A mi hermana.
Este campo no ha visto la guerra.
Tablero de lava,
desierto en celo.
El mundo es otro por encima de tus hombros;
escupe esferas de vapor cenizo.
Veo un gigante de fuego cubierto de canas;
una morsa tumbada,
aletargada en la arena.
Su sopor es calma,
su vigilia es miedo.
Amo espiar el camino a tus espaldas.
Lenguas extranjeras,
viajeros perdidos.
Desde ahí el suelo está hecho a mano,
parchado con musgo,
arlequín estepario.
¿Y qué si miro detrás de tu cabello
este prado vacuo
plomizo
de magma muerta?
En la cara oculta anticiparé el alivio
de que aún me sonríes
y el gigante abrirá los ojos
para devorar el tiempo.
Nota: gracias, Sandra y María; ustedes saben por qué.