Andy Serkis: el héroe de las mil caras

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Originalmente publicado en Esquire no. 70 (PDF aquí)

            Andy Serkis podría ser la envidia de Brad Pitt. Es actor —como Pitt—, ha trabajado en películas hollywoodenses millonarias —como Pitt— y es un hombre de familia que acaba de cumplir 50 años, también como Pitt. Sin embargo, Serkis puede hacer algo que el marido de Angelina Jolie sólo sueña: salir a la calle sin ser devorado por paparazzi y caminar con sus hijos de la mano.

            Andy dice que es un hombre afortunado y que posee lo mejor de dos mundos, pero moverse entre las cámaras de cine y el anonimato no es algo gratuito. Aunque es uno de los mejores actores de su época, pocos lo identifican por su nombre. Eligió una vida que remite a los orígenes del teatro, en la antigua Grecia, porque sólo así aseguraría que su capacidad interpretativa —y no su imagen o su fama—  fuera lo primordial en su carrera. Él no es un hombre con suerte, sino un actor que optó por un camino que nadie imaginaría para una estrella de filmes que recaudan más de 300 millones de dólares: el de la vida detrás de una máscara.

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            Es fácil encontrar a Andy Serkis en un set de filmación. Lo más probable es que sea el único vestido con un traje parecido al de un buzo, un casco parecido al de un minero y unos guantes parecidos a los de un guardameta. Cualquiera diría que está disfrazado. Él dice que no, que al contrario, que cuando actúa siempre debe imaginar su disfraz. Y tiene razón. A su alrededor han caminado elfos y han danzado nativos, pero cuando él se mira al espejo durante un rodaje, no observa a Kong ni a Godzilla, sino el reflejo de sí mismo vistiendo lo de siempre: una entallada prenda de látex negro y un casco con el que parece que viajará al centro de la Tierra.

            Para ciertos actores, esperar a que concluya su proceso de caracterización es un acto de paciencia budista. La primera vez que Jennifer Lawrence interpretó a Mystique, en X-Men: First Class (2011), estuvo ocho horas sentada en una bicicleta mientras el departamento de maquillaje coloreaba su piel de azul. Cuando Andy Serkis interpretó al simio de Rise of the Planet of the Apes (2011), pasó semanas en cuclillas, arrastrándose y rugiendo como primate, sin saber cuál sería el aspecto final de su personaje. La piel rugosa, el maxilar protuberante, el pelo y los ojos verdes aparecieron después, cuando el equipo de animación terminó su labor en posproducción.

            Andy siempre se ha sentido fascinado por las metamorfosis. “Nací con la idea de crear personajes y transformarme. Cuando empecé a trabajar en teatro me integré a una compañía en la que tuve que montar 14 obras. Ensayaba de día y actuaba de noche. Me maquillaba y hacía todo solo, así que desarrollé un verdadero amor por el arte de la transformación.”

            Andy aprendió a crear personajes desde su niñez. Nació en Inglaterra, pero por el trabajo de su padre —un médico iraquí radicado en Londres— pasó diez años viajando a Medio Oriente. En esa etapa de su vida comprendió la importancia de apoyar a las minorías y conoció la ira ante la injusticia. Cuenta que su padre siempre trabajó en favor de gente necesitada, que construyó un hospital civil en Irak y que a pesar de haber sido capturado por el dictador Saddam Hussein, continuó defendiendo sus creencias. Mientras tanto, su madre se las arreglaba para trabajar en una escuela de niños discapacitados y cuidar de Andy y sus cuatro hermanos.

           Cuando entró a la universidad, Andy se volvió socialista y estudió Artes Visuales, pero abandonó la pintura y la política para convertirse en actor. Siempre ha pensado que el teatro tiene un potencial transformador porque cuestiona estereotipos, propone discursos, tiene el poder de humanizar a un villano y explorar qué es lo que lo motiva a comportarse como tal. Hoy lleva casi 30 años actuando detrás de una máscara porque no persigue la mirada pública, sino el sueño de que su actuación transforme una vida y no sea mero entretenimiento.

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            Hay una maldición que persigue al protagonista de Dawn of the Planet of the Apes: el riesgo de que el público lo confunda con una caricatura. Sus personajes no se crean como los dibujos animados, pero ¿cómo lograr que eso quede claro? Andy es el mejor en lo que hace porque nadie lo había hecho antes y todo empezó cuando el director de la trilogía de The Lord of the Rings, Peter Jackson, le dijo: vamos a crear un personaje con un sistema de sensores —el traje de buzo y el casco de minero— que registren tus movimientos en una computadora.

            El sistema copia y reproduce la actividad del cuerpo como haría la aguja de un sismógrafo con un temblor. Si Andy sonríe, la curvatura de unos labios aparece en pantalla. Si enloquece, un par de ojos desorbitados y una mueca de agonía se duplican en formato digital. Los animadores a cargo de la caracterización de los personajes que interpreta detallan el color y la textura de la piel, agregan o restan pelo u otros rasgos animales, pero la voz, actitud y emotividad son 100 por ciento de Andy.

            El actor se inició en la técnica de performance capture en la primera cinta de la trilogía, en 2001. En ella interpretó a Gollum, una criatura esquizofrénica y solitaria cuya obsesión por un anillo se transforma en su desgracia. En un principio Andy sólo sería actor de doblaje y participaría en la producción durante tres semanas, pero cuando Jackson lo vio actuar decidió reescribir el guión. El video con el que Andy audicionó deja claro por qué: el británico parece un psicópata. Bajo una chamarra negra de piel, suda y respira con dificultad. Tiene los pelos parados, y descompone su rostro como si lo estuvieran quemando con un hierro al rojo vivo.

            Sin importar el papel que interprete, Andy termina por fundirse con sus personajes. Cuando concluyó el rodaje de Rise of the Planet of the Apes, el editor de sonido dijo que no podía diferenciar los rugidos del actor de los de simios de verdad. El plan nunca fue que Andy copiara los bramidos de un primate de carne y hueso, pero cuando uno de los asistentes le pidió que bajara el volumen de sus vocalizaciones para poder registrar el diálogo del resto de los personajes, el actor respondió: “¡Este es mi diálogo!”. Andy no sólo quería rugir como un simio, sino sentirse como tal.

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            Antes de iniciar el rodaje de un filme, el actor promedio recibe un guión, memoriza sus diálogos y se familiariza con la historia. Dustin Hoffman, por ejemplo, es célebre por los métodos que emplea para involucrarse con sus personajes: cuando hizo All the President’s Men (1976), se fue a vivir un mes a casa del periodista Carl Bernstein, con el fin de hablar y comportarse como él. Luego, para Marathon Man (1976), llegó al set tras pasar tres noches en vela, pues el libreto decía que su personaje debía lucir como un hombre que había pasado tres noches sin dormir.

            En 2004 Andy Serkis recibió el guión de King Kong y su reto fue convertirse en un gorila de 50 metros que, por supuesto, no hablaba. Andy se puso a trabajar. Observó horas y horas de documentales de National Geographic y Discovery Channel. Pasó semanas en el zoológico de San Diego, en California, y otras tantas frente a la jaula de cuatro gorilas del zoológico de Londres. Viajó a Ruanda a escondidas de Peter Jackson —quien dirigió la cinta y le prohibió salir, preocupado por su seguridad— y estudió a esta especie en las montañas. Tomó apuntes. Hizo dibujos. Se involucró de tal manera que mientras estuvo en Londres creó un lazo con una hembra llamada Zaire y soportó que Bob, el macho alfa de la comunidad de gorilas en cautiverio, le lanzara piedras a su cámara mientras los fotografiaba.

            Andy se obsesiona con sus personajes porque su reto no sólo es aprender sus movimientos para mimetizarlos, sino encontrar su personalidad. Cuando se preparaba para interpretar a Gollum, concluyó que su tarea sería internarse en la mente de un adicto, en una criatura que estaba entre un junkie callejero y un sobreviviente de un campo de concentración. “Antes de interpretar a un personaje, te debes preguntar: ¿qué puedo decir de la condición humana a través de este papel? Cuando empecé a trabajar en Kong entendí que los gorilas tienen personalidades individuales. Para mí, la esencia de Kong es la soledad, y eso era lo que debía transmitir: su aislamiento. Es casi como un psicótico solitario que lo único que hace es tratar de sobrevivir en un ambiente en el que todas las criaturas que lo rodean asesinan para lograrlo.”

            Y así, inmerso en el mundo de los primates, Andy comprendió lo que a nadie le pasa por la cabeza cuando se sienta a ver la historia del gorila: a pesar de que vive en una isla en la que se ofrecen sacrificios en su honor, Kong es un animal que sufre. Es un ermitaño, y por eso la relación que establece con la rubia Ann Darrow lo cambia para siempre.

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            Si hay algo que molesta a Andy Serkis es que confundan a dos de sus personajes más queridos con changos. Él vio documentales, visitó zoológicos y estuvo en África. Sabe que Kong es un gorila y que César es un simio. Además,  conoce la psicología de ambos: la herida de Kong es la soledad; la de César, el deseo de pertenencia.

            La historia del personaje que interpreta en su nueva película se originó hace medio siglo. En 1968, Charlton Heston protagonizó The Planet of the Apes, un filme de ciencia ficción inspirado en la novela homónima de Pierre Boulle. En ella se narra la aventura de un astronauta que cae en un planeta habitado por simios inteligentes y luego descubre que en realidad viajó al futuro, donde los primates tienen el control del mundo y los humanos son esclavos. Si bien la trama es descabellada, la película fue un éxito, y en los siguientes años se produjeron cinco secuelas, dos series de televisión y un remake a cargo del célebre Tim Burton.

            En 2009 terminaron el guión de una precuela. Rise of the Planet of the Apes inicia con la historia de Will (James Franco), un científico en busca de la cura para el Alzheimer cuyo laboratorio experimenta con simios. En un accidente, la madre de una cría muere y así es como Will adopta a César, cuya inteligencia es motivo de orgullo: sabe comer con cubiertos, dibujar y hablar con señas. La pesadilla inicia cuando César ataca a un vecino, lo confinan en un refugio para primates y piensa que Will lo abandonó. En venganza, César huye de la prisión, roba la cura del laboratorio de Will y la disemina: sabe que es tóxica para los humanos pero que multiplica la inteligencia de los simios.

            Dawn of the Planet of the Apes inicia diez años después, cuando pareciera que la vida se ha apagado en San Francisco y la ciudad se ha transformado en una jungla. “En las manos equivocadas, la película podría ser un desastre. Matt [Reeves] fue el director ideal porque se enfocó en expresar un comentario social, en hablar de la humanidad. El trabajo más importante de un director es llegar al corazón de algo”, dice el actor.

