Originalmente publicado en Esquire no. 80 (PDF aquí)
Medeas, el primer largometraje del director Andrea Pallaoro retrata el drama de una familia del campo a través de recursos cinematográficos que parecen detener el tiempo.
La historia de Medeas se revela a cuentagotas. El italiano Andrea Pallaoro exige paciencia al público de su primer largometraje, pero la recompensa será grande: su cautela en el desarrollo de la trama es lo que la convierte en algo extraordinario.
Pallaoro destroza a la familia que protagoniza su película y se toma su tiempo para ello. La estrategia que emplea para provocar tensión no es la velocidad, sino la calma y el silencio. La cinta inicia casi como un pintura bucólica: papá (Brían F. O’Byrne), mamá (Catalina Sandino) y sus seis hijos se toman una foto junto a un lago. Viven alejados de todo, casi en medio de la nada, en un hogar rodeado de colinas. Él es un granjero que lidia con vacas el día entero, ella es ama de casa. Parece que son felices.
Pasan varios minutos antes de comprender por qué Medeas es tan silenciosa. Primero, porque la protagonista (Sandino) es sordomuda. Segundo, porque de este modo es más angustiante descubrir que su marido (O’Byrne) no siempre es el padre amoroso que juega con sus hijos, sino un tipo religioso e inflexible que puede maltratar a su familia si lo provocan o deshacerse de su perro al primer gesto de desobediencia.
Lo que hace Pallaoro en Medeas es torcer el cine convencional. Provoca una sorpresa tras otra —una infidelidad o un asesinato— con tomas largas y pocos diálogos. Constantemente contrasta la belleza de los escenarios naturales con el desasosiego de la familia que sitúa en ellos. Además, se detiene con tanta calma en el hombro de sus personajes que el espectador casi se convierte en espía de momentos tristes y dolorosos, que no deberían rebasar la intimidad familiar. Por eso, en Medeas el silencio no refleja las fallas de un guionista, sino que intensifica la tragedia y prácticamente dice: “Estás a punto de ver algo horrible y no podrás decir o hacer nada al respecto”.
La cinta de Pallaoro le debe su nombre a un personaje del mito griego de Jasón y los argonautas. En él, Medea es una hechicera que ayuda al hombre que ama a conseguir poder y gloria. Él se casa con ella y tienen una familia, pero con el tiempo la abandona por otra mujer y ella enloquece al grado de asesinar a sus hijos por venganza. Pallaoro da el toque final a su primer gran filme cuando retoma este mito y le da un giro (que no podemos revelar, obvio). De este modo, deja clara una sentencia: los celos, la locura y los crímenes siempre han sido parte de la esencia humana. Y con un final inesperado, suspende nuevas preguntas en el tiempo.