Quiero ser un personaje de Aaron Sorkin

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Originalmente publicado en Esquire no. 74 (PDF aquí)

Este mes arranca la tercera y última temporada de The Newsroom, la serie de HBO que captura el universo de un noticiero estadounidense. Repasamos la carrera de su creador, uno de los mejores guionistas de cine y televisión de nuestros días, cuyo trabajo has visto en The West Wing y The Social Network.

     Aaron Sorkin es el primer actor de las series y películas que escribe. Antes de que la versión final de sus guiones llegue a manos de un productor o director, comprueba la eficacia de los diálogos de sus personajes leyendo en voz alta. En el estudio de su casa en Nueva York se levanta del escritorio y cruza la habitación de un lado a otro mientras habla solo. Imita voces masculinas y femeninas. Se pelea consigo mismo. Si mientras realiza este ejercicio descubre que un diálogo está mal resuelto, se vuelve loco; quiere arrancarse la cabeza. Dice que escribir un guión es como ser atacado por animales salvajes. Si el problema persiste, lo arrastra a donde quiera que vaya. El precio de ser uno de los mejores guionistas de nuestros días es que alguien lo confunda con un loco que habla con su amigo imaginario desde el auto de a lado en lo que dura el rojo de un semáforo.

     Sorkin siempre supo que quería ser escritor. Cuando cumplió ocho años sus padres comenzaron a llevarlo a ver obras de teatro y se sintió hipnotizado por el poder que puede tener un diálogo. También desde ese momento tuvo claro que no quería escribir textos que fueran leídos, sino representados. Mientras el autor de cuentos, novelas o poemas está a la vista del público a través de sus palabras, el escritor de guiones es un fantasma: quien paga un boleto para ir al cine jamás leerá sus textos, pero sí verá la interpretación que el director le dio a su historia, el vestuario que una diseñadora creó para sus personajes, y escuchará los parlamentos que él escribió para las voces de sus protagonistas.

     El mismo año en que Sorkin salió de la universidad —donde estudió Teatro— decidió probar suerte en Broadway. En 1983 consiguió su primer trabajo como vendedor en una de las tkts Discount Booths de Times Square, las ventanillas que ofrecen boletos para el teatro a mitad de precio en la intersección más caótica de Manhattan. Luego trabajó en una tienda de souvenirs, donde se volvió experto doblando camisetas de Cats (el musical de 1980). Su tercer empleo le cambió la vida: fue mesero en el Palace Theatre. Mientras el público veía La cage aux folles, él escribía su primera obra de teatro en servilletas. Y así, durante meses, se fue a casa con los bolsillos atascados de papeles donde estaba el libreto de A Few Good Men.

Más rápido que una bala

     Reconocer un guión de Aaron Sorkin es como distinguir el toque de un buen chef. Sus historias se deslizan a través de la pantalla a la velocidad de un coche en una pista de carreras, y pareciera que los actores que encarnan a sus personajes necesitan un posgrado en trabalenguas. Las reglas dictan que una página de guión debe traducirse en un minuto en pantalla. Es decir, el guión de una película de 90 minutos debe tener 90 páginas y así sucesivamente. The Social Network —cinta de David Fincher por la que Sorkin obtuvo un Óscar en la categoría de Mejor Guión Adaptado en 2010— dura 120 minutos, pero el guión tuvo 167 páginas.

     Los actores que trabajan en sus guiones requieren la disciplina de un soldado. Jeff Daniels —el periodista estrella de The Newsroom, la última serie de Sorkin— dice que desde que empezó a interpretar a Will McAvoy debe dedicar sus fines de semana —todos, sin excepción— a leer y memorizar. Thomas Sadoski —Don Keefer en la misma serie— piensa que el proceso en realidad es una prueba de resistencia, pero que todo el elenco se memoriza línea por línea —sin improvisar— porque saben que no hay un sólo diálogo que Sorkin descuide cuando escribe.

     Sería interesante que este guionista se diera a la tarea de construir un personaje como Reese Witherspoon en Legally Blonde (2001). A la fecha, los intérpretes de sus historias han sido tan formidables como sus guiones: Jack Nicholson como un coronel en la historia que Sorkin estrenó en el teatro en 1989 y adaptó al cine en 1992: A Few Good Men; Brad Pitt como el director técnico de los Athletics de Oakland en Moneyball (2011), y Martin Sheen como el presidente de Estados Unidos en The West Wing (1999).

     Lo que vuelve su escritura tan particular no es que sus diálogos broten a ritmos vertiginosos, sino que están repletos de sarcasmo y líneas complejas que recuperan expresiones poco usadas en el lenguaje cotidiano. Los guiones de Sorkin son una cátedra de literatura y redacción. En un capítulo de la segunda temporada de The West Wing, el personaje de Sheen entra a un salón de la Casa Blanca donde hay invitados cenando. Al verlo, todos se ponen de pie, con excepción de una conductora pedante, quien había utilizado un pasaje de la Biblia para calificar a los homosexuales de “abominaciones” en su programa de radio. Sheen la ve, se dirige a ella y dice: “Me gustaría preguntarle un par de cosas mientras está aquí. Me interesa vender a mi hija más joven como esclava, tal y como dice el Éxodo 21:7. Estudia en Georgetown, habla italiano y siempre limpia la mesa cuando se lo pedimos. ¿Qué precio puedo pedir por ella? Otra pregunta. El jefe de mi gabinete insiste en que debemos trabajar durante el Sabbat. El Éxodo 35:2 con toda claridad dice que debo condenarlo a muerte. ¿Estoy moralmente obligado a matarlo con mis propias manos o puedo pedirle a la policía que lo haga por mí?”

     Durante un minuto y medio, Sheen continúa la masacre. Le pregunta si deben apedrear a su hermano por plantar cosechas una junto a otra o si puede quemar viva a su madre durante una reunión familiar porque usa ropa tejida con hilos de diferente origen. Y, cuando pareciera que la mujer está a punto de llorar de la vergüenza, Sheen le da el tiro de gracia: “Una última cosa: aunque usted pudiera confundir este evento con su reunión mensual del Club de Estirados e Ignorantes, en este edificio, cuando el Presidente está de pie, NADIE permanece sentado.”

     Sorkin es el consejero que muchos políticos necesitarían al lado. Quizá con él las cosas hubieran sido distintas para aquel candidato que no supo contestar cuáles eran sus tres libros favoritos en una feria literaria.

Escritura inteligente

     Sorkin dice que no tiene paciencia para la “glamurización” de la estupidez. No concibe a personajes idiotas, sino a hombres y mujeres que evidencian la idiotez de los demás. Su versión del fundador de Facebook fue criticada por algunos periodistas y fanáticos porque el Mark Zuckerberg que interpretó Jesse Eisenberg es un monstruo. Sin embargo, Sorkin no concibe a personajes para crear villanos, sino para generar tensión. Su fórmula crea incertidumbre y posiciona a sus personajes en situaciones con las que todos nos podemos relacionar.

    Sorkin ama las historias universales. Cuando sus críticos lo confrontan por lo de Zuckerberg, responde que él no hizo un documental, sino una película acerca de la lealtad y la traición; que posee una trama tan atemporal que Shakespeare pudo haberla escrito y por ende podría gustarle a todos. Quizá Sorkin tenga razón. En una ironía digna de sus guiones, la serie favorita de Mark Zuckerberg es The West Wing.

