10 lecciones de vida de Tony Dalton

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Originalmente publicado en Esquire no. 74 (PDF aquí)

Además de protagonizar Sr. Avila —producción mexicana de HBO, que recién estrenó su segunda temporada—, es guionista, productor y viajero. Pasamos una tarde con él y nos habló de mucho de lo que ha aprendido en casi dos décadas de carrera dentro y fuera de México. 

#1 HAY AMISTADES QUE SON PARA SIEMPRE

Antes de que naciera, Mi mamá y mi papá abrieron un restaurante en Laredo, Texas. Ambos estaban chavos, tenían 21 años, y allá me tuvieron. Un año después regresaron a México, así que ni siquiera recuerdo haber vivido en Estados Unidos. Crecí en la ciudad de México, en la colonia Lomas Altas —en la calle Cumbres de Acultzingo— y el actor Jaime Camil era mi vecino. Nos conocemos de toda la vida. Cuando cumplí 12 años me mandaron a un internado en Massachusetts y ahí conocí al productor Billy Rovzar. En ese lugar supe que quería ser actor.

#2 UNA MUJER LO VALE TODO

El internado era una escuela de hombres. Sólo había dos niñas, que eran hijas de los maestros, y yo estaba perdidamente enamorado de una de ellas. Se lo confesé y me respondió: “¿Sabes cómo nos podemos ver en las tardes después de la escuela? Si te metes a la obra de teatro”. Y yo dije “¡Sobres!”. Acabé más enamorado de la obra que de ella. Teníamos 12 o 13 años. Todo era muy inocente, pero si ella no me hubiera dicho eso, jamás me habría involucrado en el teatro. Jugaba fútbol americano, nadaba y tenía otro perfil. Recuerdo que la obra se llamaba Tales of a Fourth Grade Nothing. Era una especie de biografía de las cosas que le pasaban a un chavito en la escuela y uno de los maestros era yo. Era un papel secundario, pero cuando me subí al escenario, sentí nervios y todas esas cosas. Dije: de aquí soy.

 #3 ACTUAL CUESTA (Y MUCHO)

Vengo de una familia de abogados, así que la actuación realmente nunca fue algo que estuvo en mi vida. Cuando pasó lo de la obra de teatro, pensé: “¿Cómo le voy a decir a estos abogados que quiero ser actor?”. Me tuve que ir solo a Nueva York. Estuvo difícil porque llegué con poco dinero. Trabajé en un Dean & Deluca, que estaba en el Guggenheim, y luego haciendo guacamole en un restaurante que se llama Rosa Mexicano. Cuando estaba ahí le dije a Billy [Rovzar]: “Quiero ser actor”. Me respondió que él quería hacer cine y también iría a Nueva York. La diferencia es que él se fue a la Quinta Avenida y yo estaba viviendo en el Spanish Harlem, con un escritor de Xalapa, Veracruz, que también era mesero y fue quien me consiguió la chamba de los guacamoles. El problema era que me corrían de todos los restaurantes porque faltaba para ir a los castings. Sin embargo, siempre tuve clara mi prioridad: actuar. A pesar de eso, nunca —en los cuatro años que viví en Nueva York— conseguí un solo papel. Hice más de 300 castings y llegó un momento en el que decidí contar cuántos podía hacer sin obtener trabajo. Realmente golpeaba mi ego y pensaba que era pésimo. Seguí yendo a audiciones y nada.

#4 LA TERQUEDAD NO ES OPCIONAL

Nunca he dado por sentado que soy bueno en lo que hago. Siempre hay que trabajar. Aunque muchos me decían que estudiara algo diferente, sabía que no tenía opción. Siempre fui necio, porque sabía que si estudiaba otra cosa en cualquier momento la dejaría. Tengo algunos amigos que también querían ser actores, pero se metieron a otra carrera y ahora trabajan en ello. Son miserables y me dicen: “Ojalá lo hubiera hecho”. No tomé el camino fácil. Me dije: “Ni modo, esto tiene que salir porque tiene que salir”. Estuve en Nueva York y en Los Ángeles, donde pasé año y medio. En ninguno de los dos lugares logré nada.

 #5 UN BUEN MAESTRO TE PUEDE CAMBIAR LA VIDA

Con el grupo de actores que estudié en Nueva York trabajé en teatro Off Broadway. No podíamos vivir de eso porque nos pagaban 20 dólares por función. De todos los actores que conocí allá, no hay uno solo que hoy se dedique a la actuación. Sigo en contacto —por Facebook— con todos. Las obras que hacíamos eran buenas y las temporadas solían durar seis meses. Muchas eran en Soho, en un sótano, y entre 40 personas hacíamos Un tranvía llamado deseo. Mientras estuve allá mi maestra fue la única persona que me dijo: “Tony, te juro que la vas a hacer”. Y como veía que no se lo decía a los demás me hacía pensar que podía tener razón. Ese tipo de comentarios hacen toda la diferencia del mundo, porque sabes que alguien cree en ti.

#6 TRIUNFAR EN LOS ÁNGELES ES UN MITO

fui a Nueva York porque para trabajar en una película antes debes hacer una carrera de teatro. Como no resultó me fui a Los Ángeles, pero ese lugar no sirve de nada. Que un actor se vaya para allá a buscar trabajo es la peor idea que alguien puede tener. Mucha gente lo sigue haciendo, pero hoy en día es mejor que te vaya bien en tu país a que estés haciendo casting calls en Los Ángeles para una sitcom.

#7 HAY QUE APRENDER A TRABAJAR BAJO PRESIÓN

Esta carrera tiene muchos altibajos. Te va muy bien en un momento y luego puedes quedarte sin trabajo un año. Creo que le pasa a todo mundo. Seguro que ahorita Tom Cruise está sudando la gota gorda porque ya no tiene papeles como antes. En esta carrera buscar trabajo es parte de tu chamba, aunque a tu alrededor veas que todo funciona de otra manera. La mayoría de la gente dice: “Trabajo para esta empresa y ahí me voy a quedar y me pagarán cada quincena”. Un actor no puede pensar así. Como todas tus chambas se acaban, llevas otro estilo de vida. Eres como una ardilla: ahorras para el invierno.

#8 ES MEJOR PREVENIR QUE LAMENTAR

Cuando hice Un tranvía llamado deseo, me vio Lucy Orozco y después me llamó para ser extra en una de sus telenovelas. Llegué a Televisa, entré con mi currículum y me corrieron. No traía identificación, así que un amigo me dio la suya y me metí. La chava de la entrada se dio cuenta y llamó a seguridad. Estaba con la directora de casting cuando llegaron los guardias y dijeron: “Este tipo está aquí ilegalmente, tenemos que llevárnoslo”. Ella respondió: “¿Por qué estás aquí? ¿Cómo sé que no me quieres secuestrar? Nunca volverás a entrar a Televisa”. Pensé que ya había valido madres. Pero seguí picando piedra hasta que Lucy me dio chamba en una telenovela que se llamaba Ramona. Me pagaban muy poco, pero para mí era la fortuna más grande del mundo. Recuerdo que eran diez mil pesos y con eso me fui por primera vez a Europa. Me gasté todo porque pensé: “Ya voy a ser famoso, así que no importa”. Regresé y tardé dos años en volver a encontrar trabajo.

#9 BUSCA NUEVAS IDEAS

En un viaje que hice a Estados Unidos vi el programa Jackass y pensé: “Esto se puede hacer con dos pesos”. Cuando trabajé en Ramona conocí a un actor que se llama Kristoff, y dije: “Este es el bueno”. Así surgió No te equivoques. Para mí fue un cambio dramático. De no haber trabajado nunca, ganar muy poco dinero y estar atrasado cuatro meses con la renta, de pronto me fue bien. Hicimos unos 11 capítulos, pero recordé que lo que quería era ser actor, así que renuncié. Todos se enojaron y, para colmo, se me cayó un espejo en la pierna y pasé dos meses en cama. En ese tiempo decidí escribir un guión y así surgió Matando cabos. Me junté con Billy y le dije: “Tengo la mejor película con la que te vas a topar en tu vida”. Ya había escrito dos guiones. Siempre me ha gustado escribir. Cuando Billy lo leyó me preguntó dónde estaba el resto. Terminé la película en tres semanas.

#10 LA FAMA NO LO ES TODO

El éxito nunca me ha sobrepasado. La fama es un tema muy raro. Hay gente que vive para eso y hay otros que quieren chambear y seguir sobre la marcha. No quiero ser famoso: quiero trabajar y hacer cosas padres. Me tocó ser una persona que cuenta historias. Es algo que he hecho siempre y me gustaría hacerlo de la mejor forma posible, y qué mejor que en México.

