En ojos de Elena Anaya

Screen Shot 2014-10-27 at 1.10.50 PM

Originalmente publicado en Esquire no. 73 (PDF aquí)

La protagonista de La piel que habito estuvo en México para apoyar a Cinema23, asociación que difunde el cine iberoamericano y que este mes realizará la primera edición de los Premios Fénix. Durante su visita hablamos con la española sobre el reto de interpretar a personajes extremos, su nueva cinta —Todos están muertos, de Beatriz Sachís— y sus trucos para hipnotizar conejos. 

     Elena Anaya tiene los ojos tan grandes que en ellos puedo ver todo lo que está a mis espaldas: su mirada castaña me devuelve la imagen sepia de un ventanal inmenso, las cortinas que juegan a entrar y salir de la habitación, y el sillón blanco en el que estamos sentadas.

     El grueso de los actores que convive con la prensa suele mantener su distancia: una mesa, una alfombra, un agente de por medio. Elena no. Se sienta sólo a unos centímetros de mí. Acerca su cara hacia mí cuando le hago una pregunta y su mirada me da un zoom al ventanal y a la cortina. Su cercanía también revela que tiene el ojo derecho un poco más claro que el izquierdo, lo puede notar cualquiera si pone un poco de atención al póster de La piel que habito, ese filme tan brutal que le valió un premio Goya en 2012.

     Esa no fue su primera película con el director Pedro Almodóvar —antes trabajaron juntos en Hable con ella (2002)—, pero sí fue la que le voló la cabeza a la crítica internacional. “Fue uno de esos momentos maravillosos en los que la vida te permite gozar y soñar despierta. Lo primero que me vino a la mente cuando empecé a trabajar con Pedro fue una sensación de agradecimiento a la vida por permitirme estar ahí, porque él hubiera pensado en mí para hacer un personaje tan precioso en una historia tan única e impactante.”

     La piel que habito es casi una película de horror. En ella, Elena interpreta a Vicente, un hombre joven que un cirujano plástico —un perturbadísimo Antonio Banderas— secuestra para vengar la violación de su hija. Para ello (y esto es una alerta de spoiler), transforma a su prisionero en mujer y experimenta con su cuerpo hasta que logra convertirlo en una copia de su esposa muerta. Y, por si esto fuera poco, el personaje de Banderas es —además— un maniaco de la piel; un psicópata en busca del cutis perfecto.
—¿Podría decirse que la película retrata esa obsesión que todos tenemos en torno a la perfección y la juventud?
—Pues, si es así, yo lo voy a llevar muy mal. No sigo esos roles de presión. Me voy haciendo mayor y ya. Ahora tengo 39 años y creo que estoy viviendo uno de los momentos profesionales más bonitos de mi vida. Y bueno, no me cuido [ríe].

     Elena no tendría por qué “cuidarse”. Es bellísima y las arrugas que surcan sus ojos como un abanico son el encuadre perfecto para su mirada ligeramente bicolor.
—Sí es verdad que la película trata ese tema —dice—, pero hay muchos más. Para mí uno de los más importantes es la venganza. La piel… habla acerca de la revancha que el personaje de Banderas ejerce sobre el hombre que violó a su hija y sobre la mujer que se enamoró de su hermano [¿olvidé decir que la esposa del cirujano muere en un accidente de auto mientras huye con su cuñado?]. Por eso, decide recrearla. Imitarla. Copiarla. Ponerle un cuerpo. Y así engendra a una criatura que también es vengativa.

     La cinta de Almodóvar concluye —basta ya de adelantarles toda la película— y uno acaba con la piel de gallina (de hecho, cuando se exhibió en cines, hubo muchos que ni siquiera esperaron a que finalizara para abandonar la sala).

De piel en piel

     Exhausto. Al ver una película protagonizada por Elena Anaya, uno termina exhausto. Sin embargo, esa sensación de ansiedad que todo espectador se sacude cuando sale del cine, persigue a la actriz española durante noches y días: el cinéfilo promedio convive con un personaje durante las dos horas que dura una película, pero ella lo lleva en la piel durante las semanas que dura el rodaje. Dice que cuando acaba una jornada de trabajo se siente tan afectada por sus papeles que aunque llegue a casa y se dé una ducha, al salir de la regadera no puede ni comer. “Pero tienes que ir, abrir la nevera, sentarte, cenar, lavarte los dientes, meterte a la cama, levantarte al día siguiente bien temprano, coger fuerzas y lanzarte un día más al rodaje.”

     No es que a Elena le guste sufrir. De hecho, dice que ella no escoge personajes, sino historias, y que hay ocasiones en que no elige ni los guiones, sino que éstos terminan eligiéndola a ella. La española de los ojos inmensos debutó hace 18 años en África (1996), la cinta de Alfonso Ungría en la que interpretó a una adolescente que anima a su novio a asesinar a su padre por venganza. Y, aunque fue una producción pequeña, Anaya se refiere a ella con la misma pasión que inyecta a las anécdotas que cuenta acerca de sus filmes más recientes. Piensa que los inicios son sagrados, y que como África fue su incursión en el cine, es tan relevante como cualquier otra de sus cintas.

     Elena llevaba cinco años dedicada a la actuación cuando un guión de Julio Medem “la escogió” y le cambió la vida. Su papel en Lucía y el sexo (2001) fue pequeño, pero a la gente le bastó para sentirse fascinada por ella. “Hacer esta peli fue un riesgo —bueno, todo es un riesgo en la vida— porque Belén era un personaje complicado, pero dicen que el agua siempre encuentra la salida y yo siempre termino encontrando a esos personajes en cuya piel me siento más a gusto delante de la cámara. Siendo otro personaje puedo encontrar los matices que me hacen disfrutar constantemente mi trabajo. Esa película me marcó profundamente. Me gustó mucho hacerla, y lograr   que una cinta tenga tanto éxito —que sea capaz de emocionar a tantas personas— es lo que todos los actores soñamos.”

     A diferencia de otros artistas que desean transformarse en guionistas y directores, la española se siente satisfecha con la oportunidad de emocionar a sus espectadores únicamente a través de su actuación: “Cada que estoy frente a un nuevo personaje me siento como los exploradores que agarran su cantimplora, sus binoculares, algo que los proteja y se lanzan a un sitio en el que no saben lo que encontrarán”. Para Elena Anaya, dejar la piel, los ojos y el corazón en un personaje ya es responsabilidad suficiente, y asegura que tendría que ser una persona más valiente para jugársela en los terrenos que explora y domina todo guionista, productor o director.

