Este Soy Yo: Noah Wyle

Screen Shot 2014-12-08 at 11.40.18 AM

Originalmente publicado en Esquire no. 74 (PDF aquí)

Actor, 43 años, Los Ángeles, California

> Los papeles que interpreto han mejorado con el paso de los años. En ER sólo fui un doctor que se tropezaba con todo.
> Cuando tenía veintitantos, dejé de tener vida privada. O más bien mi trabajo se convirtió en mi vida privada. Durante años fui una de esas personas que tuvo un programa tan exitoso que prácticamente dejó de hablar con su familia: por ER trabajé 80 horas a la semana durante 11 años de mi vida.
> Ya no podría regresar a ese ritmo de vida. Dejé ER cuando me convertí en papá. Mi hijo nació un martes y la producción me dio permiso de faltar dos días para poder estar con él. Recuerdo que el jueves, cuando fui a trabajar, salí de casa a las siete de la mañana y volví a las 10 de la noche. Él ya estaba dormido. El viernes pasó lo mismo, y el sábado igual. El lunes siguiente fue el primer día de mi vida en que llegué al set y me la pasé mirando el reloj. Me di cuenta de que era la primera vez en mi vida en que prefería estar en otro lugar. Así que renuncié.
> Sigo en contacto con mis compañeros de ER. Invité a Eriq [La Salle] a mi boda, pero no pudo ir porque estaba grabando un episodio de Under the Dome en Carolina del Norte. Después vi a Alex Kingston, cuando mi esposa y yo viajamos a Nueva York y ella interpretaba Lady Macbeth en la obra dirigida por Kenneth Branagh. Por último, el señor [George] Clooney me mandó un mensaje de texto para felicitarme por mi boda.
> Es impresionante que aún cuando he trabajado en series como ER y Falling Skies, lo que más me pregunta la gente es cuándo haré otra película de The Librarian. Creo que el éxito de esa franquicia se debe a que el atractivo de la historia que narra es universal.
> Aunque han pasado siete años desde la última vez que participé en una película de The Librarian, tan pronto me puse el disfraz de Flynn me sentí como si nunca me lo hubiera quitado. Después de media década de interpretar a Tom Mason en Falling Skies —y de pasar todo ese tiempo pensando en el Apocalipsis—, Flynn es como medicina para el alma.
> Falling Skies ha sido una catarsis emocional y psicológica. Al analizar la situación de mi personaje empecé a a pensar en mis hijos y en lo que haría para evitar que sufrieran. Eso implica una carga emocional inimaginable. [La nueva serie de televisión] The Librarians es completamente diferente. Ahora puedo salir a trabajar sabiendo que interpretaré un papel que me permitirá satisfacer las ambiciones que tenía cuando era más joven y tenía claro lo que un actor debía ser.
> Flynn es una versión mejorada de mí, es el hombre que desearía ser. Posee un verdadero joie de vivre, no se toma nada demasiado en serio y me encanta su gran sentido del humor. Además no se deja intimidar por nada. Es competente y posee gran inteligencia. Es mi ideal.
> Me casé el 7 de junio y fuimos de luna de miel a París. Una noche tuvimos insomnio debido al del jet lag y no logramos dormir. Por casualidad revisé mi correo y en mi bandeja de entrada había una primera versión del tercer episodio de The Librarians. Como era el primero en el que yo no aparecería [Noah sólo actúa al principio y al final de la temporada], le puse play y lo vimos [se ríe]. Cuando terminamos, le dije a mi esposa: “¡Ehhhh! ¡Funciona! ¡Tenemos una serie!”. Era un capítulo sin Flynn y funcionaba perfecto.
> La televisión ha sido un medio muy productivo para mí. Lo único que me ha tentado a alejarme de ella es que ahora soy papá. Las producciones ya no siempre se llevan a cabo en Los Ángeles y eso implica que debo pasar mucho tiempo alejado de mis hijos. Una serie que tiene sólo 10 ó 12 capítulos por temporada puede funcionar, pero para ser honesto no sé cuánto tiempo podré aguantar trabajando en Falling Skies y The Librarians de manera simultánea.
> Cuando tienes un hijo de 11 años y una niña de ocho, sabes que te sentarás en el sillón y dirás: “¿Qué vamos a ver?”. Ella responderá : “Mi pequeño Pony”, y él: “Los Simpson”. Y tú pensarás: “¡Ah! No hay un punto intermedio, nada que los tres podamos ver juntos y logremos disfrutar”.
> Mientras más crecen, más trabajo me cuesta viajar con ellos. Cada vez tienen más partidos de futbol, fiestas de cumpleaños y actividades en la escuela. Por eso trato de no estar lejos de ellos más de dos semanas.
> Mi hijo es el mejor regalo que pude haber recibido. Se me hace un nudo en la garganta con sólo decirlo. Por eso me siento tan culpable cuando lo dejo por viajes de trabajo. Recuerdo que una noche lo llamé y le dije: “Sé que esto es difícil para ambos”. Él me respondió: “Sí, también te extraño papá, pero a la vez estoy muy contento de que estés trabajando en Falling Skies. De verdad me gusta esa serie, y si por ella debes estar lejos, no importa. Estoy feliz”. Gracias a esa conversación pude quitarme media tonelada de presión de la espalda, fue como si mi hijo me diera permiso de estar fuera y eso cambió por completo la experiencia para mí.

[recuadro]

Noah estrenará la quinta temporada de Falling Skies en 2015, pero cierra el año con The Librarians, una adaptación de las películas de ciencia ficción que se estrenaron en televisión en 2007. La primera temporada arranca en diciembre, y el actor compartirá créditos con John Larroquette, John Kim y Rebecca Romijn.

El lado cómico de Christoph Waltz

Screen Shot 2014-11-27 at 4.15.23 PM

Originalmente publicado en Esquire no. 74 (PDF aquí)

Con cuatro décadas de carrera en cine y teatro, el papel de un nazi más maldito que Hitler (en Inglourious Basterds) y dos Óscar —por dos cintas de Quentin Tarantino—, este actor es la mejor herencia que Austria ha legado a Hollywood. Podría repetir la fórmula del éxito en sus siguientes papeles, pero a Waltz le gustan los retos. Y como le aterraba la idea de hacer una comedia, este mes estrena Horrible Bosses 2 para demostrar que con su expresión de canciller de hierro también puede hacernos reír.

     Si Christoph Waltz fuera un personaje de la mitología griega, sería él —y no Medusa— quien petrificaría a todo el que tuviera el infortunio de mirarlo a los ojos. Salir ileso de una conversación con este austriaco es improbable para quien no posee las destrezas de Perseo. Pregúntale por la trama de su última película y estarás muerto. Comete la atrocidad de olvidar que cuando Quentin Tarantino lo invitó a trabajar en Inglourious Basterds (2009) él ya era un actor con 30 años de carrera, y un silencio sepulcral —que en realidad quiere decir “eres un pobre idiota”— te hará sentir como si se abriera una grieta en el suelo para que te trague la tierra.

      Waltz es un hombre pequeño que disfruta vestirse de traje y que habla un inglés tan suave y cadencioso que podría funcionar para recitar un poema de Friedrich Hölderlin o para dar la orden de enviarte a la horca. En esta mañana fría y nublada —de qué otro modo iba a ser en Londres— viste un saco de pana verde olivo y lleva el bigote perfectamente recortado. La ciudad le viene bien. Es un maestro en el ejercicio de la cordialidad inglesa: puede evidenciar el mal gusto, la ignorancia y la incompetencia con la sonrisita torcida de quien observa a un roedor a punto de morder el trozo de queso que ha puesto en una ratonera.

     Su incursión en el cine hollywoodense —en esa cinta de Tarantino— fue triunfal: escoltado por un puñado de uniformados, baja de un automóvil en medio de la campiña francesa y le pide a un granjero que lo invite a entrar a su casa. El pobre diablo le abre la puerta, le presenta a sus tres hijas, le invita un vaso de leche y rompe en llanto a los cinco minutos de un interrogatorio libre de tortura física. Es la mirada del coronel nazi Hans Landa —y no la punta de un fusil— lo que provoca que Monsieur LaPadite confiese que tiene judíos escondidos bajo el suelo de su cabaña.

     Sería sencillo enlistar a los mejores villanos de los últimos cinco años y encontrar el nombre de Christoph Waltz en la selección: el corrupto y convenenciero cardenal Richelieu en The Three Musketeers (2011), un hombre brutal que maltrata a los animales de su circo —y trata a su esposa como si fuera uno de ellos— en Water for Elephants (2001) y un dentista cazarrecompensas —no tan villano, pero sí bandido— en Django Unchained (2012). Lo que uno jamás imaginaría es toparse con Waltz en una cinta de comedia. Él dice que a la fecha no lo había hecho porque el género le aterra, que no es su área ni nació para ello.

     A los 58 años, Christoph Waltz está listo para sentir miedo, y no sólo provocarlo. Vive entre Berlín y Los Ángeles, y acepta esa vida nómada porque no deja de atraerle el reto de buscar la esencia de personajes que lo pongan en jaque: este mes estrena Horrible Bosses 2, en diciembre será el marido de la pintora Margaret Keane en el nuevo filme de Tim Burton (Big Eyes) y en 2015 aparecerá en un drama romántico llamado Tulip Fever, con Zach Galifianakis. Si hace sólo cinco años que Waltz aterrizó en las salas comerciales y ya nos voló la cabeza con su talento y personajes malditos, su hambre de papeles que reten su intelecto y capacidades actorales no podría entusiasmarnos más.

ESQUIRE: Alguna vez mencionaste que aprendes algo de todo lo que haces, ¿qué te ha enseñado la comedia?
CHRISTOPH WALTZ: Lo triste que es el mundo. Aprender lo inadecuada que es nuestra vida deriva en situaciones graciosas. No nos tomamos el tiempo de ver lo que es gracioso porque estamos demasiado ocupados siendo serios, productivos y exitosos. El mundo cada vez se vuelve menos gracioso, así que para distraerte de situaciones como lo que sucede en Ucrania o lo que ha provocado el Estado Islámico, es bueno saber que existe otro mundo que puede ser gracioso.

ESQ: Recientemente te vimos en Saturday Night Live. ¿Estás tratando de encontrar experiencias más divertidas?
CW: Sí, estoy en busca de nuevas oportunidades. Nunca antes había hecho algo como lo de Saturday Night Live ni lo de Prada [fue imagen de la campaña publicitaria de la colección otoño-invierno de la marca italiana en 2013], así que pensé: “Mejor lo hago ahora que puedo”. ¿Y sabes qué otra cosa me gusta hacer? Llamar a la gente que siempre he admirado. Les marco y les pregunto si quieren conocerme. Lo mejor es que hasta la fecha nadie me ha dicho que no.

ESQ: ¿Es en serio?
CW: Sí, hasta ahora he conocido a [los músicos] Stephen Sondheim, David Byrne, Zubin Mehta, y [al actor] Mel Brooks. Son personas que me interesan, que he seguido durante mucho tiempo. Simplemente los llamo y les digo: “Hola, ¿te gustaría que nos viéramos?” [ríe]. Y todos me responden: “¿Por qué no?”. Así que nos vemos y nos la pasamos muy bien juntos.

