más de 50 años de carrera en cine y televisión, y aunque su trabajo siempre ha sido impecable, no fue sino hasta 2006 que obtuvo un premio Óscar por su inolvidable papel de la reina de Inglaterra en The Queen. Este mes, Mirren vuelve con The Hundred-Foot Journey, un drama con tintes de comedia donde interpreta a la dueña de un restaurante francés que debe lidiar con los cambios ocasionados por la mudanza de una familia india que se establece frente a su propiedad y, tras abrir su propio local, pone su mundo (y su perfeccionismo) de cabeza.

ESQUIRE: ¿Quién es Madame Mallory, el personaje que interpreta en The Hundred-Foot Journey?

HELEN MIRREN: Madame Mallory es un pez grande en un estanque pequeño. Dirige un exitoso restaurante en un pueblo pequeño de un país que se toma la cocina con absoluta seriedad. Además, tiene una estrella Michelin. Su restaurante es su vida entera, es todo lo que tiene. Es una mujer absolutamente enfocada en su trabajo, muy profesional, y está comprometida con la cultura de la cocina francesa, así como con su historia.

ESQ: ¿Cómo reacciona Madame Mallory cuando la familia Kadam abre un restaurante justo enfrente del suyo, Le Saule Pleureur?

HM: No hay sitio para tantos restaurantes en un pequeño pueblo francés, como te puedes imaginar, así que la inauguración de otro la irrita de inmediato. Además, ellos sirven comida india y escuchan música a todo volumen, algo que también ofende el sentido del decoro y el buen gusto que tiene Madame Mallory. Ella siente que debe proteger no sólo su restaurante de los invasores, sino también la cultura francesa.

ESQ: ¿Cómo describiría a la familia Kadam?

HM: El padre de los Kadam se ha visto obligado a dejar su país a causa de la discriminación religiosa y, como inmigrante, es un hombre orgulloso y decidido a tener éxito. También es un profundo apasionado de la cocina y de su familia, a la que busca mantener mediante la venta de comida; por eso no dejará que nadie se cruce en su camino. Él y Mallory son personas testarudas, que están atrapadas en su propia estrechez de pensamiento, así que chocan mucho.

ESQ: ¿Por qué Madame Mallory comienza a cambiar su actitud?

HM: Empieza a entender que la pasión por su cultura y su entorno puede ser peligrosa. Es maravilloso amar a tu país y ser patriota, pero cuando comienza a inclinarse hacia un nacionalismo extremo, todo puede tornarse peligroso. En ese momento Madame Mallory abre los ojos y entiende los riesgos del camino que ha estado recorriendo.

ESQ: ¿Qué papel juega la comida en The Hundred-Foot Journey?

HM: La comida es un poderoso indicador de la cultura, la historia y la migración. Y en esta película en particular es una de las razones centrales de la pelea entre dos restaurantes, una disputa que se intensifica rápidamente en una civilizada guerra de razas. Las cocinas y los restaurantes son sitios muy apasionados, porque la gente se vuelca mucho a la comida que prepara, sobre todo en Francia.

ESQ: ¿Cómo fue trabajar con los jóvenes actores del elenco?

HM: Siempre encuentro inspiración en los actores con quienes trabajo, y cuanto más jóvenes y menos experimentados sean, más inspiradores me parecen. Hay una frescura en su actitud; una apertura y una libertad que siempre me resultan alentadoras.

ESQ: Steven Spielberg, Oprah Winfrey y Juliet Blake trabajaron como productores. ¿Qué tanto se involucraron en la película durante el rodaje?

HM: Todos estábamos un poco nerviosos porque sabíamos que Steven Spielberg estaba viendo el material a diario. Pero cuando obtienes una respuesta positiva de uno de los más grandes maestros del cine, sabes que estás en buenas manos. Si él nos señalaba algo, sabíamos que siempre debíamos tomarlo desde el punto de vista de su vasto conocimiento y entendimiento del cine. Eso nos dio un sentido de seguridad enorme. Luego estuvo Oprah Winfrey, con su sensibilidad aguda y cercanía con las mujeres. Ella posee una capacidad de comprensión instintiva y maravillosa de la gente en general. Tener cerca esa fuerza tan viva es una experiencia enriquecedora. Y también, desde luego, Juliet Blake, quien halló el material original, compró los derechos y tuvo fe en el proyecto. Juliet es, en verdad, la madre de esta obra. Fue su fe en ella lo que finalmente nos reunió a todos.

