El nuevo Daredevil

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Originalmente publicado en Esquire no. 80 (PDF aquí)

El actor Charlie Cox nos dio seis razones por las que no debes perderte esta nueva adaptación del cómic de Marvel (que rogamos sea mejor que la última película).

  1. Quizá sea imposible no recordar la versión de cine que antecede a esta adaptación, pero la serie me hace sentir muy optimista. Lo que puedo decir de nuestro trabajo es que tan pronto recibimos el guión nos dimos cuenta de que había un gran trabajo en relación con la fuente original. Es decir, se tomaron muy en cuenta los cómics, así que éste será el Daredevil que muchos esperaban.
  1. Tenemos muy clara nuestra responsabilidad. Al interpretar a Daredevil uno jamás puede decir: “Esta es mi versión del superhéroe y ya”. Él y todos los personajes de la serie son emblemáticos y miles de personas tienen una opinión particular sobre ellos, así que este proyecto implica una gran presión.
  1. Daredevil es un buen enfoque sobre un héroe humano. Eso es lo que más nos emociona de la serie: que tomamos héroes y villanos ficticios y los transformamos en gente real. Creo que logramos crear personajes con los que es muy sencillo relacionarse.
  1. La intención inicial de los cómics fue la base de la serie: inspirar a otros a mejorarse a sí mismos, como si fueran superhéroes. Es decir, Daredevil es un producto de entretenimiento genial, pero —lo sepas o no— toca algo dentro de ti. Eso te motiva a enfrentar tus miedos y sobrellevar los retos que se te presenten. De algún modo, es lo que Shakespeare hacía en sus obras: la razón por la que sus personajes eran reyes y reinas era porque eso eleva las expectativas de la audiencia, porque de pronto la responsabilidad es salvar el universo, el mundo o una ciudad.
  1. Matt Murdock [el nombre real de Daredevil] es un personaje increíble. Es muy dinámico e interesante porque tiene muchos conflictos. Trabaja como abogado en las mañanas, pero durante la noche hace justicia por su propia mano. Es un hombre religioso, pero también le importan la ley y el orden, así que —de algún modo— juega a ser Dios. Sin embargo, después debe irse a casa, cargar con todos esos sentimientos y confusiones, y lidiar con ellos para tratar de llegar a un punto medio entre el hombre que es y lo que se espera de él. Eso funciona de maravilla en un drama para la televisión.
  1. El villano de la serie [Wilson Fisk] también es genial. Creo que en nuestro mundo no existe el bien y el mal. Nuestro trabajo como integrantes de la sociedad es identificar qué es lo que nos beneficia y qué es negativo para el mundo en el que vivimos. Y considero que lo que ocurre conforme se desarrolla la serie es que tenemos a dos personajes que tratan de obtener lo mismo [mejorar el mundo], pero los medios que usan para lograrlo y el modo en que revelan sus intenciones provocan un enfrentamiento que nosotros explicamos como el “bien” y el “mal”.

Un zapato en el lomo de un cuchillo

Un zapato en el lomo de un cuchillo.
El filo no lo daña.
Carga al zapato en hombros,
guarda el balance.

Hace frío y la pampa es muda.
De cristal níveo, les guiña un ojo.
Zum.
Un zapato baila tango en el lomo de un cuchillo.

Cambio de lado.
Doble ocho.
Molinete.
Un contratiempo y su vaivén es filigrana.

Algunas noches,
después del baile,
el zapato ve la luna lívida
y se siente un tanto triste.

Es un artista, cierto.
Ha ganado premios
ceñido a un pie cobarde
que sale al ruedo en calcetines.
Ha trazado octaedros y triángulos isósceles.
Ha practicado su caligrafía china.
A veces, también,
cuando así lo ha querido,
ha sido un trineo.
Se ha despeinado al viento
veloz como flecha de amazona.

Pero en noches como ésta,
el zapato ve su pecho en blanco:
ni una pisada.

El zapato pide un deseo:
que un día,
algún día,
raspe al menos la punta de su suela
en la cara láctea del hielo.

México atemporal

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Originalmente publicado en Esquire no. 78 (PDF aquí)

Tras obtener premios en festivales como Tribeca, Berlín y San Sebastián, se estrena Güeros, el primer largometraje de Alonso Ruiz Palacios. Esta road movie es el retrato de un país que arrastra los mismos pesares desde hace décadas.

    Cualquiera de nosotros podría ser el protagonista de Güeros. Aunque la trama está inspirada en la huelga de estudiantes que paralizó la UNAM en 1999, el mayor acierto de Alonso Ruiz Palacios es que sus personajes reflejan el hastío que nos generan los problemas del país y lo mucho que ansiamos una transformación.

     El director mexicano dice que su película es una road movie. El género se popularizó en Estados Unidos en los años 60 y desde entonces ha sido utilizado por realizadores de todas las cinematografías del mundo. “La idea era hacerla en la ciudad de México porque es un lugar tan grande y diverso que siempre sentí que merecía una película así”, dice Ruiz Palacios.

    Lo que Sombra (Tenoch Huerta), Santos (Leonardo Ortizgris) y Tomás (Sebastián Aguirre) salen a buscar es el rastro de un cantante, Epigmenio Cruz, cuya música resume sus consignas personales: no hay que simplificar la vida, sino darle una segunda lectura a lo que nos rodea.

    Ruiz Palacios siempre tuvo claro que la suya sería una cinta atemporal. Por eso está en blanco y negro, sus personajes usan smartphones, pero visten como en los 90, y la huelga sirve como eje conductor, mas no persigue un objetivo preciso (como es una metáfora de la inconformidad, nunca conocemos las exigencias de los manifestantes). “Para mí eso era importante, porque la hace más universal y la libera de la camisa de fuerza que a veces son los contextos históricos.”

