La calma antes de la tormenta

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Originalmente publicado en Esquire no. 80 (PDF aquí)

Medeas, el primer largometraje del director Andrea Pallaoro retrata el drama de una familia del campo a través de recursos cinematográficos que parecen detener el tiempo.

     La historia de Medeas se revela a cuentagotas. El italiano Andrea Pallaoro exige paciencia al público de su primer largometraje, pero la recompensa será grande: su cautela en el desarrollo de la trama es lo que la convierte en algo extraordinario.

      Pallaoro destroza a la familia que protagoniza su película y se toma su tiempo para ello. La estrategia que emplea para provocar tensión no es la velocidad, sino la calma y el silencio. La cinta inicia casi como un pintura bucólica: papá (Brían F. O’Byrne), mamá (Catalina Sandino) y sus seis hijos se toman una foto junto a un lago. Viven alejados de todo, casi en medio de la nada, en un hogar rodeado de colinas. Él es un granjero que lidia con vacas el día entero, ella es ama de casa. Parece que son felices.

    Pasan varios minutos antes de comprender por qué Medeas es tan silenciosa. Primero, porque la protagonista (Sandino) es sordomuda. Segundo, porque de este modo es más angustiante descubrir que su marido (O’Byrne) no siempre es el padre amoroso que juega con sus hijos, sino un tipo religioso e inflexible que puede maltratar a su familia si lo provocan o deshacerse de su perro al primer gesto de desobediencia.

     Lo que hace Pallaoro en Medeas es torcer el cine convencional. Provoca una sorpresa tras otra —una infidelidad o un asesinato— con tomas largas y pocos diálogos. Constantemente contrasta la belleza de los escenarios naturales con el desasosiego de la familia que sitúa en ellos. Además, se detiene con tanta calma en el hombro de sus personajes que el espectador casi se convierte en espía de momentos tristes y dolorosos, que no deberían rebasar la intimidad familiar. Por eso, en Medeas el silencio no refleja las fallas de un guionista, sino que intensifica la tragedia y prácticamente dice: “Estás a punto de ver algo horrible y no podrás decir o hacer nada al respecto”.

       La cinta de Pallaoro le debe su nombre a un personaje del mito griego de Jasón y los argonautas. En él, Medea es una hechicera que ayuda al hombre que ama a conseguir poder y gloria. Él se casa con ella y tienen una familia, pero con el tiempo la abandona por otra mujer y ella enloquece al grado de asesinar a sus hijos por venganza. Pallaoro da el toque final a su primer gran filme cuando retoma este mito y le da un giro (que no podemos revelar, obvio). De este modo, deja clara una sentencia: los celos, la locura y los crímenes siempre han sido parte de la esencia humana. Y con un final inesperado, suspende nuevas preguntas en el tiempo.

Nuestra obsesión con Judi Dench

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Originalmente publicado en Esquire no. 80 (PDF aquí)

Un grupo de ingleses retirados decide terminar sus días en Jaipur. The Second Best Exotic Marigold Hotel es una mezcla de buen humor, escenarios increíbles y talento al nivel de esta gran actriz

     Evelyn Greenslade (Judi Dench) cuelga el teléfono con lágrimas en los ojos. Ahora es viuda y, sin el hombre que fue su marido durante 40 años, no sabe ni cancelar su conexión a internet. Además, está llena de deudas y tendrá que vender su casa. Podría mudarse con su hijo y su nuera, pero en lugar de eso decide irse a vivir a la India.

     En el viaje conoce a un matrimonio (Penelope Wilton y Bill Nighy) que malgastó sus ahorros para el retiro en el negocio de su hija, a una ex ama de llaves gruñona que odia a los indios (Maggie Smith), a una divorciada en busca de un nuevo marido (Celia Imrie) y a un soltero mujeriego que a sus setenta y tantos sigue con crisis de la edad (Ronald Pickup). Juntos van a dar a un supuesto hotel —que en realidad es un cuchitril a punto de caerse a pedazos— y así empiezan una nueva vida.

     Lo anterior resume la trama de The Best Exotic Marigold Hotel, que se estrenó en 2011 y recibió tan buenas críticas (y taquilla) que el director John Madden decidió volver a reunir a su magnífico elenco (al que en esta nueva entrega se suma Richard Gere) para continuar la historia en una nueva cinta que se estrena este mes. Platicamos con Judi Dench sobre ella.

ESQUIRE: ¿Ustedes sabían que habría segunda parte?
JUDI DENCH:
Creo que ninguno de nosotros lo hubiera imaginado, pero cuando volvimos todos nos sentimos absolutamente hechizados por la historia, como en la primera película.

ESQ: ¿A qué atribuye el éxito de la primera cinta?
JD: La verdad no lo sé. Tal vez porque es una historia sobre muchas personas de cierta edad. Y también porque se estrenó en el invierno y, al verla, exhala calor. ¿Estás de acuerdo? Quizá también porque es agradable ver a estas personas en un clima cálido, rodeados de colores maravillosos, y ver todo sobre la India, que es un país tan asombroso.

ESQ: La primera vez que la vemos en esta nueva cinta es en una escena con Maggie Smith, la ex ama de llaves. ¿Qué ha pasado en la vida de estas dos mujeres?
JD: Han pasado ocho meses desde que terminó la historia anterior, así que Evelyn [Dench] conoce a Muriel [Smith] mucho mejor que antes. Hay más confianza entre ellas, aunque me sigue llamando por mi apellido y yo la sigo llamando por el suyo. Tengo un enorme respeto por lo que hace y sé lo inestimable que es para la administración del lugar. Se han acostumbrado la una a la otra y se entienden. No sé si hay mucho respeto de su parte hacia mí, pero indudablemente lo hay de mi parte hacia ella.

ESQ: Ha trabajado con Maggie muchos años…
JD: Ay, años, sí. Desde 1958.

ESQ: ¿Cómo ha sido eso?
JD: Ella es encantadora. Me encanta trabajar con Mags. Lo hemos hecho sobre todo en teatro, pero desde luego también está A Room with a View (1985), Tea with Mussolini (1999) y Ladies in Lavender (2004). Y, claro, la película anterior de Marigold. Creo que he trabajado con ella más que con ningún otro actor.

ESQ: También ha trabajado varias veces con el director John Madden.
JD: Sí, en Mrs Brown (1997) y Shakespeare in Love (1998) [cinta por la que Dench obtuvo un Óscar]. Tener lazos así es una suerte. Creo que mientras más trabajas con alguien más lo conoces y lo entiendes, porque surge una especie de comunicación no verbal. También he trabajado mucho con Stephen Frears y ahora me doy cuenta de que nuestra comunicación es cada vez menos verbal. Él no dirige a través de palabras, sino de sílabas [ríe]. Volviendo al tema, creo que no puede haber nadie más cooperativo, más lleno de energía, más inventivo y más paciente que John Madden. Sabes exactamente dónde está él, y dónde estás tú.

ESQ: ¿Cómo cambia la historia de los demás personajes en esta nueva película?
JD: Hay un cambio porque en la primera todos estaban adaptándose al hotel y ahora va a expandirse. Además, todos se conocen mejor y hay muchas historias nuevas. El denominador común es el hotel Marigold, pero ahora todos tienen vidas separadas.

ESQ: Tina Desae es una actriz india que aparece en la cinta. Nos dijo que en la primera parte ella les dio consejos y ahora se siente usurpada, por la manera en la que ustedes conocen el país.
JD: Hemos tomado el control. En la primera película vivimos nueve semanas y media en la India; en la segunda, ocho. Es una sensación maravillosa. También he filmado mucho en Italia y lo que es encantador de trabajar en otro país es que no te sientes como turista. Tienes una sensación de propiedad y es casi como si tuvieras una segunda casa. Todos hemos sentido que le hemos entregado nuestro corazón a este país.

ESQ: ¿Entonces ya aprendió a regatear?
JD: No, soy terriblemente mala, y como las cosas son muy lindas aquí, creo que no puedo hacerlo. Cedo a la primera. Soy muy débil.

ESQ: ¿Cómo se adaptaron con los nuevos actores que se integraron al reparto?
JD: A Tamsin [Greig] la admiro mucho como actriz. Soy fan de The Archers [una telenovela británica que se transmite desde 1950], y sabía que ella interpretaba a Debbie, así que quise que me diera toda la información sobre la historia. De verdad es muy buena actriz. Muy, muy buena. Lo que fue encantador es que trajo a toda su familia aquí, a su esposo y sus tres hijos. A Richard [Gere] no lo conocí, porque no tuve ninguna escena con él. Estoy sentada en el fondo en un par de escenas, pero realmente no tuvimos contacto.

ESQ: ¿Lo lamenta?
JD: No, porque de todas maneras puedo alardear al respecto: “Pude mirar fijamente a Richard Gere, aunque casi no tuvimos escenas juntos” [ríe]. Es encantador, y me imagino que para él debió haber sido bastante intimidante entrar a este grupo. Somos muy unidos, porque nos conocemos muy bien, pero él supo manejarlo a la perfección.

[Recuadro]

La mujer que sometió al 007
Por Alejandro Herrera

James Bond informa a su superior, M, sobre el robo del arma satelital GoldenEye:

—¿Quiere un trago? —interrumpe la mujer.
—Gracias. Su predecesor tenía una botella de coñac en el…

M vuelve a interrumpir. Marca su territorio.

—Yo prefiero el bourbon. ¿Hielo?
—Sí.

Con este intercambio de diálogos, Judi Dench estableció las reglas de lo que sería la relación durante el siglo xxi entre el 007 —“un dinosaurio sexista y misógino; una reliquia de la Guerra Fría”, según sus propias palabras— y la nueva directora del servicio de inteligencia MI6. El momento es clave para la segunda franquicia más exitosa del cine: Dench venía a suplir a los magníficos actores Bernard Lee y Robert Brown como los jefes directos del 007. Y más importante aún: por primera vez debía convencer a las audiencias de que James Bond obedecería sin reparo a una mujer. Lo logró con una mezcla de instinto maternal y frialdad militar durante siete de los 23 filmes de la serie oficial de James Bond. Y a los detractores, M sólo les respondería: “Si quisiera sarcasmo, llamaría a mis hijos”.