        Andy lleva décadas dejándose conmover por César. Dice que si no le entusiasmara, no habría accedido a interpretar a un simio a su edad. Además, claro, está el asunto tecnológico. Andy aceptó integrarse a esta nueva cinta porque la producción de Dawn of the Planet of the Apes hizo algo inédito: es la película que más performance capture ha empleado en la historia del cine  y prácticamente todas las escenas se filmaron al aire libre. Para lograrlo, los diseñadores de producción pasaron más de cinco meses construyendo una aldea animal en un parque de diversiones abandonado en  Nueva Orleans y cientos de animadores trabajaron más de un año en el perfeccionamiento de 1,200 tomas de actores comportándose como simios. En esta película no hay un solo primate artificial: detrás de cada uno de los que aparecen en pantalla hubo un actor en traje de buzo y casco de minero.

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            Es fácil notar un paralelismo entre César y Andy Serkis. A su manera, ambos encabezaron una revolución: uno en la sociedad, el otro en la actuación. “Es interesante analizar esa relación. Supongo que sí he alcanzado un punto en el que he acumulado mucha experiencia en un área que me apasiona. Sigo creyendo que el perfomance capture será la herramienta de narración de la próxima generación”. Justo por eso, Andy fundó The Imaginarium, una compañía especializada en consultoría y perfeccionamiento de esta técnica de animación para cine, televisión y videojuegos.

            Iniciar una tendencia siempre implica sacrificios. Durante sus primeros años como actor de performance capture, Andy trabajó el doble que sus compañeros. Tan sólo su esfuerzo en la trilogía de The Lord of the Rings merece acreditarlo como superhéroe: hubo casi 500 días de rodaje en 150 locaciones distintas, y aunque Andy no apareció en todas las escenas de la saga, sí realizó una labor titánica. Como la técnica estaba en pañales, tuvo que interpretar sus escenas en locación, con sus compañeros, y luego repetir cada una de sus tomas en un set independiente, frente a una pantalla en blanco, para que cámaras, computadoras y animadores pudieran registrar su actuación.

            ¿Todo eso valió la pena? “Claro. Me encanta este estilo de trabajo porque me ofrece una gran sensación de libertad. Muchos actores morirían por tener la oportunidad de interpretar a estas increíbles criaturas que nos rebasan. No me siento limitado por ningún papel porque sé que puedo interpretar al personaje que quiera en esta etapa de mi carrera. Sólo necesito sumergirme en él.”

            Lo que Andy no admite —quizá por humildad— es que ya no sólo es un actor enmascarado. En 2012, Peter Jackson le confió la segunda unidad de producción de su película The Hobbit: The Desolation of Smaug. Durante los 200 días que duró el rodaje, Andy estuvo a cargo de la dirección de actores, la ejecución de tomas aéreas y la organización de batallas. Además, hoy cuenta con 100 cámaras en The Imaginarium, está dirigiendo su primer largometraje —una adaptación de Animal Farm, la novela de George Orwell— y está filmando Star Wars: Episode VII con J.J. Abrams, quien nos tuvo seis años pegados a la televisión con Lost (2004) y revivió con gran éxito la franquicia cinematográfica de Star Trek (2009).

            El trabajo de Andy es como el del percusionista de una orquesta sinfónica: está alejado del protagonismo porque no lo motiva la fama, sino su pasión por el arte. A pesar de que hace 15 años se popularizó el performance capture, los actores que deciden especializarse en esta técnica reciben pocas recompensas. Celebridades como James Franco se han pronunciado en favor de crear una categoría específica para premiar la genialidad de intérpretes como Andy en los Oscar, pero ésta y otras academias se han negado, alegando que sus personajes son retocados en computadora.

            Nada de esto es relevante para Andy. Sabe que a sus 50 años es un hombre afortunado. Sabe que mientras siga actuando detrás de una máscara podrá salir a la calle con sus hijos y por ello siempre tendrá lo mejor de dos mundos. Sabe que no es necesario que exista una categoría que premie su trabajo porque el performance capture no es un género de actuación. Sabe que ES actuación.

Fotos: cortesia de 20th Century Fox

Este Soy Yo: Nicola Peltz

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Originalmente publicado en Esquire no. 70 (PDF aquí)

ACTRIZ, 19 AÑOS, NUEVA YORK

> No me preocupó qué tan sexy me veía en Transformers: Age of Extinction. Michael Bay [el director de las cuatro películas de la saga] ha hecho comerciales de Victoria’s Secret y es brillante para retratar a mujeres hermosas, así que me entusiasmé mucho.

> Uno de mis hermanos se emocionó cuando obtuve el papel de Tessa en la película, pero otro se decepcionó mucho. Me dijo que eso implicaba que ya no vería a Megan Fox en pantalla. Le pedí disculpas.

> Hasta el momento no he tenido que lidiar con la fama. Nadie sabe quién soy. Hoy puedo caminar por la calle y a nadie le importa. Tampoco me preocupa que eso cambie. Lo que más me gusta es actuar, así que espero seguir haciéndolo y conseguir más papeles.

> Cuando Michael me llamó para decirme que había conseguido el papel, estaba en el coche con mi mamá. Me volví loca. Ella me preguntó qué me pasaba. Cuando le dije, me preguntó si no sería una broma y le respondí que no, que esperaba que no.

> Me emocionó mucho saber que Mark [Wahlberg] interpretaría a mi papá en Transformers. Es un actor muy talentoso. Trabajar con él es el sueño de cualquier actor joven. Sólo con verlo actuar —incluso sin estar en la misma escena que él— aprendes mucho de su trabajo.

> Mi papá es tan estricto como el personaje de Mark en Transformers. Además tengo seis hermanos, así que si un chico cruzara la puerta de mi casa sería muy intenso.

> Hacíamos muchas bromas en el set. Teníamos, por ejemplo, una que llamamos wild weave wednesdays [miércoles de tejido salvaje]. En la película aparezco con el cabello muy largo, por lo que Mark decía que mis extensiones parecían un tejido. Por eso le parecía muy gracioso arrancármelas y quedarse con mechones de pelo en la manos.

> Hubo una vez que tuvimos que grabar en la cima de un edificio al que sólo muy pocas personas podían subir. Por eso las chicas de peinado y maquillaje se quedaron abajo. En algún momento, Mark pensó que ya habíamos terminado de filmar y que sería gracioso jalarme el pelo. Y lo hizo. Se quedó con todo mi cabello postizo en las manos y, de pronto, Michael dijo: “Nos falta una escena con Nicola”. Empecé a decir: “Oh Dios, oh Dios, ¡no tengo pelo en la cabeza!”. Mark se estresó y empezó a ponerme todo el pelo otra vez, ¡pero se veía terrible! Parecía uno de esos tipos que tienen la parte superior de la cabeza calva y lo peor es que no me di cuenta, creí que me veía fabulosa, así que seguí haciendo la escena. Cuando volteé, Michael dijo: “Por Dios, ¿qué le pasó a tu cabello?”.

> Tengo cuatro hermanos mayores y dos más chicos que yo. Además tengo una hermana y dos pares de gemelos. Todos son hijos de los mismos padres y, si vieras a mi madre, no creerías que tuvo tantos hijos. Creo que me resultó muy fácil adaptarme al set de Transformers porque mi casa es muy caótica.

> Cuando era más joven tomé clases de actuación en un curso de verano y me encantó. Así supe que quería ser actriz, pero tenía 12 años y a esa edad no sabes lo que implica tomar esa decisión. Sólo sabía que me gustaba. Cuando obtuve mi primer trabajo en el Manhattan Theatre Club tuve que trabajar mucho. Así descubrí que en verdad era mi pasión, no una faceta que después desaparecería.

> Mi familia no quería que fuera actriz, pero después de que logré conseguir trabajo mi hermano quiso intentarlo. Es un actor grandioso y estará en la nueva película de Jason Reitman [Men, Women & Children]. Se llama William Peltz. Tienes que verlo.

> Mark y Michael son tan talentosos que es ridículo. Nos divertimos mucho durante la filmación de Transformers. Antes de que me integrara al proyecto, escuchaba expresiones como cgi [Computer-generated imagery, por sus siglas en inglés] y me parecía algo muy lejano, pero en el rodaje estuve rodeada de estas referencias constantemente.

> Michael es un genio. Su ojo para la filmación y la manera en la que consigue que los personajes cobren vida, es impresionante. Es loquísimo cómo logra que un grupo de robots se muevan. Le pone mucho corazón. Es grandioso para unir las piezas de un rodaje que involucra animación. Además, es muy específico al dirigir. Por ejemplo, si un robot debe arrodillarse, da las instrucciones necesarias para que eso suceda. Hay una persona que se encarga de eso: sostiene un palo, que a su vez tiene una especie de cartulina con la cara de Optimus Prime, Bumblebee, o cualquier robot. Entonces, como actor, primero te sientes como un completo idiota porque estás hablando con un palo, pero Michael te dice que te la tienes que creer. Y tiene razón. Si no lo haces bien, cuando se termina el proceso de edición el robot ya está ahí, y entonces sí puedes lucir como un imbécil.

> No me interesa un género específico en cine. Lo que me gusta es interpretar a gente que no soy yo y que haría cosas que yo no haría en la vida real.

Foto: cortesía de Paramount Pictures

 

El Cielo no es como lo pintan

Greg Kinnear

Publicado en la revista Esquire no. 70 (PDF aquí)

Tu hijo despierta de una cirugía y te dice que estuvo en el Cielo. Además, tiene pruebas. ¿Que harías? En Heaven Is for Real, Greg Kinnear es un pastor que pasa por esta situación.

La historia es la siguiente: cuando Colton Burpo cumplió cuatro años de edad, ingresó a la sala de urgencias de un hospital de Nebraska, Estados Unidos, para ser operado del apéndice, donde estuvo a punto de morir. Por ello, según sus médicos y familiares, su recuperación fue un milagro.

Poco después, el pequeño Colton puso de cabeza todo lo que sus padres creían. Les dijo que había estado en el Cielo y que ahí se enteró de cosas que no tendría manera de saber; por ejemplo, que su madre tuvo un aborto y que su padre perdió la cordura en la capilla del hospital mientras él estaba en cirugía.

Cuando Todd, el padre de Colton, decidió plasmar su historia en papel, el libro se convirtió en un #1 Best Seller de The New York Times, y a la fecha ha vendido más de ocho millones de ejemplares en Estados Unidos. Ahora la anécdota llega al cine bajo la dirección de Randall Wallace (guionista de Braveheart, en 1995, y director de The Man in the Iron Mask, en 1998), y Greg Kinnear está feliz de interpretar a un pastor cuyo hijo lo obliga a reflexionar acerca de lo que sucede después de la muerte. Estuvimos al teléfono con el actor que nos cautivó en As Good as It Gets (1997) para hablar de esta cinta.