Tierras desconocidas

     A mediados del año pasado Elena viajó a un campo de Etiopía. Mientras la avioneta en la que volaba descendía sobre una ladera verde, llena de vacas, la española inició el que ha calificado como el viaje más alucinante de su vida: las condiciones de Dolo Odo eran tan precarias que el suyo fue el primer avión en aterrizar sobre esa ladera. Además, el equipo que la acompañaba tuvo que tomar medidas de seguridad extremas, pues la zona era considerada propensa a secuestros. Nada de esto le importó: tan pronto se le planteó la invitación, aceptó viajar a aquel país para grabar un documental sobre los 400,000 refugiados de Sudán, Somalia y Eritrea que vivían ahí. A su regreso a España, dijo que se sintió sorprendida ante la generosidad etíope y las sonrisas que la gente puede esbozar a pesar de la pobreza y el dolor.

     No se puede alzar la voz desde la comodidad. Toda denuncia —toda inmersión en una historia que vale la pena contar— implica un sacrificio. Elena lo sabe, y trabaja con eso en mente desde hace 20 años. Su nueva película se llama Todos están muertos, y en ella encarna a una exestrella de rock que está llena de miedos y carga con una patología que le ha impedido salir de casa durante los últimos 14 años. La cinta es la opera prima de Beatriz Sanchís —expareja de Elena— y le valió un reconocimiento en la categoría de Mejor Actriz durante el Festival de Málaga 2014. “Bea escribió esta historia porque vivió una experiencia personal muy dura: cuando era muy joven perdió a su mejor amigo a causa de una muerte repentina. No tuvo tiempo de despedirse. Por eso, siempre fantaseaba con lo que pasaría si pudieras decir ‘adiós’ a esa persona a la que nunca pudiste hacerlo.” Y así empezó esta historia. Anaya dice que Sanchís la escribió con tanto compromiso y seriedad que los productores aceptaron apostarle todo cuando apenas era un tratamiento de 20 páginas, y que posee un guión tan maravilloso que cualquiera podría crear un vínculo con él. Después de todo, no hay quien no haya perdido a un ser amado a causa de la muerte.

     Meterse en la piel de un personaje tan intenso como Lupe —de Todos están muertos— o Vicente —del filme de Almodóvar— es un viaje para Elena. Es una odisea larga y conflictiva —como su traslado a Etiopía— porque implica sumergirse en la patología de un individuo completamente ajeno a ella. En el caso de la cinta de Sanchís, “tuve que conocer cómo es realmente una persona que no puede salir a la calle durante años y qué es lo que le impide vivir, enfrentarse a la vida, tener un hijo, tener una madre y relacionarse con ellos”. El reto de Elena en esta cinta fue evidente: ella es una actriz de cine muy reconocida, pero durante semanas tuvo que fingir y pensar como una mujer que detesta ser vista por quien la rodea, que no puede salir a la calle porque ni siquiera puede salir de sí misma, que no le gusta comunicarse porque odia ser notada. Es aterrizar —como su pequeño avión en África— en terrenos desconocidos.

La magia de Elena

     Dicen que Elena Anaya hipnotizaba conejos cuando era niña. Dicen. Ya cumplimos media hora juntas en el sillón blanco. Ya me hizo reír con su escepticismo ante los traumas de la edad. Ya me dejó clara la intensidad con la que goza a cada uno de sus personajes. Ya me dio la confianza para formularle una pregunta tan absurda: “¿Es cierto?”. Suelta una carcajada. Como casi siempre cierra los ojos cuando se ríe, pierdo el rastro del mundo que está detrás de mí, y que hasta ahora había visto a través de su mirada inmensa.

“Mira.”

     Me extiende su iPhone. Veo la imagen de un conejito en el fondo de pantalla y mi quijada cae al piso. Suelta otra carcajada. “El otro día estábamos rodando en Santiago de Chile y llevábamos cuatro días en el hogar de un matrimonio que tenía una hija adolescente. Ella estaba súperaburrida porque un equipo de producción llevaba en su casa todo el día. Tenía un conejo, pero estaba encerrado en una jaula porque saltaba por todos lados. Así que le dije: ‘Ven, te voy a enseñar a hipnotizarlo’. Y la gente le decía: ‘No le hagas caso. Está loca. Está jugándote una broma’.”

     Me muestra el arañazo que le dejó el conejo en la muñeca cuando intentó tumbarlo patas arriba sobre el piso.

    “Al final lo conseguí. Es la cosa más sencilla del mundo. Sólo hay que estirarle las orejas y hacerle un masaje. Lo puede hacer cualquiera.” Elena me mira y el ventanal a mis espaldas reaparece en su mirada. A estas alturas, me siento como el conejo: hipnotizada. Me dice que lo del orejón es un regalo que le dio su madre, que ella fue quien le enseñó a creer en la magia.

     Cuando Elena Anaya recibió el Goya, en 2012, se lo dedicó a su mamá. Dice que lo que le mostró de niña no fue un truco para hipnotizar conejos, sino una lección de vida: “Es muy sencillo, porque en realidad es una manera de enfocar la vida”. Todo se trata —dice— de definir la perspectiva con la que quieres mirar aquello que te rodea.

Y Dios creó a… Nicky Whelan

Screen Shot 2014-10-20 at 6.22.18 PM

Originalmente publicado en Esquire no. 73 (PDF aquí)

Recuerda su nombre, porque empezarás a verlo por todos lados: esta australiana estrenará tres películas antes de que finalice el año y estamos seguros de que llegará muy lejos.

Nicky Whelan está realmente avergonzada. Luego de tres intentos fallidos por comunicarme con ella, decidí preguntarle a su agente si todo estaba bien (y si tenía el número correcto). “Llámala ahora, te está esperando”, respondió a los dos minutos como una madre que ha regañado a su hija. La rubia contestó al primer ring.
—Oh, por Dios, ¡lo siento tanto! Debí ponerme un recordatorio para esta entrevista y lo olvidé. ¡Lo siento tanto, tanto, tanto!
—No, por favor, no hay ningún proble…
—¿¡Cómo no!? ¡Lo siento tanto, tanto!

No es la primera vez que un famoso olvida estar disponible a la hora acordada, pero lo sorprendente de Nicky es lo apenada que está. Genuinamente se siente culpable y lo quiere arreglar.

Seamos honestos: ¿quién podría molestarse con esta ojiazul? Su calidez es irresistible, incluso por teléfono. Quizá por eso está cada vez más cerca de conseguir el éxito que ha soñado no sólo como modelo, sino como actriz: no sólo tiene un cuerpo perfecto, sino que es el tipo de mujer encantadora y tenaz frente a la que cualquier hombre caería de rodillas.