ESQ: ¿Cómo esperaría que saliera el público del cine después de ver esta película?

HM: Las películas acerca de la comida deben ser viscerales y hermosas; deseo que el público salga del cine y vaya a un restaurante francés o indio. Algo más que espero es que esta película muestre al mundo una parte de Francia increíble, hermosa y poco conocida. Quiero que la gente se sorprenda con su belleza y sienta deseos de visitar esa parte del mundo. Creo que la cinta es una experiencia deliciosa y divertida.

[Recuadro]

Premios Fénix: La primera entrega del Premio Iberoamericano de Cine Fénix está casi lista y el director de Cinema23, Ricardo Giraldo, nos da detalles del evento.

> La idea de la asociación Cinema 23 es reunir a un grupo representativo del cine de cada país en Iberoamérica —es decir, 22 países— y encontrar un espacio de encuentro, un intercambio y mayor cercanía.

> La gente que trabaja en el cine en toda la región muchas veces no se conoce entre sí. Queremos que los integrantes de la asociación contribuyan con su trabajo para conocernos más y lograr una mayor colaboración laboral y creativa.

> Cinema 23 ofrece la posibilidad de tener una estrategia común de difusión, con mayor fuerza. Se compone de 400 integrantes que provienen de festivales, programación, críticos, académicos y promotores que, con su trabajo, expanden el conocimiento sobre el cine.

> Tenemos un proyecto que se llama Cine de salón con el que vamos a las escuelas con la intención de llevarle a los jóvenes el cine que realizan los mexicanos. Hemos llevado a Diego Luna, Carlos Rossini, Juan Carlos Rulfo y Carlos Cuarón a esas pláticas. El intercambio se da con los alumnos, quienes luego escriben sus impresiones y lo que la conversación les detonó y despertó en ellos.

> En octubre se llevarán a cabo los primeros Premios Iberoamericanos de Cine Fénix, un evento con la intención de reconocer y celebrar el cine de la región. Es un esfuerzo por llevar este cine a otros lados.

> Cada uno de los países de Cinema 23 revisa el material. Se trata de hacer circular todo ese contenido. Con los premios se detona el descubrimiento de nuevas posibilidades.

Foto: cortesía

Ahí estaba el detalle

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Originalmente publicado en Esquire no. 72 (PDF aquí)

¿Qué implica dar vida en el cine a uno de los comediantes más importantes de México? Este mes se estrena Cantinflas y el español —sí, español— Óscar Jaenada sacó adelante un reto que, de entrada, parecía imposible. Así fue cómo lo logró.

     La primera vez que uno habla con Óscar Jaenada siente que alguien le ha jugado una broma. Que no, hombre, que no puede hablar así de españolado; que yo acabo de verlo en una pantalla diciendo “Ahí está el detalle” y pensé: “¿¡Cómo es posible!? Es idéntico a Cantinflas”.

     Óscar nació en Barcelona. A muchos mexicanos no les importó que Demián Bichir interpretara a Fidel Castro —un cubano— en Che (2008), ni que Gael García Bernal personificara al Che Guevara —un argentino— en The Motorcycle Diaries (2004), pero pusieron el grito en el cielo cuando se anunció que Jaenada sería el nuevo Cantinflas en la película homónima que se estrena este mes. “¿Por qué un español y no un mexicano?”, preguntan los reporteros, como si lo importante fuera la nacionalidad y no el talento, como si no quedara claro que Jaenada es casi la reencarnación del protagonista de El supersabio (1948). “Quienes nos dedicamos al cine tenemos en mente el ejemplo de actores premiados por interpretar personajes que no son ni del mismo continente que habitan”, me dice Óscar.

     Jaenada cuenta que lo español sólo le preocupó cuando leyó el guión y se topó con chistes que le resultaron tan complicados de entender como un jeroglífico. “Hombre, había escenas en las que necesitaba no uno sino varios traductores. Les decía: no tengo idea de lo que dice aquí; de verdad no entiendo nada.” Pero Jaenada, quien durante su preparación necesitó traducción humor mexicano-humor español, afirma que jamás tuvo problemas para deshacerse de su acento.

     Cuando uno escucha a este catalán de sonrisa vivaracha hablando como Cantinflas, no hay ni rastro de su seseo. Para lograrlo, Jaenada consiguió todas las películas del comediante mexicano y pasó horas monitoreando su boca. Dice que el truco para hablar como él estuvo en observar su respiración, que en el movimiento de los labios está el secreto para cambiar de nacionalidad. “Luego trabajé con un foniatra y con un imitador de Cantinflas, que me ayudó a adaptar las frases según las fuimos encontrando.”