México atemporal

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Originalmente publicado en Esquire no. 78 (PDF aquí)

Tras obtener premios en festivales como Tribeca, Berlín y San Sebastián, se estrena Güeros, el primer largometraje de Alonso Ruiz Palacios. Esta road movie es el retrato de un país que arrastra los mismos pesares desde hace décadas.

    Cualquiera de nosotros podría ser el protagonista de Güeros. Aunque la trama está inspirada en la huelga de estudiantes que paralizó la UNAM en 1999, el mayor acierto de Alonso Ruiz Palacios es que sus personajes reflejan el hastío que nos generan los problemas del país y lo mucho que ansiamos una transformación.

     El director mexicano dice que su película es una road movie. El género se popularizó en Estados Unidos en los años 60 y desde entonces ha sido utilizado por realizadores de todas las cinematografías del mundo. “La idea era hacerla en la ciudad de México porque es un lugar tan grande y diverso que siempre sentí que merecía una película así”, dice Ruiz Palacios.

    Lo que Sombra (Tenoch Huerta), Santos (Leonardo Ortizgris) y Tomás (Sebastián Aguirre) salen a buscar es el rastro de un cantante, Epigmenio Cruz, cuya música resume sus consignas personales: no hay que simplificar la vida, sino darle una segunda lectura a lo que nos rodea.

    Ruiz Palacios siempre tuvo claro que la suya sería una cinta atemporal. Por eso está en blanco y negro, sus personajes usan smartphones, pero visten como en los 90, y la huelga sirve como eje conductor, mas no persigue un objetivo preciso (como es una metáfora de la inconformidad, nunca conocemos las exigencias de los manifestantes). “Para mí eso era importante, porque la hace más universal y la libera de la camisa de fuerza que a veces son los contextos históricos.”

    Sombra, Tomás y Santos viven en una especie de limbo. No están a favor ni en contra de la huelga, sino a favor del cambio. “Sí, creo que concebí los personajes de Tenoch y Leo como dos posturas distintas ante una misma situación. La película trata tanto de lo estático como del movimiento.” Eso es tangible desde el inicio de Güeros: la vida de Sombra se transforma cuando su hermano pequeño llega a vivir a su casa. Él es quien lo incita a salir de su departamento, viajar por la ciudad y buscar a Epigmenio Cruz.

   Güeros es una cinta de contrastes. Como el título sugiere, la mayor parte de los personajes son de tez clara, a excepción del protagonista (que no sólo es moreno, sino que se hace llamar Sombra). “Decidí llamarlo así porque los apodos son muy comunes durante la universidad. Además la gente le dice así porque uno de los subtemas de la película es el racismo.”

    Ruiz Palacios no ha dejado de recibir halagos. Aunque la película se estrena este mes en México, desde 2014 se ha presentado —y ganado premios— en festivales como la Berlinale, en Alemania, y Tribeca, en Estados Unidos. “En las presentaciones hemos tenido experiencias muy bonitas. Una señora en San Sebastián (España)salió llorando y le dijo a Tenoch: ‘Me regresaron la vida’. Dijo que se había transportado a su juventud.”
El joven director ya tiene dos nuevos proyectos de cine en puerta. No podemos esperar a verlos.

La aventura de ser Oscar Isaac

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Originalmente publicado en Esquire no. 78 (PDF aquí)

El actor guatemalteco visitó México para apoyar a emprendedores y
hablarnos de sus planes en cine.

     Oscar Isaac nunca olvidará su primera audición. Era 1995, tenía 15 años y acababa de mudarse a Nueva York para estudiar Teatro en Juilliard, parada obligada de quienes desean seguir las huellas de ex alumnos súperdotados como Robin Williams o Kevin Spacey. El guatemalteco llegó a la audición con la esperanza de obtener el papel de un narcotraficante. Se plantó en el escenario como el manojo de nervios que era desde que aspiraba a protagonizar obras de teatro en primaria y, como lo hacía desde pequeño, enloqueció al director: “Estuviste increíble”. Aplausos. Contratado. Isaac estaba a punto de levantar los brazos en señal de victoria, como Rocky Balboa, cuando se enteró de que no interpretaría a un gangster, sino a un sirviente gay.

    “Así de buena fue mi actuación”, ríe Isaac, de visita en México como embajador de The Venture, la iniciativa de Chivas Regal para apoyar a emprendedores. “Me dieron el papel de un pequeño y dulce mozo. La película se llamaba Illtown, y fue terrible.” Cuando uno está frente a él, jamás imaginaría que este tipo magro, ojeroso y de rizos medio rebeldes podría mutar en un criminal. Pero Isaac es necio, y a casi 20 años de esa audición que con una mezcla de amargura y humor se llevará a la tumba, amarró un contrato para interpretar al rey de los villanos en la historia de mutantes más rentable del cine: en 2016 aparecerá en X-Men: Apocalypse como una criatura de piel gris y labios azulados que hará hasta lo imposible por dominar el mundo.

Inicios karatecas

    Oscar Isaac siempre quiso ser actor. Como fanático de las películas de Jean-Claude Van Damme, a los 11 años comenzó a dirigir pequeños filmes de artes marciales que protagonizaban sus amigos. “Mi papá tenía una cámara de video y me la prestaba. Había mucha sangre, muerte y destrucción”, dice. Gracias a esas primeras cintas karatecas, Isaac aprendió que el Quick sabor fresa es un arma secreta de los efectos especiales —“usábamos el polvo para malteadas como sangre artificial”— y que en su vida no habría nada más apasionante que la actuación.

   Para Isaac no fue difícil despedirse de Miami y volar en busca de sus sueños a la ciudad de los taxis amarillos y el Empire State. Por aquel entonces, él y su familia —madre guatemalteca y padre cubano— ya habían empacado sus maletas en cuatro ocasiones: la primera —cuando él tenía cinco meses de nacido— para dejar la capital de Guatemala; la segunda para salir de Baltimore rumbo a Luisiana, y la tercera para establecerse en Florida.

   A pesar de su ascendencia latina, los años que ha pasado en Estados Unidos han provocado que su castellano se empolve. Durante nuestra charla me ofrece hablar en español, pero al minuto cuatro empieza a sufrir como un niño ante un problema de trigonometría y, con la vergüenza que no debería de sentir un tipo que ha besado a mujeres como Jessica Chastain y Carey Mulligan en pantalla, me pregunta si podemos continuar en inglés. Y claro, como uno hace siempre que una celebridad —una a nivel de “futuro protagonista de Star Wars: The Force Awakens”— le pide un favor —are you kidding me?— respondo que sí.

«Voy a cantar»

   Además de aquel pseudofracaso que golpeó su ego en los 90, hay otra audición memorable en la vida de Oscar Isaac. Era 2012, tenía 32 años y con guitarra en mano llegó a cantar frente a los hermanos Ethan y Joel Coen con la esperanza de obtener el protagónico de Inside Llewyn Davis. Hasta ese momento había interpretado papeles secundarios en filmes cuyo sello de garantía eran nombres como Rachel Weisz (Agora, 2009), Russell Crowe (Robin Hood, 2010) y Ryan Gosling (Drive, 2011), así que el manojo de nervios de Guatemala estaba a sólo un desaire de hacer implosión.

   “No hay nada como conseguir un papel que deseas, y hasta ahora el mejor de ellos ha sido Llewyn Davis.” Lo que Isaac no dice es que esta cinta fue una de las mejores de 2013. Uno podía salir babeando del cine con sólo poner atención en el diseño de producción —la ambientación de Nueva York en los 60—, pero en realidad la interpretación de Isaac de un cantante fracasado de folk era lo que daba ganas de levantarse a aplaudir.

   A su actuación como Llewyn Davis no sólo hay que elogiarle la forma en que se apropió de temas que alguna vez cantaron Bob Dylan o Jeff Buckley, sino su acoplamiento perfecto al estilo ácido de los guiones firmados por los Coen: como la mayor parte de los personajes de estos maestros del humor negro, supo insertarse en las peores situaciones imaginables —lidiar con el suicidio de su compañero musical y embarazar a la esposa de un amigo— y orillar al público a ese terrible debate entre la risa y el llanto.

Al estrellato

   Los personajes de Isaac son pegajosos. El actor se los lleva a la regadera, al comedor y a la cama. “Suelen seguirme a casa. A veces los recuerdo cuando me estoy bañando y pienso: ‘Rayos, debí de haber hecho esto de tal o cual modo’. El proceso de crearlos es tan divertido que me cuesta trabajo separarme de ellos.”

   Isaac se funde con sus personajes antes de comenzar a filmar. Todo para que cuando ponga un pie en su primer set o locación, no sea él —este tímido guatemalteco y ex fanático de Karate Kid— quien entre a escena, sino alguno de los tipos con “crisis existenciales” que suele interpretar.

   Cuando se preparaba para darle vida a Llewyn Davis, por ejemplo, le pidió a los Coen que le enviaran el vestuario un mes antes del rodaje y decidió usarlo todos los días. “No fue nada complicado, porque usaba la misma ropa toda la película”, dice riendo. Y así, con el mismo saco en pana color miel, mitones verde olivo, bufanda chocolate y zapatos rotos, Oscar Isaac —Llewyn Davis— viajó en metro, estuvo con sus amigos y asistió a fiestas durante 30 días.

   Su siguiente gran papel será Poe Dameron en la séptima entrega de Star Wars. Y aunque la trama de la historia de ciencia ficción que ya filma bajo la dirección de J.J. Abrams se mantiene en absoluta secrecía, habrá que estar atentos: quizá si en la oscuridad del metro neoyorquino brillara una espada láser en la mano temblorosa de un tipo de rizos rebeldes, sabremos que se trata de Oscar Isaac preparándose para su nuevo papel.

Un (anti) héroe estadounidense

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Originalmente publicado en Esquire no. 77 (PDF aquí)

Chris Kyle ha sido el francotirador más letal en la historia de la milicia de Estados Unidos: 160 muertes en total. ¿Qué hay detrás de un hombre que por pura convicción participó en cuatro misiones en la guerra de Irak? Clint Eastwood lo explora en su nueva y polémica película: American Sniper.

     A través de la mira de su fusil, Chris Kyle apunta a una mujer que lleva a un adolescente de 11 o 12 años de la mano. Está tumbado pecho tierra, oculto en la azotea de una casa en Irak. La musulmana lleva una granada rusa en la mano y está a punto de lanzarla a un tanque estadounidense. Kyle le dispara y ella cae. Años después, escribiría en su autobiografía, American Sniper (2012), sobre ese episodio: “Ya estaba muerta; sólo me aseguré de que no se llevara soldados estadounidenses con ella”.