La rubia de 32 años nació en Victoria, Australia, pero empacó sus maletas y se despidió de su familia para probar suerte en Hollywood. Comenzó su carrera como presentadora de televisión y en 2006 se integró al elenco de una telenovela llamada Neighbours. Desde entonces ha aparecido en series como Melrose Place (2009), Scrubs (2009), Franklin & Bash (2013) y un trío de películas de bajo presupuesto.

Para Nicky, la fama no ha aparecido como por arte de magia, sino como producto de su determinación. Sólo después de media década de trabajo en Los Ángeles puede sentirse tranquila de tener tres filmes en puerta, y gracias a eso la veremos muy pronto en Knight of Cups, del director Terrence Malick —ganador de la Palma de Oro en Cannes en dos ocasiones—; The Wedding Ringer, en la que compartirá créditos con Kaley Cuoco, y Left Behind, que protagoniza junto a Nicholas Cage. Con esto en mente, ¿se puede afirmar que ha transformado sus sueños en realidad? Ella misma lo responde.

ESQUIRE: Alguna vez dijiste que cuando estabas iniciando tu carrera querías ser bailarina y mudarte a Estados Unidos. Ahora que eres modelo y actriz, ¿piensas que tu sueño se hizo realidad o aún deseas bailar?
NICKY WHELAN: Además de bailar, siempre quise ser actriz. En Australia conseguí un trabajo como presentadora de televisión y me dediqué a eso durante ocho años. Sin embargo, como nunca dejó de interesarme la actuación, llegó un momento en el que dije: “Lo voy a intentar”. Entonces me llegó la oportunidad de filmar en Estados Unidos y hasta ahora todo ha salido bien. Así que, para ser honesta, siento que estoy a la mitad de mi carrera como actriz y a la mitad del camino de conquistar mis sueños.

ESQ: ¿Aún recuerdas cómo te sentiste la primera vez que estuviste enfrente de una cámara?
NW:
Estaba bastante nerviosa. Es algo que te puede confrontar mucho. Era muy joven y es muy diferente tomarse fotos con un grupo de amigos a estar rodeada de un equipo de producción. Para que una sesión funcione, debes estar completa y absolutamente relajada. Recuerdo que en mi primera sesión estaba muy nerviosa. Pero tienes que aprender a sentirte cómoda porque si no lo haces eso será lo primero que arruine tu desempeño. También recuerdo que al ser presentadora de televisión sentí algo distinto a lo que experimento como actriz. La transición entre una y otra actividad fue difícil, porque todo representa un reto.

ESQ: ¿Qué fue lo que te llevó a decir: “Haré lo que sea para mantenerme en esta carrera”?
NW: Mi mamá decía que nací con mucha determinación, que estaba siempre enfocada y que tenía en mi mente —desde los cuatro años— el baile y la actuación. En lo demás no era muy buena. Era traviesa y me portaba mal, pero siempre tuve claro lo que más me gustaba. A veces siento que nací con esa cualidad, pero también creo que es una mezcla de trabajo arduo, tomar riesgos, fijarse una meta y no darse por vencida. Para ser honesta, considero que todo tiene que ver con tu capacidad de enfrentar retos. Hay gente que tuvo un gran apoyo en el medio cuando inició su carrera, desafortunadamente yo no lo tuve, así que todo dependió de mi determinación interior para seguir en el camino que había escogido.

ESQ: ¿Tu familia siempre estuvo de acuerdo con tu decisión de ser actriz?
NW: Mi mamá y mi papá me apoyan por completo en todas mis decisiones, aunque parezcan algo locas. Cuando me mudé a Hollywood, a mi papá le parecía muy extraño que su hija viviera ahí, pero me apoyó y sigue haciéndolo. Eso me ha ayudado mucho. Estoy en una situación muy afortunada y me siento enormemente agradecida por ello.

ESQ: Tu abuelo [Marcus Whelan] fue una gran figura en el futbol de Australia. ¿Cómo fue crecer en una familia en la que había un ídolo deportivo?
NW: De hecho él murió antes de que naciera, así que no lo conocí. Pero, con toda honestidad, nadie tiene un trato especial en casa por ser famoso o salir en la televisión: todos nos comportamos como si nada con los demás, así que aunque tengas un abuelo exitoso, icono del futbol, pasas casi desapercibido. Nuestra casa funciona de manera muy normal. Por ejemplo, no se habla de si salgo en los medios o en una sesión de fotos. Todos nos tratamos de la misma manera y nadie recibe ningún trato especial [ríe].

ESQ: Tu primera aparición en la televisión fue hace casi una década. Como actriz, ¿cuál ha sido la lección más grande que has aprendido desde entonces?
NW: La primera vez que aparecí en la tele tenía 17 años. Empecé como presentadora y ese fue un viaje diferente al que implica la actuación. Son dos cosas completamente distintas y hacer la transición entre una y otra es muy duro, porque la gente se acostumbra y encuentra difícil verte en dos medios distintos. Estoy contenta de estar en Estados Unidos porque nadie me conoce aquí, pero la transición fue muy difícil: para dejar un ámbito y entrar a otro tuve que aprender distintas habilidades. Ahora tengo que admitir que prefiero la actuación y por mucho.

ESQ: ¿Siempre has disfrutado la fama o hay ocasiones en las que preferirías no ser reconocida?
NW: Mi carrera no se volvió exitosa de la noche a la mañana. Sí he trabajado en superproducciones junto a excelentes actores, pero todos mis papeles han sido muy diferentes y creo que por eso he logrado mantener mi anonimato. Sólo cuando estoy en una alfombra roja o en la promoción de una película y tengo que pararme frente a muchas cámaras, me resulta abrumador. Sin embargo, me gusta mucho reír y divertirme con mis amigos y mi familia. No soy alguien que esté rodeada de paparazzi. Hay mucha gente para quien sí es así y a quien todo el tiempo la persigue camarógrafos, pero no es mi caso, por lo que me considero afortunada. Creo que es crucial tener un sentido de normalidad en tu vida, y cuando la gente está rodeada de reporteros, se pierde de momentos muy lindos.

ESQ: Trabajaste recientemente en Knight of Cups, la película de Terrence Malick. ¿Qué tal te fue?
NW: Fue increíble. Probablemente fue una de las mejores experiencias que he tenido como actriz. Tanto él como la manera en la que trabaja son algo fuera de lo común. Me gustó haber sido parte de este proyecto que se convirtió en una vivencia mágica. Él es maravilloso y muy especial. Me encantaría volver a trabajar con él. Sin embargo, debo confesar que no sé nada de la película [ríe]. Es decir, no sabemos cuándo se va a exhibir.