ESQUIRE: La película ha tenido buenas críticas y el libro fue un bestseller. ¿Qué es lo que cautiva de la historia?

GREG KINNEAR: No he leído el libro, pero en cuanto a la película, todo empezó cuando hicimos una búsqueda exhaustiva por todo el país buscando al Colton Burpo ideal, y encontramos a Connor Corum, que es tremendo. Pero no sé, creo que al final la película se enfoca menos en el Cielo y más en la relación entre las personas de esta familia. La historia cuenta lo que les pasó con tanta honestidad como es posible. Además, creo que hoy la gente está más abierta que antes a estos temas. El actor Christian Bale está trabajando en algo parecido, y este año aparecerá una película llamada God’s Not Dead.

ESQ: ¿Crees que la película podría interesarle incluso a la gente escéptica?

GK: Claro. Lo supe en cuanto leí el guión y me reuní con Randy Wallace y el productor, Joe Roth. Me hablaron de la historia y me pareció que, estuviera basada o no en hechos de la vida real, era perfecta para el cine. Sin embargo también me sentí un poco reticente, porque tendría que interpretar a un pastor, cosa que nunca antes había hecho, y cuando he visto pastores en películas, suelen ser interpretados con cierta reverencia. Sin embargo, en Heaven Is for Real Todd además es papá, bombero y réferi de luchas. Es decir, no es un pastor con un solo matiz.

ESQ: ¿Sólo te preocupó tu interpretación o el personaje en sí?

GK: No quería que mi personaje fuera muy religioso. En un principio pensé que cuando su hijo le dijera que había ido al Cielo, Todd no le haría ninguna pregunta, que todo sería un guión lleno de dogmas y religión pero, en lugar de eso, la película trata de enseñarte la sorpresa de Todd ante estos acontecimientos. Eso es fuerte. Hubo gente y comunidades religiosas que dijeron: “Espera un segundo, él es un pastor, no debería de tener ningún problema en aceptar que su hijo fue al Cielo”. Yo estuve completamente en desacuerdo con esa idea. Cuando la gente se entera de que alguien es religioso, suele pensar que no tiene la habilidad de cuestionar nada, pero creo que es una manera limitada de ver a alguien que podría creer en Dios o en un poder mayor. Eso no quiere decir que no tendrá preguntas, que aceptará todo.

ESQ:¿Qué aportó Randall Wallace para crear un filme único?

GK: Pasión. Yo trabajé con Randy en una de sus otras tres películas —We Were Soldiers (2002)— y sé que además dirigió The Man in the Iron Mask y escribió Braveheart. Es un tipo sumamente apasionado. Cuando escuché la historia y decidí trabajar con él, sentí que las estrellas se alineaban porque tenía frente a mí al director adecuado para contar la historia adecuada. Creo que Randy tiene la habilidad de moldear una historia y mantenerla real.

ESQ: Tu personaje cuestiona si lo que su hijo dice es verdad o no. ¿Te pasa eso como papá en la vida real?

GK: Claro, mis hijos constantemente ponen a prueba mi confianza con cualquier historia. Utilizan esa imaginación increíble que tienen todos los niños para decirme algo que podría sonar medio loco, y que sé que no es verdad; pero al mismo tiempo mis niños, como todos, tienen momentos en los que sé que nadie es más honesto conmigo que ellos. Si me veo gordo, mi hijo me lo va a decir. Y no va a intentar suavizarlo ni nada, porque no tienen un filtro. Lo que es interesante de la película es que Colton tenía cuatro años cuando le contó su historia a su papá y Todd empezó a luchar con la idea de que lidiaba con la imaginación de su hijo pequeño, que también veía dinosaurios y demás, y a la vez con el otro lado del niño que era completamente honesto y verdadero.

ESQ: La película lidia con un tema que nos preocupa a todos: qué pasa al morir. ¿Tú qué preguntas te haces en esta etapa de tu vida?

GK: Cuestiono mi habilidad de ser un buen padre, es un trabajo que no termina y constantemente intento lidiar con ello tan bien como sea posible… pero no hay una guía de cómo hacerlo, así que ese es un tema que se mantiene.

Vecinos en la calle del infierno

Townies

Publicado en la revista Esquire no. 70 (PDF aquí)

Mark y Kelly tenían una vida tranquila… hasta que conocieron a sus nuevos vecinos. Rose Byrne nos habla de Neighbors, la comedia que protagoniza con Seth Rogen.

Mark (Seth Rogen) y Kelly (Rose Byrne) acaban de tener una bebé. Acordaron que él se dedicaría a trabajar y ella atendería el hogar. Salen poco de casa porque prefieren pasar tiempo en familia y vivir tranquilos. Las cosas cambian cuando llegan sus nuevos vecinos: 50 estudiantes que forman parte de una fraternidad y que con sus fiestas, borracheras y condones regados por el jardín, transformarán su vida en un caos. Entrevistamos a la guapa australiana que protagoniza esta comedia del director Nicholas Stoller (The Five-Year Engagement, 2012) y nos habló de cómo fue su experiencia durante la filmación.

ESQUIRE: ¿Cómo te involucraste en la película?

ROSE BYRNE: Ya había trabajado con Nicholas Stoller [en Get Him to the Greek (2010)], así que acepté hacer una lectura con Seth Rogen. Nick fue quien me introdujo a la comedia en cine, así que fue adorable volver a trabajar con él en un personaje como éste, distinto a lo que hago usualmente.

ESQ: ¿Cómo influyó tu experiencia previa de trabajo con Nicholas, en Get Him to the Greek?

RB: Fue divertido, porque pudimos ahorrarnos la etapa de “vamos a conocernos”. En términos de ensayo e improvisación todo el equipo nos dio mucha libertad creativa. Todo fue colaborativo. Con él puedes hacer lo que quieras y proponer cualquier cosa, y nos motiva a hacerlo constantemente. Gracias a eso, quizá, tuve más confianza para actuar en esta película.

ESQ: Seth Rogen dijo que no hubo muchos ensayos formales para esta cinta. ¿Hay algo de lo que te sientas particularmente orgullosa con respecto a tu actuación en Neighbors?

RB: Cuando tuvimos las primeras conversaciones sobre ella, lo que dejé claro fue que no quería ser la típica esposa que vemos en las películas. Quería alejarme del estereotipo que solemos ver en este tipo de filmes. El objetivo fue ir en contra de la convención de la esposa irritante o la compañera que no se involucra con su familia, o que sólo espera en casa con la mano en la cintura. Nos interesaba que mi personaje fuera tan irresponsable como el de Seth, para que juntos tuvieran una crisis nerviosa acerca de lo que implica ser padres.

ESQ: ¿Hay algo en lo que te identifiques con Kelly, tu personaje?

RB: Hay cosas en las que sí. No tengo hijos ni estoy casada como Kelly, pero me podría relacionar con ese periodo de transición, en el que ya estás harta y necesitas salir huyendo. Fuera de eso, para ser honesta, ella es diferente. Yo soy una persona bastante controladora, y ella no. Ella es justo lo opuesto: una chica que solía salir de fiesta, que era un poco hippie e irresponsable y que no ha madurado mucho.

ESQ: ¿Hay algún truco para trabajar con niños en una película?

RB: Las gemelas con las que trabajamos fueron increíbles. Eran muy tranquilas, de temperamento adorable. Yo tengo sobrinos, así que conozco algunos trucos para distraer a los niños. Sin embargo, también sé que tuvimos suerte. En otras películas he trabajado con niños difíciles a los que simplemente no les interesa hacer lo que se les pide, pero estas niñas siempre estuvieron felices y dispuestas a realizar lo que fuera necesario. Fueron un deleite, todo el mundo amaba estar con ellas. Durante el rodaje solíamos decir que si alguien nos garantizara que tendríamos hijos así, seríamos papás mañana mismo.

ESQ: En la película hay escenas de sexo, pero muy cómicas. ¿Te divertiste con ellas?

RB: Las escenas donde el sexo es gracioso son sencillas. Son absurdas y ridículas. Como no se crea ninguna intimidad, son mucho más fáciles. Físicamente, no son muy reveladoras; más bien se trata de hacer reír a la gente. Además es increíble trabajar con Seth, porque es perfecto para ello: ha hecho comedia stand-up, es un actor prolífico, escritor y ahora director. Puede recurrir a una parte de su cerebro que no tiene filtros, así que sientes que estás en buenas manos.

ESQ: También actuaste con Craig Roberts y Carla Gallo. ¿Cómo fue trabajar con ellos?

RB: Craig es un actor grandioso. Es muy gracioso y dulce y es exactamente lo que la película necesitaba. Carla es una chica muy profesional. Es muy talentosa, hace muy bien su papel de loca y excéntrica en la película. Su papel requería que hiciera cosas arriesgadas y no tuvo ningún problema con ello. ¡Debería protagonizar su propia película! Logró que todas sus escenas funcionaran. Espero que pronto volvamos a verla, pues nunca había conocido a alguien como ella.

ESQ: Los hombres predominaban en el reparto. ¿En algún momento fue difícil estar rodeada del “Club de Toby”?

RB: Por momentos sí me sentí minoría. Soy un tanto callada cuando estoy en el set, y suelo mantenerme un poco aislada, pero en esta película todos fueron muy cálidos y amistosos.

ESQ: ¿Qué te llevas de la experiencia de trabajar en Neighbors?

RB: Siento que hice lazos fuertes con Nick y Seth. Fue muy divertido el rodaje, especialmente cuando Carla estaba presente. Además hice un esfuerzo por integrarme, lo cual fue sencillo, porque Nick es muy lindo y siempre quiere que todo el mundo disfrute la experiencia.

 Foto: cortesía

El nuevo Mark Wahlberg

TRANSFORMERS: AGE OF EXTINCTION

Publicado en la revista Esquire no. 69 (PDF aquí)

Es uno de los actores y productores más exitosos de Hollywood, pero llegar a la cima le costó (y mucho). hablamos con él sobre ese camino cuesta arriba, su papel en Transformers: Age of Extinction y el giro que la paternidad le ha dado a su vida. 

            Una noche de 2011, Mark Wahlberg se deshizo del último de sus vicios. Horas antes, su esposa y su hija paseaban por Thousand Oaks —una ciudad de California— cuando la pequeña preguntó: “Mami, ¿a qué huele?”. Rhea Durham, el ángel de Victoria’s Secret con quien Wahlberg se casó en 2009, respondió que a mariguana. La niña agregó: “Ah, es que papá huele a eso todo el tiempo”. Cuando su mujer le platicó la anécdota, el actor no lo pensó dos veces: fue hasta el inodoro del baño de su casa y mandó toda su reserva de droga por el caño.