     Óscar tardó seis meses en transformarse en Cantinflas, pero ni aprender a imitar sus ademanes ni deshacerse de su acento fue lo más complicado del proceso: “Pasé años intentando conseguir este papel, así que la preparación fue lo de menos”. Para Jaenada, Cantinflas era un personaje soñado. Hace siete años se involucró en un proyecto inspirado en la vida del comediante mexicano, pero al final no se concluyó y él se quedó con las manos vacías.

     Jaenada dice que trabajar en una película que retrata la vida de Cantinflas no implica sólo imitar al personaje que todos conocemos, sino el reto de indagar en la personalidad de Mario Moreno. “Ambos eran muy diferentes. Lo único que compartían —y no siempre— era el físico. Interpretar a Cantinflas fue un trabajo muy laborioso, pero poco complicado. Fue una mera labor de imitación. Lo verdaderamente difícil fue Mario Moreno, porque para interpretarlo tuve que descubrir quién fue el artista que a su vez descubrió a Cantinflas.” Entonces Óscar incursionó en el oficio de periodista, y se dio a la tarea de buscar a gente que lo conoció  para repasar su historia y poder comprender ciertos episodios de su vida.

EL ARTE DE CANTINFLEAR

    Óscar Jaenada tiene la cabeza gacha, los ojos cerrados y los puños apretados mientras espera detrás de un telón. Bufa como un toro. No le presta atención a nadie. Luis Gerardo Méndez —quien interpreta al comediante Estanislao Shilinsky en la película— cuenta que la imagen se le quedó grabada porque en su carrera nunca había visto a un compañero tan nervioso.

    Jaenada temblaba porque ésa sería su primera escena caracterizado como Cantinflas. Tres, dos, uno, ¡acción! El telón se abre, Jaenada se ha esfumado y en su lugar está Cantinflas moviéndose de un lado a otro y formulando boberías. La escena termina y el público estalla en aplausos. Corte y queda. En un rincón del set, sentado frente a una pianola, un anciano llora: según Luis Gerardo, era un actor que conoció al verdadero Cantinflas y le dijo que estar frente a Jaenada fue como ver a Cantinflas otra vez.

     El actor es un retrato inmejorable del protagonista de El bolero de Raquel (1957) porque entiende lo que es cantinflear: “Hay una escena de la película a la que le tengo muchísimo cariño. Todo tiene que ver con un concepto aprobado por la Real Academia Española: cantinflear es hablar mucho sin decir nada. Y bueno, en la película hay una escena en la que suena el Bolero de Ravel y me pone la piel chinita, porque él se supone que baila, pero desde que aparece y hasta que se va, lo ves cantinflear”.

     La primera memoria que el español tiene de Cantinflas es el humor. Él era un chavalín que todos los días, a las tres o cuatro de la tarde, salía al parque para jugar fútbol con sus amigos. Mientras tanto, en su casa, su familia reía. “Recuerdo que siempre me dejaban salir porque a esas horas todos estaban con una sonrisa. Hasta la fecha recuerdo esas carcajadas de mi padre y mi madre disfrutando una película de un tal Cantinflas.”

    Ahora, que Cantinflas revive, lo importante es saber que quien nos hará reír será un tal Óscar Jaenada.

A tus espaldas

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A mi hermana. 

Este campo no ha visto la guerra.
Tablero de lava,
desierto en celo.
El mundo es otro por encima de tus hombros;
escupe esferas de vapor cenizo.
Veo un gigante de fuego cubierto de canas;
una morsa tumbada,
aletargada en la arena.
Su sopor es calma,
su vigilia es miedo.
Amo espiar el camino a tus espaldas.
Lenguas extranjeras,
viajeros perdidos.
Desde ahí el suelo está hecho a mano,
parchado con musgo,
arlequín estepario.
¿Y qué si miro detrás de tu cabello
este prado vacuo
plomizo
de magma muerta?
En la cara oculta anticiparé el alivio
de que aún me sonríes
y el gigante abrirá los ojos
para devorar el tiempo.

Nota: gracias, Sandra y María; ustedes saben por qué. 