Este Soy Yo: Francisco Hinojosa

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Originalmente publicado en Esquire no. 73 (PDF aquí)

Escritor, 60 años, Ciudad de México

  • Aunque mi trabajo suele relacionarse con literatura infantil, tengo muchos libros para adultos: poesía, crónica, ensayo y una especie de novela en verso, que se llama Poesía eras tú. Tengo hasta el guión de una ópera.
  • El humor negro, que es algo que me atrae, está mucho más presente en la literatura para adultos que en la infantil. Por eso lo que escribo para niños es un humor mucho más sencillo y plano, pero que depende de la exageración. Es algo que funciona muy bien.
  • El humor negro funciona muy bien en nuestro país a pesar de que tenemos una literatura bastante solemne. André Breton vio a México como el país del humor negro y sin embargo en su antología de ese tema no incluyó a ningún mexicano. Él lo veía como el ámbito en el que nos podemos burlar de la muerte con calaveritas de azúcar y hacer calaveras, esos versos dedicados a personajes vivos pensando que ya murieron.
  • Aunque este humor es muy particular de los mexicanos, el que aparece en mi novela [Emma] no tiene que ver con ese humor negro. Ésta parte de un principio distinto: imaginar una escuela de sexo y prostitución —algo que no es común— y de una cantidad de referencias y guiños que hace a diversos autores y novelas. Eso creo que sí puede provocar cierta risa.
  • El desarrollo de Emma fue un proceso de nueve años, desde que la inicié y hasta que se imprimió. Tuvo distintas versiones. La primera fue una novela más tradicional, que no me gustó. La dejé reposar un buen rato y después la volví a leer, pero dije: «No, esto es lo que hace un novelista, y yo no soy un novelista».
  • Yo soy un cuentista al que le gusta mucho experimentar con otros géneros. Entonces, aunque de alguna manera tenemos que clasificar a Emma como novela porque no nos queda de otra, creo que como novela es muy atípica.
  • El hecho mismo de que yo exhiba el trabajo que hay detrás de ella [en la novela aparecen frases y párrafos enteros tachados] implica que muestro ese desarrollo creativo. Es un proceso creativo que puedo compartir con muchos autores, pero que ellos no exhiben. Por ejemplo, de pronto mato a un personaje y me pregunto: ¿Cómo es eso posible?». Entonces a la mera hora me arrepiento y digo: «Me va a servir de otra manera». Así que lo tacho, para mostrar que en ese momento tuve la duda de acabar con él y al final lo dejé vivo. Esa experimentación me gusta y provoca que no sea una novela tradicional.
  • Emma no es pornográfica ni erótica, sino una novela que toma el lenguaje de la pornografía y lo utiliza para un momento de sexo explícito, pero como un acto desangelado que no tiene ninguna trascendencia dentro de la novela. Es decir, no sirve para crear una descripción a fondo, sino una mera referencia. Lo que me interesaba era rescatar el mundo de la pornografía como el negocio que es. El punto era que existen profesionales de la pornografía —desde las que administran un burdel hasta las que hacen table dance—, pero ¿de dónde se graduaron? No hay una escuela. Bueno, yo la inventé.
  • Poesía era tú fue novela que escribí en verso. Un novelista diría que no es novela, que quién sabe qué sea. Incluso alguna vez fue criticada como poesía. Alguien dijo que cómo era posible que Francisco Hinojosa hubiera escrito eso pensando que era poesía. Yo pienso que no lo entendió.
  • Creo que todos los que son héroes para los niños pueden ser héroes para los adultos. En cambio los héroes de los adultos no son siempre son los héroes de los niños.
  • Un buen superhéroe es aquel con el que compartes otros mundos.
  • Me han invitado un par de veces a la Facultad de Filosofía y Letras para hablar con los alumnos. Leen algún libro mío y luego lo comentamos con el maestro, pero al final se acercan a mí con su libro de La peor señora del mundo para que se los firme, y me dicen: «Oye, yo empecé leyendo contigo y ahora estoy en Letras». Ése fue un libro que se escapó de mis manos. Tiene vida propia.
  • La peor señora del mundo tiene 22 años de haberse publicado. Cuando lo terminé fue un momento de escritura muy grato para mí. Me tardé cinco horas en escribirla, y creo que han sido las más gratas que he pasado. Al finalizarla, pensé: «Nadie lo va a querer publicar». Y en efecto, la presenté en el Fondo de Cultura Económica y los tres dictámenes fueron negativos. Dijeron: «El tipo que escribió eso está enfermo, ¿cómo puede pensar que una señora que golpea a sus hijos, incluso cuando se portan bien, puede ser la protagonista de un cuento infantil?». Pues al final lo publicó el editor. Al principio tuvo una cantidad de reacciones en contra por parte de padres de familia y escuelas, pero con el paso del tiempo se transformó en uno de los libros más vendidos del FCE y se reedita todo el tiempo.
  • Soy un mal lector de novela. Tiene mucha paja. No toda, por supuesto, pero eso es algo que me pasa con cierta novelística bastante actual. En cambio la poesía siempre está en busca de la palabra correcta. Y eso es lo que me atrapa. Para sacar un libro tardo años, porque siempre estoy buscando cuál es la palabra correcta, la estructura correcta y la frase correcta para lo que quiero decir.
  • Releo a muchos mexicanos y otros consentidos míos. De Octavio Paz hasta Borges. Él me gusta mucho como poeta y como prosista. Creo que junto con Paz es lo más cuidado que hay en cuanto al lenguaje. Por eso son poetas, porque cuando escriben prosa, tienen ese mismo cuidado. También leo mucho a los jóvenes, cuando cae en mis manos una revista o un suplemento, leo lo que están haciendo y me interesa.

Foto: Alessandro Bo para Esquire

Quiero ser un personaje de Aaron Sorkin

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Originalmente publicado en Esquire no. 74 (PDF aquí)

Este mes arranca la tercera y última temporada de The Newsroom, la serie de HBO que captura el universo de un noticiero estadounidense. Repasamos la carrera de su creador, uno de los mejores guionistas de cine y televisión de nuestros días, cuyo trabajo has visto en The West Wing y The Social Network.

     Aaron Sorkin es el primer actor de las series y películas que escribe. Antes de que la versión final de sus guiones llegue a manos de un productor o director, comprueba la eficacia de los diálogos de sus personajes leyendo en voz alta. En el estudio de su casa en Nueva York se levanta del escritorio y cruza la habitación de un lado a otro mientras habla solo. Imita voces masculinas y femeninas. Se pelea consigo mismo. Si mientras realiza este ejercicio descubre que un diálogo está mal resuelto, se vuelve loco; quiere arrancarse la cabeza. Dice que escribir un guión es como ser atacado por animales salvajes. Si el problema persiste, lo arrastra a donde quiera que vaya. El precio de ser uno de los mejores guionistas de nuestros días es que alguien lo confunda con un loco que habla con su amigo imaginario desde el auto de a lado en lo que dura el rojo de un semáforo.

     Sorkin siempre supo que quería ser escritor. Cuando cumplió ocho años sus padres comenzaron a llevarlo a ver obras de teatro y se sintió hipnotizado por el poder que puede tener un diálogo. También desde ese momento tuvo claro que no quería escribir textos que fueran leídos, sino representados. Mientras el autor de cuentos, novelas o poemas está a la vista del público a través de sus palabras, el escritor de guiones es un fantasma: quien paga un boleto para ir al cine jamás leerá sus textos, pero sí verá la interpretación que el director le dio a su historia, el vestuario que una diseñadora creó para sus personajes, y escuchará los parlamentos que él escribió para las voces de sus protagonistas.

     El mismo año en que Sorkin salió de la universidad —donde estudió Teatro— decidió probar suerte en Broadway. En 1983 consiguió su primer trabajo como vendedor en una de las tkts Discount Booths de Times Square, las ventanillas que ofrecen boletos para el teatro a mitad de precio en la intersección más caótica de Manhattan. Luego trabajó en una tienda de souvenirs, donde se volvió experto doblando camisetas de Cats (el musical de 1980). Su tercer empleo le cambió la vida: fue mesero en el Palace Theatre. Mientras el público veía La cage aux folles, él escribía su primera obra de teatro en servilletas. Y así, durante meses, se fue a casa con los bolsillos atascados de papeles donde estaba el libreto de A Few Good Men.

