Por siempre París

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Originalmente publicado en la revista Glow, octubre 2018 (link aquí)

La colección de Alta Costura Otoño-Invierno 2018/2019 de Chanel fue presentada el mes pasado en uno de los sitios más emblemáticos de la capital francesa. Con la maestría de un genio que sabe tomar lo mejor del pasado para visualizar un futuro inspirador y fascinante, Karl Lagerfeld se apropia de lo mejor de los símbolos parisinos para transformarlos en nuestros nuevos objetos de deseo.

El mundo ha hecho una pausa y mientras recobra el aliento un hombre se desliza con toda calma sobre la pasarela que pronto volverán a pisar sus musas. Impasible y elegante, Karl Lagerfeld brota del río Sena como si su misma aparición quisiera decirnos algo: su nueva colección surgió del corazón de París.

El Sena no es el Sena. Su cauce petrificado circunda el escenario de un desfile y a sus costados son mujeres las que discurren como un torrente vibrante y poderoso. Es julio, el calor abrasa a las asistentes que usan abanicos desde las gradas dispuestas en la nave central de Le Grand Palais y bajo sus anchas vidrieras ocurre algo casi mágico. Los símbolos nos hablan, el verano fluye hacia una nueva estación y se anuncia la colección de Alta Costura Otoño-Invierno 2018/2019 de Chanel.

El cliché de las reseñas de un evento de moda nos incita a decir que en cada temporada un creador se renueva. Ahora Lagerfeld también lo hace —por supuesto— pero a través de una sutil reconfiguración de lo ya conocido. Aunque todo aquello que nos fascina de lo parisino renace en sus manos, la más reciente línea de la firma pareciera entretejerse en un viaje intermitente entre presente y pasado. Es y fue. Al observar la colección con minuciosidad asistimos a lo simultáneo: es lo ya asentado y lo nunca visto; como decir “por siempre París”.

Hay 240 metros de longitud entre un punto y otro en el interior del gigantesco cuerpo de concreto, vidrio y hierro de Le Grand Palais. Junto a las aguas absortas del Sena ficticio, hay puestos de memorabilia y una larga calle imaginaria —la pasarela— que se surca de tributos. El París literario, académico y romántico pareciera estar en movimiento y entonces ahí, frente a nosotros, París deja de ser sólo París y adquiere una silueta femenina.

Cada modelo y cada prenda que cruza el espacio encapsula la esencia de la capital de Francia y cada mujer es la continuidad de otra mujer. Todas invitan a caminar junto a ellas; invitan a soñar. Aunque ya lo sabemos —o deberíamos saberlo— Lagerfeld lanza un recordatorio al aire: no somos la misma por la mañana, por la tarde o por la noche. Al salir el sol puede haber un desayuno, una familia o una cita de trabajo, pero al ocultarse no se descarta una cena, una sonrisa, un secreto. Somos una y varias a vez. Tenemos matices, aristas, somos transformación.

Como el demiurgo en el que se ha convertido después de 35 años de estar al frente de Chanel, el diseñador germano lo comprende y ahora sus creaciones se construyen y deconstruyen en un parpadeo. El cambio es tan delicado y cauteloso que apenas se nota: los cuerpos alargados y esbeltos de las primeras modelos visten trajes mientras que las últimas dejan volar las amplias telas de sus vestidos como si fueran diosas nocturnas. El cambio entre una y otra es tan espontáneo, tan natural, que obviamos la transición.

Esta vez la constancia no solo es la elegancia que desde siempre ha caracterizado a la maison, sino el riesgo ante lo ecléctico: hay contrastes en las texturas de los sacos, las faldas con chamarras, los vestidos y botines, y un diálogo entre la inspiración puramente parisina y los peinados de cola de caballo con frente al estilo Rockabilly que fue icónico en los años cincuenta.

El desfile arranca con tweed. Sacos con hombreras, abrigos con cremalleras en las mangas y faldas largas que también se abren de un costado para mostrar una minifalda por debajo. “La pierna se ve mucho más bonita de perfil”, opina Lagerfeld sobre su diseño. “El total look necesita los botines, los bordados, los guantes, el peinado. Todo combina perfectamente”.

Lo que sigue se arriesga aun más: plisados en chiffon, botines con lentejuelas, plumas, moños y pedrería. A pesar del aparente discernimiento entre los materiales, el balance es perfecto. Los colores varían poco y esa homogeneidad mantiene la sobriedad de cada pieza en su lugar. “No hay estampados ni de flores ni de nada. Hay lentejuelas y brillos para iluminar el rostro, pero no para hablar de ornamentación”, explica el kaiser de la moda.

La colección de Alta Costura Otoño-Invierno 2018/2019 de Chanel es del color de París. Aunque la iluminación, temperatura y vistas de aquella ciudad de postal pueden variar durante el año, hay paisajes cromáticos que permanecen inmutables. Está, por ejemplo, el gris pálido de los techos de casas y edificios, el carbón del asfalto de las calles, el verde almendrado de las estructuras de los sitios históricos, el marino fundido en el negro de la noche y un coqueteo entre el blanco, rosado y malva de cada amanecer. En los casi 70 looks que recién presenta la casa francesa, la paleta es un suspiro otoñal.

Al abrazo del color se suman las partículas que complementan el todo. Hay atuendos con oro y cristalería bordada, tules enredados y un juego entre la franela, el terciopelo, el crepé, el encaje, la organza y el tafetán. Según la misma firma, todos los elementos se unen para orquestar una declaración amorosa a una urbe de moda y cultura; a un rico patrimonio histórico.