            El protagonista de Transformers: Age of Extinction acaba de cumplir 43 años. Tiene cuatro hijos —dos niñas y dos niños— y le cuesta recuperarse de una desvelada. Es la una de la tarde en Beverly Hills y Mark Wahlberg está desparramado en su silla. Se le cierran los ojos porque 24 horas antes estuvo en Las Vegas promocionando la cuarta película del director Michael Bay inspirada en los juguetes de Hasbro. Wahlberg interpreta a Cade Yeager, un padre soltero que vive en Texas con su hija adolescente (Nicola Peltz) y encuentra un viejo tráiler que resulta ser el robot Optimus Prime.

—En tu nuevo filme hay una escena donde le dices al personaje de Nicola que sus shorts son tan cortos que parecen encogerse cada minuto. En la vida real, ¿serás muy estricto con tus hijas cuando crezcan?

—Sí, mucho. Por desgracia hay un doble estándar y los chicos salen ganando más que las chicas. Lo sé porque soy hombre y fui un imbécil durante mucho tiempo. Sin embargo, tengo una hija que me enseñó a respetar a las mujeres como se debe. Ayer estuve en Las Vegas y la llevé conmigo. Como ella acababa de participar en una obra de teatro, me pareció que viajar juntos sería una buena manera de recompensarla, pero luego pensé: “Carajo, acabo de llevar a mi hija a Las Vegas”. Fue la primera vez que estuvo ahí y espero que sea la última.

—¿Sólo cambiaste por tu hija?

—También fue a consecuencia de que empecé a envejecer y a madurar, pero sí, el inicio de todo fue el nacimiento de mi hija. Tampoco fui un imbécil porque sí, sino porque alguien me lastimó cuando era joven. Después de eso decidí no volver a confiar en nadie y, por ende, nadie podía confiar en mí. Pero sí, ser padre te transforma en un hombre mejor. Si eso no pasa es porque algo anda muy mal contigo.

            Antes de convertirse en hombre de familia, Wahlberg no sólo fumaba mariguana y era un imbécil con las mujeres: también fue cantante de rap, le dedicó su autobiografía a su pene y pasó 45 días en la cárcel.

       El que ahora es un padre celoso tuvo una infancia complicada. Creció en Dorchester —un peligroso barrio de Boston— y las finanzas de su familia no eran buenas. Su padre conducía un tráiler y su madre era enfermera. Fue el más chico de nueve hermanos y dormía con cinco de ellos en una habitación. Cuando cumplió 11 años sus padres se divorciaron. Cuando cumplió 13 empezó a robar coches y a inhalar cocaína. Cuando cumplió 16 dejó la escuela y acabó en la cárcel por sacarle un ojo a un vietnamita en un pleito callejero. Wahlberg la pasó tan mal durante aquella etapa de su vida que en múltiples ocasiones ha dicho que lo cambió para siempre. Hace tres años, el periodista Anderson Cooper le preguntó a la madre de Mark qué tan difícil había sido criar a sus hijos. Alma Elaine respondió que en ese entonces no sabía lo que hacía y se soltó a llorar.

UN TRANSFORMER REAL

            Mark Wahlberg ha dedicado casi la mitad de su vida a transformarse en un hombre de respeto. Hoy pareciera que lo peor que podría pasarle es que la gente lo confunda con Matt Damon —o viceversa— y que sus hijas estén enamoradas de un integrante del grupo One Direction. Sin embargo, cuando comenzó su carrera, sus preocupaciones eran otras.

            El chico de Massachusetts incursionó en el espectáculo a través del canto. Se integró a New Kids on the Block, una famosísima boy band encabezada por su hermano Donnie, pero al poco tiempo desertó porque la música no le parecía lo suficientemente ruda. De su inconformidad nació una nueva banda: Marky Mark and the Funky Bunch, con la que Wahlberg fracasó en el canto pero triunfó en el striptease. Su primer disco —Music for the People (1991)— vendió un millón de copias, pero su abdomen de lavadero le valió un contrato con Calvin Klein. Y así —en calzones, con cara de “¿Qué me ves?” y con la cabeza recargada en el pecho desnudo de Kate Moss— el nuevo modelo tocó el cielo por primera vez. Obviamente, dejó la música.

            Wahlberg saltó de los anuncios espectaculares a las pantallas de cine sin alterar su imagen de tipo duro. En The Basketball Diaries (1995) formó parte de una pandilla de adolescentes adictos a la heroína. En Fear (1996) hizo de psicópata y golpeador de mujeres. En Boogie Nights (1997) interpretó a una estrella porno de los años setenta.

         El actor se hizo de aquella máscara de hombre implacable durante su adolescencia porque sentía que proyectar esa actitud le ayudaría a encajar en la sociedad. Incluso ha dicho que inhalar cocaína fue un modo de sanar su autoestima: él era el más joven y pequeño de su barrio y drogarse, robar coches y cometer crímenes era un modo de probar que no le tenía miedo a nada. Fue su manera de impresionar a quienes eran mayores que él.

            Wahlberg lo logró. Tenía veintitantos y nadie dudaba de su pinta de bastardo. Su nuevo reto fue probar que también era buen actor, que fruncir el ceño y quitarse la camisa no era lo único que sabía hacer. En Hollywood los grandes intérpretes no se miden con base en su estatura o complexión física, sino de acuerdo a su capacidad para camuflarse. Fue hasta el inicio de este milenio que Mark comprendió que quienes debían tomarlo en serio no eran los chicos de su barrio, sino el público y los directores de cine.

            Tim Burton fue el primer cineasta que apostó todo al potencial de transformación de Mark Wahlberg. En el año 2000 lanzó un remake de Planet of the Apes y le pagó diez millones de dólares por el protagónico. Burton dijo que le ofreció el papel porque vio en él una cualidad masculina que le remitía a otra época. Wahlberg tuvo que enfrentar un reto complicado: llenar los zapatos de Charlton Heston, quien en 1961 protagonizó la versión original del filme de ciencia ficción.

            Su segundo desafío llegó en 2002, cuando tuvo que interpretar el papel de uno de los actores más encantadores y cotizados del Hollywod de los años cincuenta. The Truth About Charlie fue un remake de Charade (1963), y Mark obtuvo el rol de Cary Grant, el galán que estelarizó la comedia con Audrey Hepburn. La cinta entró y salió de las salas de cine sin pena ni gloria, pero Wahlberg consiguió lo que quería: mostrar que había cambiado, que ya era un actor —un hombre— maduro, y que estaba listo para codearse con los grandes de la industria.

MR. WAHLBERG

            Mark Wahlberg tenía 17 años al salir de la cárcel. Dice que cuando volvió a ser libre, pensó: “Si pudiera tronar los dedos y tener 50 años, lo haría”. En ese momento le costaba creer que lograría envejecer. Un amigo suyo acababa de morir al estrellarse contra un árbol tras haber robado una patrulla. Otro acababa de apuñalar a su hermano mayor. Los más afortunados gozaban de libertad condicional.

            Wahlberg no ha llegado a los 50, pero está a siete años de conseguirlo y a la fecha puede presumir que ha sido productor de Entourage (2004) y Boardwalk Empire (2010) —dos de las series más exitosas de HBO—, nominado al Óscar como Mejor Actor de Reparto por su interpretación en The Departed —de Martin Scorsese, en 2006— y que cobró casi 20 millones de dólares por su protagónico en la nueva entrega de Transformers.

—Has luchado mucho para transformar tu vida personal. ¿Hasta dónde estás dispuesto a llegar para lograrlo como actor?

—Estoy dispuesto a hacer cualquier cosa que un papel requiera. Me gusta enfocarme en algo y convertirme en alguien más, aunque también disfruto llegar al final del rodaje y tener mi vida de vuelta. Pero sí hay que transformarse. Mi pérdida de peso más drástica, por ejemplo, fue para una película que acabo de hacer: The Gambler [se estrenará en 2015]. Para ese papel tuve que llegar a los 62 kilos. Creo que no pesaba eso desde que estaba en la secundaria. Eso implicó levantarme todos los días a la 1:15 de la mañana, hacer dos horas de ejercicio y una dieta líquida durante 30 días. El director de Transformers, Michael Bay, se preocupó cuando me vio: quería hacer videos promocionales y yo lucía fatal, así que empecé a comer y a entrenar. Ya recuperé 15 kilos.

—Cuando Bay te pidió involucrarte en la nueva película de Transformers era claro que la historia daría un giro total.

—No sabía lo que Michael tenía en mente. Hicimos una película en Miami y cuando regresamos a Los Ángeles me llamó para enseñarme la versión final. Fuimos a Paramount y cuando caminábamos hacia el estacionamiento me preguntó: “¿Quieres hacer otra película conmigo?”. Le dije que sí y me preguntó: “¿Quieres hacer Transformers?”. Y le dije: “Sí, si quieres”. Empezó a decirme de qué trataría la historia y comprendí que debía interpretar a un hombre maduro: al padre de una chica que en The Wolf of Wall Street [cinta en la que Leonardo DiCaprio es un mujeriego que sale con veinteañeras] hubiera sido mi novia.

            Mark Wahlberg dice todo esto con la seriedad de un cura en misa, pero quienes estamos a su alrededor soltamos una carcajada. Lleva veinte minutos hablando de su vida, y rara vez gesticula. Tras haber trabajado a su lado en Planet of the Apes, Tim Burton dijo que posee una simplicidad fascinante: puede decir poco, pero expresar mucho. Burton tiene razón. El actor sigue recostado en la silla como un muñeco de trapo. No parece el protagonista de una película de acción, sino un papá cansado. Responde a todas las preguntas con amabilidad, pero es fácil adivinar lo que está pensando: quiere que las entrevistas del día terminen para poder ir a casa con su familia.

PEQUEÑAS COSAS

            En 2009 Wahlberg protagonizó The Lovely Bones, de Peter Jackson, donde interpretó a un padre que debe lidiar con el asesinato de su hija de 14 años. Cuando concluyó el rodaje, Jackson aseguró que Mark era inteligente, ágil y que jamás sentía miedo ante un reto. Que tendría una carrera muy larga.

—Desde que empezaste a trabajar te hemos visto como modelo, actor y productor. ¿Qué has disfrutado más?

—Aprecio lo que tengo y las oportunidades que se me han dado. Protejo todo eso con mucho cariño, porque he trabajado muy duro para mantener mis negocios y crecer como actor, pero mientras continúe haciendo lo correcto con mi religión y trabajo diario para ser una mejor persona, creo que todo lo demás se acomodará. Y si las cosas no funcionan, también está bien. Espero envejecer un poco más y pasar tiempo con mis hijos para verlos hacer pequeñas cosas, como jugar basketball.