 Foto: hbowatch.com

Este soy yo: Terence Winter

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Originalmente publicado en Esquire no. 73 (PDF aquí)

Ex abogado, guionista y productor de televisión, 53 años, Nueva York

> He matado a tantos personajes en mis series que mi esposa me tiene amenazado. Cuando a Emily [hija de la protagonista de Boardwalk Empire] le dio polio, me golpeó en el brazo. Le dije que no había provocado que se enfermara. Uno siempre tiene un personaje favorito, a quien le gustaría darle un final feliz, pero hay situaciones que son inevitables y no puedo hacerle promesas a nadie.

> Escribir un guión puede ser emocionalmente agotador. Es triste crear una serie acerca de gente dañada y con carencias.

> No soporto que una serie esté llena de paja o —peor aún— que me haga pensar: “Dios, ¿todavía está al aire?”. Por eso no me gustaría escribir un guión que provocara esa reacción.

> Mi trabajo es entretener a la audiencia. Puedes contar la historia más sofisticada del mundo y aburrir a la gente con ella. Si lo único que haces es meter diálogos e información en un guión, estás haciendo lo peor en la historia de la televisión por cable. Aspiro a mucho más que eso.

> En Boardwalk Empire me interesó mostrar el lado humano de los gangsters, porque así podía provocar que la audiencia tuviera una experiencia más interesante. Por ejemplo, las referencias que uno tiene de Al Capone suelen estar en el cine, donde sólo hay dos horas para contar una historia y por ende uno espera verlo con una fedora blanca en la cabeza y una metralleta en las manos. Sin embargo, para mí era más importante retratar a un Al Capone que se iba a casa por las noches y hablaba con su hijo sordo, y lentamente mostrar cómo se transformó en el mafioso que conocemos hoy. La serie inicia en 1920, así que podemos ver cuando era el chofer de alguien más, un joven que apenas aprendía a lidiar con las grandes celebridades.

> Pasar tanto tiempo con un gangster es como estar a bordo de una montaña rusa: puedes experimentar lo que se siente estar cerca de la muerte. Es decir, te permite entrar al mundo de alguien como Lucky Luciano. Me sucedió algo similar con Tony Soprano [Winter también fue el creador y productor ejecutivo de The Sopranos], pero como en realidad uno no tiene tanto dinero, sabes que nadie va a buscarte para matarte.

> Siempre que te sientas frente a una pantalla para escribir cuestionas el trabajo que haces y que has hecho antes. Una vez el guionista David Chase me dio un gran consejo: “Deshecha tus primeras cinco ideas y síguete retando”. Si algo surge con facilidad, lo más probable es que haya una mejor idea allá afuera.

> Cuando estoy a punto de terminar una de mis series, entro en negación. No me cae el veinte sino hasta que terminamos de producirla. Es muy emotivo porque gracias a una serie vives grandes experiencias. [Boardwalk Empire] ha sido más que un placer. Hice grandes amigos no sólo con el elenco, sino con el equipo de producción. Todos estamos muy orgullosos del proyecto porque creamos algo especial, y finalizarlo será intensamente difícil y emotivo.

> Algunos de los actores [de Boardwalk Empire], al saber que es la última temporada de la serie, me preguntaron: “¿Me puedes matar y convertirme en alguien grande? Por favor, dame un gran momento”. Todos quieren tener un gran momento, aunque eso involucre sangre.

> Estar nominado al Óscar [por el guión de The Wolf of Wall Street, la película de Martin Scorsese] no me cambió en nada. Llegué a casa después de la ceremonia y al día siguiente tuve que ir a trabajar. Sin embargo, fue una experiencia significativa porque mi esposa [Rachel Winter] también estuvo nominada como productora en la categoría de Mejor Película por Dallas Buyers Club. Haber sido considerados para recibir este premio en el mismo año fue casi surrealista porque fuimos la segunda pareja de la historia en haber vivido algo así. Fue una de esas experiencias que, si hubiéramos soñado o pensado en voz alta, habría parecido ridículo, pero realmente sucedió.

> Mis días como abogado me fortalecieron. La escuela de Derecho es realmente difícil. A veces tienes que estar despierto toda la noche y, cuando trabajas para una firma y estás involucrado en un gran caso, no importa si tienes unas vacaciones planeadas o si tus hijos están enfermos, porque tienes que terminar tu trabajo al día siguiente. Así que cuando llegué a Hollywood, empecé a trabajar en la televisión y alguien me dijo: “Tenemos que grabar esto el lunes, y aún no tenemos el guión”. Mi respuesta fue: “No hay problema, lo haremos. No importa si acabamos en el último minuto, pero estará listo”.

> Aún hay mañanas en las que me despierto y pienso que cuando apague la alarma abriré los ojos y será 1977, que ya se me habrá hecho tarde para ir al despacho y que tendré que bajar corriendo para comprar mi desayuno en el delicatessen de la esquina. A la fecha, no he dejado de pensar que lo que estoy viviendo es parte de mi imaginación. Es muy difícil describir lo increíble que es el que un sueño como éste se haya convertido en realidad, admirar tanto a alguien [en referencia a Martin Scorsese] y ahora tener la oportunidad no sólo de trabajar con él, sino de ser su amigo y llamarlo “Marty”. Él es uno de los cineastas más inteligentes de la historia.

[Recuadro]
Terence Winter trabajó varios años como abogado, pero un día vio Taxi Driver (1976), de Martin Scorsese, y le gustó tanto que decidió renunciar a su firma en Manhattan y probar suerte como guionista. A la fecha, ha sido creador de The Sopranos (1999) y Boardwalk Empire (2010), y está trabajando en una nueva serie de HBO, en la que Mick Jagger será uno de los productores ejecutivos.

Foto: Latinstock/Corbis

Hasta siempre Nucky Thompson

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Originalmente publicado en Esquire no. 73 (PDF aquí)

Después de cuatro años en pantalla, 40 nominaciones al Emmy, sangre, fedoras y metralletas, Boardwalk Empire llega a su fin. Conversamos con los protagonistas de la mejor serie de gangsters de la televisión actual.

     Un niño de 11 años cae al agua e irrumpe en la tranquilidad del océano como una bala de cañón. Su pelo se mueve como algas a voluntad de la corriente. Abre bien los ojos y estira brazos y manos como si fueran ancas de rana: está en busca de algo. Fuera del agua, en la Atlantic City de finales del siglo xix, algunos adultos lanzan monedas desde la orilla de la bahía, y observan a sus hijos chapotear para encontrarlas. Todos salen con las manos llenas. Todos, excepto Nucky Thompson.

     La escena anterior es una de los muchas que, en la quinta y última temporada de Boardwalk Empire, ilustrarán cómo se moldeó la personalidad del gangster más poderoso de Atlantic City durante la década de 1920. En todas ellas, el mensaje es claro: desde la infancia, Nucky (Steve Buscemi en la serie) fue tan frágil que tuvo que pelear por conseguir lo que deseaba y aprender a pisotear en vez de ser pisoteado.

     En otra escena, los hombres más ricos de Estados Unidos se ponen una pistola en la boca. Es 1931 y, dos años después del peor crack de la historia de la Bolsa de EU, banqueros y clase media colapsan financiera y emocionalmente. Margaret (Kelly MacDonald) trabaja como asistente en Wall Street y atestigua el suicidio de su jefe. Nucky se ha exiliado en Cuba y lleva ya 11 años buscando alianzas para traficar con alcohol a pesar de la Ley Seca que continúa vigente en su país. Lucky Luciano (Vincent Piazza), Meyer Lansky (Anatol Yusef) y Al Capone (Stephen Graham) siguen asesinando y concretando tratos que trastocan el poder de la mafia a punta de amenazas y balazos. Esta última temporada pinta tan bien que lo único lamentable es que sólo quedan ocho episodios antes de que llegue a su fin: la produjo Martin Scorsese para HBO y dejó claro que nunca morirá nuestra fascinación por la mafia italiana y la figura del gangster, ese caballero que se mece entre la elegancia y la brutalidad, que puede llevar traje a rayas y fedora tanto para beber una copa de champaña como para matar.