Ese amor se transmite en cada paso; desfila ahí frente a nuestros ojos. Una vez más, los detalles de Chanel son extraordinarios y en cada milímetro brilla el talento de una costurera que pinta plumas y cose lentejuelas diminutas con la paciencia y esmero de un relojero. También de este modo, lo ya conocido se eleva otro peldaño y se supera a sí mismo.

El nuevo París —el que ha creado Lagerfeld para nosotros este año— culmina con un atuendo nupcial. El vestido de tweed es verde pálido, de corte largo y recto, y en la parte superior ofrece una chaqueta con lentejuelas bordadas de efecto redingote, estilo empleado por hombres y mujeres entre los siglos xvii y xviii. El velo es corto, sencillo y magnífico. Aunque oculta parcialmente el rostro de la novia, podríamos atrevernos a adivinar lo que hay en sus ojos: esto —que podría ser un sueño— es real, es palpable, y ella puede disfrutarlo con la calma del agua del río que surca el alma de París.

Foto: Chanel

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Vivir entre costuras

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Originalmente publicado en El Universal (PDF aquí)

Sandra Weil volvió a triunfar en el Mercedes-Benz Fashion Week México.
¿Qué se necesita para convertirse en una de las diseñadoras más prometedoras del país?

     Claro que lo recuerda: era un vestido verde menta —hecho en chifón de seda—que al volar sobre la pista hacía bailar los encajes que bordó a mano en color marfil y limón. Sandra Weil habla del primer vestido que cosió en su vida y por un instante parece que deja de estar en su boutique de Polanco, en esta mañana ajetreada como cualquier otra en la Ciudad de México, para visitar otro tiempo: es Perú, es de noche, y es —sobre todo—la primera vez que Sandra observa cómo un conjunto de tela, hilos y aplicaciones se amoldan a un cuerpo de carne y hueso. “Recuerdo que lo hice para una niña de 12 años y que la vi cuando atravesó el jardín para venir a saludarme, porque sabía que yo le había hecho el vestido. Causar ese impacto tan increíble y tan positivo —que ella me agradeciera— me hizo darme cuenta del poder que puedes tener al vestir a alguien.” Y así fue como esa Sandra Weil adolescente, que aprendió de hilvanes y patrones en casa con su abuela, se tomó el diseño de modas más en serio y decidió mudarse a Barcelona para aprender a coser.

     El amor por la costura inicia con el tacto: se tocan telas, se tocan encajes, se tocan botones y luego todo eso cobra forma en una prenda que alguien elegirá para vestir. Por eso Sandra Weil hubiera fracasado como experta en Diseño Gráfico, carrera que casi termina en la Universidad de Lima —en Perú, donde nació— y en su lugar prefirió dedicarse a la moda. “Estaba a punto de terminar la lincenciatura cuando me di cuenta de que me gustaban las artes y la creatividad, pero que el mundo digital no era lo mío.” Y entonces ocurrió lo del vestido, y se fue a España, y se especializó en Alta Costura, y conoció a un mexicano (con el que luego se casó), y se vino a vivir a la Ciudad de México y ahora está aquí sentada —en su propia boutique—diciéndome entre risas que si pudiera no estaría aquí sentada, sino encerrada —tocando telas, encajes y botones— frente a su máquina de coser.

***

    Claro que le gusta vivir aquí. “Siempre pensé que México era un mercado muy interesante, porque es casi un punto intermedio en Latinoamérica.” Y además es casi como estar en casa. “Siento que no me he mudado, y que además tengo una puerta con acceso al mundo”. La pequeña tienda en la que ahora estamos se ubica en Emilio Castelar, en el centro de Polanco, y es ante todo un espacio elegante, cubierto por tablones de madera color miel y con pocas prendas en los ganchos, para dar una sensación de exclusividad. Sin embargo, el lujo no está sólo en la experiencia de compra, sino en las prendas en sí. Sandra crea todos los diseños que luego salen a la venta y se toma su tiempo para confeccionar cada colección: lanza una cada seis meses y supervisa cada parte del proceso en su taller.

     Sandrá está acostumbrada a la intimidad, lejos de las grandes tiendas, las grandes colecciones y las grandes producciones en masa. “Cuando apenas empezaba mi carrera cosía en mi casa, en un cuarto donde sólo había dos maquinitas, y de pronto alguien más me ayudaba. Fue un crecimiento muy orgánico, y poco a poco la gente comenzó a apostar por mí.” Ahora no hace más de 35 prendas por temporada, su equipo consta de diez personas y se concentra en elegir los materiales y las formas precisas para cuidar cada detalle de la ropa que está a punto de crear. “Trabajo mucho con seda. Me encanta porque es una fibra natural y elegante por excelencia, que tiene un margen natural para que el cuerpo pueda respirar. También me gustan mucho los encajes, los bordados y las aplicaciones.” Y con ellos mezcla texturas para divertirse, reinventar prendas que puedan volverse atemporales y lograr que sus clientes se interesen por cada colección.