—Has lidiado con muchos obstáculos en tu vida. ¿Hoy qué consideras un reto?

—Tengo un reto todos los días: trato de hacer que mis hijos sigan en el buen camino y ser un ejemplo para ellos. Me aseguro de criarlos bien. Quiero ser exitoso como esposo y padre.

            Del rapero de Marky Mark and the Funky Bunch ya no queda nada. Si acaso, los bíceps bajo la t-shirt negra y el encanto que sigue atrayendo a las mujeres. Hace tiempo el director David O. Russell, con quien Wahlberg trabajó en The Fighter (2010), contó que hubo una noche en que ambos salieron a un bar acompañados de Spike Jonze, el genio detrás de Her (2013). Mark vestía un traje Armani —recordaba Russell— y cada vez que se levantaba por un trago, mujeres guapísimas intentaban tocarlo. Pero Mark ya había dejado de ser un imbécil con las mujeres, así que nada de eso le importaba. Para entonces ya se había casado con Rhea Durham y se había convertido en el tipo de esposo que todos los jueves le propone dejar a los niños en casa para invitarla a cenar.

            Hoy pareciera que Mark Wahlberg lo tiene todo, pero quien conozca su historia sabe que ha sufrido para conseguirlo. Hace un par de años decidió que era momento de deshacerse de sus tatuajes. El tratamiento duró más de tres años, y tuvo que someterse a una técnica que —según dijo— era como sentir tocino hirviendo sobre brazos, pecho, espalda y pies. Wahlberg aspiró el olor de su propia piel quemada durante más de 30 sesiones de tortura, y en algunas de éstas le pidió a sus hijos que lo acompañaran. Y así, como su reserva de mariguana, sus tatuajes se fueron por el caño.

            Mark Wahlberg no ha dejado de ser un tipo rudo. Sólo decidió pelear por cosas distintas.

Foto: cortesía Paramount Pictures

El regreso de los simios

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A unos días del estreno de Dawn of the Planet of the Apes, el director Matt Reeves habla del proceso de filmación de la película.

     Hace diez años que un grupo de simios superinteligentes tomó el control de San Francisco. Guiados por César (Andy Serkis) —un primate que creció entre humanos y al convertirse en adulto se rebeló contra ellos— se han establecido en el bosque. Ahora su reto es mantener su independencia y convivir con los pocos humanos que aún habitan la ciudad estadounidense.

     Dawn of the Planet of the Apes retoma una franquicia que inició en los años sesenta, cuando Charlton Heston protagonizó Planet of the Apes (1968). La película se basó en la novela homónima de Pierre Boulle, y retrataba la historia de un astronauta que viaja en el tiempo y descubre que en el futuro la sociedad será esclava de un grupo de simios que hablan, piensan y se comportan como humanos.

     Cuarenta años después, 20th Century Fox lanzó una precuela de la historia: Rise of the Planet of the Apes (2011) describe que el origen del levantamiento de los simios fue la diseminación de un tratamiento contra el Alzheimer —que disparaba la inteligencia animal— y la película fue protagonizada por James Franco y Andy Serkis, el actor detrás de personajes como Gollum, Godzilla y King Kong. En aquella entrega de la saga, Serkis encabezó a un grupo de actores que interpretaron simios gracias a la técnica de performance capture, que el británico volvió célebre en The Lord of the Rings (2001), bajo la dirección de Peter Jackson. A grandes rasgos, esta técnica registra los movimientos de los actores para que después un equipo de animadores pueda crear personajes digitales (lee más sobre esto en el perfil de Andy Serkis que publicamos en nuestra edición impresa de julio).

     Dawn of the Planet of the Apes se perfila como una de las mejores películas del verano: presume de las actuaciones de Gary Oldman, Keri Russell, Jason Clarke y —por supuesto— Andy Serkis; retoma el planteamiento del peligro de que la ciencia se nos salga de las manos; fue filmada —casi en su totalidad— en locaciones al aire libre en Vancouver y Nueva Orleans, y no hay otra película en la historia del cine que cuente con tal número de escenas filmadas con la técnica de performance capture. Viajamos a Los Ángeles para conversar con el director Matt Reeves (Cloverfield, 2008), y esto fue lo que nos dijo.

ESQUIRE: Comenzaste a trabajar como director en Cloverfield. ¿Cuál ha sido la diferencia de retratar a otro tipo de ‘monstruo’ (sino es que centenas de ellos) en Dawn of the Planet of the Apes?

MATT REEVES: En esta película, más que los simios, nosotros somos los monstruos. La primera fue una experiencia loca de hacer una cinta de efectos visuales, en la que los humanos estuvieron atemorizados al saber que había un monstruo ahí afuera, por el manejo de lo que ocurría en el fondo. Fue un reto emocionante, ya que tuvimos alrededor de 35 días para hacerla, además de que rodamos todo de manera inusual e innovadora para ese tipo de historia. El gran salto a Dawn of the Planet of the Apes, fue que sería como si hiciéramos un filme de Cloverfield y su familia. Me importa poder generar empatía con los personajes. Con Cloverfield, me parece que la masacre era explicada por el hecho de que el monstruo no podía encontrar a su madre, así que siempre me pareció comprenderlo emocionalmente. Por otra parte, desde chico estuve obsesionado con Planet of the Apes. Siempre me atrajo su aspecto visual, la manera en que los simios eran aterradores y a la vez emocionantes. Veía a un gorila montando a caballo y me preguntaba cómo podría conseguir algo así. Lo que más me sorprendió de Rise of the Planet of the Apes fue la manera en que sentí lo mismo que César. Es curioso, pero el personaje con quien uno más se identifica en esa historia no es humano. Siempre he tenido un respeto tremendo por Andy Serkis y sus papeles memorables, como Gollum. Sin embargo, lo interesante de dicha película fue cómo me sentí más identificado emocionalmente que con cualquier otro personaje de computadora. Pensé que aquello fue milagroso. Así que, para la transición a Dawn of the Planet of the Apes, comprendí que había que representar las vidas emocionales de estos personajes. Además, me interesaba continuar con el enfoque al punto de vista de César. De esta manera, le pedí a Rupert Wyatt [el director de Rise of the Planet of the Apes] que me dejara ver todo lo que Andy había hecho en el set, así como las tomas de César, para poder entender lo que tendría que hacer. Me alivió comprender que la actuación sorprendente de Andy fuera la razón por la cual uno se conectara tanto con el personaje. Por ejemplo, vi la escena en la que el simio se enojaba en el santuario porque Will lo dejaría, y posteriormente vi a Andy actuándolo. Me pareció increíble, e incluso noté que habían detalles de su actuación que no se trasladaban a la de César. Así de emocional es. Literalmente, le dije a Wyatt que quería podernos empujar más allá para poderlo capturar todo, con lo cual estuvo de acuerdo. Así que, la transición de Cloverfield a esta cinta de ahora, no fue tan grande. En la primera, hubo que capturar la realidad emocional que interpretaban los actores frente a la cámara. En ésta, fue lo mismo, sólo que posteriormente serían transformados en simios. De esta manera, la dirección fue un reto por las dificultades técnicas, pero en cuanto a contar la historia, fue la misma experiencia de tratar con actores intentar que todo se sintiera lo más natural y creíble posible.

ESQ: ¿Esta película es más obscura que su predecesora?

MR: Sí, pero porque la situación también lo es. La historia anterior fue una muy íntima y poderosa, pero enfocada principalmente a un personaje: César. Uno puede ver cómo es despojado de su familia animal y luego es vinculado con una humana, de la que también es despojado antes de ser encerrado injustamente. Se torna en una película de prisión en la que César es maltratado y se ve obligado a volverse el macho alfa y ascender a la cima a través de su inteligencia. Posteriormente, lidera una insurrección y ahora se trata de un escape, para el cual hay un conflicto. Es una narrativa muy compacta, toda a través del punto de vista de César. Sabiendo de dónde viene la inteligencia de los simios y el apocalipsis viral indicado al final de Rise of the Planet of the Apes, se entendía que la cantidad de humanos se aproximaría a la de simios. Por lo tanto, los humanos recibirían un golpe fuerte. Esto nos planteó una historia obscura. Toda la película hablaba sobre César, para que al final uno se percatara de que el mundo se acabaría. Quería retomar las cosas a partir de ahí. Sin embargo, ahora hay tantas películas posapocalípticas, que parecemos estar fascinados con nuestra propia destrucción. Planet of the apes ciertamente ha sido parte de eso desde siempre. Sin embargo, estaba tan conectado emocionalmente con César y los simios, que lo que realmente me interesaba era contar su historia desde la creación de su propio mundo primate. Quería verlos ahí, desenvolviéndose y evolucionando, e incluso de qué maneras podrían ser mejores. Tal vez de eso se trata esto, ¿no? Si hiciéramos un borrón y cuenta nueva y le diéramos inteligencia a los simios, ¿lo harían mejor que nosotros? Para mí, eso fue algo fresco e innovador. Eso fue lo que intentamos hacer. No obstante, en el prólogo de esta historia se observa qué le ocurre a los humanos, lo cual esencialmente deja al espectador preguntándose si aún queda alguien. Posteriormente, se vuelve una película de simios (similar a la parte del santuario en la anterior), en donde se está con ellos entre 15 y 20 minutos. Virtualmente, no hay diálogos. Se ve la manera en que se intentan comunicar; se aprecia que César sabe algunas palabras y que permanecen con la habilidad de comunicarse por medio de señas. Pero, ¿qué van a crear? En estos minutos, se ve una civilización de simios. Pero, ¿qué van a crear? Es algo bizarro, además, por el fotorrealismo tan avanzado. Rodamos en lugares naturalistas. Quería llevar la captura de movimiento a sitios a los que normalmente sería ridículo hacerlo; ¿por qué alguien haría eso en la lluvia, el bosque o en un clima helado? La razón es esta: si se utiliza toda esta luz natural en dichos entornos, aplicando además los avances tecnológicos que mejoran aspectos físicos de los animales (como su pelaje), el resultado es la visualización de simios verdaderos en lugares reales. Si después se agrega movimiento e inteligencia a eso, se vuelve una experiencia asombrosa en la que uno se ve sorprendido por poder saber lo que están pensando y sintiendo los animales. Se siente extremadamente real. Una vez que se ha establecido esa identificación emocional con ellos y visto el mundo que César ha creado, en donde se observa que ya es el líder de una familia y no un revolucionario (como Don Corleone), la idea es revelar que no todos los humanos han desaparecido. Esa historia se vuelve obscura porque es sobre supervivencia. A partir de entonces, está presente en todo momento el asunto de qué ocurrirá, así como si habrá violencia. Esto vuelve a algunas escenas muy emocionales; se sabe que César no sólo tiene un hijo y una esposa, sino también un recién nacido. Conociendo estos riesgos, uno se pregunta si habrá paz entre ambas familias (humanos y simios) y si podrán encontrar una manera de sobrevivir. Esa es una historia muy emocional, abrumadora e íntima, pero también es obscura e inquietante. Por otra parte, me interesaba crear un mundo sin villanos definidos. Mucha gente pregunta si Gary Oldman es el villano. Definitivamente, no lo es. De hecho, si se le cuestiona respecto a esto, dirá que es el héroe de su propia historia. Quería hacer una cinta en la que esto ocurriera con todos los personajes, de manera que uno pudiera sentir empatía por todos los puntos de vista. Es un problema complejo. En este sentido, la primera película varió en cuanto a la crueldad de los humanos hacia los simios (a excepción de Will [James Franco]); uno tenía ganas de verlos levantarse y derrotarlos. Sentí que la situación restante sería plantear qué significaría para nosotros y nuestras familias si nuestro mundo nos fuera robado a causa de un brote viral terrible y viéramos a la civilización descomponerse. Aquella sería una situación dolorosa. En ese panorama, esas personas no son villanos, sino gente cuyas vidas han sido destruidas y están buscando una manera de sanarse, para lo cual se dan cuenta de que hay simios inteligentes y entonces se preguntan si podrán sobrevivir. Creí que esa sería una historia con aspectos obscuros e inquietantes, pero también abrumadores y emocionales (e incluso tiernos). Se trata de una mezcla de tonos.

