Juan Mata: el crack con corazón de oro

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Originalmente publicado en Esquire no. 62 (PDF aquí)

Es un domingo cualquiera en Londres. Sentado en una banca de la estación de Waterloo, Juan Mata espera la llegada del metro. El futbolista español, puntal del multicampeón Chelsea que pagó 28 millones de euros por él en 2011 al Valencia, disfruta recorrer la capital de Inglaterra como cualquier mortal: valiéndose del transporte público.

Cuando sale de casa, no le preocupa que una horda de fanáticos o periodistas le acosen, sino mantenerse a salvo del frío. Para protegerse lleva chamarra, bufanda, gorro y su inseparable reloj IWC.

Mata no viaja en vehículos blindados ni está rodeado de guardaespaldas. «El metro es la manera más rápida y sencilla para moverse a través de Londres. Me gusta llegar a diferentes zonas en autobús y taxi porque así puedo conocer la ciudad de otra manera», dice. Para el deportista, que a sus 25 años tiene la fortuna de ser exitoso en el más popular de los deportes, lo importante es hacer una vida normal, como los chicos de su edad.

El futbol se presta a los excesos y a la fama desbordada. El ‘humilde’ garaje de Cristiano Ronaldo, por ejemplo, es uno de los más envidiados del mundo. Entre otros autos, resguarda un Bentley Continental gt Speed, un Rolls-Royce Phantom Drophead Coupe y un Bugatti Veyron. David Beckham, por su parte, se casó con una Spice Girl que posee una colección de bolsas Hermès valuada en más de un millón de libras y vivió en la casa que los medios apodaron ‘The Beckingham Palace’, una mansión de los años treinta que presumía de siete hectáreas de terreno. Juan Mata, en cambio, habita un flat cerca de Stamford Bridge (el estadio de Chelsea) y llega a pie a sus entrenamientos.

El centrocampista lleva dos años viviendo en Londres, pero de tanto en tanto añora su vida en España (el blog que posee y él mismo alimenta dos o tres veces al mes se llama One Hour Behind, porque entre Madrid y Londres la diferencia horaria es de 60 minutos). En Asturias, al norte de España, está la calle Uría, donde se reunía con sus amigos. Ahí está también su familia y la fabada de su abuela, quien lo espera con un plato recién preparado para consentirlo cuando vuelve a su hogar.

Como los chicos de su edad, que prueban suerte lejos de casa, Juan extraña la comida de su lugar de origen. Cuando Marta, su madre, viaja a Londres para visitarlo, le lleva ingredientes típicos de Asturias. Juan intenta cocinar, pero no siempre tiene éxito. «No soy muy bueno cocinando, pero comiendo sí», dice. Empaquetada junto al jamón ibérico, en el compendio de efectos culinarios que recibe de su madre, también hay sidra española. Juan la sirve, distanciando la botella de la copa (una mano muy arriba y otra muy abajo), como un buen español sabe hacer.

Si el hijo de un ex futbolista del Burgos –que inspiró su profesión y hoy está a cargo de sus relaciones públicas– ha sobrellevado una nueva vida en Inglaterra, no sólo ha sido por amor al futbol, sino gracias a la pasión que comparte con su hermana Paula. «Me gusta mucho viajar. Ahora lo hago más gracias al deporte, pero el trabajo no siempre me deja tiempo para recorrer una ciudad. A veces solo vamos del aeropuerto al hotel y viceversa». Sin embargo, desde la ventana de su habitación en cualquier país europeo, Juan captura fotografías con su teléfono y las comparte a través de redes sociales. Como los chicos de su edad, presume sus viajes en Instagram. En el verano, mientras está de vacaciones, postea fotos desde el mar. En época de entrenamientos, retrata sus tenis verdes o a sus compañeros de equipo. Sus followers le siguen a través de las ciudades, estadios y vestidores. Un día está en Nueva York –una de las ciudades que más adora– y otro en Birmingham. En Twitter es igual: una tarde escribe feliz desde el Maracaná y en otra admite las fortalezas de sus rivales en la cancha. De este modo, en 140 caracteres, celebra sus victorias y –muy de repente– se lee el dolor de los fracasos de su equipo.