Más rápido que una bala

     Reconocer un guión de Aaron Sorkin es como distinguir el toque de un buen chef. Sus historias se deslizan a través de la pantalla a la velocidad de un coche en una pista de carreras, y pareciera que los actores que encarnan a sus personajes necesitan un posgrado en trabalenguas. Las reglas dictan que una página de guión debe traducirse en un minuto en pantalla. Es decir, el guión de una película de 90 minutos debe tener 90 páginas y así sucesivamente. The Social Network —cinta de David Fincher por la que Sorkin obtuvo un Óscar en la categoría de Mejor Guión Adaptado en 2010— dura 120 minutos, pero el guión tuvo 167 páginas.

     Los actores que trabajan en sus guiones requieren la disciplina de un soldado. Jeff Daniels —el periodista estrella de The Newsroom, la última serie de Sorkin— dice que desde que empezó a interpretar a Will McAvoy debe dedicar sus fines de semana —todos, sin excepción— a leer y memorizar. Thomas Sadoski —Don Keefer en la misma serie— piensa que el proceso en realidad es una prueba de resistencia, pero que todo el elenco se memoriza línea por línea —sin improvisar— porque saben que no hay un sólo diálogo que Sorkin descuide cuando escribe.

     Sería interesante que este guionista se diera a la tarea de construir un personaje como Reese Witherspoon en Legally Blonde (2001). A la fecha, los intérpretes de sus historias han sido tan formidables como sus guiones: Jack Nicholson como un coronel en la historia que Sorkin estrenó en el teatro en 1989 y adaptó al cine en 1992: A Few Good Men; Brad Pitt como el director técnico de los Athletics de Oakland en Moneyball (2011), y Martin Sheen como el presidente de Estados Unidos en The West Wing (1999).

     Lo que vuelve su escritura tan particular no es que sus diálogos broten a ritmos vertiginosos, sino que están repletos de sarcasmo y líneas complejas que recuperan expresiones poco usadas en el lenguaje cotidiano. Los guiones de Sorkin son una cátedra de literatura y redacción. En un capítulo de la segunda temporada de The West Wing, el personaje de Sheen entra a un salón de la Casa Blanca donde hay invitados cenando. Al verlo, todos se ponen de pie, con excepción de una conductora pedante, quien había utilizado un pasaje de la Biblia para calificar a los homosexuales de “abominaciones” en su programa de radio. Sheen la ve, se dirige a ella y dice: “Me gustaría preguntarle un par de cosas mientras está aquí. Me interesa vender a mi hija más joven como esclava, tal y como dice el Éxodo 21:7. Estudia en Georgetown, habla italiano y siempre limpia la mesa cuando se lo pedimos. ¿Qué precio puedo pedir por ella? Otra pregunta. El jefe de mi gabinete insiste en que debemos trabajar durante el Sabbat. El Éxodo 35:2 con toda claridad dice que debo condenarlo a muerte. ¿Estoy moralmente obligado a matarlo con mis propias manos o puedo pedirle a la policía que lo haga por mí?”

     Durante un minuto y medio, Sheen continúa la masacre. Le pregunta si deben apedrear a su hermano por plantar cosechas una junto a otra o si puede quemar viva a su madre durante una reunión familiar porque usa ropa tejida con hilos de diferente origen. Y, cuando pareciera que la mujer está a punto de llorar de la vergüenza, Sheen le da el tiro de gracia: “Una última cosa: aunque usted pudiera confundir este evento con su reunión mensual del Club de Estirados e Ignorantes, en este edificio, cuando el Presidente está de pie, NADIE permanece sentado.”

     Sorkin es el consejero que muchos políticos necesitarían al lado. Quizá con él las cosas hubieran sido distintas para aquel candidato que no supo contestar cuáles eran sus tres libros favoritos en una feria literaria.

Escritura inteligente

     Sorkin dice que no tiene paciencia para la “glamurización” de la estupidez. No concibe a personajes idiotas, sino a hombres y mujeres que evidencian la idiotez de los demás. Su versión del fundador de Facebook fue criticada por algunos periodistas y fanáticos porque el Mark Zuckerberg que interpretó Jesse Eisenberg es un monstruo. Sin embargo, Sorkin no concibe a personajes para crear villanos, sino para generar tensión. Su fórmula crea incertidumbre y posiciona a sus personajes en situaciones con las que todos nos podemos relacionar.

    Sorkin ama las historias universales. Cuando sus críticos lo confrontan por lo de Zuckerberg, responde que él no hizo un documental, sino una película acerca de la lealtad y la traición; que posee una trama tan atemporal que Shakespeare pudo haberla escrito y por ende podría gustarle a todos. Quizá Sorkin tenga razón. En una ironía digna de sus guiones, la serie favorita de Mark Zuckerberg es The West Wing.

 Foto: hbowatch.com

La memoria prodigiosa de Margo Glantz

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Originalmente publicado en Esquire no. 73 (PDF aquí)

La escritora mexicana tiene 84 años y más de cinco décadas dedicada a los viajes, la docencia y la literatura. Yo también me acuerdo reúne sus más preciadas memorias con una estructura magistral: leerlo es una experiencia circular, en la que la autora siembra una tema (un recuerdo), para luego retomarlo y relacionarlo a otros tantos como si fuera un árbol con ramificaciones sin fin.

ESQUIRE: En esta etapa, tras tantos años de haber escrito, ahora se pueden encontrar compilaciones como las del FCE, que reúnen un trabajo de muchos años, ¿qué representa para usted estar en ese momento donde se puede voltear hacia atrás y ver todo eso?

MARGO GLANTZ: Por un lado es ambivalente, porque es muy fascinante ver cómo en tomos donde se reúne la obra que se ha escrito a lo largo de toda una vida, hay ciertas líneas muy bien trazadas en donde hay vasos comunicantes y se ve cómo hay una concatenación de temas, de organización de esos mismos temas y empieza a visualizarse a una persona que ha tenido ciertas preocupaciones y que están muy bien plasmadas en ese tipo de libros. Por otro lado, el hecho mismo de que sean libros tan gordos, tan monumentales, le da a uno grima porque le da la impresión de que ya se volvió uno muy institucional, y a mí ese tipo de cosas siempre me preocupan, a pesar de que estoy en instituciones muy institucionales, valga el pleonasmo, como la Academia de la Lengua. Por un lado hay una gran satisfacción de ver que las cosas que uno ha escrito de manera dispersa se reúnen en cuatro volúmenes que son fáciles de consultar. Por otro lado, son difíciles de leer, porque son libros muy gruesos. A mí me gusta leer en la cama y es imposible llevarse esos libros a la cama. A veces siento que es necesario traer un atril como en la época medieval. Pareciera que obligan a uno a quedarse ya definido en una especie de hecho consumado, y yo quisiera tener siempre una movilidad hacia adelante. Creo que la sigo teniendo, afortunadamente.

ESQ: Se reconoce siempre en sus primero textos, o al releerse hay algo quela lleve a pensar: «Ésta no soy yo»?

MG: Cuando acabo de escribir un libro, releerme me da nauseas. He trabajado tanto el texto y me ha costado tanto trabajo hacerlo, que cuando lo termino no lo quiero volver a leer. Me da horror. Sin embargo, cuando releo las cosas de hace mucho tiempo, me da gusto. A veces digo: Caray cómo escribí yo esto. Qué padre. Me admiro de mí misma, lo cual es un narcisismo maravilloso y engañoso. Una cosa que me pasó particularmente con este libro de Yo también me acuerdo es que es un libro que me da mucho placer releer. Ya ahorita no, pero cuando me lo entregaron hace como diez días, me emocionó tanto que lo releí dos veces seguidas, así como lo escribí. Y me gustó. Me gustó releerlo. Fue un cambio, porque generalmente nunca quiero releer lo que acabo de escribir. Me parece reiterativo y estoy fatigada del trabajo que me costó hacerlo, pero este libro sí me dio gusto releerlo. No sé qué quiere decir eso.

ESQ: ¿Cómo ha vivido la transformación en la relación que tiene con sus lectores? Hay gente que la han seguido mucho tiempo y hay otros que hoy apenas la están descubriendo, incluso por Twitter.

MG: Twitter me ha ayudado mucho a tener más lectores. Como es un medio divertido, uno tiene que ser ingenioso. A la gente le divierte leerlo y gracias a eso buscan los libros que uno ha escrito. Me ha ayudado mucho el Twitter y me gusta esa retroalimentación. En Yo también me acuerdo he utilizado varios tuits que escribí, reformándolos, mejorándolos, quitándoles cosas, lo que es un poco difícil porque son 140 caracteres. De cualquier manera, Twitter ha sido un ejercicio muy provechoso para mí en muchos sentidos: en la relación con los lectores, con la realidad, con los nuevos medios de comunicación y con mi propia escritura por la exigencia que la síntesis de los 140 caracteres imponen. Es una cosa bien interesante. Un ejercicio de constricción que termina volviéndose casi automático, porque el cerebro se adapta. Así como se adapta cuando escribo artículos para La Jornada que ya sé que son 4,000 caracteres y que tengo que regirme por los 4,000 caracteres con espacios, ya casi me salen automático 3,960, ó 4,001. Sé que tengo que pulir un poquito pero ya se conformó mentalmente el tipo de escritura. Para eso, Twitter es muy útil.