     Bradley Cooper subió 20 kilos de músculo y entrenó con un francotirador militar para retratar a Kyle en el cine. Sin embargo, el reto de su interpretación —más allá de la transformación física— también fue capturar el conflicto de un hombre que dejó a su familia durante más de 1,000 días para pelear en la guerra que inició tras los atentados del 9/11. Por eso la película no es una glorificación más de la milicia estadounidense, sino una exploración de los conflictos personales y psicológicos de quien debe asesinar para cumplir con su deber.

    ¿Cómo se regresa a casa —a la normalidad— después de haber visto la guerra, después de haberse hecho a la idea de que uno debe matar para evitar morir? Esta es la pregunta que se repite una y otra vez en la nueva película que dirige Clint Eastwood. Basado en el libro homónimo que Kyle publicó hace dos años, este drama de acción además es protagonizado por Sienna Miller (como Taya, la esposa del militar) y llega a los cines de México este mes. Hablamos con Eastwood sobre la cinta.

ESQUIRE: ¿Qué lo convenció de aceptar dirigir esta película?
CLINT EASTWOOD: Cuando el estudio me llamó y me preguntó si me interesaba dirigir la película, estaba trabajando en otro proyecto, pero curiosamente leía el libro por diversión. Me daba curiosidad tanto la historia como el protagonista. Así que cuando me ofrecieron el trabajo, les dije: “Uf, bueno, déjenme terminar las siguientes 30 páginas y les devuelvo la llamada”. Luego tuvimos una junta, Bradley me llamó y me dijo: “Les gustaría que lo hicieras”. Y acepté.

ESQ: Antes de filmar conocieron a Taya, la esposa de Chris. ¿Cómo fue esa experiencia?
CE: Fue muy fuerte. El segundo día que la vimos se cumplía un año del asesinato de Chris [a quien le disparó un veterano de guerra en 2013, cuatro años después de que volvió de Irak], así que sobra decir que Taya no se encontraba bien. Sin embargo, se portó maravillosa. Simplemente hablamos con toda franqueza acerca de lo que pensábamos de ciertas cosas. Conocerla además fue útil para el proceso de casting, porque necesitábamos que quien la interpretara capturara su espíritu. Sienna Miller lo hizo muy bien. Desde la primera lectura hizo un gran trabajo y se deshizo de su acento británico.

ESQ: ¿Qué tan importante fue apegarse a los hechos reales al momento de transformar la vida de Chris en una película?
CE: Cuando nos tomamos alguna libertad fue porque quienes lo conocieron nos dijeron cosas como: “Bueno, no fue así, pero sí pudo haberlo sido. Tiene sentido con su vida”. Al final terminamos con algo que nos pareció realista y que consideramos que pudo haberle gustado.

ESQ: Y hablando un poco sobre Chris, ¿por qué cree que pudo haber deseado ir a la guerra en cuatro misiones distintas?
CE: Pienso que le gustaba cuidar a las personas y el liderazgo que eso implicaba. Supongo que sentía que era su deber. Trabajó mucho para convertirse en un Navy SEAL porque esos tipos son ciudadanos muy sólidos, no sólo en el sentido físico, sino también en cuanto a sus habilidades mentales. Participó en cuatro misiones incluso cuando tenía una maravillosa familia por la cual volver a casa. Es decir, pudo haber completado su primera asignación y decir: “Ya lo hice, al diablo”. Pero sintió que tenía que regresar por toda la gente que perdió en la guerra y que quería vengar. Sintió que aún tenía una misión por completar allá.

ESQ: ¿Cómo fue trabajar con Bradley?
CE: Soy admirador suyo y voté por él cuando estuvo nominado a un Óscar (en 2014). Bradley es uno de los mejores actores de su generación. Empezó a trabajar en filmes muy cómicos y fueron grandiosos. Sin embargo, es uno de esos actores que funcionan en comedia pero también en drama. Actores como él suelen tener un alcance más amplio que la mayoría. No habíamos podido trabajar juntos sino hasta ahora, y de hecho él fue quien me llamó para ofrecerme la oportunidad de dirigir American Sniper. Es estupendo porque es muy trabajador. Puede divertirse en el rodaje, pero nunca deja de pensar en la cinta. Uno podría llamarlo en la madrugada para preguntarle lo que sea y jamás diría algo como “te llamo mañana”, sino que empezaría a pensar en una respuesta en ese instante. No es que yo haya hecho algo así, claro [ríe].

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HULK AHORA SE LLAMA BRADLEY COOPER

Había dos razones para desconfiar de las virtudes histriónicas de Cooper: sus desvaríos en comedias como The Hangover (2009) y su (maldita) cara perfecta. Porque, claro, ¿qué podría entender de drama y sufrimiento un tipo que con ese look de Ken podría invitar a Barbie al cine? Sí es talentoso e hizo un buen trabajo como un perdedor y adicto en Limitless (2011), pero esa primera oportunidad dramática fue tan absurda que no se salvó ni con la actuación de Robert De Niro.

Su mejor idea fue aprovechar que está de moda elogiar el cine independiente y aceptó interpretar a un hombre recién salido de un hospital psiquiátrico en Silver Linings Playbook (2012). Y no sólo porque la historia era una buena mezcla de drama y humor ácido, sino porque así conoció al director David O. Russell, quien le dio el empuje definitivo de seriedad cuando volvió a trabajar con él en American Hustle (2013).

American Sniper es una gran película de acción. Y mejor aún: es el antídoto para quien todavía desconfía de Cooper y sólo se animaría a verla porque está respaldada por el talento de Eastwood. Para el papel de Kyle, Cooper se transformó en Hulk. Comía todo el tiempo para poder dar el peso. Y además está su actuación: cuando le dispara a una mujer o un niño, uno sufre y duda con él, pero cuando aprieta el gatillo queda claro que con esa misma determinación seguirá en busca de papeles para dejarnos claro que hay que tomarlo en serio.

El sonido del éxito

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Originalmente publicado en Esquire no. 77 (PDF aquí)

Entre los halagos que recibió Birdman destaca la nominación al Óscar por Mejor Edición y Mezcla de Sonido, de lo que fue responsable Martín Hernández. ¿Quién es este genio?

         Domingo. 6:00 a.m. Mediados de los 80. Martín Hernández —sonidista—, Alejandro González Iñárritu —director— y el resto de su equipo de producción salen a filmar una escena de Una flor amarilla, una adaptación del cuento de Julio Cortázar. Tienen veintipocos y estudian Comunicación en la Universidad Iberoamericana del D.F. La cámara Súper 8 de ‘El Negro’ —Iñárritu— y la grabadora de ‘El Gordo’ —Hernández— son prestadas. Llevan varios fines de semana dedicados a la revisión del guión, búsqueda de locaciones y filmación. Antes de la última escena, la cámara deja de funcionar. No hay dinero para repararla. Adiós cortometraje.

            Frustraciones aparte, ‘El Negro’ y ‘El Gordo’ decidieron colaborar juntos el resto de su vida. En la universidad hicieron trabajos en equipo para clases de Ciencia Política, Estética, Historia y Literatura. Quince años más tarde llegaron a Hollywood y a la fecha han recibido aplausos por Amores perros (2000), 21 Grams (2003), Babel (2006), Biutiful (2010) y Birdman (2014).

            El de Martín Hernández es un trabajo peculiar. Un diseñador de sonido es responsable de editar y sincronizar diálogos, de supervisar la regrabación de parlamentos en caso de necesitarlo, de generar ambientes y efectos de sonido: “Es como preparar una sopa: hay que agregar ingredientes poco a poco y mezclarlos para darle más consistencia y sabor”. El problema es que no todo el público lo sabe: algunos fanáticos de sus películas se han acercado a él para felicitarlo porque “les gustó mucho la música” de la cinta.

            Aunque podría hacerlo, ‘El Gordo’ no se dedica a componer bandas sonoras para el cine. Su trabajo con ‘El Negro’ empieza cuando se termina la versión final del guión: “Me lo da, lo leo y luego intercambiamos puntos de vista. Es el inicio de una conversación que me sirve como guía para saber en qué voy a trabajar”. Entonces comienza un proceso creativo para encontrar una gama de sonidos que “envuelva” la película y tenga sentido con la trama y los protagonistas.

            Su trabajo es como el de algunos superhéroes: invisible para la mayor parte de la gente. Desde un pequeñísimo estudio —más pequeño que la cabina de W Radio, la estación de radio para la que trabaja en el noticiero Así las cosas— revisa su biblioteca de sonidos. Se cuestiona si lo que ya tiene grabado funcionará para darle una carga emocional a su película o si debe registrar algo nuevo: “Algunos de mis amigos lo llaman ‘sonogenia’. Eso implica que el sonido debe tener la misma genética que la imagen”.

            A Martín Hernández no le importa ser invisible. Al contrario: como buen experto de sonido sabe que sólo cuando el audio de la cinta deja de ser notorio —por la perfecta fusión que creó con la historia—, puede presumir que su trabajo estuvo bien hecho. Tampoco le preocupa tener un trabajo alejado de sus colaboradores en las locaciones y sets. La suya puede ser una labor solitaria, pero requiere de la misma dedicación que los cortos de sus años universitarios. Por ejemplo, para grabar el sonido de una de las escenas de Birdman en la que Michael Keaton sale borracho de un bar en la madrugada y camina por Broadway, Martín deambuló por las calles de Los Ángeles entre las 4:00 y las 10:00 de la mañana. En la mano llevaba grabadora y micrófono. Registró el sonido de autos ermitaños, el golpeteo de una coladera y los primeros autobuses escolares al amanecer. En sus desvelos aún se apasiona con los sonidos de una vida tan cotidiana que sólo un par de oídos expertos no se permite ignorar.

La otra cara de Michael Peña

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Si hacerse camino en Hollywood es complicado, lidiar con el estigma de tener ascendencia latina requiere aún más talento y convicción. Por eso el mérito de Michael Peña es grande: ha logrado hacerse de un nombre reconocido en la industria y compartir créditos con las mentes más brillantes del cine. Este mes lo veremos en Fury, un drama de la Segunda Guerra Mundial donde también actúan Brad Pitt y
Shia LaBoeuf.