    Sombra, Tomás y Santos viven en una especie de limbo. No están a favor ni en contra de la huelga, sino a favor del cambio. “Sí, creo que concebí los personajes de Tenoch y Leo como dos posturas distintas ante una misma situación. La película trata tanto de lo estático como del movimiento.” Eso es tangible desde el inicio de Güeros: la vida de Sombra se transforma cuando su hermano pequeño llega a vivir a su casa. Él es quien lo incita a salir de su departamento, viajar por la ciudad y buscar a Epigmenio Cruz.

   Güeros es una cinta de contrastes. Como el título sugiere, la mayor parte de los personajes son de tez clara, a excepción del protagonista (que no sólo es moreno, sino que se hace llamar Sombra). “Decidí llamarlo así porque los apodos son muy comunes durante la universidad. Además la gente le dice así porque uno de los subtemas de la película es el racismo.”

    Ruiz Palacios no ha dejado de recibir halagos. Aunque la película se estrena este mes en México, desde 2014 se ha presentado —y ganado premios— en festivales como la Berlinale, en Alemania, y Tribeca, en Estados Unidos. “En las presentaciones hemos tenido experiencias muy bonitas. Una señora en San Sebastián (España)salió llorando y le dijo a Tenoch: ‘Me regresaron la vida’. Dijo que se había transportado a su juventud.”
El joven director ya tiene dos nuevos proyectos de cine en puerta. No podemos esperar a verlos.

Seis notas para John Williams

Como un cisne, frente a la orquesta,
un hombre abre las alas.
Sus manos de plata rasgan el silencio.

En primer plano, un violín se despabila.
Mueve la cabeza.
Se talla los ojos.
Adormecido, espera su turno.
Un aletazo del hombre y el violín despierta.
Toma vuelo,
da un salto.
Su cuerpo menudo se hunde en el oleaje
que lo había dejado atrás.

En un rincón, a la derecha,
un contrabajo hace una rabieta.
Su voz profunda, de dragón viejo,
tiembla en su pecho.
El hombre deja de mirarlo.

Del hombre, yo sólo veo la espalda
y las alas
que hacen piruetas
para llamar a escena a un corno francés.

El corno hace llorar a un arpa.
La lluvia de sus cuerdas cae sobre el espejo de un piano.
El hombre lanza una caricia.
Su eco se apaga.

El silencio se incendia.
El hombre se dobla.
Ahora es un flamingo,
y una medialuna en su barba blanca
es la última tesitura de la noche.

Este soy yo: Eloy Tizón

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Originalmente publicado en Esquire no. 78 (PDF aquí)

ESCRITOR, 50 AÑOS, MADRID

> Leí a Octavio PazPiedra de sol (1960)— a los 16 años, y para mí fue un deslumbramiento absoluto notar lo que se podía hacer con el lenguaje y el nivel de implicación emocional que había en el poema. Fue una lección muy importante para mí, y una vez que aprendes algo así, la enseñanza te dura toda la vida.

> Poetas como Paz y César Vallejo me parecen figuras inalcanzables. Sin embargo, con modestia, intento seguir la senda que ellos marcaron: respeto y exploración del lenguaje hasta agotar las posibilidades casi musicales que tiene, ya que la poesía es prácticamente una cuestión de música.

> Si en tus historias predomina una atmósfera donde lo primordial es el lenguaje y el sonido, eso indica que te iniciaste en la poesía. Ese es justo mi caso. Lo que me fascinó de la literatura en un principio fue el resplandor verbal, y eso puede encontrarse en la poesía a un grado máximo.

> Escribir es como caminar por el filo de un cuchillo: siempre estarás rodeado de peligro. En cualquier momento podrías caer al abismo y encontrar dragones esperándote.

> También es salir de tu zona de confort. Con el tiempo todos desarrollamos ciertas habilidades y la tentación de repetirnos siempre está ahí. Sin embargo, hay que luchar contra eso. A veces empiezo a escribir un texto y lo abandono porque pienso: “Esto ya lo he hecho o he usado una voz parecida”. Para mí la felicidad se produce cuando aparece algo que no había hecho antes. Transitar por un lugar inexplorado te obliga a replantear tu manera de escribir.

> El reto de un escritor es crear algo distinto a lo que ya está hecho, pero sin que sea completamente marciano. Es decir, el terreno en el que nos movemos surge a partir de un diálogo entre la tradición y lo novedoso. Es como pisar arenas movedizas, porque no siempre es fácil dar un paso con firmeza.

> Hay cuentistas grandes y maravillosos como [Raymond] Carver o [Jorge Luis] Borges, pero cuando los lees no puedes dejarte atrapar por su órbita, porque entonces te convertirías en un imitador. Si te sucediera algo así, estarías perdido y sería tu muerte como escritor. Hay que admirarlos, pero sin llegar al punto en que sustituyan tu propia voz. El reto es tratar de digerir y asimilar a los clásicos sin dejarse abducir por ellos.

> Suelo ser bastante sintético al momento de escribir, así que un género que es menos extenso se adapta mejor a mi manera de entender la vida. Me parece difícil escribir una novela de 500 páginas porque la mirada y el aliento que tengo es menor. Eso no quiere decir que sea mejor ni peor, sino que uno debe descubrir en qué terreno se mueve y le es propicio, sin pretender convertirse en un escritor que no es.

> Siempre es complicado dar normas generales sobre un género, pero creo que un cuento debe producir —por llamarlo de alguna manera— una sacudida. Es decir, este género tiene que abandonar los lugares comunes, las estructuras consabidas y debe trazar un recorrido; por ejemplo, describir a un personaje que se expone a una intemperie en la que le pueden suceder situaciones incómodas o simplemente que haya algo que se agite en su conciencia y bulla. En resumen, debe haber una especie de forcejeo para producir vida y movimiento.

> Si tuviera que resumir mi proceso de escritura en una palabra, diría que está basado en el merodeo. Es decir, encuentro un tema, personaje o atmósfera que me interesa o me parece misteriosa por algún motivo, y a partir de ahí empiezo a rondarlo hasta que otros elementos se revelan. Sin embargo, necesito tiempo para eso. Escribo y a veces descarto lo que intuyo que no me llevará al fin que persigo, pero siempre hay mucho rodeo y divagación en torno a mis personajes.