ESQ: La relación del escritor con los lectores antes era más reservada y ahorita se permite más la interacción. ¿Cómo percibe ese cambio? ¿Cómo ha ayudado —o no— al acceso a la literatura?

MG: Como todo, tiene sus pros y sus contras. Sí favorece la comunicación de una manera masiva, más instantáneas y evidente. Por otro lado favorece la frivolidad, el elogio fácil, la falta de respeto por la actividad del escritor, y puede ser muy perverso. Pero así son todas las cosas, tienen siempre aspectos contradictorios. Yo creo que es una nueva forma importante de comunicación, a la que nos estamos adaptando, que está transformando completamente, no solamente nuestra forma de escribir sino nuestra forma de pensar. Y responde mucho a nuestro mundo actual, que ha cambiado totalmente, de una manera vertiginosa, muchas de las estructuras tradicionales de pensamiento, de organización y de comunicación.

ESQ: Usted ha leído toda su vida. ¿Tiene algún «arrepentimiento literario»? Y, por otro lado, ¿qué autores o textos aún sigue?

MG: De mi infancia releo de vez en cuando a Dumas, Julio Verne y [Joseph] Conrad, que lo leí muy joven. También a [Leon] Tolstoi, muchos norteamericanos como John Dos Passos, John Steinbeck y los escritores de la primera mitad del siglo XX que fueron muy importantes. Muchos escritores del siglo XIX, por ejemplo, Jane Austen, las Brontë o Charles Dickens, Wilkie Collins que me gusta mucho, porque es una especie de primer gran novelista policiaco, y a mí me interesa mucho la novela policiaca. Leí toda mi vida a [Jorge Luis] Borges, porque era importantísimo para mí. A veces no podía escribir si no tenía un libro suyo al lado. Roland Barthes fue muy importante también. Son autores a los que vuelvo constantemente. O [Marcel] Proust, que era mi autor de cabecera: cuando tenía yo un problema, era como mi Biblia. [Georges] Simenon es otro de los escritores que me fascina, no sólo por su escritura, sino por su vida y porque me encanta ver los programas en donde se reproducen las cosas de Simenon y que, además, vuelven a manejar, un mundo en el que yo viví cuando era estudiante, como el París de los años 50. Es decir, la reproducción tan perfecta de ese mundo, las calles, la comida, los restaurantes, la forma de vestir de la gente, cómo caminaban los niños, los autobuses y automóviles de entonces. Todo eso se vuelve parte de mi pasado. Es como ver la exposición de Robert Doisneau, que fotografía el París que yo viví: un Paris muy oscuro, precario, ennegrecido por la mugre y por el tiempo, donde la gente era pobre, y viajaba en el Citroën que era un carrito que parecía lata de sardinas. Entonces la gente se vestía de negro y había una consciencia política interesantísima. Entonces veía yo a [Jean-Paul] Sartre y a Simone de Beauvoir en el Deux Magots, eran gente común y corriente. Me paseaba, iba al College de France y oía a gente tan extraordinaria como [Martín] Buber, o veía teatro nacional popular. Todo ese periodo de mi vida que fue muy importante, y lo recreo leyendo a Simenon.

ESQ: ¿Por qué el primer género en el que comenzó a escribir fue el ensayo? ¿Qué fue lo qué más le atrajo de eso?

MG: Yo soy profesora. Tengo casi 60 años de enseñar, o quizá un poco menos: 55. El ensayo es una de las cosas fundamentales para un investigador. Creo que es tan productivo, tan interesante y tan creativo como la escritura de ficción. Ahorita estoy más interesada en la escritura de ficción porque normalmente me surge más que el ensayo. Hoy me está costando más trabajo el ensayo porque exige otro tipo de organización mental, un rigor muy importante con el texto y con la tradición de las fuentes. A veces siento que ya pasó esa época para mí y que ya no me voy a dedicar más a eso, pero siempre tengo invitaciones para congresos y me interesa volver a trabajar en géneros que no he retomado o en los que podría profundizar. En muchos de mis libros de ficción, el ensayo está muy presente, como en El Rastro (2002), en donde están mis ensayos sobre Sor Juana y en Saña (2007).

ESQ: Hay cierta resistencia en la escritura por traspasar varios limites, pero no es su caso. Simplemente experimenta ¿Dónde está ese límite de decir «voy a dar un paso más»?

MG: Estoy más vieja, tengo más experiencia y muy poco que perder. Así que me lanzo. Soy muy espontánea. En mi vida he hecho muchas cosas sin darme cuenta de que las hice. Y cuando las rememoro siento que algunas fueron bastante osadas. Yo no creo que transgreda, pero probablemente lo haga. Quizá he tratado temas que pocas mujeres en mi época trataban. Cuando escribí un libro como Apariciones (1996), donde hablaba de las monjas trabajando, tomé personajes de mi novela, pero también había una historia de unos amantes en donde la vida sexual de ambos es muy carnalizada en el texto. Mucha gente me decía: «Margo ¿Cómo escribes eso? Yo no puedo dar una clase con tu libro». Y yo decía: «¿Por qué un varón puede escribir ese tipo de cosas y nadie se asombra demasiado?». También puede haber problemas con esa escritura, pero es mucho más complicado con la mujer. Siempre cuento esta anécdota: un amigo mío, muy querido, cuando hice la traducción de George Bataille de los libros que fueron considerados pornográficos en su tiempo, me dijo: «Te felicito porque hiciste una traducción pierniabierta», y eso no se lo hubiera dicho a un hombre. Que plantea que de repente yo estoy incidiendo en temas, que se supone que son lógicos en un hombre, pero no en una mujer. Trabajar a Bataille, traducirlo, escribir cosas de erotismo. Luego hay gente que ha trabajado el erotismo, pero siento que no como yo. No me quiero hacer tampoco muy original, pero creo que lo vulgarizan, lo minimizan, porque hay una concesión con el lector. Cuando escribo, escribo como yo creo que debo de escribir y si lo van a leer bien o no lo van a leer bien, también, no me importa. A la larga tengo dificultades para que me lean porque soy una word seller. Cada vez tengo más lectores y más jóvenes, lo cual me gusta mucho. Acaba de hacerme una entrevista un joven de la facultad de filosofía y letras que leyó muy bien mis cosas, o este señor que acaba de irse, me ha realizado entrevistas desde hace veinte años, sobre temas de tipo erudito de mis trabajo sobre Cristóbal Colón, Hernán Cortés o La Malinche, y que sigue paso a paso lo que yo he escrito, tanto en ficción como en ensayo. Lo cual me da un gusto enorme.

ESQ: De primera impresión, pareciera que Yo también me acuerdo es un flujo de ideas, pero cuando uno continúa leyendo, hay una conexión muy clara entre todo. ¿Cómo armó la estructura?

MG: Hay un trabajo consciente e inconsciente a la vez. Uno va escribiendo recuerdos, los recuerdos se van acumulando, se van procesando unos a otros, pero es imposible dejarlos así. No tiene sentido si no hay una coherencia en el libro y continuidad del recuerdo. Utilicé varias frases de Twitter para mi libro, pero también tuve que reconfigurar y reestructurar las frases para todo tuviera densidad y consistencia. Ése es el trabajo del escritor. Cualquiera puede escribir Yo también me acuerdo. Todo el mundo ha hecho algo así alguna vez. Sin embargo, un texto así exige un trabajo muy importante de organización. Hay muchas cosas que se van trabajando, desde los temas filológicos —¿qué es un apotema?—, los significados de las palabras —¿qué significa chorlito? ¿qué significa mula? ¿qué significa arroba?— ese tipo de cosas que también es un trabajo académico, que se maneja en el texto de una manera más ficcional pero exige un trabajo de estructuración, aunque la primera parte sea completamente espontánea.

ESQ: Sus crónicas de viaje son muy particulares. ¿Cómo cambia el momento en el que usted lo vive y cuando lo pasa al papel?