    Hay algo que siempre hace sufrir a Michael Peña: hablar en español. Él no es mexicano, ni migrante, ni extranjero. Sus padres sí son latinos pero él nació, creció y vivió en Chicago como un estadounidense más. Cuando uno platica con él, escucha las mismas muletillas y modismos que usaría Brad Pitt. Sin embargo, el precio que paga el hijo de un matrimonio de migrantes para trabajar en Hollywood es fingir un acento latino en casi todos sus papeles. “El único acento que tengo es el de Chicago”, le dijo a Jimmy Kimmel cuando presentó la película Cesar Chavez (2014), antes de que el público estallara en risas.

     Para que le abrieran la puerta al mundo del cine hollywoodense, Peña no sólo tuvo que aprender a hablar como latino, sino a actuar como algunas personas creen que un latino debe actuar. Sus primeros papeles fueron “pandillero número cuatro” y “pandillero número cinco”. Dice que esa situación se volvió tan común que repetidamente le prometía a su madre que ya llegaría el día en que no sería un rufián cualquiera, sino el líder de una banda de mafiosos. Con el tiempo lo logró: fue un papel “sin nombre”, en el que su diálogo no tenía más de cuatro líneas, pero para él fue más que suficiente.

     El personaje que lo lanzó al estrellato se llamaba Daniel Ruíz. Era un cerrajero de Los Ángeles en Crash —ganadora al Óscar en la categoría de Mejor Película en 2006— y Peña dice que cuando el director Paul Haggis le ofreció el papel, lo primero que le preguntó fue: “¿Mi personaje tiene nombre?”. Hasta ese momento, casi todos los personajes a los que había interpretado eran anónimos, y obtener papeles clave en las películas en las que trabajaba le tomó tiempo y paciencia. A pesar de ello, dice que nunca se desilusionó y que su trabajo aún le emociona: “Cuando consigo un papel nuevo me pongo tan nervioso que casi se me olvida cómo actuar. Para mí, cada personaje es totalmente nuevo, así que siento que siempre empiezo de cero”.

     El protagonista de Crash puede presumir que ya enterró a sus pandilleros. Tras la cinta de Paul Haggis trabajó en Million Dollar Baby (2004) con Hilary Swank y Clint Eastwood; en Babel (2006) con Gael García Bernal y Adriana Barraza; en Shooter (2006) con Mark Wahlberg; en Lions for Lambs (2007) con Robert Redford, y en 26 películas más.

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    Fury, película que retrata a cinco soldados a cargo de un tanque Sherman en la Segunda Guerra Mundial, cumplió uno de los sueños de Peña: convertirse en militar. “Mientras estudiaba la preparatoria formé parte de la Junior Reserve Officers’ Training Corps y el ambiente me encantó. De hecho, por alguna razón, siempre me han gustado las películas de guerra.” En aquel entonces tenía 17 años y de un día para otro decidió enlistarse en la Marina. Sin embargo, la madre de un amigo lo convenció de que aquel no era el camino a seguir: como era muy bueno para imitar gente le sugirió que, en lugar de entrenarse como soldado, probara suerte en la actuación. Peña accedió a regañadientes, pero en su primera audición consiguió el papel. “En un inicio lo vi como un trabajo temporal porque acababa de salir de la escuela, pero mientras más lo hacía, más pensaba: ‘Esto es genial’.”

     Por más pequeños que fueran sus papeles, Peña se desvivía por ellos. Buscó estrategias para relatar con fidelidad la historia que correspondía a cada personaje y experimentó con varios métodos de actuación. Inventarse un acento latino fue parte del proceso de una lucha que entabló contra una industria que discrimina tanto como el país que la auspicia. “Me costó mucho obtener un rol que no fuera el de un delincuente. Pero bueno, creo que todo se trata de abrirse camino.” Peña piensa que las mentalidades han cambiado y que hoy los latinos pueden tener oportunidades geniales. Para probarlo no sólo menciona a directores como Guillermo del Toro y Alejandro González Iñárritu, sino a Oscar Isaac, el actor guatemalteco que dio una de las mejores interpretaciones de 2013 como un cantante de folk en Inside Llewyn Davis.

     A pesar de todo, interpretar latinos también le ha dejado satisfacciones. Dice que gracias a su caracterización en Crash —ropa holgada, cadenas sobre el pecho y cabeza a rape— mucha gente lo felicitó, pues con ello modificó el estereotipo del migrante en Estados Unidos. Cuenta que, cuando se estrenó la cinta, algunas personas lo detenían en la calle para agradecerle que sus personajes dejaban claro que ni su aspecto ni su forma de vestir eran sinónimo de vandalismo. “Me dijeron que estaban orgullosos de que representara a su comunidad en el cine. Eso es algo que aun ahora asumo como una gran responsabilidad y me encanta.”

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     Michael Peña es muy distinto a los personajes que interpreta, pero hay mucho de su historia familiar en los filmes que protagoniza. Su madre nació en San Luis Potosí y su padre en Jalisco, México, y ambos dejaron su hogar en los años 70 para mudarse a Estados Unidos. “Se conocieron en Chicago, nos tuvieron y tiempo después los deportaron. A mi hermano y a mí las autoridades no nos dejaron ir con ellos, así que vivimos en un hogar adoptivo durante varios meses.”

     Con la deportación, la situación de su familia se volvió crítica: sus padres tardaron casi un año en reunir dinero para volver a cruzar la frontera y poder reunirse con Michael y a su hermano. Peña habla de sus padres como un niño que presume al superhéroe que más admira: “Mi madre cursó hasta sexto de primaria, pero era muy emprendedora. Cuando llegó aquí aprendió a hablar inglés y entró a trabajar a una fábrica. Pero después continuó estudiando y cuando llegó a la preparatoria fue verdaderamente emocionante para ella. Mi padre tampoco terminó la primaria, pero tenía dos trabajos; todo para que pudiéramos tener una vida mejor”.

     Cuando decidió convertirse en actor, su familia nunca dudó de él. Al contrario: “Da lo mejor de ti”, le aconsejó su mamá. Ella le dejó claro que al principio sería duro —ganaría poco dinero y tendría que aceptar papeles fatales—, pero que no le quedaría de otra si quería ser exitoso y al final todo valdría la pena. Peña la escuchó; aceptó cuanto personaje le ofrecieron para darse a conocer en el medio y ahora ya puede trabajar con los mejores directores y memorizar los mejores guiones, incluso en películas que no sean un éxito comercial. “A mucha gente no le gusta luchar. Muchos prefieren pasar toda su vida en un trabajo que no les gusta. Creo que no podría hacer algo así. Me sentiría miserable todo el tiempo”, dice el actor.

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     Hay otra cosa fundamental que los padres de Michael Peña le enseñaron a sus hijos: el valor de una buena historia. “Sé que no suena como algo genial, pero cuando mi hermano y yo éramos pequeños, mi familia tenía poco dinero y por las noches mi madre nos contaba historias mientras bebíamos una taza de chocolate con leche. A veces le ponía avena y sabía muy rico… No lo había pensado sino hasta ahora, pero es justo lo que hago con mi hijo: le leo todas las noches cuando estoy en la ciudad y a él le gusta mucho.”

     Peña podría inspirar las historias que le cuenta a su hijo en varios de los guiones de las películas que ha interpretado y sería conmovedor. En Crash es memorable porque su personaje le regala a su hija pequeña una capa invisible que en apariencia la salva de un musulmán fúrico que le dispara a causa de un malentendido. En World Trade Center (2006) es un oficial de policía que se queda atrapado bajo los escombros de una de las Torres Gemelas —durante los atentados del 9/11— mientras rescata heridos. En Cesar Chavez (2014) es el líder campesino que en la década de 1960 luchó a favor de los derechos de los trabajadores del campo migrantes en Estados Unidos.

     El actor de Fury ha trabajado con algunos de los mejores directores de la industria —Oliver Stone y Clint Eastwood, por mencionar un par— y dice que siempre disfruta el proceso porque es como tener un entrenador durante una pelea. La dificultad de su último papel no fue sólo aprender a manejar un tanque de guerra, sino hablar como los pachucos y chicanos de la época. Para conseguirlo, dice Peña, el director David Ayer fue fundamental. “Como no hablo así, no sé arrastrar las palabras, así que me tomó un buen tiempo imitarlos. Sin embargo, David habla muy buen español, y me habló en ese idioma mientras duró el rodaje para ayudarme. Fue grandioso.”

     Michael Peña sabe cómo engañarnos. Finge cambiar de nacionalidad cuando sale de casa rumbo al trabajo para contar la historia de quienes no pueden hablar más que a través del disfraz de su voz. Tan sólo en Fury, su personaje es una representación de los 350 mil mexicanoestadounidenses que pelearon contra la Alemania nazi en 1945. “De alguna manera es un reconocimiento para ellos. No recuerdo haber visto tantos latinos en ninguna película de la Segunda Guerra Mundial. Quizá David fue uno de los primeros directores en hacerlo y quizá también yo he sido uno de los pocos en aparecer en una película del estilo.” Peña no es un chicano que triunfó en Hollywood, sino un estadounidense que nos permite escuchar a Latinoamérica en medio del ruido del cine comercial.

Domhnall Gleeson no es otro típico actor hollywoodense

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Originalmente publicado en Esquire no. 76 (PDF aquí)

Si te estás preguntando quién diablos es ese tal Domhnall, la respuesta es fácil: en enero de 2015 estrena Unbroken, escrita por los hermanos Ethan y Joel Coen, y dirigida por Angelina Jolie; en diciembre lo verás en Star Wars: Episode VII, y mientras lees esto trabaja en The Revenant, el nuevo proyecto del mexicano Alejandro González Iñárritu. Este actor irlandés está listo para dejar los papeles secundarios.

    Cuando Domhnall Gleeson se arrepiente de algo que acaba de decir, se lleva las manos al pelo y esconde la cabeza como un niño a quien su madre ha sorprendido haciendo una travesura. No aparenta ser perfecto ni tendría por qué hacerlo. Sufre de la misma inseguridad que le afloja las piernas a quien está cerca de la chica que le gusta y parece el clásico chico que derramaría el bronceador si una rubia en bikini, tumbada bajo el sol, le dijera: “¿Me ayudas a ponerme en la espalda, por favor?”.

