Crónica de una nación delgada

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Originalmente publicado en Esquire no. 80 (PDF aquí)

Hace 40 años, Vietnam venció a Estados Unidos en la última guerra que peleó. ¿Qué ha sido de este país, en apariencia frágil, desde entonces?

            Tras el manubrio de la moto se asoma un leopardo. Sus orejitas abrazan el viento, alertas a la furia del tráfico. El cachorro apoya las zarpas sobre el tablero para no estorbar a su madre. Ella lo rodea por los costados. Le cuida la espalda. De pronto, una estampida. Nubarrones de polvo color trigo. Acelerones. Más felinos. Un tigrillo Schumacher avanza a toda velocidad. Mete presión en una curva. Rebasa. En el carril de extrema derecha, un padre león gira el puño del acelerador. La bestia de metal y caucho ruge. Ahí va Ayrton Senna.

            En nuestra cabeza, Vietnam todavía es una selva repleta de salvajes, como en Apocalypse Now. O las niñas huérfanas y prostitutas de Miss Saigon. O Bubba con el pecho baleado, como en Forrest Gump. Pero Vietnam es otra cosa. Es, por ejemplo, un niño de cinco años disfrazado de leopardo. Es la madre del niño disfrazado de leopardo esquivando motos en la ciudad con más motos del mundo. Es una segunda moto en la que viaja un niño —otro niño— con antifaz de tigre. Es un tercer niño con la cabeza escondida en las fauces de fieltro de un león.

            Es la postal de una fila india: motos, niños, padres y trajecitos de animales salvajes que serpentean las calles para llegar a un festival escolar.

***

            —¿Estás loca? ¿Por qué quieres ir a Vietnam?

            No sólo me iba a Vietnam. Me iba sola. Sin mi marido. En Navidad.

            —¿Qué no siguen en guerra?

            Ésa fue una amiga de la escuela. Días después, en un restaurante ruidoso, la amiga de otra amiga me miró como si le hubiera dicho que mi destino final era Neptuno. Me preguntó qué había en Vietnam. Ella no sabía ni de la guerra.

            Cuando mi madre escuchó mis planes, hizo su propio interrogatorio. Que si había considerado vacunarme. Que si llevaba un arsenal de medicinas. Que si ya le había anotado a mi marido los teléfonos de todos —todos— los hoteles en los que me hospedaría.

            Nueve horas antes de abordar el avión, uno de mis editores dijo —en broma— que me imaginaba a la mitad de la selva —paliacate en la frente y cuchillo en mano— como si fuera Rambo. Me reí de nervios.

***

            En un mapa del Sudeste Asiático, Laos y Camboya parecen una inmensa barriga que empuja a Vietnam hacia el mar. El país más flaco del continente soporta el peso con la espalda y carga en hombros a China. Guarda el equilibrio para no irse de bruces al agua.

            A vista de pájaro, Vietnam es un fideo de arroz. Su cuerpo es una «S» gigante. O no tan gigante. De punta a punta mide menos de dos mil kilómetros, sólo un poco más que la Península de Baja California, en México.

            En su parte más estrecha, el fideo es un suelo escuálido de 50 kilómetros de ancho. Un maratonista promedio podría correr de la barriga laosiana a las faldas de la playa en cinco horas con quince minutos.

            En un atlas no se advierte, pero el fideo está hecho de acero. Casi desde que imprimió su nombre en el mundo, Vietnam ha sido abrasado por la furia de la guerra, pero no ha habido lluvia de metralla ni de fuego ni de odio que borre su rastro del mar.

***

            Nació Cristo, y cien años después los vietnamitas comenzaron a jalonearse el pelo, la ropa y la vida con sus vecinos del norte. En Occidente llamamos “Guerra de Vietnam” a los 20 años de peleas con Estados Unidos a partir de los 50, pero esa no fue la primera ni la peor lucha en la historia de Vietnam: antes estuvieron los chinos; luego, los franceses.

            Los vietnamitas abrevian la historia de sus peleas con China en un chiste: “Somos como el gato y el ratón. Ellos nos persiguen y nosotros nos defendemos”. El felino tardó más de mil años en dejar la ratonera en paz. Ésta tenía un cuerpo tan largo y las garras chinas eran tan torpes, que Vietnam lograba independencias fugaces y fragmentadas: a veces en el norte y a veces en el sur. Por casi 1,500 años los vietnamitas nacieron y murieron en guerra. Escupían a las dinastías chinas lejos de sus ciudades y selvas, y éstas siempre volvían. En esa tierra flaca, donde la libertad ha sido tan escasa como la comida y el dinero, nadie fue libre por más de dos siglos al hilo.

            El ratón se habituó al gato. Se convirtió al budismo. Adaptó su alfabeto al suyo. Las fotocopias de las casas, templos y el arte de China hoy siguen vivas en las calles de Vietnam.

***

            Luna Hang está envuelta en un suéter de cuello alto y una chamarra negra rechoncha. Lleva el pelo negro y lacio recogido en una trenza. Con la bufanda roja que hace juego con sus guantes y le cubre la boca, parece un tamal al interior de una olla que guarda calor.

            Mi guía extiende la mano, me da la bienvenida al aeropuerto de Hanoi y un acordeón en su rostro atezado es la primera sonrisa que encuentro en Vietnam.

           —¿Traes abrigo? Tápate antes de salir al bus. Aquí en el norte, en esta época, los días son muy fríos.

            En una pantalla leo que estamos a 19 grados. Por eso no tengo frío, pero sigo el consejo de Luna, me siento en una banca para rascar el fondo de mi maleta y saco la chamarra que guardé antes de salir de París. En esto estoy cuando veo a la mujer que duerme encogida en la banca de enfrente temblar como gelatina. Su cuerpo es fino, como una vara de incienso, y su piel es del color de la leche. Cruza los brazos, los descruza, tirita. Pega las rodillas al pecho y se abraza las piernas como un clavadista. Sólo lleva un suéter viejo y gris.

            Pequeños, ágiles y escurridizos, los vietnamitas han sobrevivido a más de mil años de guerra y hambrunas. Hablan del inicio de la temporada de tormentas y tifones con la tranquilidad de quien dice «ésta será una tarde soleada». Administran sus cosechas de arroz como ardillas que la naturaleza entrenó para sobrevivir al invierno.

            Pareciera que la única flaqueza que vulnera a un vietnamita es pasajera. Aparece sólo una vez por año, en diciembre, cuando los habitantes del norte engordan sus cuerpos delgados —de cristal— con capas y capas de ropa, y salen a la calles con la corpulencia artificial de un luchador de sumo.

***

            Cualquiera puede contar en vietnamita. Mop. Hai. Ba. Bung. Nam. Sao. Bay. Tam. Chin. Moui. Fácil. Del uno al cinco y del cinco al diez.

         En Vietnam, la delgadez no exime a la lingüística. Aquí las listas de los diccionarios son tan flacas como la geografía, los cuerpos frágiles que tiemblan a 19 grados en invierno y las callecitas por las que fluyen motos como kayaks en un río de rápidos.

            Las palabras vietnamitas son monosílabas. Todas. El río más largo del norte: Cau. El plato tradicional para desayunar: Pho. El título del himno nacional: Tien Quan Ca. El héroe de la independencia: Ho Chi Minh. El nombre vietnamita de la capital que llamamos Hanoi (una palabra, dos sílabas): Hà Nội (dos palabras, dos sílabas).