MG: Cuando viajo hago diarios y regresando a México inmediatamente escribo textos para La Jornada. Eso para mí es muy importante, porque implica organizar material —que está muy disperso en los diarios— en algo mucho más coherente. El diario me dispara recuerdos y a veces me basta una frase para armar todo un texto. Eso me permite que, de manera fragmentaria, vaya yo organizando los viajes. Muchos de los textos que están aquí son fragmentos de viajes que ya había escrito. Este libro es también la historia de mi escritura. Me he autoplagiado muchas veces en el texto. Como lo digo en el libro: el orden de los factores, en literatura, altera definitivamente el producto. Por eso son textos ya nuevos, porque se han renovado al escribirlos en este contexto. Eso es importante y espero muy pronto dedicarme a dos libros que estoy escribiendo ahorita y se han quedado varados: el de los viajes, que tengo que organizarlo bien —del cual ya publiqué una parte en Coronada de Moscas de Sexto Piso— y otro libro que escribí hace quince años —no le digo cómo se llama porque eso es de mala suerte— y habla de qué son los dientes. A todos les parece un tema absolutamente absurdo y me preguntan por qué voy a escribir un libro sobre cómo me cura el dentista, pero todos hemos pasado por eso, que es horrible, y al mismo tiempo, sin los dientes no podemos hacer nada. Para mí es fundamental ese tema. Lo estoy escribiendo y está a empezando a salir algo interesante, pero tengo que dedicarme al cien por ciento a ese texto para que funcione como creo que está funcionando Yo también me acuerdo.

 

Una cruda realidad

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Originalmente publicado en Esquire no. 59 (PDF aquí)

En agosto de 2013 llegó Heli a los cines de nuestro país. La cinta, que en Cannes y la primera entrega de Premios Fénix le valió el premio de mejor director a Amat Escalante, es un retrato imperdible de la violencia relacionada al narcotráfico en México. 

     Los rayos de sol caen sobre un paisaje arenoso. De una cuerda amarrada a un puente peatonal, cuelga el cuerpo sin vida de un hombre. Lleva los pies descalzos. Está cubierto de sangre seca. Heli, el tercer largometraje de Amat Escalante, transforma esta anécdota recurrente de los periódicos, que denuncian la violencia en México, en una explicación. Si el filme envuelve y estremece de principio a fin, no es por escenas repletas de exageraciones y excesos (tan típicos de algunas muestras de cine mexicano contemporáneo), sino porque recupera la etiqueta de ‘la guerra contra el narco’ –que hasta Wikipedia ya transformó en una entrada de su vasto contenido– para convertir la estadística en un relato individual. Heli podría ser el nombre de cualquier víctima de agresiones relacionadas con las drogas y quienes le rodean bien podrían personificar la angustia colectiva de los millones de ciudadanos que desconfían de las autoridades que fracasan al garantizar la seguridad del país. Por eso, si algo logró Amat Escalante con maestría, fue dotar de un rostro a la tragedia.

     Heli se rodó en Guanajuato, dando prioridad a tomas en exteriores, porque los escenarios remiten a una infinidad de rincones del país. Ahí, cerca de una ensambladora de coches, vive Heli (Armando Espitia) con su familia. En la casa de un piso y dos recámaras, conviven su esposa, su bebé y su hermana Estela (Andrea Vergara). Esta última es una niña de 12 años que inicia un noviazgo con Beto (Juan Eduardo Palacio), un joven cadete que roba dos paquetes de cocaína durante un operativo policial para casarse con ella y escapar. A la violencia perpetrada por quienes descubren su atrevimiento, le siguen minutos de angustia y decepción. El filme no sólo es crudo por las escenas de tortura que retrata, sino porque reitera, una y otra vez, la institucionalización de la corrupción. El infierno en esta cinta que ha generado críticas muy positivas en el extranjero, está más allá de la crueldad pues se extiende también en sus consecuencias.

[Recuadro]

LA MIRADA DEL DIRECTOR
Esto fue lo que Amat Escalante nos compartió sobre Heli

  • El ambiente de corrupción y violencia que hay en México está muy involucrado en el guión de Heli. Me gusta filmar lo que me rodea y está en la conciencia de muchos mexicanos.
  • La mayor parte de la historia es ficción. Lo que surgió como inspiración de la realidad fue aquello que podemos leer en el periódico.
  • Cuando hojeas una revista, las imágenes grotescas que muestran cadáveres están descontextualizadas.Yo quería ir más allá y mostrar a los monstruos detrás de todo eso.
  • Para mí es importante narrar una historia visualmente, que casi permita bajar el volumen y poder comprender lo que está sucediendo.
  • Me desagradan las películas mexicanas donde todo el tiempo dicen “güey” y “cabrón”. Me parece que eso suena muy forzado y decir eso no te hace mexicano. Procuramos no escribir ese tipo de diálogos.
  • Me interesaba que los personajes tomaran al espectador de la mano y lo guiaran a través de la historia. Por eso sólo el protagonista es actor. El resto del elenco no se dedica a esto.
  • Uno puede hacer lo que quiera en sus películas, pero el universo de la cinta siempre debe ser coherente con la narrativa. Los personajes deben ser creíbles.
  • El premio en el Festival de Cannes fue muy halagador. Espero que propicie la creación de más películas. Da gusto por el esfuerzo de todo el equipo que trabajó en la cinta.

Paraguas

Llueve en Londres
y como hongos
germinan paraguas de la tierra mojada.
Bailan en las calles
vanidosos
buscan espejos en los charcos.
Hombro con hombro
se bañan
en la furia del cielo
hasta perderse en una esquina
o en las fauces de un metro impacientado.
Son madrigueras portátiles.

Llueve y por una tarde somos caracoles.
Bajo un techo cóncavo
como cáscara de naranja,
nos arrastramos
húmedos y cautos
a escondidas de una gripe.

Llueve y un bastón abre las alas.
A brazos abiertos
juego con el agua
que borra los rostros.

En ojos de Elena Anaya

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Originalmente publicado en Esquire no. 73 (PDF aquí)

La protagonista de La piel que habito estuvo en México para apoyar a Cinema23, asociación que difunde el cine iberoamericano y que este mes realizará la primera edición de los Premios Fénix. Durante su visita hablamos con la española sobre el reto de interpretar a personajes extremos, su nueva cinta —Todos están muertos, de Beatriz Sachís— y sus trucos para hipnotizar conejos. 

     Elena Anaya tiene los ojos tan grandes que en ellos puedo ver todo lo que está a mis espaldas: su mirada castaña me devuelve la imagen sepia de un ventanal inmenso, las cortinas que juegan a entrar y salir de la habitación, y el sillón blanco en el que estamos sentadas.

     El grueso de los actores que convive con la prensa suele mantener su distancia: una mesa, una alfombra, un agente de por medio. Elena no. Se sienta sólo a unos centímetros de mí. Acerca su cara hacia mí cuando le hago una pregunta y su mirada me da un zoom al ventanal y a la cortina. Su cercanía también revela que tiene el ojo derecho un poco más claro que el izquierdo, lo puede notar cualquiera si pone un poco de atención al póster de La piel que habito, ese filme tan brutal que le valió un premio Goya en 2012.

     Esa no fue su primera película con el director Pedro Almodóvar —antes trabajaron juntos en Hable con ella (2002)—, pero sí fue la que le voló la cabeza a la crítica internacional. “Fue uno de esos momentos maravillosos en los que la vida te permite gozar y soñar despierta. Lo primero que me vino a la mente cuando empecé a trabajar con Pedro fue una sensación de agradecimiento a la vida por permitirme estar ahí, porque él hubiera pensado en mí para hacer un personaje tan precioso en una historia tan única e impactante.”

     La piel que habito es casi una película de horror. En ella, Elena interpreta a Vicente, un hombre joven que un cirujano plástico —un perturbadísimo Antonio Banderas— secuestra para vengar la violación de su hija. Para ello (y esto es una alerta de spoiler), transforma a su prisionero en mujer y experimenta con su cuerpo hasta que logra convertirlo en una copia de su esposa muerta. Y, por si esto fuera poco, el personaje de Banderas es —además— un maniaco de la piel; un psicópata en busca del cutis perfecto.
—¿Podría decirse que la película retrata esa obsesión que todos tenemos en torno a la perfección y la juventud?
—Pues, si es así, yo lo voy a llevar muy mal. No sigo esos roles de presión. Me voy haciendo mayor y ya. Ahora tengo 39 años y creo que estoy viviendo uno de los momentos profesionales más bonitos de mi vida. Y bueno, no me cuido [ríe].

     Elena no tendría por qué “cuidarse”. Es bellísima y las arrugas que surcan sus ojos como un abanico son el encuadre perfecto para su mirada ligeramente bicolor.
—Sí es verdad que la película trata ese tema —dice—, pero hay muchos más. Para mí uno de los más importantes es la venganza. La piel… habla acerca de la revancha que el personaje de Banderas ejerce sobre el hombre que violó a su hija y sobre la mujer que se enamoró de su hermano [¿olvidé decir que la esposa del cirujano muere en un accidente de auto mientras huye con su cuñado?]. Por eso, decide recrearla. Imitarla. Copiarla. Ponerle un cuerpo. Y así engendra a una criatura que también es vengativa.

