Este soy yo: Jorge F. Hernández

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Originalmente publicado en Esquire no. 83 (PDF aquí)

Escritor, 53 años, Ciudad de México

> Lo que más me dolió al revisar los textos que recopilé para este libro [Solsticio de infarto] fue releer cómo me tuve que despedir de Eliseo Alberto, que fue como mi hermano mayor. No pasa un solo día sin que lo extrañe.

> Cuando Lichi [Eliseo Alberto] ganó el Premio Alfaguara, ambos estábamos en el Hotel Palace. Le llamé y me dijo: “Jorgito, enhorabuena, quedaste finalista”. Le respondí que estaba en el lobby y que iba a matarlo. Colgó y como a los diez minutos bajó con su guayabera de siempre. Quiso saber si de verdad lo iba a matar. Le respondí que no, pero que al menos le rompería la madre. Y me dijo: “¿De veldá?”. Y le dije: “No, creo que mejor nos vamos a emborrachar”. Y nos aventamos una peda de 18 horas que pagué yo.

> Pasé años queriendo escribir una columna, porque [Adolfo] Bioy Casares decía que son laboratorios para soltar la mano.

> Publiqué mi primer cuento a los 17 años, pero una cosa es publicar un texto y otra es comprometerte a escribir una columna cada ocho días. Lo que Bioy Casares no me dijo fue que el principal problema de publicar una columna es el espacio. Si no te ajustas a lo que te piden, te arriesgas a que otro te recorte. Recuerdo una ocasión en que un editor le cortó el último párrafo a un texto que entregué. No lo entendió ni mi mamá.

> Tengo una columna en El país desde hace 18 meses. Como en España no me conoce nadie, a cada rato me piden fotos. No quieren publicarlas, sino saber cómo soy. Seguro se imaginan que soy un viejito o un metrosexual.

> El otro problema de las columnas es la prisa. Una vez escribí una columna en 11 minutos. Ha sido mi tiempo récord. Cuando mis hijos estaban chicos, se asustaban mucho. Pobres, creían que iba a llegar un policía especializado en columnas y diría: “Vengo a arrestarte porque no entregaste a tiempo tu texto”. Así que le decía a mis hijos: “¡Ayúdenme a escribir!”.

> Mi columna se llamaba “Agua de azar” porque yo sí creo en el azar. Diario veo coincidencias muy raras. Algunas me provocan miedo. Por ejemplo, sueño con familiares en el instante en el que mueren. Recuerdo a mis amigos el día que se divorcian. Me pasa diario, desde niño.

> Nunca me han corregido un texto por razones ideológicas ni por erratas.

> Normalmente escribo a mano, lleno libretas y de ahí surgen los textos. “Agua de Azar” está contenida en 60 libretas.

> Siempre se nota cuando alguien no te lee. Te das cuenta porque un día escribes sobre Popeye y a la semana el editor te pregunta: “¿Por qué no escribes algo sobre Popeye?”. Me han publicado sin leerme.

> Las redes sociales han multiplicado el número de lectores. Hace dos semanas publiqué un texto sobre García Márquez y lo leyeron 62,000 personas. Si hubiera podido cobrar un peso por cada lectura, no estaríamos aquí. Tu fotógrafo me estaría haciendo retratos en la playa.

> Conforme ha pasado el tiempo –y sobre todo después del infarto que sufrí– me ha dado por releer a los muertos. Tengo un rollo con mis propios fantasmas.

> Cuando elijo un libro nuevo para leer, suelo ser muy adepto a lo que me dijo Fernando Benitez alguna vez: “Llega a la librería y fíjate en la portada.” Por eso, si una portada está del carajo, no lo llevo.

> Cada año releo El Quijote. Hasta ahora lo he hecho 28 veces.

> Mi padre fue imitador de voces en XEW. Yo hago algunas imitaciones y mis hijos lo heredaron. Otros escritores lo han hecho. Cuando Dickens escribía, hacía la voz de Scrooge. Su hija lo escuchó y le dijo que se presentara en teatros.

> Mis hijos tocan todo lo que tenga cuerdas. Yo toco guitarra y en Oaxaca se nos ocurrió que la mejor manera de homenajear a [Juan] Villoro era cantarle. El video está en Youtube y cada vez tiene más vistas. Se llama “Homenaje musical a Juan Villoro”. Ya le escribí un título nuevo: “All You Need is Juan”.

> Crecí en Estados Unidos. Viví ahí hasta que cumplí 14 años. En mi escuela se hizo el piloto de Plaza Sésamo y ese día llegué a casa y le dije a mi papá que habían ido unos pinches títeres muy chistosos y que harían un programa de televisión con eso. Mi papá me preguntó: “¿Crees que funcione?”. Y le dije: “Están muy padres, son muppets”.

> Octavio Paz me invitó a trabajar en Vuelta y un día me dijo: “Me parece que tienes una propensión a hilar gratitudes, y eso es difícil”. En todas las reseñas y textos que escribía predominaba una intención por agradecer y hablar bien de otros. Yo siempre trato de agradecer. Por ejemplo, cuando alguien me invita a presentar un libro, siempre lo leo y agradezco todo lo que aprendí con la lectura.

> Hay un cajón lleno de cosas que no he querido tocar. Yo soy historiador de oficio, así que tengo huecos del pasado en los que aún me falta bucear. Hay épocas a las que aún no me atrevo a volver, porque aún no estoy dispuesto a encararlas, pero que involucran temas que eventualmente aparecerán en alguna novela o cuento.

Puros cuervos

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Originalmente publicado en Esquire no. 83 (PDF aquí)

La primera producción original que Netflix estrena en español se rodó en México bajo la dirección de Gaz Alazraki, creador de Nosotros los Nobles. Esto es Club de cuervos.

     Gaz (Gary) Alazraki tiene 33 años y ya hizo historia en el cine y la televisión de México. En su momento, Nosotros los Nobles (2013) nos hizo reír, impulsó la carrera de actores como Karla Souza y Luis Gerardo Méndez y rompió récords de taquilla. Con esa, su primera película, Alazraki recaudó más de 26 millones de dólares, casi el doble que El crimen del padre Amaro (2002), que tenía el récord desde su estreno más de 10 años atrás.

      Ahora toca el turno de llevar su talento a la televisión. En mancuerna con Netflix, el mexicano dirige Club de cuervos, la primera producción en español que se transmitirá en los más de 50 países que cuentan con el servicio de streaming. Con una mezcla de drama y comedia, la serie se enfoca en una familia rica que tiene un equipo de futbol. La historia arranca con la muerte del patriarca en la ciudad ficticia de Nuevo Toledo y en ella actúan Luis Gerardo Méndez, Mariana Treviño y Daniel Giménez Cacho. El protagonista y el director de la serie nos hablaron sobre ella, que estrena sus 13 capítulos este mes de manera simultánea.

ESQUIRE: Club de cuervos será la primera serie latinoamericana de Netflix. ¿Cómo enfrentaron ese reto?
GAZ ALAZRAKI: Traté de mantener una visión muy universal cuando estaba tomando las decisiones creativas. Quería que fuera una serie orgullosamente mexicana, con un léxico muy mexicano, que a la vez abordara temáticas universales, como la mala distribución de la riqueza o lo que sucede cuando el poder cae en las manos equivocadas, por mencionar algunos ejemplos. Creo que eso es algo con lo que muchas personas, incluso fuera de México, nos podríamos identificar.

ESQ: ¿Siempre supieron que el tono debía ser cómico, a pesar de que la temática es tan dura?
LUIS GERARDO MÉNDEZ: Gary y yo siempre quisimos hacer algo arriesgado y eso permea en la serie. Gracias a eso, los personajes son tanto oscuros y patéticos como divertidos. No son siempre adorables porque también hacen cosas complejas y terribles y creo que eso es lo interesante de esta serie, que es una comedia que de pronto no es tan chistosa, porque en ella ves reflejada a gente que conoces muy bien no sólo en México sino en todo el mundo. En ese sentido, el riesgo viene de la mano con trabajar en mancuerna con Netflix y lo asumimos con gran responsabilidad.