ESQ: Tras algunos años de haber dejado tu hogar en Victoria, ¿te sientes a gusto en Estados Unidos o extrañas Australia?
NW: Me siento muy cómoda aquí en Los Ángeles, aunque no he dejado de ser una chica muy australiana que viaja a muchos lugares. Los viajes forman parte de tu trabajo cuando estás en el elenco de una película. Me encanta, pero sé que es un estilo de vida muy raro, no es para todos. Implica que debes tener claras tus bases. Lo disfruto mucho y sé que siempre tengo que estar lista para irme. Es mi estilo de vida, aunque sea muy particular.

ESQ: Tienes un cuerpo increíble, ¿cómo logras verte así?

NW: [Ríe] Bailé mucho cuando era niña, pero con el paso de los años he tenido que modificar mi rutina. El cuerpo de una mujer siempre cambia, y de eso dependen las actividades que tengas que hacer para mantenerlo en forma. Mi trabajo con un entrenador o los tratamientos que use cambian siempre. A veces hago mucho cardio; otras veces, pilates. Trato de incorporar varias rutinas que funcionen para mi cuerpo en cada etapa de mi vida. Y, aunque creo que ahora me funciona entrenar, el cuerpo cambia mucho y debes aceptar esos cambios.

ESQ: ¿Alguna vez has sufrido por tener que seguir una rutina o una dieta?
NW: Siempre he sido saludable. Creo que actualmente —de hecho desde hace varios años— he concluido que tener una mente saludable es extremadamente importante. Debes tener claras tus prioridades y eso influye en tu estilo de vida. Cuando la gente es feliz no come tanta comida chatarra, pero si eres delgada y eres infeliz, puedes subir de peso. La emoción juega un rol fundamental en el cuerpo, en la salud y en tu capacidad de estar en forma, así que tomar decisiones sanas y estar feliz es lo más importante. Además de esto, claro, también admito que la comida es absolutamente crucial para mí. Me ayuda a sentirme mejor. Me encanta el chocolate y el azúcar. Me divierto, pero nunca descuido el estado emocional en el que me encuentro.

ESQ: Hablando de diversión, ¿qué debe hacer un hombre para invitarte a salir?
NW: [Ríe] No sé si haya una manera correcta o incorrecta para que cualquier hombre se acerque a una chica en estos tiempos. Cuando conoces a alguien en ese momento tomas la decisión de conocerlo más o no,. Y cuando hay interés se vuelve algo muy lindo. Creo que conducirse a la antigua es hermoso: que un hombre corteje a una mujer, aunque sea a la vieja escuela, pone las cosas en orden y eso me gusta.

ESQ: ¿Cuál ha sido el mejor cumplido que te han dicho?
NW: No ha habido una frase particular, sino situaciones en escenarios distintos. Eso me hace recordar varios lugares y situaciones fabulosas. Creo que si puedes encontrar a alguien parecido a ti, con quien puedes pasar 10 horas pero que a ti te parezcan como 10 minutos, estarás viviendo un momento realmente mágico. Cuando están compartiendo momentos juntos, te das cuenta de que estás creando recuerdos trascendentes y mágicos con alguien especial.

The Last Ship

The_Last_Ship_001_0069_R

Originalmente publicado en esquirelat.com

La nueva serie de Michael Bay llega a la televisión por TNT.

Dicen que The Last Ship es una serie de televisión, pero desde el primer capítulo uno siente que está viendo una película. La historia inicia cuando un grupo de marinos sale hacia el Ártico para completar una misión sin saber que el 80% de la humanidad se ha infectado con un virus letal. Mientras los tripulantes del USS Nathan James pasan meses en altamar, sus amigos y familias mueren. Sólo hasta que regresan y se acercan a las costas estadounidenses se enteran de que los gobiernos de todo el mundo se han colapsado y de que quizá ellos son los únicos sobrevivientes de la pandemia.

Dan ganas de ver The Last Ship en una pantalla de 16×9 —tamaño cine—, con un buen equipo de sonido y palomitas en mano. El barco en el que se grabó la serie no es un set artificial, sino un destructor de la marina de Estados Unidos. Para que su interpretación fuera creíble, los actores fueron asesorados por miembros de la marina en tiempo real. La música —tan emotiva como épica— fue compuesta por Steve Jablonsky, quien también hizo los arreglos para las cuatro películas de Transformers que Michael Bay —productor ejecutivo de la serie— ha dirigido hasta el momento.

The Last Ship está basada en un libro. El volumen homónimo se publicó en 1988 y describe lo que sucede con la tripulación de un barco que sobrevive a una guerra nuclear. La adaptación —dirigida por Jack Bender (Lost y Under the Dome)— está protagonizada por Eric Dane y Rhona Mitra: él saltó a la fama por su papel de McSteamy en Grey’s Anatomy y ella se volvió memorable por convertirse en la segunda modelo que inspiró el físico de Lara Croft en el videojuego de mediados de los noventa. Él es el capitán del barco. Ella es una microbióloga en busca de una vacuna para salvar a lo que queda de la sociedad.

The Last Ship es difícil de clasificar. Tiene algo de ciencia ficción, de drama y de thriller. A pesar de que retoma una temática muy similar a otras series y películas actuales, aborda el conflicto con mayor seriedad… O quizá —como dijo Eric Dane durante la presentación de la serie en México— nuestra aniquilación como especie cada vez se siente más real y por ende nos aterra como nunca antes.

Desde el Hotel Four Seasons del DF, hablamos con Eric, y él nos dijo más acerca de The Last Ship, que se estrena este lunes 4 de agosto por TNT a las 9 pm.

ESQUIRE: ¿Cuándo empezaste tu carrera en Saved by the Bell (1989), ¿alguna vez imaginaste que interpretarías a un capitán, como ahora en The Last Ship?

ERIC DANE: No, jamás pensé que volvería a trabajar después de Saved by the bell [ríe].

ESQ: ¿Cuál fue el primer reto de tu preparación para interpretar al capitán Chandler?

ED: Me puse en forma tanto como fue posible, porque sabía que habría momentos de mucho esfuerzo físico durante la grabación. No investigué mucho con respecto a lo que haría un capitán, sino que básicamente me puse el uniforme y actué con base en las circunstancias con tanta veracidad como fue posible.

ESQ: Alguna vez mencionaste que sentías cierta presión por interpretar al capitán de un barco. Ahora que terminó el rodaje de la primera temporada y se confirmó que habrá una segunda, ¿sigues nervioso?