     La cinta de Almodóvar concluye —basta ya de adelantarles toda la película— y uno acaba con la piel de gallina (de hecho, cuando se exhibió en cines, hubo muchos que ni siquiera esperaron a que finalizara para abandonar la sala).

De piel en piel

     Exhausto. Al ver una película protagonizada por Elena Anaya, uno termina exhausto. Sin embargo, esa sensación de ansiedad que todo espectador se sacude cuando sale del cine, persigue a la actriz española durante noches y días: el cinéfilo promedio convive con un personaje durante las dos horas que dura una película, pero ella lo lleva en la piel durante las semanas que dura el rodaje. Dice que cuando acaba una jornada de trabajo se siente tan afectada por sus papeles que aunque llegue a casa y se dé una ducha, al salir de la regadera no puede ni comer. “Pero tienes que ir, abrir la nevera, sentarte, cenar, lavarte los dientes, meterte a la cama, levantarte al día siguiente bien temprano, coger fuerzas y lanzarte un día más al rodaje.”

     No es que a Elena le guste sufrir. De hecho, dice que ella no escoge personajes, sino historias, y que hay ocasiones en que no elige ni los guiones, sino que éstos terminan eligiéndola a ella. La española de los ojos inmensos debutó hace 18 años en África (1996), la cinta de Alfonso Ungría en la que interpretó a una adolescente que anima a su novio a asesinar a su padre por venganza. Y, aunque fue una producción pequeña, Anaya se refiere a ella con la misma pasión que inyecta a las anécdotas que cuenta acerca de sus filmes más recientes. Piensa que los inicios son sagrados, y que como África fue su incursión en el cine, es tan relevante como cualquier otra de sus cintas.

     Elena llevaba cinco años dedicada a la actuación cuando un guión de Julio Medem “la escogió” y le cambió la vida. Su papel en Lucía y el sexo (2001) fue pequeño, pero a la gente le bastó para sentirse fascinada por ella. “Hacer esta peli fue un riesgo —bueno, todo es un riesgo en la vida— porque Belén era un personaje complicado, pero dicen que el agua siempre encuentra la salida y yo siempre termino encontrando a esos personajes en cuya piel me siento más a gusto delante de la cámara. Siendo otro personaje puedo encontrar los matices que me hacen disfrutar constantemente mi trabajo. Esa película me marcó profundamente. Me gustó mucho hacerla, y lograr   que una cinta tenga tanto éxito —que sea capaz de emocionar a tantas personas— es lo que todos los actores soñamos.”

     A diferencia de otros artistas que desean transformarse en guionistas y directores, la española se siente satisfecha con la oportunidad de emocionar a sus espectadores únicamente a través de su actuación: “Cada que estoy frente a un nuevo personaje me siento como los exploradores que agarran su cantimplora, sus binoculares, algo que los proteja y se lanzan a un sitio en el que no saben lo que encontrarán”. Para Elena Anaya, dejar la piel, los ojos y el corazón en un personaje ya es responsabilidad suficiente, y asegura que tendría que ser una persona más valiente para jugársela en los terrenos que explora y domina todo guionista, productor o director.

Tierras desconocidas

     A mediados del año pasado Elena viajó a un campo de Etiopía. Mientras la avioneta en la que volaba descendía sobre una ladera verde, llena de vacas, la española inició el que ha calificado como el viaje más alucinante de su vida: las condiciones de Dolo Odo eran tan precarias que el suyo fue el primer avión en aterrizar sobre esa ladera. Además, el equipo que la acompañaba tuvo que tomar medidas de seguridad extremas, pues la zona era considerada propensa a secuestros. Nada de esto le importó: tan pronto se le planteó la invitación, aceptó viajar a aquel país para grabar un documental sobre los 400,000 refugiados de Sudán, Somalia y Eritrea que vivían ahí. A su regreso a España, dijo que se sintió sorprendida ante la generosidad etíope y las sonrisas que la gente puede esbozar a pesar de la pobreza y el dolor.

     No se puede alzar la voz desde la comodidad. Toda denuncia —toda inmersión en una historia que vale la pena contar— implica un sacrificio. Elena lo sabe, y trabaja con eso en mente desde hace 20 años. Su nueva película se llama Todos están muertos, y en ella encarna a una exestrella de rock que está llena de miedos y carga con una patología que le ha impedido salir de casa durante los últimos 14 años. La cinta es la opera prima de Beatriz Sanchís —expareja de Elena— y le valió un reconocimiento en la categoría de Mejor Actriz durante el Festival de Málaga 2014. “Bea escribió esta historia porque vivió una experiencia personal muy dura: cuando era muy joven perdió a su mejor amigo a causa de una muerte repentina. No tuvo tiempo de despedirse. Por eso, siempre fantaseaba con lo que pasaría si pudieras decir ‘adiós’ a esa persona a la que nunca pudiste hacerlo.” Y así empezó esta historia. Anaya dice que Sanchís la escribió con tanto compromiso y seriedad que los productores aceptaron apostarle todo cuando apenas era un tratamiento de 20 páginas, y que posee un guión tan maravilloso que cualquiera podría crear un vínculo con él. Después de todo, no hay quien no haya perdido a un ser amado a causa de la muerte.

     Meterse en la piel de un personaje tan intenso como Lupe —de Todos están muertos— o Vicente —del filme de Almodóvar— es un viaje para Elena. Es una odisea larga y conflictiva —como su traslado a Etiopía— porque implica sumergirse en la patología de un individuo completamente ajeno a ella. En el caso de la cinta de Sanchís, “tuve que conocer cómo es realmente una persona que no puede salir a la calle durante años y qué es lo que le impide vivir, enfrentarse a la vida, tener un hijo, tener una madre y relacionarse con ellos”. El reto de Elena en esta cinta fue evidente: ella es una actriz de cine muy reconocida, pero durante semanas tuvo que fingir y pensar como una mujer que detesta ser vista por quien la rodea, que no puede salir a la calle porque ni siquiera puede salir de sí misma, que no le gusta comunicarse porque odia ser notada. Es aterrizar —como su pequeño avión en África— en terrenos desconocidos.

La magia de Elena

     Dicen que Elena Anaya hipnotizaba conejos cuando era niña. Dicen. Ya cumplimos media hora juntas en el sillón blanco. Ya me hizo reír con su escepticismo ante los traumas de la edad. Ya me dejó clara la intensidad con la que goza a cada uno de sus personajes. Ya me dio la confianza para formularle una pregunta tan absurda: “¿Es cierto?”. Suelta una carcajada. Como casi siempre cierra los ojos cuando se ríe, pierdo el rastro del mundo que está detrás de mí, y que hasta ahora había visto a través de su mirada inmensa.

“Mira.”

     Me extiende su iPhone. Veo la imagen de un conejito en el fondo de pantalla y mi quijada cae al piso. Suelta otra carcajada. “El otro día estábamos rodando en Santiago de Chile y llevábamos cuatro días en el hogar de un matrimonio que tenía una hija adolescente. Ella estaba súperaburrida porque un equipo de producción llevaba en su casa todo el día. Tenía un conejo, pero estaba encerrado en una jaula porque saltaba por todos lados. Así que le dije: ‘Ven, te voy a enseñar a hipnotizarlo’. Y la gente le decía: ‘No le hagas caso. Está loca. Está jugándote una broma’.”

     Me muestra el arañazo que le dejó el conejo en la muñeca cuando intentó tumbarlo patas arriba sobre el piso.

    “Al final lo conseguí. Es la cosa más sencilla del mundo. Sólo hay que estirarle las orejas y hacerle un masaje. Lo puede hacer cualquiera.” Elena me mira y el ventanal a mis espaldas reaparece en su mirada. A estas alturas, me siento como el conejo: hipnotizada. Me dice que lo del orejón es un regalo que le dio su madre, que ella fue quien le enseñó a creer en la magia.

     Cuando Elena Anaya recibió el Goya, en 2012, se lo dedicó a su mamá. Dice que lo que le mostró de niña no fue un truco para hipnotizar conejos, sino una lección de vida: “Es muy sencillo, porque en realidad es una manera de enfocar la vida”. Todo se trata —dice— de definir la perspectiva con la que quieres mirar aquello que te rodea.

Nota del editor

Soy un grillete ceñido a la garganta,
mosca fastidiosa
sobrevuelo la cola
de un elefante.

Mano crispada,
deformo el gesto
de una prosa
horrorizada
en la esquina
de una página.