ESQ: Originalmente rechazaste el papel de Horrible Bosses 2. ¿Titubeaste porque la cinta implicaba hacer algo distinto a lo que estás acostumbrado?
CW: Rechacé el papel porque sentí que no funcionaría en esa constelación. Involucraba estar con comediantes y gente que improvisa, y no sé improvisar ni me gusta hacerlo. Soy bastante malo. Me intimida. No es a lo que me dedico y esta gente sabe cómo ser graciosa. Hay una técnica para ello que no tengo. Sin embargo, al final decidí aceptar aunque me atemorizara. Luego empecé a hablar con la producción y lograron que todo tuviera sentido. No fueron como esperé que fueran. Son bastante directos, claros, profesionales y operan con los más altos estándares: el director, los productores y el diseñador de producción. Fue una experiencia fantástica.

ESQ: Si fueras el jefe de alguien, ¿cómo serías? Y otra cosa: ¿cómo defines al jefe ideal?
CW: Hasta ahora sólo soy un colaborador cooperativo, comprensivo y gentil. Ser jefe o no ser jefe… nunca entendí la etimología de esa palabra. Ni siquiera sé de dónde viene. ¿Tú sí? ¿Alguien? [voltea y pregunta a otras personas que están en la habitación]. Lo que sucede es que el concepto de jefe proviene del inglés. Nosotros [en alemán] no tenemos esa palabra. No tenemos “jefes”, sino “superiores” y “líderes”. Hoy, por ejemplo, la palabra führer ya no se usa en alemán, pero en otras lenguas sí existen analogías. Entonces, aunque otros idiomas no titubean a la hora de usar esa palabra, el concepto inalterable y extremo sólo existe en la ficción, en el cine o la ópera. En la vida real, se trata de una persona que estudia cuidadosamente lo que se debe hacer y luego guía a los demás a hacerlo.

ESQ: ¿Tuviste superiores que fueran horribles contigo?
CW: Claro.

ESQ: ¿Cómo los sobrellevaste?
CW:
Los sufrí y me aguanté. Te callas y te sometes, o simplemente te vas.

ESQ: ¿Crees que un jefe siempre debe ser un idiota?
CW: No, para nada [ríe]. Hay distintas formas de autoridad. Está la que es silenciosa y competente, pero también hay una brutal e inefectiva. Esta última —en términos de comunicación— es una forma de violencia. Ejerce una autoridad que no quieres, sino que tienes que seguir. No obstante, si miras a directores de cine —a los grandiosos— tienen mucho sentido. Eso no quiere decir que estén de acuerdo con todo y que sean amistosos y modestos. Sin embargo, tienen sentido, así que sus equipos de trabajo los siguen de manera incondicional. Yo sigo a un director cuando de verdad sabe lo que hace y de verdad tiene una intención clara. Suelo estar de acuerdo con sus decisiones o termino por estarlo. Después ya no lo cuestiono. No cuestionar es para mi beneficio. Sé lo que yo haría [sonríe con malicia], pero no me contrataron para ello. Puedo seguir la corriente, porque es en mi beneficio, y es mucho más divertido hacerlo así, que decir: “Ts, ts, ts, no, no, no, sería mejor que lo hicieras de este modo”. ¡Claro que podrías! Cualquiera podría pensar que existe una mejor manera de ejecutar algo, pero no es tu decisión.

ESQ: Como actor, ¿aprendes más de una película mala o de una buena?
CW: Una película es algo muy particular porque se termina de crear mucho después de que dejo de trabajar. Sin embargo, me temo que tienes razón. Me temo que esa es la trampa, que aprendes más de una mala experiencia que de una buena. A pesar de esto, llega un punto en el que conoces el funcionamiento de todo y le agarras la medida para lograr concentrarte sólo en ciertos detalles. No todo tiene que ser malo, sino que puedes elegir aquello de lo que quieres aprender. El problema llega cuando ya has acumulado mucha experiencia porque entonces necesitas algo excesivamente malo para seguir creciendo.

ESQ: Cuando apenas iniciabas tu carrera de actor, viviste un tiempo en Nueva York y trabajaste en un restaurante como mesero. ¿Qué aprendiste de esa experiencia?
CW: No sé si aprendí algo que influyera el resto de mi vida, pero me quedó claro que no puedes ser actor si antes no eres mesero [ríe]. Recuerdo que mi jefe era fabuloso. Era un tipo adorable y muy comprensivo. Fui muy buen mesero, así que nos llevamos muy bien. Lo que aprendí es que no tienes que ser servil para servir. Puedes hacerlo con dignidad y ayudando a alguien más, pero eso no implica que debas de rebajarte. En ese sentido, creo que aprendí mucho sobre mi profesión, porque se mueve sobre las mismas líneas: el hecho de que sigas una buena idea no quiere decir que seas sumiso. Como mesero, hay soluciones que debes buscar cuando alguien te dice cosas como: “Disculpe, pero no ordené eso”. Y tú piensas: “Lo siento, pero sí lo hiciste”. O cuando alguien dice: “Disculpe, la cuenta es muy alta. Sólo somos cinco personas y cada una se tomó tres tragos”. Y uno dice: “Exacto” [sonríe y pone cara de “¿eres idiota o qué?”].

ESQ: Hay quien no está de acuerdo en que los Óscar sólo toman en serio las producciones de habla inglesa. Como un actor austriaco que estuvo fuera de Hollywood durante muchos años, ¿qué piensas de esto?
CW: No entiendo a la gente que piensa que los Óscar deberían de ser un evento cultural global. ¿De dónde sacan esa idea? ¿Sabes de dónde vienen los Óscar? En 1928 Louis B. Mayer dijo: “Febrero es una época relativamente muerta, quizá podríamos hacer algo que levante un poco el ánimo y que nosotros mismos podamos celebrar”. Así que, ¿cuál es el problema? Si vas a una carrera de Fórmula Uno, no puedes llegar y decir: “Disculpa, pero creo que esto no se trata tanto de la máquina, sino del espíritu”. Hay una profunda incomprensión de lo que los Óscar son. Si alguien te dice eso, dile que mande su película a Cannes.

ESQ: Has ganado dos Óscar. ¿Qué representan para ti?
CW: Depende. Lo que representa para ti depende de cómo te aproximes a ello. Hay gente para la que es su razón de existir, ¿sabes? De hecho, fuera de broma, la idea de quien quiere “abrir” los Óscar también es un poco lúdica. ¿“Abrirlo” a qué? [sonríe] La de la Academia es una perspectiva estadounidense, incluye películas estadounidenses porque eso tiene que ver con la distribución. Las distribuyen al mismo tiempo, con las mismas estrategias, una y otra vez, sin importar el idioma.

ESQ: Después de 30 años de carrera, ¿qué es lo que más te apasiona de tu trabajo?
CW: ¿Quién dijo que me apasiona?

ESQ: Si fuiste mesero con tal de ser actor, te debe de apasionar.
CW: Bueno, me apasionan ciertas cosas de la actuación. Me apasiona sentarme a pensar si puedo hacerlo o no. Me apasiona la búsqueda de la esencia de un personaje. No estoy diciendo que cuando estoy frente a un nuevo papel siempre lo podré hacer, pero cuestionarme es algo que me interesa y que considero que puedo lograr.

ESQ: ¿Por qué te convertiste en actor?
CW: No tengo idea. Es una decisión que no se hace con base en parámetros clásicos. La razón por la que la gente lo hace siempre es la equivocada. Siempre. Las más sospechosas son las que dicen: “Ah, porque lo amo”. Le hago esa pregunta a la gente joven que se me acerca: “¿Por qué quieres ser actor?” Y me dicen: “Porque lo amo. Amo actuar”. Y les digo: “¿En serio? ¿Qué es lo que amas? ¿Estar un año desempleado? ¿Ser mesero?” [Dice mientras hace el gesto que haría un tonto al que le formulas una pregunta de trigonometría].

ESQ: ¿Pero no es interesante que un actor debe de tener cierta fuerza? Es decir, cualquiera podría ser mesero para siempre. Sería más fácil mantener un salario mensual y listo. Lo realmente complicado es no conformarse y luchar por más…
CW: Sí, seguro. Sin embargo, ya no puedo recordar esos tiempos ni quiero hacerlo. Ahora, para mí, la actuación es una elección informada. Además estoy en una situación increíblemente privilegiada, que sólo un puñado —o dos o cinco o los que sean, pero siempre puñados— de personas pueden tener en la vida.

ESQ: ¿Es difícil lidiar con quien aún te pregunta por el éxito de tu carrera como si lo hubieras conseguido de la noche a la mañana?
CW: Responder a esa pregunta hace cinco años no estuvo mal, pero ahora el éxito ya no viene de la nada. Y en realidad, ese es un buen sentimiento.

ESQ: ¿Consideras que estás en la mejor etapa de tu vida?
CW: Por el momento, sí. Sin embargo, creo que hablar de “el mejor momento” de una vida es algo muy general. No tengo idea. Profesionalmente, sin duda lo es. No obstante, cuando empecé mi carrera también me la pasé muy bien trabajando en teatro. Quizá durante el primer año. Eso fue increíble. Cuando estudié en Nueva York también fue maravilloso, a pesar de que atendía mesas. Creo que hay un par de zapatos para cada etapa de tu vida. Te pongo un ejemplo: en la tienda de un zapatero que conozco en Londres cuelga un óleo que no es muy grande [dibuja un cuadrado similar al de un tablero de ajedrez en el aire], donde hay siete pares de zapatos. Al principio hay un par para bebés, luego unas pequeñas botas para niño, luego un par para caminar. Le siguen unas botas de soldado, un par que se ve muy fino —de piel, con un moño— y al final unas pantuflas para la vejez. Hay un par de zapatos que corresponde a un periodo distinto de tu vida. Así que, en esta etapa, absolutamente nada podría ser mejor. Sin embargo, haciendo la evaluación de lo que he experimentado hasta ahora, nada de esto sería posible sin todo lo que viví antes. Y lo que vendrá después no será posible sin lo que me está pasando ahora.

[recuadro]

Diez cosas que no sabías de Christoph Waltz

  • Estudió un par de años en el Lee Strasberg Theatre and Film Institute (célebre por formar actores “de método”), pero Waltz dice que no sigue una fórmula para preparar a los personajes que interpreta.
  • Cuando actúa, nunca improvisa. Dice que su trabajo no es modificar lo que escribe el guionista, sino memorizar bien sus líneas.
  • Su padre era escenógrafo y su madre diseñadora de vestuario.
  • Uno de sus abuelos fue un psicoanalista muy reconocido en Austria llamado Rudolf von Urban, quien fue discípulo de Sigmund Freud.
  • Le encanta el arte. Estudió pintura en Viena y hoy es aficionado a la ópera.
  • Habla inglés, francés y alemán.
  • Desde que empezó a trabajar con Quentin Tarantino ha ganado más de 13 premios (entre Óscar, bafta, Golden Globes y Cannes) y fue el primer actor de una cinta del director estadounidense en haber obtenido reconocimientos tan importantes.
  • Tarantino no fue el primer cineasta en ofrecerle un papel de nazi, pero Waltz se había negado a aceptar; dice que no estaba preparado para ello.
  • Su película favorita del director que le dio fama en Hollywood es Jackie Brown (1997).
  • Uno de sus sueños es dirigir una cinta propia. Está en busca de un proyecto para lograrlo.

