El origen de un príncipe

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Originalmente publicado en Esquire no. 86 (PDF aquí)

La nueva adaptación de la obra más conocida de Antoine de Saint-Exupéry estuvo a cargo de un nuevo genio de la animación. Hablamos con el director Mark Osborne sobre su visión de El principito.

     Pensé que Mark Osborne me daría una respuesta cliché —“Leí El principito en la escuela, cuando aún era muy joven para valorarlo”—, pero me equivoqué. El director de Kung Fu Panda (2008) no recibió el libro de manos de un maestro de primaria, sino de su novia. “Estudiaba Arte en Nueva York y ella me regaló su copia antes de mudarme a California para iniciar mi carrera en animación.” Eran principios de los años 90 y especializarse en dibujos animados era una apuesta insensata: Disney era el titán que controlaba todo y había pocas oportunidades para cineastas jóvenes como él. “Ella fue quien me convenció. Me mandaba cartas donde me escribía que no debía darme por vencido y El principito fue un modo de decirme que siempre estaríamos juntos. Aquella chica ahora es mi esposa, tenemos dos hijos y el libro ha sido parte fundamental de nuestras vidas”.

     Para Osborne, su historia con El principito es una pieza clave del anecdotario familiar. En la cinta animada que se estrena este mes, su hijo dobla la voz del protagonista: hace cuatro años, el proceso de producción apenas iniciaba y el director invitó a su familia a la primera lectura del guion. “En ese entonces mi hijo tenía 11 años y le pedí que leyera los diálogos del Principito”, dice el director. Cuando pasó el tiempo y tuvo que contratar a un actor profesional para la grabación oficial del doblaje, su equipo recordó que existían esos audios. Osborne no lo pensó dos veces y decidió conservar esa vieja grabación. “Mi hija también tiene un crédito en la película. En aquella primera lectura ella interpretó la voz de La pequeña niña y eso me ayudó mucho a explorar y definir mejor al personaje. Éste no existe en el libro; lo inventé sólo para ella y eso fue increíble”.

     Mark Osborne tiene suerte. Su trabajo lo acerca a sus hijos. “Ser padre nunca es fácil, pero tengo respeto de su parte porque hago estas cosas divertidas como parte de mi vida. Ellos han visto todo el proceso y los resultados y se sienten orgullosos de formar parte de ello”, dice el director. Su especialidad es la animación para público infantil. A su currículum se suma uno de los filmes de Bob Esponja y Kung Fu Panda, que recaudó casi 220 millones de dólares en taquilla internacional.

     Aunque hoy es la obra más famosa de Antoine de Saint-Exupéry, El principito no recibió buenas críticas cuando se publicó hace 72 años, en 1943. Distaba mucho de obras como Vuelo nocturno (1931) y Tierra de hombres (1939), por mencionar dos ejemplos, y tardó años en posicionarse como la historia que tantas generaciones han leído como referente de simbolismo y literatura infantil.

—¿Por qué El principito es atemporal?

—Creo que aborda algo profundo y básico. Por un lado, habla de cómo nos relacionamos los humanos; por otro, de la importancia de la imaginación y la amistad, de cómo lidiar con la pérdida.

     Desde que su novia le obsequió su copia de El principito, Osborne nunca dejó de interesarse por la historia y siempre tuvo claro que algún día haría su propia versión de ella. Por varios años se dedicó a pensar lo que los personajes —la serpiente, el aviador, el zorro— representan en la cultura y por qué no han dejado de inspirarnos a pesar del paso del tiempo. “Quería retratar el poder del libro, transmitir la magia que ha provocado que tenga millones y millones de lectores”.

    El proceso tomó más de cinco años. En ese tiempo releyó el libro, materializó conceptos e inventó personajes nuevos. “Realmente quería crear algo que rebasara los horizontes del libro. El director de una película de animación se involucra en todos los procesos: guía a los actores y animadores y verifica que todos sigan el mismo camino”.

    Hace 30 años, cuando Osborne no había leído El principito ni era director de cine, pensó que la animación sólo sería un hobby en su vida. “Mi carrera empezó en el arte. Las clases de animación cinematográfica llegaron después, cuando ya estaba convencido de que quería hacer películas. Gracias a la animación me di cuenta de que podría contar historias emocionantes”.

    Su más reciente filme ha emocionado al público de todo el mundo. Hasta ahora, Osborne ha viajado para presentar su película en Brasil, Italia, China y Japón.

—¿Cómo vives el proceso de conocer a los fans alrededor del mundo?

—Es aterrador y estimulante a la vez. La gente ama el libro, así que les preocupa mucho lo que se haga con él. Eso me provoca mucha presión y miedo, pero la gente ha confiado en mí y en el equipo que hizo la película. Hay cientos de personas que trabajaron conmigo en la producción, así que puedo decirles a los fans que lo que verán en pantalla es el resultado del arduo trabajo de artistas que aman el libro tanto como ellos.

     Uno de esos fans resultó ser un miembro de la familia de Saint-Exupéry. A Osborne se le quiebra la voz cuando me dice que durante aquel encuentro recibió el elogio más especial de su carrera hasta el momento. “Me dijo: tengo 50 años, he vivido gran parte de mi vida influido por este libro y nunca imaginé que una película pudiera conmoverme de esta manera. Esta noche me hiciste llorar”.

     Para Osborne, lo más fantástico de El principito es lo que escapa de las 140 páginas del libro más famoso de Saint-Exupéry.

El señor que habla con los arroces

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Originalmente publicado en Esquire no. 86 (PDF aquí)

No es sólo su ubicación, su ambiente y servicio: a Bar Tomate se regresa una y otra vez porque cada bocado es una delicia cuya tradición incoa en España y termina cuando el último cliente del día se levanta satisfecho de la mesa. 

     El chef se llama Evaristo Triano, pero sus colegas lo llaman “el señor que habla con los arroces”. Así, tal cual: un puñado de cereal le habla; le dice la cantidad exacta de sal, mantequilla y tomate que necesita para derretirse cuando alguien lo balancea en su tenedor y lo lleva hasta la boca.

      El señor que habla con los arroces nació en Barcelona hace 53 años. Un alquimista se obsesiona con el oro; Evaristo Triano, con el arroz. Y es que lo que para México es una guarnición, para España es un tesoro nacional. Cada grano es preciado. Una receta de familia. El plato fuerte de una cena.

    El señor que habla con los arroces empezó a cocinar a los 13 años. Ahora es especialista del arroz al carbón. Desde mediados de los años 90 trabaja para Grupo Tragaluz, que hoy tiene 16 restaurantes en Europa y Latinoamérica. Bar Tomate es uno de ellos. Sus puertas abrieron hace tres años en la ciudad de México.

      Evaristo Triano viaja por el mundo para dar clases de lengua: le gusta enseñar a otros chefs cómo deben comunicarse con el arroz. El secreto para un buen plato —digamos, una buena paella— no es sólo el producto, la técnica del cocinero o los ingredientes. El sabor depende del chef. “Hay que ponerle ganas, prestar atención, escuchar e incluso hablarle al arroz.”

LECCIONES DE COCINA

      César Castañeda es un chef mexicano que sabe conversar con el arroz. Todos los días llega a su cocina en Bar Tomate, se amarra un mandil bicolor sobre la filipina blanca y se pone a trabajar. Los granos que prepara en una sartén negra se cocinan en un horno josper —a base de carbón— lo que resulta casi en un proceso artesanal. En México, el arroz se sirve a cucharadas desde una olla que casi revienta. En España, la porción no sobrepasa los dos dedos de altura. “Además, usamos arroz con denominación de origen español —calasparra— y lo cocinamos con ingredientes que ocupan allá: setas, hongos y espárragos.”

      El arroz de Calasparra es más pequeño y redondo que el arborio, una variedad italiana que absorbe menos humedad y por ende se coce más rápido que su contraparte española. El calasparra tiene menos almidón que otros tipos de arroz, lo que provoca que al cocinarlo se requiera menor cantidad de grasa y se destaquen los sabores de los ingredientes. Para Castañeda, un arroz español al dente es un plato perfecto.