Kelly MacDonald (Margaret Thompson)

> Tengo mucha suerte. A pesar del peso que los personajes masculinos tienen en la serie, también hay mujeres muy fuertes. Tengo la oportunidad de interpretar a una persona que no está limitada por su género, sino que aprovecha que es mujer cuando lo cree necesario, y es tan inteligente como cualquiera de los hombres que ha conocido.

> En esta temporada, Margaret es una mujer moderna que trabaja en el Nueva York de 1931. Antes fue una esposa golpeada por su marido, tenía dos hijos y estaba embarazada. Era completamente distinta. Lo que me encanta de ella es que es muy fuerte, y que entre una temporada y otra, su situación y relación con Nucky se transforma [inician como amantes, luego se casan y terminan por separarse]. Si ella llegara a la vejez, realmente tendría una buena historia que contar.

> Cinco años de esta serie han sido suficientes. Claro que estoy triste porque llegó a su final, pero creo que tanto yo como mis compañeros tendremos la oportunidad de trabajar en otras cosas. Margaret es un personaje increíble porque tiene muchas facetas y se transforma de una temporada a otra. Sin embargo, siento que ya estoy lista para interpretar a alguien más.

> Cuando una serie es tan exitosa siempre se corre el riesgo de que el público te encasille con un personaje. Es algo que ya me ha sucedido, pero para mi próximo trabajo no voy a elegir a un personaje que viva en los años 20. Además pienso que, en este caso, es difícil que me encasillen porque —como ya mencioné—, Margaret es un personaje que nunca dejó de evolucionar: tuvo diversas facetas, no sólo la parte débil.

Vincent Piazza (Lucky Luciano)

> Corrimos el riesgo de provocar que los gangsters parecieran glamourosos, pero así sucede cuando una serie aborda el crimen. Sin embargo, para un personaje como Lucky Luciano creo que los escritores dejaron claro un punto: que acarreó grandes vicios y que fue notoriamente brutal con las mujeres. En este sentido, nosotros le mostramos la realidad a la audiencia, y lo que ésta piense es su decisión.

> Lucky Luciano también está inmerso en la crisis en la que inicia la nueva temporada: la Gran Depresión está golpeando al país, y si cuando todo era prosperidad ya era difícil mantener tu territorio a salvo de todos los crímenes, con la caída de la Bolsa todo empeora.

> Ya conocía un poco de Lucky Luciano. Crecí en Queens, donde es común que la gente diga: “¿Sabes quién está enterrado aquí? Harry Houdini y Lucky Luciano”. Así que cuando hice la audición ya sabía más o menos quién era.

> ¿Qué aprendí de Steve Buscemi? Esa pregunta me hace sentir nostálgico. Durante el primer día de rodaje no conocía a nadie, más que a Steve, y admiraba su trabajo. Recuerdo que cuando mis compañeros entraron al set, me sentí como un pequeño pez en un gran acuario. Me aterroricé, y me quedé de pie sosteniendo mi guión. Entonces Steve se acercó y se detuvo junto a mí. Fue muy extraño. Intenté mirar hacia el frente, pero él seguía junto a mí, así que le dije: “Hola, Steve, soy Vincent”. Él contestó: “Ya sé quién eres”. Y yo: “¿Es en serio?”. Así seguimos: “Claro, ¿estás nervioso?”, “¡Sí! ¿Y tú?”, “Aterrorizado, ¡tengo que protagonizar la historia!” [ríe].

Gretchen Mol (Gillian Darmody)

> Siempre usas algo de ti mismo para interpretar a un personaje. Después de cinco años de estar cerca de Gillian, ya puedo sentir todo lo que le sucede. No sé qué tanto de eso venga 100 por ciento de mí y qué tanto sea obra de los escritores, pero siento que el proceso de creación de una serie construye una relación inconsciente de colaboración entre ambas partes. Ellos saben cómo te sientes y te conocen incluso emocionalmente. Aunque sí hubo guiones que me hicieron pensar en cómo iba a interpretarlos, siempre sentí una conexión cercana con Gillian.

> La última vez que vemos a Gillian en la cuarta temporada está en la cárcel y acaba de recibir la noticia de que su hijo murió. Eso es un cierre para ella. Ahora, en esta última temporada, está en un hospital psiquiátrico y no lo está pasando bien. Además, a través de flashbacks, veremos cómo inició su relación con Nucky [Buscemi] y lo que él ha significado en su vida.

> Todo lo lineal es aburrido. En este momento me siento así con respecto a mí misma, porque Gillian es mucho más interesante de lo que yo jamás podría ser. Es mucho más cool que yo, dice cosas más interesantes que yo. Es una chica mala, y justo por eso es más divertido estar cerca de ella.

> Han sido cinco años maravillosos. Nunca había tenido esta conexión con un personaje durante tanto tiempo. Estoy segura de que si no la hubiera interpretado yo, al verla en pantalla de todas maneras me hubiera fascinado y hubiera querido hacer ese papel. Qué bueno que sí me contrataron para interpretarla [ríe].

Foto: cortesía

El fin está cerca

Helix - Season 1

Originalmente publicado en Esquire no. 71 (PDF aquí)

Imaginar el fin de la humanidad no deja de fascinarnos. En Helix, la nueva serie de AXN, la amenaza es un virus del Ártico. El actor Billy Campbell nos habla de su personaje y de la epidemia mundial que intenta detener.

Un brote viral acaba de ser detectado en el Ártico. No se sabe cómo se contagió la primera víctima, ni por qué su sangre se volvió negra y espesa. Si acaso, hay una teoría que señala a un grupo de simios como agentes de diseminación, pero queda poco claro por qué se infectaron. A cargo de entender el misterio y el origen de la contaminación está un equipo del Centro de Control de Enfermedades estadounidense, quien bajo la dirección del doctor Alan Farragut (Billy Campbell) deberá evitar una epidemia que amenaza a toda la humanidad.

La historia de Helix se desarrolla en dos angustiantes semanas y desde ya pinta como una de las mejores series de horror del otoño. Además de que la protagoniza Campbell (The Killing, 2011), se filmó en Canadá y presume del respaldo de los productores de películas y series de ciencia ficción tan célebres como Maril Davis (Battlestar Galactica, 2004) y Stephen Welke (Star Trek: Voyager, 1995). En exclusiva, Campbell nos dio más detalles sobre esta serie que se transmitirá los domingos, a partir del 10 de agosto, por axn.

ESQUIRE: ¿Qué es lo que te resultó más fascinante de Helix?

Billy Campbell: Helix es la historia de un grupo de personas que quedan atrapadas en un lugar remoto. Por ello, identifiqué cierta relación con películas que me encantan. The Thing from Another World, de Howard Hawks [1951], y la versión de John Carpenter [1982]. También está The Andromeda Strain, el filme de los setenta que, creo, fue el primer libro de Michael Crichton que se adaptó al cine. Todas estas películas tocan temas que aborda Helix. Además está el hecho de que tengo 54 años y alguien me ofreció el protagónico de una serie. ¿Cuántas veces más crees que me pasará algo así?

