Una tarde de oro con Charlize Theron

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Originalmente publicado en Esquire no. 80 (PDF aquí)

Hoy nadie duda de su talento, pero a esta sudafricana le tomó años demostrar que no sólo merecía brillar por su belleza, sino también por sus matices como actriz. Desde Los Ángeles, la rubia nos habló de su nuevo papel en Mad Max: Fury Road y del precio que ha tenido que pagar por llamarse Charlize Theron.

            Parece una diosa de oro. Parece que en vez de haber manejado desde su casa de Los Ángeles para llegar a esta entrevista, siguió las órdenes de un ser omnipotente: “Charlize, hoy bajarás a pasearte por la Tierra y caminarás entre los mortales”. Ella me odiaría por decir esto. Levantaría la ceja izquierda, torcería los ojos, echaría el cuello hacia atrás y un chasquido de sus labios perfectos me aplastaría como un bloque de hielo. Con su voz áspera y profunda, me diría que ella no es ninguna diosa, que de dónde saco eso. Que su cuerpo no es de oro, que cómo se me ocurre, y que sus labios son comunes y corrientes, como los de cualquier mujer. Pero eso no es verdad: Charlize Theron sí es una diosa —de oro— y cuando uno la observa aparecer al fondo de un pasillo, su cuerpo parece una escultura tallada a mano por el sol.

     El cine ha tenido otras musas doradas: Grace Kelly, Marlene Dietrich, Marilyn Monroe. Hoy parece que todas son poca cosa comparadas con Charlize. Ella camina y el suelo se enciende, lo mismo en esta habitación de hotel de Sunset Boulevard que en la Galería de los Espejos del Palacio de Versalles, como en ese comercial para Dior que grabó en 2011 y que explica el efecto Charlize Theron: es de noche en París y la rubia corre en tacones y lentes oscuros para cambiarse de ropa antes de cruzar una pasarela. Los fotógrafos la esperan frente al pasillo que hace tres siglos vio pasar al Rey Sol. Tras bambalinas, Theron se topa con Grace Kelly. La saluda de beso, continúa su carrera, se quita el saco negro y descubre su espalda de nadadora para meterse a un vestido escotado en detalles dorados.

     Charlize Theron en pedrería es redundante: es como bañar el oro en oro. A unos pasos de distancia, Dietrich posa para una cámara y Marilyn toma en sus manos un frasco de perfume. Theron apenas las mira y reanuda su paso apresurado. Afuera, los candelabros se apagan. La diosa entra en escena, mece las caderas dando zancadas de gigante sobre el mármol y, sin un sólo reflector que la alumbre, brilla.

     Hoy la diosa está envuelta en seda. Es oro y seda. La seda es negra y la lleva en el cinturón que enmarca su silueta de sirena y en la camisa transparente que deja ver un bustier de encaje oscuro. Ella diría que su aspecto es una farsa; que si no fuera por el trabajo de peinadoras y maquillistas, se vería sucia y descuidada, como el personaje que interpreta en su nueva película, Mad Max: Fury Road. En ésta, Theron se hace llamar Furiosa, y es una mujer rapada, sin un brazo, que viste ropa polvorosa, cuyos ojos esmeralda brillan bajo un antifaz de mugre y grasa. Pero Charlize miente otra vez. Desde la silla que su agente me acomoda frente a ella puedo verla muy de cerca, y no tengo duda alguna: su piel, como su ropa, es seda.

***

         Aparece Charlize y el mundo tiembla. Tiemblan las salas de cine cuando se desfigura el rostro para interpretar a la prostituta, lesbiana y asesina Aileen Wuornos en Monster (2003). Tiembla Sean Penn —su pareja desde hace un año y su amigo desde hace 20— cuando lo hace reír. Tiemblan David Letterman y Jay Leno cuando les planta un beso al visitar sus talk shows. Tiemblan los periodistas cuando despiertan su ira por elogiar su físico, formular preguntas banales y pedirle opiniones de moda y belleza a la diosa de oro que quiere ser todo menos diosa de oro. Tiembla quien no la escucha.

       Una mañana de 1994, Charlize puso a temblar a un banco de Los Ángeles. La rubia tenía 19 años y ya era ese obelisco esplendoroso de 1.77 metros de estatura. Estaba ahí para cambiar el cheque de 500 dólares que recibió por su último trabajo como modelo en Nueva York. El cajero le dijo que eso no sería posible, porque el cheque se había expedido en otra ciudad, y la diosa de oro se convirtió en lumbre. Sin ese dinero no podría pagar la renta del cuartucho del motel en el que vivía, y ella no había dejado Sudáfrica, Italia y Manhattan para llegar a Hollywood a probar suerte como actriz y que un empleadillo de banco le saliera con una insensatez. En resumen, lumbre. Gritos y pataleos; un drama de telenovela que llegó hasta los ojos y oídos de John Crosby, un manager que veía el show desde la fila del banco y le ofreció su primer trabajo.

     El oro encontró una oportunidad de oro: dejar las pasarelas que la hacían ver como una muñeca de vitrina para que el público, por fin, la escuchara hablar. Ese era el sueño. Por eso había dejado Milán —ciudad a la que llegó con su madre en 1991 desde África, donde nació— cuando su futuro comenzó a orientarse hacia la moda. “No quería ser una mujer guapa que nunca dijera una palabra”, dijo la rubia a la revista People alguna vez. Un alquimista transforma el plomo en oro. A los 16 años, Charlize Theron —el oro— quería lo contrario: opacidad, matices, voz.

***

      La voz tardó en hacerse oír. Robert Redford —otro rubio perfecto y galán de vitrina que dirigió a Theron en The Legend of Bagger Vance (2002)— dijo que entendía muy bien la frustración de que lo contrataran sólo por tener un buen físico, y que le dio el papel en su película porque tenía la corazonada de que era mucho más talentosa de lo que había tenido oportunidad de probar.

      Adele era el papel que Charlize esperaba. En las actividades de prensa de la cinta, ella afirmó que si a una actriz le cayera una oportunidad como ésa en las manos y no la tomara, sería una idiota: “Los escritores crearon retos para esta mujer, le dieron la oportunidad de tener boca”. Los personajes de la sudafricana tenían boca desde mediados de los 90, cuando trabajó en su primera película —2 Days in the Valley (1996)— pero eran casi mudos. Charlize sufría. Incluso en el celuloide, el oro era sólo eso: un objeto brillante para presumir. Theron había pasado de una pasarela a otra, y durante años sólo desfiló por las pantallas de cine como la típica novia neurótica de un personaje al que un guionista sí obsequiaba diálogos sólidos e inteligentes. Y así, la vimos como la esposa de Keanu Reeves en Devil’s Advocate (1997), de Johnny Depp en The Astronaut’s Wife (1999) y de Robert De Niro en Men of Honor (2000).

     Un día, la boca gritó. Los labios estaban cuarteados y pálidos, como carne descompuesta. El cuerpo de sirena tenía 15 kilos de más. La piel de seda era una capa de acné. En Monster, ese pilar dorado que es Charlize Theron adoptó la postura de un camionero y la mirada perturbada de quien te sacaría los ojos en un arranque de ira. En su primer protagónico, Theron se acostó con Christina Ricci y recreó la vida de una estadounidense que fue condenada a la inyección letal por haber asesinado a siete hombres que presuntamente la violaron.