ESQ: En una región donde la comedia se representa con un pastelazo o un chiste fácil y el drama está en las telenovelas, ¿cómo diferenciarse de eso?
LGM: Cuando empezamos la serie fue muy chistoso. Muchos productores —no voy a decir nombres-— se nos acercaban a preguntarnos: “¿Cómo van?, ¿están divertidos los guiones?, ¿les está yendo bien?” porque saben perfectamente que si esto funciona se abrirán las puertas para otras producciones en México. Entonces, al principio sí cargábamos con la presión, pero un día Gary y yo nos volteamos a ver y dijimos: “Fuck it, güey, de lo que se trata es de que esto nos guste a nosotros y de que sea divertido”. Y yo tengo una máxima en mi vida, que es que siempre quiero hacer proyectos que a mí me gustaría ver. Y en ese sentido esa es la forma de diferenciarse de lo que acabas de decir. Pensamos en cómo hacer un proyecto que también a nosotros nos hiciera morir de risa y que cada que se acabe un capítulo nos deje enganchados con ganas de ver más. Además, Gary hizo un trabajo extraordinario reclutando a guionistas estadounidenses que han trabajado en series como The Sopranos, Californication y Two and a Half Men, que tienen herramientas de trabajo que no tiene nadie en el país y que nos ayudaron a crear este proyecto.

GA: Y hay otra cosa importante: cuando comparas el modelo de negocio de Netflix con el de una televisora convencional, particularmente mexicana, te das cuenta de que el modelo está diseñado para que sus contenidos funcionen de forma distinta. Es decir, la televisión abierta no suele ser dolorosa. No puede agredir a mucha gente, sino apelar a las masas, así que el contenido debe ser muy accesible y tocar temas que sean muy rosas. El modelo de Netflix pide que desarrollemos una relación muy íntima con el público que elija ver nuestra serie. Entonces tuvimos que hacer justo lo contrario: decir las cosas que en otro sitio no te atreverías a decir en voz alta, que vas a hablar en terapia. Eso transformó nuestro trabajo en algo extremadamente honesto, abierto y duro.

ESQ: ¿Qué les aportó la experiencia de trabajar con escritores de series de televisión estadounidense?
GA: Para empezar, hábitos de trabajo, secretos que ellos tenían, como tener un taquígrafo en el cuarto de guionistas para tomar apuntes de todos nuestros comentarios, la disciplina de mandar esos apuntes a los escritores, aprender cómo se desarrolla toda la temporada y el modelo del personaje. Es decir, a fin de cuentas, un avaro en Chile es igual a uno en China y uno en Estados Unidos. Entonces, aprendimos a lograr que el humor se burle de cosas universales sin que deje de ser específico de una región.

LGM: Creo que nunca había estado en un proyecto que implicara tanto trabajo en equipo como éste. Los guionistas vinieron a México y se entrevistaron con futbolistas, árbitros, prostitutas y con toda la gente que está involucrada en el futbol de México. Entienden el país, los valores universales, la guerra de sexos, la ambición, el poder, la traición y cómo todo eso es igual en otros países. Y cuando llegaron los guiones, tanto Gary como los actores tuvimos que entrar a ese universo que no existe y se llama Nuevo Toledo para darle una identidad.

Encuentro de dos mapas

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Originalmente publicado en Esquire no. 82 (PDF aquí)

El mexicano Roberto Wong unió en su primera novela, París D.F., dos capitales del mundo. Y también obtuvo el Premio Dos Passos.

     Un día de 2012, Roberto Wong comenzó a estudiar dos mapas sobrepuestos. No había escrito ni una letra de París D.F., su primera novela, pero ya sabía que su protagonista se movería entre las capitales de Francia y México. El tejido con el que Wong las enlaza podría ser sólo la estructura narrativa de su libro, pero en la vida del mexicano de 33 años es un fenómeno anecdótico: hace casi una década, por la relación que inició con una mujer francesa, se obsesionó con París. Wong entraba y salía de Francia a través de los viajes que emprendía con su novia y las lecturas que hacía de Rayuela, de Julio Cortázar. “Empecé a escribir la novela no como un acto sentimental, sino como un homenaje a esas lecturas que desataron mi anhelo por convertirme en escritor”, dice Wong. Él quería mostrar que París es un símbolo, y lo logró: empalmando los mapas de ambas metrópolis identificó puntos convergentes —El Zócalo y Notre Dame, por ejemplo— y confeccionó una ciudad imaginaria, tan vertiginosa y palpitante que parece real.

     El protagonista de París D.F. se llama Arturo. Es un mexicano que trabaja en la Farmacia París porque cree que su empleo lo acerca a la ciudad que, para él,  encapsula la perfección. “Es un juego de espejos. Arturo plantea París como un ideal pero luego descubre que es una serie de lugares comunes”. La historia de Arturo inicia con un crimen: un asaltante entra a la farmacia y, cuando es derribado por la policía, todo se transforma. Preguntarse qué hubiera pasado si una bala lo alcanzaba sume al protagonista en una especie de letargo que adelgaza la línea que divide sus delirios de su realidad.

      Dos voces se cruzan en París D.F. Por un lado habla Arturo y por otro hay un narrador en tercera persona, que es como una cámara aérea para comprender la trama desde otra perspectiva. “Decidí usar estos narradores para retratar distintos viajes dentro de esa ciudad imposible”, dice Wong. Además está Nadia, la obsesión de Arturo. Ella, como París, es una metáfora de la perfección. Al pasar las primeras páginas de la novela es difícil saber si es real o no, pero por el modo en el que Arturo la describe, es imposible evitar imaginarla.

       A Roberto Wong le tomó un año terminar París D.F. Su ambición no sólo era cuadrar mapas, sino sus expectativas como escritor novel con las líneas que plasmaba en papel. Pasó días escribiendo y destrozando sus propias palabras pero, a fines de 2014, un mensaje desde Madrid probó que todo había valido la pena: había ganado el Premio Dos Passos a la Primera Novela, otorgado por miembros del ámbito cultural español. “No podría estar más contento, pero sé que la literatura no es un premio ni una publicación, sino lo que sucede cuando regresas a casa, quieres volver a escribir y te das cuenta de que lo escribiste no está a la altura de lo que esperabas”. Wong cree que la literatura es un combate continuo, pero no le importa enfrentarlo si con ello llegará el día en que pueda decir: “Estoy medianamente satisfecho”.

Este soy yo: Arnold Schwarzenegger

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Originalmente publicado en Esquire no. 82 (PDF aquí)

Actor (y Teminator), 67 años, Austria (y Skynet)

> Mis hijos se emocionaron mucho cuando les dije que sería Terminator otra vez. La gente ama al personaje tanto como a la franquicia, y quieren ver una historia nueva sobre el tema.

> Fue muy divertido regresar a este mundo de ficción, en especial porque el guión es genial. [Terminator Genisys] tendrá grandes sorpresas. Me dio mucho gusto que David Ellison (World War Z, 2013) se hiciera cargo de la producción de la cinta porque él es un entusiasta de la historia original. Había sido fanático de ella desde niño, y eso siempre ayuda.

> En Terminator Genisys participaron escritores extraordinarios, además de gente dispuesta a invertir en el proyecto a gran escala. Y claro, tuvimos el apoyo incondicional del estudio.

> Durante la filmación estuve rodeado de mucho talento. J.K. Simmons, por ejemplo, es un tipo al que me la pasé elogiando en el set porque interpreta a su personaje [el detective O’Brien] de manera impresionante. Sé que el suyo es distinto al personaje original, pero todo el tiempo le decía que no podía creer cómo lograba ser exactamente igual a ese policía. Era de lo más extraño observarlo, y él sólo me respondía: “Muchas, muchas gracias”. Y también estuvo Emilia [Clarke], que tuvo la fortuna de interpretar a Sarah [Connor], ese papel que hizo Linda Hamilton y cuyo trabajo fue extraordinario. Emilia aceptó someterse a todo: a la dieta, a manejar armas, a trabajar con dobles, a todo. Fui muy feliz con la gente que me rodeó porque una película como ésta no depende de una sola persona. Es un trabajo de colaboración que está sujeto a un director magnífico, a buenos escritores y al demás talento que contribuye a que la cinta brille.

> Creo que James Cameron está muy contento con este proyecto. Hablo con él muy seguido porque somos muy buenos amigos.

> No me siento presionado por la posibilidad de que la gente compare esta cinta con la original. Lo que siento es que siempre debes de comprometerte con una película que tenga una gran historia.

> Tengo hijas y sí soy un padre protector, así que no sentí que comportarme de modo similar con Emilia [Clarke] estuviera fuera de lugar. Fue divertido interpretar a su guardián y a la vez, crear situaciones cómicas, especialmente cuando llega otro hombre a escena y yo soy esa especie de figura paternal para ella. Lo curioso es que como hombre, puedo comprender la situación, pero para mi personaje es muy distinto. Sin embargo, la resolución de ese conflicto se logró muy bien en el guión.