            Dos días después de llegar a Vietnam —Viet Nam— descubrí que el verdadero nombre de mi guía —Luna, Lu-na— es Nguyệt.

***

            Sola. Sin marido. En Vietnam. En Navidad.

            Lo digo y mis compañeros de viaje —españoles, colombianos, mexicanos— me miran como si me hubieran salido tres cuernos en la frente. Luna es la única que nunca desliza una frase cortés que en realidad quiere decir: «¿Qué clase de mujer casada hace eso y por qué?».

            Ella dice que Vietnam debe cambiar, y es una orgullosa activista de su causa.

            —Aquí hay mucho machismo, pero yo he educado a mi marido. Antes, cuando nos acabábamos de casar, él llegaba a casa, se sentaba frente a la mesa y esperaba que yo sirviera la cena y lavara los trastes. Pero como yo también trabajo y pago las cuentas, le dije: «Si yo cocino, tú lavas».

            Beneficiaria de la rebeldía de la mujer de su único hijo, la suegra de mi guía —según mi guía— es su secuaz número uno.

            —Aquí aún hay hombres que piensan que todo debe ser para el marido, como el rey que tenía 700 esposas y 300 concubinas. Por eso hay que educarlos.

            Dice Luna que su suegro era la encarnación del Rey Salomón. Sin embargo, la vida del pobre iluso cambió por culpa de esta vietnamita que podría ser la hija pródiga de Simone de Beauvoir. Desde que su mujer «se dejó adoctrinar» por su nuera, a él no le quedó más que aceptar ir al mercado, cocinar, sacudir muebles y fregar el piso. Dice Luna que aún no se acostumbra, pero que ya lo hará.

***

            En el país de los fideos, las viviendas son fideos. Sus habitantes las llaman «casas de tubo». Son alargadas y se alinean una seguida de otra, como estudiantes de alturas dispares pegados hombro con hombro. De lejos, parecen columnas de números vietnamitas. Tres o cuatro metros de fachada, dos a cinco pisos de alto. Una puerta en la planta baja abre los brazos para tragarse en su pecho hasta 21 metros de profundidad. Con un poco de suerte, un balcón o una ventana miniatura en los niveles superiores.

            Luna vive con su marido, sus dos hijos, su suegra y el ex Rey Salomón en una casa de tubo de tres plantas.

            —En Vietnam, todo el mundo vive con sus padres. Rentar es carísimo. Un cuarto de 10 m2 cuesta cien dólares al mes. Lo peor es que el gobierno no nos da créditos hipotecarios, así que quien quiere comprar una casa tiene que ahorrar y pagarla de contado. Pero a nadie le alcanza el dinero para eso. Uno sólo tiene casa propia cuando sus padres se la heredan.

            —Pero no entiendo. ¿Tus padres te heredarán su casa aunque tú vivas con tus suegros?

            —No, la casa de mis padres será para mis hermanos; para los hombres.

            —¿Y a ti no te dejarán nada?

            —No, porque yo estoy casada.

            —¿Y si no estuvieras casada?

            —Hmm, de cualquier modo sería para los hombres. Por eso, si eres mujer, tienes que casarte. —ríe Luna, y traiciona la memoria de Beauvoir.

            —¿Entonces la herencia de tus suegros sólo será para tu marido?

            —Sí.

            —¿Entonces aquí las mujeres no tienen derecho a nada?

            —A nada.

***

            Oxímoron del Sudeste Asiático: obesidad vietnamita.

            En Vietnam nada es gordo. ¿La chamarra rechoncha de Luna? Extranjera. ¿Los coches que se mueven como mamuts en un país de motos? Extranjeros. ¿Las casas que tienen más de tres metros de fachada? Extranjeras. ¿Los gordos? Turistas, inmigrantes, extranjeros.

            La palabra más larga de Vietnam tiene sólo siete letras. Nghiêng significa «inclinado», y este inofensivo acto de traducción es grasa abdominal en un idioma que nunca ha visto un vocablo de nueve letras y cuatro sílabas.

            ¿La gramática ancha? Extranjera.

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Encuentro con una generación

Originalmente publicado en Esquire no. 85 (PDF aquí)Originalmente publicado en Esquire no. 85 (PDF aquí)

Alberto Chimal reunió a algunos de los mejores cuentistas mexicanos jóvenes en la antología Emergencias. Hablamos con él sobre este libro y el panorama actual de la escritura en el país.

     A paso lento se acerca Alberto Chimal hasta la cafetería en la que decidimos encontrarnos, pero es fácil reconocerle desde lejos. Ropa negra de pies a cabeza y ojeras que, como manchas de tinta, se expanden hasta sus pómulos. A los 45 años, el mexicano tiene una batalla ganada: ha definido una identidad literaria y su estilo es una marca de la casa. Tras casi tres décadas de trabajo literario, uno detecta la voz narrativa de Chimal a media calle, en una antología de cuentos o en el time line de su cuenta de Twitter (@albertochimal).

      Alberto Chimal redactó sus primeros textos en una vieja máquina de escribir. Era uno de esos armatostes grandes y pesados que le atoraban los dedos al teclear. Ya desde entonces escribía minificciones y le interesaban los artículos de revistas. Mientras algunos escritores sueñan con publicar novelas, Chimal se especializó en la brevedad, intrigado por lo que ésta produce en el lector. Y es que, mientras la novela nos mantiene atrapados —olvidados de espacio y tiempo—, un relato corto termina de formarse en la conciencia hasta que se concluye la lectura. Un novelista tiene 100, 200 ó 300 páginas para dosificar un conflicto, pero un cuentista que plantea y resuelve todo en un párrafo tiene un poder adicional: la posibilidad de revelar y sorprender después de haber llegado al punto final.

     Por estos días, Chimal presenta dos antologías. Una, Los atacantes (Páginas de Espuma), de relatos propios; y la otra, Emergencias, (Lectorum), para la que convocó a 25 escritores mexicanos nacidos después de los años 70, cuyos relatos dan cuenta de las transiciones sociales y políticas más importantes del país.

ESQUIRE: En Emergencias dices que no hay un canon para distinguir un buen cuento, pero ¿qué debe reunir para ti?
ALBERTO CHIMAL: De alguna manera, debe lograr atraer al lector. Tiene que contar una historia interesante de un modo llamativo y proponer una idea relevante o inesperada. Un gran cuento debe ser capaz de expresar algo muy pertinente sobre un tema que ya conocemos o revelar algo que no esperábamos escuchar. En el caso del libro, quería dejar claro que no es una selección canónica, porque ha surgido una cantidad de obras muy interesantes en México y no creo que una antología deba decir: “Estos son los cuentos que debes leer”. Al contrario, lo que se necesita es subrayar que, aunque la sociedad atraviese por momentos difíciles, pueden florecer formas artísticas que reaccionan ante un contexto adverso.

ESQ: Mucha gente asiste a las ferias del libro y hay autores con miles de seguidores en Twitter. ¿Los mexicanos leen o no leen?
AC: Hay un serio problema en materia de venta de libros, pero también de acercamiento con el mundo y del modo en el que lo comprendemos a partir de la lectura. Leer no sólo implica consumir un libro, es un hábito mental que permite descifrar el mundo. Ese es el valor práctico de la lectura. Otra cuestión es que ahora la gente no sólo lee en papel sino en otras plataformas: lee Facebook, Twitter, sitios web. Se relaciona con la lectura de nuevas maneras. No lo hemos asimilado, pero es algo que ocurre. Ahora, existe el fenómeno de los “booktubers”, los chavos que reseñan libros en línea. Eso también tiene repercusiones.