> En mis cuentos no me interesa resolver un misterio, sino arroparlo. La vida es muy misteriosa y me gusta que la literatura lo conserve. No me gustan los textos que lo explican todo, en los que al final todo está claro. Creo que no es grave, ni el lector se siente estafado si algo queda en la penumbra y se le deja un poco a la imaginación.

> Si todo se revelara en un texto, como una habitación completamente iluminada, el lector podría sentirse un poco insatisfecho porque no habría podido poner nada de su parte. Es decir, en muchas ocasiones, el lector se introduce en el texto a partir de lo que los escritores no decimos, de los elementos que están ocultos. Por eso la escritura es un juego de dosificación y no es fácil encontrar una norma que diga “hasta aquí”. En consecuencia, a veces nos arriesgamos a ser crípticos y en ese estrecho margen es donde nos jugamos la validez de un texto.

> Soy muy respetuoso con las lecturas que hacen los demás, porque me he topado con interpretaciones que a mí no se me habían ocurrido de mis propios textos y que me han parecido muy brillantes. El hecho de que existan opiniones dispares es una de las riquezas de la literatura.

> Una vez una persona me dijo que mis cuentos le recordaban al fado, la música tradicional portuguesa. Fue un comentario muy bonito, porque recogía algo de la música y también la melancolía de mis textos.

Nota: El escritor visitó México en el marco de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara para presentar su libro de cuentos Técnicas de iluminación, publicado por Editorial Páginas de Espuma.

Un (anti) héroe estadounidense

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Originalmente publicado en Esquire no. 77 (PDF aquí)

Chris Kyle ha sido el francotirador más letal en la historia de la milicia de Estados Unidos: 160 muertes en total. ¿Qué hay detrás de un hombre que por pura convicción participó en cuatro misiones en la guerra de Irak? Clint Eastwood lo explora en su nueva y polémica película: American Sniper.

     A través de la mira de su fusil, Chris Kyle apunta a una mujer que lleva a un adolescente de 11 o 12 años de la mano. Está tumbado pecho tierra, oculto en la azotea de una casa en Irak. La musulmana lleva una granada rusa en la mano y está a punto de lanzarla a un tanque estadounidense. Kyle le dispara y ella cae. Años después, escribiría en su autobiografía, American Sniper (2012), sobre ese episodio: “Ya estaba muerta; sólo me aseguré de que no se llevara soldados estadounidenses con ella”.

     Bradley Cooper subió 20 kilos de músculo y entrenó con un francotirador militar para retratar a Kyle en el cine. Sin embargo, el reto de su interpretación —más allá de la transformación física— también fue capturar el conflicto de un hombre que dejó a su familia durante más de 1,000 días para pelear en la guerra que inició tras los atentados del 9/11. Por eso la película no es una glorificación más de la milicia estadounidense, sino una exploración de los conflictos personales y psicológicos de quien debe asesinar para cumplir con su deber.

    ¿Cómo se regresa a casa —a la normalidad— después de haber visto la guerra, después de haberse hecho a la idea de que uno debe matar para evitar morir? Esta es la pregunta que se repite una y otra vez en la nueva película que dirige Clint Eastwood. Basado en el libro homónimo que Kyle publicó hace dos años, este drama de acción además es protagonizado por Sienna Miller (como Taya, la esposa del militar) y llega a los cines de México este mes. Hablamos con Eastwood sobre la cinta.

ESQUIRE: ¿Qué lo convenció de aceptar dirigir esta película?
CLINT EASTWOOD: Cuando el estudio me llamó y me preguntó si me interesaba dirigir la película, estaba trabajando en otro proyecto, pero curiosamente leía el libro por diversión. Me daba curiosidad tanto la historia como el protagonista. Así que cuando me ofrecieron el trabajo, les dije: “Uf, bueno, déjenme terminar las siguientes 30 páginas y les devuelvo la llamada”. Luego tuvimos una junta, Bradley me llamó y me dijo: “Les gustaría que lo hicieras”. Y acepté.

ESQ: Antes de filmar conocieron a Taya, la esposa de Chris. ¿Cómo fue esa experiencia?
CE: Fue muy fuerte. El segundo día que la vimos se cumplía un año del asesinato de Chris [a quien le disparó un veterano de guerra en 2013, cuatro años después de que volvió de Irak], así que sobra decir que Taya no se encontraba bien. Sin embargo, se portó maravillosa. Simplemente hablamos con toda franqueza acerca de lo que pensábamos de ciertas cosas. Conocerla además fue útil para el proceso de casting, porque necesitábamos que quien la interpretara capturara su espíritu. Sienna Miller lo hizo muy bien. Desde la primera lectura hizo un gran trabajo y se deshizo de su acento británico.

ESQ: ¿Qué tan importante fue apegarse a los hechos reales al momento de transformar la vida de Chris en una película?
CE: Cuando nos tomamos alguna libertad fue porque quienes lo conocieron nos dijeron cosas como: “Bueno, no fue así, pero sí pudo haberlo sido. Tiene sentido con su vida”. Al final terminamos con algo que nos pareció realista y que consideramos que pudo haberle gustado.

ESQ: Y hablando un poco sobre Chris, ¿por qué cree que pudo haber deseado ir a la guerra en cuatro misiones distintas?
CE: Pienso que le gustaba cuidar a las personas y el liderazgo que eso implicaba. Supongo que sentía que era su deber. Trabajó mucho para convertirse en un Navy SEAL porque esos tipos son ciudadanos muy sólidos, no sólo en el sentido físico, sino también en cuanto a sus habilidades mentales. Participó en cuatro misiones incluso cuando tenía una maravillosa familia por la cual volver a casa. Es decir, pudo haber completado su primera asignación y decir: “Ya lo hice, al diablo”. Pero sintió que tenía que regresar por toda la gente que perdió en la guerra y que quería vengar. Sintió que aún tenía una misión por completar allá.