     Ahora Sandra ya no se especializa en Alta Costura, pero encontró un nuevo reto en la confección de prendas ready-to-wear. “Me mudé a México en 2008 y en 2012 me asocié con Maru [quien se encarga de la parte administrativa del proyecto] para establecer la marca y llevarla al siguiente nivel. Sin embargo, una vez que empezamos a exportar nos dimos cuenta de todo el trabajo que aún nos queda por hacer.” Y aunque ahora la ropa que ofrece nació pensada para usarse en la vida diaria, su formación en Alta Costura no ha dejado de traducirse en calidad: vive para perfeccionar cada pieza como si aún fuera esa adolescente que crea un vestido único para una niña en una noche especial.

Desaprender la moda

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Originalmente publicado en El Universal

El efecto transformador de la moda es uno de los intereses de Carla Fernández, la diseñadora mexicana que hace unos días inauguró una exposición en el Museo Jumex.

      Viste de negro, pero no es un negro glamuroso y hermético que la vuelva inalcanzable, como si estuviera a punto de pisar una alfombra roja o pasear por Champs Elysées. Su vestido parece de lino. Es ligero, elegante, detallado, y hace un juego perfecto con sus labios rojos, su cuerpo menudo y su manera pausada de hablar. “La ropa es una manifestación del lenguaje, ¿no lo crees?”, me dice Carla Fernández unos minutos después de saludarnos en el Museo Júmex, y si algo queda claro cuando uno la conoce es que la creatividad en la moda puede derivar en mucho más que prendas tan alejadas de nuestra realidad como el diseñador que las concibió.

      Solemos pensar que para conocer lo último en tendencias hay que girar la cabeza hacia Milán o París, pero no siempre es así. El camino que Carla recorre para inspirarse no es el de una pasarela, sino el de las tierras indígenas de nuestro país. Su ojo no está en busca del lujo, sino que su mirada es antropológica: “Me gusta mucho la indumentaria folclórica de todo el mundo. Es una fuente de inspiración inagotable en el sentido en el que los pueblos indígenas son muy arriesgados. Por ejemplo, si vas a Chiapas o a Guatemala y ves las combinaciones de los colores no lo puedes creer, pero luego entiendes que usan los tonos de la tierra, del reflejo del sol, y entonces tu panorama cambia”. Por eso la exposición de moda y arte que inauguró hace unos días en el Museo Jumex lleva por nombre La Diseñadora Descalza: Un Taller para Desaprender. Es una experiencia interactiva en la que la exhibición de sus prendas se combina con la participación de un grupo de bailarines y talleres que permitan comprender mejor el signi􀂠cado que la hechura de nuestra vestimenta —como artesanía— puede tener en nuestras vidas.

Hecho en México
Carla nunca ha dejado su país. Ni para estudiar en el extranjero y agregar nombres de universidades británicas o neoyorquinas a su currículum, ni para inspirarse, ni para comprar materia prima para confeccionar sus prendas, ni para nada. Cursó la licenciatura de Historia del Arte en la Universidad Iberoamericana y en la Iberomexicana de Diseño se entrenó como modista. Su padre es museógrafo y su madre historiadora; en su formación siempre fue clave la diversidad cultural. “Creo que quedarme en México fue un golpe de suerte. No hubiera investigado lo mismo ni estaría donde estoy si me hubiera ido a Saint Martins”.

      La moda, como el arte, implica una ruptura. Los diseños de Carla Fernández lo han expresado desde siempre. “Me acuerdo que cuando estaba en la universidad le hacía muchas alteraciones a mi ropa; me gustaba reconstruirla. Por ejemplo, la cortaba y le ponía aplicaciones. Eso estaba muy de moda en los 90. Era como una deconstrucción fashionista que me parecía muy divertida”. Y —de algún modo— así trabaja hasta el día de hoy: a través de la fusión de sus conocimientos sobre moda y distribución, apoya el trabajo de nuestras comunidades y asigna pedidos que se adapten a las capacidades y talentos de cada artesano para luego darles difusión. Sus clientes son mexicanos y extranjeros, gente que comprende que la exclusividad también radica en el proceso de confección de una prenda, y no en el aparador que la haga brillar.

       La exhibición de la diseñadora estará abierta el público hasta mediados de mayo, y entre los talleres ofrecidos a los asistentes recomendamos “Bordado en chaquira otomí de Puebla” y “Telar de cintura con artesanas chiapanecas”. Los detalles pueden consultarse en la página de Fundación Jumex.

Encuentro con el auténtico David Gandy

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Originalmente publicado en Esquire no. 86 (PDF aquí)

Otra vez una sesión de fotos perfecta. Parece fácil ser David Gandy: vestirse bien, detenerse frente a una cámara —con el gesto serio— y dejar que el lente haga el resto. ¿Qué se necesita para transformarse en el modelo más famoso (y mejor pagado) del mundo? Quizá su nombre sea poco conocido, pero no hay quien no lo haya visto desfilar por las pasarelas que marcan las últimas tendencias de moda masculina o en las revistas con sus fotografías como imagen de Light Blue Pour Homme de Dolce & Gabbana. En exclusiva hablamos con él sobre su vida y carrera.

ESQUIRE: Has trabajado con Dolce & Gabbana por más de una década. ¿Qué ha sido lo que más has disfrutado de ello hasta ahora?

David Gandy: Ha sido fenomenal. No estaría donde estoy sin la ayuda que me ha brindado la marca. Hemos creado algunas de las imágenes más icónicas en lo que a fragancias masculinas se refiere, con Dolce & Gabbana Light Blue Pour Homme. Nunca hubiera imaginado que después de nueve años, aún sería la imagen de la fragancia. Sin embargo, también hemos trabajado en otros proyectos, como un calendario, ropa interior y relojería.