ESQ: ¿Crees que hay prejuicios con respecto a la lectura en línea?
AC: Por supuesto. Es inevitable porque las generaciones que ahora tienen el poder cultural son aquellas que crecieron con la prensa en papel y la máquina de escribir. Pero es muy importante resaltar que las plataformas digitales tienen una cualidad que se le ha escapado a la prensa en los últimos años, como la apertura y la escritura horizontal. En un medio impreso es muy complicado abrirse paso, pero en internet no es así. Al menos no por ahora. Quizá todo cambie si implementan las medidas de censura de las que tanto se habla, pero de momento no. Aún es un entorno libre, donde puede haber comunicación entre iguales. Y eso afecta la escritura: por eso se están desarrollando formas de escribir que antes no teníamos, porque no están reglamentadas como lo estarían en una publicación impresa en papel. A mí me parece que el actual es un momento muy interesante para la escritura digital.

ESQ: A medida que adquieres más experiencia, ¿el proceso de escritura se vuelve más fácil o más difícil?
AC: Ciertos retos de la escritura se resuelven con más facilidad; otros, en cambio, no tanto. Es más fácil redactar y estructurar las frases, pero trabajar las partes más interesantes y arriesgadas puede ser más complicado porque soy una persona a la que no le gusta repetirse. Me interesa buscar nuevas maneras de decir las cosas, encontrar nuevos temas para explorar y no quedarme con una fórmula, por muy buena que pudiera ser.

ESQ: ¿Cómo te ha ido con las distintas casas editoriales que han publicado tus libros?
AC: Es un tema complicado. En México ocurre algo particular: por un lado, hay editoriales pequeñas que se inclinan por publicar textos interesantes aunque sean de autores poco conocidos; por el otro, a los grandes consorcios les atrae, sobre todo, la fama del autor. A mí me lo han dicho. En una ocasión quise publicar un libro y me dijeron: “Vuelve cuando seas famoso”. Y ese día decidí que nunca más pondría un pie en esa editorial. Para mí ha sido mejor trabajar con editoriales independientes. Son más abiertas, receptivas y arriesgadas.

ESQ: ¿Has publicado todo lo que has querido o tienes alguna gran historia guardada?
AC: Tengo varios textos inconclusos que algún día quiero terminar. Una vez al año abro la carpeta donde los guardo, los veo y me digo que aún pueden esperar un poco más. Yo diría que en México es bastante fácil publicar textos breves, así que no tengo muchos proyectos inéditos. De algún modo, siempre se les puede dar salida, aunque sea en tirajes pequeños y en ediciones muy oscuras.

Prohibido detenerse

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Originalmente publicado en Esquire no. 85 (PDF aquí)

Tan veloz como su personaje en The Flash, Grant Gustin se convirtió en uno de los superhéroes favoritos de la televisión. En Vancouver hablamos con él sobre el estreno de la segunda temporada de la serie de Warner Channel.

     En esta mañana de miércoles, el hombre más veloz de la Tierra tuvo que despertarse una hora antes de lo normal para llegar a tiempo a nuestra cita. Los superhéroes también necesitan dormir. Apenas son las nueve, y cuando Grant Gustin aparece en el set de los Vancouver Film Studios no viste el disfraz de Flash ni se mueve a la velocidad de un rayo. Hoy salió de casa como cualquier mortal: con un par de ojeras bajo los ojos, un termo de café en la mano y unos Converse grises para soportar una jornada de 12 horas de trabajo.

     Siempre que alguien le pregunta qué distingue a su personaje de otros ídolos de Marvel o DC Comics, Gustin lanza la misma respuesta: es un tipo con el que cualquiera podría identificarse. Barry Allen es un científico larguirucho y con pocos músculos para presumir. Es tímido y se mueve con torpeza. Tarda tantos años en decirle lo que siente a la chica que le gusta que ella sólo lo ve como un amigo. “Lo que le ocurre a Barry podría pasarle a cualquiera. Él no es un dios. Gran parte de lo que le sucede es producto de un accidente”, dice el actor.

     Barry Allen se transforma en Flash a causa de una tormenta eléctrica. La falla de un acelerador de partículas provoca una ola de radiación que afecta a un sinnúmero de personas y Allen es una de ellas. Lo alcanza un rayo durante una noche de trabajo solitario en su laboratorio y el accidente lo deja en coma. Cuando despierta, tiene el abdomen de lavadero de un atleta y puede moverse a una supervelocidad.

     Hasta hace unos años, Grant Gustin también era un tipo normal. Vivía con sus padres y sus dos hermanos en la ciudad estadounidense de Norfolk, Virginia, hasta que comenzó a interesarle el teatro y le cayó en las manos la oportunidad de trabajar en Glee. Era 2011, apenas tenía 21 años y no le pasaba por la mente la idea de que lograría cumplir su más grande fantasía infantil:  tener superpoderes y pasar disfrazado buena parte de su tiempo.

***

    Entre un sorbo de café y otro, Gustin cuenta que durante su infancia tuvo una niñera que renunció a causa de su obsesión con Superman. “Le daba mucha vergüenza salir conmigo a la calle” dice antes de reír. Era tan fanático del personaje que en aquel entonces interpretaba Christopher Reeve que usaba su pijama del hombre de acero en la mañana, en la tarde y en la noche. “Me compré unos calzones rojos para usarlos sobre el pantalón de la pijama y tenía unas botas de lluvia del mismo color. Quería vestirme así todos los días.”

—¿Por qué te gustaba tanto Superman?

—Amaba a Chris Reeve. Fue la única franquicia que realmente me interesó. No crecí cerca de tiendas de cómics ni era experto en esos temas. Simplemente me encantaban las películas y él siempre será Superman para mí.

     Grant Gustin no es el primer Flash de la televisión. El personaje del cómic de los años 40 apareció por primera vez en un especial televisivo de 1979 —Legends of the Superheroes— y regresó en los 90 con una serie que duró una temporada. El héroe fue interpretado por John Wesley Shipp y ahora ese actor es el padre de Barry Allen en la serie que protagoniza Gustin.

—¿Estás consciente de que tú siempre serás Flash para toda una nueva generación?

—Claro, pero trato de no pensar mucho en ello. Me divierto porque crecí amando a un superhéroe, pero no me tomo demasiado en serio esto de ser Barry Allen. Sé que después de mí vendrán otras interpretaciones de Flash.

***

     Grant Gustin no titubea al admitir lo mucho que disfruta interpretar al único hombre capaz de dejar en ridículo a Usain Bolt. “Me encanta usar el traje, me siento diferente cuando lo llevo puesto y estamos en una locación, porque solemos grabar frente a una multitud. Por alguna razón, cuando estoy disfrazado suelo hacer cosas estúpidas, y la gente grita y aplaude”, dice Gustin entre risas.