     Domhnall Gleeson no tomaría a Kate Winslet de la cintura mientras la voz de Celine Dion derrite icebergs y el Titanic se desliza por el Atlántico. No es el legítimo dueño de un martillo volador ni tiene los pectorales que convencerían a Natalie Portman de mudarse con él al reino de Asgard. Lejos de ser un galán de blockbusters y un héroe de cómics, es un tipo larguirucho de pelo anaranjado, con la pinta inocente de quien podría pasar una tarde viendo caricaturas.

     A sus 31 años, este actor irlandés no busca la fama. Incluso durante un tiempo se resistió a trabajar con su papá, el también actor Brendan Gleeson, para poder hacerse de un nombre propio. A la larga aparecieron juntos en filmes como Harry Potter and the Deathly Hallows (2010) y Calvary (2014), pero nunca con el fin de que el padre fuera la pista de despegue del hijo, sino porque ambos comparten el gusto por las buenas historias.

    A Domhnall Gleeson no le importa aceptar un papel secundario siempre que el proyecto lo vuelva loco. Cuando se enteró de que los hermanos Coen preparaban True Grit (2010), un western protagonizado por Jeff Bridges y Matt Damon, no descansó hasta conseguir una participación en la cinta. Años después, cuando decidió que algún día trabajaría con Terrence Malick, le hizo un interrogatorio a Rachel McAdams —su coestrella en About Time (2013)— acerca de cómo fue trabajar con él en To the Wonder (2012). Este mes aparecerá en Unbroken por el mero hecho de trabajar con tres de las mentes más cotizadas del cine: los hermanos Coen y Angelina Jolie.

     En la cinta que dirige la esposa de Brad Pitt, Gleeson interpreta a Phil, un piloto que tras un bombardeo acaba flotando en la misma balsa que el atleta Louis Zamperini (Jack O’Connell) antes de ser capturados por militares japoneses durante la Segunda Guerra Mundial. La película está basada en Unbroken: A World War II Story of Survival, Resilience and Redemption (2010), libro de Laura Hillenbrand que desde su publicación escaló a los primeros lugares de las listas de popularidad de Publishers Weekly y la revista Time.

    El currículum de Gleeson es breve, pero ningún título debería generarle algún arrepentimiento. Cuando cumplió 19 se debatía entre la escritura y el teatro, y dice que desde que eligió lo segundo —su carrera despegó en los escenarios de West End y Broadway— es tan feliz como el personaje que interpreta en About Time: un hombre que no necesita viajar en el tiempo para revivir lo mejor de su pasado, porque ama y disfruta su presente.

    Aunque Unbroken fue una de las cintas favoritas de la crítica en 2014 —en Europa y Estados Unidos se estrenó en diciembre pasado—, Gleeson sigue siendo un chico tímido que se pone nervioso antes de una audición y se sonroja cuando un fan o un periodista elogia su trabajo. Dice que todavía no puede hablar de que la fama le haya cambiado la vida, pero durante una entrevista que concedió el año pasado junto a Michael Fassbender por el estreno de la cinta animada Frank (2014), el también irlandés le aseguró frente a la cámara: “Ya te cambiará. Pronto tendrás tu propia figura de acción de Star Wars”.

     Y Fassbender tiene razón.

ESQUIRE: ¿Unbroken es el sueño hecho realidad de cualquier actor?
DOMHNALL GLEESON: Claro, aunque creo que el verdadero sueño es trabajar con el mejor equipo posible. Es lo que te hace crecer, aprender más y trabajar mejor. Cuando leí el guión que me mandó mi agente me emocioné mucho. Luego supe que Angelina dirigía y después me enteré de que Roger Deakins (A Beautiful Mind, 2001) sería el director de fotografía. Él es un héroe para mí. Creo que hace el trabajo más hermoso del mundo. Como verás, con cada cosa que me decían, el proyecto pintaba mejor y mejor.

ESQ: ¿Qué tanta investigación hiciste para interpretar a Phil, tu personaje?
D
G: Mucha. Angelina me mandó varias cosas. Además me puse en contacto con Laura [Hillenbrand, la autora del libro], y ella me mandó una caja llena de información sobre él: recortes de periódicos con noticias acerca de su vida y las cartas de amor que le escribió a su prometida. Como mi personaje era el piloto de un avión, leí acerca de la estructura en el ejército para comprender qué tan importante era su trabajo y cómo hubiera lidiado con otros hombres. Por último, logré hablar con Karen, su hija. Tuvimos dos conversaciones telefónicas extensas y así supe que era un hombre muy callado y reservado, amigable pero discreto.

ESQ: ¿Qué puedes decirme de Angelina?
DG: Es todo lo que esperarías y más. Es una persona muy segura de sí misma, muy fuerte y artística. Gracias a esta experiencia me di cuenta de que es grandiosa para confiar en las personas y escoger al equipo correcto. Tuvo conversaciones profundas con todos para darnos confianza una vez que estábamos en el set y obtener lo mejor de nosotros.

ESQ: Cuéntame una anécdota de algo que haya sido especial para ti durante el rodaje de Unbroken.
DG:
Pasé mucho tiempo con Jack [O’Connell] y Finn [Wittrock] antes de empezar a filmar, porque los tres estuvimos a dieta al mismo tiempo, así que eso nos unió mucho. Hablábamos mucho sobre comida y sobre todo de lo que nos comeríamos una vez que termináramos el rodaje [ríe]. Angelina nos escuchaba y le parecía muy gracioso. Todo el tiempo se reía de nosotros. Recuerdo un día en que fue cumpleaños de Finn: le llevaron un pastel enorme y recuerdo que eso me pareció malévolo, porque no podría comerlo. Pero cuando le pidieron que partiera una rebanada, nos dimos cuenta de que en realidad era un globo cubierto de crema y explotó. Nunca había visto una muestra de humor tan cruel, porque los tres salivábamos viendo el pastel y al final lo vimos volar en pedazos. A lo que voy con esto es que se creó una atmósfera grandiosa en el set. Y después, cuando ya no teníamos que estar a dieta, fue increíble porque podíamos salir juntos a comer y tomar unos tragos.

ESQ: ¿Qué tan distinto es interpretar a un personaje ficticio de uno inspirado en la vida real?
DG: El verdadero reto es encontrar el lado humano del personaje y una estrategia para retratarlo. Siempre tratas de buscar el potencial dramático de tu papel. En este caso siento que tengo una gran responsabilidad porque mi personaje fue un héroe que nunca habló con la prensa porque no le interesaba la fama: lo único que quería era una vida discreta. De hecho, la primera conversación que tuve con Angelina cuando leí el guión fue sobre eso: como mi personaje no habla mucho, me preocupaba comprender bien su personalidad. Ahora lo que espero es que quien vea la película tenga claro que estamos ante la fuerza de un hombre maravilloso.

ESQ: ¿Qué buscas en un papel?
DG: Me encanta el cine, me encanta ver películas y me encanta filmar, así que lo que quiero es ser parte de una gran historia. No suelo sentarme a esperar a que aparezca un protagónico; simplemente quiero formar parte de algo que valga la pena contar.

ESQ: ¿Lo que hoy te apasiona de la actuación es lo mismo que te gustaba cuando apenas iniciaba tu carrera?
DG: Mmm, es muy interesante. Nunca me lo había preguntado. Déjame pensar… Creo que sí. Creo que esencialmente todo se reduce a lo mismo. Ahora preparo mis personajes de un modo distinto y quizá trabajo con mucho más esmero en todo lo que ocurre antes de que empecemos a filmar, pero creo que sí: esencialmente, lo que más me emociona es lo que sigue después de que el director grita: “¡Acción!”. Es decir, cuando estás a punto de filmar una gran escena, porque si tienes un guión francamente bueno sabes que será un momento muy interesante, que está por surgir una chispa que te dará la posibilidad de hacer algo que funcione de verdad. La adrenalina que eso supone es adictiva. Creo que lo que amo es lo mismo que descubrí cuando tenía 19 años y trabajé en mi primera obra de teatro [The Lieutenant of Inishmore]. Esos momentos no ocurren todo el tiempo ni en todos los sets, pero tienes que esforzarte a diario para conseguirlos. Siempre hay que tener la disposición para que surjan cualquier día durante un rodaje.

ESQ: ¿Cómo ha sido trabajar con tu papá? [el actor Brendan Gleeson]
DG: ¡Grandioso! No diré que es uno de mis actores favoritos porque sea mi papá, sino porque estar con él en un set es un privilegio. Por suerte, he podido hacerlo varias veces: en Harry Potter and the Deathly Hallows (2010), en Studs (2006), en un corto llamado Six Shooter (2004) y en una obra de teatro que protagonizamos en diciembre. Esta última me emocionó mucho porque en ella también participó mi hermano [Brian], y noche tras noche estuvimos juntos en el escenario interpretando a una familia con uno de los guiones más locos que he leído [The Walworth Farce, de Enda Walsh]. Así que creo que soy una persona muy afortunada. Por cierto, te recomiendo muchísimo una película que se llama Calvary (2014). No sé si ya se haya estrenado en México, pero creo que es la mejor actuación que mi papá ha dado hasta ahora. Es absolutamente maravillosa. Tuve la fortuna de hacer una escena con él y fue uno de los mejores días de mi vida. Fue algo eléctrico y me encanta trabajar con él.

ESQ: ¿Cómo cambia tu experiencia al actuar en teatro y en cine?
DG: Lo que sucede es que en el cine todo gira en torno a construir tu personaje hasta llegar al momento de la filmación. Es decir, frente a una toma, debe producirse la chispa de la que te hablaba. Entonces, si algo sale bien a la primera, ya no tienes que repetir la toma desde diferentes ángulos, pero si te equivocas sabes que no pasa nada. El teatro es muy diferente. Hay veces en las que sigues un guión que no se modifica y las cosas salen bien y ya. Sin embargo, hay otros momentos en los que puedes superar eso y se queda un sentimiento en el aire, entre la audiencia, de algo que va más allá. La obra que interpreté cuando tenía 19 años estuvo cinco meses en escena en West End, Londres, y luego ocho meses en Broadway, Nueva York. Nunca me aburrió. Estaba tan excepcionalmente bien escrita que era graciosa, violenta e interesante a la vez. Era un gran trabajo que siempre me entusiasmó. Eso es lo que busco en el teatro, y por eso Martin [McDonagh] es uno de mis dramaturgos favoritos.