      El mexicano que habla con los arroces me prepara una receta que incluso antes de aterrizar en la mesa me pone a salivar. El reloj marca la una de la tarde y la luz que atraviesa los ventanales hace que Bar Tomate —aún vacío, pues abrió sus puertas temprano sólo para Esquire— se vea más amplio de lo normal.

      Frente a mí hay un plato blanco, redondo, que presenta una amalgama de chícharo, mantequilla y arroz. Es un paisaje de  puré y vino blanco que ofrece una consistencia cremosa. Huele delicioso. Me acerco aún más al plato y vuelvo a salivar. El chef me ofrece algo de beber y junto a su platillo me acomoda un poco de pan, pero no es necesario: esta tarde, yo sólo quiero hablar con el arroz.

De vuelta al quirófano

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Originalmente publicado en Esquire no. 86 (PDF aquí)

The Knick estrena segunda temporada en Max. Andre Holland habla de cómo ha logrado mantener una carrera exitosa y de la experiencia de trabajar con Steven Soderbergh.

Algernon aprieta los puños. Mantiene ambos brazos a los costados y el rostro impasible. Por dentro, hierve. Sus habilidades con el bisturí podrían salvar al paciente, pero sus colegas lo ignoran. De poco o nada le sirven los años de experiencia. En el Nueva York de principios del siglo xx, un hombre negro no merece usar una bata blanca ni hacerse llamar “doctor”.

Los personajes que suele interpretar André Holland son luchadores: un defensor de los derechos civiles afroamericanos en Selma (2014) o un médico que debe legitimar sus habilidades ante la incredulidad de sus colegas en The Knick, la serie creada por Steven Soderbergh que Holland protagoniza desde 2014 junto a Clive Owen. A grandes rasgos, ésta retrata la vida cotidiana de un grupo de médicos neoyorquinos que realizan cirugías frente a una audiencia en vivo (como se acostumbraba en la época) y lidian con problemas de drogadicción. ¿Por qué a Holland le encanta su personaje y por qué la serie es relevante para el público actual? Él mismo lo responde.

ESQUIRE: Tu personaje debe sacrificarse para ganar credibilidad ante sus colegas. ¿No es algo con lo que cualquier actor al inicio de su carrera podría identificarse?
ANDRÉ HOLLAND: Claro. Hay una similitud porque iniciar una carrera como actor es muy difícil. No sólo te juzgan por tu talento, sino también por las personas a las que conoces. Es algo sobre lo que no tienes tanto control y creo que eso le sucede al personaje: a pesar de que ha trabajado mucho, le resulta difícil hacerse un lugar. Es algo con lo que muchas personas se podrían identificar. Hay mucho en juego y no tiene a nadie de su parte.

ESQ: ¿Recuerdas algún momento en particular difícil que hayas experimentado?
AH: Uf, ¿cuánto tiempo tenemos para esta entrevista? ¡Porque podría hablarte de esto todo el día! [ríe]. Han sido muchas cosas… no sabría por dónde empezar. Conseguir un agente fue muy difícil; luego salir de la escuela y titularme [en Drama]. Puedes tener ambición y talento, pero necesitas a alguien que haga llamadas en tu nombre y te consiga citas. Esa es la primera lucha. Es difícil que tu agente te proponga para los papeles que realmente te interesan. Desde la escuela es complicado conseguir los mejores papeles y mostrar tu talento. He tenido muchos retos. También te puedo decir lo mucho que cuesta encontrar un buen mentor. Algunas personas trabajan tan duro para llegar a la cima que cuando lo logran, son muy protectoras y no ayudan a otros. Por ello, el camino es largo. Incluso ahora que The Knick ya está al aire y mi trabajo pudiera recibir buenas críticas, no consideraría que tengo la vida resuelta porque para la gente de color realmente es difícil encontrar papeles extraordinarios.

ESQ: La historia en The Knick inicia a principios de 1900. ¿Cómo es que los escritores la hacen relevante para nuestros días?
AH: Creo que realmente son muy buenos en ello. Abordan muchas cosas y la migración es una de ellas. En aquellos días mucha gente quería llegar a Nueva York y peleaba por tener un pequeño lugar en la ciudad. A la fecha sigue ocurriendo. La atención básica a la salud también es un problema en nuestro país. Y la serie también toca temas como el aborto, los derechos de la mujer y la discriminación racial, por supuesto.

ESQ: Me gusta la ecuanimidad que tu personaje mantiene a pesar de todo lo que le ocurre. ¿Tal facultad responde a tu interpretación o era parte del guion desde el inicio?
AH: Es algo que entiendo. Los escritores nunca te dicen cómo debes interpretar a tu personaje, ni siquiera Steven [Soderbergh] me lo especificó. Dejaron todo en mis manos. Nací en Alabama y crecí en un lugar pequeño y segregado, en un pueblo algo racista. Así que sé lo que es estar en una situación en la que crees que has hecho todo bien y aún así puedes sentir que la gente te juzga. Sé lo que es desear explotar por dentro, querer golpear a alguien. He sentido esas ganas de gritar pero a veces no puedes más que abrocharte el botón del saco, callarte y esperar el momento adecuado para expresarlo. Como sé lo que significa todo eso, creo que puedo transmitírselo al personaje.

ESQ: ¿Alguna anécdota extraordinaria con Steven?
AH: Hemos tenido muchas. Nos tratamos mucho, incluso cuando no trabajamos. Intercambiamos libros y tenemos conversaciones muy interesantes. Pero quizás uno de los momentos más preciados fue al comienzo de esta temporada: cuando recibí el guion, no estaba 100 por ciento seguro de la dirección que los escritores querían dar a Algernon. Sentía con mucho fervor que debía ir en una dirección y los escritores pensaban otra cosa. Y aunque en la mayoría de los casos tienes que aprender a lidiar con eso y dejar que las cosas fluyan, decidí hablar con Steven y decirle lo que pensaba. Después de escucharme me invitó a platicar en su oficina un sábado, cuando nadie trabajaba. Llamó también a los escritores, nos sentamos y pasamos el día entero hablando de todas y cada una de las escenas. Con eso se aseguró de que tanto los escritores como yo estuviéramos en el mismo canal. Se hicieron muchos cambios para mi personaje. Es fácil decirlo, pero es difícil comprender lo que implica. Me pareció increíble y generoso. En ese momento me di cuenta de lo brillante que es: entiende que todos necesitan jugar un papel clave para que una serie destaque.

ESQ: Tus personajes suelen enfrentar conflictos similares, como la discriminación racial. ¿Es algo que buscas antes de aceptar un papel?
AH: ¿Sabes? No sé por qué me ha pasado eso. No es que busque papeles así. Digo, me gustan las películas de James Bond, por ejemplo, así que me encantaría interpretar a un personaje del estilo. Muchos de los hombres a los que he interpretado tienen que lidiar con la rabia o la injusticia, o con conflictos sociales, pero me siento muy orgulloso de interpretar ese tipo de papeles y espero que mi vida pueda ser un ejemplo para que haya otro tipo de cambios en cuanto a justicia social. No sé si eso funcione o no. En verdad espero que sí.

Crónica de una nación delgada

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Originalmente publicado en Esquire no. 80 (PDF aquí)

Hace 40 años, Vietnam venció a Estados Unidos en la última guerra que peleó. ¿Qué ha sido de este país, en apariencia frágil, desde entonces?

            Tras el manubrio de la moto se asoma un leopardo. Sus orejitas abrazan el viento, alertas a la furia del tráfico. El cachorro apoya las zarpas sobre el tablero para no estorbar a su madre. Ella lo rodea por los costados. Le cuida la espalda. De pronto, una estampida. Nubarrones de polvo color trigo. Acelerones. Más felinos. Un tigrillo Schumacher avanza a toda velocidad. Mete presión en una curva. Rebasa. En el carril de extrema derecha, un padre león gira el puño del acelerador. La bestia de metal y caucho ruge. Ahí va Ayrton Senna.

            En nuestra cabeza, Vietnam todavía es una selva repleta de salvajes, como en Apocalypse Now. O las niñas huérfanas y prostitutas de Miss Saigon. O Bubba con el pecho baleado, como en Forrest Gump. Pero Vietnam es otra cosa. Es, por ejemplo, un niño de cinco años disfrazado de leopardo. Es la madre del niño disfrazado de leopardo esquivando motos en la ciudad con más motos del mundo. Es una segunda moto en la que viaja un niño —otro niño— con antifaz de tigre. Es un tercer niño con la cabeza escondida en las fauces de fieltro de un león.