ED: Nunca sentí presión. Siempre pensé que tendríamos una buena oportunidad de tener éxito y estaba feliz y orgulloso con lo que creamos. Nunca pensé que tendríamos tanto éxito como tuvimos, pero no todo dependió de mí. Estuve acompañado de un gran elenco, un gran director, grandes escritores y Michael Bay, quien definitivamente ayudó. Pienso que todo eso, en conjunto, derivó en el producto final y en la posibilidad de hacer una segunda temporada.

ESQ: Tu familia estuvo en el ejército. ¿Qué implicó este papel para ti?

ED: Sí, de hecho mi papá estuvo en la marina. No sé si es un guiño para él, pero yo tengo un profundo respeto por las fuerzas armadas de Estados Unidos y específicamente por la marina del país. Así que significó mucho que pudiera retratar la vida de un comandante de un barco. Tuve que hacerlo con tanta precisión como fuera posible, porque estas personas han sacrificado mucho por su país, y no sólo en Estados Unidos, sino en cualquier nación. Y no sólo me refiero a los sacrificios físicos, sino a que tienen que pasar tiempo lejos de su familia, muchas horas lidiando con protocolos y demás. Quisimos honrarlos tanto como fuera posible y la mejor manera de hacerlo fue retratando sus vidas con tanta precisión como fuera posible.

ESQ: ¿Cómo fue la dinámica con el resto del crew, considerando que grabaron en un espacio tan pequeño como el de un destructor real?

ED: Fue difícil, porque corríamos el riesgo de que las dinámicas se sintieran forzadas. Grabar en un destructor fue un reto porque los espacios eran pequeños y constantemente tienes que lidiar con la geografía del barco y con el hecho de que en una escena participan varias personas de la producción. Pero todo el mundo tuvo una buena actitud y la dinámica fue buena.

ESQ: En el piloto de la serie nos damos cuenta de que tu personaje tiene una familia y no sabe si volverá a verla. Cuéntanos más de ese lado humano que veremos de tu personaje.

ED: Es algo que está ahí, pero a la vez no… Es decir, cada decisión que hago como líder y como capitán debe estar compartimentalizada, porque debo pensar en los intereses de la misión y el bien común de quienes estamos en el barco, pero al mismo tiempo tengo una familia a la que tengo que volver y no sé si está a salvo o no. En el piloto vemos que me mandan un mensaje donde me dicen que están en una cabaña con mi padre, y luego en los siguientes episodios habrá algunos recuerdos de lo que sucedió antes de que me fuera, pero no es algo que tendrá continuidad. Eventualmente sabrán si me reuniré con mi familia o no. Ya lo verán.

ESQ: Hablando de familia, la televisión es muy demandante. ¿Cómo mantienes un balance entre tu trabajo y tu vida personal?

ED: Es difícil, justo ahorita estoy en Montreal grabando una miniserie. Ahorita vino mi esposa a México para acompañarme, pero he estado fuera de casa durante un tiempo y el domingo tendré que volver a viajar durante un mes. Así que no podré estar con mis hijos, y eso es muy complicado. Es justo uno de los sacrificios que también hace la gente que está en el ejército. Yo también tengo que pasar mucho tiempo lejos para trabajar, e incluso cuando estoy en la ciudad en la que vivo, tengo que estar trabajando. Hay veces que me levanto y salgo antes de que se despierten y vuelvo cuando ellos ya están dormidos, así que es un reto.

ESQ: Seguro que después del éxito de Grey’s Anatomy tuviste muchas ofertas de trabajo. ¿Te concentraste en buscar papeles que fueran 100% distintos a McSteamy?

ED: Sí, estaba buscando algo diferente, pero creo que así sucede con cualquier actor. Siempre quieres retarte, usar distintos sombreros. Pero no quería agitar ninguna imagen. Estoy muy agradecido con Grey’s Anatomy y con el papel que interpreté ahí. Es lo que finalmente me permitió llegar hasta donde estoy el día de hoy. Así que el cambio sucederá con el tiempo, de manera orgánica.

ESQ: ¿Qué tan difícil es para ti que continuemos preguntándote por ese papel una y otra vez?

ED: ¿Sabes? Es difícil, porque trato de no dar la misma respuesta cada que me lo preguntan. Lo más fácil para mí sería responder lo mismo una y otra vez, pero pasé siete años de mi vida en esa serie y le di una porción significativa de mi vida. Eso fue muy bueno para mí, así que no quiero rechazar ninguna pregunta que alguno de ustedes pudiera tener al respecto dándoles la misma respuesta una y otra vez.

ESQ: Tienes mucha experiencia en series. ¿Cómo sientes que cambió la televisión desde tus inicios y hasta ahora?

ED: Cuando empecé a trabajar en Grey’s Anatomy, la tele no era como ahora. Dios, eso fue hace mucho tiempo. Ahora, gracias a la televisión de cable, tienes una gran variedad de programas y muchos de éstos tienen gran calidad. Definitivamente han cambiado las reglas del juego. Hoy hay mucho más que puedes hacer en cable, porque no tienes las restricciones y estándares del resto de la televisión. Y como resultado hay mucha más gente talentosa que trabaja en el medio.

ESQ: Pronto te veremos en cine en The Grey Lady. ¿Puedes hablar un poco de este proyecto?

ED: Sí, acabamos de terminar de filmar. Estuvimos en Nantucket y retratará a un detective de homicidios de Boston, cuyo trabajo es rastrear y perseguir a un asesino serial. Pierde a su novia en los primeros cinco minutos de la película y su vida se destroza, así que viaja a Nantucket para seguir una pista y tratar de reconstruir todo lo que perdió y recuperarse. Mientras está ahí, el asesino serial lo sigue hasta la isla, y se convierte en una persecución donde deja de quedar claro quién está persiguiendo a quién.

 

Andy Serkis: el héroe de las mil caras

Screen Shot 2014-07-23 at 1.41.38 PM

Originalmente publicado en Esquire no. 70 (PDF aquí)

            Andy Serkis podría ser la envidia de Brad Pitt. Es actor —como Pitt—, ha trabajado en películas hollywoodenses millonarias —como Pitt— y es un hombre de familia que acaba de cumplir 50 años, también como Pitt. Sin embargo, Serkis puede hacer algo que el marido de Angelina Jolie sólo sueña: salir a la calle sin ser devorado por paparazzi y caminar con sus hijos de la mano.