10 lecciones de vida de Tony Dalton

Screen Shot 2014-11-21 at 11.01.10 AM

Originalmente publicado en Esquire no. 74 (PDF aquí)

Además de protagonizar Sr. Avila —producción mexicana de HBO, que recién estrenó su segunda temporada—, es guionista, productor y viajero. Pasamos una tarde con él y nos habló de mucho de lo que ha aprendido en casi dos décadas de carrera dentro y fuera de México. 

#1 HAY AMISTADES QUE SON PARA SIEMPRE

Antes de que naciera, Mi mamá y mi papá abrieron un restaurante en Laredo, Texas. Ambos estaban chavos, tenían 21 años, y allá me tuvieron. Un año después regresaron a México, así que ni siquiera recuerdo haber vivido en Estados Unidos. Crecí en la ciudad de México, en la colonia Lomas Altas —en la calle Cumbres de Acultzingo— y el actor Jaime Camil era mi vecino. Nos conocemos de toda la vida. Cuando cumplí 12 años me mandaron a un internado en Massachusetts y ahí conocí al productor Billy Rovzar. En ese lugar supe que quería ser actor.

#2 UNA MUJER LO VALE TODO

El internado era una escuela de hombres. Sólo había dos niñas, que eran hijas de los maestros, y yo estaba perdidamente enamorado de una de ellas. Se lo confesé y me respondió: “¿Sabes cómo nos podemos ver en las tardes después de la escuela? Si te metes a la obra de teatro”. Y yo dije “¡Sobres!”. Acabé más enamorado de la obra que de ella. Teníamos 12 o 13 años. Todo era muy inocente, pero si ella no me hubiera dicho eso, jamás me habría involucrado en el teatro. Jugaba fútbol americano, nadaba y tenía otro perfil. Recuerdo que la obra se llamaba Tales of a Fourth Grade Nothing. Era una especie de biografía de las cosas que le pasaban a un chavito en la escuela y uno de los maestros era yo. Era un papel secundario, pero cuando me subí al escenario, sentí nervios y todas esas cosas. Dije: de aquí soy.

 #3 ACTUAL CUESTA (Y MUCHO)

Vengo de una familia de abogados, así que la actuación realmente nunca fue algo que estuvo en mi vida. Cuando pasó lo de la obra de teatro, pensé: “¿Cómo le voy a decir a estos abogados que quiero ser actor?”. Me tuve que ir solo a Nueva York. Estuvo difícil porque llegué con poco dinero. Trabajé en un Dean & Deluca, que estaba en el Guggenheim, y luego haciendo guacamole en un restaurante que se llama Rosa Mexicano. Cuando estaba ahí le dije a Billy [Rovzar]: “Quiero ser actor”. Me respondió que él quería hacer cine y también iría a Nueva York. La diferencia es que él se fue a la Quinta Avenida y yo estaba viviendo en el Spanish Harlem, con un escritor de Xalapa, Veracruz, que también era mesero y fue quien me consiguió la chamba de los guacamoles. El problema era que me corrían de todos los restaurantes porque faltaba para ir a los castings. Sin embargo, siempre tuve clara mi prioridad: actuar. A pesar de eso, nunca —en los cuatro años que viví en Nueva York— conseguí un solo papel. Hice más de 300 castings y llegó un momento en el que decidí contar cuántos podía hacer sin obtener trabajo. Realmente golpeaba mi ego y pensaba que era pésimo. Seguí yendo a audiciones y nada.

#4 LA TERQUEDAD NO ES OPCIONAL

Nunca he dado por sentado que soy bueno en lo que hago. Siempre hay que trabajar. Aunque muchos me decían que estudiara algo diferente, sabía que no tenía opción. Siempre fui necio, porque sabía que si estudiaba otra cosa en cualquier momento la dejaría. Tengo algunos amigos que también querían ser actores, pero se metieron a otra carrera y ahora trabajan en ello. Son miserables y me dicen: “Ojalá lo hubiera hecho”. No tomé el camino fácil. Me dije: “Ni modo, esto tiene que salir porque tiene que salir”. Estuve en Nueva York y en Los Ángeles, donde pasé año y medio. En ninguno de los dos lugares logré nada.

 #5 UN BUEN MAESTRO TE PUEDE CAMBIAR LA VIDA

Con el grupo de actores que estudié en Nueva York trabajé en teatro Off Broadway. No podíamos vivir de eso porque nos pagaban 20 dólares por función. De todos los actores que conocí allá, no hay uno solo que hoy se dedique a la actuación. Sigo en contacto —por Facebook— con todos. Las obras que hacíamos eran buenas y las temporadas solían durar seis meses. Muchas eran en Soho, en un sótano, y entre 40 personas hacíamos Un tranvía llamado deseo. Mientras estuve allá mi maestra fue la única persona que me dijo: “Tony, te juro que la vas a hacer”. Y como veía que no se lo decía a los demás me hacía pensar que podía tener razón. Ese tipo de comentarios hacen toda la diferencia del mundo, porque sabes que alguien cree en ti.

#6 TRIUNFAR EN LOS ÁNGELES ES UN MITO

fui a Nueva York porque para trabajar en una película antes debes hacer una carrera de teatro. Como no resultó me fui a Los Ángeles, pero ese lugar no sirve de nada. Que un actor se vaya para allá a buscar trabajo es la peor idea que alguien puede tener. Mucha gente lo sigue haciendo, pero hoy en día es mejor que te vaya bien en tu país a que estés haciendo casting calls en Los Ángeles para una sitcom.

#7 HAY QUE APRENDER A TRABAJAR BAJO PRESIÓN

Esta carrera tiene muchos altibajos. Te va muy bien en un momento y luego puedes quedarte sin trabajo un año. Creo que le pasa a todo mundo. Seguro que ahorita Tom Cruise está sudando la gota gorda porque ya no tiene papeles como antes. En esta carrera buscar trabajo es parte de tu chamba, aunque a tu alrededor veas que todo funciona de otra manera. La mayoría de la gente dice: “Trabajo para esta empresa y ahí me voy a quedar y me pagarán cada quincena”. Un actor no puede pensar así. Como todas tus chambas se acaban, llevas otro estilo de vida. Eres como una ardilla: ahorras para el invierno.

#8 ES MEJOR PREVENIR QUE LAMENTAR

Cuando hice Un tranvía llamado deseo, me vio Lucy Orozco y después me llamó para ser extra en una de sus telenovelas. Llegué a Televisa, entré con mi currículum y me corrieron. No traía identificación, así que un amigo me dio la suya y me metí. La chava de la entrada se dio cuenta y llamó a seguridad. Estaba con la directora de casting cuando llegaron los guardias y dijeron: “Este tipo está aquí ilegalmente, tenemos que llevárnoslo”. Ella respondió: “¿Por qué estás aquí? ¿Cómo sé que no me quieres secuestrar? Nunca volverás a entrar a Televisa”. Pensé que ya había valido madres. Pero seguí picando piedra hasta que Lucy me dio chamba en una telenovela que se llamaba Ramona. Me pagaban muy poco, pero para mí era la fortuna más grande del mundo. Recuerdo que eran diez mil pesos y con eso me fui por primera vez a Europa. Me gasté todo porque pensé: “Ya voy a ser famoso, así que no importa”. Regresé y tardé dos años en volver a encontrar trabajo.

#9 BUSCA NUEVAS IDEAS

En un viaje que hice a Estados Unidos vi el programa Jackass y pensé: “Esto se puede hacer con dos pesos”. Cuando trabajé en Ramona conocí a un actor que se llama Kristoff, y dije: “Este es el bueno”. Así surgió No te equivoques. Para mí fue un cambio dramático. De no haber trabajado nunca, ganar muy poco dinero y estar atrasado cuatro meses con la renta, de pronto me fue bien. Hicimos unos 11 capítulos, pero recordé que lo que quería era ser actor, así que renuncié. Todos se enojaron y, para colmo, se me cayó un espejo en la pierna y pasé dos meses en cama. En ese tiempo decidí escribir un guión y así surgió Matando cabos. Me junté con Billy y le dije: “Tengo la mejor película con la que te vas a topar en tu vida”. Ya había escrito dos guiones. Siempre me ha gustado escribir. Cuando Billy lo leyó me preguntó dónde estaba el resto. Terminé la película en tres semanas.

#10 LA FAMA NO LO ES TODO

El éxito nunca me ha sobrepasado. La fama es un tema muy raro. Hay gente que vive para eso y hay otros que quieren chambear y seguir sobre la marcha. No quiero ser famoso: quiero trabajar y hacer cosas padres. Me tocó ser una persona que cuenta historias. Es algo que he hecho siempre y me gustaría hacerlo de la mejor forma posible, y qué mejor que en México.

Este Soy Yo: Francisco Hinojosa

Screen Shot 2014-11-18 at 6.38.11 PM

Originalmente publicado en Esquire no. 73 (PDF aquí)