            Es la postal de una fila india: motos, niños, padres y trajecitos de animales salvajes que serpentean las calles para llegar a un festival escolar.

***

            —¿Estás loca? ¿Por qué quieres ir a Vietnam?

            No sólo me iba a Vietnam. Me iba sola. Sin mi marido. En Navidad.

            —¿Qué no siguen en guerra?

            Ésa fue una amiga de la escuela. Días después, en un restaurante ruidoso, la amiga de otra amiga me miró como si le hubiera dicho que mi destino final era Neptuno. Me preguntó qué había en Vietnam. Ella no sabía ni de la guerra.

            Cuando mi madre escuchó mis planes, hizo su propio interrogatorio. Que si había considerado vacunarme. Que si llevaba un arsenal de medicinas. Que si ya le había anotado a mi marido los teléfonos de todos —todos— los hoteles en los que me hospedaría.

            Nueve horas antes de abordar el avión, uno de mis editores dijo —en broma— que me imaginaba a la mitad de la selva —paliacate en la frente y cuchillo en mano— como si fuera Rambo. Me reí de nervios.

***

            En un mapa del Sudeste Asiático, Laos y Camboya parecen una inmensa barriga que empuja a Vietnam hacia el mar. El país más flaco del continente soporta el peso con la espalda y carga en hombros a China. Guarda el equilibrio para no irse de bruces al agua.

            A vista de pájaro, Vietnam es un fideo de arroz. Su cuerpo es una «S» gigante. O no tan gigante. De punta a punta mide menos de dos mil kilómetros, sólo un poco más que la Península de Baja California, en México.

            En su parte más estrecha, el fideo es un suelo escuálido de 50 kilómetros de ancho. Un maratonista promedio podría correr de la barriga laosiana a las faldas de la playa en cinco horas con quince minutos.

            En un atlas no se advierte, pero el fideo está hecho de acero. Casi desde que imprimió su nombre en el mundo, Vietnam ha sido abrasado por la furia de la guerra, pero no ha habido lluvia de metralla ni de fuego ni de odio que borre su rastro del mar.

***

            Nació Cristo, y cien años después los vietnamitas comenzaron a jalonearse el pelo, la ropa y la vida con sus vecinos del norte. En Occidente llamamos “Guerra de Vietnam” a los 20 años de peleas con Estados Unidos a partir de los 50, pero esa no fue la primera ni la peor lucha en la historia de Vietnam: antes estuvieron los chinos; luego, los franceses.

            Los vietnamitas abrevian la historia de sus peleas con China en un chiste: “Somos como el gato y el ratón. Ellos nos persiguen y nosotros nos defendemos”. El felino tardó más de mil años en dejar la ratonera en paz. Ésta tenía un cuerpo tan largo y las garras chinas eran tan torpes, que Vietnam lograba independencias fugaces y fragmentadas: a veces en el norte y a veces en el sur. Por casi 1,500 años los vietnamitas nacieron y murieron en guerra. Escupían a las dinastías chinas lejos de sus ciudades y selvas, y éstas siempre volvían. En esa tierra flaca, donde la libertad ha sido tan escasa como la comida y el dinero, nadie fue libre por más de dos siglos al hilo.

            El ratón se habituó al gato. Se convirtió al budismo. Adaptó su alfabeto al suyo. Las fotocopias de las casas, templos y el arte de China hoy siguen vivas en las calles de Vietnam.

***

            Luna Hang está envuelta en un suéter de cuello alto y una chamarra negra rechoncha. Lleva el pelo negro y lacio recogido en una trenza. Con la bufanda roja que hace juego con sus guantes y le cubre la boca, parece un tamal al interior de una olla que guarda calor.

            Mi guía extiende la mano, me da la bienvenida al aeropuerto de Hanoi y un acordeón en su rostro atezado es la primera sonrisa que encuentro en Vietnam.

           —¿Traes abrigo? Tápate antes de salir al bus. Aquí en el norte, en esta época, los días son muy fríos.

            En una pantalla leo que estamos a 19 grados. Por eso no tengo frío, pero sigo el consejo de Luna, me siento en una banca para rascar el fondo de mi maleta y saco la chamarra que guardé antes de salir de París. En esto estoy cuando veo a la mujer que duerme encogida en la banca de enfrente temblar como gelatina. Su cuerpo es fino, como una vara de incienso, y su piel es del color de la leche. Cruza los brazos, los descruza, tirita. Pega las rodillas al pecho y se abraza las piernas como un clavadista. Sólo lleva un suéter viejo y gris.

            Pequeños, ágiles y escurridizos, los vietnamitas han sobrevivido a más de mil años de guerra y hambrunas. Hablan del inicio de la temporada de tormentas y tifones con la tranquilidad de quien dice «ésta será una tarde soleada». Administran sus cosechas de arroz como ardillas que la naturaleza entrenó para sobrevivir al invierno.

            Pareciera que la única flaqueza que vulnera a un vietnamita es pasajera. Aparece sólo una vez por año, en diciembre, cuando los habitantes del norte engordan sus cuerpos delgados —de cristal— con capas y capas de ropa, y salen a la calles con la corpulencia artificial de un luchador de sumo.

***

            Cualquiera puede contar en vietnamita. Mop. Hai. Ba. Bung. Nam. Sao. Bay. Tam. Chin. Moui. Fácil. Del uno al cinco y del cinco al diez.

         En Vietnam, la delgadez no exime a la lingüística. Aquí las listas de los diccionarios son tan flacas como la geografía, los cuerpos frágiles que tiemblan a 19 grados en invierno y las callecitas por las que fluyen motos como kayaks en un río de rápidos.

            Las palabras vietnamitas son monosílabas. Todas. El río más largo del norte: Cau. El plato tradicional para desayunar: Pho. El título del himno nacional: Tien Quan Ca. El héroe de la independencia: Ho Chi Minh. El nombre vietnamita de la capital que llamamos Hanoi (una palabra, dos sílabas): Hà Nội (dos palabras, dos sílabas).

            Dos días después de llegar a Vietnam —Viet Nam— descubrí que el verdadero nombre de mi guía —Luna, Lu-na— es Nguyệt.

***

            Sola. Sin marido. En Vietnam. En Navidad.

            Lo digo y mis compañeros de viaje —españoles, colombianos, mexicanos— me miran como si me hubieran salido tres cuernos en la frente. Luna es la única que nunca desliza una frase cortés que en realidad quiere decir: «¿Qué clase de mujer casada hace eso y por qué?».

            Ella dice que Vietnam debe cambiar, y es una orgullosa activista de su causa.

            —Aquí hay mucho machismo, pero yo he educado a mi marido. Antes, cuando nos acabábamos de casar, él llegaba a casa, se sentaba frente a la mesa y esperaba que yo sirviera la cena y lavara los trastes. Pero como yo también trabajo y pago las cuentas, le dije: «Si yo cocino, tú lavas».

            Beneficiaria de la rebeldía de la mujer de su único hijo, la suegra de mi guía —según mi guía— es su secuaz número uno.

            —Aquí aún hay hombres que piensan que todo debe ser para el marido, como el rey que tenía 700 esposas y 300 concubinas. Por eso hay que educarlos.

            Dice Luna que su suegro era la encarnación del Rey Salomón. Sin embargo, la vida del pobre iluso cambió por culpa de esta vietnamita que podría ser la hija pródiga de Simone de Beauvoir. Desde que su mujer «se dejó adoctrinar» por su nuera, a él no le quedó más que aceptar ir al mercado, cocinar, sacudir muebles y fregar el piso. Dice Luna que aún no se acostumbra, pero que ya lo hará.

***

            En el país de los fideos, las viviendas son fideos. Sus habitantes las llaman «casas de tubo». Son alargadas y se alinean una seguida de otra, como estudiantes de alturas dispares pegados hombro con hombro. De lejos, parecen columnas de números vietnamitas. Tres o cuatro metros de fachada, dos a cinco pisos de alto. Una puerta en la planta baja abre los brazos para tragarse en su pecho hasta 21 metros de profundidad. Con un poco de suerte, un balcón o una ventana miniatura en los niveles superiores.