    Entre festivales de cine independiente y comercial, Charlize ganó más de 20 reconocimientos por su interpretación. Recogió el Óscar en 2004 y otra vez, como siempre, puso al mundo a temblar. Lo hizo Adrien Brody cuando la rubia lo besó en la boca al subir al escenario. Lo hizo Sudáfrica cuando se le quebró la voz y dijo que se llevaría el premio a casa para compartirlo con su país una semana después. Lo hizo su novio de entonces, el actor irlandés Stuart Townsend, cuando le dio las gracias por ser “su compañero de crimen”. Lo hicimos todos. El oro había ganado el oro, y esa estatuilla probaba que su talento era tan monumental como su cuerpo de diosa.

     Esa noche también tembló su madre. Al borde de las lágrimas, Charlize le agradeció todo lo que había sacrificado para que ella cumpliera sus sueños. Desde su butaca del Dolby Theatre, Gerda Jacoba —rubia y de ojos esmeralda como su hija— tenía la mirada líquida. Ella nunca había dudado de su talento. Por eso dejó junto con ella el pequeño pueblo de Benoni, a 200 kilómetros de Johannesburgo, y volaron juntas a Italia, donde Charlize se preparó como modelo, y luego a Nueva York, donde estudió danza hasta que una lesión en la rodilla la obligó a renunciar. Gerda la hubiera seguido hasta Los Ángeles, donde Theron quería estudiar actuación, pero el agujero de su bolsillo no le daba para pagar dos boletos de avión. Por ello, le ofreció lo único que pudo: un vuelo sencillo a California. Charlize ha dicho que eso era lo que tenía en la cabeza cuando el empleado del banco no accedió a cambiar su cheque y empezó a gritar.

***

     La vida es oro. Charlize lo aprendió en la granja en que nació. Dice que su infancia fue muy feliz: la mayor parte de los niños crece tratando de imaginar las maravillas del mundo —paisajes extraordinarios, animales salvajes, un atardecer—, pero ella tenía el mundo ahí, para comérselo a mordidas, del otro lado de la puerta de su casa.

     Theron fue la única hija de un matrimonio que tenía un negocio de construcción. Su padre era un mecánico que un día le regaló un pequeño carro con remolque, y ella lo manejaba hasta un lago para llevar a pasear a sus perros. A la sudafricana le gustaría hablar más sobre sus recuerdos felices pero el morbo —nuestro morbo— es un freno: en muchas de las conversaciones sobre su vida en Sudáfrica sale el tema de la noche en que su madre mató a su padre, y eso enfría el gesto de Charlize como un metal fundido que se retira del fuego.

    Que ella tenía 15 años, que su padre era alcohólico y que su madre no enfrentó cargos porque el disparo fue en defensa propia se ha escrito en la prensa una y otra vez, pero las preguntas al respecto regresan y regresan y regresan. “Mi madre no pidió nada de esto. Odio que cada que lee un artículo sobre mí, esto se mencione […] El daño que la gente asume no tiene nada que ver con la realidad. Se siente degradado. Me reducen a un acontecimiento, a una sola cosa. Una vida está llena de color y de profundidad y de altas y bajas”, dijo hace algunas semanas a un periodista de la edición estadounidense de Esquire.

     El oro nace de una supernova, una estrella que estalla. Luego la energía se absorbe, la estrella cambia de forma y algunas de sus capas se desploman para formar metales pesados. En la pasarela, en el cine y en la silla de este hotel de Sunset Boulevard, Charlize Theron brilla en todos sus matices. Habla, y entre una palabra y otra, estalla, sube, baja, se suaviza y vuelve a estallar. Es la diosa perfecta, la chica que le grita a un empleado de banco, la actriz que llora cuando recibe un Óscar y la niña sudafricana que extraña pasear a sus perros. Es cambio. Capas. Oro.

***

      Charlize le da un sorbo a su té verde. Hace más de media hora que conversamos y el labial color durazno sigue intacto en su boca. Ríe y echa la cabeza hacia atrás, pero el cabello que hoy lleva lacio no se mueve ni una hebra. Cruza y descruza las piernas, y sus stilettos negros se acomodan como un objeto de comercial de marca de lujo sin importar la posición en que sus pies toquen la alfombra. Mañana, cuando salga al supermercado o a llevar a su hijo Jackson a la escuela, Charlize será otra. Se olvidará de los tacones y se pondrá unas sandalias. Cambiará la seda y el bustier de encaje oscuro por una playera holgada. Colgará sus pantalones ceñidos y esconderá sus piernas largas en un par de baggy jeans.

    La Charlize Theron que todas las mañanas prepara el lunch de su hijo de tres años y amanece al lado de Sean Penn, sale a la calle con el cabello mojado y la cara lavada. Dice, irritada, que a la gente se le olvida que parte de su trabajo es recibir a la prensa disfrazada de princesa, pero que la vida diaria no es glamour ni ropa de Dior. Hace varios años, cuando iniciaba su carrera, Theron cruzó una alfombra roja y una periodista le preguntó qué usaba y por qué. La rubia respondió que usaba ropa porque al parecer eso era lo que la sociedad esperaba de todos nosotros. Tiempo después, cuando promocionaba Trial and Error (1997), su segunda película, otra reportera quiso saber si planeaba sus atuendos para el verano con anticipación. Charlize sonrió con malicia, le dijo que sí, que tenía todo anotado en una libreta, y cuando la entrevistadora se dio cuenta de que sólo se burlaba de ella, la rubia torció los ojos y eso bastó para decirle: “Eres una imbécil”.

     Lo que Charlize odia no es la moda, ni hablar de sus crisis familiares ni recordar sus viejos personajes de novia neurótica. Lo que detesta es la estática, la rigidez. Para ella, la vida no es alfombras rojas, sets de filmación ni su relación con Penn. Es todo eso sumado a sus viajes, a las tardes que pasa con sus amigas, a las risas de su hijo y a las películas que aún desea filmar. Cuando uno habla con ella y lo entiende, puede mirarla a través de un prisma y entonces no es sólo oro, sino luz multicolor que brilla en diferentes direcciones.

ESQUIRE: Acabo de ver un avance de Mad Max: Fury Road y parece que usaron muy poca pantalla verde. ¿No fue peligroso?

CHARLIZE THERON: Sí, quizá fuimos demasiado prácticos. No podría hablar de una escena que haya sido más peligrosa que otra porque todas me lo parecieron. La verdad todas la situaciones fueron impredecibles. Mientras duró la filmación, yo llegué al set sin tener muy claro lo que sucedería cada día. Sentí como si toda la película hubiera sido una gran toma, porque no hubo escenas numeradas, así que todos los días llegábamos creyendo que ese día podía caernos un camión encima. Diario debíamos estar preparados para cualquier cosa. Para mí, fue muy abrumador.

ESQ: ¿Tuviste algún día particularmente horrible?