ESQ: Mencionaste al recién nacido de César. Keri Russell nos decía hace un momento que cuando filmó una escena en la que convive con el simio bebé, no había nada en su lugar. ¿Cuántos de los simios fueron interpretados por actores?

MR: La razón por la cual no fue posible interpretar a ese simio con una persona, fue por su tamaño. Iba a tener que escalar por la espalda de Keri, así que a menos que encontráramos al actor más pequeño de todos los tiempos (un bebé que pudiera hacer esto, lo cual parece imposible), nadie podría haberlo interpretado. En todos los demás casos, los simios fueron interpretados por personas reales, incluso aquellos que sólo aparecen al fondo. Me interesaba mucho crear un nivel de naturalismo incluso más profundo que el de la primera película. Me pareció que la victoria de Dawn of the Planet of the Apes fue poder seguir llevar el movimiento hasta los personajes, por lo cual uno se identificaba emocionalmente. Sin embargo, había tomas en las que se sabía que el simio en pantalla no era real, aunque esto no importara por la conexión emocional que de todos modos se lograba. Así que pensé que, entre más pudiera fortalecer esta ilusión, lo primero desaparecería. Lo más importante para crear dicha ilusión fue rodar en lugares verdaderos. Aproximadamente, 70% u 80% de la cinta anterior fue grabada en el set, mientras que en ésta última un 85% fue en sitios reales. La lluvia, el entorno natural y todo aquello que lo hizo más difícil, también lo hizo verse más verdadero. La otra cosa es que no hay que animar a los simios. Cuando hay animación, se nota que el movimiento no es real. La genialidad del performance capture es que hace justamente lo que su nombre dice: capturar movimiento. Para nuestros dobles, contratamos a practicantes de parkour que podían hacer cosas increíbles. Tuvimos a Terry Notary, quien interpretó a Rocket en el primer filme, como especialista de movimiento en esta película. Él trabajó como artista en el Cirque du Soleil, así que sabe mucho acerca de esto y cómo manejar la expresión a través del cuerpo. Tuvo que entrenar a la gente de parkour para que las cosas asombrosas que hicieran como humanos parecieran hechas por simios. De hecho, mi hijo está en la película. Hay una parte en la que se puede observar a Maurice como maestro, enseñándole a los pequeños chimpancés a leer. Cuando se trabaja con captura de movimiento, se pueden grabar entre ocho y diez actores a la vez como límite. De otra manera, sería demasiada información. El productor de efectos visuales, Ryan Stafford, tiene también un hijo de la misma edad que el mío. Pensé que debíamos hacer que Karin [Konoval], quien interpreta a Maurice, jugara con ellos. De esta manera, capturamos a todos nuestros hijos haciendo lo que naturalmente harían. No podría haberle pedido a un actor que interpretara algo tan instintivo como esa especie de comportamiento, esa inocencia que aún tenía características animales.

ESQ: Te enfrentaste al reto de dirigirte hacia la audiencia común que quería ver una película de acción, así como a aquellos fanáticos que habían seguido las películas anteriores. Al ver a Cornelia en Dawn of the Planet of the Apes, pensé que se parece a Zira, de la cinta original…

MR: ¿De verdad? ¡Eso es muy gracioso! Como mencioné, estaba obsesionado con Planet of the Apes. Me encantaban las películas. Tenía todos los muñecos de los personajes, así como discos; todo lo que se pudiera poseer de la franquicia. A pesar de que no lo hicimos con esa intención, ahora que lo mencionas, creo que tiene mucho sentido; lo que sí quisimos hacer, fue basar todo simio en uno real. Fueron al Zoológico de Wellington y tomaron fotografías de muchos simios diferentes. Estábamos tratando de descifrar a qué se parecía Cornelia (cuando se ve a a estos animales, no se puede distinguir su género, a menos que veas sus órganos sexuales). Me pregunté qué podríamos hacerle en la cara para que se viera femenina. Algunos de ellos tenían algo de pelo que enmarcaba su cara. Nos aferramos a ese detalle. Cornelia está basada en un chimpancé real que tenía esas cualidades. En el primer filme, cuando estaban haciendo a Zira, tenía esa misma característica particular que la hacía verse femenina. A pesar de que aquel rasgo físico es verdadero en los simios, no necesariamente es particular de las hembras. Únicamente elegimos a aquel simio porque queríamos que la audiencia comprendiera que se trataba de la esposa de César. Así llegamos a eso, aunque no buscábamos que se pareciera a Zira. Es curioso, tuve la misma experiencia hace poco tiempo. Aún seguimos revisando tomas; tenemos aproximadamente 1200 de puros simios, de las cuales probablemente hay 350 listas. Tenemos mucho que hacer desde ahora hasta que salga la cinta. Recientemente, vi una toma de Andy en la que me pareció que el conjunto de aspectos como la luz y dicha característica del pelo lo hacían verse exactamente como uno de los personajes de la cinta original. Me sorprendió, aunque no perseguíamos nada de eso intencionalmente. Todo lo que intentábamos era que parecieran simios reales.

Foto: cortesía de 20th Century Fox

Escape de la muerte

TRANSCENDENCE

Publicado en la revista Esquire no. 69 (PDF aquí)

La inteligencia artificial puede ser un arma de doble filo. Rebecca Hall habla de Transcendence, cinta que protagoniza con Johnny Depp.

Morir es opcional. O al menos eso plantea Transcendence, filme en el que Johnny Depp interpreta a Will Caster, un experto en inteligencia artificial que antes de morir accede a que su esposa Evelyn (Rebecca Hall) traslade sus patrones cerebrales a una supercomputadora. Cuando Caster fallece, el conflicto de Evelyn es averiguar si la máquina que replica la voz y conducta de su marido realmente posee una conciencia humana o si el sistema ha trascendido los límites y habilidades de un cerebro convencional en perjuicio de la sociedad. La actriz británica —a quien seguro viste en Vicky Cristina Barcelona (2008)— nos habló de su papel en la cinta que se estrena próximamente.

ESQUIRE: Tu personaje es complejo, está constantemente en un dilema…

Rebecca Hall: Sí, creo que en este tipo de películas existe un área gris donde no hay tipos buenos ni malos, sólo personas que toman una decisión. En Transcendence algunas de estas decisiones tienen ramificaciones bastante extrañas. Fue muy emocionante que me ofrecieran un papel en un sci-fi thriller donde la mujer no es pasiva, sino muy activa y compleja. Eso la hizo sobrecogedora y emocionante al mismo tiempo.

ESQ: La cinta aborda temas como el amor y la inteligencia artificial. ¿Cuál te parece más importante?

RH: La película plantea muchas preguntas filosóficas, entre ellas, qué es lo que significa el ser humano en contraposición con la tecnología. Uno concluye que no hay nada más humano que el amor. Así es como todo funciona en realidad.

ESQ: Algunos dirían que la trama no tiene nada que ver con la realidad, pero no estamos muy lejos de cruzar varias fronteras tecnológicas…

RH: Exacto. Cuando leí el guión no tenía idea de estos temas. Asumí que todo sería fantasía hollywoodense y luego me di cuenta de que hay personas que creen en temas como los transhumanos. Tuvimos muchos consejeros que son investigadores serios, neurocientíficos de Berkeley, MIT o Caltech. Me impresionó la gran cantidad de cosas reales que había en el guión: no hay un sólo argumento científico que no esté basado en un hecho real. Todo está inspirado en la realidad y es importante saber que podríamos estar a 30 años de situaciones similares.

ESQ: ¿Cómo fue trabajar con Depp? Es raro que en muchas escenas hablan a través de una pantalla.

RH: Sí, pero Johnny estuvo presente todo el tiempo. Por fortuna filmamos en secuencias, así que iniciamos con las escenas en las que él estaba en el cuarto físicamente conmigo y luego se rodaron las tomas en las que él está en la computadora. Pero incluso en esos casos, él estaba presente. Fue una maniobra complicada, pero logramos hacerla con Johnny actuando en un cuarto contiguo y luego haciendo un streaming al set. Estuvimos actuando en tiempo real y de manera simultánea. Nos separaba sólo una pantalla, pero ambos teníamos audífonos para comunicarnos todo el tiempo. Filmar así fue una experiencia única y surrealista. No hubo nada en la película que no haya sido una interacción real entre dos personas.

Foto: cortesía

Una lección de vida

A Fault In Our Stars

Publicado en la revista Esquire no. 69 (PDF aquí)

The Fault in our Stars, filme basado en el bestseller del mismo nombre, propone que es posible disfrutar la vida pese a tener una sentencia de muerte. Conversamos con Laura Dern, quien protagoniza la cinta junto a Shailene Woodley y Ansel Elgort.

Hazel (Shailene Woodley) es una chica de 16 años que va a morir de cáncer. Es hija única y, para lidiar con el dolor, su madre (Laura Dern) le sugiere unirse a un grupo de apoyo, donde podría sentirse mejor y conocer a otros adolescentes en la misma situación. Hazel accede y ahí conoce a Gus Waters (Ansel Elgort), un paciente en remisión. Luego sucede lo obvio: se enamoran. Lo inesperado de la trama es que la pareja no sufre a causa de su enfermedad, sino que celebra la vida y realiza un viaje a Ámsterdam en compañía de la mamá de Hazel. A simple vista esto parece el drama de los dramas, pero Dern cuenta que la cinta le maravilló porque no es sentimental, sino un filme con momentos muy cómicos y que celebra las experiencias humanas. Platicamos con la actriz estadounidense —nominada al Óscar por su actuación en Rambling Rose (1991)— sobre la película.