Gladiador

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En 2010, cuando aún trabajaba como redactora en la revista Conozca Más, mi jefe me pidió escribir un artículo sobre gladiadores. El resultado fue el texto que aparece a continuación. Como parte del proceso de investigación entrevisté a Mary Beard, una brillante académica de Cambridge. Hoy, repasando la nueva edición de The New Yorker, me topé con un buen perfil sobre ella. Leerlo me recordó lo mucho que me gustó nuestra conversación, y lo mucho que me gustaba mi trabajo en aquella otra revista que ahora está tan cambiada. Desgraciadamente no tengo la transcripción de nuestra plática porque los archivos que tenía en mi vieja computadora se perdieron, pero el artículo de portada que escribí en aquel entonces no hubiera quedado igual sin su ayuda. 

 

El sol de medio día baña la arena del anfiteatro más grande del Imperio Romano. Sobre las gradas del escenario, 50 000 espectadores esperan ansiosos. Los músicos acompañan el clamor de una multitud enloquecida y deseosa de sangre. Debajo del entarimado, varios elevadores se preparan para izar las jaulas que contienen a bestias extranjeras que morirán a manos de hombres cuyos rostros están cubiertos por cascos de bronce. Mientras tanto, al otro lado de los túneles del edificio, los únicos actores capaces de convertir el sufrimiento en espectáculo, aguardan a que la desgracia de su vida se convierta en gloria. Todos esperan a bordo de espectaculares carrozas y visten sus mejores galas. Por cada gota de su sangre recibirán aplausos y por cada animal asesinado incrementarán la posibilidad de obtener la ovación del emperador. Serán los protagonistas de la primera de las 25 peleas que se llevarán acabo antes de la llegada de la noche. Meses antes, el Estado los señaló como criminales y enemigos de la ley. Hoy, bajo la luz dorada de Roma, son aclamados como ‘gladiadores’.

***

El lanista seleccionaba cada cuerpo con sumo cuidado. Equivocarse en la elección de gladiadores que llevaría hasta su escuela le traería desprestigio y pérdidas económicas que no podía permitirse. Alguna vez, él también fue un hombre que el dueño de una familia gladiatori compró en un mercado de esclavos para entrenarlo y llevarlo a pelear en la arena. Por su valor y desempeño como protagonista de los espectáculos más famosos de Roma, un emperador le concedió la rudis, espada de madera, símbolo de libertad y reservada sólo para aquellos que, frente a los ojos del pueblo, merecieran la victoria. Ahora, en cambio, debía conformarse con el rechazo social de saberse un beneficiario de las muertes de otros sin necesidad de arriesgar su propia vida.

La escuela que precedía era conocida ludis gladiatori. Para promover la virtud romana, operaba con un programa que alternaba prácticas y castigos físicos con el trabajo de especialistas que mantenían a los luchadores prometedores saludables y en forma. Un gladiador con buena condición física no sólo tenía mayores probabilidades de generar ganancias durante un número considerable de encuentros; también era considerado como un buen amante por los hombres y mujeres que asistieran a verlo luchar. Por eso los unctores –o masajistas– y los doctores –o entrenadores de pelea– eran el medio para preservar a los más preciados móviles de la diversión romana: en todo el imperio, no existía mejor atención médica que la que se tenía en aquellas barracas.

Luego de su entrada en la ludis, les haría repetir el juramento de que gladiador debía conocer: ‘Perdurar ardiendo en fuego, oprimidos por cadenas, azotados con varas y asesinados con acero’. Después les enseñaría a recibir golpes y derramar sangre sin emitir sonido alguno. Sabía que los amatores, o público de gladiadores, esperaban un espectáculo libre de quejas. Para que sus actuaciones se volvieran memorables, no bastaba con que unos cuantos hombres pelearan entre sí. Gradualmente, las armaduras que conseguía para ellos se volvieron visualmente excitantes. Y así, de ser el comprador de guerreros que animarían el funeral de un ciudadano prestigiado, se convirtió en el responsable de preparar una costumbre popular que serviría como una declaración política para glorificar a Roma.

 ***

Llegó de un lugar cercano a los Balcanes. Fue apresado, junto con otros, en un sitio alejado de los confines del Imperio. Apenas había llegado a Roma cuando lo encontró el lanista. Su nombre, como el de tantos otros gladiadores, fue olvidado y reemplazado con una sola palabra que aludiera a un esclavo o mascota. Y así fue como se volvió otro de los integrantes de la Ludus Magnus, la escuela de gladiadores más grande de entonces. En ella aprendió que cualquier instrumento afilado estaba prohibido durante el entrenamiento y que las audiencias se aburrían con cuchilladas descuidadas y sucias. Querían sangre, cierto, pero siempre bajo el disfraz de la teatralidad y, para la muerte, la eficiencia escenificada con un sólo golpe mortal. Por eso sus primeras armas fueron espadas de madera y un palo, de 1.7 metros de alto, que azotaba y golpeaba para lograr mayor fuerza en la parte superior del cuerpo.