CT: Sí, había momentos en los que sentía el peligro demasiado cerca y dejaba de sentirme cómoda. En varias escenas teníamos que cuidarnos mutuamente porque éramos los únicos que estábamos en medio de la acción. Es decir, George [Miller, el director] solía estar en una camioneta a varios kilómetros de distancia y nos observaba desde un monitor. Claro que teníamos dobles que manejaban nuestros coches, pero nadie nos decía en qué momento podía ocurrir algo peligroso, así que teníamos que cuidarnos entre nosotros. Había ocasiones en las que pensaba: “¡Oigan, esa anciana no debería de estar ahí! Alguien muévala o algo terrible va a pasar” [ríe].

ESQ: Tu papel no existía en las películas anteriores. ¿Qué puedes revelar sobre él?

CT: Lo que me encanta de esta película es que sentí que nos incorporamos a una historia que empezó tiempo atrás. Es un mundo del que podemos comprender muy poco, porque esta no es una precuela ni una secuela, sino un homenaje a un universo que no conocemos, por lo que tampoco podemos comprender con exactitud de dónde vienen estos personajes. La mujer a la que interpreto se llama Furiosa. Es una mujer rapada que tiene el aspecto de los hombres que van a la guerra y secuestra a cinco niñas hermosas e inocentes en lo que, de inicio, parece un intento de asesinato. Cuando leí esa parte, me sentí muy intrigada. Me ponía a pensar cuándo, cómo y por qué estaba pasando. Hubo una conexión instantánea que me llevó a pensar que debía ser una historia increíble de venganza y dolor muy profundo.

ESQ: ¿El proceso de caracterización fue exhaustivo?

CT: Sí, pasábamos más de dos horas diarias en el proceso, pero el equipo de maquillaje fue fenomenal.

ESQ: ¿Te rasuraste la cabeza antes de filmar, cierto?

CT: Así es, no fue truco de maquillaje.

ESQ: ¿Y qué sentiste?

CT: Me sentí muy bien, pero definir el aspecto de mi personaje fue difícil. Lo que sucedía es que debía haber un contraste absoluto entre Furiosa y las niñas [Rosie Huntington-Whiteley y Courtney Eaton, entre otras]. Pasamos mucho tiempo dándole vueltas, hasta que un día llamé a George a las tres de la mañana y le dije: “¿Por qué no se nos había ocurrido? ¡Tengo que raparme!”. Y respiró hondo y gritó: “¡Si!”. Y luego, claro, todos me odiaron, porque estableció el tono y el aspecto que debían tener los hombres y los dobles. Así que, por mi culpa, unos mil hombres y mujeres tuvieron que raparse [ríe].

ESQ: ¿Es en serio?

CT: Sí y, ¿sabes?, los hombres fueron peores que las mujeres. Había hombres enormes y rudos, dobles profesionales desde hace media década, que lloriqueaban con el sólo hecho de pensar que tenían que rasurarse la cabeza.

ESQ: ¿Fue difícil acostumbrarte a que tu personaje no tuviera un brazo?

CT: Sí, como me lo quitarían en posproducción, cuando empezamos a filmar hacía movimientos normales y de pronto George me gritaba: “¡Deja de hacer eso! ¡Recuerda que no tienes un brazo!”. Y yo decía: “Carajo…” y lo repetíamos. Además, a veces me sentía como tortuga con el caparazón arriba. Si me caía, empezaba a gritar: “¡Chicos, hey, chicos, no me puedo levantar! [ríe]”.

ESQ: ¿Y en esas condiciones tuviste que manejar coches en el desierto y a máxima velocidad?

CT: No, mientras filmamos manejamos a unos 50 kilómetros por hora. Eran vehículos muy grandes y pesados, que nos hacían sentir como si estuviéramos manejando un tren. Y a pesar de estar en el desierto, se sentía frío, porque estábamos metidos en un contenedor metálico lleno de polvo. Así que no, no era como si estuviéramos filmando The Fast & The Furious. Para acelerar de esa manera, nuestro tren habría tardado unos cinco minutos sólo en arrancar [ríe].

ESQ: ¿Viste las películas de Mad Max donde aparecía Mel Gibson?

CT: Sí, recuerdo que tenía como ocho años cuando vi las primeras. Luego las vi todas. Les encantaban a mis papás y creo que desde pequeña me dejaban verlas casi completas, aunque cuando había alguna escena fuerte me pedían que fuera por té para que no estuviera en el cuarto [ríe]. Pero definitivamente fueron filmes importantes para la cultura sudafricana. A los sudafricanos les encantó ese mundo.

ESQ: ¿Cuál fue tu película favorita cuando eras chica?

CT: La película que enloqueció a todo el mundo fue Fatal Attraction (1987). Tenía como 12 años y recuerdo que todos los niños de mi edad hacían planes para meterse al cine a verla sin que sus padres se dieran cuenta. Planeé colarme desde la parte trasera de un coche. Y lo hice.

ESQ: ¿Fatal Attraction? Eso debió de haber sido traumático…

CT: Claro, el conejo en la estufa me perturbó mucho. Y el sexo en el elevador [ríe].

ESQ: Ya tienes 18 títulos como productora y además sigues actuando. ¿Cómo lo logras?

CT: Mi hijo quisiera saber lo mismo [ríe]. No, no es cierto. Lo que sucedió es que me tomé varios años para dejar la actuación. Incluso llegué a pasar tres años sin aceptar ningún papel y mejor me involucraba como productora. Me encanta. Es una bendición increíble estar en una posición en la que no tengo que ir a trabajar cada mañana para poner comida sobre la mesa. Creo que es uno de los regalos más perfectos que podría tener en la vida y estoy perfectamente consciente de que es un lujo. Así que he disfrutado mucho tener la libertad de no salir a trabajar en algo que no me apasiona.

ESQ: Has trabajado en personajes muy distintos. Como actriz, ¿qué tipo de retos te atraen hoy en día?

CT: No lo sé, creo que siempre busco el factor real. Es tan simple como eso. Pienso que mientras más exploras, más quieres profundizar en algunas cosas y menos en otras. Hay historias que pueden conmoverte sin que eso tenga que ver con el personaje. Puede ser algo que te sorprenda mucho y te haga querer ser parte de la historia. O también puede tener que ver con el director, que tengas muchas ganas de trabajar con él.

ESQ: ¿Entonces el hecho de que por momentos hayas querido trabajar como productora, y no como actriz, no tenía que ver con la mala calidad de guiones que te ofrecían?

CT: No, más bien no estaba en busca de nada. Hay mucho más en la vida que hacer películas. La gente suele olvidarse de eso. Hay mucho más: hay familia, hay relaciones personales, y mi trabajo nunca ha sido mi prioridad. Como te decía hace un momento: sé que tengo mucha suerte de poder decirlo, porque hay mucha gente que no puede, pero hubo periodos en los que sólo quería estar con mi familia, viajar, hacer otras cosas, y creo que la actuación es algo a lo que puedes volver siempre que quieras para renovar tu parte creativa, como si fuera una esponja que quiere volver a llenarse de agua. Lo importante es alejarse de la monotonía. Hubo épocas en las que preferí tener una pareja y un hijo, y lo hice.