> Mi principal reto fue que mi personaje no perdiera su esencia como máquina, hacer las escenas de acción y mantener la concentración. También tuve que seguir el ritmo del rodaje. Filmamos en muchos sitios y eso no siempre es sencillo.

> Lo que más me gusta de mi personaje es que se trata de una máquina con una cantidad interminable de poder y energía. De algún modo es indestructible. No diría que tiene corazón, pero en la segunda película [Terminator 2: Judgment Day, de 1991] logra adaptarse a la conducta humana. En esta nueva cinta trataron de conseguir algo similar. En Terminator Genisys hay una escena en la que Emilia me abraza y le pregunto: “¿Para qué aferrarte a algo que sabes que debes dejar ir?”. Es decir, mi personaje simplemente no tiene idea de por qué Sarah lo abraza y su pregunta demuestra que es insensible, al grado de que ella lo mira como si pensara: “Dios, ¿es en serio? ¿Algún día vas a aprender lo que sienten los seres humanos?”. Por eso esta cinta tiene cosas espléndidas: siempre nos recuerda que él es una máquina y que tiene mucho que aprender.

> Acabo de estar en Budapest. Di un discurso motivacional. Doy muchos discursos del estilo. Muchas instituciones de negocios me invitan para participar en eventos empresariales y decirles cómo pueden ser ganadores y aplicar mis seis reglas para el éxito.

> ¿Cuáles son esas reglas? Lo principal es tener una visión clara del objetivo al que quieres llegar. No escuches lo que los demás dicen de ti. Trabaja como bestia. Devuelve algo, no sólo pidas.

> Me han preguntado por qué sigo actuando si puedo ganar dinero sólo con mis discursos motivacionales. Y sí, sí gano millones de dólares con ello, así que estoy muy feliz con ese trabajo aunque no sea mi profesión principal. Sé que cuando termine con la serie de Terminator habrá alguien que me invite a eventos donde podría hablar no sólo de motivación, sino también de salud y de política. Es decir, puedo tener actividades variadas para no aburrirme cuando tengo tiempo libre. Lo maravilloso de mi vida es que puedo hacer un poco de todo: películas, negocios, tengo un instituto y además, puedo promover la salud y el ejercicio.

> Todavía hago mis propias escenas de acción. Lo hice en esta película y no tengo ningún problema con ello. Creo que esa es la ventaja de mantenerme en forma y hacer ejercicio todos los días. Es cierto que antes tenía mayor resistencia a las lesiones, pero cuando estás en forma te sientes muy bien y eso siempre es un beneficio.

A los pies de Emilia Clarke

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Originalmente publicado en Esquire no. 82 (PDF aquí)

Hace cinco años dejó Inglaterra para conquistar los siete reinos de Game of Thrones. Hoy deja sus dragones y su melena rubia para interpretar a una de las mujeres más emblemáticas del cine: Emilia Clarke es Sarah Connor en Terminator Genisys.

     Ella está en su habitación, a puerta cerrada, pero desde el pasillo se escucha su risa, que crece y estalla en una carcajada ronca que atraviesa las paredes del hotel. La puerta se abre y frente al ventanal no hay una Khaleesi acariciando a sus dragones. Sobre la alfombra ceniza, unas zapatillas blancas sostienen a Emilia Clarke, que viste una falda corta con estampado de flores verdes y un suéter claro que lleva arremangado por debajo de los codos. Aún ríe. Cuando me ve entrar, se lleva las manos a la cintura y grita un saludo eufórico. Más que una amazona feroz, parece una muñeca de pastel.

    Siempre sonríe, y esa sonrisa suya derrite como un caramelo en una tarde helada. Nada en su expresión de niña traviesa revela que esta británica de 28 años se atrevería a mordisquear el corazón ensangrentado de un caballo, como el personaje que interpreta en Game of Thrones. En la serie de HBO, en la que actúa desde 2011, Daenerys Targaryen inicia su viaje heroico como una huérfana asustadiza; cinco años después es una mujer vengativa y voraz que ordena degollar a sus enemigos y tiene a su servicio a bestias que escupen fuego.

     Daenerys Targaryen es implacable. Peinada con trenzas podría intimidar a mafiosos como Walter White y Tony Soprano. Emilia Clarke siempre tiene las mejillas rosadas y la mirada de quien está a punto de decir: “Ven, te invito a cocinar bombones en una fogata”. Suele referirse a su personaje como “Dany” y en 2010, cuando audicionó para obtener el papel, no hizo alarde de su furia: aquel día estaba tan nerviosa que cuando uno de los productores le pidió que bailara, ella comenzó a aletear como un pollo.

      Enloquecer a más de siete millones de personas durante 10 domingos al año tiene un precio: Emilia Clarke despierta pasiones e insensateces. Algunos fanáticos le gritan “¡Khaleesi!” a media calle. Muchos no conocen su nombre, pero le piden: “Madre de los dragones, hoy es mi cumpleaños, ¿podrías cantarme ‘Happy Birthday’?”. La prensa le pregunta si ya se acostumbró a la peluca platinada que usa cuando interpreta a “Dany”, si siempre ha tenido esas cejas tan definidas y si su padre la regañó cuando apareció desnuda en Game of Thrones. Emilia responde a todo como si le estuvieran preguntando cuál es su postre favorito. Siempre sonríe. Siempre derrite a quien la mira.

      Emilia Clarke no es una estrella. No es Hollywood. No es glamour. No se baña en maquillaje para convivir con sus fans en eventos como Comic-Con ni para conversar con la prensa. Su melena castaña cae en ondas suaves bajo los hombros. Parece que a sus manos pequeñas y enrojecidas nunca les han hecho manicure. Tampoco es extremadamente delgada, no vive a dieta ni presume las horas que pasa en el gimnasio. Es carne y hueso y una sonrisa que te hace sentir gracioso, inteligente y buen conversador.

      Emilia ríe cuando recuerda sus torpezas. Nació en Londres y desde finales de los años 80 le dijo a su padre —un diseñador de sonido que trabaja en el teatro— que quería ser actriz. Cuando cumplió 11 años fueron juntos a una audición para una obra de West End y se formaron detrás de otras 80 niñas que también deseaban el papel. Una vez en el escenario, el director le pidió a Emilia que interpretara un tema del musical británico por excelencia: Cats. Ella, como en su audición de Game of Thrones, entró en pánico. En vez de “Memory” empezó a cantar un tema que aprendió en la escuela (que se llamaba“Donkey Riding”), pero su iniciativa fue rechazada. Al darle una segunda oportunidad —“muéstranos algo más contemporáneo”—, Emilia recordó la letra de “Be My Lover”, de las Spice Girls, y comenzó a bailar “Macarena”. A su alrededor, sus competidoras reían. Desde las butacas, su padre se cubría la cara con las manos.

       La madre de los dragones dice que aún hay mañanas en las que despierta y debe pellizcarse un brazo: el prestigio que le ha dado Game of Thrones es lo que siempre había soñado, pero sigue sin creer que sea real. Cuando audicionó para la serie, poco después de graduarse de la Escuela de Arte Dramático de la Universidad de Londres, viajó a Los Ángeles y antes de volver a casa se robó todas las bolsas de té del restaurante del hotel. Estaba segura de que no obtendría el papel ni volvería a hospedarse en un lugar como aquel. Pero lo consiguió, y ahora hay mujeres que se disfrazan como ella, revistas que quieren fotografiarla para sus portadas y directores que le piden protagonizar sus obras de teatro en Broadway.

     En 2013, Emilia se mudó a Nueva York para protagonizar una adaptación de Breakfast at Tiffany’s, la novela de Truman Capote, y poco después uno de los grandes estudios de Hollywood le ofreció revivir a Sarah Connor en Terminator Genisys, un personaje tan fuerte y emblemático como la gobernante que interpreta en Game of Thrones.

      En el cine y la televisión Emilia Clarke podrá gritar, empuñar armas y lanzarse a la guerra, pero cuando no actúa es lo que ha sido siempre: esta tarde, en su mirada verde aún está la ex bartender torpe que confiesa que sólo sabía preparar amaretto sour, la cinéfila obsesionada con Audrey Hepburn y la británica de 28 años que estalla en carcajadas que atraviesan paredes cuando confiesa que algún día cumplirá el sueño de llegar a una fiesta disfrazada de tortuga ninja.