ESQ: ¿Cómo fue trabajar con Bradley?
CE: Soy admirador suyo y voté por él cuando estuvo nominado a un Óscar (en 2014). Bradley es uno de los mejores actores de su generación. Empezó a trabajar en filmes muy cómicos y fueron grandiosos. Sin embargo, es uno de esos actores que funcionan en comedia pero también en drama. Actores como él suelen tener un alcance más amplio que la mayoría. No habíamos podido trabajar juntos sino hasta ahora, y de hecho él fue quien me llamó para ofrecerme la oportunidad de dirigir American Sniper. Es estupendo porque es muy trabajador. Puede divertirse en el rodaje, pero nunca deja de pensar en la cinta. Uno podría llamarlo en la madrugada para preguntarle lo que sea y jamás diría algo como “te llamo mañana”, sino que empezaría a pensar en una respuesta en ese instante. No es que yo haya hecho algo así, claro [ríe].

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HULK AHORA SE LLAMA BRADLEY COOPER

Había dos razones para desconfiar de las virtudes histriónicas de Cooper: sus desvaríos en comedias como The Hangover (2009) y su (maldita) cara perfecta. Porque, claro, ¿qué podría entender de drama y sufrimiento un tipo que con ese look de Ken podría invitar a Barbie al cine? Sí es talentoso e hizo un buen trabajo como un perdedor y adicto en Limitless (2011), pero esa primera oportunidad dramática fue tan absurda que no se salvó ni con la actuación de Robert De Niro.

Su mejor idea fue aprovechar que está de moda elogiar el cine independiente y aceptó interpretar a un hombre recién salido de un hospital psiquiátrico en Silver Linings Playbook (2012). Y no sólo porque la historia era una buena mezcla de drama y humor ácido, sino porque así conoció al director David O. Russell, quien le dio el empuje definitivo de seriedad cuando volvió a trabajar con él en American Hustle (2013).

American Sniper es una gran película de acción. Y mejor aún: es el antídoto para quien todavía desconfía de Cooper y sólo se animaría a verla porque está respaldada por el talento de Eastwood. Para el papel de Kyle, Cooper se transformó en Hulk. Comía todo el tiempo para poder dar el peso. Y además está su actuación: cuando le dispara a una mujer o un niño, uno sufre y duda con él, pero cuando aprieta el gatillo queda claro que con esa misma determinación seguirá en busca de papeles para dejarnos claro que hay que tomarlo en serio.

El sonido del éxito

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Originalmente publicado en Esquire no. 77 (PDF aquí)

Entre los halagos que recibió Birdman destaca la nominación al Óscar por Mejor Edición y Mezcla de Sonido, de lo que fue responsable Martín Hernández. ¿Quién es este genio?

         Domingo. 6:00 a.m. Mediados de los 80. Martín Hernández —sonidista—, Alejandro González Iñárritu —director— y el resto de su equipo de producción salen a filmar una escena de Una flor amarilla, una adaptación del cuento de Julio Cortázar. Tienen veintipocos y estudian Comunicación en la Universidad Iberoamericana del D.F. La cámara Súper 8 de ‘El Negro’ —Iñárritu— y la grabadora de ‘El Gordo’ —Hernández— son prestadas. Llevan varios fines de semana dedicados a la revisión del guión, búsqueda de locaciones y filmación. Antes de la última escena, la cámara deja de funcionar. No hay dinero para repararla. Adiós cortometraje.

            Frustraciones aparte, ‘El Negro’ y ‘El Gordo’ decidieron colaborar juntos el resto de su vida. En la universidad hicieron trabajos en equipo para clases de Ciencia Política, Estética, Historia y Literatura. Quince años más tarde llegaron a Hollywood y a la fecha han recibido aplausos por Amores perros (2000), 21 Grams (2003), Babel (2006), Biutiful (2010) y Birdman (2014).

            El de Martín Hernández es un trabajo peculiar. Un diseñador de sonido es responsable de editar y sincronizar diálogos, de supervisar la regrabación de parlamentos en caso de necesitarlo, de generar ambientes y efectos de sonido: “Es como preparar una sopa: hay que agregar ingredientes poco a poco y mezclarlos para darle más consistencia y sabor”. El problema es que no todo el público lo sabe: algunos fanáticos de sus películas se han acercado a él para felicitarlo porque “les gustó mucho la música” de la cinta.

            Aunque podría hacerlo, ‘El Gordo’ no se dedica a componer bandas sonoras para el cine. Su trabajo con ‘El Negro’ empieza cuando se termina la versión final del guión: “Me lo da, lo leo y luego intercambiamos puntos de vista. Es el inicio de una conversación que me sirve como guía para saber en qué voy a trabajar”. Entonces comienza un proceso creativo para encontrar una gama de sonidos que “envuelva” la película y tenga sentido con la trama y los protagonistas.

            Su trabajo es como el de algunos superhéroes: invisible para la mayor parte de la gente. Desde un pequeñísimo estudio —más pequeño que la cabina de W Radio, la estación de radio para la que trabaja en el noticiero Así las cosas— revisa su biblioteca de sonidos. Se cuestiona si lo que ya tiene grabado funcionará para darle una carga emocional a su película o si debe registrar algo nuevo: “Algunos de mis amigos lo llaman ‘sonogenia’. Eso implica que el sonido debe tener la misma genética que la imagen”.

            A Martín Hernández no le importa ser invisible. Al contrario: como buen experto de sonido sabe que sólo cuando el audio de la cinta deja de ser notorio —por la perfecta fusión que creó con la historia—, puede presumir que su trabajo estuvo bien hecho. Tampoco le preocupa tener un trabajo alejado de sus colaboradores en las locaciones y sets. La suya puede ser una labor solitaria, pero requiere de la misma dedicación que los cortos de sus años universitarios. Por ejemplo, para grabar el sonido de una de las escenas de Birdman en la que Michael Keaton sale borracho de un bar en la madrugada y camina por Broadway, Martín deambuló por las calles de Los Ángeles entre las 4:00 y las 10:00 de la mañana. En la mano llevaba grabadora y micrófono. Registró el sonido de autos ermitaños, el golpeteo de una coladera y los primeros autobuses escolares al amanecer. En sus desvelos aún se apasiona con los sonidos de una vida tan cotidiana que sólo un par de oídos expertos no se permite ignorar.