ESQ: En esta etapa de tu carrera, ¿aún te da miedo presentarte en una audición o aceptar un papel?

CT: Claro, pero así es la vida. Nos pasa a todos.

ESQ: ¿Qué momentos difíciles recuerdas que te hayan hecho cuestionarte si estabas en el camino correcto?

CT: Ay, Dios, hubo muchos. Creo que lo que siempre me hizo estar agradecida es que cuando tenía como cuatro o cinco años, mi mamá me metió a clases de ballet, y me apasionaba muchísimo. No creo que haya una forma de arte más estricta que el ballet. Entonces, cuando llegué a esta carrera que por momentos puede ser muy dura y decepcionante, entendí que debía ser implacable. Tienes que aprender a lidiar con las adversidades, porque nada es fácil. Mi contexto como bailarina me ayudaba a entenderlo. Uno no entra a una compañía de ballet sin talento, y no hay tiempo de sentarse a lloriquear ni de sentir pena por uno mismo. Si cuando bailaba cometía algún error, tenía que volver a la barra y seguir trabajando. Lo que quiero decir es que hay que trabajar muy duro para recoger frutos valiosos. Así funciona el mundo, y tener eso como columna vertebral antes de entrar a esta carrera fue grandioso. En este medio hay gente que no te ve por lo que eres o no toma en cuenta tu talento, sino tu aspecto físico. Y también puede ser que estés consciente de tus capacidades, pero no sepas articularlas o venderlas a un agente. Esas son cosas muy frustrantes por las que hay que pasar, pero no soy la primera ni la última persona en vivirlo.

ESQ: Esta carrera puede ser muy satisfactoria pero, ¿no extrañas salir a la calle como una persona anónima, sin que nadie te reconozca?

CT: Cada día es diferente. Hay días en que puedo hacerlo y otros en los que no. A veces no me molesta que la gente lleve cámaras en la mano y sea invasiva, pero hay días en que sí me molesta mucho y no tengo paciencia. De pronto sólo necesito un momento para sentirme normal. Sin embargo, al mismo tiempo, sé que yo misma caminé hasta esta vida. Es un arma de doble filo y hay días en los que no lidias tan bien con ella y tienes que arreglártelas.

ESQ: Si un día pudieras salir a la calle sin ser Charlize Theron, ¿qué harías?

CT: No lo sé, no tengo una vida privada y obscena que me gustaría explorar. Creo que lo que me atrae es la idea de que nadie me esté observando. Hay días en los que siento que siempre me están viendo, como paparazzi desde coches —con la naturaleza intrusiva que conlleva—, así que lo que me encantaría es la idea de que eso no existiera.

ESQ: Alguna vez dijiste que te gustaba trabajar en tu jardín. ¿Qué otras cosas te gusta hacer cuando estás en casa?

CT: Es raro cuando me preguntan algo así. Es como decir: “Ay, Dios mío, esta mujer hace cosas normales”. La gente ha de leer estas entrevistas y pensar que soy pretenciosa por mencionar que un día saqué unas hierbas del jardín. Por favor. No puedo hablar por todo el mundo, pero los actores sólo somos gente normal que quiere tener una vida normal. Me levanto todos los días, como cualquier mamá, hago el lunch para mi hijo, le cepillo los dientes, lo llevo a la escuela y luego regreso a mi casa para hacer la cama, limpiar los baños y lavar la ropa. No hay nada nuevo en ello. Así funciona el mundo para todos, de modo que hablar del tema del jardín sin entender que así es la vida, es raro.

ESQ: Háblame de tu primer hogar, en Sudáfrica.

CT: Tengo muchas memorias de mi infancia. Fui una niña muy feliz. Ahora que vivo en Los Ángeles y tengo amigos estadounidenses que crecieron en grandes ciudades, me doy cuenta de lo especial que fue mi niñez. Estuve rodeada de animales, naturaleza y libertad. Se prestaba mucho para usar la imaginación. Mi parte favorita de esos años es que vivía en un mundo que de verdad permitía usar la imaginación. Podía imaginar cualquier cosa, y tenía el mundo ahí para mí. Creo que esa fue una bendición que muchos niños no tienen.

ESQ: Siempre te ha gustado viajar. ¿Recuerdas algún viaje que te haya vuelto loca?

CT: He tenido mucha suerte. Viajar es lo que más me gusta hacer. Una vez al año me reúno con mi business manager y siempre me dice que tengo que parar. No gasto dinero en nada, mi vida es bastante simple, pero en viajes sí lo hago. Eso me gusta mucho. Me gusta ver el mundo. He tenido viajes increíbles a lugares increíbles. Algunos de ellos no han sido sólo por tener vacaciones convencionales para relajarme, sino para ver qué sucede en el mundo. El último que hice fue hace cinco meses, a la República Centroafricana. Fui con Naciones Unidas y Médicos Sin Fronteras y estuve ahí justo cuando estaba por iniciar una guerra civil que afectó a muchas personas. Creo que es una de las peores tragedias que ha tenido lugar en tan poco tiempo y nadie está hablando de ello.

ESQ: Empezaste a filmar Mad Max en Namibia en 2012. ¿Qué pasó en aquel entonces con tu hijo?

CT: Él sólo tenía tres meses de nacido. Era muy pequeño, pero fue grandioso. Es un niño genial… mi hijo es genial. Todos los días lo veo y pienso: “Hoy voy a intentar ser tan cool como tú [ríe]”.

ESQ: ¿Qué es lo que te encanta de él?

CT: Que es un niño muy relajado y amigable. Apenas era un bebé cuando estábamos en Namibia, así que vivió muchas cosas importantes allá. Por ejemplo, dio sus primeros pasos en África y ahí dijo su primera palabra. Fue irónico, porque luego volvimos cinco meses más para filmar otra película, y así llegó un punto en el que
había vivido más tiempo allá que aquí. Incluso la primera vez que fue al baño “como un hombre”, fue allá; eso me hizo pensar que todo lo grandioso de la vida ocurre en África [ríe].

ESQ: Y cuando terminaron de filmar, ¿no fue difícil volver?

CT: Un poco. Recuerdo que hubo un momento en el que ya íbamos a terminar de filmar en Namibia e iríamos una temporada a Sudáfrica. Nunca había visto a gente tan emocionada por un viaje como los de la producción de esa cinta. Como pasamos mucho tiempo en un pozo de arena, todos decían: “Vamos a ver gente, vamos a ir a restaurantes y todo será grandioso”. Recuerdo que yo era una de las emocionadas, pero cuando ya íbamos a salir de la casa vi la cara de Jackson y estaba a punto de llorar. No quería irse porque esa era su casa. Y luego recuerdo que estábamos en Sudáfrica celebrando y él decía que extrañaba su hogar. Era como nuestra mascota, en especial entre las chicas. Era como una pelota de amor que pasaba de unos brazos a otros todo el día [ríe]. Ama a las chicas. Lo ponía en la mesa en la que almorzábamos y coqueteaba con todas. Lo único que pensaba era: “Ese es mi niño.”

 

La calma antes de la tormenta

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Originalmente publicado en Esquire no. 80 (PDF aquí)

Medeas, el primer largometraje del director Andrea Pallaoro retrata el drama de una familia del campo a través de recursos cinematográficos que parecen detener el tiempo.