ESQUIRE: ¿Qué se siente ser la nueva Sarah Connor?
EMILIA CLARKE: Siento mucha presión [ríe]. Fue difícil seguir los pasos de Linda Hamilton, porque ella creó uno de los personajes femeninos más emblemáticos del cine. Me cuestioné mucho sobre el proyecto, pero nunca se me ocurrió abandonarlo. El guión de la película es simplemente genial. Como plantea un contexto diferente, me dio la posibilidad de trabajar en Sarah desde cero, y para mí fue maravilloso expresar mi propia visión e inventar una nueva esencia para ese personaje que creó James Cameron.

ESQ: No imagino cómo fue interpretar ese papel, ¡y menos con Arnold Schwarzenegger como tu coestrella!
EC: ¡Es un icono! Cuando vas a trabajar con alguien así te imaginas que tendrá un ego inmenso, pero lo increíble de Arnold es que para nada es así. Aprendí mucho del modo en el que se conduce en el set, de cómo se maneja en una producción y de cómo se relaciona con otras personas.

ESQ: ¿Cuál fue tu mejor momento con él?
EC: Tuvimos grandes momentos. Hubo mucho humor como el que encontrarías en una relación padre e hija. Incluso cuando descansábamos de la filmación, entre una escena y otra, bromeábamos con eso.

ESQ: Ni siquiera habías nacido cuando se estrenó la primera película en 1984. ¿Cómo ha sido tu experiencia con la franquicia?
EC: Mi hermano estaba obsesionado con ella, así que me obligó a verla desde que era muy pequeña y me gustó mucho. ¿Sabes qué es curioso? Recuerdo que cuando estaba preparando mi personaje para Game of Thrones dediqué tiempo a ver el trabajo de mujeres que fueran muy poderosas en la pantalla para tratar de encontrar la esencia de lo que eso significaba, y Terminator fue una de las películas que vi. Por eso, tener la oportunidad de interpretar ahora a Sarah ha sido increíble.

ESQ: ¿Qué iconos femeninos te influyeron cuando eras pequeña?
EC: Estaba muy obsesionada con Audrey Hepburn [ríe], especialmente con My Fair Lady (1964), que protagonizó con Rex Harrison. También me gustaba Lucille Ball, de
I Love Lucy (1951). Era una de mis ídolos.

ESQ: Todos tenemos un episodio favorito de I Love Lucy. ¿Cuál es el tuyo?
EC: Ay, Dios, hay muchísimos. Cuando no podía dormir veía el programa sin falta por las noches. Ah, espera, ¡ya recuerdo uno! Hay uno increíble cuando ella hace
vino [ríe].

ESQ: ¿El de las uvas?
EC: ¡Exacto! ¡El de las uvas! [ríe] Ese era buenísimo, y luego hay otro donde creo que ella y Rick se quedan atrapados en México y no pueden regresar, así que ella se tiene que esconder.

ESQ: Leí que antes de protagonizar Game of Thrones tuviste muchos trabajos, y que uno de ellos fue en telemarketing. ¿Es cierto?
EC: Sí, en un call center. Trabajaba en una organización de beneficencia, así que mi trabajo era hablar de eso con la gente: “Hola, sé que seguramente ya contribuyes con nuestra beneficencia, pero necesito que me des más dinero” [ríe]. ¿Te imaginas lo complicado que era? ¡Además era terrible para eso! Malísima. Me olvidaba de lo que tenía que hacer y empezaba a preguntarle a la gente cómo se sentía, si estaba triste por algo. “Háblame de ti.” Y entonces mis jefes me regañaban y me decían: “¡Deja de hacer eso! ¡Tu trabajo es vender!”. Y les respondía que no podía, que estaba teniendo una conversación agradable [ríe].

ESQ: ¿Y la gente era amable contigo?
EC: ¡Sí, mucho! Es extraño, pero nunca tuve la mala suerte de hablar con alguien que fuera grosero. Lo que sucede es que mi trabajo era seguir en contacto con gente que ya había donado a esa organización, es decir, que estaba involucrada y de algún modo le afectaba emocionalmente. Así que supongo que se ponían tristes.

ESQ: ¿Entonces todos querían hablar contigo por teléfono?
EC: Sí.

ESQ: ¿Y aguantaban mucho tiempo en el teléfono?
EC: Pues sí… es que les hacía muchas preguntas [ríe]. Era terrible.

ESQ: ¿Cuál fue el peor regaño de tu jefe mientras tuviste ese trabajo?
EC: Me despidió [ríe]. ¡Fue terrible!

ESQ: ¿Alguna vez te despidieron de otro trabajo?
EC: No, pero creo que fue porque me las arreglé para irme antes de que volviera a sucederme [ríe].

ESQ: ¿Todavía te pones nerviosa cuando pides trabajo?
EC: ¡Definitivamente! Siempre que te presentas en una audición estás ante un trabajo que deseas y no tienes asegurado. Si no estás nerviosa quiere decir que no lo quieres de verdad.

ESQ: ¿Cómo fue la audición para interpretar a Sarah en esta película?
EC: Fue grandiosa, pero me dejaron esperando un rato, eh. Durante un par de semanas sentía que me faltaba el aire y pensaba: “Ahhhhh, Dios, ¿lo conseguí o no?”. Estaba un poco asustada.

ESQ: ¿Qué te pidieron hacer?
EC: Tuve que interpretar dos escenas de la película. Fueron dos audiciones distintas. En una de ellas tuve que reunirme con el director y los productores. Pero eso es normal cuando se trata de una película tan grande como ésta, porque todo el mundo tiene que estar convencido de que el protagonista es el indicado para el papel.

ESQ: Tomando en cuenta a Sarah Connor, sería la segunda vez que interpretas a mujeres jóvenes que deben lidiar con situaciones muy complejas. ¿Te identificas con ellas?
EC: Creo que todos los seres humanos hemos tenido que lidiar con algo difícil, sin importar qué. Entonces, enfrentarme con ese sentimiento es lo que trato de transmitir mediante mis personajes, aunque obviamente sea a una escala de intensidad mucho mayor.

ESQ: ¿Me puedes hablar de alguna vez que te hayas sentido así?
EC: Sí, cuando estaba en la escuela era muy insegura. No era una de las chicas populares, ¿sabes? Así que tuve que aprender a sobrellevarlo. Era una persona muy vulnerable, y cuando eres niño puede ser algo muy, muy difícil. Así que traté de concentrarme lo más posible en mi trabajo y de pronto, resultó que era buena para ello, así que entré a clases de arte dramático y seguí trabajando en ello.

ESQ: La escuela de arte dramático donde estudiaste era difícil, ¿verdad?
EC: Sí, se llama Drama Centre, pero todo el mundo la llama Trauma Centre [ríe] porque el entrenamiento que nos daban era brutal.

ESQ: ¿Y aún tienes algún trauma de Trauma Centre?
EC: ¿Traumas de Trauma Centre? [ríe] Claro, en general, nos destruían. Y nos destruían en serio. Sin embargo, siempre le he tenido mucho respeto a la actuación y creo que eso me ha mantenido con los pies en la tierra a lo largo de mi carrera. Me parece que es una fortuna. Creo que no hubo nada que me volviera loca. Eran muy duros con sus críticas, pero nada que me dejara una huella para siempre.

ESQ: ¿Ha cambiado lo que sientes por tu carrera ahora que trabajas en proyectos inmensos de cine y tv?
EC: Lo que sucede es que ahora puedo hacerlo con mucha más frecuencia. Lo más frustrante de estar desempleado es no poder actuar. Olvídate del dinero: lo verdaderamente terrible es no poder trabajar en eso que amas y para lo que te preparaste. Así que lo que más aprecio de mi trabajo es eso: que puedo trabajar en lo que amo, que puedo salir de casa para dedicarme a ello.

ESQ: Sales a la calle y la gente te llama Khaleesi pero ahora te dirán Sarah…
EC: ¡Es cierto! Y yo tendré que seguir contestando: ¡Mi nombre es Emilia! [ríe].

ESQ: ¿Ya te acostumbraste?
EC: No, depende de la intensidad. Vivo en Londres y físicamente no me parezco a Daenerys, así que puedo moverme por la ciudad con relativa facilidad, pero sí me pasa con alguna frecuencia y normalmente me sorprendo tanto como ellos [ríe].

ESQ: ¿Te sorprendes?
EC: Pues es que normalmente no están esperando toparse conmigo, así que cuando lo hacen empiezan a gritar: “¡Ay por Dios, eres esa chica del programa de televisión!”. Y yo grito: “¡Ay por Dios, y tú estás en la tienda en la que compro verdura!” [ríe].