ESQ: Tu personaje es un médico que trabaja para el Centro de Control de Enfermedades. ¿Te asesoraste con científicos para crear el papel?

BC: ¡No estudié nada! No investigué ni nada parecido. Fue algo de último minuto, y aunque hubiera tenido tiempo para hacerlo, no soy ese tipo de actor. Quizás eso sea una racionalización de mi pereza, pero mi teoría es que los escritores hacen la investigación cuando están escribiendo. Mi investigación consiste en leer y releer el guión. Mi meta es cumplir con lo que los escritores proponen.

ESQ: ¿Qué tan proactivo eres en el set? ¿Haces stunts y demás?

BC: Suelo ser el tipo que camina de un lado a otro diciéndole a los productores que soy el menos indicado para emplear el lenguaje técnico que está en el guión. La mayor parte del tiempo estoy bromeando, porque cuando era más joven tenía papeles con muy pocos diálogos y agradecía cualquier línea extra que pudiera tener. En este sentido, además, estoy muy consciente de que hay gente que apenas está empezando y los ayudo, porque cuando estuve en esa situación hubo gente que me ayudó.

ESQ: Ya que mencionas los inicios de tu carrera, compártenos alguna anécdota de esa época.

BC: Tuve mucha suerte. Hace muchos años trabajé con el gran Anthony Hopkins en Bram Stoker’s Dracula [1992]. Me sentía muy nervioso; no te imaginas. Estaban Gary Oldman, Keanu Reeves, Winona Ryder, Richard Grant, Cary Elwes, Francis Coppola y yo, de 31 años. Leíamos el guión y yo estaba junto a Anthony Hopkins. Miré su guión y estaba cubierto de notas —en tres colores distintos— y marcas meticulosas en los márgenes. Me armé de valor y le pregunté cómo se preparaba para un papel. Él estaba interpretando a un asesino de vampiros, así que me interesaba saber la investigación que había hecho. Me miró y dijo: “No hago nada”. Le respondí que seguro hacía algo, pero él repitió su respuesta. “No hago nada. Leo el guión una y otra y otra y otra vez”. Lo siguió repitiendo y yo moría. Así de intenso fue. Le hice otras preguntas para no cortar de tajo, pero él ya me había dado la respuesta. Él se familiariza tanto con su trabajo que no necesita investigar. No me estoy comparando para nada con Hopkins, pero eso que dijo se me quedó en la cabeza porque quizá tenía razón.

ESQ: ¿Qué otros retos implicó Helix?

BC: Hice un poco de trabajo de stunt, pero en términos físicos no hubo nada que me pareciera terriblemente difícil. Creo que el mayor reto fue cuando llegamos a Montreal. Era verano, así que hacía mucho calor y humedad, pero nosotros teníamos que correr con ropa para frío extremo pretendiendo que nos congelábamos. Y como en el set no había aire acondicionado, 
no fue nada divertido.

ESQ: ¿Después de trabajar en Helix ha cambiado tu percepción sobre los virus?

BC: No les tengo fobia y, con mi gente cercana, bromeo y les digo que soy amigo de los gérmenes y que están invitados a ser parte de mi vida. Obviamente cuando alguien estornuda no me acerco a propósito. Sin embargo, crecí en una granja y jugué de niño con excremento de vaca y lodo, lo que a mi madre no le preocupaba. Quizá sea sólo una coincidencia, pero casi nunca me enfermo.

ESQ: ¿Cuál es la mayor amenaza en Helix? ¿El virus o lo humanos?

BC: ¿Acaso hay alguna diferencia? Si miras nuestro patrón de crecimiento en el planeta, verás que los humanos son un virus. Nos diseminamos de la misma manera. ¿Quién es más amenazante? No lo sé. Hay gente en este mundo que te cortaría el cuello sólo para ver cómo brota la sangre. Es horrible, pero es verdad. Hay gente que asesina sólo para ver lo que se siente. Como la canción de Johnny Cash, “Folsom Prison Blues”, que dice: “Le disparé a un hombre en Reno sólo para verlo morir”. En cierto sentido, un virus es mejor que eso: no te mata para verte morir, sino para poder vivir.

ESQ: ¿Por qué esta serie le interesaría al público de todo el mundo?

BC: Creo que el atractivo de Helix es que apela a un miedo muy primario: a ser devorados por un animal salvaje. Se trata de esa cosa que podría meterse dentro de nosotros, poseernos y destruirnos. Es algo que no podemos ver ni prevenir.

Foto: cortesía

La última y nos vamos

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Originalmente publicado en Esquire no. 71 (PDF aquí)

Este mes se estrena la cuarta y última temporada de The Killing. Mireille Enos habla de la implacable investigadora que interpretó en esta historia de crimen y suspenso.

The Killing estuvo en peligro mortal. La serie comenzó a transmitirse en 2011 y se canceló en 2012 y 2013, pero debido a que siempre mantuvo buena aceptación entre el público, nunca faltó un productor dispuesto a darle una nueva oportunidad. Los últimos interesados en esta historia de crimen y misterio fueron los directivos de Netflix, y ahora The Killing finaliza con una temporada de seis capítulos que se estrenarán de manera simultánea en la plataforma electrónica este primero de agosto.

La serie es protagonizada por Mireille Enos (World War Z, 2013) y Joel Kinnaman (Robocop, 2014), quienes forman una dupla de investigadores que trabajan resolviendo crímenes para la policía de Seattle. La primera temporada arranca cuando Sarah Linden (Enos) está a punto de casarse y mudarse, pero justo en su último día de trabajo se enfrenta al brutal asesinato de una chica de 17 años llamada Rosie Larsen.

A diferencia de otras series de policías y detectives, The Killing no se enfoca en la resolución de un crimen nuevo cada episodio, sino que el misterio detrás de la muerte de Rosie se mantiene y produce ramificaciones que encierran nuevos enigmas que los protagonistas deben perseguir y resolver. Estuvimos al teléfono con Mireille Enos, quien nos explicó por qué este proyecto la ha fascinado durante los últimos cuatro años.

ESQUIRE: The Killing fue cancelada al final de la segunda y tercera temporadas, pero luego se decidió salvarla. ¿Cómo te sentiste con esos riesgos?

MIREILLE ENOS: Estuve muy triste de saber que se cancelaría porque al final de la tercera temporada Sarah estaba atravesando por una tragedia derivada de las decisiones que tomó, pero Netflix nos salvó y nos dio la oportunidad de grabar seis episodios adicionales, así que estoy muy agradecida por haber podido darle continuidad a la historia de mi personaje.

ESQ: El hecho de que Netflix retomara la serie implica que ahora estará disponible a través de Internet. ¿Eso implicó algún cambio para la historia?

ME: Ya habíamos grabado treinta y tantos episodios y sólo nos faltaban seis, así que no quisimos que el estilo cambiara mucho, sino que se sintiera que había continuidad. Pero sí, definitivamente nos dimos más libertades en algunas cosas. En el lenguaje, por ejemplo. Pero en términos de contenido ya éramos una serie que llevaba las cosas más allá. Como se transmitía en televisión de paga, fue algo que pudimos hacer desde la primera temporada.

ESQ: ¿Será el final de The Killing o aún podría aprobarse una quinta temporada?

ME: En términos de la historia es muy bueno saber que éste realmente es el final, porque de este modo pudimos cerrar bien la historia de Sarah. En esta temporada atamos muchos de los cabos sueltos , así que aunque es triste no creo que haya lugar para una temporada más.