     La historia de Medeas se revela a cuentagotas. El italiano Andrea Pallaoro exige paciencia al público de su primer largometraje, pero la recompensa será grande: su cautela en el desarrollo de la trama es lo que la convierte en algo extraordinario.

      Pallaoro destroza a la familia que protagoniza su película y se toma su tiempo para ello. La estrategia que emplea para provocar tensión no es la velocidad, sino la calma y el silencio. La cinta inicia casi como un pintura bucólica: papá (Brían F. O’Byrne), mamá (Catalina Sandino) y sus seis hijos se toman una foto junto a un lago. Viven alejados de todo, casi en medio de la nada, en un hogar rodeado de colinas. Él es un granjero que lidia con vacas el día entero, ella es ama de casa. Parece que son felices.

    Pasan varios minutos antes de comprender por qué Medeas es tan silenciosa. Primero, porque la protagonista (Sandino) es sordomuda. Segundo, porque de este modo es más angustiante descubrir que su marido (O’Byrne) no siempre es el padre amoroso que juega con sus hijos, sino un tipo religioso e inflexible que puede maltratar a su familia si lo provocan o deshacerse de su perro al primer gesto de desobediencia.

     Lo que hace Pallaoro en Medeas es torcer el cine convencional. Provoca una sorpresa tras otra —una infidelidad o un asesinato— con tomas largas y pocos diálogos. Constantemente contrasta la belleza de los escenarios naturales con el desasosiego de la familia que sitúa en ellos. Además, se detiene con tanta calma en el hombro de sus personajes que el espectador casi se convierte en espía de momentos tristes y dolorosos, que no deberían rebasar la intimidad familiar. Por eso, en Medeas el silencio no refleja las fallas de un guionista, sino que intensifica la tragedia y prácticamente dice: “Estás a punto de ver algo horrible y no podrás decir o hacer nada al respecto”.

       La cinta de Pallaoro le debe su nombre a un personaje del mito griego de Jasón y los argonautas. En él, Medea es una hechicera que ayuda al hombre que ama a conseguir poder y gloria. Él se casa con ella y tienen una familia, pero con el tiempo la abandona por otra mujer y ella enloquece al grado de asesinar a sus hijos por venganza. Pallaoro da el toque final a su primer gran filme cuando retoma este mito y le da un giro (que no podemos revelar, obvio). De este modo, deja clara una sentencia: los celos, la locura y los crímenes siempre han sido parte de la esencia humana. Y con un final inesperado, suspende nuevas preguntas en el tiempo.

Nuestra obsesión con Judi Dench

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Originalmente publicado en Esquire no. 80 (PDF aquí)

Un grupo de ingleses retirados decide terminar sus días en Jaipur. The Second Best Exotic Marigold Hotel es una mezcla de buen humor, escenarios increíbles y talento al nivel de esta gran actriz

     Evelyn Greenslade (Judi Dench) cuelga el teléfono con lágrimas en los ojos. Ahora es viuda y, sin el hombre que fue su marido durante 40 años, no sabe ni cancelar su conexión a internet. Además, está llena de deudas y tendrá que vender su casa. Podría mudarse con su hijo y su nuera, pero en lugar de eso decide irse a vivir a la India.

     En el viaje conoce a un matrimonio (Penelope Wilton y Bill Nighy) que malgastó sus ahorros para el retiro en el negocio de su hija, a una ex ama de llaves gruñona que odia a los indios (Maggie Smith), a una divorciada en busca de un nuevo marido (Celia Imrie) y a un soltero mujeriego que a sus setenta y tantos sigue con crisis de la edad (Ronald Pickup). Juntos van a dar a un supuesto hotel —que en realidad es un cuchitril a punto de caerse a pedazos— y así empiezan una nueva vida.

     Lo anterior resume la trama de The Best Exotic Marigold Hotel, que se estrenó en 2011 y recibió tan buenas críticas (y taquilla) que el director John Madden decidió volver a reunir a su magnífico elenco (al que en esta nueva entrega se suma Richard Gere) para continuar la historia en una nueva cinta que se estrena este mes. Platicamos con Judi Dench sobre ella.

ESQUIRE: ¿Ustedes sabían que habría segunda parte?
JUDI DENCH:
Creo que ninguno de nosotros lo hubiera imaginado, pero cuando volvimos todos nos sentimos absolutamente hechizados por la historia, como en la primera película.

ESQ: ¿A qué atribuye el éxito de la primera cinta?
JD: La verdad no lo sé. Tal vez porque es una historia sobre muchas personas de cierta edad. Y también porque se estrenó en el invierno y, al verla, exhala calor. ¿Estás de acuerdo? Quizá también porque es agradable ver a estas personas en un clima cálido, rodeados de colores maravillosos, y ver todo sobre la India, que es un país tan asombroso.

ESQ: La primera vez que la vemos en esta nueva cinta es en una escena con Maggie Smith, la ex ama de llaves. ¿Qué ha pasado en la vida de estas dos mujeres?
JD: Han pasado ocho meses desde que terminó la historia anterior, así que Evelyn [Dench] conoce a Muriel [Smith] mucho mejor que antes. Hay más confianza entre ellas, aunque me sigue llamando por mi apellido y yo la sigo llamando por el suyo. Tengo un enorme respeto por lo que hace y sé lo inestimable que es para la administración del lugar. Se han acostumbrado la una a la otra y se entienden. No sé si hay mucho respeto de su parte hacia mí, pero indudablemente lo hay de mi parte hacia ella.

ESQ: Ha trabajado con Maggie muchos años…
JD: Ay, años, sí. Desde 1958.

ESQ: ¿Cómo ha sido eso?
JD: Ella es encantadora. Me encanta trabajar con Mags. Lo hemos hecho sobre todo en teatro, pero desde luego también está A Room with a View (1985), Tea with Mussolini (1999) y Ladies in Lavender (2004). Y, claro, la película anterior de Marigold. Creo que he trabajado con ella más que con ningún otro actor.

ESQ: También ha trabajado varias veces con el director John Madden.
JD: Sí, en Mrs Brown (1997) y Shakespeare in Love (1998) [cinta por la que Dench obtuvo un Óscar]. Tener lazos así es una suerte. Creo que mientras más trabajas con alguien más lo conoces y lo entiendes, porque surge una especie de comunicación no verbal. También he trabajado mucho con Stephen Frears y ahora me doy cuenta de que nuestra comunicación es cada vez menos verbal. Él no dirige a través de palabras, sino de sílabas [ríe]. Volviendo al tema, creo que no puede haber nadie más cooperativo, más lleno de energía, más inventivo y más paciente que John Madden. Sabes exactamente dónde está él, y dónde estás tú.

ESQ: ¿Cómo cambia la historia de los demás personajes en esta nueva película?
JD: Hay un cambio porque en la primera todos estaban adaptándose al hotel y ahora va a expandirse. Además, todos se conocen mejor y hay muchas historias nuevas. El denominador común es el hotel Marigold, pero ahora todos tienen vidas separadas.