ESQ: ¿Hay algo que me puedas decir sobre la nueva película de Star Wars?
DG: Te puedo decir que es la séptima película y que J.J. Abrams ala dirige [ríe, porque hasta ahora los detalles de la producción son secretos]. Además de eso te puedo decir que ya hicimos una primera lectura y formar parte de ella fue un éxtasis. Me encanta que todos los sets son reales. Es decir, no usaron pantallas verdes para que todo fuera animado. No te puedo decir qué tan importante será mi papel, pero ya se irá divulgando esa información. Hasta ahora me la he pasado de maravilla en el proyecto y creo que J.J. es fantástico y nadie más puede hacer lo que él hace. Mucha gente intenta ser como él y hacer películas como las suyas, pero la energía y el compromiso que él entrega y la manera en que cuenta una historia son brillantes.

ESQ: El personaje que interpretaste en About Time aprende que hay que vivir feliz con el presente. ¿Tienes algo en común con él?
DG: Claro, creo que para disfrutar lo cotidiano el trabajo ayuda mucho. He tenido oportunidades que nunca imaginé que tendría, pero más allá de eso lo importante es confiar en películas que puedan ser grandiosas. ¿Me explico? La posibilidad es lo que debe bastar, porque no existen las garantías. Además, mi familia y mis amigos me hacen muy feliz. Creo que te di una respuesta aburrida, pero en verdad creo que todo se trata de pensar como el personaje de About Time: estar con la gente que amas y hacer lo que te hace feliz. Por cierto, me da mucho gusto que te haya gustado. Me emociona mucho que la gente me diga que disfrutó esa película en particular.

Foto: Universal Pictures

La perfecta imperfección de Penélope Cruz

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Originalmente publicado en Esquire no. 75 (PDF aquí)

Si dedicáramos este artículo a enumerar las razones por las que amamos a esta española, quizá la primera de la lista sería que se resiste a recibir halagos. Por el contrario, ella es su crítica más severa, y su hambre por transformarse cada día es lo que la vuelve fascinante. A sus 40 años se da tiempo para cuidar a su familia, verse guapísima, producir y protagonizar una película con Julio Medem, y preparar dos cintas que estrenará en 2015. Lamentamos contradecirla, pero para nosotros no hay
mujer más perfecta que ella.

     Hoy es mi día de suerte: tengo a la mujer más hermosa del mundo al otro lado del teléfono. Cualquiera diría que es razón de sobra para sentir un temblor en las rodillas, pero Penélope Cruz cree que es asunto de risa. Dice que cuando alguien te califica de ese modo lo único que puedes hacer es tomártelo con humor. De lo contrario, algo estaría muy mal contigo.

     La mujer más hermosa del mundo no cree en la perfección. Ella no sólo desconfía de su belleza, sino también de su trabajo. “¿Alguien se ha desmayado en este escenario? Porque yo podría ser la primera”, dijo como un niño a punto de romper en llanto cuando Tilda Swinton le entregó el Óscar a Mejor Actriz de Reparto en 2009. Lo que para unos es un muro de contención, para esta española es queroseno: los nervios —el miedo— detonan su interés por el cine. Ha dicho que el día que deje de sentirse insegura será momento de buscar un nuevo empleo.

    La mujer más hermosa del mundo detesta los halagos. Si un director aplaude su actuación y nunca le pide repetir una toma, se decepciona y no vuelve a trabajar con él. Penélope Cruz anhela más las críticas que los piropos. Dice que las adulaciones son el peor enemigo de un actor y que a ella no le interesa trabajar con gente que la haga sentir como una máquina que nunca se equivoca. La perfección, dice esta diosa madrileña, es aburrida.

LAS OBSESIONES DE PENÉLOPE

     Hay un hombre que siempre pone de nervios a la mujer más hermosa del mundo. Pedro Almodóvar le ha hecho sentir mariposas en el estómago desde que era una adolescente cinéfila que veía películas en la videocasetera familiar, y la pasión que despertó en ella la orilló a convertirse en actriz.

    El flechazo ocurrió en 1990. Penélope tenía 16 años, aún vivía en Alcobendas, Madrid, y ¡Átame! la enloqueció. Cuando vio este melodrama de drogas y amor decidió que nunca tendría un trabajo burocrático y buscó a un representante que cuando la conoció, se burló de ella. Curiosamente es quien la representa hasta el día de hoy.

     Penélope Cruz conquistó a uno de los mejores cineastas de España cuando cumplió 18. Almodóvar vio su interpretación en Jamón, Jamón (Bigas Luna, 1992) —donde conoció a su actual marido, Javier Bardem— y le propuso trabajar juntos. Desde entonces han colaborado en cinco películas: Carne trémula (1997), Todo sobre mi madre (1999), Volver (2006), Los abrazos rotos (2009) y Los amantes pasajeros (2013). Ella dice que le debe todo y que nunca se siente tan nerviosa como cuando actúa en uno de sus filmes porque a nadie como a él le interesa hacer sentir tan satisfecho al final de un rodaje.

     La mujer más hermosa del mundo tiene una obsesión: adueñarse por completo de sus personajes. Cuando Vicky Cristina Barcelona (2008) se estrenó en cines de todo el mundo, el público estallaba en carcajadas siempre que María Elena —el personaje de Penélope— aparecía en pantalla: era la ex esposa psicópata y celosa de un pintor español (Javier Bardem), quien tiene una relación con dos turistas estadounidenses (Scarlett Johansson y Rebecca Hall) mientras éstas vacacionan por España. Lo paradójico de la cinta de Woody Allen es que Cruz no la vivió como una comedia, sino como un drama oscuro: todas las noches, al llegar a casa, la actriz redactaba un diario imaginario para entender a su personaje a fondo. Luego se lo mostraba a Allen y él le daba sus comentarios. Sin embargo, mientras duró la producción, él insistió en que su trabajo era bueno y que hacer eso no era necesario. Penélope, quien hace oídos sordos a los halagos, lo ignoró.

     La mujer que no cree en la perfección resultó ser más perfeccionista que Woody Allen: durante uno de los días de rodaje, la española le pidió repetir una toma en 10 ocasiones. El director le dijo una y otra vez que su actuación era buena, pero ella se negó a creerle. Allen tuvo que huir: cuando la protagonista solicitó la toma número 11, él ya había abandonado el set y a ella no le quedó más que aceptar que su trabajo sí era perfecto. Al menos lo era para el director de Annie Hall (1977).

SU PEOR CRÍTICA

     La mujer más hermosa del mundo es una de las pocas actrices de habla no inglesa que se pasea por Hollywood como por su casa. Sofía Vergara y Monica Bellucci son otras extranjeras esculturales que se suman a la lista, pero sólo Penélope Cruz puede moverse entre el cine independiente y comercial para enloquecer a la crítica exigente tanto como a los fanáticos de las cintas de acción. A ratos es musa de Almodóvar y en otros se divierte y protagoniza cintas ridículas como Bandidas (2006), con Salma Hayek, y dramas cursis como Captain Corelli’s Mandolin (2001), con Nicolas Cage.

     Penélope dice que hoy puede darse el lujo de elegir sus proyectos con cautela para pasar más tiempo en casa, pero que eso le ha costado 23 años de perseverancia. De su vida privada —Javier Bardem y sus dos hijos— no dice una palabra, pero al hablar de trabajo asegura que no hay nada que deteste más que la comodidad y la monotonía. Quizá si se creyera todos los halagos no sería la única actriz española en haber conseguido un Óscar a la fecha, Woody Allen no la habría buscado para hacer una segunda película juntos (To Rome with Love, 2012) ni Julio Medem —otro director muy respetado en España— habría aceptado producir una película a su lado (Ma Ma, 2015).

    Cuando la mujer más hermosa el mundo está en casa con su familia, y transmiten alguna de sus películas en televisión, se levanta del sillón o la cama y se detiene frente a la pantalla con los brazos abiertos para que nadie pueda verla. Dice que verse actuando le avergüenza. Debe ser la única persona en el mundo incapaz de encontrar la perfección que a uno se le viene a la mente cuando escucha el nombre de Penélope Cruz.

ESQUIRE: Has dicho que te convertiste en actriz para agradecerle a Pedro Almodóvar lo que te hizo sentir con sus películas. ¿Cómo fue el día que lo conociste?

PENÉLOPE CRUZ: Antes de conocerlo llegué a verlo en bares y restaurantes, pero nunca hablé con él. Después de que filmé Jamón, Jamón y Belle Époque (ambas de 1992) me llamó por teléfono. Me citó en su casa e hice una prueba para Kika (1993), pero era muy joven para el personaje. Tenía 17 o 18 años, y la protagonista debía tener más de 30. Esa fue la primera vez que estuve frente a él y desde ese primer encuentro hubo mucha conexión.

ESQ:¿Qué sientes ahora que estás del otro lado de la pantalla y que quizás haya gente que quiera dedicarse a la actuación por lo que uno de tus papeles le hizo sentir?

PC: Depende de la situación. Cuando encuentro a una jovencita que me pide un consejo siempre es difícil, pero me recuerda que estuve en circunstancias similares. Me vienen muchos recuerdos de esa etapa. En las mañanas estudiaba, por las noches daba clases de baile y en medio hacía muchísimos castings. Como vivía lejos, pasaba mucho tiempo en el metro y los autobuses, y en esos ratos fantaseaba con lo que quería que fuera mi futuro. Sin embargo, en ese momento sólo era un sueño. A mi alrededor no tenía referencias de gente que pudiera ganarse la vida con un trabajo parecido a éste: era como soñar con ser astronauta. No obstante, hubo gente a mi alrededor que de algún modo me animó a intentarlo. Estudié teatro durante muchos años, y nadie me invalidó ni me dijo que mi sueño era imposible. Quizá me dijeron que era casi imposible, pero nunca imposible [ríe].

ESQ: ¿Qué era, concretamente, lo que soñabas durante esos trayectos en el metro?

PC: Siempre he sido muy organizada y lo que quería tener era un plan a futuro en el que pudiera tener un empleo que me gustara. No me veía con un trabajo de oficina. Quería ganarme la vida con algo que me apasionara. Era mi obsesión. Por eso me preparé durante tantos años. Es verdad que tuve suerte porque en los primeros castings que hice tuve una respuesta positiva. Fue una sorpresa para mí, porque no me lo esperaba. Entonces empecé a encadenar un trabajo con otro y así comencé a ganarme la vida como actriz. Pero creo que siempre es muy sano mantenerse siempre del otro lado. Me preguntabas hace un momento sobre el hecho de que antes veía películas y ahora estoy del otro lado, pero creo que no es así. Pienso que sigo del mismo lado: aún estoy del lado del espectador que quiere crecer, aprender y observar. No quiero sentirme observada, sino observadora. Si no tengo eso, no soy feliz.