ESQ: ¿Aún recuerdas tu primer sesión? ¿Podrías contarme cómo fue aquel día?

DG: Claro, la recuerdo muy bien. Fue para un lookbook de Paul Smith y siento que me veía como un pequeño conejo frente a los faros de un coche que está a punto de arrollarlo. Recuerdo que aquel día no tenía idea de lo que estaba haciendo. Espero que las cosas hayan cambiado y ahora sea distinto.

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La magia de Adrien Brody

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Originalmente publicado en el Big Black Book, de Esquire (PDF aquí)

   Hay tres cosas que uno piensa al observar a Adrien Brody: siempre está despeinado, tiene una nariz tan grande como el Monte Everest y, por su mirada entrecerrada, pareciera que no ha dormido en días. Sin embargo, con todo y esa cara que es imposible confundir, se mueve por las pantallas, las pasarelas y los reflectores como un camaleón. En traje de luces, con el pelo echado hacia atrás bajo la montera, fue un gran Manolete (A Matador’s Mistress, 2008). Con un bigotito alineado en diagonal y acento español logró una interpretación soberbia de Salvador Dalí (Midnight in Paris, 2011). Vestido a la usanza de los años treinta encarnó al detective que investigó la controversial muerte de George Reeves —el primer Superman— en Hollywoodland (2006).

     Cuando Brody cumplió 29 se convirtió en el actor más joven en ganar un Oscar. En la película que obtuvo la Palma de Oro en el Festival de Cannes en 2002 dio vida a un judío polaco que logra escapar de la muerte, pero no de los desastres de la guerra. The Pianist fue la prueba irrefutable de su talento: con su figura alargada y escurrida —como pintura de El Greco— caminó por calles muertas y se sentó frente a un piano viejo para conseguir la gloria que un puñado de actores logra a los cuarenta o cincuenta años.

     Hace poco volvió al cine con The Grand Budapest Hotel, del director con el que antes trabajó en The Darjeeling Limited (2007) y Fantastic Mr. Fox (2009). Su participación en la nueva cinta de Wes Anderson fue breve pero memorable: un villano (despeinado, claro) con bigotes de loco que desconfía de la veracidad de la última voluntad de su recién fallecida madre. Brody dice que lo que más disfrutó de la cinta —además de los vodkas polacos que pudo beber en las noches de descanso del rodaje— fue interpretar a un tipo en busca de venganza: “Un villano implica libertad, porque te permite hacer todo lo que en la vida real no harías”. El cine, como la magia, se nutre del ilusionismo.

     Brody no empezó su carrera como actor, sino como un mago que se hacía llamar The Amazing Adrien. Hoy cuenta que esa faceta de su vida fue el puente entre la niñez y la adolescencia, pero también lo motivó a dedicarse a la actuación. Actuar es hacer magia, es perfeccionar la habilidad de transformar un truco genérico —cuyas bases se leen en un manual o un guión— y apropiarse de él. En unos meses, el neoyorquino volverá a vestirse de mago: aparecerá en televisión para encarnar a Harry Houdini, una de las figuras que más admira en el arte del ilusionismo y quien lo inspiró a llegar hasta donde está hoy.

ESQUIRE: Has trabajado en películas icónicas, pero tus interpretaciones no se han estereotipado. ¿Cómo te renuevas en cada papel?

ADRIEN BRODY: La belleza de ser actor es que puedes jugar y experimentar muchas vidas distintas. Lo que trato de hacer es encontrar personajes que sean muy diferentes entre sí, que puedan hablarme en distintos niveles. He hecho una elección consciente de no repetir aquello que me hace sentir cómodo: la emoción proviene del descubrimiento. Eso es lo que más amo de mi trabajo.

ESQ: ¿Qué tan difícil es conectarte con un personaje antes de filmar y qué tan complejo es dejarlo ir cuando termina el rodaje?

AB: Depende del personaje y de lo que éste requiera de mí. Hay papeles que son relativamente fáciles de habitar y comprender. Por lo mismo, es fácil desecharlos. Sin embargo, hay otros que no. Quizá sea por algunas de sus cualidades, pero se vuelve complicado interiorizarlos y, aunque no sean tan deseables como quisieras, tienes que hacerlos parte de ti durante un tiempo. Es un proceso muy complicado. Tienes que fundirte con el personaje tanto como puedas. A mí me ayuda evitar que pase mucho tiempo entre una película y otra. Es decir, hacer dos filmes relativamente pronto me obliga a salir de un papel y meterme a otro. Pero por ejemplo, cuando terminé The Pianist, pasé casi un año atormentado por esa experiencia. Me sentía triste a un nivel muy profundo, aun cuando en la película hay elementos de esperanza y el personaje triunfa. El entendimiento y la conciencia que tuve de ese sufrimiento se quedó conmigo muy adentro. Fue casi imposible deshacerme de él.

ESQ: Te hemos visto en pantalla por más de dos décadas. ¿Tu pasión por la actuación se ha transformado con el tiempo?

AB: Nada se mantiene igual, ¿sabes? La vida es cambio y, con suerte, crecimiento. Decir que algo permanece no es realista; cambiamos constantemente. Yo empecé a actuar casi cuando acababa de convertirme en un adolescente y ahora soy un hombre. Mi entendimiento del mundo es muy diferente al que tenía entonces. Sin embargo, el arte de la actuación me sigue apasionando. Aún espero encontrar algo que me llame de un modo especial y, a pesar de tanta exploración de personajes ficticios, he ganado mucho conocimiento no sólo de mí mismo, sino de otras personas. He conseguido mayor empatía con aquello que jamás hubiera logrado comprender si mi trabajo no fuera ponerme en los zapatos de otras personas.