ESQ: Tina Desae es una actriz india que aparece en la cinta. Nos dijo que en la primera parte ella les dio consejos y ahora se siente usurpada, por la manera en la que ustedes conocen el país.
JD: Hemos tomado el control. En la primera película vivimos nueve semanas y media en la India; en la segunda, ocho. Es una sensación maravillosa. También he filmado mucho en Italia y lo que es encantador de trabajar en otro país es que no te sientes como turista. Tienes una sensación de propiedad y es casi como si tuvieras una segunda casa. Todos hemos sentido que le hemos entregado nuestro corazón a este país.

ESQ: ¿Entonces ya aprendió a regatear?
JD: No, soy terriblemente mala, y como las cosas son muy lindas aquí, creo que no puedo hacerlo. Cedo a la primera. Soy muy débil.

ESQ: ¿Cómo se adaptaron con los nuevos actores que se integraron al reparto?
JD: A Tamsin [Greig] la admiro mucho como actriz. Soy fan de The Archers [una telenovela británica que se transmite desde 1950], y sabía que ella interpretaba a Debbie, así que quise que me diera toda la información sobre la historia. De verdad es muy buena actriz. Muy, muy buena. Lo que fue encantador es que trajo a toda su familia aquí, a su esposo y sus tres hijos. A Richard [Gere] no lo conocí, porque no tuve ninguna escena con él. Estoy sentada en el fondo en un par de escenas, pero realmente no tuvimos contacto.

ESQ: ¿Lo lamenta?
JD: No, porque de todas maneras puedo alardear al respecto: “Pude mirar fijamente a Richard Gere, aunque casi no tuvimos escenas juntos” [ríe]. Es encantador, y me imagino que para él debió haber sido bastante intimidante entrar a este grupo. Somos muy unidos, porque nos conocemos muy bien, pero él supo manejarlo a la perfección.

[Recuadro]

La mujer que sometió al 007
Por Alejandro Herrera

James Bond informa a su superior, M, sobre el robo del arma satelital GoldenEye:

—¿Quiere un trago? —interrumpe la mujer.
—Gracias. Su predecesor tenía una botella de coñac en el…

M vuelve a interrumpir. Marca su territorio.

—Yo prefiero el bourbon. ¿Hielo?
—Sí.

Con este intercambio de diálogos, Judi Dench estableció las reglas de lo que sería la relación durante el siglo xxi entre el 007 —“un dinosaurio sexista y misógino; una reliquia de la Guerra Fría”, según sus propias palabras— y la nueva directora del servicio de inteligencia MI6. El momento es clave para la segunda franquicia más exitosa del cine: Dench venía a suplir a los magníficos actores Bernard Lee y Robert Brown como los jefes directos del 007. Y más importante aún: por primera vez debía convencer a las audiencias de que James Bond obedecería sin reparo a una mujer. Lo logró con una mezcla de instinto maternal y frialdad militar durante siete de los 23 filmes de la serie oficial de James Bond. Y a los detractores, M sólo les respondería: “Si quisiera sarcasmo, llamaría a mis hijos”.

El hotel de lo real

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Originalmente publicado en Esquire no. 79 (PDF aquí)

En su primera novela, El telo de papá, la argentina Florencia Werchowsky aprovecha su ingenio y buen humor para narrar las anécdotas que sólo le ocurren a alguien cuyo padre es dueño de un motel.

     Las anécdotas de Florencia Werchowsky eran el número estelar de sus fiestas. Ella aún trabajaba como periodista en Argentina, y era común que las reuniones a las que asistía terminaran en medio de carcajadas. Todo gracias a las historias que narraba sobre el motel (telo, en Argentina) que su papá tenía en una carretera de la Patagonia, donde nació.

    Florencia escribió El telo de papá por dos motivos: tenía ganas de ser novelista y miedo a que alguno de sus amigos le robara sus historias. Seleccionó las anécdotas que publicaría, le dio vueltas al título (porque, claro, fuera de su país no todo el mundo entiende qué es un telo), decidió que el tono humorístico permearía el libro de principio a fin y superó que su madre le retirara el habla por ventilar lo que ella consideraba sus “turbulencias familiares”.

   El resultado es una prosa divertidísima que retrata cómo fue crecer en los años noventa en Argentina, y hace sentir al lector como si Florencia le confesara las locuras de su vida en medio de un café. En estas páginas presentamos algunos extractos de las mejores escenas de El telo de papá.

ESQUIRE: ¿Cómo balanceaste tus anécdotas personales con la ficción de la novela?
FLORENCIA WERCHOWSKY: Me tomó dos años escribirla. Fue difícil porque sí soy la hija del dueño del telo de un pueblo [ríe]. A partir de ese escenario construí una galería de personajes y situaciones que fuesen apropiadas para reunir las particularidades del lugar en el que crecí. El problema con las historias es que fueron tan extraordinarias que corrían el riesgo de no parecer verosímiles.

ESQ: El tono me encanta, parece que le estás contando tu historia a un amigo.
FW: Traté de concentrarme mucho en lograr eso. Por cierto, hoy me acordé de otra anécdota increíble: una noche alguien llegó a asaltar el hotel, así que una de las mucamas salió armada al bosque. Lanzó un disparo al aire, pero éste pegó con un cable y se fue la luz en todo el lugar.

ESQ: ¿Y por qué no la integraste al libro?
FW: Vos entendés lo improbable de la situación. Si lo contaba en la novela, todo el mundo iba a decir: “Qué exagerada, nunca podría suceder algo así”. Pero eran cosas que pasaban. Además, tuve la suerte de tener un papá muy creativo. Él inflaba las historias al momento de contarlas. Si acaso narro algo que no parezca verosímil, es culpa suya [ríe]. 

ESQ: La complicidad con tu padre es extraordinaria. ¿Siempre ha sido así?
FW: Sí. Tuvo sus vaivenes, pero mi papá es un tipo muy simpático, de gran corazón y está absolutamente loco. Yo soy la única de sus hijas que tolera todos sus malos comportamientos y berrinches. Entonces, como yo lo perdono, él me perdona. En ese territorio, en esa Franja de Gaza con banderita blanca que hemos creado entre nosotros, podemos construir una relación de mucho cariño y de complicidad.

El nuevo Daredevil

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Originalmente publicado en Esquire no. 80 (PDF aquí)

El actor Charlie Cox nos dio seis razones por las que no debes perderte esta nueva adaptación del cómic de Marvel (que rogamos sea mejor que la última película).