Cuando el número 10 del Chelsea alcanzó dos millones de seguidores en Twitter, publicó un video en YouTube para enviar dos millones de agradecimientos a lo único que no ha cambiado en su vida desde que empezó a tuitear: el apoyo de sus fans. Como los chicos de su edad, Mata sale con sus amigos a beber cerveza y a pasear por la ciudad. El público inglés lo reconoce, lo saluda y felicita. Uno que otro se detiene para pedirle una foto y un autógrafo. Juan siempre tiene tiempo para los demás y responde con amabilidad, accede al retrato solicitado y, con una sonrisa, queda inmortalizado en el Instagram de alguien más.

A pesar de que a los 23 años ya era un joven reconocido que había jugado en el Real Madrid Castilla y el Valencia, Mata no ha sido como las celebridades que golpean periodistas cuando les solicitan una entrevista, usan lentes oscuros para despistar a sus seguidores o despilfarran su dinero en público. El español puede comprar un buen traje en Savile Row, pero también buscar unos jeans cómodos en Bond Street. Puede usar una pieza de alta relojería, como las de IWC, y a la vez seguir encariñado con el primer reloj que llevó en la muñeca: un modelo que tenía calculadora en la pantalla y cambiaba los canales de televisión a distancia.

Cierta fama persigue a ciertos deportistas: de pocos temas pueden hablar si una conversación (o entrevista) no gira en torno al futbol. Con Juan Mata sucede todo lo contrario. Cuando millones de personas tenían puesta la mirada en el Mundial de futbol de Sudáfrica 2010, a él no sólo le preocupaban el balón y los once de la tribu, sino estudiar Marketing y Educación Física de manera simultánea. Además es bueno con los números: hubo una ocasión en que la Real Sociedad Matemática Española le pidió plantear un desafío matemático y Mata aceptó el reto. Hoy, que se ha familiarizado con la música indie, le ilusiona la idea de aprender a tocar la guitarra.

El asturiano habla de deporte si uno se lo pide, pero también disfruta platicar acerca de aquello que le apasiona fuera de la cancha. Si alguien le visita en Londres, presumirá del conocimiento que ha adquirido de la ciudad (a bordo de vagones de metro, autobuses y taxis) y será un excelente guía de turistas. Podrá conversar, con la misma facilidad, acerca de museos y zonas para ir de compras, o identificar los sitios donde Woody Allen filmó Match Point (2005).

En Messi, el goleador que nos despierta se va a dormir, el periodista Leonardo Faccio escribió que el futbolista más célebre de Argentina se aburre hasta con las series de televisión. A Mata le encanta leer. Conoce de memoria algunas líneas de Jorge Luis Borges y disfruta imaginar a los personajes de Paul Auster. «Paso tanto tiempo en aeropuertos, concentraciones y hoteles que me gusta tomar libros para desconectarme un poco del futbol. Lo que me encanta de la literatura es que te ayuda a evadir el mundo en el que estás». Juan aprovecha su tiempo libre para salir de viaje y postear fotos de los ejemplares que lee a bordo de un tren donde no solo viaja un futbolista estrella y campeón del mundo, sino un joven trotamundos que sale de casa con una mochila al hombro, como tantos otros chicos de su edad.

ESQUIRE: ¿Cuáles son los retos de jugar para un equipo multimillonario como el Chelsea?

JUAN MATA: A nivel deportivo, se trata de ganar títulos. Cada temporada el equipo pelea por títulos. Mi intención es mejorar como jugador para ganar.

ESQ: ¿Hay algún jugador que haya representado mucho en tu carrera?

JM: Cuando era pequeño, mi padre. Él también era futbolista y su ídolo fue Maradona. Siempre veía videos de él y a mí también me parecía un jugador irrepetible. Al crecer me interesó Pablo Aimar, de Argentina, que ahora está en un equipo portugués, y Zinedine Zidane, porque era un espectáculo.

ESQ: ¿Qué es mejor: el futbol español o el inglés?

JM: Depende cómo se valore. Son dos ligas diferentes. El inglés es más físico y de más ritmo. El español tiene que ver con la posesión. Lo cierto es que la liga inglesa, a nivel de espectáculo y organización, está muy bien. Estoy disfrutando mucho eso porque los estadios siempre están llenos.

ESQ: ¿Cuál es la situación del futbol español en este momento?