ESQ: Ok, eso en Londres. ¿Y cuando viviste en Nueva York?
EC: Uf, sí, eso fue más fuerte, en Nueva York la gente tiene más confianza.

ESQ: ¿Para la filmación de Terminator Genisys tuviste que mudarte a San Francisco?
EC: No, estuvimos en Nueva Orleans.

ESQ: ¿Y qué tal?
EC: ¡Muy caluroso! [ríe] Había mucha humedad. Es un lugar lindísimo, donde hay música espectacular. Pero teníamos que trabajar mucho, así que desafortunadamente no tuvimos mucho tiempo para salir y relajarnos.

ESQ: ¿Y cómo te trataron los fans ahí?
EC: Me pasó algo muy chistoso. Un día estaba corriendo en una escena y sudaba de una manera que no podrías creer. Entonces, entre el calor, el sudor y el cansancio me estaba costando muchísimo trabajo filmar. De pronto apareció una chica que me quería tocar el hombro y me gritaba: “¡Ay por Dios, eres tú!”, y yo no podía ni responderle porque me estaba asfixiando [ríe]. Me faltaba el aire, así que lo único que pensaba era: “Sólo dame un segundo, llevo 10 minutos muriendo y tratando de terminar esta escena”. Al final me tomó una foto, pero estoy segura de que fue la peor selfie de la historia de la humanidad [ríe]. Sé que yo estaba goteando sudor, así que estuve a punto de gritarle que por favor esperara hasta que me bajara de donde estaba para verme presentable.

ESQ: Cuando te vemos en el cine y en la tele siempre estás salvando al mundo o algo así. ¿Qué haces cuando estás sola en tu casa?
EC: Como trabajo mucho es muy difícil que me tome unas vacaciones, así que cuando tengo tiempo libre mis tres prioridades son: familia, amigos y comida.

ESQ: ¿Qué tipo de comida?
EC: ¡Toda! Soy fanática de la comida y mi papá es un gran cocinero, así que me gustan las cosas curiosas. No soy el tipo de chica que pide una pizza y papas a la francesa, sino un plato de roast beef, una ensalada con muchos ingredientes o un pan artesanal recién horneado. Lo que me encanta es que sea algo elaborado. Además me gusta mucho cocinar, ir al mercado a escoger los ingredientes frescos.

ESQ: ¿Qué cocinas?
EC: Me gustan muchas cosas. Me gustan los platillos del mar y también hornear.

ESQ: ¿Te das tiempo para cocinar cuando invitas gente a casa?
EC: Cocino mucho para mí, pero también para mis amigos. Para mi familia no, porque cuando se organizan eventos familiares mi papá es el que se hace cargo de todo.

ESQ: ¿Él sigue trabajando en el teatro?
EC: Así es.

ESQ: ¿Su trabajo te influyó para que te convirtieras en actriz?
EC: Mmm, creo que siempre quise ser actriz. Me han dicho que tenía dos o tres años cuando lo dije por primera vez. Y creo que cuando tienes esa edad parece algo muy dulce: “Quiero actuar”, y entonces todos te miran con ternura. Cuando cumplí 18 y entré a la escuela de arte dramático, me tomaron más en serio. También me di cuenta de que tendría que trabajar mucho y que quizá sería muy difícil que consiguiera un empleo. Y pronto entendería lo difícil que es eso. Curiosamente, el proceso de comprender que ya no era una niña también fue a los 18, cuando vi que además de estudiar, tendría que trabajar mucho para conseguir una carrera como actriz. Pero bueno, sobre lo que mencionabas, definitivamente sí: ir con mi papá al teatro, estar con él tras bambalinas y ver de cerca su trabajo sí fue una influencia para mí.

ESQ: ¿Tienes hermanos?
EC: Uno mayor.

ESQ: ¿Él también está involucrado en el medio?
EC: Él no es actor, pero está estudiando para convertirse en director de fotografía de cine.

ESQ: Wow.
EC: ¡Ya sé! Siempre ha tenido un ojo genial para la fotografía así que ahora de verdad está aprovechando sus habilidades con la cámara.

ESQ: Tú ya tienes el trabajo de tus sueños, pero ¿hay algún personaje específico que te gustaría interpretar en el cine o la televisión?
EC: Sí, hay muchos. Tengo muchas ganas de doblar la voz de algún personaje animado de Pixar. Mmm, ¿qué más? Ah, sí, ser una Chica Bond, ¡obviamente! [ríe]. Y también me gustaría trabajar con [Martin] Scorsese en alguna de sus bellísimas e intensísimas películas. Ah, y también con Shane Meadows. Es un cineasta británico increíble con el que me encantaría trabajar en algo. ¡Así que hay muchos!

ESQ: Terminator Genisys vuelve a contar la historia desde cero. Si pudieras elegir un reboot para protagonizar, ¿cuál sería?
EC: ¡The Apartment! Me encantaría tener el papel que en la versión original fue de Shirley MacLaine. ¡Y claro, My Fair Lady! ¡Me fascinaría! [ríe]

ESQ: ¿Ves películas y series cuando tienes tiempo libre?
EC: Sí, muchas.

ESQ: ¿Qué ves?
EC: ¡Todo! Soy una chica ávida de ver cine. Veo todo: desde The Duke of Burgundy hasta Birdman y Whiplash. Cualquier cosa que se estrene, haya pasado o no por un cine, la voy a ver. Y tele también. Me encantan series como Girls y House of Cards.

ESQ: ¿Eres de esa nueva generación que ya no tiene televisión?
EC: Sí tengo, pero mis hábitos dependen de mi rutina. Si invito amigos a casa, vemos la tele. Si estoy sola, veo todo en mi laptop.

ESQ: Hablando de amigos, hace un momento me decías que había gente cruel contigo en la escuela. ¿Alguna de esas personas te ha buscado ahora que apareces en la televisión y todo eso?
EC: Mmm, ahora ya no, pero cuando Game of Thrones estaba comenzando a ser exitosa, sí hubo algunas personas que salieron de la nada para querer hablar conmigo. Sé que si fuera más abierta definitivamente sucedería con más frecuencia, pero soy una persona que tiene un grupo de amigos muy cerrado así que no hay lugar para ese tipo de encuentros.

ESQ: ¿Te resulta difícil confiar en que alguien quiera ser tu amigo de manera genuina?
EC:
Creo que tengo un excelente radar para la gente y por eso mi grupo de amigos es extraordinario. Y como algunos de mis nuevos amigos también trabajan en el cine o tienen trabajos similares, siento que estoy muy a salvo de algo así.

ESQ: Alguna vez dijiste que entre tus dragones y tu padre, un hombre que quisiera salir contigo tendría que tenerle más miedo a tu padre… ¿es muy celoso?
EC: Tienes razón, posiblemente sí deberían temerle [ríe]. No, no es cierto. Era broma. Para nada es celoso. Es decir, no es el tipo de hombre que diría algo como “si te atreves a ponerle un dedo encima a mi hija te mataré”, pero si alguien no le gusta se volverá muy silencioso y, de pronto, lanzará comentarios como: “No estoy muy seguro de que ustedes sean el uno para el otro”. Si hace eso es porque sabe que sus palabras se me quedarán en la cabeza y me la pasaré pensando: “Ay Dios, mi papá no lo quiere”. Pero nunca es agresivo, para nada.

ESQ: Digamos que un hombre quiere invitarte a salir. ¿Cómo describirías tu cita perfecta?
EC: Empezaría por la mañana, en el Columbia Flower Market [Londres]. Luego iríamos a almorzar a Nopi, en Soho. Después caminaríamos  por el Tate Modern y, al salir, tomaríamos algo en el Wine Bar, en Embankment. La noche terminaría con una obra en The National.

ESQ: ¿Qué obra sería?
EC: ¿Si pudiera pedir lo que deseo? Tennessee Williams o Arthur Miller.

ESQ: Sé que ya se nos acabó el tiempo, pero antes de irme debo preguntarte algo completamente absurdo: ¿Cómo puedes sonreír todo el tiempo? Llevas todo el día hablando con la prensa y respondiendo a nuestras preguntas una y otra vez…
EC: [ríe] ¡Muchas gracias! Te va a parecer ridículo, pero lo que sucede es que estoy muy agradecida de estar aquí. En serio, sé que tengo muchísima suerte de tener este trabajo. Además es algo que he aprendido: cuando a uno le pasan cosas horribles tiene que aprender a reír y tomarse las cosas como si fueran una broma.