    Disfrazarse de Flash no sólo desencadena un mar de fanáticos en busca de una selfie. Cuando Gustin obtuvo el papel en 2003, muchos escépticos se manifestaron para decir que él no estaba a la altura del papel. “Claro que estaba al tanto de eso. Tengo una cuenta de Twitter y me gustan las redes sociales, así que leer esos comentarios fue parte de una lección con la que debí aprender a lidiar”. En la terna para elegir al protagonista de la serie que compartiría conflictos y personajes con Arrow (2012) —otra bomba de DC Comics en la televisión— había un par de actores casi 10 años mayores que Gustin. Ambos decían ser fanáticos de los cómics y tenían el físico de aquellos comprometidos a varias horas diarias de gimnasio. Al final ganó la esencia de Barry Allen, y el actor que elevó los ratings de la primera temporada fue un tipo larguirucho, tímido, que asegura que no siempre ha tenido suerte con las mujeres.

***

     El rayo quiebra el techo de cristal del laboratorio y Barry Allen se transforma en Flash. ¿Qué sigue en la historia que casi cuatro millones de personas sintonizaron durante 22 episodios consecutivos? El resto de los afectados por el desastre de radiación —“metahumanos”, como les llama nuestro héroe— meten en líos al protagonista y él debe enviar a todos a una prisión especializada que está a cargo de su mentor, Harrison Wells, interpretado por un genial Tom Cavanagh; la doctora Caitlin Snow, experta en genética a la que da vida Danielle Panabaker, y Cisco Ramon, un genio de la ingeniería mecánica encarnado por el actor colombiano Carlos Valdés.

     En el gremio televisivo se dice que el reto de una serie no es concluir la primera temporada, sino sobrevivir a la segunda. “Así es. No he visto los nuevos episodios tras la posproducción, pero sólo con leer el guion sabemos que tendrá un tono diferente y que Flash se apegará más al personaje del cómic.” Según Gustin, el personaje tendrá más confianza en sí mismo y los metahumanos que enfrentará serán más oscuros.

    El éxito de las adaptaciones de historietas no se detiene, por lo que la cadena ya anunció el estreno de Legends of Tomorrow —serie que combina varios personajes y universos— para 2016. A Grant Gustin no le preocupa interpretar a Flash durante varios años más. “Si tuviera el superpoder de mi personaje lo aprovecharía para pasar más tiempo con mi familia y ver a toda la gente que quiero, pero al final volvería para seguir trabajando. Soy un superhéroe de televisión, así que podría hacer esto durante muchos años más.”

Las ventajas de ser Hugh Jackman

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Originalmente publicado en Esquire no. 85 (PDF aquí)

Un día conduce la entrega de los premios Óscar, otro es un mutante en X-Men y ahora trabaja con uno de los mejores directores de Gran Bretaña en Pan. ¿Hay algo que este tipo no pueda hacer?

     Nada detiene a Hugh Jackman. Desde que apareció en X-Men, en el año 2000, estrena entre dos y cinco películas por año. Si el guión o el director lo atrapan, no le importa cambiar de género de manera drástica: igual acepta un chick-flick como Kate & Leopold (2001), una cinta de acción como Van Helsing (2004) o un musical (Les Misérables, 2012). Ahora se decidió por la fantasía. Bajo la dirección de Joe Wright (ese genio detrás de Atonement, Hanna y Anna Karenina) se disfraza de pirata en Pan, que narra la historia clásica infantil desde una perspectiva distinta a las que se han abordado hasta ahora. ¿Por qué aceptar un proyecto del estilo? Él mismo lo responde.

ESQUIRE: ¿Qué vuelve atractivo un proyecto como Pan en esta etapa de tu carrera?
HUGH JACKMAN: Primero que nada, me encanta la historia de Peter Pan y todo lo que gira en torno a ésta. Con esta película uno recuerda su niñez, pero además amo a Joe Wright. Acepté tan pronto supe que él sería el director. Cuando me reuní con él, sacó su iPad y me enseñó una imagen de mi personaje. Recuerdo que dijo: “Esto es lo que pensaba para Blackbeard”. Lo que yo tenía en mente era a un tipo con la barba incendiaria, y lo que Joe me mostró fue una foto de mi cara con maquillaje, que estaba cuarteada como si fuera una pintura vieja, y parecía una mezcla de la peluca de María Antonieta con la ropa de Luis XIV [ríe].

ESQ: Joe es uno de los mejores directores contemporáneos. ¿Qué lo distingue de otros?
HJ: Con él trabajamos en una especie de taller que dura tres semanas. Yo había hecho eso en proyectos de teatro, pero nunca de cine. Metió a todos los que interpretaríamos a un pirata a un cuarto y pasamos juntos cada día en la creación de nuestros personajes. Así definimos su aspecto físico, su manera de caminar y su contexto; establecimos una dinámica para ellos. Desde ahí nos probamos el vestuario, que el diseñador nos llevó en una caja inmensa. Para que cada uno se metiera en su papel, Joe nos decía: “Ve y vístete [ríe]”. Cada día nos relacionamos más y más con nuestros personajes, hasta nos aprendimos los nombres de todos y quedó claro cuál sería su aspecto físico.

ESQ: Como en otros proyectos, tuviste que sufrir una transformación física. Háblame de eso.
HJ: Bueno, por suerte para mí, desde una etapa muy temprana del proyecto decidimos que tendría que rasurarme la cabeza. En realidad fue una medida práctica, pues tendría que usar muchas pelucas. Sin embargo, más allá de esto, hay una razón por la que mi personaje es calvo. No te lo puedo explicar ahora, porque revelaría algo importante sobre la historia, pero siempre lleva las pelucas a la mitad de la cabeza, lo que le da un aspecto de samurái. Es un tipo muy vanidoso, así que la idea de que use maquillaje blanco, tenga los ojos oscuros y se vea completamente diferente a mí, me resultó fenomenal. Durante seis meses nadie me reconocía. Fue fantástico, aunque tuve que usar mucho bloqueador solar para no quemarme la cabeza [ríe].

ESQ: En la película trabajaste con Rooney Mara, Garrett Hedlund y Adeel Akhtar, que interpretan a Tiger Lily, Hook y Smee. Todos son actores geniales.
HJ:
Rooney y Garret son dos de los actores más trabajadores que he conocido. Ambos son brillantes. Ahora tienen la edad que yo tenía cuando trabajaba en mi primera película de Wolverine, y he de admitir que ahora he llegado a una edad en la que pienso “el stunt podría hacer eso por mí”. Sin embargo, Garret hace justo lo opuesto. Recuerdo que durante el rodaje lo vi filmar una escena de pelea bastante brutal, en la que enfrentaba al nativo de una aldea y recibía un golpe tras otro y al día siguiente se presentó a trabajar como si nada. Es un guerrero, realmente fue grandioso.

ESQ: ¿Y a ti cómo te fue con las escenas de pelea?
HJ: Tuve que hacer varias de éstas con Rooney. Eran peleas con espadas, y déjame decirte que ella es genial para eso. Cuando uno trabaja en un proyecto como éste, donde puede pasar un mes antes de que llegues a una escena del estilo, es muy sencillo emocionarse y esperar “ese gran momento”. Cuando finalmente llegó para ella, mostró mucha confianza y se veía genial frente a la cámara.