Escritor, 60 años, Ciudad de México

  • Aunque mi trabajo suele relacionarse con literatura infantil, tengo muchos libros para adultos: poesía, crónica, ensayo y una especie de novela en verso, que se llama Poesía eras tú. Tengo hasta el guión de una ópera.
  • El humor negro, que es algo que me atrae, está mucho más presente en la literatura para adultos que en la infantil. Por eso lo que escribo para niños es un humor mucho más sencillo y plano, pero que depende de la exageración. Es algo que funciona muy bien.
  • El humor negro funciona muy bien en nuestro país a pesar de que tenemos una literatura bastante solemne. André Breton vio a México como el país del humor negro y sin embargo en su antología de ese tema no incluyó a ningún mexicano. Él lo veía como el ámbito en el que nos podemos burlar de la muerte con calaveritas de azúcar y hacer calaveras, esos versos dedicados a personajes vivos pensando que ya murieron.
  • Aunque este humor es muy particular de los mexicanos, el que aparece en mi novela [Emma] no tiene que ver con ese humor negro. Ésta parte de un principio distinto: imaginar una escuela de sexo y prostitución —algo que no es común— y de una cantidad de referencias y guiños que hace a diversos autores y novelas. Eso creo que sí puede provocar cierta risa.
  • El desarrollo de Emma fue un proceso de nueve años, desde que la inicié y hasta que se imprimió. Tuvo distintas versiones. La primera fue una novela más tradicional, que no me gustó. La dejé reposar un buen rato y después la volví a leer, pero dije: «No, esto es lo que hace un novelista, y yo no soy un novelista».
  • Yo soy un cuentista al que le gusta mucho experimentar con otros géneros. Entonces, aunque de alguna manera tenemos que clasificar a Emma como novela porque no nos queda de otra, creo que como novela es muy atípica.
  • El hecho mismo de que yo exhiba el trabajo que hay detrás de ella [en la novela aparecen frases y párrafos enteros tachados] implica que muestro ese desarrollo creativo. Es un proceso creativo que puedo compartir con muchos autores, pero que ellos no exhiben. Por ejemplo, de pronto mato a un personaje y me pregunto: ¿Cómo es eso posible?». Entonces a la mera hora me arrepiento y digo: «Me va a servir de otra manera». Así que lo tacho, para mostrar que en ese momento tuve la duda de acabar con él y al final lo dejé vivo. Esa experimentación me gusta y provoca que no sea una novela tradicional.
  • Emma no es pornográfica ni erótica, sino una novela que toma el lenguaje de la pornografía y lo utiliza para un momento de sexo explícito, pero como un acto desangelado que no tiene ninguna trascendencia dentro de la novela. Es decir, no sirve para crear una descripción a fondo, sino una mera referencia. Lo que me interesaba era rescatar el mundo de la pornografía como el negocio que es. El punto era que existen profesionales de la pornografía —desde las que administran un burdel hasta las que hacen table dance—, pero ¿de dónde se graduaron? No hay una escuela. Bueno, yo la inventé.
  • Poesía era tú fue novela que escribí en verso. Un novelista diría que no es novela, que quién sabe qué sea. Incluso alguna vez fue criticada como poesía. Alguien dijo que cómo era posible que Francisco Hinojosa hubiera escrito eso pensando que era poesía. Yo pienso que no lo entendió.
  • Creo que todos los que son héroes para los niños pueden ser héroes para los adultos. En cambio los héroes de los adultos no son siempre son los héroes de los niños.
  • Un buen superhéroe es aquel con el que compartes otros mundos.
  • Me han invitado un par de veces a la Facultad de Filosofía y Letras para hablar con los alumnos. Leen algún libro mío y luego lo comentamos con el maestro, pero al final se acercan a mí con su libro de La peor señora del mundo para que se los firme, y me dicen: «Oye, yo empecé leyendo contigo y ahora estoy en Letras». Ése fue un libro que se escapó de mis manos. Tiene vida propia.
  • La peor señora del mundo tiene 22 años de haberse publicado. Cuando lo terminé fue un momento de escritura muy grato para mí. Me tardé cinco horas en escribirla, y creo que han sido las más gratas que he pasado. Al finalizarla, pensé: «Nadie lo va a querer publicar». Y en efecto, la presenté en el Fondo de Cultura Económica y los tres dictámenes fueron negativos. Dijeron: «El tipo que escribió eso está enfermo, ¿cómo puede pensar que una señora que golpea a sus hijos, incluso cuando se portan bien, puede ser la protagonista de un cuento infantil?». Pues al final lo publicó el editor. Al principio tuvo una cantidad de reacciones en contra por parte de padres de familia y escuelas, pero con el paso del tiempo se transformó en uno de los libros más vendidos del FCE y se reedita todo el tiempo.
  • Soy un mal lector de novela. Tiene mucha paja. No toda, por supuesto, pero eso es algo que me pasa con cierta novelística bastante actual. En cambio la poesía siempre está en busca de la palabra correcta. Y eso es lo que me atrapa. Para sacar un libro tardo años, porque siempre estoy buscando cuál es la palabra correcta, la estructura correcta y la frase correcta para lo que quiero decir.
  • Releo a muchos mexicanos y otros consentidos míos. De Octavio Paz hasta Borges. Él me gusta mucho como poeta y como prosista. Creo que junto con Paz es lo más cuidado que hay en cuanto al lenguaje. Por eso son poetas, porque cuando escriben prosa, tienen ese mismo cuidado. También leo mucho a los jóvenes, cuando cae en mis manos una revista o un suplemento, leo lo que están haciendo y me interesa.

Foto: Alessandro Bo para Esquire

La memoria prodigiosa de Margo Glantz

Screen Shot 2014-11-10 at 7.53.45 PM

Originalmente publicado en Esquire no. 73 (PDF aquí)

La escritora mexicana tiene 84 años y más de cinco décadas dedicada a los viajes, la docencia y la literatura. Yo también me acuerdo reúne sus más preciadas memorias con una estructura magistral: leerlo es una experiencia circular, en la que la autora siembra una tema (un recuerdo), para luego retomarlo y relacionarlo a otros tantos como si fuera un árbol con ramificaciones sin fin.

ESQUIRE: En esta etapa, tras tantos años de haber escrito, ahora se pueden encontrar compilaciones como las del FCE, que reúnen un trabajo de muchos años, ¿qué representa para usted estar en ese momento donde se puede voltear hacia atrás y ver todo eso?

MARGO GLANTZ: Por un lado es ambivalente, porque es muy fascinante ver cómo en tomos donde se reúne la obra que se ha escrito a lo largo de toda una vida, hay ciertas líneas muy bien trazadas en donde hay vasos comunicantes y se ve cómo hay una concatenación de temas, de organización de esos mismos temas y empieza a visualizarse a una persona que ha tenido ciertas preocupaciones y que están muy bien plasmadas en ese tipo de libros. Por otro lado, el hecho mismo de que sean libros tan gordos, tan monumentales, le da a uno grima porque le da la impresión de que ya se volvió uno muy institucional, y a mí ese tipo de cosas siempre me preocupan, a pesar de que estoy en instituciones muy institucionales, valga el pleonasmo, como la Academia de la Lengua. Por un lado hay una gran satisfacción de ver que las cosas que uno ha escrito de manera dispersa se reúnen en cuatro volúmenes que son fáciles de consultar. Por otro lado, son difíciles de leer, porque son libros muy gruesos. A mí me gusta leer en la cama y es imposible llevarse esos libros a la cama. A veces siento que es necesario traer un atril como en la época medieval. Pareciera que obligan a uno a quedarse ya definido en una especie de hecho consumado, y yo quisiera tener siempre una movilidad hacia adelante. Creo que la sigo teniendo, afortunadamente.

ESQ: Se reconoce siempre en sus primero textos, o al releerse hay algo quela lleve a pensar: «Ésta no soy yo»?

MG: Cuando acabo de escribir un libro, releerme me da nauseas. He trabajado tanto el texto y me ha costado tanto trabajo hacerlo, que cuando lo termino no lo quiero volver a leer. Me da horror. Sin embargo, cuando releo las cosas de hace mucho tiempo, me da gusto. A veces digo: Caray cómo escribí yo esto. Qué padre. Me admiro de mí misma, lo cual es un narcisismo maravilloso y engañoso. Una cosa que me pasó particularmente con este libro de Yo también me acuerdo es que es un libro que me da mucho placer releer. Ya ahorita no, pero cuando me lo entregaron hace como diez días, me emocionó tanto que lo releí dos veces seguidas, así como lo escribí. Y me gustó. Me gustó releerlo. Fue un cambio, porque generalmente nunca quiero releer lo que acabo de escribir. Me parece reiterativo y estoy fatigada del trabajo que me costó hacerlo, pero este libro sí me dio gusto releerlo. No sé qué quiere decir eso.

ESQ: ¿Cómo ha vivido la transformación en la relación que tiene con sus lectores? Hay gente que la han seguido mucho tiempo y hay otros que hoy apenas la están descubriendo, incluso por Twitter.

MG: Twitter me ha ayudado mucho a tener más lectores. Como es un medio divertido, uno tiene que ser ingenioso. A la gente le divierte leerlo y gracias a eso buscan los libros que uno ha escrito. Me ha ayudado mucho el Twitter y me gusta esa retroalimentación. En Yo también me acuerdo he utilizado varios tuits que escribí, reformándolos, mejorándolos, quitándoles cosas, lo que es un poco difícil porque son 140 caracteres. De cualquier manera, Twitter ha sido un ejercicio muy provechoso para mí en muchos sentidos: en la relación con los lectores, con la realidad, con los nuevos medios de comunicación y con mi propia escritura por la exigencia que la síntesis de los 140 caracteres imponen. Es una cosa bien interesante. Un ejercicio de constricción que termina volviéndose casi automático, porque el cerebro se adapta. Así como se adapta cuando escribo artículos para La Jornada que ya sé que son 4,000 caracteres y que tengo que regirme por los 4,000 caracteres con espacios, ya casi me salen automático 3,960, ó 4,001. Sé que tengo que pulir un poquito pero ya se conformó mentalmente el tipo de escritura. Para eso, Twitter es muy útil.

ESQ: La relación del escritor con los lectores antes era más reservada y ahorita se permite más la interacción. ¿Cómo percibe ese cambio? ¿Cómo ha ayudado —o no— al acceso a la literatura?

MG: Como todo, tiene sus pros y sus contras. Sí favorece la comunicación de una manera masiva, más instantáneas y evidente. Por otro lado favorece la frivolidad, el elogio fácil, la falta de respeto por la actividad del escritor, y puede ser muy perverso. Pero así son todas las cosas, tienen siempre aspectos contradictorios. Yo creo que es una nueva forma importante de comunicación, a la que nos estamos adaptando, que está transformando completamente, no solamente nuestra forma de escribir sino nuestra forma de pensar. Y responde mucho a nuestro mundo actual, que ha cambiado totalmente, de una manera vertiginosa, muchas de las estructuras tradicionales de pensamiento, de organización y de comunicación.

ESQ: Usted ha leído toda su vida. ¿Tiene algún «arrepentimiento literario»? Y, por otro lado, ¿qué autores o textos aún sigue?

MG: De mi infancia releo de vez en cuando a Dumas, Julio Verne y [Joseph] Conrad, que lo leí muy joven. También a [Leon] Tolstoi, muchos norteamericanos como John Dos Passos, John Steinbeck y los escritores de la primera mitad del siglo XX que fueron muy importantes. Muchos escritores del siglo XIX, por ejemplo, Jane Austen, las Brontë o Charles Dickens, Wilkie Collins que me gusta mucho, porque es una especie de primer gran novelista policiaco, y a mí me interesa mucho la novela policiaca. Leí toda mi vida a [Jorge Luis] Borges, porque era importantísimo para mí. A veces no podía escribir si no tenía un libro suyo al lado. Roland Barthes fue muy importante también. Son autores a los que vuelvo constantemente. O [Marcel] Proust, que era mi autor de cabecera: cuando tenía yo un problema, era como mi Biblia. [Georges] Simenon es otro de los escritores que me fascina, no sólo por su escritura, sino por su vida y porque me encanta ver los programas en donde se reproducen las cosas de Simenon y que, además, vuelven a manejar, un mundo en el que yo viví cuando era estudiante, como el París de los años 50. Es decir, la reproducción tan perfecta de ese mundo, las calles, la comida, los restaurantes, la forma de vestir de la gente, cómo caminaban los niños, los autobuses y automóviles de entonces. Todo eso se vuelve parte de mi pasado. Es como ver la exposición de Robert Doisneau, que fotografía el París que yo viví: un Paris muy oscuro, precario, ennegrecido por la mugre y por el tiempo, donde la gente era pobre, y viajaba en el Citroën que era un carrito que parecía lata de sardinas. Entonces la gente se vestía de negro y había una consciencia política interesantísima. Entonces veía yo a [Jean-Paul] Sartre y a Simone de Beauvoir en el Deux Magots, eran gente común y corriente. Me paseaba, iba al College de France y oía a gente tan extraordinaria como [Martín] Buber, o veía teatro nacional popular. Todo ese periodo de mi vida que fue muy importante, y lo recreo leyendo a Simenon.

ESQ: ¿Por qué el primer género en el que comenzó a escribir fue el ensayo? ¿Qué fue lo qué más le atrajo de eso?

MG: Yo soy profesora. Tengo casi 60 años de enseñar, o quizá un poco menos: 55. El ensayo es una de las cosas fundamentales para un investigador. Creo que es tan productivo, tan interesante y tan creativo como la escritura de ficción. Ahorita estoy más interesada en la escritura de ficción porque normalmente me surge más que el ensayo. Hoy me está costando más trabajo el ensayo porque exige otro tipo de organización mental, un rigor muy importante con el texto y con la tradición de las fuentes. A veces siento que ya pasó esa época para mí y que ya no me voy a dedicar más a eso, pero siempre tengo invitaciones para congresos y me interesa volver a trabajar en géneros que no he retomado o en los que podría profundizar. En muchos de mis libros de ficción, el ensayo está muy presente, como en El Rastro (2002), en donde están mis ensayos sobre Sor Juana y en Saña (2007).