Soy una emboscada.
Enfilo la palabra
hasta la boca
de un nudo gordiano.
Mueren de asfixia los pleonasmos.

Vivo en el pulso de un cirujano.
Bisturí en mano
desangro voces,
silencio el ruido.
Mariscal en guerra
bordeo un campo minado
y las erratas
me acosan,
persisten,
hasta que logro amordazarlas.

Desollo un barbarismo,
vestido de gris,
y la exactitud canta.

Y Dios creó a… Nicky Whelan

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Originalmente publicado en Esquire no. 73 (PDF aquí)

Recuerda su nombre, porque empezarás a verlo por todos lados: esta australiana estrenará tres películas antes de que finalice el año y estamos seguros de que llegará muy lejos.

Nicky Whelan está realmente avergonzada. Luego de tres intentos fallidos por comunicarme con ella, decidí preguntarle a su agente si todo estaba bien (y si tenía el número correcto). “Llámala ahora, te está esperando”, respondió a los dos minutos como una madre que ha regañado a su hija. La rubia contestó al primer ring.
—Oh, por Dios, ¡lo siento tanto! Debí ponerme un recordatorio para esta entrevista y lo olvidé. ¡Lo siento tanto, tanto, tanto!
—No, por favor, no hay ningún proble…
—¿¡Cómo no!? ¡Lo siento tanto, tanto!

No es la primera vez que un famoso olvida estar disponible a la hora acordada, pero lo sorprendente de Nicky es lo apenada que está. Genuinamente se siente culpable y lo quiere arreglar.

Seamos honestos: ¿quién podría molestarse con esta ojiazul? Su calidez es irresistible, incluso por teléfono. Quizá por eso está cada vez más cerca de conseguir el éxito que ha soñado no sólo como modelo, sino como actriz: no sólo tiene un cuerpo perfecto, sino que es el tipo de mujer encantadora y tenaz frente a la que cualquier hombre caería de rodillas.

La rubia de 32 años nació en Victoria, Australia, pero empacó sus maletas y se despidió de su familia para probar suerte en Hollywood. Comenzó su carrera como presentadora de televisión y en 2006 se integró al elenco de una telenovela llamada Neighbours. Desde entonces ha aparecido en series como Melrose Place (2009), Scrubs (2009), Franklin & Bash (2013) y un trío de películas de bajo presupuesto.

Para Nicky, la fama no ha aparecido como por arte de magia, sino como producto de su determinación. Sólo después de media década de trabajo en Los Ángeles puede sentirse tranquila de tener tres filmes en puerta, y gracias a eso la veremos muy pronto en Knight of Cups, del director Terrence Malick —ganador de la Palma de Oro en Cannes en dos ocasiones—; The Wedding Ringer, en la que compartirá créditos con Kaley Cuoco, y Left Behind, que protagoniza junto a Nicholas Cage. Con esto en mente, ¿se puede afirmar que ha transformado sus sueños en realidad? Ella misma lo responde.

ESQUIRE: Alguna vez dijiste que cuando estabas iniciando tu carrera querías ser bailarina y mudarte a Estados Unidos. Ahora que eres modelo y actriz, ¿piensas que tu sueño se hizo realidad o aún deseas bailar?
NICKY WHELAN: Además de bailar, siempre quise ser actriz. En Australia conseguí un trabajo como presentadora de televisión y me dediqué a eso durante ocho años. Sin embargo, como nunca dejó de interesarme la actuación, llegó un momento en el que dije: “Lo voy a intentar”. Entonces me llegó la oportunidad de filmar en Estados Unidos y hasta ahora todo ha salido bien. Así que, para ser honesta, siento que estoy a la mitad de mi carrera como actriz y a la mitad del camino de conquistar mis sueños.

ESQ: ¿Aún recuerdas cómo te sentiste la primera vez que estuviste enfrente de una cámara?
NW:
Estaba bastante nerviosa. Es algo que te puede confrontar mucho. Era muy joven y es muy diferente tomarse fotos con un grupo de amigos a estar rodeada de un equipo de producción. Para que una sesión funcione, debes estar completa y absolutamente relajada. Recuerdo que en mi primera sesión estaba muy nerviosa. Pero tienes que aprender a sentirte cómoda porque si no lo haces eso será lo primero que arruine tu desempeño. También recuerdo que al ser presentadora de televisión sentí algo distinto a lo que experimento como actriz. La transición entre una y otra actividad fue difícil, porque todo representa un reto.

ESQ: ¿Qué fue lo que te llevó a decir: “Haré lo que sea para mantenerme en esta carrera”?
NW: Mi mamá decía que nací con mucha determinación, que estaba siempre enfocada y que tenía en mi mente —desde los cuatro años— el baile y la actuación. En lo demás no era muy buena. Era traviesa y me portaba mal, pero siempre tuve claro lo que más me gustaba. A veces siento que nací con esa cualidad, pero también creo que es una mezcla de trabajo arduo, tomar riesgos, fijarse una meta y no darse por vencida. Para ser honesta, considero que todo tiene que ver con tu capacidad de enfrentar retos. Hay gente que tuvo un gran apoyo en el medio cuando inició su carrera, desafortunadamente yo no lo tuve, así que todo dependió de mi determinación interior para seguir en el camino que había escogido.

ESQ: ¿Tu familia siempre estuvo de acuerdo con tu decisión de ser actriz?
NW: Mi mamá y mi papá me apoyan por completo en todas mis decisiones, aunque parezcan algo locas. Cuando me mudé a Hollywood, a mi papá le parecía muy extraño que su hija viviera ahí, pero me apoyó y sigue haciéndolo. Eso me ha ayudado mucho. Estoy en una situación muy afortunada y me siento enormemente agradecida por ello.

ESQ: Tu abuelo [Marcus Whelan] fue una gran figura en el futbol de Australia. ¿Cómo fue crecer en una familia en la que había un ídolo deportivo?
NW: De hecho él murió antes de que naciera, así que no lo conocí. Pero, con toda honestidad, nadie tiene un trato especial en casa por ser famoso o salir en la televisión: todos nos comportamos como si nada con los demás, así que aunque tengas un abuelo exitoso, icono del futbol, pasas casi desapercibido. Nuestra casa funciona de manera muy normal. Por ejemplo, no se habla de si salgo en los medios o en una sesión de fotos. Todos nos tratamos de la misma manera y nadie recibe ningún trato especial [ríe].

ESQ: Tu primera aparición en la televisión fue hace casi una década. Como actriz, ¿cuál ha sido la lección más grande que has aprendido desde entonces?
NW: La primera vez que aparecí en la tele tenía 17 años. Empecé como presentadora y ese fue un viaje diferente al que implica la actuación. Son dos cosas completamente distintas y hacer la transición entre una y otra es muy duro, porque la gente se acostumbra y encuentra difícil verte en dos medios distintos. Estoy contenta de estar en Estados Unidos porque nadie me conoce aquí, pero la transición fue muy difícil: para dejar un ámbito y entrar a otro tuve que aprender distintas habilidades. Ahora tengo que admitir que prefiero la actuación y por mucho.

ESQ: ¿Siempre has disfrutado la fama o hay ocasiones en las que preferirías no ser reconocida?
NW: Mi carrera no se volvió exitosa de la noche a la mañana. Sí he trabajado en superproducciones junto a excelentes actores, pero todos mis papeles han sido muy diferentes y creo que por eso he logrado mantener mi anonimato. Sólo cuando estoy en una alfombra roja o en la promoción de una película y tengo que pararme frente a muchas cámaras, me resulta abrumador. Sin embargo, me gusta mucho reír y divertirme con mis amigos y mi familia. No soy alguien que esté rodeada de paparazzi. Hay mucha gente para quien sí es así y a quien todo el tiempo la persigue camarógrafos, pero no es mi caso, por lo que me considero afortunada. Creo que es crucial tener un sentido de normalidad en tu vida, y cuando la gente está rodeada de reporteros, se pierde de momentos muy lindos.

ESQ: Trabajaste recientemente en Knight of Cups, la película de Terrence Malick. ¿Qué tal te fue?
NW: Fue increíble. Probablemente fue una de las mejores experiencias que he tenido como actriz. Tanto él como la manera en la que trabaja son algo fuera de lo común. Me gustó haber sido parte de este proyecto que se convirtió en una vivencia mágica. Él es maravilloso y muy especial. Me encantaría volver a trabajar con él. Sin embargo, debo confesar que no sé nada de la película [ríe]. Es decir, no sabemos cuándo se va a exhibir.