Las paredes amarillas de su celda estaban cubiertas por graffitis que nombraban a otros luchadores como él. También había imágenes de sus mujeres y pequeños nichos en los que colocaban estatuas para honrar a los dioses. No todos los integrantes de la escuela dormían juntos. Los primus palus, o grandes gladiadores que por un sólo encuentro podían ganar el equivalente al sueldo anual de un soldado romano, dormían en cuarteles especiales y separados del resto. Otros en cambio, sentían un miedo constante que los hacía pensar en medios para terminar con su lamentación. Por eso –recordó– aquel gladiador germano prefirió ahogarse con una esponja antes que salir a morir en la arena y otros 29 prisioneros también eligieron el suicidio como un camino a la libertad: horas antes de la pelea, estrellaron sus cabezas contra las paredes hasta matarse.

Todo eso pensaba en la noche antes del combate. En ese último anochecer, los gladiadores tenían una última y fastuosa comida: la cena librea. Sin embargo, como él, no todos comerán. Algunos aprovecharán las horas para despedirse de sus familias y amigos. Otros no cenarán porque la pena les quitará el hambre. Saben que horas más tarde algunos serían asesinados ‘por exhibición’. Después de arrastrarlos a la arena, se les ordenará sacrificarse, unos a otros, hasta que sólo uno de ellos quede de pie. Para el resto de los gladiadores, la audiencia no tendrá misericordia. Según Roma, eso es para los débiles. En consecuencia, el pueblo exigirá que los asesinos vean a sus víctimas a los ojos al momento de clavar la gladius detrás del cuello. Disfrutará mirando al perdedor, abrazando las piernas de su rival, mientras el filo de la espada le provoca una muerte lenta y dolorosa. Luego su cuerpo será arrastrado en una carroza que lo borrará de la arena.

***

Escuchando los gritos del pueblo para el que construyó el anfiteatro, el emperador espera la llegada de los gladiadores. Como el resto de las arenas romanas, ésta constituye una herramienta política a las órdenes del César: es un sitio de encuentro entre gobierno y pueblo, una representación de los significados que sustentan el poder de Imperio. Dentro de los muros de estas colosales obras arquitectónicas, los escenarios sirven para aprender lecciones de brutalidad y desprecio a la debilidad. El control de los esclavos y criminales que ahora esperan en los túneles, es una muestra del castigo que Roma ejerce sobre los infractores de la ley. La captura y el sometimiento de bestias salvajes a manos de esclavos romanos simboliza el poder de Roma sobre la naturaleza.

En la filas delanteras del recinto, los senadores platican entre sí. Como él, y el resto de los asistentes, visten togas blancas y hacen temblar el suelo bajo sus pies. Aprovechando los lugares cotizados desde donde aguardan la entrada de los luchadores, exhiben los privilegios que les confiere su posición social y política dentro del Imperio. Como para el resto de los integrantes de la institución romana que representan, la crueldad no es motivo de vergüenza. Para ellos, la arena no es una muestra de la decadencia sino un medio para evitarla: conteniendo y asesinando a los detractores de Roma, los espectadores se vuelven partícipes de la demostración del poder del Estado sobre el mundo. En aquel espacio, la cobardía se paga con la muerte. Por eso, mientras sean valientes, los perdedores merecen la vida. Los débiles, en cambio, son castigados públicamente por su falta de hombría.

De las manos de aquel que observa desde el ala este del anfiteatro, se decidirá el futuro de los gladiadores que saldrán a luchar para entretenerle: Missus, para la vida, y periit para la muerte. Sólo aquél que luche con valentía merecerá vivir. En el combate que está a punto de iniciar, la sangre derramada es lo de menos; un mero camino para ver encarnada la máxima de todo César: Roma por encima de los hombres, de la naturaleza, del mundo. Muchos años después, cuando la civilización occidental del siglo XX eligiera un estilo arquitectónico para construir algunos de sus edificios gubernamentales, escogería el romano. Como en la época del Imperio, expresan poder y autoridad de un gobierno hacia el pueblo.