La voz inquietante de Samanta Schweblin

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Originalmente publicado en Esquire no. 81 (PDF aquí)

No le basta ser una de las mejores cuentistas en español y ganar el IV Premio Internacional de Narrativa Breve. Además, acaba de publicar su primera novela: Distancia de rescate.

     Sara estaba sentada con la espalda recta y las rodillas juntas. Vestía el jumper de la secundaria y llevaba el pelo negro y lacio recogido en una cola de caballo.

—Comés pájaros, Sara.
—Sí, papá.

Se mordió los labios, avergonzada, y dijo:

—Vos también.
—Comés pájaros vivos, Sara.
—Sí, papá.

     Si no es con la historia de esta adolescente que se alimenta de los pájaros que sus padres le compran en la tienda de mascotas, Samanta Schweblin nos estremece con la de una mujer que escupe a su hija nonata en un frasco para conservas, con la de un Papá Noel que destruye a una familia en plena Navidad y con un hombre sirena que tiene la piel helada. Es infalible: Schweblin escribe un cuento, como éstos que forman parte de la antología Pájaros en la boca (2009), y uno siente un pasmo en la cara. El pasmo se prolonga en Distancia de rescate, su primera novela.

     Como cuentista ha ganado reconocimientos como el Premio Casa de las Américas de Cuba en 2008, el Premio Internacional de Cuento Juan Rulfo de Francia en 2012 y, hace un par de meses, el IV Premio Internacional de Narrativa Breve Ribera del Duero.

    Su nueva obra inicia acompañada de la ilustración de una maraña de gusanos que muestra la estructura de la historia: un tejido conformado por las voces de una mujer y un chico que dialogan y revelan el conflicto de manera paulatina. Ella se llama Amanda, está en un hospital y morirá en pocas horas. Él es David, el hijo muerto de la vecina de la protagonista. “El chico es el que habla, me dice las palabras al oído”, explica la narradora. Esa sensación llega hasta el lector: la novela se lee y se escucha a la vez.

     Los escenarios y personajes de Schweblin pueden visualizarse con claridad absoluta y uno se siente ansioso por seguirles la pista hasta llegar al punto final. Desde Guadalajara, platicamos con la escritora argentina sobre su obra y lo que le inquieta al escribir.

ESQUIRE: Tus textos siempre son verosímiles. Sin importar lo que narres, cuando uno te lee parece que todo tiene sentido. ¿Cómo lo logras?
SAMANTA SCHWEBLIN: Es algo que me interesa en particular. Hay muchos tipos de literatura fantástica y yo me inscribo en la tradición rioplatense, que no habla tanto de monstruos y vampiros, sino de la posibilidad de que algo extraño, fuera del código de la normalidad, pudiera suceder. Creo que la normalidad es un código social, por lo que a nosotros podría parecernos extraño que alguien coma pájaros vivos, pero en China ocurre algo así con los peces. Es decir, todo depende del código que construimos.

ESQ: Has dicho que te interesa el concepto de “velocidad”. ¿Qué quiere decir eso?
SS: A veces se asocia con lo rápido y superfluo, pero en la literatura —cuando se trabaja bien— puede ser lo contrario. Exige que trates de transmitir la mayor cantidad de información con la menor cantidad de palabras posible. En el momento en el que no sólo logras escribir sobre el papel, sino también en la cabeza de quien te lee, eso es velocidad, porque hay un doble juego. Está lo que escribes tú y lo que escribe el lector.

ESQ: ¿Cómo trabajas eso en tus cuentos y, ahora, en la novela?
SS: Por ejemplo, si yo escribo “afuera hace frío y llueve”, puede funcionar como el final de una novela, pero no como un inicio, porque ya no te estoy dando un universo en blanco, sino algo que ya existe, y tú no puedes construir nada sobre eso. En cambio, hay un cuento de [Raymond] Carver, que dice: “Un hombre manco toca la puerta de mi casa para venderme una fotografía”. ¿Lo ves? Con algo así, uno como lector puede preguntarse muchas cosas: ¿Quién es ese hombre? ¿Cómo tocó la puerta? ¿Por qué me quiere vender una fotografía? ¿Yo aparezco en ella? Esas preguntas están implícitas y eso es velocidad: escribir múltiples ideas en una sola oración y permitir que el lector entre a jugar.

ESQ: ¿Cómo viviste la transición del cuento a la novela?
SS: Fue un paso engañoso. Primero porque es una nouvelle —una novela muy breve— y segundo porque la historia empezó como un cuento. En ningún momento pensé: “Este es el momento de sentar cabeza, como dirían los editores, y dejar este juego infantil de escribir cuentos para embarcarme en el grandísimo proyecto de escribir una novela”. Jamás. Lo que sucedió es que estaba escribiendo un cuento y empecé a tener problemas logísticos con él. A mi cabeza de cuentista le tomó un tiempo darse cuenta de que el problema era que la historia no se podía contar en 10 páginas: necesitaba 130 páginas más. Y aunque ya tenía clara cuál sería la historia, fue muy difícil mantener esa intensidad que yo le exijo al cuento. Para mí lo fundamental es la tensión: si no existe, no vale escribir. Ese fue uno de mis grandes miedos al cambiar de género.

ESQ: En la novela uno tarda en comprender lo que pasa, pero igual no puede dejar de leer.
SS: Es la historia de una madre y su hijita de dos o tres años que van a veranear a una zona rural argentina y sufren un accidente del que no pueden salir, así que la novela es casi como una sesión de psicoanálisis entre dos voces muy desesperadas. Ahí está la tensión, porque saben que el tiempo corre y que pronto van a morir. Es como una especie de tiempo vacío, y se repite una y otra vez la historia para tratar de detectar qué es lo que pasó. La interrogante también la tiene el personaje principal, que quiere saber por qué está varada en ese espacio.

ESQ: Tus cuentos suelen aparecer en antologías. ¿Tuviste miedo de publicar la novela, que es un texto solo?
SS: Sí, un poco, porque es una maquinaria que está sola. Es como armar un barquito de papel: uno lo pone en el agua y no sabe si va a flotar. Cuando uno tiene cuentos se multiplican las posibilidades para poder conectar con el lector. De cualquier modo, creo que siempre va a ser más interesante un libro de cuentos que una novela, porque te da la oportunidad de entrar a un mundo diferente de manera efectiva y rápida. Hay muchos más mundos en un libro de cuentos que en una novela.

Este soy yo: Luis Scafati

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Originalmente publicado en Esquire no. 81 (PDF aquí)

Dibujante e ilustrador, 68 años, Mendoza, Argentina

> Expreso mis ideas siempre que hago una ilustración, sin importar si es una invención mía o si está inspirada en alguna obra literaria. Pero cuando trabajo sobre un texto ajeno, entro en ese mundo y lo acompaño. Cuando expreso una idea mía en respuesta a un hecho político, por ejemplo, de alguna manera trato que esa imagen sea una metáfora y lleve la carga de lo que quiero expresar.

> La palabra “trabajo” me da un poco de vergüenza. En todo lo que hago siento una especie de placer. Siento que soy privilegiado por poder desarrollar este don que me fue otorgado.

> Me estoy poniendo viejo y siento mucho más placer que antes en hacer lo que me gusta. Ahora hay cosas que me cuestan más trabajo, en el sentido de que he desarrollado una percepción que antes no tenía. Es decir, antes dejaba pasar cosas que ahora me pueden molestar. Antes escapaban un montón de cosas a borbotones, pero hoy pasan por un filtro.

> El dibujo y la escritura son canales similares. Hay muchos escritores que dibujan. Ahí está, por ejemplo, el caso de Günter Grass, que murió hace poco y tiene grabados hermosísimos.

> He ilustrado la obra de [Franz] Kafka en varias ocasiones. La primera fue para La metamorfosis, y ahora para El castillo. Siento que el mundo de ese autor es muy cercano a mi trabajo, pues siempre habla de una situación laberíntica y burocrática. Eso es lo que he tratado de plasmar en mis dibujos.

> Recuerdo la primera vez que leí a Kafka. Yo era muy chico, tendría unos 18 años, y a mis manos llegó un libro con una selección de sus cuentos. Me llamó mucho la atención que algunos de sus personajes no tenían nombres, sino letras: A, B, C. Además me intrigraba la situación escueta por la que se movían y las cosas que les sucedían, que por momentos eran muy irracionales pero a la vez representaban algo. Fue una literatura que me impactó, porque entonces yo había leído novelas como Rayuela, de [Julio] Cortázar, y El llano en llamas, de [Juan] Rulfo, pero el de Kafka era un mundo más hermético.