ESQ: Tras algunos años de haber dejado tu hogar en Victoria, ¿te sientes a gusto en Estados Unidos o extrañas Australia?
NW: Me siento muy cómoda aquí en Los Ángeles, aunque no he dejado de ser una chica muy australiana que viaja a muchos lugares. Los viajes forman parte de tu trabajo cuando estás en el elenco de una película. Me encanta, pero sé que es un estilo de vida muy raro, no es para todos. Implica que debes tener claras tus bases. Lo disfruto mucho y sé que siempre tengo que estar lista para irme. Es mi estilo de vida, aunque sea muy particular.

ESQ: Tienes un cuerpo increíble, ¿cómo logras verte así?

NW: [Ríe] Bailé mucho cuando era niña, pero con el paso de los años he tenido que modificar mi rutina. El cuerpo de una mujer siempre cambia, y de eso dependen las actividades que tengas que hacer para mantenerlo en forma. Mi trabajo con un entrenador o los tratamientos que use cambian siempre. A veces hago mucho cardio; otras veces, pilates. Trato de incorporar varias rutinas que funcionen para mi cuerpo en cada etapa de mi vida. Y, aunque creo que ahora me funciona entrenar, el cuerpo cambia mucho y debes aceptar esos cambios.

ESQ: ¿Alguna vez has sufrido por tener que seguir una rutina o una dieta?
NW: Siempre he sido saludable. Creo que actualmente —de hecho desde hace varios años— he concluido que tener una mente saludable es extremadamente importante. Debes tener claras tus prioridades y eso influye en tu estilo de vida. Cuando la gente es feliz no come tanta comida chatarra, pero si eres delgada y eres infeliz, puedes subir de peso. La emoción juega un rol fundamental en el cuerpo, en la salud y en tu capacidad de estar en forma, así que tomar decisiones sanas y estar feliz es lo más importante. Además de esto, claro, también admito que la comida es absolutamente crucial para mí. Me ayuda a sentirme mejor. Me encanta el chocolate y el azúcar. Me divierto, pero nunca descuido el estado emocional en el que me encuentro.

ESQ: Hablando de diversión, ¿qué debe hacer un hombre para invitarte a salir?
NW: [Ríe] No sé si haya una manera correcta o incorrecta para que cualquier hombre se acerque a una chica en estos tiempos. Cuando conoces a alguien en ese momento tomas la decisión de conocerlo más o no,. Y cuando hay interés se vuelve algo muy lindo. Creo que conducirse a la antigua es hermoso: que un hombre corteje a una mujer, aunque sea a la vieja escuela, pone las cosas en orden y eso me gusta.

ESQ: ¿Cuál ha sido el mejor cumplido que te han dicho?
NW: No ha habido una frase particular, sino situaciones en escenarios distintos. Eso me hace recordar varios lugares y situaciones fabulosas. Creo que si puedes encontrar a alguien parecido a ti, con quien puedes pasar 10 horas pero que a ti te parezcan como 10 minutos, estarás viviendo un momento realmente mágico. Cuando están compartiendo momentos juntos, te das cuenta de que estás creando recuerdos trascendentes y mágicos con alguien especial.

Este soy yo: Terence Winter

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Originalmente publicado en Esquire no. 73 (PDF aquí)

Ex abogado, guionista y productor de televisión, 53 años, Nueva York

> He matado a tantos personajes en mis series que mi esposa me tiene amenazado. Cuando a Emily [hija de la protagonista de Boardwalk Empire] le dio polio, me golpeó en el brazo. Le dije que no había provocado que se enfermara. Uno siempre tiene un personaje favorito, a quien le gustaría darle un final feliz, pero hay situaciones que son inevitables y no puedo hacerle promesas a nadie.

> Escribir un guión puede ser emocionalmente agotador. Es triste crear una serie acerca de gente dañada y con carencias.

> No soporto que una serie esté llena de paja o —peor aún— que me haga pensar: “Dios, ¿todavía está al aire?”. Por eso no me gustaría escribir un guión que provocara esa reacción.

> Mi trabajo es entretener a la audiencia. Puedes contar la historia más sofisticada del mundo y aburrir a la gente con ella. Si lo único que haces es meter diálogos e información en un guión, estás haciendo lo peor en la historia de la televisión por cable. Aspiro a mucho más que eso.

> En Boardwalk Empire me interesó mostrar el lado humano de los gangsters, porque así podía provocar que la audiencia tuviera una experiencia más interesante. Por ejemplo, las referencias que uno tiene de Al Capone suelen estar en el cine, donde sólo hay dos horas para contar una historia y por ende uno espera verlo con una fedora blanca en la cabeza y una metralleta en las manos. Sin embargo, para mí era más importante retratar a un Al Capone que se iba a casa por las noches y hablaba con su hijo sordo, y lentamente mostrar cómo se transformó en el mafioso que conocemos hoy. La serie inicia en 1920, así que podemos ver cuando era el chofer de alguien más, un joven que apenas aprendía a lidiar con las grandes celebridades.

> Pasar tanto tiempo con un gangster es como estar a bordo de una montaña rusa: puedes experimentar lo que se siente estar cerca de la muerte. Es decir, te permite entrar al mundo de alguien como Lucky Luciano. Me sucedió algo similar con Tony Soprano [Winter también fue el creador y productor ejecutivo de The Sopranos], pero como en realidad uno no tiene tanto dinero, sabes que nadie va a buscarte para matarte.

> Siempre que te sientas frente a una pantalla para escribir cuestionas el trabajo que haces y que has hecho antes. Una vez el guionista David Chase me dio un gran consejo: “Deshecha tus primeras cinco ideas y síguete retando”. Si algo surge con facilidad, lo más probable es que haya una mejor idea allá afuera.

> Cuando estoy a punto de terminar una de mis series, entro en negación. No me cae el veinte sino hasta que terminamos de producirla. Es muy emotivo porque gracias a una serie vives grandes experiencias. [Boardwalk Empire] ha sido más que un placer. Hice grandes amigos no sólo con el elenco, sino con el equipo de producción. Todos estamos muy orgullosos del proyecto porque creamos algo especial, y finalizarlo será intensamente difícil y emotivo.

> Algunos de los actores [de Boardwalk Empire], al saber que es la última temporada de la serie, me preguntaron: “¿Me puedes matar y convertirme en alguien grande? Por favor, dame un gran momento”. Todos quieren tener un gran momento, aunque eso involucre sangre.

> Estar nominado al Óscar [por el guión de The Wolf of Wall Street, la película de Martin Scorsese] no me cambió en nada. Llegué a casa después de la ceremonia y al día siguiente tuve que ir a trabajar. Sin embargo, fue una experiencia significativa porque mi esposa [Rachel Winter] también estuvo nominada como productora en la categoría de Mejor Película por Dallas Buyers Club. Haber sido considerados para recibir este premio en el mismo año fue casi surrealista porque fuimos la segunda pareja de la historia en haber vivido algo así. Fue una de esas experiencias que, si hubiéramos soñado o pensado en voz alta, habría parecido ridículo, pero realmente sucedió.

> Mis días como abogado me fortalecieron. La escuela de Derecho es realmente difícil. A veces tienes que estar despierto toda la noche y, cuando trabajas para una firma y estás involucrado en un gran caso, no importa si tienes unas vacaciones planeadas o si tus hijos están enfermos, porque tienes que terminar tu trabajo al día siguiente. Así que cuando llegué a Hollywood, empecé a trabajar en la televisión y alguien me dijo: “Tenemos que grabar esto el lunes, y aún no tenemos el guión”. Mi respuesta fue: “No hay problema, lo haremos. No importa si acabamos en el último minuto, pero estará listo”.

> Aún hay mañanas en las que me despierto y pienso que cuando apague la alarma abriré los ojos y será 1977, que ya se me habrá hecho tarde para ir al despacho y que tendré que bajar corriendo para comprar mi desayuno en el delicatessen de la esquina. A la fecha, no he dejado de pensar que lo que estoy viviendo es parte de mi imaginación. Es muy difícil describir lo increíble que es el que un sueño como éste se haya convertido en realidad, admirar tanto a alguien [en referencia a Martin Scorsese] y ahora tener la oportunidad no sólo de trabajar con él, sino de ser su amigo y llamarlo “Marty”. Él es uno de los cineastas más inteligentes de la historia.

[Recuadro]
Terence Winter trabajó varios años como abogado, pero un día vio Taxi Driver (1976), de Martin Scorsese, y le gustó tanto que decidió renunciar a su firma en Manhattan y probar suerte como guionista. A la fecha, ha sido creador de The Sopranos (1999) y Boardwalk Empire (2010), y está trabajando en una nueva serie de HBO, en la que Mick Jagger será uno de los productores ejecutivos.

Foto: Latinstock/Corbis