JM: La selección española está viviendo su mejor momento en la historia del país. Hemos ganado dos Eurocopas y un Mundial. Es cierto que este año los equipos alemanes superaron a los españoles y se han plantado en la final, pero equipos como Madrid y Barcelona siempre aspiran a cualquier título.

ESQ: Formas parte de la era de oro del futbol español. ¿Qué significa eso en tu vida?

JM: Es un orgullo. Me siento afortunado de estar viviendo este momento con la selección. Por suerte, llevo cinco años en la selección española, en la que hemos ganado prácticamente todos los torneos de un tiempo para acá.

ESQ: ¿Cuál es el principal reto para el Chelsea?

JM: A mí me encantaría ganar la Premier League. Es un título que no tengo. El Chelsea la ganó hace poco y sería fantástico repetirlo. Aquí hay jugadores de nivel y podemos conseguirlo.

ESQ: ¿Recuerdas tu gol más celebrado?

JM: Por el momento en el que fue, y porque estaban mi familia y amigos en el estadio, creo que el de la final de la Eurocopa cuando entré y marqué el cuarto gol. El último de la final, fue el más importante de mi carrera.

ESQ: Por último, ¿qué opinas del retiro de Sir Alex Ferguson?

JM: Independientemente del equipo en el que jugamos, todos tenemos un sentimiento de agradecimiento hacia él y hacia lo que aportó al futbol. Le deseo lo mejor en esta nueva etapa.

Éste soy yo: Carlos Cuarón

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Escritor. Director. 47 años. Ciudad de México.

  • Me fascina lo que hago. Sueño con seguir trabajando en cine con Alfonso Cuarón, mi hermano, y Jonás, mi sobrino. Este mes lanzamos películas al mismo tiempo. Alfonso estrena Gravity, un peliculón muy cabrón, y yo Besos de azúcar, película indie mexicana, también muy cabrona.
  • Creo que no hago películas aburridas, sino cintas entretenidas que no son superficiales y tienen distintos niveles de lectura. Puedes verlas como filmes ramplones, pero si te interesa también puedes encontrar mucha profundidad en ellos.
  • La particularidad de mis películas es el retrato social con sentido del humor. Rudo y cursi [2008] y Besos de azúcar tienen precisamente estas características.
  • Sentido del humor no necesariamente implica comedia, sino la posibilidad de reír en momentos que son dolorosos. En Besos de azúcar hay ligereza en la narración, pero es tremendo lo que le pasa a los dos niños que protagonizan la historia.
  • Los personajes son la base de una trama, no al revés. Dándoles profundidad y dimensión, encuentro la historia que quieren que cuente. Esto conlleva un acto de entrega, de rendirse al proceso creativo y a los personajes mismos.
  • Mis historias cambian mucho conforme las escribo. Los personajes se transforman a través de pequeñas acciones, diálogos y otros elementos. El proceso de escritura no se detiene sino hasta que terminas la película.
  • Me sentiría muy extraño si no escribiera mis propios filmes. Me involucro en mis historias desde su concepción, a partir del guión, porque me formé como escritor.
  • Cuando Alfonso cumplió 12 años y tuvo su primera cámara, me convertí en su asistente. Decidió desde muy chico que quería ser director de cine. Yo, en cambio, quería ser un escritor como Gabriel García Márquez: un intelectual que se mueve en medios políticos y asiste a recepciones en embajadas.
  • Cuando cumplí 19, mi hermano empezó a trabajar en Hora marcada, un programa de televisión. Me dijo: «Si quieres escribir, ayúdame con mis guiones». Así empezó la historia.
  • Me dediqué al cine por Alfonso, pero el desvío en mi carrera no quiere decir que he abandonado por completo la literatura. He publicado cuentos y he montado obras de teatro. Soy un novelista de clóset que algún día saldrá a la luz.
  • Lo que más admiro de Alfonso es su generosidad. Ha sido mi socio creativo, carnal, maestro y hermano mayor. Como cineasta es igual. Me ha enseñado mucho. Es un tipo con capacidades fuera de lo común. Es un fuera de serie. Lo admiro profundamente porque es capaz de crear un cine único y original que me gusta mucho. Es muy fácil trabajar con él porque la admiración es mutua.
  • Cuando mi hermano y yo empezamos a escribir Y tu mamá también [2001] fue en verdad increíble. Desarrollamos la historia a partir de Masculin, Féminin [1966], una película de Jean-Luc Godard.
  • Alfonso y yo estuvimos juntos durante el rodaje de los últimos dos shots de Rudo y cursi. Fue un momento absolutamente mágico y demencial. Se nos estaba yendo la luz y debíamos terminar. Era loquísimo. Él estaba en una unidad y yo en otra. Yo estaba con un fotógrafo y él con otro. Uno filmaba a Diego [Luna] y otro a Gael [García]. No había tiempo y todo era un desmadre. Los dos gritábamos indicaciones al mismo tiempo, nos volteábamos a ver y seguíamos trabajando. Cuando el asistente de dirección dijo: «Con esto acabamos», nos vimos y nos dimos un abrazo. Fue un momento muy intenso. Lo único que teníamos en la cabeza era que debíamos terminar y lo demás valía madres.
  • Ahora Alfonso y yo estamos produciendo el segundo largometraje de Jonás. Mi sobrino es el talentoso de la familia. Es verdaderamente genial y su segunda cinta será un peliculón porque la primera fue una maravilla. Los tres lidiamos con el mismo reto de todos los cineastas: levantar los proyectos. Para bien o para mal, el cine es un medio de expresión muy caro. Necesitas encontrar los 2.5 millones de dólares que yo busqué para hacer Besos de azúcar o los 100 que necesitó Alfonso para Gravity.

