Como un cisne, frente a la orquesta,
un hombre abre las alas.
Sus manos de plata rasgan el silencio.
En primer plano, un violín se despabila.
Mueve la cabeza.
Se talla los ojos.
Adormecido, espera su turno.
Un aletazo del hombre y el violín despierta.
Toma vuelo,
da un salto.
Su cuerpo menudo se hunde en el oleaje
que lo había dejado atrás.
En un rincón, a la derecha,
un contrabajo hace una rabieta.
Su voz profunda, de dragón viejo,
tiembla en su pecho.
El hombre deja de mirarlo.
Del hombre, yo sólo veo la espalda
y las alas
que hacen piruetas
para llamar a escena a un corno francés.
El corno hace llorar a un arpa.
La lluvia de sus cuerdas cae sobre el espejo de un piano.
El hombre lanza una caricia.
Su eco se apaga.
El silencio se incendia.
El hombre se dobla.
Ahora es un flamingo,
y una medialuna en su barba blanca
es la última tesitura de la noche.