ESQ: ¿Los sets en los que filmaron fueron tan geniales como los que veremos en la pantalla del cine? ¿Tuviste algún favorito?
HJ: Bueno, me sentí muy apegado a mi barco. Desde el instante en el que lo vi, pensé: “Es lo más increíble que he visto en mi vida”. Es masivo, de verdad, no creo que hayas visto algo similar. Era hermoso y lo construyeron de principio a fin. Es decir, normalmente, para una filmación, sólo se construyen ciertas partes; por ejemplo, si vas a filmar en un avión sólo se hace la cabina o se recrea el interior. Sin embargo, en este caso se edificó el barco completo. Además estuvo el set de Nunca Jamás. Recuerdo que cuando hice mi primera prueba frente a cámara necesitaba el visto bueno de Joe y no lo encontraba. El set era tan grande que nos perdíamos en él.

Habrá zombies para rato

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Originalmente publicado en Esquire no. 84 (PDF aquí)

Nadie está a salvo en Fear the Walking Dead, el spin-off de una serie que ya se recuerda con nostalgia. La primera temporada ya está aquí y Cliff Curtis, uno de los personajes principales, nos dice lo que podemos esperar de ella.

     No exageramos al decir que para muchos se trata de la serie más esperada de 2015. The Walking Dead rompió récords de audiencia en Estados Unidos (más de 15 millones de personas vieron el final de temporada) y ahora una serie hermana espera replicar el éxito. Fear the Walking Dead contempla el apocalipsis zombi desde una perspectiva distinta y un equipo nuevo de guionistas ha dedicado años a la planeación de la historia.
La sorpresa y el desconcierto de los personajes será un punto en común entre ambas series, pero los protagonistas,  las líneas narrativas y locaciones de Fear the Walking Dead serán completamente diferentes. Mientras que el programa anterior inicia cuando el mundo ya está destruido —Rick (Andrew Lincoln), el protagonista, despierta de un coma que lo mantuvo cuatro meses inconsciente—, esta nueva serie estará ambientada en Los Ángeles e iniciará antes del apocalipsis. Asimismo, los personajes no serán individuos aislados que se conocen después de la hecatombe, sino los miembros de dos familias: los Salazar (dos inmigrantes centroamericanos interpretados por Rubén Blades y Patricia Reyes Spíndola) y la que integran Travis y Madison (Cliff Curtis y Kim Dickens), dos profesores de preparatoria que inician una nueva vida juntos.

ESQUIRE: Uno de los aciertos de la serie es tener un elenco internacional, ¿no?
CLIFF CURTIS: Es interesante porque no seleccionaron a actores individuales sino a un grupo que funcionara como una familia. Lo que querían era encontrar química en las relaciones que se establecerán en la serie y un sentido de conexión entre los actores.

ESQ: Háblame de tu personaje.
CC: Interpreto a un maestro de inglés. Por su parte, Kim Dickens tiene el papel de Madison, consejera de una escuela preparatoria. Ninguno de nuestros personajes está preparado para lo que vendrá. El Este de Los Ángeles suele ser increíble y nunca ha enfrentado una situación como la que veremos. El punto es que esta zona de la ciudad es multicultural, hay una mezcla de todo. Hay matrimonios interraciales y es un sitio en el que todo podría ocurrir.  

ESQ: Hay quien piensa que en Los Ángeles hay muchas pandillas. ¿Veremos algo de esto en la serie?
CC: Ninguno de los personajes principales está en una pandilla. Para ellos lo principal es su familia. Tampoco es un tema en el que se vaya a enfocar la serie. Básicamente trata de dos profesores de preparatoria que están tratando de averiguar qué hacer con los adolescentes que tiene a su cargo. Sin embargo, hay otro tipo de problemas. En una de las familias hay un adicto a las drogas y yo tengo un hijo del que estoy completamente distanciado.  

ESQ: ¿Cuál será la relación de tu personaje con el de Kim Dickens?
CC: Mi personaje está muy enamorado del de Kim. Acaban de iniciar su relación. Ella tiene dos hijos adolescentes y yo estoy separado de mi ex mujer. Al inicio de la temporada ambos están en un ambiente de amor, pero cuando empiezan los problemas no saben exactamente cómo deben reaccionar y no responden a la situación del mismo modo. Ella es muy pragmática y yo soy idealista. Yo digo que arreglaré las cosas y ella simplemente lo hace [ríe]. A mí me gusta discutir las cosas y ella prefiere actuar.

ESQ: Es decir, es una situación que podría ocurrirle a cualquiera de nosotros en la vida real.
CC: Es muy interesante. Por ejemplo, mi personaje se da cuenta de que quizá nunca debió de haberse casado con su ex mujer, pero en su momento hizo lo que consideró que era lo correcto. Y es que hay algo bueno de haber tenido un matrimonio de 13 años con alguien: aprendes mucho y cuando estás en una nueva relación y enfrentas un problema, ya sabes lo que debes hacer. A veces ni siquiera es necesario que hables. Uno accede a ciertas cosas y la otra persona a otras. Así puedes seguir adelante.

ESQ: ¿Cómo será el ritmo de Fear the Walking Dead? Leí que pasará un rato antes de ver al primer zombi en pantalla.
CC: Y hay algo más: no todos los zombis serán una amenaza. Lo que sucede con esta nueva serie es que pretendemos retratar un mundo donde hay más elementos reales, porque de este modo te puedes identificar con más cosas. En general la realidad es más compleja de lo que uno cree, así que decidimos enfocarnos en ese principio y los guionistas y creadores de la serie lo usaron con gran efectividad. Es decir, crearon una expectativa acerca del modo en el que crees que una persona debería  reaccionar ante determinadas situaciones.

ESQ: Tomando esto en cuenta, ¿qué es lo que nos atrapará de la serie?
CC: Que uno cree que sabe cómo actuaría ante determinados hechos, pero a veces ocurren cosas que te llevan a actuar de modo distinto y tomar otra dirección. Eso es lo que nos mantiene siempre caminando. La serie volverá a crear expectativas y luego las modificará pero todo siempre será plausible, auténtico y tendrá mucho sentido. Es decir, siempre habrá sorpresas y provocará que la gente piense: “Wow, no creí que esto pudiera suceder” o “Jamás creí que ese personaje fuera capaz de hacer eso”. Permitirá que nos cuestionemos lo que haríamos si estuviéramos en sus zapatos y creo que eso es lo que provocará que la gente no deje de ver la serie. Con toda certeza puedo decirte que esta primera temporada tiene muchos elementos de este tipo. A mí me impresionó. Soy de Nueva Zelanda y hay muy pocas cosas que me impresionan, pero la serie realmente me impactó. La historia tiene cosas geniales.

La otra vida de Geraldine Chaplin

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Originalmente publicado en Esquire no. 84 (PDF aquí)

     A Geraldine Chaplin no le importan sus personajes. Dice que en 63 años de cambios de vestuario, peinado, maquillaje y sets de filmación ella nunca ha aceptado un trabajo por el papel que le ofrecen, sino por el director que está detrás de él. Si conoce su trabajo, acepta sin siquiera leer el guión. Su prioridad nunca ha sido la fama, sino el cine en sí: actuar, formar parte de un equipo extraordinario y talentoso, perderse en su interpretación y luego sentarse a ver la película ya terminada. Su nuevo proyecto se llama Dólares de arena, y retrata a una anciana que se muda a la playa en la última etapa de su vida y se enamora de una prostituta jovensísima (Yanet Mojica) que por supuesto no tiene el más mínimo interés en ella. Platicamos con la actriz británica, que acaba de cumplir 71 años, sobre su última película.