***

El sol de medio día baña la arena del anfiteatro que luego el mundo llamaría Coliseo. Al final de uno de sus corredores, siguen transcurriendo interminables segundos de espera. A bordo de una carroza, un retiarius gira la cabeza y, a su derecha, encuentra al myrmillo que deberá enfrentar para sobrevivir. Antes fueron amigos. Juntos recordaron a sus esposas antes de dormir y comieron en la misma mesa después de los entrenamientos diarios. Hoy Roma los ha transformado en enemigos. Afuera siguen escuchándose los gritos del pueblo. Las ruedas del vehículo que los transporta han comenzado a moverse. El retiarius sostiene fuertemente la red que previamente amarró a su muñeca y planea el primer golpe que intentará asestar sobre la cabeza del que antes fue su amigo. Con cada centímetro que avanzan, la entrada de luz se vuelve más y más fuerte y la multitud se escucha cada vez más cerca. Por debajo de sus pies, el suelo tiembla. Ya distingue el cielo que se alza sobre la arena. “¡Nosotros, que vamos a morir, te saludamos!”, grita cuando llega frente al emperador. El combate ha iniciado.

 

Este Soy Yo: Luc Besson

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Originalmente publicado en Esquire no. 71 (PDF aquí)

DIRECTOR, GUIONISTA Y PRODUCTOR DE CINE, 55 AÑOS, PARÍS, FRANCIA

> Cuando era más joven viví en Grecia y Yugoslavia. No tenía radio, tele, cine ni nada, así que sólo me quedaba la imaginación. Jugaba con piedras, pedazos de madera y cajas viejas. No tenía juguetes. No había ninguna tienda cerca de mi casa; la más cercana estaba, quizás, a unos 500 kilómetros. Así que aprendí a usar la imaginación, y de eso se trata la ciencia ficción, pues nadie conoce el futuro.

> Desde hace algunos años, gracias al desarrollo de la tecnología, el límite de la ciencia ficción es tu imaginación. Puedes crear todo lo que quieras. Para mí ha sido una bendición.

> Mis películas se quedan conmigo cuando acabo de filmarlas, en mi cabeza no terminan. Se mantienen frescas. Es como cuando tienes un hijo de 18 años que ya se fue de tu casa, pero como padre te niegas a aceptarlo.

> Terminar una película me deja exhausto. Para volver a tener energía intento irme tan lejos como puedo y apartarme de los humanos durante un rato. Veo a mis amigos, los delfines, y pasó una buena temporada con ellos, que siempre me enseñan lo que realmente importa en la vida [ríe].

> Me encanta escribir. Así ha sido desde que tenía 16 años. Escribir es mi gimnasio. Me levanto todas las mañanas y escribo sin importar lo que suceda. Me gusta porque me hace sentir pleno. Es como liberarme. Prefiero escribir que dirigir, pero cuando me emociono con un guión entonces soy muy feliz de salir a trabajar todos los días.

> Me gusta cuando la gente empieza a hablar de alguna de mis películas pero se olvida de que yo la hice. Por ejemplo, una vez alguien me dijo: “Tienes que ver esta película porque tal tipo hace tal cosa”, y esa persona se olvidó de que estaba hablando con quien la hizo [ríe]. Fue muy gracioso. Me ha pasado dos veces y ha sido mi cumplido favorito.

> La mayor parte del tiempo me desprendo de mis películas, permito que le pertenezcan al público y las veo después de un par de años. Por ejemplo, ahora creo que ya soy mayor de edad y ya puedo ver The Professional [película con Jean Reno y Natalie Portman que escribió y dirigió en 1994].

> Lucy fue una película muy difícil. Parecía un rompecabezas y es la primera vez que veo a mi equipo tan perdido. Me veían como si estuviera loco, me decían: “Ok, como tú digas”. Fue como una gran partida de ajedrez. Me arriesgué mucho y confié en la gente que me ayudó con los efectos especiales porque con estos nunca se sabe si el resultado será lo que tienes en mente, y no puedes ver nada sino hasta nueve meses después. Al final, disfruté mucho hablar de inteligencia, de capacidad cerebral, de lo que se oculta detrás del universo. Fue fascinante.

> Los personajes femeninos no me interesan más que los
masculinos.
Hombres y mujeres me importan igual, pero lo que me atrajo mucho de Lucy —quizá por primera vez en mi carrera— es que era una mujer normal que no sabía qué hacer con su vida, que se iba demasiado de fiesta y tenía un novio. Así que es una chica promedio, no hay nada particular en ella.