            Andy dice que es un hombre afortunado y que posee lo mejor de dos mundos, pero moverse entre las cámaras de cine y el anonimato no es algo gratuito. Aunque es uno de los mejores actores de su época, pocos lo identifican por su nombre. Eligió una vida que remite a los orígenes del teatro, en la antigua Grecia, porque sólo así aseguraría que su capacidad interpretativa —y no su imagen o su fama—  fuera lo primordial en su carrera. Él no es un hombre con suerte, sino un actor que optó por un camino que nadie imaginaría para una estrella de filmes que recaudan más de 300 millones de dólares: el de la vida detrás de una máscara.

***

            Es fácil encontrar a Andy Serkis en un set de filmación. Lo más probable es que sea el único vestido con un traje parecido al de un buzo, un casco parecido al de un minero y unos guantes parecidos a los de un guardameta. Cualquiera diría que está disfrazado. Él dice que no, que al contrario, que cuando actúa siempre debe imaginar su disfraz. Y tiene razón. A su alrededor han caminado elfos y han danzado nativos, pero cuando él se mira al espejo durante un rodaje, no observa a Kong ni a Godzilla, sino el reflejo de sí mismo vistiendo lo de siempre: una entallada prenda de látex negro y un casco con el que parece que viajará al centro de la Tierra.

            Para ciertos actores, esperar a que concluya su proceso de caracterización es un acto de paciencia budista. La primera vez que Jennifer Lawrence interpretó a Mystique, en X-Men: First Class (2011), estuvo ocho horas sentada en una bicicleta mientras el departamento de maquillaje coloreaba su piel de azul. Cuando Andy Serkis interpretó al simio de Rise of the Planet of the Apes (2011), pasó semanas en cuclillas, arrastrándose y rugiendo como primate, sin saber cuál sería el aspecto final de su personaje. La piel rugosa, el maxilar protuberante, el pelo y los ojos verdes aparecieron después, cuando el equipo de animación terminó su labor en posproducción.

            Andy siempre se ha sentido fascinado por las metamorfosis. “Nací con la idea de crear personajes y transformarme. Cuando empecé a trabajar en teatro me integré a una compañía en la que tuve que montar 14 obras. Ensayaba de día y actuaba de noche. Me maquillaba y hacía todo solo, así que desarrollé un verdadero amor por el arte de la transformación.”

            Andy aprendió a crear personajes desde su niñez. Nació en Inglaterra, pero por el trabajo de su padre —un médico iraquí radicado en Londres— pasó diez años viajando a Medio Oriente. En esa etapa de su vida comprendió la importancia de apoyar a las minorías y conoció la ira ante la injusticia. Cuenta que su padre siempre trabajó en favor de gente necesitada, que construyó un hospital civil en Irak y que a pesar de haber sido capturado por el dictador Saddam Hussein, continuó defendiendo sus creencias. Mientras tanto, su madre se las arreglaba para trabajar en una escuela de niños discapacitados y cuidar de Andy y sus cuatro hermanos.

           Cuando entró a la universidad, Andy se volvió socialista y estudió Artes Visuales, pero abandonó la pintura y la política para convertirse en actor. Siempre ha pensado que el teatro tiene un potencial transformador porque cuestiona estereotipos, propone discursos, tiene el poder de humanizar a un villano y explorar qué es lo que lo motiva a comportarse como tal. Hoy lleva casi 30 años actuando detrás de una máscara porque no persigue la mirada pública, sino el sueño de que su actuación transforme una vida y no sea mero entretenimiento.

***

            Hay una maldición que persigue al protagonista de Dawn of the Planet of the Apes: el riesgo de que el público lo confunda con una caricatura. Sus personajes no se crean como los dibujos animados, pero ¿cómo lograr que eso quede claro? Andy es el mejor en lo que hace porque nadie lo había hecho antes y todo empezó cuando el director de la trilogía de The Lord of the Rings, Peter Jackson, le dijo: vamos a crear un personaje con un sistema de sensores —el traje de buzo y el casco de minero— que registren tus movimientos en una computadora.

            El sistema copia y reproduce la actividad del cuerpo como haría la aguja de un sismógrafo con un temblor. Si Andy sonríe, la curvatura de unos labios aparece en pantalla. Si enloquece, un par de ojos desorbitados y una mueca de agonía se duplican en formato digital. Los animadores a cargo de la caracterización de los personajes que interpreta detallan el color y la textura de la piel, agregan o restan pelo u otros rasgos animales, pero la voz, actitud y emotividad son 100 por ciento de Andy.

            El actor se inició en la técnica de performance capture en la primera cinta de la trilogía, en 2001. En ella interpretó a Gollum, una criatura esquizofrénica y solitaria cuya obsesión por un anillo se transforma en su desgracia. En un principio Andy sólo sería actor de doblaje y participaría en la producción durante tres semanas, pero cuando Jackson lo vio actuar decidió reescribir el guión. El video con el que Andy audicionó deja claro por qué: el británico parece un psicópata. Bajo una chamarra negra de piel, suda y respira con dificultad. Tiene los pelos parados, y descompone su rostro como si lo estuvieran quemando con un hierro al rojo vivo.

            Sin importar el papel que interprete, Andy termina por fundirse con sus personajes. Cuando concluyó el rodaje de Rise of the Planet of the Apes, el editor de sonido dijo que no podía diferenciar los rugidos del actor de los de simios de verdad. El plan nunca fue que Andy copiara los bramidos de un primate de carne y hueso, pero cuando uno de los asistentes le pidió que bajara el volumen de sus vocalizaciones para poder registrar el diálogo del resto de los personajes, el actor respondió: “¡Este es mi diálogo!”. Andy no sólo quería rugir como un simio, sino sentirse como tal.

***

            Antes de iniciar el rodaje de un filme, el actor promedio recibe un guión, memoriza sus diálogos y se familiariza con la historia. Dustin Hoffman, por ejemplo, es célebre por los métodos que emplea para involucrarse con sus personajes: cuando hizo All the President’s Men (1976), se fue a vivir un mes a casa del periodista Carl Bernstein, con el fin de hablar y comportarse como él. Luego, para Marathon Man (1976), llegó al set tras pasar tres noches en vela, pues el libreto decía que su personaje debía lucir como un hombre que había pasado tres noches sin dormir.