ESQUIRE: ¿Qué es lo que más le atrajo de Dólares de arena?
GERALDINE CHAPLIN: Esta película ha sido un regalo. Acepté porque soy admiradora de los directores, Laura Amelia Guzmán e Israel Cárdenas. Cuando me llamaron para ofrecerme el papel, casi pensé que era un sueño.

ESQ: La temática de la película es muy dura, ¿no había cierta tristeza después de filmar?
GC: Creo que cuando termino el día de trabajo el personaje se queda en mi camerino, pero mi marido me dice que eso no es cierto [ríe]. Y es que además de Dólares de arena estuve trabajando en películas de terror. Entonces, imagínate lo que el pobre tuvo que soportar.

ESQ: ¿Su experiencia como actriz cambia al interpretar a personajes en otros idiomas?
GC: Sí, pero también tengo problemas con el inglés. Es mi idioma materno, pero siempre tengo que modificar mi acento. Para los ingleses hablo como estadounidense y para los estadounidenses hablo como inglesa. Pero tienes razón, acabo de hacer una película francesa y claro, no es lo mismo enojarme en francés que en español [ríe].

ESQ: ¿Cómo ha cambiado su aproximación a los personajes conforme ha avanzado su carrera?
GC: Al principio era un trabajo que iniciaba con papel y lápiz, porque recreaba la vida anterior del personaje. Últimamente me ayuda el vestuario. Uno se aprende el guion y visualiza escenas, pero cuando me pongo la ropa y me miro en el espejo es cuando el personaje se vuelve más fascinante para mí.

ESQ: ¿Aprecia todas las películas que ha filmado o se arrepiente de alguna?
GC: Con los años te das cuenta de que hay películas maravillosas, como Dólares de arena, y otras que son una mierda. Y claro, también he hecho cantidad de ésas. Lo que pasa es que si el trabajo de rodaje es bonito, piensas que la película será genial.

ESQ: ¿Fue difícil relacionarse con la soledad y la incertidumbre que vive su personaje en la cinta?
GC: Me he identificado mucho con esta vieja, como en todas mis películas. La soledad es muy fuerte y ella vive en un engaño que he llamado “el animal moribundo”, porque ella llega a un paraíso a vivir sus últimos años, pero ese paraíso no es real. No se engaña pero quiere creerlo.

Este soy yo: Jorge F. Hernández

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Originalmente publicado en Esquire no. 83 (PDF aquí)

Escritor, 53 años, Ciudad de México

> Lo que más me dolió al revisar los textos que recopilé para este libro [Solsticio de infarto] fue releer cómo me tuve que despedir de Eliseo Alberto, que fue como mi hermano mayor. No pasa un solo día sin que lo extrañe.

> Cuando Lichi [Eliseo Alberto] ganó el Premio Alfaguara, ambos estábamos en el Hotel Palace. Le llamé y me dijo: “Jorgito, enhorabuena, quedaste finalista”. Le respondí que estaba en el lobby y que iba a matarlo. Colgó y como a los diez minutos bajó con su guayabera de siempre. Quiso saber si de verdad lo iba a matar. Le respondí que no, pero que al menos le rompería la madre. Y me dijo: “¿De veldá?”. Y le dije: “No, creo que mejor nos vamos a emborrachar”. Y nos aventamos una peda de 18 horas que pagué yo.

> Pasé años queriendo escribir una columna, porque [Adolfo] Bioy Casares decía que son laboratorios para soltar la mano.

> Publiqué mi primer cuento a los 17 años, pero una cosa es publicar un texto y otra es comprometerte a escribir una columna cada ocho días. Lo que Bioy Casares no me dijo fue que el principal problema de publicar una columna es el espacio. Si no te ajustas a lo que te piden, te arriesgas a que otro te recorte. Recuerdo una ocasión en que un editor le cortó el último párrafo a un texto que entregué. No lo entendió ni mi mamá.

> Tengo una columna en El país desde hace 18 meses. Como en España no me conoce nadie, a cada rato me piden fotos. No quieren publicarlas, sino saber cómo soy. Seguro se imaginan que soy un viejito o un metrosexual.

> El otro problema de las columnas es la prisa. Una vez escribí una columna en 11 minutos. Ha sido mi tiempo récord. Cuando mis hijos estaban chicos, se asustaban mucho. Pobres, creían que iba a llegar un policía especializado en columnas y diría: “Vengo a arrestarte porque no entregaste a tiempo tu texto”. Así que le decía a mis hijos: “¡Ayúdenme a escribir!”.

> Mi columna se llamaba “Agua de azar” porque yo sí creo en el azar. Diario veo coincidencias muy raras. Algunas me provocan miedo. Por ejemplo, sueño con familiares en el instante en el que mueren. Recuerdo a mis amigos el día que se divorcian. Me pasa diario, desde niño.

> Nunca me han corregido un texto por razones ideológicas ni por erratas.

> Normalmente escribo a mano, lleno libretas y de ahí surgen los textos. “Agua de Azar” está contenida en 60 libretas.

> Siempre se nota cuando alguien no te lee. Te das cuenta porque un día escribes sobre Popeye y a la semana el editor te pregunta: “¿Por qué no escribes algo sobre Popeye?”. Me han publicado sin leerme.

> Las redes sociales han multiplicado el número de lectores. Hace dos semanas publiqué un texto sobre García Márquez y lo leyeron 62,000 personas. Si hubiera podido cobrar un peso por cada lectura, no estaríamos aquí. Tu fotógrafo me estaría haciendo retratos en la playa.

> Conforme ha pasado el tiempo –y sobre todo después del infarto que sufrí– me ha dado por releer a los muertos. Tengo un rollo con mis propios fantasmas.

> Cuando elijo un libro nuevo para leer, suelo ser muy adepto a lo que me dijo Fernando Benitez alguna vez: “Llega a la librería y fíjate en la portada.” Por eso, si una portada está del carajo, no lo llevo.

> Cada año releo El Quijote. Hasta ahora lo he hecho 28 veces.

> Mi padre fue imitador de voces en XEW. Yo hago algunas imitaciones y mis hijos lo heredaron. Otros escritores lo han hecho. Cuando Dickens escribía, hacía la voz de Scrooge. Su hija lo escuchó y le dijo que se presentara en teatros.

> Mis hijos tocan todo lo que tenga cuerdas. Yo toco guitarra y en Oaxaca se nos ocurrió que la mejor manera de homenajear a [Juan] Villoro era cantarle. El video está en Youtube y cada vez tiene más vistas. Se llama “Homenaje musical a Juan Villoro”. Ya le escribí un título nuevo: “All You Need is Juan”.

> Crecí en Estados Unidos. Viví ahí hasta que cumplí 14 años. En mi escuela se hizo el piloto de Plaza Sésamo y ese día llegué a casa y le dije a mi papá que habían ido unos pinches títeres muy chistosos y que harían un programa de televisión con eso. Mi papá me preguntó: “¿Crees que funcione?”. Y le dije: “Están muy padres, son muppets”.

> Octavio Paz me invitó a trabajar en Vuelta y un día me dijo: “Me parece que tienes una propensión a hilar gratitudes, y eso es difícil”. En todas las reseñas y textos que escribía predominaba una intención por agradecer y hablar bien de otros. Yo siempre trato de agradecer. Por ejemplo, cuando alguien me invita a presentar un libro, siempre lo leo y agradezco todo lo que aprendí con la lectura.