            Luna vive con su marido, sus dos hijos, su suegra y el ex Rey Salomón en una casa de tubo de tres plantas.

            —En Vietnam, todo el mundo vive con sus padres. Rentar es carísimo. Un cuarto de 10 m2 cuesta cien dólares al mes. Lo peor es que el gobierno no nos da créditos hipotecarios, así que quien quiere comprar una casa tiene que ahorrar y pagarla de contado. Pero a nadie le alcanza el dinero para eso. Uno sólo tiene casa propia cuando sus padres se la heredan.

            —Pero no entiendo. ¿Tus padres te heredarán su casa aunque tú vivas con tus suegros?

            —No, la casa de mis padres será para mis hermanos; para los hombres.

            —¿Y a ti no te dejarán nada?

            —No, porque yo estoy casada.

            —¿Y si no estuvieras casada?

            —Hmm, de cualquier modo sería para los hombres. Por eso, si eres mujer, tienes que casarte. —ríe Luna, y traiciona la memoria de Beauvoir.

            —¿Entonces la herencia de tus suegros sólo será para tu marido?

            —Sí.

            —¿Entonces aquí las mujeres no tienen derecho a nada?

            —A nada.

***

            Oxímoron del Sudeste Asiático: obesidad vietnamita.

            En Vietnam nada es gordo. ¿La chamarra rechoncha de Luna? Extranjera. ¿Los coches que se mueven como mamuts en un país de motos? Extranjeros. ¿Las casas que tienen más de tres metros de fachada? Extranjeras. ¿Los gordos? Turistas, inmigrantes, extranjeros.

            La palabra más larga de Vietnam tiene sólo siete letras. Nghiêng significa «inclinado», y este inofensivo acto de traducción es grasa abdominal en un idioma que nunca ha visto un vocablo de nueve letras y cuatro sílabas.

            ¿La gramática ancha? Extranjera.

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Encuentro con una generación

Originalmente publicado en Esquire no. 85 (PDF aquí)Originalmente publicado en Esquire no. 85 (PDF aquí)

Alberto Chimal reunió a algunos de los mejores cuentistas mexicanos jóvenes en la antología Emergencias. Hablamos con él sobre este libro y el panorama actual de la escritura en el país.

     A paso lento se acerca Alberto Chimal hasta la cafetería en la que decidimos encontrarnos, pero es fácil reconocerle desde lejos. Ropa negra de pies a cabeza y ojeras que, como manchas de tinta, se expanden hasta sus pómulos. A los 45 años, el mexicano tiene una batalla ganada: ha definido una identidad literaria y su estilo es una marca de la casa. Tras casi tres décadas de trabajo literario, uno detecta la voz narrativa de Chimal a media calle, en una antología de cuentos o en el time line de su cuenta de Twitter (@albertochimal).

      Alberto Chimal redactó sus primeros textos en una vieja máquina de escribir. Era uno de esos armatostes grandes y pesados que le atoraban los dedos al teclear. Ya desde entonces escribía minificciones y le interesaban los artículos de revistas. Mientras algunos escritores sueñan con publicar novelas, Chimal se especializó en la brevedad, intrigado por lo que ésta produce en el lector. Y es que, mientras la novela nos mantiene atrapados —olvidados de espacio y tiempo—, un relato corto termina de formarse en la conciencia hasta que se concluye la lectura. Un novelista tiene 100, 200 ó 300 páginas para dosificar un conflicto, pero un cuentista que plantea y resuelve todo en un párrafo tiene un poder adicional: la posibilidad de revelar y sorprender después de haber llegado al punto final.

     Por estos días, Chimal presenta dos antologías. Una, Los atacantes (Páginas de Espuma), de relatos propios; y la otra, Emergencias, (Lectorum), para la que convocó a 25 escritores mexicanos nacidos después de los años 70, cuyos relatos dan cuenta de las transiciones sociales y políticas más importantes del país.

ESQUIRE: En Emergencias dices que no hay un canon para distinguir un buen cuento, pero ¿qué debe reunir para ti?
ALBERTO CHIMAL: De alguna manera, debe lograr atraer al lector. Tiene que contar una historia interesante de un modo llamativo y proponer una idea relevante o inesperada. Un gran cuento debe ser capaz de expresar algo muy pertinente sobre un tema que ya conocemos o revelar algo que no esperábamos escuchar. En el caso del libro, quería dejar claro que no es una selección canónica, porque ha surgido una cantidad de obras muy interesantes en México y no creo que una antología deba decir: “Estos son los cuentos que debes leer”. Al contrario, lo que se necesita es subrayar que, aunque la sociedad atraviese por momentos difíciles, pueden florecer formas artísticas que reaccionan ante un contexto adverso.

ESQ: Mucha gente asiste a las ferias del libro y hay autores con miles de seguidores en Twitter. ¿Los mexicanos leen o no leen?
AC: Hay un serio problema en materia de venta de libros, pero también de acercamiento con el mundo y del modo en el que lo comprendemos a partir de la lectura. Leer no sólo implica consumir un libro, es un hábito mental que permite descifrar el mundo. Ese es el valor práctico de la lectura. Otra cuestión es que ahora la gente no sólo lee en papel sino en otras plataformas: lee Facebook, Twitter, sitios web. Se relaciona con la lectura de nuevas maneras. No lo hemos asimilado, pero es algo que ocurre. Ahora, existe el fenómeno de los “booktubers”, los chavos que reseñan libros en línea. Eso también tiene repercusiones.

ESQ: ¿Crees que hay prejuicios con respecto a la lectura en línea?
AC: Por supuesto. Es inevitable porque las generaciones que ahora tienen el poder cultural son aquellas que crecieron con la prensa en papel y la máquina de escribir. Pero es muy importante resaltar que las plataformas digitales tienen una cualidad que se le ha escapado a la prensa en los últimos años, como la apertura y la escritura horizontal. En un medio impreso es muy complicado abrirse paso, pero en internet no es así. Al menos no por ahora. Quizá todo cambie si implementan las medidas de censura de las que tanto se habla, pero de momento no. Aún es un entorno libre, donde puede haber comunicación entre iguales. Y eso afecta la escritura: por eso se están desarrollando formas de escribir que antes no teníamos, porque no están reglamentadas como lo estarían en una publicación impresa en papel. A mí me parece que el actual es un momento muy interesante para la escritura digital.

ESQ: A medida que adquieres más experiencia, ¿el proceso de escritura se vuelve más fácil o más difícil?
AC: Ciertos retos de la escritura se resuelven con más facilidad; otros, en cambio, no tanto. Es más fácil redactar y estructurar las frases, pero trabajar las partes más interesantes y arriesgadas puede ser más complicado porque soy una persona a la que no le gusta repetirse. Me interesa buscar nuevas maneras de decir las cosas, encontrar nuevos temas para explorar y no quedarme con una fórmula, por muy buena que pudiera ser.

ESQ: ¿Cómo te ha ido con las distintas casas editoriales que han publicado tus libros?
AC: Es un tema complicado. En México ocurre algo particular: por un lado, hay editoriales pequeñas que se inclinan por publicar textos interesantes aunque sean de autores poco conocidos; por el otro, a los grandes consorcios les atrae, sobre todo, la fama del autor. A mí me lo han dicho. En una ocasión quise publicar un libro y me dijeron: “Vuelve cuando seas famoso”. Y ese día decidí que nunca más pondría un pie en esa editorial. Para mí ha sido mejor trabajar con editoriales independientes. Son más abiertas, receptivas y arriesgadas.

ESQ: ¿Has publicado todo lo que has querido o tienes alguna gran historia guardada?
AC: Tengo varios textos inconclusos que algún día quiero terminar. Una vez al año abro la carpeta donde los guardo, los veo y me digo que aún pueden esperar un poco más. Yo diría que en México es bastante fácil publicar textos breves, así que no tengo muchos proyectos inéditos. De algún modo, siempre se les puede dar salida, aunque sea en tirajes pequeños y en ediciones muy oscuras.

Prohibido detenerse

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Originalmente publicado en Esquire no. 85 (PDF aquí)

Tan veloz como su personaje en The Flash, Grant Gustin se convirtió en uno de los superhéroes favoritos de la televisión. En Vancouver hablamos con él sobre el estreno de la segunda temporada de la serie de Warner Channel.