> Cuando leí La metamorfosis sentí que el protagonista era Kafka, que él era Gregorio Samsa y que se sentía un bicho raro, como le pasaría a cualquier artista en su entorno familiar. Es decir, “ser artista” muchas veces no se acepta en la familia, porque iniciarse en el arte genera un gran temor. A todo chico que quiere dedicarse a ello se le pregunta: “¿De qué vas a vivir?”. A mí todavía me lo preguntan [ríe]. Aún no se entiende muy bien que uno pueda vivir del dibujo y todo eso. Sería más fácil decir: “Vendo refrigeradores y de eso vivo”.

> Siempre me interesó la literatura. En algún momento, cuando era muy joven, pensé en convertirme en escritor. Pero luego leí a autores como Kafka y empecé a contemplar la posibilidad de crear imágenes que tuvieran que ver con esos mundos que leía.

> Mi trabajo como ilustrador nació en el periodismo. Eso me dio cierto poder de síntesis para lograr que una imagen expresara algo concreto en un contexto donde hay mucho ruido visual.

> Mis ilustraciones debían destacarse a la mitad de noticias y anuncios publicitarios, así que buscaba ideas que fueran impactantes. En aquel entonces también trabajé en una revista de ciencia ficción de Buenos Aires llamada El Péndulo, donde ilustré cuentos y poemas. Eso me dio un buen entrenamiento.

> Mientras trabajaba en prensa estudié Artes Plásticas. Mis primeras colaboraciones fueron para una revista llama Hortensia. Mi trabajo era hacer chistes, pero siempre con un ambición por el dibujo.

> El arte me permitió descubrir un mundo que prácticamente desconocía: el contexto de los pintores, con esas vidas tan románticas y llenas de historias interesantes. Además así conocí a Goya y a Klimt. Todo eso fue amasándose dentro de mí y pienso que fue el comienzo de lo que soy ahora.

> Creo que el cine y el video son las artes de hoy, pero un ilustrador contemporáneo le debe todo a la tradición del siglo XIX. Pienso en [Gustave] Doré y tantos otros ilustradores. Ellos heredaron eso a los directores de cine como [Federico] Fellini y su Satyricon (1969), que de alguna manera ilustró un libro de otra época.

> Sé que mucha gente puede no estar de acuerdo con las imágenes que yo creo para un texto. Por eso trato de que estas sean complementos que expanden un discurso. Por ejemplo, en el caso de Kafka, cuando inicia El castillo, el texto dice que alguien viene caminando y se detiene en un puente, que todo está nevado y no percibe nada. Pero como yo ya leí la novela, sé qué es lo que mira, que hay una ciudad que él no puede ver. Hay una especie de “gran ojo” y ese es el extra que yo le pongo: es mi mirada sobre el tema.

> Cuando era más joven le preguntaba a mis hijos si entendían mis dibujos. Siempre he necesitado que mi trabajo se entienda. Es una obsesión para mí. Algunas de mis imágenes pueden tener momentos complejos y ser difíciles de interpretar, pero así son los sueños: uno se esmera en encontrar claves para entrar en ellos.

La pluma es redonda

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Originalmente publicado en Esquire no. 81 (PDF aquí)

El regate, la nueva novela del brasileño Sérgio Rodrigues, abarca 20 años de reflexión en torno a la escritura y la influencia del futbol en la historia de su país.

     Sérgio Rodrigues era un fracaso en la cancha. Como muchos niños brasileños, pasó años tratando de entenderse con la pelota y con el tiempo aceptó que era un mal jugador. Rodrigues dejó de recorrer los estadios con las piernas y comenzó a hacerlo con las manos. Dice que se convirtió en escritor porque al notar sus flaquezas en la práctica del futbol, decidió que dedicaría su vida a escribir sobre él: “Fui periodista deportivo mucho tiempo. Así empecé mi carrera. Entre otras cosas cubrí el Mundial de México en 1986 y fue una experiencia muy rica para mí”. Más de 20 años de partidos y crónicas después publica El regate, su primera novela sobre el tema, bajo el sello de Anagrama.

     “El regate fue una experiencia extrema. Me tomó más de 18 años de trabajo. En ese tiempo publiqué otros seis libros [entre ellos la novela Eiza, a garota], pero me costó mucho encontrar el modo de aproximar la cultura del futbol a la literatura”, dice Rodrigues a Esquire. Su nueva novela narra la historia de un viejo cronista de futbol que padece cáncer terminal y lleva 30 años alejado de su hijo. De este modo, Rodrigues retrata la euforia deportiva tanto como la nostalgia: el hombre a punto de morir vuelve una y otra vez a su pasado, regresa a Pelé y el Maracaná, nos lleva a las playas de Copacabana y a la infancia de su hijo. Su presente está tan descompuesto que le basta ilusionarse con una nueva estrella —un nuevo futbolista— para creer que una época de oro puede volver a brillar en el futuro.

     En Brasil, el futbol es territorio sagrado. Como en muchos otros países, ahí se cree que ligarlo con el arte puede ser una osadía: si es mero entretenimiento, ¿por qué hacer literatura con él? “El futbol es un mundo completo, una narrativa autosuficiente con héroes, tragedias y comedias. Encontrar el modo de abordarlo fue muy complejo para mí porque quería hacerlo en todas sus dimensiones”, dice Rodrigues. Por eso El regate coquetea a la vez con la política, los hinchas, la historia social del deporte y un drama familiar.

      En la obra más reciente del brasileño hay lugar para cualquier lector. No es un texto sólo para aficionados. En él conviven la dictadura brasileña de las décadas de 1960 y 1970, un padre desahuciado y la influencia del futbol en la cultura como tema universal. De este modo, hábil como un jugador que domina su posición, Rodrigues reconcilia el deporte con las letras. Replanteando el título del cuento de Raymond Carver “¿De qué hablamos cuándo hablamos de amor?”, el autor nos obliga a preguntarnos: ¿De qué hablamos cuando hablamos de futbol? “Me impuse el reto de situar la importancia de este deporte en la cultura”, dice. “El hecho de que la selección brasileña sea la que tiene más títulos mundiales creó cierta embriaguez. El futbol es muy importante en la autoestima nacional, como en otros países tan llenos de desigualdad y miseria.”

     Ahí la importancia de El regate: es también la historia de quienes pertenecemos a naciones donde el futbol no es un espectáculo, sino un fenómeno que durante 90 minutos nos unifica.

Regreso al mundo jurásico

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Originalmente publicado en Esquire no. 81 (PDF aquí)

Este mes Jurassic World nos hará revivir la emoción que sentimos hace 22 años con la cinta que dirigió Steven Spielberg. La actriz Bryce Dallas Howard nos habla de cómo es estar en un lugar donde los dinosaurios son reales.

     Acéptalo: sin importar qué edad tenías cuando viste Jurassic Park (1993), te dejó boquiabierto. Era la película de la que todo el mundo hablaba en la escuela o la que fuiste a ver con tus hijos. Era una mezcla de thriller, drama y ciencia ficción con los mejores efectos especiales de la época. Incluso los críticos mordaces la ovacionaron. Por ejemplo, el británico Christopher Tookey dijo que era un “recordatorio notable para decirle a Hollywood que los blockbusters no tienen por qué ser estúpidos”.

    La cinta escrita por Michael Crichton (novelista y guionista de cine y televisión) y dirigida por Steven Spielberg, narraba la historia de un parque de diversiones creado por un magnate llamado John Hammond (Richard Attenborough), quien descubría el modo de revivir dinosaurios en un laboratorio y extendía una invitación a tres expertos (Sam Neill, Laura Dern y Jeff Goldblum) para conocer el lugar. Sin embargo —como era de esperarse— algo salía mal y los dinosaurios quedaban fuera de su control por una falla mecánica.

     A esta primera cinta le siguieron dos secuelas —una de 1997 y otra de 2001— que fueron lamentables pero no borraron la huella del hit original. Ahora, con un elenco prometedor —Chris Pratt, Judy Greer y Vincent D’Onofrio, entre otros— la historia regresa: todo inicia en un nuevo parque, que lleva 10 años operando, pero una nueva falla provoca que el mundo vuelva a peligrar. Bryce Dallas Howard nos dio detalles de esta nueva película.