ESQ: Es maravilloso que hayas tenido éxito desde el inicio, pero mantenerse en esta carrera siempre requiere determinación, ¿no es así?

PC: Sí, por eso durante muchos años mantuve dos opciones abiertas. Continué preparándome como bailarina —bailé durante 17 años y me planteé muy en serio dedicarme a eso— hasta que cumplí casi 20. Sin embargo, cuando empecé a trabajar como actriz dejé de tener tiempo para seguir dedicándome a las dos cosas. Además, las carreras en baile son muy cortas, y a esa edad ya no me quedaba mas que decidirme por completo si sería bailarina profesional o no. Así que tuve que elegir y confiar.

ESQ: Alguna vez comentaste que cuando terminaste Jamón, Jamón te entristeció pensar que podría ser la última película que harías. ¿Ahora cuáles son tus miedos?

PC: Hombre, algunos están relacionados con el trabajo, pero otros no. El trabajo es importante en mi vida porque necesito trabajar como todo el mundo. Sin embargo, mi prioridad es mi familia. A nivel de inseguridad con el trabajo, creo que el miedo que sientes cuando empiezas una película no cambia. Siempre me siento como si fuera la primera película que hago. Siempre lo digo, pero porque es verdad. Ya he hecho más de 40 películas en mi carrera, pero siempre me siento totalmente nueva, porque cada que enfrentas a un nuevo personaje enfrentas también una sensación de vértigo. Esto es muy enriquecedor porque implica una inyección de creatividad, sea cual sea el resultado. Esa creatividad —que no necesariamente tiene que ver con el trabajo— es algo que necesito tanto como comer, porque es lo que me mantiene joven por dentro y me renueva.

ESQ: Cuándo terminas de filmar una película, ¿te sientes triste o liberada?

PC: Cuando son rodajes muy largos, me cuesta dejar al personaje. Me está pasando ahora con la película que acabo de hacer con Julio Medem. Hasta la fecha se sabe poco de ella porque hemos hecho muy pocas entrevistas, pero ya la vi y estoy muy contenta con el resultado. Es una película muy especial y el progreso de este personaje fue muy intenso. Implicó dos meses de rodaje más el proceso de producción, en el que estuve involucrada porque es la primera película que produzco. Así que mi relación con la cinta fue más intensa a todos niveles y, por supuesto, a nivel emocional. En ella interpreto a una mujer que lucha por aferrarse a la vida y combatir una enfermedad para dejarle algo a su hijo. Sin duda ha sido uno de los personajes más duros a los que me he enfrentado, pero también uno de los más preciosos porque es una heroína que está llena de vida. Es una luchadora por excelencia. La película trata un tema muy duro y realista, pero no deprime, sino que tiene mucha luz. Creo que todo es cuestión de interpretación. Todos los involucrados la hicimos con tanto cariño que, cuando terminábamos de filmar, queríamos salir corriendo a casa para abrazar a nuestra familia y amigos y poder transmitirles todo nuestro amor.

ESQ: ¿Qué más puedes decirnos de tu personaje?

PC: Esta mujer, Magda, es una especie de ángel que a la vez es muy terrenal. Me gusta mucho lo que representa, lo que inspira y lo que transmite. Nuevamente: esta película ha sido muy especial para mí. Estoy muy contenta con ella. Y sé que las películas no están ahí para cambiar nada, y que eso no se puede forzar, pero creo que cuando surge una oportunidad así es un orgullo luego poder hablar de ella, defenderla y viajar por el mundo para promocionarla durante meses. Creo que es una película muy arriesgada y valiente, muy especial. Me encanta el mundo de Julio. Esta cinta tiene las características poéticas y surrealistas que hay siempre en su cine, pero a la vez creo que es la historia más terrenal que ha hecho, y la mezcla entre ambas características funciona muy bien. Nuestro plan es estrenarla en primavera y después ver qué pasa. Espero que la reacción sea la que hemos tenido quienes la hemos visto y leído, porque creo que es muy especial lo que hay ahí.

ESQ: ¿Cómo fue trabajar con Julio desde otra perspectiva, como productora y ya no sólo como actriz?

PC: Fue interesante. Julio y yo habíamos estado a punto de trabajar juntos en tres ocasiones a lo largo de los años. Ambos habíamos tenido muchas ganas, pero por conflictos de agenda no habíamos logrado hacerlo. Esta era nuestra oportunidad y la verdad es que conectamos muchísimo. Juntos hicimos todo: levantar el financiamiento, ir de reunión en reunión con nuestro guión bajo el brazo y luego reunirnos para el casting. Todo lo hicimos juntos y nos entendimos muy bien. Claro que en algún momento tuvimos desacuerdos, pero fue parte del proceso. Casi siempre estuvimos en la misma línea de pensamiento y sobre todo, de sentimiento. Nos mirábamos a los ojos y sabíamos lo que el otro estaba pensando, así que fue muy fácil. Además sabíamos los momentos en los que estábamos hablando como coproductores y en los que estábamos hablando como director y actriz. Fue bonito. La verdad es que los dos nos quedamos con muy buen recuerdo de la preproducción y el rodaje. Ahora estamos en la posproducción, y es otra gran aventura porque implica trabajar en los efectos digitales, la edición, la música —que realizará Alberto Iglesias— y todo lo que queda. Ya después tendremos que viajar para promover la película e intentar transmitirle a la gente lo que hay ahí, lo que a mí tanto me tocó por dentro cuando leí el guión y que ahora está en la pantalla.

ESQ: Para llegar a tener una carrera así de exitosa debiste tomar decisiones difíciles. ¿Recuerdas alguna?

PC: Sí, creo que lo más difícil fue aprender a decir que no. Recuerdo en particular una situación que tuvo que ver con un viaje a Los Ángeles. Estaba rodando en España y llegué a Estados Unidos. Tuve que decidir entre un proyecto que hubiera tenido que hacer allá o regresar a Europa. Fue con gente cuyo nombre por supuesto nunca mencionaré, pero fueron un director y unos productores que no me trataron bien y me dieron un ultimátum del estilo: “Tienes tantas horas para decidirlo”. Ahora lo pienso y quizá esa película hubiera sido muy importante para mi carrera, pero recuerdo que en ese momento saqué la fuerza para decir que no. Me subí al avión y me sentí tan bien conmigo misma, que ahora es un momento que nunca olvidaré. Entonces entendí lo importante que es a veces decir no. Es muy bueno para la relación que uno lleva consigo mismo, porque rinde frutos a largo plazo. Muchas veces, los “no” son más importantes que los “sí”.

ESQ: Has dicho que te convertiste en actriz para explorar las distintas facetas humanas. ¿Eso quiere decir que siempre buscas personajes opuestos a ti?

PC: Sí, intento buscar lo opuesto no sólo a mí, sino a los personajes que he hecho. Pongo como ejemplo mis últimas películas: en Ma ma, Magda es un ángel, pero luego hice una película con Sacha Baron Cohen donde la mujer que interpreto no tiene nada de ángel. Al contrario, es uno de los personajes más manipuladores y retorcidos que he hecho. Es una persona muy poderosa, que utiliza ese poder de un modo bastante peculiar y es un rol muy diferente a los que he hecho. Eso es lo que constantemente busco. Quizá lo próximo que haré será Zoolander 2, y también será totalmente diferente porque no he hecho mucha comedia en Estados Unidos. Y la que he hecho, como Vicky Cristina Barcelona, ha sido con personajes que están al límite y también sufren mucho. Así que Zoolander sería otra cosa, otro color. Ahora mismo estamos negociando, pero me imagino que sí la haré y si todo cuadra, creo que me la pasaré muy bien trabajando con Owen Wilson, Will Ferrell y Ben Stiller —quien además dirige la película—.

ESQ: ¿Cuál ha sido la película más divertida en la que has trabajado hasta ahora?

PC: Han sido muchas. No podría decirte una. Por ejemplo, con Pedro [Almodóvar] he hecho cuatro, y siempre disfruto mucho trabajar con él. Es increíble porque me hace reír incluso cuando no lo intenta. Tiene un sentido del humor genial, al igual que Woody Allen. Son genios. Y también he trabajado con otras personas que he disfrutado mucho y con las que tengo anécdotas que recordar de por vida.

ESQ: Como espectadores marcamos una diferencia entre cine comercial y cine de arte. ¿Tú piensas en eso antes de aceptar un proyecto o sólo te concentras en los papeles?

PC: Lo que más me preocupa es la historia, el personaje y el director. Sin embargo, también hay veces en que tomo eso que dices en cuenta. Lo de Zoolander 2, por ejemplo, me apetece porque últimamente he trabajado mucho en Europa, así que sería bueno trabajar en Estados Unidos y compaginarlo; también hacer una comedia porque últimamente he hecho más drama. Pero tampoco lo calculo mucho, porque nunca sabes con qué proyecto te vas a topar. Así que en general, me voy con lo que más me toca el corazón o más me hace reaccionar por una cosa u otra. Mi decisión no está limitada a un género, porque hay un abanico de historias por explorar.

ESQ: ¿Cómo es el ambiente en un hogar donde hay dos apasionados de la actuación?

PC: Creo que es como en cualquier familia en la que hay dos personas así. No creo que sea nada diferente en nuestro caso.

ESQ: Hay actrices que temen el paso del tiempo pero en tu caso, tanto física como profesionalmente, parece que todo está espectacular. ¿Cómo te sientes en esta etapa de tu vida?

PC: Lo que más me importa es la salud, lo he pensado desde que tengo como 17 años. Sé que siempre que digo esto parezco una abuela, pero siempre he pensado que es lo más importante. Y mientras más tiempo pasa, más claro lo tengo. Cumplir años es algo para celebrar y mientras estés sano, es lo único que importa. La salud es la base de cualquier cosa. La valoro mucho. Quizá sea porque mi mentalidad es más europea que estadounidense, pero celebro mucho todos mis cumpleaños. En Europa —no sólo en mi país, sino también en Francia y en otros lugares de por aquí— hay actrices que tienen 60 años y siguen trabajando a buen ritmo, uno que incluso podría ser parecido al de un hombre. Así que he crecido con eso. En ese sentido no tengo una mentalidad como la de Hollywood, porque no me crié ni vivo ahí. Voy y vengo. Tengo temporadas, pero siempre vuelvo a España para seguir rodando en Europa y vivo aquí gran parte del tiempo.