ESQ: Participaste en World War Z, una película de zombies, y también tienes un personaje fuerte en The Killing, ¿qué es lo que más te gustó de estos papeles?

ME: Sarah ha sido muy fuerte desde el principio, y uno no siempre puede interpretar a un personaje así. No es alguien que podría caerle bien a todo el mundo, pero aun así es fácil enamorarse de ella. No sólo tuve la oportunidad de interpretarla, sino de de verla evolucionar y conocer más de cerca su matrimonio. Es gracioso que pases tanto tiempo siendo tú mismo y de pronto estén esas horas en las que la cámara está rodando y te conviertes en alguien más. Me encanta internarme en el mundo de Sarah. Todas las personas que estuvieron involucradas —desde los diseñadores de vestuario hasta los escritores— y crearon este mundo, están de acuerdo en que fue un placer pasar tiempo en él.

ESQ: ¿Qué tan difícil te resulta encontrar un buen personaje para interpretar en cine o televisión?

ME: Creo que es difícil tanto para hombres como para mujeres. Sé que históricamente hay papeles más complicados que se escriben para los hombres, pero siento que eso ha cambiado, sobre todo si te enfocas en la narrativa creada específicamente para la televisión. Ahora hay roles más y más interesantes creados para mujeres. He tenido mucha suerte porque los papeles que he interpretado en el cine han sido muy humanos. En la película de zombies, por ejemplo, interpreté a una madre tratando de salvar a su familia, y esa historia fue muy interesante. Hay muchos escritores que han conseguido que actores de tele actúen en cine, y viceversa, así que existe un campo de juego nuevo para la narración y eso es maravilloso.

ESQ: Justo este mes te veremos en la película If I Stay. Háblanos un poco de este y otros proyectos que tengas en puerta.

ME: If I Stay es una historia muy muy bella que está basada en una novela para adultos jóvenes [publicada en 2009 por Gayle Forman], la cual sigue el viaje de una chica que se dedica a la música y cuya familia es víctima de un terrible accidente automovilístico. Ella despierta en una especie de universo intermedio, en el que su cuerpo sigue en el hospital pero ella puede observar todo desde fuera. De este modo puede ver todo el sufrimiento de su familia y debe tomar decisiones; por ejemplo, si decide sobrevivir o no. Este personaje es interpretado por Chloë Grace Moretz [Carrie, 2013] y yo hago el papel de a su mamá, quien de joven estuvo interesada en la música punk en Portland, Oregon. Todo sucede en una especie de mundo alternativo y ella es una madre muy situada en la realidad. Es muy diferente a Sarah. Además de esta película, no tengo nada en puerta. Acabo de tener un bebé, así que me gustaría hacer una pausa y luego ver qué sucede.

The Last Ship

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Originalmente publicado en esquirelat.com

La nueva serie de Michael Bay llega a la televisión por TNT.

Dicen que The Last Ship es una serie de televisión, pero desde el primer capítulo uno siente que está viendo una película. La historia inicia cuando un grupo de marinos sale hacia el Ártico para completar una misión sin saber que el 80% de la humanidad se ha infectado con un virus letal. Mientras los tripulantes del USS Nathan James pasan meses en altamar, sus amigos y familias mueren. Sólo hasta que regresan y se acercan a las costas estadounidenses se enteran de que los gobiernos de todo el mundo se han colapsado y de que quizá ellos son los únicos sobrevivientes de la pandemia.

Dan ganas de ver The Last Ship en una pantalla de 16×9 —tamaño cine—, con un buen equipo de sonido y palomitas en mano. El barco en el que se grabó la serie no es un set artificial, sino un destructor de la marina de Estados Unidos. Para que su interpretación fuera creíble, los actores fueron asesorados por miembros de la marina en tiempo real. La música —tan emotiva como épica— fue compuesta por Steve Jablonsky, quien también hizo los arreglos para las cuatro películas de Transformers que Michael Bay —productor ejecutivo de la serie— ha dirigido hasta el momento.

The Last Ship está basada en un libro. El volumen homónimo se publicó en 1988 y describe lo que sucede con la tripulación de un barco que sobrevive a una guerra nuclear. La adaptación —dirigida por Jack Bender (Lost y Under the Dome)— está protagonizada por Eric Dane y Rhona Mitra: él saltó a la fama por su papel de McSteamy en Grey’s Anatomy y ella se volvió memorable por convertirse en la segunda modelo que inspiró el físico de Lara Croft en el videojuego de mediados de los noventa. Él es el capitán del barco. Ella es una microbióloga en busca de una vacuna para salvar a lo que queda de la sociedad.

The Last Ship es difícil de clasificar. Tiene algo de ciencia ficción, de drama y de thriller. A pesar de que retoma una temática muy similar a otras series y películas actuales, aborda el conflicto con mayor seriedad… O quizá —como dijo Eric Dane durante la presentación de la serie en México— nuestra aniquilación como especie cada vez se siente más real y por ende nos aterra como nunca antes.

Desde el Hotel Four Seasons del DF, hablamos con Eric, y él nos dijo más acerca de The Last Ship, que se estrena este lunes 4 de agosto por TNT a las 9 pm.

ESQUIRE: ¿Cuándo empezaste tu carrera en Saved by the Bell (1989), ¿alguna vez imaginaste que interpretarías a un capitán, como ahora en The Last Ship?

ERIC DANE: No, jamás pensé que volvería a trabajar después de Saved by the bell [ríe].

ESQ: ¿Cuál fue el primer reto de tu preparación para interpretar al capitán Chandler?

ED: Me puse en forma tanto como fue posible, porque sabía que habría momentos de mucho esfuerzo físico durante la grabación. No investigué mucho con respecto a lo que haría un capitán, sino que básicamente me puse el uniforme y actué con base en las circunstancias con tanta veracidad como fue posible.

ESQ: Alguna vez mencionaste que sentías cierta presión por interpretar al capitán de un barco. Ahora que terminó el rodaje de la primera temporada y se confirmó que habrá una segunda, ¿sigues nervioso?

ED: Nunca sentí presión. Siempre pensé que tendríamos una buena oportunidad de tener éxito y estaba feliz y orgulloso con lo que creamos. Nunca pensé que tendríamos tanto éxito como tuvimos, pero no todo dependió de mí. Estuve acompañado de un gran elenco, un gran director, grandes escritores y Michael Bay, quien definitivamente ayudó. Pienso que todo eso, en conjunto, derivó en el producto final y en la posibilidad de hacer una segunda temporada.

ESQ: Tu familia estuvo en el ejército. ¿Qué implicó este papel para ti?

ED: Sí, de hecho mi papá estuvo en la marina. No sé si es un guiño para él, pero yo tengo un profundo respeto por las fuerzas armadas de Estados Unidos y específicamente por la marina del país. Así que significó mucho que pudiera retratar la vida de un comandante de un barco. Tuve que hacerlo con tanta precisión como fuera posible, porque estas personas han sacrificado mucho por su país, y no sólo en Estados Unidos, sino en cualquier nación. Y no sólo me refiero a los sacrificios físicos, sino a que tienen que pasar tiempo lejos de su familia, muchas horas lidiando con protocolos y demás. Quisimos honrarlos tanto como fuera posible y la mejor manera de hacerlo fue retratando sus vidas con tanta precisión como fuera posible.

ESQ: ¿Cómo fue la dinámica con el resto del crew, considerando que grabaron en un espacio tan pequeño como el de un destructor real?