ESQ: En Midnight in Paris fuiste Salvador Dalí. Si pudieras viajar al pasado, ¿adónde sería?

AB: Desafortunadamente aún no podemos hacer eso [ríe] y lo que la película nos enseña es que, por mucho que glorifiquemos una época, nada es lo que imaginamos. Hay todo tipo de problemas con los que tendríamos que lidiar y, si fuéramos de ese periodo, quizás querríamos ser de otro. Independientemente de esto, el fin de los años sesenta me resulta fascinante, especialmente en Estados Unidos. Primero porque no había ninguna enfermedad aparente, así que la gente era mucho más libre. Además amo los coches y los más increíbles que se han producido en la historia de ese país fueron de finales de esta década y principios de los setenta. La cinematografía de aquella época también era de alto nivel. Estaba Marlon Brando y después aparecieron Robert De Niro, Al Pacino, Dustin Hoffman y otros grandes actores y directores, como Martin Scorsese.

ESQ: Has trabajado varias veces con Wes Anderson. ¿Es cierto que cuando filmaron The Darjeeling Limited te estrellaste con una vaca en la India?

AB: [Suelta una carcajada] Sí. Cuando filmamos The Grand Budapest Hotel también la pasamos muy bien. Lo más grandioso de Wes es que tiene un sentido de comunidad y es un ser humano fascinante, que se rodea de personas muy creativas. Fue maravilloso. Todas las noches cenamos juntos. La mayor parte de las experiencias durante un rodaje no son así. Estuvimos en la frontera de Alemania y Polonia, así que podíamos cruzar un puente caminando para beber un vaso de vodka polaco y luego regresar. Estaba nevando y todo parecía el País de las Maravillas. Y bueno, The Darjeeling Limited fue increíble.
Viví cosas extraordinarias en India… además de haberme estampado con la vaca [ríe]. No me lastimé, pero me resulta muy cómico porque fue algo muy peligroso y potencialmente mortal. Sin embargo, mientras estaba sucediendo —yo iba manejando una moto— me pregunté: “¿Así va a terminar todo? ¿En serio?”. ¡Lo pensé en ese momento! Por eso aprecio tanto esa experiencia.

ESQ: Hablando un poco de moda, ¿cuál es tu definición de estilo?

AB: El estilo es una extensión de uno mismo. No toda la gente siente que puede relacionarse con él, pero sólo es una manera de expresar las influencias que tenemos en ciertos periodos de nuestra vida. Sirve para reflejar cómo nos sentimos y es único para cada individuo. El estilo es muy diferente a la moda, que creo que tiene que ver con la ambición.

ESQ: ¿Qué tanto te importa la moda en la vida cotidiana, cuando no estás en una alfombra roja o un evento de prensa?

AB: Depende, tengo varias etapas. Aprecio mucho la ropa que me hace sentir bien. Hay algo maravilloso en vestirse bien y ser elegante, pero además me gusta ser casual. Creo que cuando no estoy trabajando ni necesito ir a un evento donde tenga cierta responsabilidad, me gusta ser muy natural y relajarme. Eso no quiere decir que no me puedo arreglar y decidir usar un buen traje para salir a cenar, pero regularmente uso jeans, una sudadera y una gorra que me haga sentir cómodo. El estilo es algo personal.

ESQ: ¿Te gustan los relojes? ¿Alguna marca en particular?

AB: Sí, me gustan mucho. Tengo un aprecio particular por mi Bulgari Octo. Tengo una amistad con la marca y realmente aprecio mucho la estética de ese reloj por su simplicidad. Es una pieza muy bella, que es muy masculina pero sin ser presuntuosa.

ESQ: Pronto te veremos en Houdini y sé que fuiste mago antes de convertirte en actor. ¿Podrías hablar más de esa época?

AB: Houdini será una miniserie que estará al aire durante dos noches del fin de semana de Laboy Day [septiembre, en Estados Unidos]. Es el retrato más profundo y detallado que se ha hecho de la vida del escapista y mago Harry Houdini. Fue un ser humano extraordinario y la persona más determinada que te puedas imaginar. Era implacable, apasionado y nunca se daba por vencido. Superó obstáculos tremendos y escapó a la pobreza, al hecho de ser inmigrante en Estados Unidos y se convirtió en el artista más grande y emblemático en los escenarios del cambio de siglo (entre el xix y el xx). Hizo todo eso por mera voluntad, inteligencia y determinación. Me parece que todas sus acciones son admirables, aun en nuestros días. Además fue una gran influencia en mi vida: cuando era niño me gustaba la magia y, obviamente, estaba muy impresionado con él y todos los misterios que lo rodeaban. Luego supe quién era y me enteré de todo lo que tuvo que pasar para convertirse en Houdini. La magia básicamente fue mi entrada a la actuación: desde la adolescencia sentí que algo me faltaba, sabía que quería hacer algo que me afectara a un nivel más personal y profundo. Hacer magia es crear una interpretación, convertir un truco en algo tuyo. Un mago hace lo mismo que un actor: se adueña de un papel. Puedes aprender un truco de una caja, pero tienes que aprender a contar la historia de un modo único, como nadie más podría.