ESQUIRE: ¿Cómo fue regresar a ese mundo jurásico que nos volvió locos en los años 90?
BRYCE DALLAS HOWARD:
¡Fue muy emocionante! Nunca olvidaré cuando vi la cinta original por primera vez. Tenía 12 años y escuchaba a mis amigos hablar sobre una película llamada Jurassic Park, donde los dinosaurios se veían reales y era fantástica. Recuerdo cuando entré al cine y casi se me salía el corazón del pecho. Los dinosaurios sí parecían reales, y eso era algo que nunca antes habíamos visto. Ahora, 20 años después, tengo la oportunidad de visitar este mundo de nuevo. Es fantástico y muy significativo para mí.

ESQ: ¿Esta película está dirigida a los fanáticos de las anteriores o es completamente nueva?
BDH: Está muy conectada a la primera película. Jurassic World es un parque funcional que tiene 200 mil visitantes diarios y dinosaurios que nunca imaginarías. Es decir, es
como si el sueño de John Hammond hubiese cobrado vida.

ESQ: ¿Qué nos puedes decir de Claire, tu personaje?
BDH: Es la operadora del parque. Se encarga de todo y su historia es una extensión de lo que vimos en las primeras películas. Para mí, como fan de la primera parte, estuvo bien que la trama no fuera completamente nueva. Todo se siente muy honesto: es un mundo en el que los dinosaurios existen porque la tecnología lo permite, y creo que a la gente le emocionará ese aspecto.

ESQ: ¿Y qué tal Chris? Cuéntame una de tus mejores anécdotas con él.
BDH: ¡Hay muchas! Es muy buen piloto. Es un sobreviviente nato. Si el Apocalipsis fuera mañana, lo primero que haría sería manejar hasta la casa de los Pratt [ríe]. Él sobreviviría a todo. Sabe cómo moverse en la naturaleza, se parece mucho a su personaje. Lo más interesante fue descubrir que es muy bueno para peinar mujeres [ríe]. Creo que es porque siempre peina a su esposa y ella tiene un cabello hermoso. Hubo un momento de la filmación en el que Chris le preguntó a una mujer cómo se había hecho su peinado. Es muy dulce y está muy ligado a sus lados tanto masculino como femenino.

ESQ: Has trabajado con grandes directores de cine. Cuéntame un poco de eso.
BDH: Sí, siempre admiro a los cineastas con los que trabajo, probablemente porque mi papá es director [Ron Howard]. Aprecio esa relación. Me siento muy afortunada por haber trabajado con todos ellos. Trabajar con Colin [Trevorrow, director de Jurassic World] fue un sueño porque yo no había actuado en cuatro años; la película previa que hice fue The Help (2011). No estaba nerviosa, pero regresar al cine siempre es como empezar de nuevo. Colin fue muy bueno y me apoyó en todo. Es inteligente y sofisticado. Fue una muy buena experiencia colaborar con él y con Chris en esta película.

ESQ: ¿Tu papá influyó en tu interés por la actuación?
BDH: No lo creo. Cuando era niña sí lo acompañaba al set, pero en realidad todo comenzó cuando estaba en secundaria. Recuerdo que fui a un campamento de verano cuando tenía 14 años y, aunque era académico, podía tomar clases de actuación y me pareció muy divertido. Luego, de vuelta a la escuela, recuerdo que debíamos hacer una obra de teatro y obtuve el papel estelar. Me sorprendió mucho porque era una obra de Shakespeare. No podía creer que sería la protagonista, así que lo disfruté mucho. Al siguiente año fui a otro campamento y volví a trabajar con material de Shakespeare. Creo que ahí me enamoré de él. Lo que es curioso es que me interesó el cine por lo que vivía en el set con mi papá, pero no la actuación. Eso fue a través de la escuela. Ahora que lo pienso, es interesante que haya sucedido así. No es lo que uno esperaría de la hija de un director de cine.

ESQ: Ya has trabajado como guionista y directora de cortos. ¿Te interesa hacerlo en proyectos más grandes?
BDH: Claro que sí. Es algo que me encanta y he podido hacer durante mis dos embarazos. Tuve la oportunidad de trabajar mucho en el contenido y ese proceso fue realmente creativo y divertido. Es diferente de la actuación, pero si en algún momento llega la oportunidad de dirigir en lugar de actuar en un largometraje, lo haría sin pensarlo.

Este soy yo: Jordi Soler

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Originalmente publicado en Esquire no. 80 (PDF aquí)

Escritor, 52 años, Veracruz

> Todo el tiempo se me ocurren historias. He aprendido que no hay que quitar las manos del teclado, como dirían los pianistas. Un músico toca una pieza y al principio le salen mal algunas notas, así que empieza a dudar. Sin embargo, sabe que si deja de practicar se arruinará todo. En cambio, si sigue reconstruyendo la pieza sobre sus errores, al final podrá recibir una ovación.

> No soy un escritor que investigue demasiado. Siento que cuando conozco mucho sobre un tema ya no tengo qué inventar y a mí lo que me gusta es eso: inventar historias.

> He escrito tres novelas que tienen que ver con el exilio de la Guerra Civil española en México y mi familia. Para ello tenía no sólo elementos históricos, sino también autobiográficos. Éstos se convirtieron en el anclaje de la historia que después inventé. La vida es así: la perspectiva que se tiene de algo depende de hechos contundentes y de la interpretación que construimos de éstos.

> Para mí es un misterio cómo terminé mi primera novela, porque entonces no tenía ninguna experiencia. Cuando escribí Bocafloja (1994) no sabía lo que era crear una novela, pero por alguna razón mágica llegué al final de ella y aprendí que esas zonas de bruma son necesarias, porque te ayudan a confrontar lo que has escrito, a reflexionar mucho sobre ello.

> Soy bastante obsesivo cuando escribo una historia. Durante dos años no dejo de pensar en ella ni un minuto. Lo hago mientras estoy despierto y con frecuencia mientras estoy dormido. Si tardo mucho en llegar a una solución, me voy a caminar o a beber un par de whiskys para pensar de qué manera puedo salir de ese lío.

> Las novelas son artefactos que implican mucho trabajo y tiempo. Yo escribo muy rápido las historias, pero me tardo en publicarlas por la cantidad de revisiones que hago del texto. No doy por terminada una historia sino hasta que llego a la conclusión de que estoy ante la mejor versión posible de ésta.

> Cuando dejo una novela en manos del editor es porque estoy plenamente convencido de que debe ser así. De hecho, acepto muy pocos comentarios. Les hago poco caso porque sé que la historia que quiero presentar es esa: ya está hecha y no me arrepiento de nada.

> Pesa mucho más la satisfacción de la página lograda que la desesperación que cuesta escribirla.

> Tengo una debilidad por la música, aunque no tengo ningún talento para crearla. Mi hija estudiaba piano y me ponía a estudiar con ella. Le explicaba las notas para sacar las primeras piezas y fue una experiencia fascinante, pero ahí me di cuenta de que no tengo ningún talento para ello.

> Siempre he sentido que la literatura tiene un espíritu musical. De hecho, los escritores que más me gustan son aquellos cuyas prosas tienen música. Por ejemplo, Juan Carlos Onetti, quien desde mi desde mi punto de vista hace tangos. Yo aspiro a escribir así. Me preocupa la manera en la que suenan mis páginas y durante los dos años que me toma escribir una novela escucho el mismo disco todo el tiempo. Me siento acompañado por él.

> Cuando trabajaba en radio, la audiencia era exclusivamente chilanga [del D.F.], de manera que el prestigio era local. Ahora ya hace 15 años que no hago un programa. Aquella fue una época muy feliz pero muy limitada a la capital.

> No hice ninguna transición del radio a la literatura. Escribía novelas desde antes. La radio fue una manera muy divertida de ganarme la vida durante una década, pero escribir novelas es lo que he hecho con consistencia durante los últimos 30 años.

> Aunque no hubo una transición personal, sí existió una mirada de escepticismo profundo ante un muchacho que tenía un programa de radio exitoso y que publicaba una novela. Bocafloja fue bien recibida y tuvo un montón de lectores, pero hubo un silencio significativo de la crítica, que no se interesó por mi novela. De hecho un colega quiso publicar un texto sobre ella en la revista cultural Vuelta y le dijeron: “No estamos interesados en ese tipo de autores”.

> Había un prejuicio muy fuerte alrededor de mi trabajo, pero la segunda novela fue la confirmación de que seguiría escribiendo y no era un capricho de un locutor de radio.

> No suelo leer las críticas que me hacen, porque creo que me sirven poco. En todo caso, me deprimen o me envanecen, y los dos humores me parecen letales para sentarte a escribir una novela.

> Participo bastante poco en el mundillo literario. No estoy preocupado por el destino de las obras de mis colegas. Estoy convencido de que este es un trabajo solitario y yo soy un outsider absoluto.