ESQ: Hay cierta resistencia en la escritura por traspasar varios limites, pero no es su caso. Simplemente experimenta ¿Dónde está ese límite de decir «voy a dar un paso más»?

MG: Estoy más vieja, tengo más experiencia y muy poco que perder. Así que me lanzo. Soy muy espontánea. En mi vida he hecho muchas cosas sin darme cuenta de que las hice. Y cuando las rememoro siento que algunas fueron bastante osadas. Yo no creo que transgreda, pero probablemente lo haga. Quizá he tratado temas que pocas mujeres en mi época trataban. Cuando escribí un libro como Apariciones (1996), donde hablaba de las monjas trabajando, tomé personajes de mi novela, pero también había una historia de unos amantes en donde la vida sexual de ambos es muy carnalizada en el texto. Mucha gente me decía: «Margo ¿Cómo escribes eso? Yo no puedo dar una clase con tu libro». Y yo decía: «¿Por qué un varón puede escribir ese tipo de cosas y nadie se asombra demasiado?». También puede haber problemas con esa escritura, pero es mucho más complicado con la mujer. Siempre cuento esta anécdota: un amigo mío, muy querido, cuando hice la traducción de George Bataille de los libros que fueron considerados pornográficos en su tiempo, me dijo: «Te felicito porque hiciste una traducción pierniabierta», y eso no se lo hubiera dicho a un hombre. Que plantea que de repente yo estoy incidiendo en temas, que se supone que son lógicos en un hombre, pero no en una mujer. Trabajar a Bataille, traducirlo, escribir cosas de erotismo. Luego hay gente que ha trabajado el erotismo, pero siento que no como yo. No me quiero hacer tampoco muy original, pero creo que lo vulgarizan, lo minimizan, porque hay una concesión con el lector. Cuando escribo, escribo como yo creo que debo de escribir y si lo van a leer bien o no lo van a leer bien, también, no me importa. A la larga tengo dificultades para que me lean porque soy una word seller. Cada vez tengo más lectores y más jóvenes, lo cual me gusta mucho. Acaba de hacerme una entrevista un joven de la facultad de filosofía y letras que leyó muy bien mis cosas, o este señor que acaba de irse, me ha realizado entrevistas desde hace veinte años, sobre temas de tipo erudito de mis trabajo sobre Cristóbal Colón, Hernán Cortés o La Malinche, y que sigue paso a paso lo que yo he escrito, tanto en ficción como en ensayo. Lo cual me da un gusto enorme.

ESQ: De primera impresión, pareciera que Yo también me acuerdo es un flujo de ideas, pero cuando uno continúa leyendo, hay una conexión muy clara entre todo. ¿Cómo armó la estructura?

MG: Hay un trabajo consciente e inconsciente a la vez. Uno va escribiendo recuerdos, los recuerdos se van acumulando, se van procesando unos a otros, pero es imposible dejarlos así. No tiene sentido si no hay una coherencia en el libro y continuidad del recuerdo. Utilicé varias frases de Twitter para mi libro, pero también tuve que reconfigurar y reestructurar las frases para todo tuviera densidad y consistencia. Ése es el trabajo del escritor. Cualquiera puede escribir Yo también me acuerdo. Todo el mundo ha hecho algo así alguna vez. Sin embargo, un texto así exige un trabajo muy importante de organización. Hay muchas cosas que se van trabajando, desde los temas filológicos —¿qué es un apotema?—, los significados de las palabras —¿qué significa chorlito? ¿qué significa mula? ¿qué significa arroba?— ese tipo de cosas que también es un trabajo académico, que se maneja en el texto de una manera más ficcional pero exige un trabajo de estructuración, aunque la primera parte sea completamente espontánea.

ESQ: Sus crónicas de viaje son muy particulares. ¿Cómo cambia el momento en el que usted lo vive y cuando lo pasa al papel?

MG: Cuando viajo hago diarios y regresando a México inmediatamente escribo textos para La Jornada. Eso para mí es muy importante, porque implica organizar material —que está muy disperso en los diarios— en algo mucho más coherente. El diario me dispara recuerdos y a veces me basta una frase para armar todo un texto. Eso me permite que, de manera fragmentaria, vaya yo organizando los viajes. Muchos de los textos que están aquí son fragmentos de viajes que ya había escrito. Este libro es también la historia de mi escritura. Me he autoplagiado muchas veces en el texto. Como lo digo en el libro: el orden de los factores, en literatura, altera definitivamente el producto. Por eso son textos ya nuevos, porque se han renovado al escribirlos en este contexto. Eso es importante y espero muy pronto dedicarme a dos libros que estoy escribiendo ahorita y se han quedado varados: el de los viajes, que tengo que organizarlo bien —del cual ya publiqué una parte en Coronada de Moscas de Sexto Piso— y otro libro que escribí hace quince años —no le digo cómo se llama porque eso es de mala suerte— y habla de qué son los dientes. A todos les parece un tema absolutamente absurdo y me preguntan por qué voy a escribir un libro sobre cómo me cura el dentista, pero todos hemos pasado por eso, que es horrible, y al mismo tiempo, sin los dientes no podemos hacer nada. Para mí es fundamental ese tema. Lo estoy escribiendo y está a empezando a salir algo interesante, pero tengo que dedicarme al cien por ciento a ese texto para que funcione como creo que está funcionando Yo también me acuerdo.

 

Una cruda realidad

Screen Shot 2014-10-31 at 2.09.11 PM

Originalmente publicado en Esquire no. 59 (PDF aquí)

En agosto de 2013 llegó Heli a los cines de nuestro país. La cinta, que en Cannes y la primera entrega de Premios Fénix le valió el premio de mejor director a Amat Escalante, es un retrato imperdible de la violencia relacionada al narcotráfico en México. 

     Los rayos de sol caen sobre un paisaje arenoso. De una cuerda amarrada a un puente peatonal, cuelga el cuerpo sin vida de un hombre. Lleva los pies descalzos. Está cubierto de sangre seca. Heli, el tercer largometraje de Amat Escalante, transforma esta anécdota recurrente de los periódicos, que denuncian la violencia en México, en una explicación. Si el filme envuelve y estremece de principio a fin, no es por escenas repletas de exageraciones y excesos (tan típicos de algunas muestras de cine mexicano contemporáneo), sino porque recupera la etiqueta de ‘la guerra contra el narco’ –que hasta Wikipedia ya transformó en una entrada de su vasto contenido– para convertir la estadística en un relato individual. Heli podría ser el nombre de cualquier víctima de agresiones relacionadas con las drogas y quienes le rodean bien podrían personificar la angustia colectiva de los millones de ciudadanos que desconfían de las autoridades que fracasan al garantizar la seguridad del país. Por eso, si algo logró Amat Escalante con maestría, fue dotar de un rostro a la tragedia.

     Heli se rodó en Guanajuato, dando prioridad a tomas en exteriores, porque los escenarios remiten a una infinidad de rincones del país. Ahí, cerca de una ensambladora de coches, vive Heli (Armando Espitia) con su familia. En la casa de un piso y dos recámaras, conviven su esposa, su bebé y su hermana Estela (Andrea Vergara). Esta última es una niña de 12 años que inicia un noviazgo con Beto (Juan Eduardo Palacio), un joven cadete que roba dos paquetes de cocaína durante un operativo policial para casarse con ella y escapar. A la violencia perpetrada por quienes descubren su atrevimiento, le siguen minutos de angustia y decepción. El filme no sólo es crudo por las escenas de tortura que retrata, sino porque reitera, una y otra vez, la institucionalización de la corrupción. El infierno en esta cinta que ha generado críticas muy positivas en el extranjero, está más allá de la crueldad pues se extiende también en sus consecuencias.

[Recuadro]

LA MIRADA DEL DIRECTOR
Esto fue lo que Amat Escalante nos compartió sobre Heli

  • El ambiente de corrupción y violencia que hay en México está muy involucrado en el guión de Heli. Me gusta filmar lo que me rodea y está en la conciencia de muchos mexicanos.
  • La mayor parte de la historia es ficción. Lo que surgió como inspiración de la realidad fue aquello que podemos leer en el periódico.
  • Cuando hojeas una revista, las imágenes grotescas que muestran cadáveres están descontextualizadas.Yo quería ir más allá y mostrar a los monstruos detrás de todo eso.
  • Para mí es importante narrar una historia visualmente, que casi permita bajar el volumen y poder comprender lo que está sucediendo.
  • Me desagradan las películas mexicanas donde todo el tiempo dicen “güey” y “cabrón”. Me parece que eso suena muy forzado y decir eso no te hace mexicano. Procuramos no escribir ese tipo de diálogos.
  • Me interesaba que los personajes tomaran al espectador de la mano y lo guiaran a través de la historia. Por eso sólo el protagonista es actor. El resto del elenco no se dedica a esto.
  • Uno puede hacer lo que quiera en sus películas, pero el universo de la cinta siempre debe ser coherente con la narrativa. Los personajes deben ser creíbles.
  • El premio en el Festival de Cannes fue muy halagador. Espero que propicie la creación de más películas. Da gusto por el esfuerzo de todo el equipo que trabajó en la cinta.

En ojos de Elena Anaya

Screen Shot 2014-10-27 at 1.10.50 PM

Originalmente publicado en Esquire no. 73 (PDF aquí)

La protagonista de La piel que habito estuvo en México para apoyar a Cinema23, asociación que difunde el cine iberoamericano y que este mes realizará la primera edición de los Premios Fénix. Durante su visita hablamos con la española sobre el reto de interpretar a personajes extremos, su nueva cinta —Todos están muertos, de Beatriz Sachís— y sus trucos para hipnotizar conejos. 

     Elena Anaya tiene los ojos tan grandes que en ellos puedo ver todo lo que está a mis espaldas: su mirada castaña me devuelve la imagen sepia de un ventanal inmenso, las cortinas que juegan a entrar y salir de la habitación, y el sillón blanco en el que estamos sentadas.

     El grueso de los actores que convive con la prensa suele mantener su distancia: una mesa, una alfombra, un agente de por medio. Elena no. Se sienta sólo a unos centímetros de mí. Acerca su cara hacia mí cuando le hago una pregunta y su mirada me da un zoom al ventanal y a la cortina. Su cercanía también revela que tiene el ojo derecho un poco más claro que el izquierdo, lo puede notar cualquiera si pone un poco de atención al póster de La piel que habito, ese filme tan brutal que le valió un premio Goya en 2012.

     Esa no fue su primera película con el director Pedro Almodóvar —antes trabajaron juntos en Hable con ella (2002)—, pero sí fue la que le voló la cabeza a la crítica internacional. “Fue uno de esos momentos maravillosos en los que la vida te permite gozar y soñar despierta. Lo primero que me vino a la mente cuando empecé a trabajar con Pedro fue una sensación de agradecimiento a la vida por permitirme estar ahí, porque él hubiera pensado en mí para hacer un personaje tan precioso en una historia tan única e impactante.”