Foto: Markus Ziegler, para Esquire

Mr. Owen

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Originalmente publicado en Esquire no. 62 (PDF aquí)

Británico. Reservado. Sabe vestir un buen traje y apreciar una pieza de alta relojería. Es imposible que el nombre de Clive Owen no se traduzca en elegancia. Sólo él pudo haber combatido a los sajones del siglo XVI (King Arthur, 2004), salvar al mundo de quedarse sin población (Children of Men, 2006) y retratar el desenfreno de Ernest Hemingway (Hemingway & Gellhorn, 2012). A más de 20 años de haberle visto por primera vez en televisión, sigue fascinando bajo los reflectores que captan su mirada aceitunada cuando aparece en escena.

Aunque su sonrisa suele ser discreta y en un sinnúmero de fotografías posa con seriedad, Clive Owen disfruta la vida al máximo. Puede asistir a un partido del Liverpool, pasear por las calles de Londres o comprar uno de los objetos que más aprecia: un reloj. A petición de Jaeger-LeCoultre, el actor ha formado una alianza que conjuga la sofisticación de esa casa suiza con su pasión por los guardatiempos y la estética. Con motivo de la celebración del 180 aniversario de la firma, Clive Owen nos habló de las tres películas que tiene en puerta y de aquello que más aprecia de la vida a sus 49 años.

ESQUIRE: Han pasado cinco años desde que apareciste en una de nuestras portadas. ¿Qué lecciones de vida has aprendido desde entonces?
CLIVE OWEN: Creo que lo más importante es estar cerca de tus hijos tanto como puedas porque crecen muy rápido.

ESQ: Te hemos visto como rey y salvador de la Tierra. Cualquiera diría que estás a un paso de convertirte en superhéroe. ¿Te gustaría trabajar en este tipo de películas?
CO: Amo toda película que esté bien hecha y cuente con buenas actuaciones, pero tiendo a gravitar hacia la interpretación de personajes imperfectos, no hacia los heroicos. Usualmente son más interesantes.

ESQ: ¿Qué es lo que más te atrae de un guión?
CO: El diálogo es muy importante para mí. Un guión bien escrito es la herramienta con la que un actor puede trabajar. No tiene caso protagonizar una buena historia con personajes que no hablan bien. Un mal diálogo te hace lucir como un mal actor.

ESQ: No hay mujer del mundo que no se enamoraría de ti. ¿Cómo has logrado mantener un matrimonio de 20 años con tu esposa?
CO: Soy muy afortunado y tuve la bendición de casarme con una mujer muy especial que además es una gran mamá.

ESQ: ¿Cuáles son los retos de proteger tu vida privada a pesar de ser una figura famosa?
CO: Trato de mantener la cabeza abajo, alejarme de los reflectores y no ir a sitios que están de moda.

ESQ: Has dicho que jamás dejarías Londres. ¿Qué es lo que más amas de esta ciudad?
CO: Es mi hogar. Londres es una ciudad increíble llena de restaurantes e increíbles lugares para comprar. Dos de mis restaurantes favoritos son Cigala y Murano.

ESQ: Próximamente te veremos en tres películas: Blood Ties, Words and Pictures y The Last Knights. ¿Qué podrías decirnos acerca de estos filmes?
CO: Son tres cintas muy diferentes. La primera, Blood Ties, se sitúa en Nueva York en los años setenta. En esta película interpreto a un criminal que acaba de ser liberado de prisión y tiene una relación complicada con su hermano, que es policía. En Words and Pictures personifico a un profesor inglés que está apasionado por las palabras y aparece la brillante Juliette Binoche. Por último, en The Last Knights interpreto a un guerrero que debe vengar la muerte de su amo.

ESQ: ¿Cómo fue trabajar con el director Guillaume Canet y hermosas actrices como Mila Kunis y Marion Cotillard en Blood Ties?
CO: ¡Guillaume fue increíble! Me volví su fan cuando vi Tell No One, el thriller que estrenó en 2006, y Little White Lies, el drama de 2010. Y, en cuanto a las actrices, tuve la suerte de que no sólo son talentosas, sino que es increíble trabajar con ellas.

ESQ: Tu carrera empezó en televisión. ¿Te interesaría volver al medio?
CO: Estoy grabando una serie de 10 capítulos en Nueva York. El director es Steven Soderbergh, se llama The Knick y saldrá al aire en 2014. Está situada alrededor del Hospital Knickerbocker, en el downtown neoyorquino en 1900.

ESQ: Ernest Hemingway es uno de los grandes personajes que has interpretado. ¿Cuáles son los retos de trabajar en un papel así?
CO: Tuve la gran fortuna de inspirarme en un guión muy bien escrito y estructurado. Leí todo lo que Hemingway publicó e investigué tanto como pude. Después sólo trabajé con el equipo de filmación.

ESQ: Has actuado durante más de dos décadas. ¿Qué es lo que más atesoras de tu carrera?
CO: Me siento extremadamente afortunado de haber tenido las oportunidades que se me presentaron. Eso es lo que atesoro, que aún me siento inspirado y emocionado por la extraordinaria gente con la que trabajo.

ESQ: Ya llevas tiempo trabajando con Jaeger-LeCoultre. ¿Qué te atrajo de la marca como para aceptar colaborar con ella?
CO: Era y soy un gran fan de la colección Amvox. Eventualmente Jaeger-LeCoultre se acercó a mí ofreciendo la posibilidad de que me hiciera amigo de la marca. La aproximación fue muy orgánica.