> Con Lucy me distancié de lo que suelo hacer porque obviamente Juana de Arco [The Messenger: The Story of Joan of Arc, 1999] fue muy diferente, así como Nikita [La Femme Nikita, 1991] y Aung San Suu Kyi [The Lady, 2011], que son personajes muy fuertes. Lucy [Scarlett Johansson en la película homónima] no pudo haber sido hombre. Quise que fuera mujer porque así su situación sería peor, estaría en desventaja incluso física. Quería que fuera normal al inicio de la historia.

> El proyecto comenzó cuando conocí a una profesora que realizaba estudios sobre células y cáncer. Tuvimos una conversación fascinante durante un par de horas y empecé a sentirme atraído por la inteligencia y el cerebro. Luego descubrí que el cerebro de la verdadera Lucy —el ancestro histórico que vemos al principio de la película— pesaba 400 gramos y que el que tienen los humanos de nuestros días pesa un kilo más. Eso quiere decir que aumentó un kilo en tres millones de años, ¡no es nada! Y sólo usamos el 10 por ciento de nuestra capacidad cerebral, pero es impresionante lo que hemos logrado con ello.

> No suelo arrepentirme de nada. Hoy puedo afirmar que filmas las películas de tus tiempos. Es decir, cuando tienes 25 años —hice Subway en 1985— es imposible desear hacer la película que haría un hombre de 40. Lo que uno sabe de la vida a esa edad tiene que ver quizá con una o dos aventuras sexuales, nada de hijos, y ves la vida de cierta manera, así que creas películas de acuerdo a ello. Creo que es bueno que a los 20 filmes algo según tu edad y que cuando cumples 50 —como es mi caso— te dediques a hacer películas en las que hables de filosofía y menosprecio.

> Nunca he hablado de retirarme. Alguna vez dije que quería dejar de dirigir en cierta etapa de mi vida, porque dirigir es exhaustivo. Cuando era joven y tenía 16 o 17 años, conocí a un tipo que me dijo algo muy sabio: “Si no tienes nada que decir, mejor cállate”. Así que si no tengo nada que decir, si no tengo una película que en verdad me haga pensar “quiero hacerla y vivir con ella”, entonces no la filmaré.

Foto: theplace2.ru

Nota: Lucy, de Luc Besson, se estrena el 28 de agosto. Narra la historia de una mujer (Scarlett Johansson) que vive en Taiwan y es secuestrada para transportar una bolsa de droga que le introducen en el intestino. Tras una golpiza, el polvo se derrama y su inteligencia se potencializa.

El fin está cerca

Helix - Season 1

Originalmente publicado en Esquire no. 71 (PDF aquí)

Imaginar el fin de la humanidad no deja de fascinarnos. En Helix, la nueva serie de AXN, la amenaza es un virus del Ártico. El actor Billy Campbell nos habla de su personaje y de la epidemia mundial que intenta detener.

Un brote viral acaba de ser detectado en el Ártico. No se sabe cómo se contagió la primera víctima, ni por qué su sangre se volvió negra y espesa. Si acaso, hay una teoría que señala a un grupo de simios como agentes de diseminación, pero queda poco claro por qué se infectaron. A cargo de entender el misterio y el origen de la contaminación está un equipo del Centro de Control de Enfermedades estadounidense, quien bajo la dirección del doctor Alan Farragut (Billy Campbell) deberá evitar una epidemia que amenaza a toda la humanidad.

La historia de Helix se desarrolla en dos angustiantes semanas y desde ya pinta como una de las mejores series de horror del otoño. Además de que la protagoniza Campbell (The Killing, 2011), se filmó en Canadá y presume del respaldo de los productores de películas y series de ciencia ficción tan célebres como Maril Davis (Battlestar Galactica, 2004) y Stephen Welke (Star Trek: Voyager, 1995). En exclusiva, Campbell nos dio más detalles sobre esta serie que se transmitirá los domingos, a partir del 10 de agosto, por axn.

ESQUIRE: ¿Qué es lo que te resultó más fascinante de Helix?

Billy Campbell: Helix es la historia de un grupo de personas que quedan atrapadas en un lugar remoto. Por ello, identifiqué cierta relación con películas que me encantan. The Thing from Another World, de Howard Hawks [1951], y la versión de John Carpenter [1982]. También está The Andromeda Strain, el filme de los setenta que, creo, fue el primer libro de Michael Crichton que se adaptó al cine. Todas estas películas tocan temas que aborda Helix. Además está el hecho de que tengo 54 años y alguien me ofreció el protagónico de una serie. ¿Cuántas veces más crees que me pasará algo así?