     La piel que habito es casi una película de horror. En ella, Elena interpreta a Vicente, un hombre joven que un cirujano plástico —un perturbadísimo Antonio Banderas— secuestra para vengar la violación de su hija. Para ello (y esto es una alerta de spoiler), transforma a su prisionero en mujer y experimenta con su cuerpo hasta que logra convertirlo en una copia de su esposa muerta. Y, por si esto fuera poco, el personaje de Banderas es —además— un maniaco de la piel; un psicópata en busca del cutis perfecto.
—¿Podría decirse que la película retrata esa obsesión que todos tenemos en torno a la perfección y la juventud?
—Pues, si es así, yo lo voy a llevar muy mal. No sigo esos roles de presión. Me voy haciendo mayor y ya. Ahora tengo 39 años y creo que estoy viviendo uno de los momentos profesionales más bonitos de mi vida. Y bueno, no me cuido [ríe].

     Elena no tendría por qué “cuidarse”. Es bellísima y las arrugas que surcan sus ojos como un abanico son el encuadre perfecto para su mirada ligeramente bicolor.
—Sí es verdad que la película trata ese tema —dice—, pero hay muchos más. Para mí uno de los más importantes es la venganza. La piel… habla acerca de la revancha que el personaje de Banderas ejerce sobre el hombre que violó a su hija y sobre la mujer que se enamoró de su hermano [¿olvidé decir que la esposa del cirujano muere en un accidente de auto mientras huye con su cuñado?]. Por eso, decide recrearla. Imitarla. Copiarla. Ponerle un cuerpo. Y así engendra a una criatura que también es vengativa.

     La cinta de Almodóvar concluye —basta ya de adelantarles toda la película— y uno acaba con la piel de gallina (de hecho, cuando se exhibió en cines, hubo muchos que ni siquiera esperaron a que finalizara para abandonar la sala).

De piel en piel

     Exhausto. Al ver una película protagonizada por Elena Anaya, uno termina exhausto. Sin embargo, esa sensación de ansiedad que todo espectador se sacude cuando sale del cine, persigue a la actriz española durante noches y días: el cinéfilo promedio convive con un personaje durante las dos horas que dura una película, pero ella lo lleva en la piel durante las semanas que dura el rodaje. Dice que cuando acaba una jornada de trabajo se siente tan afectada por sus papeles que aunque llegue a casa y se dé una ducha, al salir de la regadera no puede ni comer. “Pero tienes que ir, abrir la nevera, sentarte, cenar, lavarte los dientes, meterte a la cama, levantarte al día siguiente bien temprano, coger fuerzas y lanzarte un día más al rodaje.”

     No es que a Elena le guste sufrir. De hecho, dice que ella no escoge personajes, sino historias, y que hay ocasiones en que no elige ni los guiones, sino que éstos terminan eligiéndola a ella. La española de los ojos inmensos debutó hace 18 años en África (1996), la cinta de Alfonso Ungría en la que interpretó a una adolescente que anima a su novio a asesinar a su padre por venganza. Y, aunque fue una producción pequeña, Anaya se refiere a ella con la misma pasión que inyecta a las anécdotas que cuenta acerca de sus filmes más recientes. Piensa que los inicios son sagrados, y que como África fue su incursión en el cine, es tan relevante como cualquier otra de sus cintas.

     Elena llevaba cinco años dedicada a la actuación cuando un guión de Julio Medem “la escogió” y le cambió la vida. Su papel en Lucía y el sexo (2001) fue pequeño, pero a la gente le bastó para sentirse fascinada por ella. “Hacer esta peli fue un riesgo —bueno, todo es un riesgo en la vida— porque Belén era un personaje complicado, pero dicen que el agua siempre encuentra la salida y yo siempre termino encontrando a esos personajes en cuya piel me siento más a gusto delante de la cámara. Siendo otro personaje puedo encontrar los matices que me hacen disfrutar constantemente mi trabajo. Esa película me marcó profundamente. Me gustó mucho hacerla, y lograr   que una cinta tenga tanto éxito —que sea capaz de emocionar a tantas personas— es lo que todos los actores soñamos.”

     A diferencia de otros artistas que desean transformarse en guionistas y directores, la española se siente satisfecha con la oportunidad de emocionar a sus espectadores únicamente a través de su actuación: “Cada que estoy frente a un nuevo personaje me siento como los exploradores que agarran su cantimplora, sus binoculares, algo que los proteja y se lanzan a un sitio en el que no saben lo que encontrarán”. Para Elena Anaya, dejar la piel, los ojos y el corazón en un personaje ya es responsabilidad suficiente, y asegura que tendría que ser una persona más valiente para jugársela en los terrenos que explora y domina todo guionista, productor o director.

Tierras desconocidas

     A mediados del año pasado Elena viajó a un campo de Etiopía. Mientras la avioneta en la que volaba descendía sobre una ladera verde, llena de vacas, la española inició el que ha calificado como el viaje más alucinante de su vida: las condiciones de Dolo Odo eran tan precarias que el suyo fue el primer avión en aterrizar sobre esa ladera. Además, el equipo que la acompañaba tuvo que tomar medidas de seguridad extremas, pues la zona era considerada propensa a secuestros. Nada de esto le importó: tan pronto se le planteó la invitación, aceptó viajar a aquel país para grabar un documental sobre los 400,000 refugiados de Sudán, Somalia y Eritrea que vivían ahí. A su regreso a España, dijo que se sintió sorprendida ante la generosidad etíope y las sonrisas que la gente puede esbozar a pesar de la pobreza y el dolor.

     No se puede alzar la voz desde la comodidad. Toda denuncia —toda inmersión en una historia que vale la pena contar— implica un sacrificio. Elena lo sabe, y trabaja con eso en mente desde hace 20 años. Su nueva película se llama Todos están muertos, y en ella encarna a una exestrella de rock que está llena de miedos y carga con una patología que le ha impedido salir de casa durante los últimos 14 años. La cinta es la opera prima de Beatriz Sanchís —expareja de Elena— y le valió un reconocimiento en la categoría de Mejor Actriz durante el Festival de Málaga 2014. “Bea escribió esta historia porque vivió una experiencia personal muy dura: cuando era muy joven perdió a su mejor amigo a causa de una muerte repentina. No tuvo tiempo de despedirse. Por eso, siempre fantaseaba con lo que pasaría si pudieras decir ‘adiós’ a esa persona a la que nunca pudiste hacerlo.” Y así empezó esta historia. Anaya dice que Sanchís la escribió con tanto compromiso y seriedad que los productores aceptaron apostarle todo cuando apenas era un tratamiento de 20 páginas, y que posee un guión tan maravilloso que cualquiera podría crear un vínculo con él. Después de todo, no hay quien no haya perdido a un ser amado a causa de la muerte.

     Meterse en la piel de un personaje tan intenso como Lupe —de Todos están muertos— o Vicente —del filme de Almodóvar— es un viaje para Elena. Es una odisea larga y conflictiva —como su traslado a Etiopía— porque implica sumergirse en la patología de un individuo completamente ajeno a ella. En el caso de la cinta de Sanchís, “tuve que conocer cómo es realmente una persona que no puede salir a la calle durante años y qué es lo que le impide vivir, enfrentarse a la vida, tener un hijo, tener una madre y relacionarse con ellos”. El reto de Elena en esta cinta fue evidente: ella es una actriz de cine muy reconocida, pero durante semanas tuvo que fingir y pensar como una mujer que detesta ser vista por quien la rodea, que no puede salir a la calle porque ni siquiera puede salir de sí misma, que no le gusta comunicarse porque odia ser notada. Es aterrizar —como su pequeño avión en África— en terrenos desconocidos.

La magia de Elena

     Dicen que Elena Anaya hipnotizaba conejos cuando era niña. Dicen. Ya cumplimos media hora juntas en el sillón blanco. Ya me hizo reír con su escepticismo ante los traumas de la edad. Ya me dejó clara la intensidad con la que goza a cada uno de sus personajes. Ya me dio la confianza para formularle una pregunta tan absurda: “¿Es cierto?”. Suelta una carcajada. Como casi siempre cierra los ojos cuando se ríe, pierdo el rastro del mundo que está detrás de mí, y que hasta ahora había visto a través de su mirada inmensa.

“Mira.”

     Me extiende su iPhone. Veo la imagen de un conejito en el fondo de pantalla y mi quijada cae al piso. Suelta otra carcajada. “El otro día estábamos rodando en Santiago de Chile y llevábamos cuatro días en el hogar de un matrimonio que tenía una hija adolescente. Ella estaba súperaburrida porque un equipo de producción llevaba en su casa todo el día. Tenía un conejo, pero estaba encerrado en una jaula porque saltaba por todos lados. Así que le dije: ‘Ven, te voy a enseñar a hipnotizarlo’. Y la gente le decía: ‘No le hagas caso. Está loca. Está jugándote una broma’.”

     Me muestra el arañazo que le dejó el conejo en la muñeca cuando intentó tumbarlo patas arriba sobre el piso.

    “Al final lo conseguí. Es la cosa más sencilla del mundo. Sólo hay que estirarle las orejas y hacerle un masaje. Lo puede hacer cualquiera.” Elena me mira y el ventanal a mis espaldas reaparece en su mirada. A estas alturas, me siento como el conejo: hipnotizada. Me dice que lo del orejón es un regalo que le dio su madre, que ella fue quien le enseñó a creer en la magia.

     Cuando Elena Anaya recibió el Goya, en 2012, se lo dedicó a su mamá. Dice que lo que le mostró de niña no fue un truco para hipnotizar conejos, sino una lección de vida: “Es muy sencillo, porque en realidad es una manera de enfocar la vida”. Todo se trata —dice— de definir la perspectiva con la que quieres mirar aquello que te rodea.

Y Dios creó a… Nicky Whelan

Screen Shot 2014-10-20 at 6.22.18 PM

Originalmente publicado en Esquire no. 73 (PDF aquí)

Recuerda su nombre, porque empezarás a verlo por todos lados: esta australiana estrenará tres películas antes de que finalice el año y estamos seguros de que llegará muy lejos.

Nicky Whelan está realmente avergonzada. Luego de tres intentos fallidos por comunicarme con ella, decidí preguntarle a su agente si todo estaba bien (y si tenía el número correcto). “Llámala ahora, te está esperando”, respondió a los dos minutos como una madre que ha regañado a su hija. La rubia contestó al primer ring.
—Oh, por Dios, ¡lo siento tanto! Debí ponerme un recordatorio para esta entrevista y lo olvidé. ¡Lo siento tanto, tanto, tanto!
—No, por favor, no hay ningún proble…
—¿¡Cómo no!? ¡Lo siento tanto, tanto!

No es la primera vez que un famoso olvida estar disponible a la hora acordada, pero lo sorprendente de Nicky es lo apenada que está. Genuinamente se siente culpable y lo quiere arreglar.

Seamos honestos: ¿quién podría molestarse con esta ojiazul? Su calidez es irresistible, incluso por teléfono. Quizá por eso está cada vez más cerca de conseguir el éxito que ha soñado no sólo como modelo, sino como actriz: no sólo tiene un cuerpo perfecto, sino que es el tipo de mujer encantadora y tenaz frente a la que cualquier hombre caería de rodillas.

La rubia de 32 años nació en Victoria, Australia, pero empacó sus maletas y se despidió de su familia para probar suerte en Hollywood. Comenzó su carrera como presentadora de televisión y en 2006 se integró al elenco de una telenovela llamada Neighbours. Desde entonces ha aparecido en series como Melrose Place (2009), Scrubs (2009), Franklin & Bash (2013) y un trío de películas de bajo presupuesto.