Este soy yo: Irvine Welsh

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Originalmente publicado en Esquire no. 76 (PDF aquí)

ESCRITOR, 56 AÑOS, EDIMBURGO, ESCOCIA

> Hay ocasiones en las que ni siquiera mi mujer entiende lo que digo [su acento es escocés y su esposa es estadounidense]. Sin embargo, no creas que hablo así a propósito, ni para hacerlos pasar un mal rato. Simplemente digo algo y, como nadie me entiende, todo el mundo pregunta: “¿Qué? ¿Qué? ¿Qué carajos dijiste?” [ríe].

> Amo escribir. Me hace sentir como un niño que ya sabe valerse por sí mismo y que se aísla para poder pintar, dibujar y escribir. Es casi una justificación. Sólo tengo que decir: “Soy escritor. Esto es lo que hago”. Escribir es lo que me permite ser una criatura antisocial.

> En los años 90 estuve en una posición única porque me transformé en una estrella inusual. Se suponía que era escritor, pero a la vez era un músico fracasado. Creo que fracasé como músico porque lo que siempre quise fue permanecer en un sitio donde pudiera ser anónimo. Y eso fue lo más difícil de enfrentar cuando tuve éxito [tras la publicación de Trainspotting, en 1993]: la pérdida de ese anonimato.

> Conocer actores me ha ayudado mucho. Su mentalidad no es parecida a la de los escritores, pero como llevan a cabo una interpretación en un escenario, te enseñan cómo lidiar con la mirada pública sin morir de miedo. Lo que sucede con los escritores es que no queremos ser conocidos porque lo que importa es nuestra obra. No quiero que me conozcan personalmente, sino que conozcan mis libros.

> Es difícil hablar con la gente acerca de tus libros, porque alguien puede llegar a decirte cosas como: “¿Entonces esto se trata de cómo la década pasada se transformó por completo en el marco del neoliberalismo y la globalización?”. Y yo sólo digo: “Carajo… sí, ok, tienes razón, pero pensaba que [la historia] sólo se trataba acerca de un tipo en busca de heroína”.

> Mi nuevo libro [Skagboys] abarca un espacio intermedio entre el arte y los deportes. Ambas disciplinas me enloquecen, pero creo que la sociedad jode a la gente cuando la somete a una elección entre lo artístico y lo deportivo. Deberíamos de poder sentirnos apasionados por ambos. Cualquier niño debería tener la libertad de ser un aficionado al futbol y al boxeo, y de pronto desaparecer para irse a su cuarto a pintar sin que sus padres piensen: “¿Qué carajos le ocurre?”.

> He pasado dos meses pensando en ese panorama jodido. A la sociedad sólo le preocupa la gente que obtiene buenas calificaciones y ese tipo de cosas. Si eres disruptivo, te llevan al límite, y como soy justo así, escribir me permite volver a estar en contacto con quien realmente soy: básicamente, un maldito insensato e idiota [ríe].

> Disfruto mi trabajo. No sufro ni pertenezco al estereotipo del “escritor torturado”. Hay un millón de libros que me gustaría escribir. Algunos surgen con facilidad y otros no. Una de las cosas que odio como escritor es cuando alguien se me acerca y me dice: “Tengo esta historia para ti, deberías escribirla”. Mi problema no es la falta de ideas, sino que me cuesta trabajo sentarme a escribirlas.

> Constantemente me reencuentro con mis personajes para hablar con mis lectores y con la prensa. Es extraño porque cuando terminas de escribir un libro imaginas que ese será el final de todo. Sin embargo, te pongo un ejemplo: mi siguiente libro se publicará en febrero en Estados Unidos y en abril en el Reino Unido, pero terminé de escribirlo hace un año. En México aún no sé cuándo, porque todavía estoy buscando alguna editorial para hacer la traducción. Y la cosa es que en Francia, Italia y Alemania todavía estoy haciendo giras para promocionar el anterior. El problema de todo esto es que, como ya estoy trabajando en el libro nuevo, los viejos se me olvidan, y es muy difícil volver a ellos una y otra vez.

> A veces me gusta involucrarme en el proceso de traducción de mis libros, porque funciona como un ejercicio de memoria. Sin embargo, también hay algunas ocasiones en las que no puedes evitar decir: “Este tipo es un pobre idiota, no tiene idea de lo que habla”.

> Escribir un guión es muy distinto a escribir una novela. El proceso del primero es social, porque implica que debes lidiar con directores y productores. Es un trabajo colaborativo. O incluso si sólo eres el autor de un libro que se adaptará al cine, te obsesionas por completo con el proceso.

> Cuando me obsesiono con algo es muy difícil que lo deje ir. Primero pienso que podré seguir adelante, recuperar mi
vida normal y entrar a la siguiente etapa, pero en realidad no logro “divorciarme” de las cosas por completo. ¿Entiendes lo que digo?

> Tengo muchos amigos escritores que encajan con el estereotipo clásico del escritor. Algunas veces les escribo un e-mail para felicitarlos por los libros tan jodidamente buenos que publicaron con sus editoriales.

> Si eres un novelista debes dejar que tu inconsciente intervenga, que haga el trabajo pesado, para que no todos tus textos traten acerca de ti.

Domhnall Gleeson no es otro típico actor hollywoodense

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Originalmente publicado en Esquire no. 76 (PDF aquí)

Si te estás preguntando quién diablos es ese tal Domhnall, la respuesta es fácil: en enero de 2015 estrena Unbroken, escrita por los hermanos Ethan y Joel Coen, y dirigida por Angelina Jolie; en diciembre lo verás en Star Wars: Episode VII, y mientras lees esto trabaja en The Revenant, el nuevo proyecto del mexicano Alejandro González Iñárritu. Este actor irlandés está listo para dejar los papeles secundarios.