> Hay un cajón lleno de cosas que no he querido tocar. Yo soy historiador de oficio, así que tengo huecos del pasado en los que aún me falta bucear. Hay épocas a las que aún no me atrevo a volver, porque aún no estoy dispuesto a encararlas, pero que involucran temas que eventualmente aparecerán en alguna novela o cuento.

Puros cuervos

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Originalmente publicado en Esquire no. 83 (PDF aquí)

La primera producción original que Netflix estrena en español se rodó en México bajo la dirección de Gaz Alazraki, creador de Nosotros los Nobles. Esto es Club de cuervos.

     Gaz (Gary) Alazraki tiene 33 años y ya hizo historia en el cine y la televisión de México. En su momento, Nosotros los Nobles (2013) nos hizo reír, impulsó la carrera de actores como Karla Souza y Luis Gerardo Méndez y rompió récords de taquilla. Con esa, su primera película, Alazraki recaudó más de 26 millones de dólares, casi el doble que El crimen del padre Amaro (2002), que tenía el récord desde su estreno más de 10 años atrás.

      Ahora toca el turno de llevar su talento a la televisión. En mancuerna con Netflix, el mexicano dirige Club de cuervos, la primera producción en español que se transmitirá en los más de 50 países que cuentan con el servicio de streaming. Con una mezcla de drama y comedia, la serie se enfoca en una familia rica que tiene un equipo de futbol. La historia arranca con la muerte del patriarca en la ciudad ficticia de Nuevo Toledo y en ella actúan Luis Gerardo Méndez, Mariana Treviño y Daniel Giménez Cacho. El protagonista y el director de la serie nos hablaron sobre ella, que estrena sus 13 capítulos este mes de manera simultánea.

ESQUIRE: Club de cuervos será la primera serie latinoamericana de Netflix. ¿Cómo enfrentaron ese reto?
GAZ ALAZRAKI: Traté de mantener una visión muy universal cuando estaba tomando las decisiones creativas. Quería que fuera una serie orgullosamente mexicana, con un léxico muy mexicano, que a la vez abordara temáticas universales, como la mala distribución de la riqueza o lo que sucede cuando el poder cae en las manos equivocadas, por mencionar algunos ejemplos. Creo que eso es algo con lo que muchas personas, incluso fuera de México, nos podríamos identificar.

ESQ: ¿Siempre supieron que el tono debía ser cómico, a pesar de que la temática es tan dura?
LUIS GERARDO MÉNDEZ: Gary y yo siempre quisimos hacer algo arriesgado y eso permea en la serie. Gracias a eso, los personajes son tanto oscuros y patéticos como divertidos. No son siempre adorables porque también hacen cosas complejas y terribles y creo que eso es lo interesante de esta serie, que es una comedia que de pronto no es tan chistosa, porque en ella ves reflejada a gente que conoces muy bien no sólo en México sino en todo el mundo. En ese sentido, el riesgo viene de la mano con trabajar en mancuerna con Netflix y lo asumimos con gran responsabilidad.

ESQ: En una región donde la comedia se representa con un pastelazo o un chiste fácil y el drama está en las telenovelas, ¿cómo diferenciarse de eso?
LGM: Cuando empezamos la serie fue muy chistoso. Muchos productores —no voy a decir nombres-— se nos acercaban a preguntarnos: “¿Cómo van?, ¿están divertidos los guiones?, ¿les está yendo bien?” porque saben perfectamente que si esto funciona se abrirán las puertas para otras producciones en México. Entonces, al principio sí cargábamos con la presión, pero un día Gary y yo nos volteamos a ver y dijimos: “Fuck it, güey, de lo que se trata es de que esto nos guste a nosotros y de que sea divertido”. Y yo tengo una máxima en mi vida, que es que siempre quiero hacer proyectos que a mí me gustaría ver. Y en ese sentido esa es la forma de diferenciarse de lo que acabas de decir. Pensamos en cómo hacer un proyecto que también a nosotros nos hiciera morir de risa y que cada que se acabe un capítulo nos deje enganchados con ganas de ver más. Además, Gary hizo un trabajo extraordinario reclutando a guionistas estadounidenses que han trabajado en series como The Sopranos, Californication y Two and a Half Men, que tienen herramientas de trabajo que no tiene nadie en el país y que nos ayudaron a crear este proyecto.

GA: Y hay otra cosa importante: cuando comparas el modelo de negocio de Netflix con el de una televisora convencional, particularmente mexicana, te das cuenta de que el modelo está diseñado para que sus contenidos funcionen de forma distinta. Es decir, la televisión abierta no suele ser dolorosa. No puede agredir a mucha gente, sino apelar a las masas, así que el contenido debe ser muy accesible y tocar temas que sean muy rosas. El modelo de Netflix pide que desarrollemos una relación muy íntima con el público que elija ver nuestra serie. Entonces tuvimos que hacer justo lo contrario: decir las cosas que en otro sitio no te atreverías a decir en voz alta, que vas a hablar en terapia. Eso transformó nuestro trabajo en algo extremadamente honesto, abierto y duro.

ESQ: ¿Qué les aportó la experiencia de trabajar con escritores de series de televisión estadounidense?
GA: Para empezar, hábitos de trabajo, secretos que ellos tenían, como tener un taquígrafo en el cuarto de guionistas para tomar apuntes de todos nuestros comentarios, la disciplina de mandar esos apuntes a los escritores, aprender cómo se desarrolla toda la temporada y el modelo del personaje. Es decir, a fin de cuentas, un avaro en Chile es igual a uno en China y uno en Estados Unidos. Entonces, aprendimos a lograr que el humor se burle de cosas universales sin que deje de ser específico de una región.

LGM: Creo que nunca había estado en un proyecto que implicara tanto trabajo en equipo como éste. Los guionistas vinieron a México y se entrevistaron con futbolistas, árbitros, prostitutas y con toda la gente que está involucrada en el futbol de México. Entienden el país, los valores universales, la guerra de sexos, la ambición, el poder, la traición y cómo todo eso es igual en otros países. Y cuando llegaron los guiones, tanto Gary como los actores tuvimos que entrar a ese universo que no existe y se llama Nuevo Toledo para darle una identidad.

Encuentro de dos mapas

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Originalmente publicado en Esquire no. 82 (PDF aquí)

El mexicano Roberto Wong unió en su primera novela, París D.F., dos capitales del mundo. Y también obtuvo el Premio Dos Passos.

     Un día de 2012, Roberto Wong comenzó a estudiar dos mapas sobrepuestos. No había escrito ni una letra de París D.F., su primera novela, pero ya sabía que su protagonista se movería entre las capitales de Francia y México. El tejido con el que Wong las enlaza podría ser sólo la estructura narrativa de su libro, pero en la vida del mexicano de 33 años es un fenómeno anecdótico: hace casi una década, por la relación que inició con una mujer francesa, se obsesionó con París. Wong entraba y salía de Francia a través de los viajes que emprendía con su novia y las lecturas que hacía de Rayuela, de Julio Cortázar. “Empecé a escribir la novela no como un acto sentimental, sino como un homenaje a esas lecturas que desataron mi anhelo por convertirme en escritor”, dice Wong. Él quería mostrar que París es un símbolo, y lo logró: empalmando los mapas de ambas metrópolis identificó puntos convergentes —El Zócalo y Notre Dame, por ejemplo— y confeccionó una ciudad imaginaria, tan vertiginosa y palpitante que parece real.