Para Nicky, la fama no ha aparecido como por arte de magia, sino como producto de su determinación. Sólo después de media década de trabajo en Los Ángeles puede sentirse tranquila de tener tres filmes en puerta, y gracias a eso la veremos muy pronto en Knight of Cups, del director Terrence Malick —ganador de la Palma de Oro en Cannes en dos ocasiones—; The Wedding Ringer, en la que compartirá créditos con Kaley Cuoco, y Left Behind, que protagoniza junto a Nicholas Cage. Con esto en mente, ¿se puede afirmar que ha transformado sus sueños en realidad? Ella misma lo responde.

ESQUIRE: Alguna vez dijiste que cuando estabas iniciando tu carrera querías ser bailarina y mudarte a Estados Unidos. Ahora que eres modelo y actriz, ¿piensas que tu sueño se hizo realidad o aún deseas bailar?
NICKY WHELAN: Además de bailar, siempre quise ser actriz. En Australia conseguí un trabajo como presentadora de televisión y me dediqué a eso durante ocho años. Sin embargo, como nunca dejó de interesarme la actuación, llegó un momento en el que dije: “Lo voy a intentar”. Entonces me llegó la oportunidad de filmar en Estados Unidos y hasta ahora todo ha salido bien. Así que, para ser honesta, siento que estoy a la mitad de mi carrera como actriz y a la mitad del camino de conquistar mis sueños.

ESQ: ¿Aún recuerdas cómo te sentiste la primera vez que estuviste enfrente de una cámara?
NW:
Estaba bastante nerviosa. Es algo que te puede confrontar mucho. Era muy joven y es muy diferente tomarse fotos con un grupo de amigos a estar rodeada de un equipo de producción. Para que una sesión funcione, debes estar completa y absolutamente relajada. Recuerdo que en mi primera sesión estaba muy nerviosa. Pero tienes que aprender a sentirte cómoda porque si no lo haces eso será lo primero que arruine tu desempeño. También recuerdo que al ser presentadora de televisión sentí algo distinto a lo que experimento como actriz. La transición entre una y otra actividad fue difícil, porque todo representa un reto.

ESQ: ¿Qué fue lo que te llevó a decir: “Haré lo que sea para mantenerme en esta carrera”?
NW: Mi mamá decía que nací con mucha determinación, que estaba siempre enfocada y que tenía en mi mente —desde los cuatro años— el baile y la actuación. En lo demás no era muy buena. Era traviesa y me portaba mal, pero siempre tuve claro lo que más me gustaba. A veces siento que nací con esa cualidad, pero también creo que es una mezcla de trabajo arduo, tomar riesgos, fijarse una meta y no darse por vencida. Para ser honesta, considero que todo tiene que ver con tu capacidad de enfrentar retos. Hay gente que tuvo un gran apoyo en el medio cuando inició su carrera, desafortunadamente yo no lo tuve, así que todo dependió de mi determinación interior para seguir en el camino que había escogido.

ESQ: ¿Tu familia siempre estuvo de acuerdo con tu decisión de ser actriz?
NW: Mi mamá y mi papá me apoyan por completo en todas mis decisiones, aunque parezcan algo locas. Cuando me mudé a Hollywood, a mi papá le parecía muy extraño que su hija viviera ahí, pero me apoyó y sigue haciéndolo. Eso me ha ayudado mucho. Estoy en una situación muy afortunada y me siento enormemente agradecida por ello.

ESQ: Tu abuelo [Marcus Whelan] fue una gran figura en el futbol de Australia. ¿Cómo fue crecer en una familia en la que había un ídolo deportivo?
NW: De hecho él murió antes de que naciera, así que no lo conocí. Pero, con toda honestidad, nadie tiene un trato especial en casa por ser famoso o salir en la televisión: todos nos comportamos como si nada con los demás, así que aunque tengas un abuelo exitoso, icono del futbol, pasas casi desapercibido. Nuestra casa funciona de manera muy normal. Por ejemplo, no se habla de si salgo en los medios o en una sesión de fotos. Todos nos tratamos de la misma manera y nadie recibe ningún trato especial [ríe].

ESQ: Tu primera aparición en la televisión fue hace casi una década. Como actriz, ¿cuál ha sido la lección más grande que has aprendido desde entonces?
NW: La primera vez que aparecí en la tele tenía 17 años. Empecé como presentadora y ese fue un viaje diferente al que implica la actuación. Son dos cosas completamente distintas y hacer la transición entre una y otra es muy duro, porque la gente se acostumbra y encuentra difícil verte en dos medios distintos. Estoy contenta de estar en Estados Unidos porque nadie me conoce aquí, pero la transición fue muy difícil: para dejar un ámbito y entrar a otro tuve que aprender distintas habilidades. Ahora tengo que admitir que prefiero la actuación y por mucho.

ESQ: ¿Siempre has disfrutado la fama o hay ocasiones en las que preferirías no ser reconocida?
NW: Mi carrera no se volvió exitosa de la noche a la mañana. Sí he trabajado en superproducciones junto a excelentes actores, pero todos mis papeles han sido muy diferentes y creo que por eso he logrado mantener mi anonimato. Sólo cuando estoy en una alfombra roja o en la promoción de una película y tengo que pararme frente a muchas cámaras, me resulta abrumador. Sin embargo, me gusta mucho reír y divertirme con mis amigos y mi familia. No soy alguien que esté rodeada de paparazzi. Hay mucha gente para quien sí es así y a quien todo el tiempo la persigue camarógrafos, pero no es mi caso, por lo que me considero afortunada. Creo que es crucial tener un sentido de normalidad en tu vida, y cuando la gente está rodeada de reporteros, se pierde de momentos muy lindos.

ESQ: Trabajaste recientemente en Knight of Cups, la película de Terrence Malick. ¿Qué tal te fue?
NW: Fue increíble. Probablemente fue una de las mejores experiencias que he tenido como actriz. Tanto él como la manera en la que trabaja son algo fuera de lo común. Me gustó haber sido parte de este proyecto que se convirtió en una vivencia mágica. Él es maravilloso y muy especial. Me encantaría volver a trabajar con él. Sin embargo, debo confesar que no sé nada de la película [ríe]. Es decir, no sabemos cuándo se va a exhibir.

ESQ: Tras algunos años de haber dejado tu hogar en Victoria, ¿te sientes a gusto en Estados Unidos o extrañas Australia?
NW: Me siento muy cómoda aquí en Los Ángeles, aunque no he dejado de ser una chica muy australiana que viaja a muchos lugares. Los viajes forman parte de tu trabajo cuando estás en el elenco de una película. Me encanta, pero sé que es un estilo de vida muy raro, no es para todos. Implica que debes tener claras tus bases. Lo disfruto mucho y sé que siempre tengo que estar lista para irme. Es mi estilo de vida, aunque sea muy particular.

ESQ: Tienes un cuerpo increíble, ¿cómo logras verte así?

NW: [Ríe] Bailé mucho cuando era niña, pero con el paso de los años he tenido que modificar mi rutina. El cuerpo de una mujer siempre cambia, y de eso dependen las actividades que tengas que hacer para mantenerlo en forma. Mi trabajo con un entrenador o los tratamientos que use cambian siempre. A veces hago mucho cardio; otras veces, pilates. Trato de incorporar varias rutinas que funcionen para mi cuerpo en cada etapa de mi vida. Y, aunque creo que ahora me funciona entrenar, el cuerpo cambia mucho y debes aceptar esos cambios.

ESQ: ¿Alguna vez has sufrido por tener que seguir una rutina o una dieta?
NW: Siempre he sido saludable. Creo que actualmente —de hecho desde hace varios años— he concluido que tener una mente saludable es extremadamente importante. Debes tener claras tus prioridades y eso influye en tu estilo de vida. Cuando la gente es feliz no come tanta comida chatarra, pero si eres delgada y eres infeliz, puedes subir de peso. La emoción juega un rol fundamental en el cuerpo, en la salud y en tu capacidad de estar en forma, así que tomar decisiones sanas y estar feliz es lo más importante. Además de esto, claro, también admito que la comida es absolutamente crucial para mí. Me ayuda a sentirme mejor. Me encanta el chocolate y el azúcar. Me divierto, pero nunca descuido el estado emocional en el que me encuentro.

ESQ: Hablando de diversión, ¿qué debe hacer un hombre para invitarte a salir?
NW: [Ríe] No sé si haya una manera correcta o incorrecta para que cualquier hombre se acerque a una chica en estos tiempos. Cuando conoces a alguien en ese momento tomas la decisión de conocerlo más o no,. Y cuando hay interés se vuelve algo muy lindo. Creo que conducirse a la antigua es hermoso: que un hombre corteje a una mujer, aunque sea a la vieja escuela, pone las cosas en orden y eso me gusta.

ESQ: ¿Cuál ha sido el mejor cumplido que te han dicho?
NW: No ha habido una frase particular, sino situaciones en escenarios distintos. Eso me hace recordar varios lugares y situaciones fabulosas. Creo que si puedes encontrar a alguien parecido a ti, con quien puedes pasar 10 horas pero que a ti te parezcan como 10 minutos, estarás viviendo un momento realmente mágico. Cuando están compartiendo momentos juntos, te das cuenta de que estás creando recuerdos trascendentes y mágicos con alguien especial.

Este soy yo: Terence Winter

Screen Shot 2014-10-16 at 1.44.14 PM

Originalmente publicado en Esquire no. 73 (PDF aquí)

Ex abogado, guionista y productor de televisión, 53 años, Nueva York

> He matado a tantos personajes en mis series que mi esposa me tiene amenazado. Cuando a Emily [hija de la protagonista de Boardwalk Empire] le dio polio, me golpeó en el brazo. Le dije que no había provocado que se enfermara. Uno siempre tiene un personaje favorito, a quien le gustaría darle un final feliz, pero hay situaciones que son inevitables y no puedo hacerle promesas a nadie.

> Escribir un guión puede ser emocionalmente agotador. Es triste crear una serie acerca de gente dañada y con carencias.

> No soporto que una serie esté llena de paja o —peor aún— que me haga pensar: “Dios, ¿todavía está al aire?”. Por eso no me gustaría escribir un guión que provocara esa reacción.

> Mi trabajo es entretener a la audiencia. Puedes contar la historia más sofisticada del mundo y aburrir a la gente con ella. Si lo único que haces es meter diálogos e información en un guión, estás haciendo lo peor en la historia de la televisión por cable. Aspiro a mucho más que eso.

> En Boardwalk Empire me interesó mostrar el lado humano de los gangsters, porque así podía provocar que la audiencia tuviera una experiencia más interesante. Por ejemplo, las referencias que uno tiene de Al Capone suelen estar en el cine, donde sólo hay dos horas para contar una historia y por ende uno espera verlo con una fedora blanca en la cabeza y una metralleta en las manos. Sin embargo, para mí era más importante retratar a un Al Capone que se iba a casa por las noches y hablaba con su hijo sordo, y lentamente mostrar cómo se transformó en el mafioso que conocemos hoy. La serie inicia en 1920, así que podemos ver cuando era el chofer de alguien más, un joven que apenas aprendía a lidiar con las grandes celebridades.

> Pasar tanto tiempo con un gangster es como estar a bordo de una montaña rusa: puedes experimentar lo que se siente estar cerca de la muerte. Es decir, te permite entrar al mundo de alguien como Lucky Luciano. Me sucedió algo similar con Tony Soprano [Winter también fue el creador y productor ejecutivo de The Sopranos], pero como en realidad uno no tiene tanto dinero, sabes que nadie va a buscarte para matarte.