ED: Fue difícil, porque corríamos el riesgo de que las dinámicas se sintieran forzadas. Grabar en un destructor fue un reto porque los espacios eran pequeños y constantemente tienes que lidiar con la geografía del barco y con el hecho de que en una escena participan varias personas de la producción. Pero todo el mundo tuvo una buena actitud y la dinámica fue buena.

ESQ: En el piloto de la serie nos damos cuenta de que tu personaje tiene una familia y no sabe si volverá a verla. Cuéntanos más de ese lado humano que veremos de tu personaje.

ED: Es algo que está ahí, pero a la vez no… Es decir, cada decisión que hago como líder y como capitán debe estar compartimentalizada, porque debo pensar en los intereses de la misión y el bien común de quienes estamos en el barco, pero al mismo tiempo tengo una familia a la que tengo que volver y no sé si está a salvo o no. En el piloto vemos que me mandan un mensaje donde me dicen que están en una cabaña con mi padre, y luego en los siguientes episodios habrá algunos recuerdos de lo que sucedió antes de que me fuera, pero no es algo que tendrá continuidad. Eventualmente sabrán si me reuniré con mi familia o no. Ya lo verán.

ESQ: Hablando de familia, la televisión es muy demandante. ¿Cómo mantienes un balance entre tu trabajo y tu vida personal?

ED: Es difícil, justo ahorita estoy en Montreal grabando una miniserie. Ahorita vino mi esposa a México para acompañarme, pero he estado fuera de casa durante un tiempo y el domingo tendré que volver a viajar durante un mes. Así que no podré estar con mis hijos, y eso es muy complicado. Es justo uno de los sacrificios que también hace la gente que está en el ejército. Yo también tengo que pasar mucho tiempo lejos para trabajar, e incluso cuando estoy en la ciudad en la que vivo, tengo que estar trabajando. Hay veces que me levanto y salgo antes de que se despierten y vuelvo cuando ellos ya están dormidos, así que es un reto.

ESQ: Seguro que después del éxito de Grey’s Anatomy tuviste muchas ofertas de trabajo. ¿Te concentraste en buscar papeles que fueran 100% distintos a McSteamy?

ED: Sí, estaba buscando algo diferente, pero creo que así sucede con cualquier actor. Siempre quieres retarte, usar distintos sombreros. Pero no quería agitar ninguna imagen. Estoy muy agradecido con Grey’s Anatomy y con el papel que interpreté ahí. Es lo que finalmente me permitió llegar hasta donde estoy el día de hoy. Así que el cambio sucederá con el tiempo, de manera orgánica.

ESQ: ¿Qué tan difícil es para ti que continuemos preguntándote por ese papel una y otra vez?

ED: ¿Sabes? Es difícil, porque trato de no dar la misma respuesta cada que me lo preguntan. Lo más fácil para mí sería responder lo mismo una y otra vez, pero pasé siete años de mi vida en esa serie y le di una porción significativa de mi vida. Eso fue muy bueno para mí, así que no quiero rechazar ninguna pregunta que alguno de ustedes pudiera tener al respecto dándoles la misma respuesta una y otra vez.

ESQ: Tienes mucha experiencia en series. ¿Cómo sientes que cambió la televisión desde tus inicios y hasta ahora?

ED: Cuando empecé a trabajar en Grey’s Anatomy, la tele no era como ahora. Dios, eso fue hace mucho tiempo. Ahora, gracias a la televisión de cable, tienes una gran variedad de programas y muchos de éstos tienen gran calidad. Definitivamente han cambiado las reglas del juego. Hoy hay mucho más que puedes hacer en cable, porque no tienes las restricciones y estándares del resto de la televisión. Y como resultado hay mucha más gente talentosa que trabaja en el medio.

ESQ: Pronto te veremos en cine en The Grey Lady. ¿Puedes hablar un poco de este proyecto?

ED: Sí, acabamos de terminar de filmar. Estuvimos en Nantucket y retratará a un detective de homicidios de Boston, cuyo trabajo es rastrear y perseguir a un asesino serial. Pierde a su novia en los primeros cinco minutos de la película y su vida se destroza, así que viaja a Nantucket para seguir una pista y tratar de reconstruir todo lo que perdió y recuperarse. Mientras está ahí, el asesino serial lo sigue hasta la isla, y se convierte en una persecución donde deja de quedar claro quién está persiguiendo a quién.

 

Ingleses embotellados

Downton Abbey Series 3

[Esquire no. 66]

Hace algunos meses, durante un desayuno ofrecido por la universidad en la que trabaja, mi marido conoció a una académica que decía detestar la televisión. «Ni siquiera tengo tele en mi casa». «¿No ves nada? ¿Ni Breaking Bad?». La profesora no sólo era fanática de Walter White y los Pollos Hermanos, sino que con religiosidad pasaba sus noches observando series en Netflix desde su iPad.

Hoy decir “televisión” ya no es lo mismo que decir “televisor”. Gracias a las plataformas de transmisión que hoy están disponibles a bajo costo, “ver la tele” ya no implica sentarse frente a un armatoste que sólo transmite programación nacional. Hoy las cadenas de todo el mundo ponen a sus creativos a romperse la cabeza para idear un producto comercial tan atractivo como para que la gente pague por verlo. HBO domina el tema con maestría: Game of Thrones es una de las series más caras de la industria y, aunque el costo de una temporada rebasa los 50 millones de dólares, la cadena recupera la inversión a través de las suscripciones de quienes contratan hbo para seguir la serie.

Los británicos también son maestros de la televisión. Hace 50 años, la BBC lanzó un producto que hoy ostenta un récord Guinness: la serie de ciencia ficción de mayor duración en el mundo. Si hoy alguien quisiera ponerse al corriente con los 807 episodios de Dr. Who, tendría que pasar 14 días viendo la tele —o su iPad— sin interrupciones.

En años recientes, la cadena lanzó dos bombas al mercado: Sherlock (2011), que ofrece sólo tres capítulos de hora y media por temporada, y Downton Abbey (2010), que no rebasa los ocho episodios al año. La primera catapultó a Benedict Cumberbatch como uno de los nuevos héroes de Hollywood: su papel como el detective más famoso de la historia lo puso en la mira y, a la fecha, ha trabajado con J.J. Abrams (Star Trek Into Darkness, 2013) y Peter Jackson (The Hobbit: There and Back Again, 2014). La segunda es una máquina del tiempo, un ojo en la cerradura para espiar la vida doméstica de Inglaterra a principios del siglo XX.

Downton Abbey parece una película porque se produce con la meticulosidad del cine. En México suelen grabarse los 45 minutos que dura un capítulo de telenovela en un solo día. En Inglaterra, en cambio, no se graban más de cuatro minutos durante una jornada de 10 horas de trabajo. Por eso, para concluir la producción de los más de 500 minutos de cada temporada, la producción trabaja 24 semanas al año, seis días a la semana.

La historia de Downton Abbey inicia con el hundimiento del Titanic. El 14 de abril de 1912 una familia aristócrata del Reino Unido despierta con la noticia de que en el naufragio murió el prometido de Lady Mary (Michelle Dockery), la hija mayor de los Crawley, dueños de la abadía. Entre los conflictos subsecuentes de la serie —salvar su hogar y sobrevivir a la Primera Guerra Mundial—, lo más destacado es el retrato de la sociedad británica de esa época. La trama se vuelve fascinante porque no sólo gira en torno a la gente rica, sino a la servidumbre: es una historia que integra el punto de vista de quienes antes del boom de esta serie rara vez habían tenido voz en los medios de comunicación.