     En esta mañana de miércoles, el hombre más veloz de la Tierra tuvo que despertarse una hora antes de lo normal para llegar a tiempo a nuestra cita. Los superhéroes también necesitan dormir. Apenas son las nueve, y cuando Grant Gustin aparece en el set de los Vancouver Film Studios no viste el disfraz de Flash ni se mueve a la velocidad de un rayo. Hoy salió de casa como cualquier mortal: con un par de ojeras bajo los ojos, un termo de café en la mano y unos Converse grises para soportar una jornada de 12 horas de trabajo.

     Siempre que alguien le pregunta qué distingue a su personaje de otros ídolos de Marvel o DC Comics, Gustin lanza la misma respuesta: es un tipo con el que cualquiera podría identificarse. Barry Allen es un científico larguirucho y con pocos músculos para presumir. Es tímido y se mueve con torpeza. Tarda tantos años en decirle lo que siente a la chica que le gusta que ella sólo lo ve como un amigo. “Lo que le ocurre a Barry podría pasarle a cualquiera. Él no es un dios. Gran parte de lo que le sucede es producto de un accidente”, dice el actor.

     Barry Allen se transforma en Flash a causa de una tormenta eléctrica. La falla de un acelerador de partículas provoca una ola de radiación que afecta a un sinnúmero de personas y Allen es una de ellas. Lo alcanza un rayo durante una noche de trabajo solitario en su laboratorio y el accidente lo deja en coma. Cuando despierta, tiene el abdomen de lavadero de un atleta y puede moverse a una supervelocidad.

     Hasta hace unos años, Grant Gustin también era un tipo normal. Vivía con sus padres y sus dos hermanos en la ciudad estadounidense de Norfolk, Virginia, hasta que comenzó a interesarle el teatro y le cayó en las manos la oportunidad de trabajar en Glee. Era 2011, apenas tenía 21 años y no le pasaba por la mente la idea de que lograría cumplir su más grande fantasía infantil:  tener superpoderes y pasar disfrazado buena parte de su tiempo.

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    Entre un sorbo de café y otro, Gustin cuenta que durante su infancia tuvo una niñera que renunció a causa de su obsesión con Superman. “Le daba mucha vergüenza salir conmigo a la calle” dice antes de reír. Era tan fanático del personaje que en aquel entonces interpretaba Christopher Reeve que usaba su pijama del hombre de acero en la mañana, en la tarde y en la noche. “Me compré unos calzones rojos para usarlos sobre el pantalón de la pijama y tenía unas botas de lluvia del mismo color. Quería vestirme así todos los días.”

—¿Por qué te gustaba tanto Superman?

—Amaba a Chris Reeve. Fue la única franquicia que realmente me interesó. No crecí cerca de tiendas de cómics ni era experto en esos temas. Simplemente me encantaban las películas y él siempre será Superman para mí.

     Grant Gustin no es el primer Flash de la televisión. El personaje del cómic de los años 40 apareció por primera vez en un especial televisivo de 1979 —Legends of the Superheroes— y regresó en los 90 con una serie que duró una temporada. El héroe fue interpretado por John Wesley Shipp y ahora ese actor es el padre de Barry Allen en la serie que protagoniza Gustin.

—¿Estás consciente de que tú siempre serás Flash para toda una nueva generación?

—Claro, pero trato de no pensar mucho en ello. Me divierto porque crecí amando a un superhéroe, pero no me tomo demasiado en serio esto de ser Barry Allen. Sé que después de mí vendrán otras interpretaciones de Flash.

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     Grant Gustin no titubea al admitir lo mucho que disfruta interpretar al único hombre capaz de dejar en ridículo a Usain Bolt. “Me encanta usar el traje, me siento diferente cuando lo llevo puesto y estamos en una locación, porque solemos grabar frente a una multitud. Por alguna razón, cuando estoy disfrazado suelo hacer cosas estúpidas, y la gente grita y aplaude”, dice Gustin entre risas.

    Disfrazarse de Flash no sólo desencadena un mar de fanáticos en busca de una selfie. Cuando Gustin obtuvo el papel en 2003, muchos escépticos se manifestaron para decir que él no estaba a la altura del papel. “Claro que estaba al tanto de eso. Tengo una cuenta de Twitter y me gustan las redes sociales, así que leer esos comentarios fue parte de una lección con la que debí aprender a lidiar”. En la terna para elegir al protagonista de la serie que compartiría conflictos y personajes con Arrow (2012) —otra bomba de DC Comics en la televisión— había un par de actores casi 10 años mayores que Gustin. Ambos decían ser fanáticos de los cómics y tenían el físico de aquellos comprometidos a varias horas diarias de gimnasio. Al final ganó la esencia de Barry Allen, y el actor que elevó los ratings de la primera temporada fue un tipo larguirucho, tímido, que asegura que no siempre ha tenido suerte con las mujeres.

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     El rayo quiebra el techo de cristal del laboratorio y Barry Allen se transforma en Flash. ¿Qué sigue en la historia que casi cuatro millones de personas sintonizaron durante 22 episodios consecutivos? El resto de los afectados por el desastre de radiación —“metahumanos”, como les llama nuestro héroe— meten en líos al protagonista y él debe enviar a todos a una prisión especializada que está a cargo de su mentor, Harrison Wells, interpretado por un genial Tom Cavanagh; la doctora Caitlin Snow, experta en genética a la que da vida Danielle Panabaker, y Cisco Ramon, un genio de la ingeniería mecánica encarnado por el actor colombiano Carlos Valdés.

     En el gremio televisivo se dice que el reto de una serie no es concluir la primera temporada, sino sobrevivir a la segunda. “Así es. No he visto los nuevos episodios tras la posproducción, pero sólo con leer el guion sabemos que tendrá un tono diferente y que Flash se apegará más al personaje del cómic.” Según Gustin, el personaje tendrá más confianza en sí mismo y los metahumanos que enfrentará serán más oscuros.

    El éxito de las adaptaciones de historietas no se detiene, por lo que la cadena ya anunció el estreno de Legends of Tomorrow —serie que combina varios personajes y universos— para 2016. A Grant Gustin no le preocupa interpretar a Flash durante varios años más. “Si tuviera el superpoder de mi personaje lo aprovecharía para pasar más tiempo con mi familia y ver a toda la gente que quiero, pero al final volvería para seguir trabajando. Soy un superhéroe de televisión, así que podría hacer esto durante muchos años más.”

Las ventajas de ser Hugh Jackman

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Originalmente publicado en Esquire no. 85 (PDF aquí)

Un día conduce la entrega de los premios Óscar, otro es un mutante en X-Men y ahora trabaja con uno de los mejores directores de Gran Bretaña en Pan. ¿Hay algo que este tipo no pueda hacer?

     Nada detiene a Hugh Jackman. Desde que apareció en X-Men, en el año 2000, estrena entre dos y cinco películas por año. Si el guión o el director lo atrapan, no le importa cambiar de género de manera drástica: igual acepta un chick-flick como Kate & Leopold (2001), una cinta de acción como Van Helsing (2004) o un musical (Les Misérables, 2012). Ahora se decidió por la fantasía. Bajo la dirección de Joe Wright (ese genio detrás de Atonement, Hanna y Anna Karenina) se disfraza de pirata en Pan, que narra la historia clásica infantil desde una perspectiva distinta a las que se han abordado hasta ahora. ¿Por qué aceptar un proyecto del estilo? Él mismo lo responde.

ESQUIRE: ¿Qué vuelve atractivo un proyecto como Pan en esta etapa de tu carrera?
HUGH JACKMAN: Primero que nada, me encanta la historia de Peter Pan y todo lo que gira en torno a ésta. Con esta película uno recuerda su niñez, pero además amo a Joe Wright. Acepté tan pronto supe que él sería el director. Cuando me reuní con él, sacó su iPad y me enseñó una imagen de mi personaje. Recuerdo que dijo: “Esto es lo que pensaba para Blackbeard”. Lo que yo tenía en mente era a un tipo con la barba incendiaria, y lo que Joe me mostró fue una foto de mi cara con maquillaje, que estaba cuarteada como si fuera una pintura vieja, y parecía una mezcla de la peluca de María Antonieta con la ropa de Luis XIV [ríe].