  1. Quizá sea imposible no recordar la versión de cine que antecede a esta adaptación, pero la serie me hace sentir muy optimista. Lo que puedo decir de nuestro trabajo es que tan pronto recibimos el guión nos dimos cuenta de que había un gran trabajo en relación con la fuente original. Es decir, se tomaron muy en cuenta los cómics, así que éste será el Daredevil que muchos esperaban.
  1. Tenemos muy clara nuestra responsabilidad. Al interpretar a Daredevil uno jamás puede decir: “Esta es mi versión del superhéroe y ya”. Él y todos los personajes de la serie son emblemáticos y miles de personas tienen una opinión particular sobre ellos, así que este proyecto implica una gran presión.
  1. Daredevil es un buen enfoque sobre un héroe humano. Eso es lo que más nos emociona de la serie: que tomamos héroes y villanos ficticios y los transformamos en gente real. Creo que logramos crear personajes con los que es muy sencillo relacionarse.
  1. La intención inicial de los cómics fue la base de la serie: inspirar a otros a mejorarse a sí mismos, como si fueran superhéroes. Es decir, Daredevil es un producto de entretenimiento genial, pero —lo sepas o no— toca algo dentro de ti. Eso te motiva a enfrentar tus miedos y sobrellevar los retos que se te presenten. De algún modo, es lo que Shakespeare hacía en sus obras: la razón por la que sus personajes eran reyes y reinas era porque eso eleva las expectativas de la audiencia, porque de pronto la responsabilidad es salvar el universo, el mundo o una ciudad.
  1. Matt Murdock [el nombre real de Daredevil] es un personaje increíble. Es muy dinámico e interesante porque tiene muchos conflictos. Trabaja como abogado en las mañanas, pero durante la noche hace justicia por su propia mano. Es un hombre religioso, pero también le importan la ley y el orden, así que —de algún modo— juega a ser Dios. Sin embargo, después debe irse a casa, cargar con todos esos sentimientos y confusiones, y lidiar con ellos para tratar de llegar a un punto medio entre el hombre que es y lo que se espera de él. Eso funciona de maravilla en un drama para la televisión.
  1. El villano de la serie [Wilson Fisk] también es genial. Creo que en nuestro mundo no existe el bien y el mal. Nuestro trabajo como integrantes de la sociedad es identificar qué es lo que nos beneficia y qué es negativo para el mundo en el que vivimos. Y considero que lo que ocurre conforme se desarrolla la serie es que tenemos a dos personajes que tratan de obtener lo mismo [mejorar el mundo], pero los medios que usan para lograrlo y el modo en que revelan sus intenciones provocan un enfrentamiento que nosotros explicamos como el “bien” y el “mal”.

Un zapato en el lomo de un cuchillo

Un zapato en el lomo de un cuchillo.
El filo no lo daña.
Carga al zapato en hombros,
guarda el balance.

Hace frío y la pampa es muda.
De cristal níveo, les guiña un ojo.
Zum.
Un zapato baila tango en el lomo de un cuchillo.

Cambio de lado.
Doble ocho.
Molinete.
Un contratiempo y su vaivén es filigrana.

Algunas noches,
después del baile,
el zapato ve la luna lívida
y se siente un tanto triste.

Es un artista, cierto.
Ha ganado premios
ceñido a un pie cobarde
que sale al ruedo en calcetines.
Ha trazado octaedros y triángulos isósceles.
Ha practicado su caligrafía china.
A veces, también,
cuando así lo ha querido,
ha sido un trineo.
Se ha despeinado al viento
veloz como flecha de amazona.

Pero en noches como ésta,
el zapato ve su pecho en blanco:
ni una pisada.

El zapato pide un deseo:
que un día,
algún día,
raspe al menos la punta de su suela
en la cara láctea del hielo.

México atemporal

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Originalmente publicado en Esquire no. 78 (PDF aquí)

Tras obtener premios en festivales como Tribeca, Berlín y San Sebastián, se estrena Güeros, el primer largometraje de Alonso Ruiz Palacios. Esta road movie es el retrato de un país que arrastra los mismos pesares desde hace décadas.

    Cualquiera de nosotros podría ser el protagonista de Güeros. Aunque la trama está inspirada en la huelga de estudiantes que paralizó la UNAM en 1999, el mayor acierto de Alonso Ruiz Palacios es que sus personajes reflejan el hastío que nos generan los problemas del país y lo mucho que ansiamos una transformación.

     El director mexicano dice que su película es una road movie. El género se popularizó en Estados Unidos en los años 60 y desde entonces ha sido utilizado por realizadores de todas las cinematografías del mundo. “La idea era hacerla en la ciudad de México porque es un lugar tan grande y diverso que siempre sentí que merecía una película así”, dice Ruiz Palacios.

    Lo que Sombra (Tenoch Huerta), Santos (Leonardo Ortizgris) y Tomás (Sebastián Aguirre) salen a buscar es el rastro de un cantante, Epigmenio Cruz, cuya música resume sus consignas personales: no hay que simplificar la vida, sino darle una segunda lectura a lo que nos rodea.

    Ruiz Palacios siempre tuvo claro que la suya sería una cinta atemporal. Por eso está en blanco y negro, sus personajes usan smartphones, pero visten como en los 90, y la huelga sirve como eje conductor, mas no persigue un objetivo preciso (como es una metáfora de la inconformidad, nunca conocemos las exigencias de los manifestantes). “Para mí eso era importante, porque la hace más universal y la libera de la camisa de fuerza que a veces son los contextos históricos.”

    Sombra, Tomás y Santos viven en una especie de limbo. No están a favor ni en contra de la huelga, sino a favor del cambio. “Sí, creo que concebí los personajes de Tenoch y Leo como dos posturas distintas ante una misma situación. La película trata tanto de lo estático como del movimiento.” Eso es tangible desde el inicio de Güeros: la vida de Sombra se transforma cuando su hermano pequeño llega a vivir a su casa. Él es quien lo incita a salir de su departamento, viajar por la ciudad y buscar a Epigmenio Cruz.

   Güeros es una cinta de contrastes. Como el título sugiere, la mayor parte de los personajes son de tez clara, a excepción del protagonista (que no sólo es moreno, sino que se hace llamar Sombra). “Decidí llamarlo así porque los apodos son muy comunes durante la universidad. Además la gente le dice así porque uno de los subtemas de la película es el racismo.”

    Ruiz Palacios no ha dejado de recibir halagos. Aunque la película se estrena este mes en México, desde 2014 se ha presentado —y ganado premios— en festivales como la Berlinale, en Alemania, y Tribeca, en Estados Unidos. “En las presentaciones hemos tenido experiencias muy bonitas. Una señora en San Sebastián (España)salió llorando y le dijo a Tenoch: ‘Me regresaron la vida’. Dijo que se había transportado a su juventud.”
El joven director ya tiene dos nuevos proyectos de cine en puerta. No podemos esperar a verlos.

Poliedro

Para M.

Caigo en un sueño profundo
para encontrarte
a medianoche
y bailar frente a extraños
(en una calle vieja de Oaxaca).

El cielo se cae a pedazos
cuando me besas. 
Mira cómo (se apaga la vida en las ventanas)
mientras vadeamos el empedrado,
como amantes de toda la vida.

Dime de qué está hecho (el soplo)
(que me inyectaste) con tu piel
mientras dormía,
y hoy (alumbra el insomnio)
cuando te pienso.

La aventura de ser Oscar Isaac

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Originalmente publicado en Esquire no. 78 (PDF aquí)

El actor guatemalteco visitó México para apoyar a emprendedores y
hablarnos de sus planes en cine.