El mes pasado 10.2 millones de estadounidenses sintonizaron el primer capítulo de la nueva entrega de Downton Abbey. Durante la visita que realizó a México como invitado del IMCINE el productor de la cuarta temporada, Rupert Ryle-Hodges, nos habló de la serie.

ESQUIRE: ¿Cuáles son los retos y las ventajas de producir un drama histórico para televisión?

RUPERT RYLE-HODGES: Para los televidentes es una oportunidad de ver la historia y el pasado, el modo en que la gente pudo haberse comportado. Es interesante ver cómo las series pueden hacer referencia al tiempo presente para pensar si hemos mejorado o si hemos hecho las cosas mal. Asimismo, hacer una serie como Downton Abbey atrae a visitantes al país. Inglaterra ya no es como en la serie, pero de cualquier modo conservamos costumbres que aún consideramos reales y respetamos.

ESQ: ¿Qué tan precisos hay que ser con la historia y cuánto se puede jugar con la ficción?

RRH: Un drama histórico conlleva la responsabilidad de no engañar al público con respecto a lo que ocurre. El nombre que le pongas a tu serie funciona como la etiqueta de cualquier producto. Por ejemplo, si se llama La revolución en México, debes hacer un recuento verdadero de los hechos. Si la llamas de otra manera, y enuncias algo que realmente no existió, entonces es ficción y puedes hacer lo que quieras. Esto es un reto tanto para los escritores como para los actores, pues deben situarse en la mente de los personajes. Incluso si no todos los detalles son verdaderos, hay que moldear a los personajes para que todo sea justo y balanceado.

ESQ: ¿Cuál es el reto para que un drama histórico como Downton Abbey mantenga su éxito?

RRH: No puede funcionar a menos que el elenco se sienta feliz y cómodo, así que la producción se esfuerza mucho para permitir que los actores puedan trabajar en otras cosas. El rodaje de Downton dura 24 semanas, pero eso permite que el cast tenga más de la mitad del año libre para trabajar en lo que quiera. Además es importante que el guión se mantenga fresco. Julian Fellowes, el creador y productor ejecutivo, escribe todo. Es importante que él tenga el tiempo para escribir las historias que la gente quiere ver.

ESQ: En su conferencia del imcine dijo que Downton Abbey es como tener Inglaterra embotellada. ¿Por qué pensó en esta analogía?

RRH: Esto se me ocurrió mientras estaba camino a México, porque cuando uno viaja siempre espera llevarse lo más posible de ese país. Parte del éxito de Downton Abbey es que permite que la gente observe una versión de Inglaterra. Eso es tan interesante como entretenido. Pueden compararlo con su propio país, gente y principios. Lo que estaba tratando de decir es que Downton Abbey está embotellada —en un dvd o bd— y aunque no te puedo decir que sucede lo mismo en toda Inglaterra —porque estamos hablando de una serie creada como entretenimiento—, para un extranjero sí es lo más cercano que estará de conocer el país en los años veinte.  

El arca de Noah

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[Esquire no. 57]

El destino de la última producción televisiva que Steven Spielberg auspició para reafirmar su liderazgo en materia de ciencia ficción, dependió de la decisión de un niño de seis años. Meses después de haber interpretado al doctor John Carter en 254 de los 331 episodios de ER, Noah Wyle llegó a casa y llamó a su hijo Owen para plantearle la siguiente pregunta: “¿En qué papel preferirías ver a papá la próxima vez que aparezca en televisión: policía, abogado o cazador de aliens?”. Como haría todo afortunado en condición de transformar a su padre en el héroe de sus sueños, Owen tomó la única decisión plausible y Wyle se convirtió en el protagonista de Falling Skies, serie posapocalíptica que este mes estrena su tercera temporada.

Antes de aceptar este papel, Wyle dedicó más de una década de su vida a coprotagonizar un drama televisivo que retrataba las hazañas y peripecias de un grupo de médicos de una sala de urgencias de Chicago. En 2009, ER pasó a la historia como la única serie de su clase en haberse transmitido durante 15 años ininterrumpidos en Estados Unidos y haber recibido más de 124 nominaciones a los Emmy Awards. Gracias a esta producción, Wyle obtuvo el papel más prolífico de su carrera y la tentación de decirle a su madre (una enfermera que temía por su futuro como actor): “Mi hospital paga mejor que el tuyo”.

La nueva temporada de Falling Skies –que se estrena el 19 de junio a las 10 pm por TNT– augura nuevos aliens y enigmas. Es una producción que presume del ingenio del productor que llevó a ER al estrellato. Según Wyle, la presencia de Steven Spielberg es evidente tanto en la calidad de los guiones, como en el proceso de posproducción y creación de efectos especiales de la serie. “Es el mejor narrador de historias de mi generación y es un honor trabajar para él”, agrega el actor antes de homologar la reputación de su jefe a la de cualquier marca respetable que, con la sola mención de su nombre, añade prestigio a la producción que la respalda.

En Falling Skies, Noah interpreta a Tom Mason, un experto en historia militar que, para rescatar a su hijo de los aliens que han invadido y neutralizado la Tierra, se convierte en el único líder capaz de salvar a la humanidad. En la vida real, el actor comparte el nombre del personaje bíblico que Dios eligió para construir el arca que resguardaría el porvenir humano del Diluvio Universal y ha asumido esta curiosa coincidencia para manifestar al héroe que todos llevamos dentro: “Si la Tierra se viera amenazada y yo pudiera preservar algo de nuestra civilización, salvaría gente, algunos animales y tantos libros como fuera posible. Y, si contara con la cooperación de los gobiernos del mundo, recorrería museos para reunir tantos tesoros como pudiera”.

Wyle –tal como su personaje en Falling Skies– se ha transformado con el tiempo. Hace 14 años, una llamada irrumpió en su tranquilidad. La voz al otro lado del teléfono le provocó taquicardia: “¿Noah? Habla Steve Jobs”. El genio que desbancó al fruto prohibido de Eva como la manzana más popular del mundo, le llamaba para comentarle que Pirates of Silicon Valley –película que Wyle había protagonizado para retratar al magnate de Apple– le había parecido pésima, pero que su interpretación le había encantado. Wyle, sonrojado hasta el borde de un colapso emocional, se congratuló en silencio. Era una época en la que su principal motivación profesional era obtener reconocimiento público. Hoy las cosas han cambiado.

En 1998, cuando su felicidad podía calcularse de manera directamente proporcional a los 35 millones de dólares que llegó a obtener por salvar vidas en la sala de urgencias más famosa de la televisión, Wyle estaba enfocado en obtener roles exitosos y lucrativos. Ahora, con 42 años recién cumplidos y un hijo le acompaña al set para observarlo acrbillar aliens con metralletas, todo se ha vuelto un asunto doméstico. “Antes perseguía papeles que implicaran un reto o situación interesante para explorar. Actualmente, la mayor parte de mis elecciones tiene que ver con lo que quiero que mis hijos vean y me piden que haga”. Hoy Noah Wyle es el cazador de aliens predilecto de Steven Spielberg, pero también es el padre de familia que sabe que lo más importante en su vida no es posicionarse como un ídolo de la ciencia ficción, sino como el héroe que sus hijos esperan cada noche cuando vuelve a casa.

El vampiro no es como lo pintan

Bela Lugosi In 'Dracula'

[Esquire no. 57]

John William Polidori, autor de una de las primeras obras de vampiros de habla inglesa, cobró 30 libras esterlinas por la publicación de The Vampyre, que apareció en The New Monthly Magazine hace casi 200 años. En 2009, Stephenie Meyer –creadora de la Twilight Saga– se convirtió en la primera escritora de la historia en vender 1.3 millones de libros en menos de 24 horas. Actualmente, con una fortuna estimada de 14 millones de dólares, está posicionada como una de las 15 mentes literarias más ricas del planeta.