            En 2004 Andy Serkis recibió el guión de King Kong y su reto fue convertirse en un gorila de 50 metros que, por supuesto, no hablaba. Andy se puso a trabajar. Observó horas y horas de documentales de National Geographic y Discovery Channel. Pasó semanas en el zoológico de San Diego, en California, y otras tantas frente a la jaula de cuatro gorilas del zoológico de Londres. Viajó a Ruanda a escondidas de Peter Jackson —quien dirigió la cinta y le prohibió salir, preocupado por su seguridad— y estudió a esta especie en las montañas. Tomó apuntes. Hizo dibujos. Se involucró de tal manera que mientras estuvo en Londres creó un lazo con una hembra llamada Zaire y soportó que Bob, el macho alfa de la comunidad de gorilas en cautiverio, le lanzara piedras a su cámara mientras los fotografiaba.

            Andy se obsesiona con sus personajes porque su reto no sólo es aprender sus movimientos para mimetizarlos, sino encontrar su personalidad. Cuando se preparaba para interpretar a Gollum, concluyó que su tarea sería internarse en la mente de un adicto, en una criatura que estaba entre un junkie callejero y un sobreviviente de un campo de concentración. “Antes de interpretar a un personaje, te debes preguntar: ¿qué puedo decir de la condición humana a través de este papel? Cuando empecé a trabajar en Kong entendí que los gorilas tienen personalidades individuales. Para mí, la esencia de Kong es la soledad, y eso era lo que debía transmitir: su aislamiento. Es casi como un psicótico solitario que lo único que hace es tratar de sobrevivir en un ambiente en el que todas las criaturas que lo rodean asesinan para lograrlo.”

            Y así, inmerso en el mundo de los primates, Andy comprendió lo que a nadie le pasa por la cabeza cuando se sienta a ver la historia del gorila: a pesar de que vive en una isla en la que se ofrecen sacrificios en su honor, Kong es un animal que sufre. Es un ermitaño, y por eso la relación que establece con la rubia Ann Darrow lo cambia para siempre.

Screen Shot 2014-07-23 at 1.41.46 PM

***

            Si hay algo que molesta a Andy Serkis es que confundan a dos de sus personajes más queridos con changos. Él vio documentales, visitó zoológicos y estuvo en África. Sabe que Kong es un gorila y que César es un simio. Además,  conoce la psicología de ambos: la herida de Kong es la soledad; la de César, el deseo de pertenencia.

            La historia del personaje que interpreta en su nueva película se originó hace medio siglo. En 1968, Charlton Heston protagonizó The Planet of the Apes, un filme de ciencia ficción inspirado en la novela homónima de Pierre Boulle. En ella se narra la aventura de un astronauta que cae en un planeta habitado por simios inteligentes y luego descubre que en realidad viajó al futuro, donde los primates tienen el control del mundo y los humanos son esclavos. Si bien la trama es descabellada, la película fue un éxito, y en los siguientes años se produjeron cinco secuelas, dos series de televisión y un remake a cargo del célebre Tim Burton.

            En 2009 terminaron el guión de una precuela. Rise of the Planet of the Apes inicia con la historia de Will (James Franco), un científico en busca de la cura para el Alzheimer cuyo laboratorio experimenta con simios. En un accidente, la madre de una cría muere y así es como Will adopta a César, cuya inteligencia es motivo de orgullo: sabe comer con cubiertos, dibujar y hablar con señas. La pesadilla inicia cuando César ataca a un vecino, lo confinan en un refugio para primates y piensa que Will lo abandonó. En venganza, César huye de la prisión, roba la cura del laboratorio de Will y la disemina: sabe que es tóxica para los humanos pero que multiplica la inteligencia de los simios.

            Dawn of the Planet of the Apes inicia diez años después, cuando pareciera que la vida se ha apagado en San Francisco y la ciudad se ha transformado en una jungla. “En las manos equivocadas, la película podría ser un desastre. Matt [Reeves] fue el director ideal porque se enfocó en expresar un comentario social, en hablar de la humanidad. El trabajo más importante de un director es llegar al corazón de algo”, dice el actor.

        Andy lleva décadas dejándose conmover por César. Dice que si no le entusiasmara, no habría accedido a interpretar a un simio a su edad. Además, claro, está el asunto tecnológico. Andy aceptó integrarse a esta nueva cinta porque la producción de Dawn of the Planet of the Apes hizo algo inédito: es la película que más performance capture ha empleado en la historia del cine  y prácticamente todas las escenas se filmaron al aire libre. Para lograrlo, los diseñadores de producción pasaron más de cinco meses construyendo una aldea animal en un parque de diversiones abandonado en  Nueva Orleans y cientos de animadores trabajaron más de un año en el perfeccionamiento de 1,200 tomas de actores comportándose como simios. En esta película no hay un solo primate artificial: detrás de cada uno de los que aparecen en pantalla hubo un actor en traje de buzo y casco de minero.

***

            Es fácil notar un paralelismo entre César y Andy Serkis. A su manera, ambos encabezaron una revolución: uno en la sociedad, el otro en la actuación. “Es interesante analizar esa relación. Supongo que sí he alcanzado un punto en el que he acumulado mucha experiencia en un área que me apasiona. Sigo creyendo que el perfomance capture será la herramienta de narración de la próxima generación”. Justo por eso, Andy fundó The Imaginarium, una compañía especializada en consultoría y perfeccionamiento de esta técnica de animación para cine, televisión y videojuegos.

            Iniciar una tendencia siempre implica sacrificios. Durante sus primeros años como actor de performance capture, Andy trabajó el doble que sus compañeros. Tan sólo su esfuerzo en la trilogía de The Lord of the Rings merece acreditarlo como superhéroe: hubo casi 500 días de rodaje en 150 locaciones distintas, y aunque Andy no apareció en todas las escenas de la saga, sí realizó una labor titánica. Como la técnica estaba en pañales, tuvo que interpretar sus escenas en locación, con sus compañeros, y luego repetir cada una de sus tomas en un set independiente, frente a una pantalla en blanco, para que cámaras, computadoras y animadores pudieran registrar su actuación.

            ¿Todo eso valió la pena? “Claro. Me encanta este estilo de trabajo porque me ofrece una gran sensación de libertad. Muchos actores morirían por tener la oportunidad de interpretar a estas increíbles criaturas que nos rebasan. No me siento limitado por ningún papel porque sé que puedo interpretar al personaje que quiera en esta etapa de mi carrera. Sólo necesito sumergirme en él.”

            Lo que Andy no admite —quizá por humildad— es que ya no sólo es un actor enmascarado. En 2012, Peter Jackson le confió la segunda unidad de producción de su película The Hobbit: The Desolation of Smaug. Durante los 200 días que duró el rodaje, Andy estuvo a cargo de la dirección de actores, la ejecución de tomas aéreas y la organización de batallas. Además, hoy cuenta con 100 cámaras en The Imaginarium, está dirigiendo su primer largometraje —una adaptación de Animal Farm, la novela de George Orwell— y está filmando Star Wars: Episode VII con J.J. Abrams, quien nos tuvo seis años pegados a la televisión con Lost (2004) y revivió con gran éxito la franquicia cinematográfica de Star Trek (2009).