     Oscar Isaac nunca olvidará su primera audición. Era 1995, tenía 15 años y acababa de mudarse a Nueva York para estudiar Teatro en Juilliard, parada obligada de quienes desean seguir las huellas de ex alumnos súperdotados como Robin Williams o Kevin Spacey. El guatemalteco llegó a la audición con la esperanza de obtener el papel de un narcotraficante. Se plantó en el escenario como el manojo de nervios que era desde que aspiraba a protagonizar obras de teatro en primaria y, como lo hacía desde pequeño, enloqueció al director: “Estuviste increíble”. Aplausos. Contratado. Isaac estaba a punto de levantar los brazos en señal de victoria, como Rocky Balboa, cuando se enteró de que no interpretaría a un gangster, sino a un sirviente gay.

    “Así de buena fue mi actuación”, ríe Isaac, de visita en México como embajador de The Venture, la iniciativa de Chivas Regal para apoyar a emprendedores. “Me dieron el papel de un pequeño y dulce mozo. La película se llamaba Illtown, y fue terrible.” Cuando uno está frente a él, jamás imaginaría que este tipo magro, ojeroso y de rizos medio rebeldes podría mutar en un criminal. Pero Isaac es necio, y a casi 20 años de esa audición que con una mezcla de amargura y humor se llevará a la tumba, amarró un contrato para interpretar al rey de los villanos en la historia de mutantes más rentable del cine: en 2016 aparecerá en X-Men: Apocalypse como una criatura de piel gris y labios azulados que hará hasta lo imposible por dominar el mundo.

Inicios karatecas

    Oscar Isaac siempre quiso ser actor. Como fanático de las películas de Jean-Claude Van Damme, a los 11 años comenzó a dirigir pequeños filmes de artes marciales que protagonizaban sus amigos. “Mi papá tenía una cámara de video y me la prestaba. Había mucha sangre, muerte y destrucción”, dice. Gracias a esas primeras cintas karatecas, Isaac aprendió que el Quick sabor fresa es un arma secreta de los efectos especiales —“usábamos el polvo para malteadas como sangre artificial”— y que en su vida no habría nada más apasionante que la actuación.

   Para Isaac no fue difícil despedirse de Miami y volar en busca de sus sueños a la ciudad de los taxis amarillos y el Empire State. Por aquel entonces, él y su familia —madre guatemalteca y padre cubano— ya habían empacado sus maletas en cuatro ocasiones: la primera —cuando él tenía cinco meses de nacido— para dejar la capital de Guatemala; la segunda para salir de Baltimore rumbo a Luisiana, y la tercera para establecerse en Florida.

   A pesar de su ascendencia latina, los años que ha pasado en Estados Unidos han provocado que su castellano se empolve. Durante nuestra charla me ofrece hablar en español, pero al minuto cuatro empieza a sufrir como un niño ante un problema de trigonometría y, con la vergüenza que no debería de sentir un tipo que ha besado a mujeres como Jessica Chastain y Carey Mulligan en pantalla, me pregunta si podemos continuar en inglés. Y claro, como uno hace siempre que una celebridad —una a nivel de “futuro protagonista de Star Wars: The Force Awakens”— le pide un favor —are you kidding me?— respondo que sí.

«Voy a cantar»

   Además de aquel pseudofracaso que golpeó su ego en los 90, hay otra audición memorable en la vida de Oscar Isaac. Era 2012, tenía 32 años y con guitarra en mano llegó a cantar frente a los hermanos Ethan y Joel Coen con la esperanza de obtener el protagónico de Inside Llewyn Davis. Hasta ese momento había interpretado papeles secundarios en filmes cuyo sello de garantía eran nombres como Rachel Weisz (Agora, 2009), Russell Crowe (Robin Hood, 2010) y Ryan Gosling (Drive, 2011), así que el manojo de nervios de Guatemala estaba a sólo un desaire de hacer implosión.

   “No hay nada como conseguir un papel que deseas, y hasta ahora el mejor de ellos ha sido Llewyn Davis.” Lo que Isaac no dice es que esta cinta fue una de las mejores de 2013. Uno podía salir babeando del cine con sólo poner atención en el diseño de producción —la ambientación de Nueva York en los 60—, pero en realidad la interpretación de Isaac de un cantante fracasado de folk era lo que daba ganas de levantarse a aplaudir.

   A su actuación como Llewyn Davis no sólo hay que elogiarle la forma en que se apropió de temas que alguna vez cantaron Bob Dylan o Jeff Buckley, sino su acoplamiento perfecto al estilo ácido de los guiones firmados por los Coen: como la mayor parte de los personajes de estos maestros del humor negro, supo insertarse en las peores situaciones imaginables —lidiar con el suicidio de su compañero musical y embarazar a la esposa de un amigo— y orillar al público a ese terrible debate entre la risa y el llanto.

Al estrellato

   Los personajes de Isaac son pegajosos. El actor se los lleva a la regadera, al comedor y a la cama. “Suelen seguirme a casa. A veces los recuerdo cuando me estoy bañando y pienso: ‘Rayos, debí de haber hecho esto de tal o cual modo’. El proceso de crearlos es tan divertido que me cuesta trabajo separarme de ellos.”

   Isaac se funde con sus personajes antes de comenzar a filmar. Todo para que cuando ponga un pie en su primer set o locación, no sea él —este tímido guatemalteco y ex fanático de Karate Kid— quien entre a escena, sino alguno de los tipos con “crisis existenciales” que suele interpretar.

   Cuando se preparaba para darle vida a Llewyn Davis, por ejemplo, le pidió a los Coen que le enviaran el vestuario un mes antes del rodaje y decidió usarlo todos los días. “No fue nada complicado, porque usaba la misma ropa toda la película”, dice riendo. Y así, con el mismo saco en pana color miel, mitones verde olivo, bufanda chocolate y zapatos rotos, Oscar Isaac —Llewyn Davis— viajó en metro, estuvo con sus amigos y asistió a fiestas durante 30 días.

   Su siguiente gran papel será Poe Dameron en la séptima entrega de Star Wars. Y aunque la trama de la historia de ciencia ficción que ya filma bajo la dirección de J.J. Abrams se mantiene en absoluta secrecía, habrá que estar atentos: quizá si en la oscuridad del metro neoyorquino brillara una espada láser en la mano temblorosa de un tipo de rizos rebeldes, sabremos que se trata de Oscar Isaac preparándose para su nuevo papel.

Seis notas para John Williams

Como un cisne, frente a la orquesta,
un hombre abre las alas.
Sus manos de plata rasgan el silencio.

En primer plano, un violín se despabila.
Mueve la cabeza.
Se talla los ojos.
Adormecido, espera su turno.
Un aletazo del hombre y el violín despierta.
Toma vuelo,
da un salto.
Su cuerpo menudo se hunde en el oleaje
que lo había dejado atrás.

En un rincón, a la derecha,
un contrabajo hace una rabieta.
Su voz profunda, de dragón viejo,
tiembla en su pecho.
El hombre deja de mirarlo.

Del hombre, yo sólo veo la espalda
y las alas
que hacen piruetas
para llamar a escena a un corno francés.

El corno hace llorar a un arpa.
La lluvia de sus cuerdas cae sobre el espejo de un piano.
El hombre lanza una caricia.
Su eco se apaga.

El silencio se incendia.
El hombre se dobla.
Ahora es un flamingo,
y una medialuna en su barba blanca
es la última tesitura de la noche.