Lo que el caso de Meyer demuestra no es que convertirse en multimillonario requiera de toda una vida de trabajo (la primera novela de Twilight se publicó cuando ella era un ama de casa de 32 años de edad) ni que los sueños sean reveladores (según ella, los personajes y el conflicto de sus novelas surgieron, literalmente, de la noche a la mañana), sino que un mito es capaz de permear a través de toda época y sociedad. Es decir, lo que Meyer se sentó a escribir después de haber soñado con el romance entre un vampiro y una mortal no fue una historia de amor entre dos adolescentes excéntricos, sino un mito reinventado que, por su relevancia para la sociedad contemporánea, le depararía un futuro de adaptaciones cinematográficas, alfombras rojas y reflectores.

El mito del vampiro –como un muerto viviente que necesita beber sangre para sobrevivir– no nació en los pasillos lúgubres de un castillo en Transilvania. Surgió en una caverna a partir del temor y la incertidumbre de quienes vivieron en espacios propensos a la generación de enfermedades. Se manifestó a partir de la contemplación del deterioro corporal y mental de aquellos que contraían rabia a causa de la mordida de un murciélago que generaba contagios y un ciclo de agresividad y muerte casi imposible de explicar. Y así, la pequeña y desagradable criatura que dormía patas arriba en la oscuridad, se transformó en una construcción imaginaria del mal.

*

El mal, como era de esperarse, se materializó en un cuerpo. Dejó sus alas y su mortalidad en los relatos que durante siglos se transmitieron oralmente de generación en generación y, a través de la literatura, cobró vida. Cuando Bram Stoker publicó Drácula –en el esplendor del romanticismo, casi 100 años después de que Goethe personificara, en Fausto, la inquietud humana por alcanzar la vida eterna– el escritor irlandés concibió a la criatura inmortal más famosa de la Tierra: el Conde Drácula –inspirado en Vlad Tepes, un prícipe rumano que se volvió célebre por empalar a sus enemigos durante la guerra– ha sido el segundo personaje más representado y reinterpretado del cine y la televisión (sólo después de Sherlock Holmes, de Arthur Conan Doyle).

Cuando Max Schreck personificó a la primera figura draculesca de la historia en Nosferatu (1922), el cine solidificó el estereotipo más valioso de la industria mediática de nuestros días. En esta obra maestra del expresionismo alemán, el legendario F.W. Murnau definió el imaginario colectivo con una figura alargada y gótica, de orejas y manos puntiagudas, que vestía una indumentaria negra y exhibía un par de ojos cristalinos que reafirmaban su personalidad hipnótica. Precisó el universo simbólico –con espejo, colmillos y ataúd incluído– que la experiencia humana modificaría y actualizaría en los años por venir.

En el libro El mito del vampiro, Maria Josefa Erreguerena escribió que el discurso cinematográfico cumple la función de actualizar la construcción imaginaria de estos muertos vivientes cuyo aspecto ha variado de una década a otra. Lo mismo sucede con la televisión. Ésta, como el cine, crea patrones que cada persona asimila e interpreta de acuerdo al momento histórico en el que se encuentra. Por eso el primer Drácula negro de la historia apareció nueve años después de que Martin Luther King pronunciara su discurso de I Have a Dream y The Munsters (1964) demostró que el gusto por parodiar el vampirismo es efímero: dos años después de su estreno, la serie televisiva fue cancelada porque la presentación de Batman aniquiló sus ratings y el dueño del Batimóvil resultó ser más atractivo que Grandpa Munster, un vampiro anciano de adorable sonrisa y espíritu de laboratorista cuya transformación en murciélago era más cómica que épica.

*

La línea que antes separaba al vampiro del ángel se ha desdibujado. El Nosferatu de Murnau era aterrador por su carácter ominoso: aunque se le tuviera frente a frente y exhibiera un aspecto físico similar al de los humanos, no tenía sombra ni se reflejaba en el espejo. Era una criatura que ostentaba la amenaza de condenar a su víctima al infierno de soportar la vida eterna a costa del asesinato. Por el contrario, el vampiro que Stephenie Meyer ideó para Twilight es objeto de deseo de las adolescentes contemporáneas. El poder de Edward Cullen no surge del miedo, sino de lo anhelable que resulta su mordida. Para él, la luz de sol no representa su aniquilación, sino la posibilidad de exhibir la textura de diamante que esconde bajo su piel. Es un héroe que apareció como herencia de la literatura creada por la mujer que lo cambió todo: Anne Rice.

El vampiro contemporáneo nació del ateísmo. Durante años, Rice declaró que no creía en Dios y a su escepticismo debemos la invención de un ser que, aunque hematófago, manifestaba una personalidad humana. Interview with the Vampire (1976) narra la historia de Louis, un ser débil y afectivo que se lamenta por la inmortalidad con la que fue condenado y confiesa su historia a un reportero que termina por rogarle que lo muerda para transformarse en uno de su clase. Como es evidente, la novela de Rice asesinó al vampiro como antihéroe y, con la presencia de Brad Pitt y Tom Cruise al frente de la adaptación cinematográfica de los años noventa, se estableció que los vampiros debían ser guapos, cursis y mártires que –si bien serían una vergüenza para los ambientalistas– estarían dispuestos a convertirse en ‘vegetarianos’.

Los muertos vivientes de nuestros días no encarnan una maldición, sino la virtud de escapar de lo ordinario. Son hombres y mujeres que, por sus habilidades corporales y mentales, evidencian el poder que tienen sobre otros y se elevan por encima del resto de la masa que, aunque no asesine para sobrevivir, tampoco conoce de telepatía, supervelocidad o predicción del futuro. En una cultura Occidental hambrienta de engimas y héroes a seguir, el vampiro es el agente que nos gratifica exhibiendo las ventajas de lidiar con una vida alternativa.

Hoy exoneramos al vampiro del ridículo. Le permitimos materializarse en féminas tan curvilíneas como Salma Hayek (en From Dusk Till Dawn, el churro noventero de Robert Rodríguez), enseñar a matemáticas a los niños (recordemos al Conde Contar, de Plaza Sésamo) y hasta tener sexo. Antes el vampiro era un muerto que, como la lógica básica indicaría, sólo aprovechaba la sangre que robaba de otros para alimentarse. Ahora, según Stephenie Meyer, los vampiros incluso pueden procrear. Hoy, como espectadores de películas y series de vampiros, no sólo perdonamos el artificio, sino que lo pedimos a gritos.

El vampiro sintetiza las obsesiones del hombre porque personifica un coqueteo entre lo ventajoso y lo maldito de la inmortalidad. En el libro The Blood is the Life, Leonard G. Heldreth y Mary Pharr afirman que todo vampiro es una especie de oxímoron: una contradicción que denuncia a un ser tan admirable como subversivo. Por ello, incluso el hematófago contemporáneo despierta, de manera simultánea, terror y fascinación. Si bien es prácticamente imposible apreciar la maldad demoniaca del Drácula de Bran Stoker en Edward Cullen o Bill Compton, el protagoista de True Blood, el vampiro sigue siendo una figura siniestra que puede permanecer oculta durante siglos y renacer cuando el imaginario social lo requiera. Si algo es un hecho, y así lo ha comprado la historia, es que, como seres humanos, siempre viviremos a la sombra del vampiro.