    Cuando Domhnall Gleeson se arrepiente de algo que acaba de decir, se lleva las manos al pelo y esconde la cabeza como un niño a quien su madre ha sorprendido haciendo una travesura. No aparenta ser perfecto ni tendría por qué hacerlo. Sufre de la misma inseguridad que le afloja las piernas a quien está cerca de la chica que le gusta y parece el clásico chico que derramaría el bronceador si una rubia en bikini, tumbada bajo el sol, le dijera: “¿Me ayudas a ponerme en la espalda, por favor?”.

     Domhnall Gleeson no tomaría a Kate Winslet de la cintura mientras la voz de Celine Dion derrite icebergs y el Titanic se desliza por el Atlántico. No es el legítimo dueño de un martillo volador ni tiene los pectorales que convencerían a Natalie Portman de mudarse con él al reino de Asgard. Lejos de ser un galán de blockbusters y un héroe de cómics, es un tipo larguirucho de pelo anaranjado, con la pinta inocente de quien podría pasar una tarde viendo caricaturas.

     A sus 31 años, este actor irlandés no busca la fama. Incluso durante un tiempo se resistió a trabajar con su papá, el también actor Brendan Gleeson, para poder hacerse de un nombre propio. A la larga aparecieron juntos en filmes como Harry Potter and the Deathly Hallows (2010) y Calvary (2014), pero nunca con el fin de que el padre fuera la pista de despegue del hijo, sino porque ambos comparten el gusto por las buenas historias.

    A Domhnall Gleeson no le importa aceptar un papel secundario siempre que el proyecto lo vuelva loco. Cuando se enteró de que los hermanos Coen preparaban True Grit (2010), un western protagonizado por Jeff Bridges y Matt Damon, no descansó hasta conseguir una participación en la cinta. Años después, cuando decidió que algún día trabajaría con Terrence Malick, le hizo un interrogatorio a Rachel McAdams —su coestrella en About Time (2013)— acerca de cómo fue trabajar con él en To the Wonder (2012). Este mes aparecerá en Unbroken por el mero hecho de trabajar con tres de las mentes más cotizadas del cine: los hermanos Coen y Angelina Jolie.

     En la cinta que dirige la esposa de Brad Pitt, Gleeson interpreta a Phil, un piloto que tras un bombardeo acaba flotando en la misma balsa que el atleta Louis Zamperini (Jack O’Connell) antes de ser capturados por militares japoneses durante la Segunda Guerra Mundial. La película está basada en Unbroken: A World War II Story of Survival, Resilience and Redemption (2010), libro de Laura Hillenbrand que desde su publicación escaló a los primeros lugares de las listas de popularidad de Publishers Weekly y la revista Time.

    El currículum de Gleeson es breve, pero ningún título debería generarle algún arrepentimiento. Cuando cumplió 19 se debatía entre la escritura y el teatro, y dice que desde que eligió lo segundo —su carrera despegó en los escenarios de West End y Broadway— es tan feliz como el personaje que interpreta en About Time: un hombre que no necesita viajar en el tiempo para revivir lo mejor de su pasado, porque ama y disfruta su presente.

    Aunque Unbroken fue una de las cintas favoritas de la crítica en 2014 —en Europa y Estados Unidos se estrenó en diciembre pasado—, Gleeson sigue siendo un chico tímido que se pone nervioso antes de una audición y se sonroja cuando un fan o un periodista elogia su trabajo. Dice que todavía no puede hablar de que la fama le haya cambiado la vida, pero durante una entrevista que concedió el año pasado junto a Michael Fassbender por el estreno de la cinta animada Frank (2014), el también irlandés le aseguró frente a la cámara: “Ya te cambiará. Pronto tendrás tu propia figura de acción de Star Wars”.

     Y Fassbender tiene razón.

ESQUIRE: ¿Unbroken es el sueño hecho realidad de cualquier actor?
DOMHNALL GLEESON: Claro, aunque creo que el verdadero sueño es trabajar con el mejor equipo posible. Es lo que te hace crecer, aprender más y trabajar mejor. Cuando leí el guión que me mandó mi agente me emocioné mucho. Luego supe que Angelina dirigía y después me enteré de que Roger Deakins (A Beautiful Mind, 2001) sería el director de fotografía. Él es un héroe para mí. Creo que hace el trabajo más hermoso del mundo. Como verás, con cada cosa que me decían, el proyecto pintaba mejor y mejor.

ESQ: ¿Qué tanta investigación hiciste para interpretar a Phil, tu personaje?
D
G: Mucha. Angelina me mandó varias cosas. Además me puse en contacto con Laura [Hillenbrand, la autora del libro], y ella me mandó una caja llena de información sobre él: recortes de periódicos con noticias acerca de su vida y las cartas de amor que le escribió a su prometida. Como mi personaje era el piloto de un avión, leí acerca de la estructura en el ejército para comprender qué tan importante era su trabajo y cómo hubiera lidiado con otros hombres. Por último, logré hablar con Karen, su hija. Tuvimos dos conversaciones telefónicas extensas y así supe que era un hombre muy callado y reservado, amigable pero discreto.

ESQ: ¿Qué puedes decirme de Angelina?
DG: Es todo lo que esperarías y más. Es una persona muy segura de sí misma, muy fuerte y artística. Gracias a esta experiencia me di cuenta de que es grandiosa para confiar en las personas y escoger al equipo correcto. Tuvo conversaciones profundas con todos para darnos confianza una vez que estábamos en el set y obtener lo mejor de nosotros.