ESQ: ¿Tu percepción con respecto a la manufactura de relojes ha cambiado desde que te involucraste con Jaeger-LeCoultre?
CO: Cuando visité la fábrica pude entender lo que implica el proceso de ensamblar una pieza de alta relojería. Estoy impresionado con la habilidad, paciencia y cuidado que se pone a cada pieza que hacen.

ESQ: ¿Qué es lo que más te gusta y lo que más valoras de la alta relojería?
CO: Usar un reloj es como caminar con una pieza de arte en tu muñeca.

ESQ: ¿Tienes algún Jaeger-LeCoultre favorito?
CO: Sí, por el momento es el Jaeger-LeCoultre Gyrotourbillon. Es una increíble pieza de ingeniería, de manufactura exquisita y que luce hermosa.

Juan Mata: el crack con corazón de oro

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Originalmente publicado en Esquire no. 62 (PDF aquí)

Es un domingo cualquiera en Londres. Sentado en una banca de la estación de Waterloo, Juan Mata espera la llegada del metro. El futbolista español, puntal del multicampeón Chelsea que pagó 28 millones de euros por él en 2011 al Valencia, disfruta recorrer la capital de Inglaterra como cualquier mortal: valiéndose del transporte público.

Cuando sale de casa, no le preocupa que una horda de fanáticos o periodistas le acosen, sino mantenerse a salvo del frío. Para protegerse lleva chamarra, bufanda, gorro y su inseparable reloj IWC.

Mata no viaja en vehículos blindados ni está rodeado de guardaespaldas. «El metro es la manera más rápida y sencilla para moverse a través de Londres. Me gusta llegar a diferentes zonas en autobús y taxi porque así puedo conocer la ciudad de otra manera», dice. Para el deportista, que a sus 25 años tiene la fortuna de ser exitoso en el más popular de los deportes, lo importante es hacer una vida normal, como los chicos de su edad.

El futbol se presta a los excesos y a la fama desbordada. El ‘humilde’ garaje de Cristiano Ronaldo, por ejemplo, es uno de los más envidiados del mundo. Entre otros autos, resguarda un Bentley Continental gt Speed, un Rolls-Royce Phantom Drophead Coupe y un Bugatti Veyron. David Beckham, por su parte, se casó con una Spice Girl que posee una colección de bolsas Hermès valuada en más de un millón de libras y vivió en la casa que los medios apodaron ‘The Beckingham Palace’, una mansión de los años treinta que presumía de siete hectáreas de terreno. Juan Mata, en cambio, habita un flat cerca de Stamford Bridge (el estadio de Chelsea) y llega a pie a sus entrenamientos.

El centrocampista lleva dos años viviendo en Londres, pero de tanto en tanto añora su vida en España (el blog que posee y él mismo alimenta dos o tres veces al mes se llama One Hour Behind, porque entre Madrid y Londres la diferencia horaria es de 60 minutos). En Asturias, al norte de España, está la calle Uría, donde se reunía con sus amigos. Ahí está también su familia y la fabada de su abuela, quien lo espera con un plato recién preparado para consentirlo cuando vuelve a su hogar.

Como los chicos de su edad, que prueban suerte lejos de casa, Juan extraña la comida de su lugar de origen. Cuando Marta, su madre, viaja a Londres para visitarlo, le lleva ingredientes típicos de Asturias. Juan intenta cocinar, pero no siempre tiene éxito. «No soy muy bueno cocinando, pero comiendo sí», dice. Empaquetada junto al jamón ibérico, en el compendio de efectos culinarios que recibe de su madre, también hay sidra española. Juan la sirve, distanciando la botella de la copa (una mano muy arriba y otra muy abajo), como un buen español sabe hacer.

Si el hijo de un ex futbolista del Burgos –que inspiró su profesión y hoy está a cargo de sus relaciones públicas– ha sobrellevado una nueva vida en Inglaterra, no sólo ha sido por amor al futbol, sino gracias a la pasión que comparte con su hermana Paula. «Me gusta mucho viajar. Ahora lo hago más gracias al deporte, pero el trabajo no siempre me deja tiempo para recorrer una ciudad. A veces solo vamos del aeropuerto al hotel y viceversa». Sin embargo, desde la ventana de su habitación en cualquier país europeo, Juan captura fotografías con su teléfono y las comparte a través de redes sociales. Como los chicos de su edad, presume sus viajes en Instagram. En el verano, mientras está de vacaciones, postea fotos desde el mar. En época de entrenamientos, retrata sus tenis verdes o a sus compañeros de equipo. Sus followers le siguen a través de las ciudades, estadios y vestidores. Un día está en Nueva York –una de las ciudades que más adora– y otro en Birmingham. En Twitter es igual: una tarde escribe feliz desde el Maracaná y en otra admite las fortalezas de sus rivales en la cancha. De este modo, en 140 caracteres, celebra sus victorias y –muy de repente– se lee el dolor de los fracasos de su equipo.

Cuando el número 10 del Chelsea alcanzó dos millones de seguidores en Twitter, publicó un video en YouTube para enviar dos millones de agradecimientos a lo único que no ha cambiado en su vida desde que empezó a tuitear: el apoyo de sus fans. Como los chicos de su edad, Mata sale con sus amigos a beber cerveza y a pasear por la ciudad. El público inglés lo reconoce, lo saluda y felicita. Uno que otro se detiene para pedirle una foto y un autógrafo. Juan siempre tiene tiempo para los demás y responde con amabilidad, accede al retrato solicitado y, con una sonrisa, queda inmortalizado en el Instagram de alguien más.