> Siempre que te sientas frente a una pantalla para escribir cuestionas el trabajo que haces y que has hecho antes. Una vez el guionista David Chase me dio un gran consejo: “Deshecha tus primeras cinco ideas y síguete retando”. Si algo surge con facilidad, lo más probable es que haya una mejor idea allá afuera.

> Cuando estoy a punto de terminar una de mis series, entro en negación. No me cae el veinte sino hasta que terminamos de producirla. Es muy emotivo porque gracias a una serie vives grandes experiencias. [Boardwalk Empire] ha sido más que un placer. Hice grandes amigos no sólo con el elenco, sino con el equipo de producción. Todos estamos muy orgullosos del proyecto porque creamos algo especial, y finalizarlo será intensamente difícil y emotivo.

> Algunos de los actores [de Boardwalk Empire], al saber que es la última temporada de la serie, me preguntaron: “¿Me puedes matar y convertirme en alguien grande? Por favor, dame un gran momento”. Todos quieren tener un gran momento, aunque eso involucre sangre.

> Estar nominado al Óscar [por el guión de The Wolf of Wall Street, la película de Martin Scorsese] no me cambió en nada. Llegué a casa después de la ceremonia y al día siguiente tuve que ir a trabajar. Sin embargo, fue una experiencia significativa porque mi esposa [Rachel Winter] también estuvo nominada como productora en la categoría de Mejor Película por Dallas Buyers Club. Haber sido considerados para recibir este premio en el mismo año fue casi surrealista porque fuimos la segunda pareja de la historia en haber vivido algo así. Fue una de esas experiencias que, si hubiéramos soñado o pensado en voz alta, habría parecido ridículo, pero realmente sucedió.

> Mis días como abogado me fortalecieron. La escuela de Derecho es realmente difícil. A veces tienes que estar despierto toda la noche y, cuando trabajas para una firma y estás involucrado en un gran caso, no importa si tienes unas vacaciones planeadas o si tus hijos están enfermos, porque tienes que terminar tu trabajo al día siguiente. Así que cuando llegué a Hollywood, empecé a trabajar en la televisión y alguien me dijo: “Tenemos que grabar esto el lunes, y aún no tenemos el guión”. Mi respuesta fue: “No hay problema, lo haremos. No importa si acabamos en el último minuto, pero estará listo”.

> Aún hay mañanas en las que me despierto y pienso que cuando apague la alarma abriré los ojos y será 1977, que ya se me habrá hecho tarde para ir al despacho y que tendré que bajar corriendo para comprar mi desayuno en el delicatessen de la esquina. A la fecha, no he dejado de pensar que lo que estoy viviendo es parte de mi imaginación. Es muy difícil describir lo increíble que es el que un sueño como éste se haya convertido en realidad, admirar tanto a alguien [en referencia a Martin Scorsese] y ahora tener la oportunidad no sólo de trabajar con él, sino de ser su amigo y llamarlo “Marty”. Él es uno de los cineastas más inteligentes de la historia.

[Recuadro]
Terence Winter trabajó varios años como abogado, pero un día vio Taxi Driver (1976), de Martin Scorsese, y le gustó tanto que decidió renunciar a su firma en Manhattan y probar suerte como guionista. A la fecha, ha sido creador de The Sopranos (1999) y Boardwalk Empire (2010), y está trabajando en una nueva serie de HBO, en la que Mick Jagger será uno de los productores ejecutivos.

Foto: Latinstock/Corbis

Los encantos de Samantha Hoopes

Screen Shot 2014-10-15 at 10.32.50 AM

Originalmente publicado en Esquire no. 72 (PDF aquí)

Sam —como le gusta que la llamen— es tan bella como encantadora. A pesar de ser una modelo muy famosa, dice que para conquistarla basta con tener buen sentido del humor, saber cocinar y llevarla a la playa. ¿Qué más quieres?

     Tengo a Samantha Hoopes en el teléfono cuando me dice que la espere un segundo, porque está a punto de bajarse de un taxi. “Mil gracias, gusto en conocerte. Ya tienes mi número, ¿ok? ¡Que tengas buen día!”, escucho a lo lejos. ¿¡Qué, quéeee!? ¡¡¡Samantha Hoopes le dio su número al taxista!!!

     Sam —ella me dice que por favor la llame así— regresa y seguimos hablando como si nada. No hay una sola pregunta que responda con renuencia. No hay un sólo instante en el que parezca sentirse incómoda o aburrida. Casi podría asegurar que no pasa un minuto sin que ría aunque sea un poco. Ha posado para Sports Illustrated, es modelo de Guess y tiene el cuerpo perfecto. ¿¡Cómo es posible que sea tan encantadora!?

     “Otro día de trabajo, otro bikini”, escribió en su cuenta de Instagram antes de postear una selfie desde donde mira a la cámara con sus inmensos ojos almendrados. Sólo esa foto tiene 5600 likes y una decena de comentarios. La rubia me dice que actualiza sus redes sociales continuamente porque le gusta estar conectada con todos sus fans y compartir sus viajes y experiencias por el mundo.

     Sam tuitea y postea selfies casi todos los días. Desde una playa en California o desde su cama antes de dormir, la modelo comparte su vida. Es transparente y cuando uno habla con ella transmite tanta energía como para estar de buenas el resto del día. Hoy está en Miami, y durante unos minutos será sólo mía.

ESQUIRE: El primer gran giro que diste a tu vida fue mudarte de Pennsylvania a Los Ángeles. Háblame de eso.
SAMANTHA HOOPES: Sí, obviamente fue un gran cambio porque Pennsylvania es muy diferente de L.A. Tuve que ir de la costa este a la costa oeste. Desde entonces, hasta la comida y las cosas que hago el fin de semana han cambiado mucho.

ESQ: ¿Siempre supiste que querías estar frente a las cámaras?
SH: Siempre supe que quería ser modelo, pero no perseguí ese sueño sino hasta el año pasado.

ESQ: Pero tu formación como modelo empezó hace varios años, ¿cierto?
SH: Sí, era muy joven. Mi madre me había enseñado desde antes. Ella me mostró cómo poner bien la mesa, maquillarme y demás. Tenía sólo 14 años cuando entré por primera vez a la escuela de modelaje.

ESQ: ¿Qué dijeron tus padres cuando les contaste que modelarías trajes de baño? ¿Tu papá no se puso celoso?
SH: Mis papás se emocionaron mucho [ríe]. No conocen la industria a profundidad, pero sabían que era algo que me interesaba y amaba, así que me han apoyado 100 por ciento y han estado junto a mí en todo momento. Siempre me animan y apoyan.

ESQ: ¿Cómo te sentiste con el cambio que dio tu vida al convertirte en una modelo famosa?
SH: Me siento súper afortunada y bendecida de poder hacer algo que me encanta y  apasiona. Además, tengo la oportunidad de viajar y ver el mundo. Ha sido increíble. He aprendido mucho a lo largo del último año sobre mí misma y sobre la vida en general, y todo ha sido gracias al modelaje.

ESQ: Cuéntame cómo fue la primera vez que apareciste en Sports Illustrated.
SH: Empecé a trabajar con la revista el año pasado. Fue mi año de la suerte, pero no te voy a mentir, no estoy completamente segura de cómo acabé ahí.

ESQ: ¿Te acuerdas de la primera sesión de fotos que hiciste?
SH: Sí,  estaba en la isla de Santa Lucía. Fue muy divertido, fue una gran experiencia y tuve la oportunidad de posar para un fotógrafo que es una leyenda, Walter Iooss.

ESQ: Hablando de Sports Illustrated, asumo que te gustan los deportes…
SH: Sí, me interesa mucho el futbol europeo. Seguí la Copa del Mundo y fue increíble, creo que los jugadores son súper sexys y quizá por eso me gusta ver el futbol [ríe].

ESQ: ¿Es difícil que siempre debas lucir sexy y feliz ante la cámara, cuando quizá te sientes triste o preocupada por algún motivo personal?
SH: Sí, claro, no siempre es fácil verte feliz cuando tienes muchas cosas en la cabeza. Creo que hay que separar la vida real del modelaje. Por eso siempre que no estoy frente a las cámaras trato de pasar tiempo con mis amigos. Es bueno mantener ambos universos separados.

ESQ: De todas las sesiones en las que has trabajado, ¿hay alguna que recuerdes de forma especial?
SH: Sí, creo que la más especial fue la primera porque nunca había tenido la oportunidad de modelar. Fue muy lindo trabajar con los fotógrafos, que me ayudaron y me dijeron cómo posar, cómo moverme, cómo relajar mi rostro y todo eso. Por eso siempre será especial para mí, además de que representó la oportunidad de llevar a cabo aquello que deseaba hacer desde hacía mucho tiempo.

ESQ: Hay modelos que dejan las sesiones fotográficas por el cine o la televisión. ¿Te gustaría trabajar en alguna serie o película?
SH: Sí, estoy tomando algunas clases de actuación y he leído un par de guiones, pero estoy aprovechando para ponerme en contacto conmigo misma para que los demás puedan tomarme en serio como actriz. No quiero ser sólo una modelo que decidió actuar.

ESQ: ¿Qué tipo de papel te gustaría interpretar?
SH: Me gusta mucho la comedia y las películas divertidas, aunque creo que también podría estar en una película de acción y ser como una cat woman, súper sexy, ¿sabes?

ESQ: ¿Qué haces para mantener tu figura?
SH: Hago muchas sentadillas para moldear un bonito trasero [ríe]. Pero fuera de eso me gusta ser muy activa y ejercitarme en exteriores. Me gusta hacer senderismo o salir a correr.

ESQ: Eres guapísima, pero todos tenemos algo que nos disgusta de nosotros mismos. ¿Hay algo que no te guste de ti?
SH: Claro, siempre hay algo. A mí nunca me han gustado mis pecas. Y también siento que la forma de mi nariz no es la mejor, pero uno debe de trabajar con lo que tiene.

ESQ: ¿Tienes algún truco para mostrarte como una mujer segura en todo momento?
SH: Pienso que debes aceptar quién eres como persona. Tienes que gustarte a ti mismo, porque aunque haya algo que quizá no te encante, eres quien eres y no te queda de otra.

ESQ: ¿Cuál es el mejor cumplido que te han hecho hasta ahora?
SH: Mmm, ¡no lo sé! Es una gran pregunta, pero creo que es cuando la gente me dice que me veo muy natural. Me gusta que puedan reconocer eso de mí.

ESQ: ¿Qué es lo mejor de trabajar para una marca como Guess?
SH: Para mí trabajar con Guess ha sido una gran oportunidad. Abre muchas puertas y caminos. Es una marca muy icónica y con romanticismo, y yo soy una chica muy romántica.

ESQ: Hablando de eso, ¿qué debe hacer un hombre para conquistar a Samantha Hoopes?
SH: Definitivamente tiene que ser gracioso y hacerme reír. Debe ser alguien con quien me pueda identificar. Además amo a los hombres que saben cocinar y que me lleven a buenos restaurantes porque soy una verdadera apasionada de la comida. Ah, y por cierto, me gusta que sean más grandes que yo, unos diez años al menos.

ESQ: ¿Para ti cómo sería una cita perfecta?
SH: Ir a la playa, ir a esquiar o hacer un picnic y tomar vino.

ESQ: ¿Y cuál es el regalo ideal?
SH: ¡Una bolsa! ¡De Chanel!