ESQ: ¿Actualmente dudas más al aceptar un trabajo? Porque eso implica, al final, pasar tiempo fuera de casa.

PC: Hombre, te lo piensas todo muchísimo más. Tomo en cuenta todo: ubicación, tiempo y demás. Sin embargo, lo bueno es que cambié mi ritmo de trabajo antes de convertirme en madre. Pasé mucho tiempo haciendo cuatro películas al año, así que no tuve vida. Fue una etapa en la que me la pasaba concentrada en otros personajes, hasta que llegó un momento en el que me pregunté: “¿Y mi personaje dónde quedó?”. Eso fue hace muchos años, así que tuve la oportunidad de cambiar. Una de las ventajas de esa transformación fue que aprendí a darme más tiempo para preparar a mis personajes. Porque sin darme unos meses para asimilarlos y entender quiénes son, nada funciona. Entonces también cambié por eso. Y luego, cuando me convertí en madre, decidí no rodar más de una o dos películas al año y mi ritmo de vida se hizo más sereno. Creo que eso es un gran privilegio si consideramos que empecé a trabajar desde que tenía 17 años. La intensidad de un rodaje, además, te permite seguir estudiando. Hacer otras cosas es muy importante. Como ya te he dicho antes, para mí la prioridad es mi familia, tener el tiempo para realizar actividades que disfruto, y ya después organizarme con mi trabajo.

ESQ: Esta experiencia de producción en la película de Julio, ¿no te dejó ganas de escribir un guión o dirigir tu propia película?

PC: Bueno, en cuanto a dirección, ya he dirigido dos cortos para promocionar lencería. Mi hermana Mónica y yo diseñamos una marca que se llama L’Agent, para Agent Provocateur. Las prendas son parecidas, pero las nuestras son más asequibles que las de Agent Provocateur y van dirigidas a un público un poco más amplio, incluso a jovencitas de cualquier edad. Y sobre todo, nosotras insistimos mucho en el mensaje de no hacer ropa para modelos, sino de celebrar la belleza de cualquier tipo de mujer. Eso es algo que he querido transmitir con los cortos que he hecho hasta ahora y cada que tenemos la oportunidad de hablar acerca de la línea. Por eso sí me gustó dirigir, aunque sólo haya sido en estas dos ocasiones. Ambos fueron cortos de cinco minutos. Los escribí, filmé, edité y produje y lo disfruté mucho. Sin embargo, no sé si sabes pero cuando el primero de éstos apareció en YouTube estuvo unas 48 horas censurado. El argumento fue que era demasiado sexy. A mí eso me molestó muchísimo, porque hay mucha violencia en internet que nadie veta y esto no era más que una celebración de la belleza femenina. Al final eso nos dio muchísima publicidad tanto para el corto como para la línea, pero claro, tampoco fue por un buen motivo. A mí me sorprende mucho que en esta sociedad moleste algo que además no fue tan provocador. Sí era muy sexy y muy sensual — Irina [Shayk] era la protagonista— pero porque estábamos vendiendo lencería. No sé, me molestó mucho. Sé que eso sucede, pero cuando te pasa a ti con un proyecto, es muy frustrante. Pero bueno, tu pregunta no era esa, sino si me gustaría seguir dirigiendo. Sí, me gustaría seguir haciendo publicidad o algún corto, pero nada más. Aún no sé si algún día me atreveré a dirigir un largometraje. De momento sólo me gustaría seguir con mis cortos y publicidad.

ESQ: Hablando de celebrar la belleza femenina, ¿qué pasó por tu cabeza cuando Esquire te nombró “La mujer más sexy del mundo”?

PC: Cuando me lo dijeron me hizo mucha gracia. No hay nada más que hacer que tomártelo con humor y agradecerlo. Es lo más que puedes hacer. Si no te ríes de algo así, tienes un serio problema.

Genio en proceso

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The Theory of Everything retrata los obstáculos que Stephen Hawking, uno de los grandes científicos de nuestra era, ha tenido que superar a causa de su enfermedad degenerativa. Hablamos con el británico Eddie Redmayne, quien lo interpreta en esta cinta y cuyo trabajo le valió el Globo de Oro en la categoría de Mejor Actor. 

Originalmente publicado en Esquire no. 75 (PDF aquí)

A los 20 años, Stephen Hawking entró a estudiar el doctorado en Cosmología en la Universidad de Cambridge y se volvió defensor de la teoría del todo, que busca explicar la totalidad de los fenómenos físicos y responder las preguntas fundamentales del universo. En aquel entonces, el científico británico aún no dependía de una silla de ruedas ni de una voz computarizada para hablar.

Cuando cumplió 21 años dejó de jugar ajedrez. Como un niño pequeño, se volvió incapaz de subir escaleras y sostener un lápiz para escribir. Se le diagnosticó esclerosis lateral amiotrófica, una enfermedad que atrofiaría su cuerpo y —según los médicos— lo mataría dos años después.

Hawking no murió, sino que siguió su carrera y se casó con una estudiante de arte llamada Jane Wilde. Tuvieron tres hijos. Hawking escribió libros. Ganó premios. Se divorció y se casó por segunda ocasión. Se convirtió en uno de los personajes más respetados y emblemáticos de nuestra época. Han pasado 51 años desde su diagnóstico y desde entonces ha publicado A Brief History of Time (1988), el actor inglés de moda Benedict Cumberbatch lo retrató en Hawking (2004) y apareció junto a Sheldon Cooper en un episodio de The Big Bang Theory.

The Theory of Everything retrata este medio siglo de vida del físico británico. La cinta de James Marsh —director que en 2008 ganó el Óscar en la categoría de Mejor Documental por Man on Wire— es protagonizada por Felicity Jones, como la esposa de Hawking, y Eddie Redmayne, cuyo talento quedó más que claro en Les Misérables (2012) y My Week with Marilyn (2011). Desde Londres hablamos con Redmayne sobre su nuevo y desafiante papel.

ESQUIRE: Debe ser un gran reto interpretar a Stephen Hawking. ¿Audicionaste o te ofrecieron el papel?

EDDIE REDMAYNE: Recibí una llamada de James [Marsh, el director]. Hablamos de la película y nos encontramos en un pub semanas después. Por fortuna me ofreció el papel sin audicionar. Sin embargo, unas semanas después tuve que participar en la audición del papel que obtuvo Felicity [Jones quien interpreta a la esposa de Hawking], y aunque James me decía que no tenía de qué preocuparme porque ya había obtenido el papel, yo no paraba de repetirme que si hacía las cosas mal, quizá podrían despedirme.

ESQ:¿Fue difícil interpretar a una persona cuya movilidad es muy limitada?

ER: Sí, pero a la vez fue muy gratificante. Pasé alrededor de seis meses preparándome. Vi documentales y leí todo lo que pude acerca de Stephen. No sólo traté de comprender su condición física, sino también temas de cosmología. De hecho, hay una clínica en el Este de Londres que atiende la enfermedad que él sufre, y fui para hablar con doctores, pacientes y familias, e intentar familiarizarme con este padecimiento. Justo antes de empezar a filmar, Felicity y yo pudimos conocer al profesor Hawking y fue extraordinario.

ESQ: Increíble. ¿Y cómo es?

ER: Es una de las personas más graciosas que he conocido en mi vida. Tiene una energía extraordinaria a pesar de que no se puede mover.

ESQ: Acabo de ver una foto donde tú y Felicity están con él. ¿Fueron a la universidad o dónde se conocieron?

ER: ¡Fuimos a su casa! Gracias a esa experiencia no sólo conocimos el lugar donde vive, sino todo el sistema de cuidado que requiere, y eso fue increíble. Volviendo un poco a su buen humor, te voy a poner un ejemplo: cuando lo visitamos, una de sus enfermeras nos dijo que cuando fue a la entrevista de trabajo con Stephen, iba preparada para desglosar toda la experiencia laboral que había escrito en su currículum, pero lo único que él le preguntó fue si sabía jugar ajedrez [ríe]. Y cuando ella le dijo que sí, la contrató.

ESQ: Esta película es una lección de constancia y determinación. ¿Qué es lo más difícil que has tenido que hacer para mantener tu carrera como actor?

ER: Supongo que se trata de hacer siempre mi mayor esfuerzo. Intento encontrarme en un ambiente que me rete, ¿me explico? En un lugar donde puedas ser suficientemente valiente como para cometer errores, porque estos a veces pueden ser terribles, aunque ocurran una vez cada 20 años. Así que los directores con los que me gusta trabajar son aquellos que promueven este entorno y que me permiten ser valiente. Creo que eso es lo que hago: continuar retándome, porque cuando a alguien sólo le importa mantener un trabajo, entonces no se confronta consigo mismo.

ESQ: ¿Qué nos puedes decir de Felicity Jones? Es impresionante cómo evoluciona su personaje: de ser una mujer dulce y tierna, termina con un temperamento muy fuerte.

ER: Exacto, Felicity es formidable y no me habría imaginado a nadie mejor para que fuera mi compañera en esta historia. Su personaje era muy complicado. Tienes razón: Jane es una mezcla de fuerza y vulnerabilidad, de humor y furia. Por eso creo que Felicity es una de las mejores actrices de nuestra generación.

ESQ: Hay algunos críticos que ya vieron la película e insisten en que deberías recibir una nominación al Óscar. ¿Qué piensas de esto?

ER: Ay, Dios. ¿Sabes qué? Es difícil, porque esta cinta implicó una gran responsabilidad. Nuestro trabajo era retratar a Stephen y Jane, y él es una figura muy emblemática, a la cual la gente respeta mucho. Creo que esto implicó varias cosas: desde conocer a personas afectadas por la misma enfermedad hasta el reto de hacer una película que fuera disfrutable. Eso me aterrorizó. Sin embargo, el hecho de que muy poca gente la haya visto, pero que haya motivado críticas favorables y positivas, es un mensaje muy inspirador para mí y supone una satisfacción enorme. Cualquier otra cosa me parecería secundaria.