ESQ: Joe es uno de los mejores directores contemporáneos. ¿Qué lo distingue de otros?
HJ: Con él trabajamos en una especie de taller que dura tres semanas. Yo había hecho eso en proyectos de teatro, pero nunca de cine. Metió a todos los que interpretaríamos a un pirata a un cuarto y pasamos juntos cada día en la creación de nuestros personajes. Así definimos su aspecto físico, su manera de caminar y su contexto; establecimos una dinámica para ellos. Desde ahí nos probamos el vestuario, que el diseñador nos llevó en una caja inmensa. Para que cada uno se metiera en su papel, Joe nos decía: “Ve y vístete [ríe]”. Cada día nos relacionamos más y más con nuestros personajes, hasta nos aprendimos los nombres de todos y quedó claro cuál sería su aspecto físico.

ESQ: Como en otros proyectos, tuviste que sufrir una transformación física. Háblame de eso.
HJ: Bueno, por suerte para mí, desde una etapa muy temprana del proyecto decidimos que tendría que rasurarme la cabeza. En realidad fue una medida práctica, pues tendría que usar muchas pelucas. Sin embargo, más allá de esto, hay una razón por la que mi personaje es calvo. No te lo puedo explicar ahora, porque revelaría algo importante sobre la historia, pero siempre lleva las pelucas a la mitad de la cabeza, lo que le da un aspecto de samurái. Es un tipo muy vanidoso, así que la idea de que use maquillaje blanco, tenga los ojos oscuros y se vea completamente diferente a mí, me resultó fenomenal. Durante seis meses nadie me reconocía. Fue fantástico, aunque tuve que usar mucho bloqueador solar para no quemarme la cabeza [ríe].

ESQ: En la película trabajaste con Rooney Mara, Garrett Hedlund y Adeel Akhtar, que interpretan a Tiger Lily, Hook y Smee. Todos son actores geniales.
HJ:
Rooney y Garret son dos de los actores más trabajadores que he conocido. Ambos son brillantes. Ahora tienen la edad que yo tenía cuando trabajaba en mi primera película de Wolverine, y he de admitir que ahora he llegado a una edad en la que pienso “el stunt podría hacer eso por mí”. Sin embargo, Garret hace justo lo opuesto. Recuerdo que durante el rodaje lo vi filmar una escena de pelea bastante brutal, en la que enfrentaba al nativo de una aldea y recibía un golpe tras otro y al día siguiente se presentó a trabajar como si nada. Es un guerrero, realmente fue grandioso.

ESQ: ¿Y a ti cómo te fue con las escenas de pelea?
HJ: Tuve que hacer varias de éstas con Rooney. Eran peleas con espadas, y déjame decirte que ella es genial para eso. Cuando uno trabaja en un proyecto como éste, donde puede pasar un mes antes de que llegues a una escena del estilo, es muy sencillo emocionarse y esperar “ese gran momento”. Cuando finalmente llegó para ella, mostró mucha confianza y se veía genial frente a la cámara.

ESQ: ¿Los sets en los que filmaron fueron tan geniales como los que veremos en la pantalla del cine? ¿Tuviste algún favorito?
HJ: Bueno, me sentí muy apegado a mi barco. Desde el instante en el que lo vi, pensé: “Es lo más increíble que he visto en mi vida”. Es masivo, de verdad, no creo que hayas visto algo similar. Era hermoso y lo construyeron de principio a fin. Es decir, normalmente, para una filmación, sólo se construyen ciertas partes; por ejemplo, si vas a filmar en un avión sólo se hace la cabina o se recrea el interior. Sin embargo, en este caso se edificó el barco completo. Además estuvo el set de Nunca Jamás. Recuerdo que cuando hice mi primera prueba frente a cámara necesitaba el visto bueno de Joe y no lo encontraba. El set era tan grande que nos perdíamos en él.

Habrá zombies para rato

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Originalmente publicado en Esquire no. 84 (PDF aquí)

Nadie está a salvo en Fear the Walking Dead, el spin-off de una serie que ya se recuerda con nostalgia. La primera temporada ya está aquí y Cliff Curtis, uno de los personajes principales, nos dice lo que podemos esperar de ella.

     No exageramos al decir que para muchos se trata de la serie más esperada de 2015. The Walking Dead rompió récords de audiencia en Estados Unidos (más de 15 millones de personas vieron el final de temporada) y ahora una serie hermana espera replicar el éxito. Fear the Walking Dead contempla el apocalipsis zombi desde una perspectiva distinta y un equipo nuevo de guionistas ha dedicado años a la planeación de la historia.
La sorpresa y el desconcierto de los personajes será un punto en común entre ambas series, pero los protagonistas,  las líneas narrativas y locaciones de Fear the Walking Dead serán completamente diferentes. Mientras que el programa anterior inicia cuando el mundo ya está destruido —Rick (Andrew Lincoln), el protagonista, despierta de un coma que lo mantuvo cuatro meses inconsciente—, esta nueva serie estará ambientada en Los Ángeles e iniciará antes del apocalipsis. Asimismo, los personajes no serán individuos aislados que se conocen después de la hecatombe, sino los miembros de dos familias: los Salazar (dos inmigrantes centroamericanos interpretados por Rubén Blades y Patricia Reyes Spíndola) y la que integran Travis y Madison (Cliff Curtis y Kim Dickens), dos profesores de preparatoria que inician una nueva vida juntos.

ESQUIRE: Uno de los aciertos de la serie es tener un elenco internacional, ¿no?
CLIFF CURTIS: Es interesante porque no seleccionaron a actores individuales sino a un grupo que funcionara como una familia. Lo que querían era encontrar química en las relaciones que se establecerán en la serie y un sentido de conexión entre los actores.

ESQ: Háblame de tu personaje.
CC: Interpreto a un maestro de inglés. Por su parte, Kim Dickens tiene el papel de Madison, consejera de una escuela preparatoria. Ninguno de nuestros personajes está preparado para lo que vendrá. El Este de Los Ángeles suele ser increíble y nunca ha enfrentado una situación como la que veremos. El punto es que esta zona de la ciudad es multicultural, hay una mezcla de todo. Hay matrimonios interraciales y es un sitio en el que todo podría ocurrir.  

ESQ: Hay quien piensa que en Los Ángeles hay muchas pandillas. ¿Veremos algo de esto en la serie?
CC: Ninguno de los personajes principales está en una pandilla. Para ellos lo principal es su familia. Tampoco es un tema en el que se vaya a enfocar la serie. Básicamente trata de dos profesores de preparatoria que están tratando de averiguar qué hacer con los adolescentes que tiene a su cargo. Sin embargo, hay otro tipo de problemas. En una de las familias hay un adicto a las drogas y yo tengo un hijo del que estoy completamente distanciado.  

ESQ: ¿Cuál será la relación de tu personaje con el de Kim Dickens?
CC: Mi personaje está muy enamorado del de Kim. Acaban de iniciar su relación. Ella tiene dos hijos adolescentes y yo estoy separado de mi ex mujer. Al inicio de la temporada ambos están en un ambiente de amor, pero cuando empiezan los problemas no saben exactamente cómo deben reaccionar y no responden a la situación del mismo modo. Ella es muy pragmática y yo soy idealista. Yo digo que arreglaré las cosas y ella simplemente lo hace [ríe]. A mí me gusta discutir las cosas y ella prefiere actuar.

ESQ: Es decir, es una situación que podría ocurrirle a cualquiera de nosotros en la vida real.
CC: Es muy interesante. Por ejemplo, mi personaje se da cuenta de que quizá nunca debió de haberse casado con su ex mujer, pero en su momento hizo lo que consideró que era lo correcto. Y es que hay algo bueno de haber tenido un matrimonio de 13 años con alguien: aprendes mucho y cuando estás en una nueva relación y enfrentas un problema, ya sabes lo que debes hacer. A veces ni siquiera es necesario que hables. Uno accede a ciertas cosas y la otra persona a otras. Así puedes seguir adelante.