ESQ: Cuéntame una anécdota de algo que haya sido especial para ti durante el rodaje de Unbroken.
DG:
Pasé mucho tiempo con Jack [O’Connell] y Finn [Wittrock] antes de empezar a filmar, porque los tres estuvimos a dieta al mismo tiempo, así que eso nos unió mucho. Hablábamos mucho sobre comida y sobre todo de lo que nos comeríamos una vez que termináramos el rodaje [ríe]. Angelina nos escuchaba y le parecía muy gracioso. Todo el tiempo se reía de nosotros. Recuerdo un día en que fue cumpleaños de Finn: le llevaron un pastel enorme y recuerdo que eso me pareció malévolo, porque no podría comerlo. Pero cuando le pidieron que partiera una rebanada, nos dimos cuenta de que en realidad era un globo cubierto de crema y explotó. Nunca había visto una muestra de humor tan cruel, porque los tres salivábamos viendo el pastel y al final lo vimos volar en pedazos. A lo que voy con esto es que se creó una atmósfera grandiosa en el set. Y después, cuando ya no teníamos que estar a dieta, fue increíble porque podíamos salir juntos a comer y tomar unos tragos.

ESQ: ¿Qué tan distinto es interpretar a un personaje ficticio de uno inspirado en la vida real?
DG: El verdadero reto es encontrar el lado humano del personaje y una estrategia para retratarlo. Siempre tratas de buscar el potencial dramático de tu papel. En este caso siento que tengo una gran responsabilidad porque mi personaje fue un héroe que nunca habló con la prensa porque no le interesaba la fama: lo único que quería era una vida discreta. De hecho, la primera conversación que tuve con Angelina cuando leí el guión fue sobre eso: como mi personaje no habla mucho, me preocupaba comprender bien su personalidad. Ahora lo que espero es que quien vea la película tenga claro que estamos ante la fuerza de un hombre maravilloso.

ESQ: ¿Qué buscas en un papel?
DG: Me encanta el cine, me encanta ver películas y me encanta filmar, así que lo que quiero es ser parte de una gran historia. No suelo sentarme a esperar a que aparezca un protagónico; simplemente quiero formar parte de algo que valga la pena contar.

ESQ: ¿Lo que hoy te apasiona de la actuación es lo mismo que te gustaba cuando apenas iniciaba tu carrera?
DG: Mmm, es muy interesante. Nunca me lo había preguntado. Déjame pensar… Creo que sí. Creo que esencialmente todo se reduce a lo mismo. Ahora preparo mis personajes de un modo distinto y quizá trabajo con mucho más esmero en todo lo que ocurre antes de que empecemos a filmar, pero creo que sí: esencialmente, lo que más me emociona es lo que sigue después de que el director grita: “¡Acción!”. Es decir, cuando estás a punto de filmar una gran escena, porque si tienes un guión francamente bueno sabes que será un momento muy interesante, que está por surgir una chispa que te dará la posibilidad de hacer algo que funcione de verdad. La adrenalina que eso supone es adictiva. Creo que lo que amo es lo mismo que descubrí cuando tenía 19 años y trabajé en mi primera obra de teatro [The Lieutenant of Inishmore]. Esos momentos no ocurren todo el tiempo ni en todos los sets, pero tienes que esforzarte a diario para conseguirlos. Siempre hay que tener la disposición para que surjan cualquier día durante un rodaje.

ESQ: ¿Cómo ha sido trabajar con tu papá? [el actor Brendan Gleeson]
DG: ¡Grandioso! No diré que es uno de mis actores favoritos porque sea mi papá, sino porque estar con él en un set es un privilegio. Por suerte, he podido hacerlo varias veces: en Harry Potter and the Deathly Hallows (2010), en Studs (2006), en un corto llamado Six Shooter (2004) y en una obra de teatro que protagonizamos en diciembre. Esta última me emocionó mucho porque en ella también participó mi hermano [Brian], y noche tras noche estuvimos juntos en el escenario interpretando a una familia con uno de los guiones más locos que he leído [The Walworth Farce, de Enda Walsh]. Así que creo que soy una persona muy afortunada. Por cierto, te recomiendo muchísimo una película que se llama Calvary (2014). No sé si ya se haya estrenado en México, pero creo que es la mejor actuación que mi papá ha dado hasta ahora. Es absolutamente maravillosa. Tuve la fortuna de hacer una escena con él y fue uno de los mejores días de mi vida. Fue algo eléctrico y me encanta trabajar con él.

ESQ: ¿Cómo cambia tu experiencia al actuar en teatro y en cine?
DG: Lo que sucede es que en el cine todo gira en torno a construir tu personaje hasta llegar al momento de la filmación. Es decir, frente a una toma, debe producirse la chispa de la que te hablaba. Entonces, si algo sale bien a la primera, ya no tienes que repetir la toma desde diferentes ángulos, pero si te equivocas sabes que no pasa nada. El teatro es muy diferente. Hay veces en las que sigues un guión que no se modifica y las cosas salen bien y ya. Sin embargo, hay otros momentos en los que puedes superar eso y se queda un sentimiento en el aire, entre la audiencia, de algo que va más allá. La obra que interpreté cuando tenía 19 años estuvo cinco meses en escena en West End, Londres, y luego ocho meses en Broadway, Nueva York. Nunca me aburrió. Estaba tan excepcionalmente bien escrita que era graciosa, violenta e interesante a la vez. Era un gran trabajo que siempre me entusiasmó. Eso es lo que busco en el teatro, y por eso Martin [McDonagh] es uno de mis dramaturgos favoritos.

ESQ: ¿Hay algo que me puedas decir sobre la nueva película de Star Wars?
DG: Te puedo decir que es la séptima película y que J.J. Abrams ala dirige [ríe, porque hasta ahora los detalles de la producción son secretos]. Además de eso te puedo decir que ya hicimos una primera lectura y formar parte de ella fue un éxtasis. Me encanta que todos los sets son reales. Es decir, no usaron pantallas verdes para que todo fuera animado. No te puedo decir qué tan importante será mi papel, pero ya se irá divulgando esa información. Hasta ahora me la he pasado de maravilla en el proyecto y creo que J.J. es fantástico y nadie más puede hacer lo que él hace. Mucha gente intenta ser como él y hacer películas como las suyas, pero la energía y el compromiso que él entrega y la manera en que cuenta una historia son brillantes.