            El trabajo de Andy es como el del percusionista de una orquesta sinfónica: está alejado del protagonismo porque no lo motiva la fama, sino su pasión por el arte. A pesar de que hace 15 años se popularizó el performance capture, los actores que deciden especializarse en esta técnica reciben pocas recompensas. Celebridades como James Franco se han pronunciado en favor de crear una categoría específica para premiar la genialidad de intérpretes como Andy en los Oscar, pero ésta y otras academias se han negado, alegando que sus personajes son retocados en computadora.

            Nada de esto es relevante para Andy. Sabe que a sus 50 años es un hombre afortunado. Sabe que mientras siga actuando detrás de una máscara podrá salir a la calle con sus hijos y por ello siempre tendrá lo mejor de dos mundos. Sabe que no es necesario que exista una categoría que premie su trabajo porque el performance capture no es un género de actuación. Sabe que ES actuación.

Fotos: cortesia de 20th Century Fox

Este Soy Yo: Nicola Peltz

NP-B_1237R.jpg_cmyk

Originalmente publicado en Esquire no. 70 (PDF aquí)

ACTRIZ, 19 AÑOS, NUEVA YORK

> No me preocupó qué tan sexy me veía en Transformers: Age of Extinction. Michael Bay [el director de las cuatro películas de la saga] ha hecho comerciales de Victoria’s Secret y es brillante para retratar a mujeres hermosas, así que me entusiasmé mucho.

> Uno de mis hermanos se emocionó cuando obtuve el papel de Tessa en la película, pero otro se decepcionó mucho. Me dijo que eso implicaba que ya no vería a Megan Fox en pantalla. Le pedí disculpas.

> Hasta el momento no he tenido que lidiar con la fama. Nadie sabe quién soy. Hoy puedo caminar por la calle y a nadie le importa. Tampoco me preocupa que eso cambie. Lo que más me gusta es actuar, así que espero seguir haciéndolo y conseguir más papeles.

> Cuando Michael me llamó para decirme que había conseguido el papel, estaba en el coche con mi mamá. Me volví loca. Ella me preguntó qué me pasaba. Cuando le dije, me preguntó si no sería una broma y le respondí que no, que esperaba que no.

> Me emocionó mucho saber que Mark [Wahlberg] interpretaría a mi papá en Transformers. Es un actor muy talentoso. Trabajar con él es el sueño de cualquier actor joven. Sólo con verlo actuar —incluso sin estar en la misma escena que él— aprendes mucho de su trabajo.

> Mi papá es tan estricto como el personaje de Mark en Transformers. Además tengo seis hermanos, así que si un chico cruzara la puerta de mi casa sería muy intenso.

> Hacíamos muchas bromas en el set. Teníamos, por ejemplo, una que llamamos wild weave wednesdays [miércoles de tejido salvaje]. En la película aparezco con el cabello muy largo, por lo que Mark decía que mis extensiones parecían un tejido. Por eso le parecía muy gracioso arrancármelas y quedarse con mechones de pelo en la manos.

> Hubo una vez que tuvimos que grabar en la cima de un edificio al que sólo muy pocas personas podían subir. Por eso las chicas de peinado y maquillaje se quedaron abajo. En algún momento, Mark pensó que ya habíamos terminado de filmar y que sería gracioso jalarme el pelo. Y lo hizo. Se quedó con todo mi cabello postizo en las manos y, de pronto, Michael dijo: “Nos falta una escena con Nicola”. Empecé a decir: “Oh Dios, oh Dios, ¡no tengo pelo en la cabeza!”. Mark se estresó y empezó a ponerme todo el pelo otra vez, ¡pero se veía terrible! Parecía uno de esos tipos que tienen la parte superior de la cabeza calva y lo peor es que no me di cuenta, creí que me veía fabulosa, así que seguí haciendo la escena. Cuando volteé, Michael dijo: “Por Dios, ¿qué le pasó a tu cabello?”.

> Tengo cuatro hermanos mayores y dos más chicos que yo. Además tengo una hermana y dos pares de gemelos. Todos son hijos de los mismos padres y, si vieras a mi madre, no creerías que tuvo tantos hijos. Creo que me resultó muy fácil adaptarme al set de Transformers porque mi casa es muy caótica.

> Cuando era más joven tomé clases de actuación en un curso de verano y me encantó. Así supe que quería ser actriz, pero tenía 12 años y a esa edad no sabes lo que implica tomar esa decisión. Sólo sabía que me gustaba. Cuando obtuve mi primer trabajo en el Manhattan Theatre Club tuve que trabajar mucho. Así descubrí que en verdad era mi pasión, no una faceta que después desaparecería.

> Mi familia no quería que fuera actriz, pero después de que logré conseguir trabajo mi hermano quiso intentarlo. Es un actor grandioso y estará en la nueva película de Jason Reitman [Men, Women & Children]. Se llama William Peltz. Tienes que verlo.

> Mark y Michael son tan talentosos que es ridículo. Nos divertimos mucho durante la filmación de Transformers. Antes de que me integrara al proyecto, escuchaba expresiones como cgi [Computer-generated imagery, por sus siglas en inglés] y me parecía algo muy lejano, pero en el rodaje estuve rodeada de estas referencias constantemente.

> Michael es un genio. Su ojo para la filmación y la manera en la que consigue que los personajes cobren vida, es impresionante. Es loquísimo cómo logra que un grupo de robots se muevan. Le pone mucho corazón. Es grandioso para unir las piezas de un rodaje que involucra animación. Además, es muy específico al dirigir. Por ejemplo, si un robot debe arrodillarse, da las instrucciones necesarias para que eso suceda. Hay una persona que se encarga de eso: sostiene un palo, que a su vez tiene una especie de cartulina con la cara de Optimus Prime, Bumblebee, o cualquier robot. Entonces, como actor, primero te sientes como un completo idiota porque estás hablando con un palo, pero Michael te dice que te la tienes que creer. Y tiene razón. Si no lo haces bien, cuando se termina el proceso de edición el robot ya está ahí, y entonces sí puedes lucir como un imbécil.

> No me interesa un género específico en cine. Lo que me gusta es interpretar a gente que no soy yo y que haría cosas que yo no haría en la vida real.

Foto: cortesía de Paramount Pictures