ESQUIRE: ¿Qué fue lo que más te atrajo de la adaptación de The Fault in our Stars?

LAURA DERN: Me encantó la historia. Trata sobre disfrutar cada momento y encontrar la belleza en las cosas más pequeñas. Creo que eso es universal. Cuando recibí la oferta para el papel, leí el libro y me enamoré del estilo de escritura de John Green [el autor de la novela homónima que inspiró la película]. Además me fascinó el personaje de Hazel. La gente se enamorará de ella como lo hizo de Holden Caulfield [de la novela El guardián entre el centeno, de J.D. Salinger]. The Fault in our Stars es un clásico en el sentido en el que explora la angustia de los adolescentes. Ellos se enamoran del libro porque John trata al personaje de Hazel con mucho respeto. Define un tono sobre cómo los niños, adolescentes y adultos jóvenes se sienten cuando se les escucha.

ESQ: En la película interpretas a Frannie, la mamá de Hazel. ¿Qué tipo de mujer es?

LD: Es un personaje con el que todos los adultos podrán identificarse, porque es fácil comprender lo que está experimentando. El papel de Frannie está muy bien escrito. Solía ser una hippie y ahora es progresiva y liberal. Se parece mucho a mí. Quizá por eso me consideraron para el papel. Es muy abierta: su hija tiene cáncer y trata de lidiar con lo inmanejable. Lo que todos compartimos como padres es que hemos tenido que enfrentarnos a momentos difíciles, no importa si es un corazón roto o una enfermedad terminal. Hay diversas circunstancias que pueden crear el amor o la tristeza, lo que es un hecho es que no podemos escapar de ellas. Cualquiera podrá relacionarse con la historia porque todos hemos estado en una relación donde amamos a alguien más que a nada en el mundo, pero somos incapaces de arreglar un problema por el que atraviesa.

ESQ: Shailene es maravillosa como Hazel. ¿Qué crees que fue lo mejor de su actuación?

LD: Shailene es una actriz increíble. Es auténtica y pura. Pero además de su talento, creo que a la gente le gusta su trabajo porque su inocencia natural incita una respuesta. Shai realmente cree en la bondad de las personas. Por eso creo que puede interpretar a Hazel, quien tiene 16 años en la película, a pesar de que ella es más grande. Esto es poco común en una actriz joven. Es sorprendente que muchas niñas de su generación sólo se preocupen por sus seguidores en Twitter. Las chicas de hoy se enfocan mucho en eso, pero Shai aún tiene una visión positiva del mundo, lo cual es maravilloso. A ella le importa proteger el planeta. No utiliza productos que se hayan probado en animales, por ejemplo, porque no le parece adecuado. No lo hace porque esté tratando de demostrar algo o le interese quedar bien, sino porque es algo en lo que ella cree.

ESQ: Tu padre, Bruce Dern, y tu madre, Diane Ladd, son grandes actores. ¿La actuación fue algo que siempre te interesó o ellos te impulsaron?

LD: Nunca desalentaron mi interés por la actuación, pero sí la posibilidad de que actuara siendo niña. Mi madre me instó a que estudiara actuación durante dos años, y tuve que renunciar a todo lo demás, lo que nunca consideré un sacrificio. Así que nunca fui una chica que tomó clases de equitación, fue a campamentos de verano ni hizo muchas otras cosas. Ella pensaba que si elegía la actuación por encima de cualquier otra cosa, realmente tenía que amarla. Y así fue. Fue grandioso que lo hiciera. Mi madre estaba 100 por ciento segura de que podría lograr cualquier cosa. Por eso siempre me apoyó.

ESQ: Adquiriste fama desde muy joven y trabajaste con directores como David Lynch, en Blue Velvet, y Steven Spielberg, en Jurassic Park. ¿Qué piensas cuando recuerdas los primeros papeles de tu carrera?

LD: Creo que consigues una reputación cuando demuestras no tener miedo, y los directores que tampoco tienen miedo te llaman. Eso es increíble. Desde joven esperas mantener esa fama siempre que tomas una nueva oportunidad. La gente con la que he trabajado exige mucho esfuerzo de tu parte y eso provoca que te sientas muy afortunado. Te inspira e intimida a la vez, lo que también es maravilloso.

ESQ: Has trabajado en cine con tu madre. ¿Te gustaría hacerlo con tu padre, quien este año recibió una nominación al Óscar por su papel en Nebraska?

LD: Sí, mi sueño es actuar con mi papá. Justo ahora, estamos trabajando mucho y estamos cerca de definir un proyecto. Rezo para trabajar con él. Tuve la oportunidad de acompañarlo en el set de Nebraska durante un par de semanas, lo que fue un sueño hecho realidad para mí. También me gustaría volver a trabajar con mi mamá. Me encanta trabajar con ella.

Foto: cortesía de la distribuidora

El rey de los monstruos

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Publicado en la revista Esquire no. 68 (PDF aquí)

     Godzilla es tan célebre como King Kong. Uno puede imaginarlo arrasando Tokio a pesar de no haber visto ninguna de las películas inspiradas en él. Lleva más de seis décadas instalado en el imaginario colectivo como la criatura furiosa que surge del mar para reducir una ciudad a escombros. 

     Cuando fue concebido, este monstruo no era un monstruo sino una metáfora: debutó en una película de 1954 de Ishiro Honda y representaba la destrucción que ocasionaron las bombas nucleares en Hiroshima y Nagasaki al final de la Segunda Guerra Mundial. La criatura, como la bomba, nunca se olvidó. Su imagen (muy similar a la de un stegosaurus) y su carácter demoledor fueron retomados en cómics y series animadas. A la fecha, Godzilla ha combatido esperpentos míticos de tres cabezas, robots, aliens y al mismo King Kong en una treintena de filmes. Hoy uno puede googlear “Godzilla games” y la búsqueda arroja tanto juegos de Nintendo como apps para smartphones.

     La imagen que se tiene de él es la de un ente violento y destructivo, pero la realidad es distinta. En primer lugar, su nacimiento fue culpa de los humanos: desde la versión de Honda, la bestia de 50 metros y aliento radioactivo fue producto de experimentos con energía nuclear. Es un recordatorio de que abusar de la ciencia y la tecnología puede llevarnos a nuestra propia aniquilación.

     En segundo lugar, la bestia no es malvada. Como un huracán o un tsunami, no puede controlar su poder. Además, en varias películas no destruye Japón: lo salva. La devastación de calles y rascacielos es un efecto colateral de sus enfrentamientos con otras criaturas que amenazan la ciudad. En Godzilla Raids Again (1955), por ejemplo, combate a un ser llamado Ankylosaur (también producto de la radiación) y destruye Osaka por enfrentarlo; en Godzilla vs. Gigan (1972) pelea con seres del espacio; y en Godzilla 2000 (1999) evita que un platillo volador destruya Tokio.

     Este mes podremos ver la cinta del director Gareth Edwards (Monsters, 2010), quien replantea la historia. Su película —a diferencia de la que el apocalíptico Roland Emmerich dirigió en 1998— no retrata a una lagartija mutante que destruye casas y gente porque sí, sino que retoma la mitología original, lo que hará felices a los fanáticos que han seguido la evolución de Godzilla y, a la vez, impactará a quien simplemente busca divertirse con una buena película de acción. Durante su visita a México, Edwards nos habló del proyecto.

ESQUIRE: ¿Cómo enfrentaste el reto de retomar una metáfora que surgió hace 60 años y transformarla en un fenómeno atractivo para las audiencias de hoy?

GARETH EDWARDS: La película está basada en el accidente nuclear que ocurrió en Fukushima en 2011. Tiene lugar 15 años antes, pero las preguntas que plantea respecto a ese tipo de incidentes son muy relevantes. Tenemos la capacidad de usar la naturaleza en nuestro beneficio, pero con la forma en que usamos la energía y las armas hemos contaminado el mundo. Y de pronto, sabernos dueños de este poder deja de ser tan buena idea y nos tenemos que deshacer de él. En la cinta se toca el tema del desarrollo de la bomba nuclear, pero sobre todo de las consecuencias de abusar de la naturaleza. Godzilla es la representación de una pesadilla: si la naturaleza tuviera una forma física, vendría tras nosotros y nos diría que deberíamos ser más respetuosos con ella.

ESQ: ¿Cómo planteas la naturaleza de Godzilla? ¿Es bueno o malo?

GE: Ésa es la gran pregunta: ¿es un villano o no? Creo que la descripción más atinada es la de un antihéroe. No tiene interés en ser un héroe que potencialmente podría ser un villano, pero que a través de sus acciones nos conquista. En realidad, Godzilla es una fuerza de la naturaleza. ¿Un huracán es bueno o malo? No puede ser ninguna de las dos, simplemente es así.

ESQ: ¿Fue difícil trabajar con un icono que, al menos visualmente, todo el mundo conoce?

GE: Esta es una película que puedes ir a ver incluso si no estás familiarizado con las anteriores. Es para fans —yo soy uno de ellos—, pero también quise despertar interés en quien no conoce a Godzilla o, incluso, a los protagonistas como Bryan Cranston, a quien todo el mundo conoce por la serie Breaking Bad. El truco verdadero fue encontrar una manera de explicar sus orígenes para que cuando la gente salga del cine pueda saber de dónde proviene y cómo llegó hasta aquí. Incorporamos elementos que hacen único el filme, pero tratamos de hacerlo de un modo que permitiera entender el escenario tan extraño en el que se desarrolla. Es difícil hacer este tipo de cosas y que se sientan reales y verdaderas, porque sería muy fácil ir demasiado lejos y que la película se vuelva tonta. Había una línea delgada para llevar de manera correcta la historia y los diálogos, y tratamos de no cruzarla nunca para que no se vieran ridículos.

ESQ: ¿Por qué aunque no hayamos visto las películas anteriores, todos conocemos a Godzilla y nos interesa?

GE: Hay muchas razones. Siempre le hemos tenido cierto temor a los animales e instintivamente reaccionamos a determinadas criaturas. Los dinosaurios siempre capturan la imaginación y Godzilla es como un dinosaurio que todo el mundo identifica. Por ejemplo, si dibujaras un monstruo gigante, lo más probable es que el resultado sería casi una versión de él. Si fuera una criatura poco identificable, quizá no estaríamos teniendo esta conversación. Godzilla tuvo suerte y adquirió un look que se ha perpetuado a través de generaciones. Por eso cuando trabajamos su imagen para la película fue muy difícil encontrar el aspecto ideal, que no fuera gracioso. No podíamos usar un traje de goma. Tratamos de encontrar más realismo pero sin dejar de sentir lo que nos inspiró. Esto nos tomó meses. Hicimos más de cien diseños. Me quedé con uno de esos modelos. Lo tengo en mi oficina para recordarme que todo lo que hago siempre puede ser mejor.