ESQ: ¿Cómo será el ritmo de Fear the Walking Dead? Leí que pasará un rato antes de ver al primer zombi en pantalla.
CC: Y hay algo más: no todos los zombis serán una amenaza. Lo que sucede con esta nueva serie es que pretendemos retratar un mundo donde hay más elementos reales, porque de este modo te puedes identificar con más cosas. En general la realidad es más compleja de lo que uno cree, así que decidimos enfocarnos en ese principio y los guionistas y creadores de la serie lo usaron con gran efectividad. Es decir, crearon una expectativa acerca del modo en el que crees que una persona debería  reaccionar ante determinadas situaciones.

ESQ: Tomando esto en cuenta, ¿qué es lo que nos atrapará de la serie?
CC: Que uno cree que sabe cómo actuaría ante determinados hechos, pero a veces ocurren cosas que te llevan a actuar de modo distinto y tomar otra dirección. Eso es lo que nos mantiene siempre caminando. La serie volverá a crear expectativas y luego las modificará pero todo siempre será plausible, auténtico y tendrá mucho sentido. Es decir, siempre habrá sorpresas y provocará que la gente piense: “Wow, no creí que esto pudiera suceder” o “Jamás creí que ese personaje fuera capaz de hacer eso”. Permitirá que nos cuestionemos lo que haríamos si estuviéramos en sus zapatos y creo que eso es lo que provocará que la gente no deje de ver la serie. Con toda certeza puedo decirte que esta primera temporada tiene muchos elementos de este tipo. A mí me impresionó. Soy de Nueva Zelanda y hay muy pocas cosas que me impresionan, pero la serie realmente me impactó. La historia tiene cosas geniales.

De vuelta a los 60

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Originalmente publicado en Esquire no. 84 (PDF aquí)

Tenemos motivos de sobra para aplaudir el estreno de la nueva película de Guy Ritchie: revive uno de los clásicos de la televisión de los 60, recrea el cine de espías en el ambiente de la Guerra Fría y tiene a dos mujeres (MUY) guapas entre sus protagonistas. Esto es The Man from U.N.C.L.E.

     Afuera, en el mundo real, Estados Unidos y la Unión Soviética se rehuían las caras. Peleaban sin pelear. Sus mejores astronautas sudaban por ver quién pisaría la Luna primero; sus mejores soldados morían en las selvas de Vietnam. Para mediados de los 60, la Guerra Fría era una olla exprés a punto de estallar.

    En la televisión, ambos países aceptaron sentarse a conversar: en 1963 se estrenó The Man from U.N.C.L.E y se mantuvo cuatro años al aire por la cadena nbc. En la serie, dos espías —un estadounidense y un soviético— resolvieron sus diferencias hasta convertirse en aliados. Napoleon Solo —estadounidense, cabello oscuro, popular entre las mujeres— era el clásico héroe que podía lograrlo todo, incluso aliarse con el archienemigo de su país. Illya Kuryakin —soviético, melena rubia, reservado— era su contraparte socialista.

     Los espías se transformaron en una especie de “James Bond” de la televisión. En gran medida, The Man from U.N.C.L.E. fue una serie exitosa desde la cuna: el concepto de Napoleon Solo fue idea de Ian Fleming, creador del 007. La premisa era clara: si en los noticieros el mundo estaba a punto de volar en pedazos, en la ficción había dos tipos inteligentes que preservarían la paz vestidos de traje y corbata.

      Este mes, Napoleon Solo e Illya Kuryakin llegan al cine. En los 60 fueron interpretados por Robert Vaughn y David McCallum y ahora Henry Cavill (Man of Steel, 2013) y Armie Hammer (The Lone Ranger, 2013) los relevan: en la cinta dirigida por Guy Ritchie ambos inician como enemigos que luego deben trabajar en conjunto para proteger a una chica —interpretada por Alicia Vikander— para evitar un desastre nuclear. Conversamos con Cavill, Hammer, Hugh Grant y Guy Ritchie para conocer más detalles.

ESQUIRE: Henry, Armie, describan rápidamente a sus personajes.
HENRY CAVILL: Napoleon Solo es el agente más efectivo de la cia. Es un hombre con facilidad de palabra y es encantador con las mujeres. Es un maestro de la evasión y por eso termina trabajando como espía. La historia inicia durante la Guerra Fría, lo cual siempre es interesante.

ARMIE HAMMER: Illya Kuryakin es un espía clásico de la kgb. Es un huérfano de la Unión Soviética. Acata las reglas, es calculador y fue el más joven en enlistarse en la agencia.

ESQ: Estamos ante una cinta contemporánea de cine de espías. Háblenme de eso
HC: No hay mejor forma de entretenimiento. La historia es genial, es una versión renovada del género.

AH: Tiene suspenso, tiene aventura, tiene romance. Tiene todo.

HC: Y también tiene algo de comedia. ¡Es una película de Guy Ritchie! ¿Qué otra razón se necesita para verla? [ríe] Cuando revisaba el guion me gustó leer algo que se remontaba a las viejas cintas de espías. Al verlas en la actualidad queda claro por qué era un género maravilloso.

HUGH GRANT: Este tipo de películas siempre me han fascinado, aunque mi madre pensaba que eran algo subidas de tono [ríe].

AH: Creo que hubo una era dorada del cine y muchas cintas de espías fueron producto de ésta.

HG: En aquella época los hombres eran más varoniles, vivían en presencia del peligro.

AH: Manejaban motos y saltaban por las ventanas.

HC: Y claro, había guaridas secretas bajo tierra, y ese tipo de cosas.

ESQ: Guy, ¿por qué seguimos fascinados por los años 60?
GUY RITCHIE: Hay algo muy moderno sobre el estilo de aquellos años. Para mí fue la época más genial. En esa década se popularizaron los espías y tenían un estilo único que quise recrear. Queremos que la audiencia sienta lo mismo que nosotros cuando veíamos ese cine. La historia [de The Man from U.N.C.L.E] inicia 18 años después de la Segunda Guerra Mundial, cuando nuestro mundo había cambiado por completo.

ESQ: En la historia hay un agente de la cia y uno de la kgb trabajando en conjunto. Si pensamos que todo se desarrolla en el contexto de la Guerra Fría, es genial.
HC: Se trata de dos superpoderes compitiendo uno contra el otro de forma clandestina, por lo que tienes enormes cantidades de dinero apostadas en individuos. Es como ver los juegos olímpicos en esteroides [ríe].

AH: Kuryakin y Solo son dos tipos que se ven obligados a trabajar juntos.

GR: En la historia hay mucha diversión, sobre todo porque empiezan a caerse bien, aunque sea a la mala.

AH: Más allá de esto, para mí lo importante fue que Guy Ritchie fuera el director. Habría intentado ser parte de cualquier cosa que él dirigiera. Me encanta el estilo de todas sus películas.

HG: A Guy le gusta conversar sobre cada escena durante cada día de rodaje. Nos sentamos y hablamos.

GR: Quería enfocarme en el estilo de la cinta con seriedad, pero a la vez abordarlo con ligereza. Disfruté mucho intentar capturar el espíritu de The Man from U.N.C.L.E. a través de mi imaginación.

ESQ: Guy, ¿cuál fue tu reto más importante como director?
GR: Lo más importante para mí fue contrastar a los dos personajes. Tenías al de Estados Unidos y al de Rusia; al rubio y al moreno; al impecable y al tosco, y quería crear una delimitación clara entre las partes que estaban en guerra. Era un campo fértil para la diversión.

ESQ: Henry, ¿qué fue lo mejor de la dinámica que tuvieron que establecer sus personajes?
HC:
Nuestros personajes tienen una relación maravillosa. Se resume en que ambos concluyen: “Bueno, sé que eres bueno en lo que haces, pero yo no trabajo así”. Además, sus diferencias de personalidad son muy grandes. Illya es un espía de nacimiento y Napoleon es exactamente lo opuesto. Tener a esos dos intentando que sus habilidades convivan produce una relación potencialmente volátil.

HG: Siempre hubo esa rivalidad. La cia creyendo ser más inteligente que la kgb y, de cierta manera, la gente tras la Cortina de Hierro siendo más inteligente que la cia.

ESQ: Filmaron en dos ciudades italianas, qué gran experiencia.

GR: Queríamos filmar en Roma por razones obvias. Todos se divirtieron. Puedes caminar en cualquier parte de la capital de Italia y vuelves a los años 60.