ESQ: El personaje que interpretaste en About Time aprende que hay que vivir feliz con el presente. ¿Tienes algo en común con él?
DG: Claro, creo que para disfrutar lo cotidiano el trabajo ayuda mucho. He tenido oportunidades que nunca imaginé que tendría, pero más allá de eso lo importante es confiar en películas que puedan ser grandiosas. ¿Me explico? La posibilidad es lo que debe bastar, porque no existen las garantías. Además, mi familia y mis amigos me hacen muy feliz. Creo que te di una respuesta aburrida, pero en verdad creo que todo se trata de pensar como el personaje de About Time: estar con la gente que amas y hacer lo que te hace feliz. Por cierto, me da mucho gusto que te haya gustado. Me emociona mucho que la gente me diga que disfrutó esa película en particular.

Foto: Universal Pictures

Este soy yo: Alberto Salcedo Ramos

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Originalmente publicado en Esquire no. 75 (PDF aquí)

PERIODISTA, 49 AÑOS, BARRANQUILLA, COLOMBIA

> Hay que generar memoria. No tengo autoridad para emitir juicios sobre la cobertura que los colegas mexicanos han dado al caso de Ayotzinapa, pero me parece que son periodistas valientes y que muchos de ellos han corrido riesgos con tal de hacer visible esta situación.

> Siempre he dicho que en Colombia hay mejores periodistas que medios, y esto es válido para toda América Latina. Siempre ha habido alguien que levante la voz para denunciar y ser capaz de contar algo que le genera asombro.

> Me sorprende visitar México y escuchar lo que me cuentan los periodistas, porque siento que no estoy descubriendo historias sino redescubriéndolas, que me están platicando algo que ya viví en mi país. La guerra del narcotráfico es una calca del conflicto que hubo y que sigue habiendo en Colombia.

> Hoy los narcos han aprendido a bajar el perfil, pero el problema continúa por una razón muy sencilla: mientras haya alguien que explaye las fosas nasales en demanda de droga, habrá alguien que la proveerá.

> Lo único que provoca una guerra represiva contra el narcotráfico es más narcotráfico, con el agravante de que además se produce barbarie y terror. Los países productores ponen la droga y la sangre, mientras que los países consumidores ponen las fosas nasales y el dinero.

> Ciertos fenómenos sociales necesitan perspectiva histórica. Cuando ésta no existe, simplemente se hace periodismo “en caliente”, de corto plazo, donde el periodista no contribuye a que la gente entienda lo que está pasando. No basta con informar: hay que ayudar a entender un problema. Ese es el tipo de periodismo que hay que hacer.

> Hay una frase de mi abuelo que me encanta y que uso como mandamiento de vida: “El que quiere besar, busca la boca”. Hay que hacer la gestión y comprometerse: si eres periodista y quieres contar historias, no puedes esperar a que un medio diga que quiere apoyarte. Si te pones a esperar eso, te vas a morir sin poder contar nada.

> El periodismo es un compromiso individual. He conocido a montones de colegas que me dicen que quieren contar algo, pero cuando les pregunto dónde está la historia me responden que no la tienen. Dicen que están esperando a alguien que les diga: “Aquí están las páginas, escribe”. Pero eso nunca va a pasar. Eso sería como ponerse debajo de un árbol con la boca abierta y esperar a que un mango se desplome. Eso sólo pasa en los cuentos de hadas.

> Siempre me han interesado las mismas historias: aquellas en las que se ven los conflictos del ser humano. La tragedia que golpea a mi comunidad y que también es mi tragedia. Además me gustan las historias relacionadas con la cultura popular, la comida, la música y la vida de un contador de cuentos callejero, un payaso o un mimo. Me interesan mucho los personajes que podría encontrarme en la tienda de mi barrio si fuera a comprarme un chicle. Me gusta el tipo de individuo que parece heroico por lo ignorado que es.

> Hay una definición de periodismo que me encanta, de Gilbert Chesterton: “El periodismo consiste en decir ‘Lord Jones ha muerto’ a gente que no sabía que Lord Jones estaba vivo”. Pienso que el trabajo de un periodista consiste en contarle a la gente quién es Lord Jones antes de que Lord Jones se muera.

> Hoy me gusta más releer que leer. Estoy en un momento en el que suelo deshacerme de libros en lugar de atesorarlos. Descubrí que los libros tienen vida propia y crecen de manera perniciosa. En este oficio viajo mucho, y al volver tengo una desazón, porque la maleta pesa más que el avión en el que voy a viajar. He comprendido con tristeza que no puedo leer todos los libros que la gente quisiera, y por eso tengo que escoger. Creo en la posibilidad de que un lector se encuentre con un libro espontáneamente, lo reconozca y lo haga parte de su vida.

> Busco un periodismo que cuente lo que ocurre, en el que todo sea verificable. [Gabriel] García Márquez decía: “Una gota de ficción contamina un océano de realidad”. Entonces, hay que evitar esa gota de ficción. En el periodismo narrativo estamos cerca de la ficción en la forma, no en el fondo, porque la realidad es la que nos provee los hechos que contamos. Por eso digo que una crónica es un cuento con datos reales.

> No hay nada peor que un perro viejo, porque se vuelve descarado, cínico y ya no se quiere levantar para ladrar y morder. Siempre les digo a mis amigos editores que me ayuden a no convertirme en ese perro viejo, que me tiren piedras y me espanten cuando vean en mí una actitud que les parezca similar.

> El cumplido más lindo que me han hecho fue de una persona que no había leído mi trabajo. Me lo dijo la hija de un gran amigo mío, periodista, que se llama Gustavo Arango. Cuando ella tenía 12 años su padre me invitó a comer a su casa. Mientras yo hablaba, la niña me escuchó. Entonces se acercó y me dijo: “Oye, Salcedo Ramos, ¿tú por qué eres tan divertido?”. Eso me encantó, porque la niña no necesitó leerme. Le dije a su papá: “Quiero creer ese piropo de tu hija. Quiero creerlo”.