     El protagonista de París D.F. se llama Arturo. Es un mexicano que trabaja en la Farmacia París porque cree que su empleo lo acerca a la ciudad que, para él,  encapsula la perfección. “Es un juego de espejos. Arturo plantea París como un ideal pero luego descubre que es una serie de lugares comunes”. La historia de Arturo inicia con un crimen: un asaltante entra a la farmacia y, cuando es derribado por la policía, todo se transforma. Preguntarse qué hubiera pasado si una bala lo alcanzaba sume al protagonista en una especie de letargo que adelgaza la línea que divide sus delirios de su realidad.

      Dos voces se cruzan en París D.F. Por un lado habla Arturo y por otro hay un narrador en tercera persona, que es como una cámara aérea para comprender la trama desde otra perspectiva. “Decidí usar estos narradores para retratar distintos viajes dentro de esa ciudad imposible”, dice Wong. Además está Nadia, la obsesión de Arturo. Ella, como París, es una metáfora de la perfección. Al pasar las primeras páginas de la novela es difícil saber si es real o no, pero por el modo en el que Arturo la describe, es imposible evitar imaginarla.

       A Roberto Wong le tomó un año terminar París D.F. Su ambición no sólo era cuadrar mapas, sino sus expectativas como escritor novel con las líneas que plasmaba en papel. Pasó días escribiendo y destrozando sus propias palabras pero, a fines de 2014, un mensaje desde Madrid probó que todo había valido la pena: había ganado el Premio Dos Passos a la Primera Novela, otorgado por miembros del ámbito cultural español. “No podría estar más contento, pero sé que la literatura no es un premio ni una publicación, sino lo que sucede cuando regresas a casa, quieres volver a escribir y te das cuenta de que lo escribiste no está a la altura de lo que esperabas”. Wong cree que la literatura es un combate continuo, pero no le importa enfrentarlo si con ello llegará el día en que pueda decir: “Estoy medianamente satisfecho”.

Este soy yo: Arnold Schwarzenegger

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Originalmente publicado en Esquire no. 82 (PDF aquí)

Actor (y Teminator), 67 años, Austria (y Skynet)

> Mis hijos se emocionaron mucho cuando les dije que sería Terminator otra vez. La gente ama al personaje tanto como a la franquicia, y quieren ver una historia nueva sobre el tema.

> Fue muy divertido regresar a este mundo de ficción, en especial porque el guión es genial. [Terminator Genisys] tendrá grandes sorpresas. Me dio mucho gusto que David Ellison (World War Z, 2013) se hiciera cargo de la producción de la cinta porque él es un entusiasta de la historia original. Había sido fanático de ella desde niño, y eso siempre ayuda.

> En Terminator Genisys participaron escritores extraordinarios, además de gente dispuesta a invertir en el proyecto a gran escala. Y claro, tuvimos el apoyo incondicional del estudio.

> Durante la filmación estuve rodeado de mucho talento. J.K. Simmons, por ejemplo, es un tipo al que me la pasé elogiando en el set porque interpreta a su personaje [el detective O’Brien] de manera impresionante. Sé que el suyo es distinto al personaje original, pero todo el tiempo le decía que no podía creer cómo lograba ser exactamente igual a ese policía. Era de lo más extraño observarlo, y él sólo me respondía: “Muchas, muchas gracias”. Y también estuvo Emilia [Clarke], que tuvo la fortuna de interpretar a Sarah [Connor], ese papel que hizo Linda Hamilton y cuyo trabajo fue extraordinario. Emilia aceptó someterse a todo: a la dieta, a manejar armas, a trabajar con dobles, a todo. Fui muy feliz con la gente que me rodeó porque una película como ésta no depende de una sola persona. Es un trabajo de colaboración que está sujeto a un director magnífico, a buenos escritores y al demás talento que contribuye a que la cinta brille.

> Creo que James Cameron está muy contento con este proyecto. Hablo con él muy seguido porque somos muy buenos amigos.

> No me siento presionado por la posibilidad de que la gente compare esta cinta con la original. Lo que siento es que siempre debes de comprometerte con una película que tenga una gran historia.

> Tengo hijas y sí soy un padre protector, así que no sentí que comportarme de modo similar con Emilia [Clarke] estuviera fuera de lugar. Fue divertido interpretar a su guardián y a la vez, crear situaciones cómicas, especialmente cuando llega otro hombre a escena y yo soy esa especie de figura paternal para ella. Lo curioso es que como hombre, puedo comprender la situación, pero para mi personaje es muy distinto. Sin embargo, la resolución de ese conflicto se logró muy bien en el guión.

> Mi principal reto fue que mi personaje no perdiera su esencia como máquina, hacer las escenas de acción y mantener la concentración. También tuve que seguir el ritmo del rodaje. Filmamos en muchos sitios y eso no siempre es sencillo.

> Lo que más me gusta de mi personaje es que se trata de una máquina con una cantidad interminable de poder y energía. De algún modo es indestructible. No diría que tiene corazón, pero en la segunda película [Terminator 2: Judgment Day, de 1991] logra adaptarse a la conducta humana. En esta nueva cinta trataron de conseguir algo similar. En Terminator Genisys hay una escena en la que Emilia me abraza y le pregunto: “¿Para qué aferrarte a algo que sabes que debes dejar ir?”. Es decir, mi personaje simplemente no tiene idea de por qué Sarah lo abraza y su pregunta demuestra que es insensible, al grado de que ella lo mira como si pensara: “Dios, ¿es en serio? ¿Algún día vas a aprender lo que sienten los seres humanos?”. Por eso esta cinta tiene cosas espléndidas: siempre nos recuerda que él es una máquina y que tiene mucho que aprender.

> Acabo de estar en Budapest. Di un discurso motivacional. Doy muchos discursos del estilo. Muchas instituciones de negocios me invitan para participar en eventos empresariales y decirles cómo pueden ser ganadores y aplicar mis seis reglas para el éxito.

> ¿Cuáles son esas reglas? Lo principal es tener una visión clara del objetivo al que quieres llegar. No escuches lo que los demás dicen de ti. Trabaja como bestia. Devuelve algo, no sólo pidas.

> Me han preguntado por qué sigo actuando si puedo ganar dinero sólo con mis discursos motivacionales. Y sí, sí gano millones de dólares con ello, así que estoy muy feliz con ese trabajo aunque no sea mi profesión principal. Sé que cuando termine con la serie de Terminator habrá alguien que me invite a eventos donde podría hablar no sólo de motivación, sino también de salud y de política. Es decir, puedo tener actividades variadas para no aburrirme cuando tengo tiempo libre. Lo maravilloso de mi vida es que puedo hacer un poco de todo: películas, negocios, tengo un instituto y además, puedo promover la salud y el ejercicio.

> Todavía hago mis propias escenas de acción. Lo hice en esta película y no tengo ningún problema con ello. Creo que esa es la ventaja de mantenerme en forma y hacer ejercicio todos los días. Es cierto que antes tenía mayor resistencia a las lesiones, pero cuando estás en forma te sientes muy bien y eso siempre es un beneficio.