AH: No sentía que estuviera trabajando. La película empieza con la oscuridad del régimen y luego se transporta a Italia, que está llena de color, de diversión y de copas de champaña. 

HC: Nápoles y Roma fueron absolutamente maravillosas. Ver lugares que normalmente no visitarías como turista fue muy emocionante.

TODO POR ELLA

En toda película de espías hay una mujer clave. En The Man from U.N.C.L.E. es Alicia Vikander, quien interpreta a Gaby, la hija de un científico nazi que trabaja para el gobierno estadounidense. La misión de ambos agentes será protegerlos para que cumplan con su misión.

ESQUIRE: Alicia, eres muy joven como para haber visto la serie de los 60, pero ¿tuviste alguna otra referencia para inspirarte?
ALICIA VIKANDER: Bueno, todos sabíamos que la película sería algo muy distinto a la serie, aunque de cualquier modo queríamos rendirle homenaje. Queríamos que todo aquel que tuviera sus propias referencias y recuerdos de la serie siguiera atesorando todo eso, porque estamos de verdad conscientes de la gran importancia que tuvo. Pero, volviendo a tu pregunta, sí la utilicé como referencia. De niña pude estar al pendiente de ella porque se transmitía en la televisión británica. Mi papá la veía y yo acostumbraba a espiar por encima de su hombro para ver algunos episodios. Sin embargo, tomé la decisión de no verla de nuevo antes de filmar. He trabajado en otras películas que son adaptaciones o tienen referencias a cintas previas, y en esta preferí tener mayor claridad mental. Además, mi personaje no existía en la serie de televisión y sabíamos que Napoleon Solo [Henry Cavill] e Illya Kuryakin [Armie Hammer] serían muy distintos. Pero ahora que ya la terminamos sí me gustaría ver la serie y descubrir cuáles son las similitudes y diferencias.

ESQ: Además de Henry y Armie, conviviste mucho con Elizabeth Debicki. ¿Todos se hicieron amigos durante la filmación?
AV: Sí, todas las noches salíamos a cenar a diferentes lugres. Además teníamos a un actor italiano —Luca Calvani— en el elenco, así que hacíamos una lista de todas las cosas que queríamos ver y los restaurantes que queríamos conocer, y poco a poco las íbamos tachando.

ESQ: Hay dos personajes femeninos fuertes en la película, lo cual no es común en una cinta del género. O al menos en la forma tradicional. En este sentido, ¿crees que el filme supera a la serie de televisión?
AV: Creo que ni Elizabeth ni yo lo pensamos así cuando recibimos el guion. Creo que sólo nos dimos cuenta de que eran grandes papeles. Vimos películas antiguas y nos dimos cuenta de que había personajes así de fuertes para las actrices de aquel entonces, aunque quizá tengas razón y en este género no sean muy representativas.

ESQ: ¿Qué fue lo que más te gustó de Gaby?
AV: Tiene algo que ver con lo que mencionabas hace un momento: que es una mujer fuerte. Además, hay una ambigüedad de la que Elizabeth ha hablado: sabía que estaba a punto de poner un pie en una historia que algunas personas conocen, y por ende teníamos cierta responsabilidad. Y hay otra cosa, nunca había hecho cintas de acción ni de comedia y The Man from U.N.C.L.E. tiene un poco de ambas. Además soy fan de Guy Ritchie. Creo que me intrigaba mucho este tipo de humor negro en específico, así como su estilo y la dirección de los actores en estas cintas.

ESQ: En términos de acción, ¿cuál fue el mayor reto?
AV: Tanto Elizabeth como yo hemos realizado actividades físicas con anterioridad. Ambas hemos sido bailarinas, así que disfruto cualquier reto de este estilo que deban realizar los personajes que interpreto. Y además están las escenas de acción, a niveles muy exigentes, donde sí tienes que hacer cosas que normalmente no harías. Debes tener cierta fuerza como para que aceptes brincar de un edificio y que sea divertido.

ESQ: ¿Qué es lo que más distingue a este proyecto de otros que has hecho en tu carrera?
AV: Me emocionó mucho trabajar en esta película porque sabía que trabajaría con Guy Ritchie, quien tiene un estilo muy particular. Es una persona muy colaborativa y tranquila. Creo que hay algo muy particular en su forma de trabajo. Cuando estábamos filmando, recuerdo que pensaba: “Ah, ya entiendo cómo hace para obtener exactamente lo que quiere de cada personaje”. Se trata más del lado humano, porque incluso en una película como ésta tiene que tomarse todo con mucha seriedad. Es decir, aunque hay momentos muy humorísticos, él los aborda con delicadeza. Y al final, cuando vimos la película ya terminada y editada, incluso con la música incluida, me encantó que me sorprendiera. Sentí que era como estar en un elevador con música italiana, desde donde podíamos ver imágenes por todos lados. Esto fue como un viaje, y aunque ya tenía una idea de lo que creía que sería la cinta, tu visión es muy distinta después de que pasas meses y meses filmando un proyecto. Así que cuando vi el resultado final, sólo pensé: “Ah, sí, lo hizo”.

La otra vida de Geraldine Chaplin

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Originalmente publicado en Esquire no. 84 (PDF aquí)

     A Geraldine Chaplin no le importan sus personajes. Dice que en 63 años de cambios de vestuario, peinado, maquillaje y sets de filmación ella nunca ha aceptado un trabajo por el papel que le ofrecen, sino por el director que está detrás de él. Si conoce su trabajo, acepta sin siquiera leer el guión. Su prioridad nunca ha sido la fama, sino el cine en sí: actuar, formar parte de un equipo extraordinario y talentoso, perderse en su interpretación y luego sentarse a ver la película ya terminada. Su nuevo proyecto se llama Dólares de arena, y retrata a una anciana que se muda a la playa en la última etapa de su vida y se enamora de una prostituta jovensísima (Yanet Mojica) que por supuesto no tiene el más mínimo interés en ella. Platicamos con la actriz británica, que acaba de cumplir 71 años, sobre su última película.

ESQUIRE: ¿Qué es lo que más le atrajo de Dólares de arena?
GERALDINE CHAPLIN: Esta película ha sido un regalo. Acepté porque soy admiradora de los directores, Laura Amelia Guzmán e Israel Cárdenas. Cuando me llamaron para ofrecerme el papel, casi pensé que era un sueño.

ESQ: La temática de la película es muy dura, ¿no había cierta tristeza después de filmar?
GC: Creo que cuando termino el día de trabajo el personaje se queda en mi camerino, pero mi marido me dice que eso no es cierto [ríe]. Y es que además de Dólares de arena estuve trabajando en películas de terror. Entonces, imagínate lo que el pobre tuvo que soportar.

ESQ: ¿Su experiencia como actriz cambia al interpretar a personajes en otros idiomas?
GC: Sí, pero también tengo problemas con el inglés. Es mi idioma materno, pero siempre tengo que modificar mi acento. Para los ingleses hablo como estadounidense y para los estadounidenses hablo como inglesa. Pero tienes razón, acabo de hacer una película francesa y claro, no es lo mismo enojarme en francés que en español [ríe].

ESQ: ¿Cómo ha cambiado su aproximación a los personajes conforme ha avanzado su carrera?
GC: Al principio era un trabajo que iniciaba con papel y lápiz, porque recreaba la vida anterior del personaje. Últimamente me ayuda el vestuario. Uno se aprende el guion y visualiza escenas, pero cuando me pongo la ropa y me miro en el espejo es cuando el personaje se vuelve más fascinante para mí.

ESQ: ¿Aprecia todas las películas que ha filmado o se arrepiente de alguna?
GC: Con los años te das cuenta de que hay películas maravillosas, como Dólares de arena, y otras que son una mierda. Y claro, también he hecho cantidad de ésas. Lo que pasa es que si el trabajo de rodaje es bonito, piensas que la película será genial.

ESQ: ¿Fue difícil relacionarse con la soledad y la incertidumbre que vive su personaje en la cinta?
GC: Me he identificado mucho con esta vieja, como en todas mis películas. La soledad es muy fuerte y ella vive en un engaño que he llamado “el animal moribundo”, porque ella llega a un paraíso a vivir sus últimos años, pero ese paraíso no es real. No se engaña pero quiere creerlo.