La magia de Adrien Brody

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Originalmente publicado en el Big Black Book, de Esquire (PDF aquí)

   Hay tres cosas que uno piensa al observar a Adrien Brody: siempre está despeinado, tiene una nariz tan grande como el Monte Everest y, por su mirada entrecerrada, pareciera que no ha dormido en días. Sin embargo, con todo y esa cara que es imposible confundir, se mueve por las pantallas, las pasarelas y los reflectores como un camaleón. En traje de luces, con el pelo echado hacia atrás bajo la montera, fue un gran Manolete (A Matador’s Mistress, 2008). Con un bigotito alineado en diagonal y acento español logró una interpretación soberbia de Salvador Dalí (Midnight in Paris, 2011). Vestido a la usanza de los años treinta encarnó al detective que investigó la controversial muerte de George Reeves —el primer Superman— en Hollywoodland (2006).

     Cuando Brody cumplió 29 se convirtió en el actor más joven en ganar un Oscar. En la película que obtuvo la Palma de Oro en el Festival de Cannes en 2002 dio vida a un judío polaco que logra escapar de la muerte, pero no de los desastres de la guerra. The Pianist fue la prueba irrefutable de su talento: con su figura alargada y escurrida —como pintura de El Greco— caminó por calles muertas y se sentó frente a un piano viejo para conseguir la gloria que un puñado de actores logra a los cuarenta o cincuenta años.

     Hace poco volvió al cine con The Grand Budapest Hotel, del director con el que antes trabajó en The Darjeeling Limited (2007) y Fantastic Mr. Fox (2009). Su participación en la nueva cinta de Wes Anderson fue breve pero memorable: un villano (despeinado, claro) con bigotes de loco que desconfía de la veracidad de la última voluntad de su recién fallecida madre. Brody dice que lo que más disfrutó de la cinta —además de los vodkas polacos que pudo beber en las noches de descanso del rodaje— fue interpretar a un tipo en busca de venganza: “Un villano implica libertad, porque te permite hacer todo lo que en la vida real no harías”. El cine, como la magia, se nutre del ilusionismo.

     Brody no empezó su carrera como actor, sino como un mago que se hacía llamar The Amazing Adrien. Hoy cuenta que esa faceta de su vida fue el puente entre la niñez y la adolescencia, pero también lo motivó a dedicarse a la actuación. Actuar es hacer magia, es perfeccionar la habilidad de transformar un truco genérico —cuyas bases se leen en un manual o un guión— y apropiarse de él. En unos meses, el neoyorquino volverá a vestirse de mago: aparecerá en televisión para encarnar a Harry Houdini, una de las figuras que más admira en el arte del ilusionismo y quien lo inspiró a llegar hasta donde está hoy.

ESQUIRE: Has trabajado en películas icónicas, pero tus interpretaciones no se han estereotipado. ¿Cómo te renuevas en cada papel?

ADRIEN BRODY: La belleza de ser actor es que puedes jugar y experimentar muchas vidas distintas. Lo que trato de hacer es encontrar personajes que sean muy diferentes entre sí, que puedan hablarme en distintos niveles. He hecho una elección consciente de no repetir aquello que me hace sentir cómodo: la emoción proviene del descubrimiento. Eso es lo que más amo de mi trabajo.

ESQ: ¿Qué tan difícil es conectarte con un personaje antes de filmar y qué tan complejo es dejarlo ir cuando termina el rodaje?

AB: Depende del personaje y de lo que éste requiera de mí. Hay papeles que son relativamente fáciles de habitar y comprender. Por lo mismo, es fácil desecharlos. Sin embargo, hay otros que no. Quizá sea por algunas de sus cualidades, pero se vuelve complicado interiorizarlos y, aunque no sean tan deseables como quisieras, tienes que hacerlos parte de ti durante un tiempo. Es un proceso muy complicado. Tienes que fundirte con el personaje tanto como puedas. A mí me ayuda evitar que pase mucho tiempo entre una película y otra. Es decir, hacer dos filmes relativamente pronto me obliga a salir de un papel y meterme a otro. Pero por ejemplo, cuando terminé The Pianist, pasé casi un año atormentado por esa experiencia. Me sentía triste a un nivel muy profundo, aun cuando en la película hay elementos de esperanza y el personaje triunfa. El entendimiento y la conciencia que tuve de ese sufrimiento se quedó conmigo muy adentro. Fue casi imposible deshacerme de él.

ESQ: Te hemos visto en pantalla por más de dos décadas. ¿Tu pasión por la actuación se ha transformado con el tiempo?

AB: Nada se mantiene igual, ¿sabes? La vida es cambio y, con suerte, crecimiento. Decir que algo permanece no es realista; cambiamos constantemente. Yo empecé a actuar casi cuando acababa de convertirme en un adolescente y ahora soy un hombre. Mi entendimiento del mundo es muy diferente al que tenía entonces. Sin embargo, el arte de la actuación me sigue apasionando. Aún espero encontrar algo que me llame de un modo especial y, a pesar de tanta exploración de personajes ficticios, he ganado mucho conocimiento no sólo de mí mismo, sino de otras personas. He conseguido mayor empatía con aquello que jamás hubiera logrado comprender si mi trabajo no fuera ponerme en los zapatos de otras personas.

ESQ: En Midnight in Paris fuiste Salvador Dalí. Si pudieras viajar al pasado, ¿adónde sería?

AB: Desafortunadamente aún no podemos hacer eso [ríe] y lo que la película nos enseña es que, por mucho que glorifiquemos una época, nada es lo que imaginamos. Hay todo tipo de problemas con los que tendríamos que lidiar y, si fuéramos de ese periodo, quizás querríamos ser de otro. Independientemente de esto, el fin de los años sesenta me resulta fascinante, especialmente en Estados Unidos. Primero porque no había ninguna enfermedad aparente, así que la gente era mucho más libre. Además amo los coches y los más increíbles que se han producido en la historia de ese país fueron de finales de esta década y principios de los setenta. La cinematografía de aquella época también era de alto nivel. Estaba Marlon Brando y después aparecieron Robert De Niro, Al Pacino, Dustin Hoffman y otros grandes actores y directores, como Martin Scorsese.

ESQ: Has trabajado varias veces con Wes Anderson. ¿Es cierto que cuando filmaron The Darjeeling Limited te estrellaste con una vaca en la India?

AB: [Suelta una carcajada] Sí. Cuando filmamos The Grand Budapest Hotel también la pasamos muy bien. Lo más grandioso de Wes es que tiene un sentido de comunidad y es un ser humano fascinante, que se rodea de personas muy creativas. Fue maravilloso. Todas las noches cenamos juntos. La mayor parte de las experiencias durante un rodaje no son así. Estuvimos en la frontera de Alemania y Polonia, así que podíamos cruzar un puente caminando para beber un vaso de vodka polaco y luego regresar. Estaba nevando y todo parecía el País de las Maravillas. Y bueno, The Darjeeling Limited fue increíble.
Viví cosas extraordinarias en India… además de haberme estampado con la vaca [ríe]. No me lastimé, pero me resulta muy cómico porque fue algo muy peligroso y potencialmente mortal. Sin embargo, mientras estaba sucediendo —yo iba manejando una moto— me pregunté: “¿Así va a terminar todo? ¿En serio?”. ¡Lo pensé en ese momento! Por eso aprecio tanto esa experiencia.

ESQ: Hablando un poco de moda, ¿cuál es tu definición de estilo?

AB: El estilo es una extensión de uno mismo. No toda la gente siente que puede relacionarse con él, pero sólo es una manera de expresar las influencias que tenemos en ciertos periodos de nuestra vida. Sirve para reflejar cómo nos sentimos y es único para cada individuo. El estilo es muy diferente a la moda, que creo que tiene que ver con la ambición.

ESQ: ¿Qué tanto te importa la moda en la vida cotidiana, cuando no estás en una alfombra roja o un evento de prensa?

AB: Depende, tengo varias etapas. Aprecio mucho la ropa que me hace sentir bien. Hay algo maravilloso en vestirse bien y ser elegante, pero además me gusta ser casual. Creo que cuando no estoy trabajando ni necesito ir a un evento donde tenga cierta responsabilidad, me gusta ser muy natural y relajarme. Eso no quiere decir que no me puedo arreglar y decidir usar un buen traje para salir a cenar, pero regularmente uso jeans, una sudadera y una gorra que me haga sentir cómodo. El estilo es algo personal.

ESQ: ¿Te gustan los relojes? ¿Alguna marca en particular?

AB: Sí, me gustan mucho. Tengo un aprecio particular por mi Bulgari Octo. Tengo una amistad con la marca y realmente aprecio mucho la estética de ese reloj por su simplicidad. Es una pieza muy bella, que es muy masculina pero sin ser presuntuosa.

ESQ: Pronto te veremos en Houdini y sé que fuiste mago antes de convertirte en actor. ¿Podrías hablar más de esa época?

AB: Houdini será una miniserie que estará al aire durante dos noches del fin de semana de Laboy Day [septiembre, en Estados Unidos]. Es el retrato más profundo y detallado que se ha hecho de la vida del escapista y mago Harry Houdini. Fue un ser humano extraordinario y la persona más determinada que te puedas imaginar. Era implacable, apasionado y nunca se daba por vencido. Superó obstáculos tremendos y escapó a la pobreza, al hecho de ser inmigrante en Estados Unidos y se convirtió en el artista más grande y emblemático en los escenarios del cambio de siglo (entre el xix y el xx). Hizo todo eso por mera voluntad, inteligencia y determinación. Me parece que todas sus acciones son admirables, aun en nuestros días. Además fue una gran influencia en mi vida: cuando era niño me gustaba la magia y, obviamente, estaba muy impresionado con él y todos los misterios que lo rodeaban. Luego supe quién era y me enteré de todo lo que tuvo que pasar para convertirse en Houdini. La magia básicamente fue mi entrada a la actuación: desde la adolescencia sentí que algo me faltaba, sabía que quería hacer algo que me afectara a un nivel más personal y profundo. Hacer magia es crear una interpretación, convertir un truco en algo tuyo. Un mago hace lo mismo que un actor: se adueña de un papel. Puedes aprender un truco de una caja, pero tienes que aprender a contar la historia de un modo único, como nadie más podría.

Foto: Markus Ziegler, para Esquire