A pesar de que a los 23 años ya era un joven reconocido que había jugado en el Real Madrid Castilla y el Valencia, Mata no ha sido como las celebridades que golpean periodistas cuando les solicitan una entrevista, usan lentes oscuros para despistar a sus seguidores o despilfarran su dinero en público. El español puede comprar un buen traje en Savile Row, pero también buscar unos jeans cómodos en Bond Street. Puede usar una pieza de alta relojería, como las de IWC, y a la vez seguir encariñado con el primer reloj que llevó en la muñeca: un modelo que tenía calculadora en la pantalla y cambiaba los canales de televisión a distancia.

Cierta fama persigue a ciertos deportistas: de pocos temas pueden hablar si una conversación (o entrevista) no gira en torno al futbol. Con Juan Mata sucede todo lo contrario. Cuando millones de personas tenían puesta la mirada en el Mundial de futbol de Sudáfrica 2010, a él no sólo le preocupaban el balón y los once de la tribu, sino estudiar Marketing y Educación Física de manera simultánea. Además es bueno con los números: hubo una ocasión en que la Real Sociedad Matemática Española le pidió plantear un desafío matemático y Mata aceptó el reto. Hoy, que se ha familiarizado con la música indie, le ilusiona la idea de aprender a tocar la guitarra.

El asturiano habla de deporte si uno se lo pide, pero también disfruta platicar acerca de aquello que le apasiona fuera de la cancha. Si alguien le visita en Londres, presumirá del conocimiento que ha adquirido de la ciudad (a bordo de vagones de metro, autobuses y taxis) y será un excelente guía de turistas. Podrá conversar, con la misma facilidad, acerca de museos y zonas para ir de compras, o identificar los sitios donde Woody Allen filmó Match Point (2005).

En Messi, el goleador que nos despierta se va a dormir, el periodista Leonardo Faccio escribió que el futbolista más célebre de Argentina se aburre hasta con las series de televisión. A Mata le encanta leer. Conoce de memoria algunas líneas de Jorge Luis Borges y disfruta imaginar a los personajes de Paul Auster. «Paso tanto tiempo en aeropuertos, concentraciones y hoteles que me gusta tomar libros para desconectarme un poco del futbol. Lo que me encanta de la literatura es que te ayuda a evadir el mundo en el que estás». Juan aprovecha su tiempo libre para salir de viaje y postear fotos de los ejemplares que lee a bordo de un tren donde no solo viaja un futbolista estrella y campeón del mundo, sino un joven trotamundos que sale de casa con una mochila al hombro, como tantos otros chicos de su edad.

ESQUIRE: ¿Cuáles son los retos de jugar para un equipo multimillonario como el Chelsea?

JUAN MATA: A nivel deportivo, se trata de ganar títulos. Cada temporada el equipo pelea por títulos. Mi intención es mejorar como jugador para ganar.

ESQ: ¿Hay algún jugador que haya representado mucho en tu carrera?

JM: Cuando era pequeño, mi padre. Él también era futbolista y su ídolo fue Maradona. Siempre veía videos de él y a mí también me parecía un jugador irrepetible. Al crecer me interesó Pablo Aimar, de Argentina, que ahora está en un equipo portugués, y Zinedine Zidane, porque era un espectáculo.

ESQ: ¿Qué es mejor: el futbol español o el inglés?

JM: Depende cómo se valore. Son dos ligas diferentes. El inglés es más físico y de más ritmo. El español tiene que ver con la posesión. Lo cierto es que la liga inglesa, a nivel de espectáculo y organización, está muy bien. Estoy disfrutando mucho eso porque los estadios siempre están llenos.

ESQ: ¿Cuál es la situación del futbol español en este momento?

JM: La selección española está viviendo su mejor momento en la historia del país. Hemos ganado dos Eurocopas y un Mundial. Es cierto que este año los equipos alemanes superaron a los españoles y se han plantado en la final, pero equipos como Madrid y Barcelona siempre aspiran a cualquier título.

ESQ: Formas parte de la era de oro del futbol español. ¿Qué significa eso en tu vida?

JM: Es un orgullo. Me siento afortunado de estar viviendo este momento con la selección. Por suerte, llevo cinco años en la selección española, en la que hemos ganado prácticamente todos los torneos de un tiempo para acá.

ESQ: ¿Cuál es el principal reto para el Chelsea?

JM: A mí me encantaría ganar la Premier League. Es un título que no tengo. El Chelsea la ganó hace poco y sería fantástico repetirlo. Aquí hay jugadores de nivel y podemos conseguirlo.

ESQ: ¿Recuerdas tu gol más celebrado?

JM: Por el momento en el que fue, y porque estaban mi familia y amigos en el estadio, creo que el de la final de la Eurocopa cuando entré y marqué el cuarto gol. El último de la final, fue el más importante de mi carrera.

ESQ: Por último, ¿qué opinas del retiro de Sir Alex Ferguson?

JM: Independientemente del equipo en el que jugamos, todos tenemos un sentimiento de agradecimiento hacia él y hacia lo que aportó al futbol. Le deseo lo mejor en esta nueva etapa.