ESQ: Tu personaje es un médico que trabaja para el Centro de Control de Enfermedades. ¿Te asesoraste con científicos para crear el papel?

BC: ¡No estudié nada! No investigué ni nada parecido. Fue algo de último minuto, y aunque hubiera tenido tiempo para hacerlo, no soy ese tipo de actor. Quizás eso sea una racionalización de mi pereza, pero mi teoría es que los escritores hacen la investigación cuando están escribiendo. Mi investigación consiste en leer y releer el guión. Mi meta es cumplir con lo que los escritores proponen.

ESQ: ¿Qué tan proactivo eres en el set? ¿Haces stunts y demás?

BC: Suelo ser el tipo que camina de un lado a otro diciéndole a los productores que soy el menos indicado para emplear el lenguaje técnico que está en el guión. La mayor parte del tiempo estoy bromeando, porque cuando era más joven tenía papeles con muy pocos diálogos y agradecía cualquier línea extra que pudiera tener. En este sentido, además, estoy muy consciente de que hay gente que apenas está empezando y los ayudo, porque cuando estuve en esa situación hubo gente que me ayudó.

ESQ: Ya que mencionas los inicios de tu carrera, compártenos alguna anécdota de esa época.

BC: Tuve mucha suerte. Hace muchos años trabajé con el gran Anthony Hopkins en Bram Stoker’s Dracula [1992]. Me sentía muy nervioso; no te imaginas. Estaban Gary Oldman, Keanu Reeves, Winona Ryder, Richard Grant, Cary Elwes, Francis Coppola y yo, de 31 años. Leíamos el guión y yo estaba junto a Anthony Hopkins. Miré su guión y estaba cubierto de notas —en tres colores distintos— y marcas meticulosas en los márgenes. Me armé de valor y le pregunté cómo se preparaba para un papel. Él estaba interpretando a un asesino de vampiros, así que me interesaba saber la investigación que había hecho. Me miró y dijo: “No hago nada”. Le respondí que seguro hacía algo, pero él repitió su respuesta. “No hago nada. Leo el guión una y otra y otra y otra vez”. Lo siguió repitiendo y yo moría. Así de intenso fue. Le hice otras preguntas para no cortar de tajo, pero él ya me había dado la respuesta. Él se familiariza tanto con su trabajo que no necesita investigar. No me estoy comparando para nada con Hopkins, pero eso que dijo se me quedó en la cabeza porque quizá tenía razón.

ESQ: ¿Qué otros retos implicó Helix?

BC: Hice un poco de trabajo de stunt, pero en términos físicos no hubo nada que me pareciera terriblemente difícil. Creo que el mayor reto fue cuando llegamos a Montreal. Era verano, así que hacía mucho calor y humedad, pero nosotros teníamos que correr con ropa para frío extremo pretendiendo que nos congelábamos. Y como en el set no había aire acondicionado, 
no fue nada divertido.

ESQ: ¿Después de trabajar en Helix ha cambiado tu percepción sobre los virus?

BC: No les tengo fobia y, con mi gente cercana, bromeo y les digo que soy amigo de los gérmenes y que están invitados a ser parte de mi vida. Obviamente cuando alguien estornuda no me acerco a propósito. Sin embargo, crecí en una granja y jugué de niño con excremento de vaca y lodo, lo que a mi madre no le preocupaba. Quizá sea sólo una coincidencia, pero casi nunca me enfermo.

ESQ: ¿Cuál es la mayor amenaza en Helix? ¿El virus o lo humanos?

BC: ¿Acaso hay alguna diferencia? Si miras nuestro patrón de crecimiento en el planeta, verás que los humanos son un virus. Nos diseminamos de la misma manera. ¿Quién es más amenazante? No lo sé. Hay gente en este mundo que te cortaría el cuello sólo para ver cómo brota la sangre. Es horrible, pero es verdad. Hay gente que asesina sólo para ver lo que se siente. Como la canción de Johnny Cash, “Folsom Prison Blues”, que dice: “Le disparé a un hombre en Reno sólo para verlo morir”. En cierto sentido, un virus es mejor que eso: no te mata para verte morir, sino para poder vivir.

ESQ: ¿Por qué esta serie le interesaría al público de todo el mundo?

BC: Creo que el atractivo de Helix es que apela a un miedo muy primario: a ser devorados por un animal salvaje. Se trata de esa cosa que podría meterse dentro de nosotros, poseernos y destruirnos. Es algo que no podemos ver ni prevenir.

Foto: cortesía