La lógica de un genio

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Originalmente publicado en Esquire no. 61 (PDF aquí)

A los 12 años, Alfonso Cuarón se hizo cineasta. Tenía una cámara carente de cinta para filmar, pero su imaginación era suficiente para crear una historia. El niño que creció en la colonia Roma, en la Ciudad de México, definió el sueño que perseguiría el resto de su vida cuando tuvo en las manos su primera Super 8. Mientras sus amigos jugaban futbol y hacían tarea, él recorría las calles con su cámara casera para capturar tomas imaginarias de lo que no podía filmar. Aunque treinta años después sería el director de Harry Potter and the Prisoner of Azkaban –cinta con 130 millones de dólares de presupuesto–, en 1973 no tenía dinero para comprar rollos de película. El cine, para el pequeño Alfonso, no duraba más de tres minutos y sólo se materializaba cuando un tío le regalaba un cartucho para trabajar. Así fue como Cuarón, el cineasta de la cámara vacía, aprendió que para filmar y editar una película primero hay que saber soñar.

El germen del cine está en las obsesiones de sus creadores. Alfred Hitchcock era incapaz de iniciar una producción sin esbozar sus escenas en papel. Al inicio de su carrera, Quentin Tarantino sólo podía redactar guiones de madrugada. Alfonso Cuarón, a casi cuarenta años de haberse hecho cineasta, es un obseso de los sueños. Sólo cuando una idea le seduce por completo, escribe. Al final se preocupa por las adversidades tecnológicas y financieras de la producción. Gravity, su más reciente filme, es la conjugación de una fantasía que comparte con su hijo, Jonás Cuarón. En los años sesenta, cuando Alfonso vio al hombre pisar la Luna, deseó convertirse en astronauta. Veinte años después, cuando Jonás observó la Estación Espacial Internacional en una pantalla IMAX, concibió la misma fantasía que su padre: viajar a un ambiente sin gravedad.

Los Cuarón empezaron a trabajar juntos la década pasada. Sin embargo, el intercambio de ideas entre padre e hijo se remonta a los años ochenta. En aquel entonces, Jonás tenía cinco años y Alfonso –“más joven e irresponsable que ahora”– atesoraba el placer de viajar de mochilazo con su hijo. En camino a sitios arqueológicos como Tikal, en Guatemala, el cineasta hablaba de sus tramas y personajes con su joven copiloto. Éste le observaba desde el asiento contiguo: con sus comentarios y preguntas, clarificaba las ideas de su papá. Treinta años más tarde se invirtieron los papeles. Una noche, Jonás fue a casa de su padre para contarle una de sus historias. Al mes siguiente, a cuatro manos, concluyeron el guión de Gravity.

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Alfonso sonríe: Gravity es la manifestación del aprendizaje que un padre recibió de su hijo. Jonás es el soñador detrás del guión de la cinta. Gracias a él simplificó sus historias y enfocó su creatividad en provocar experiencias sensoriales para transmitir ideas. Los astronautas de Gravity no combaten extraterrestres ni tienen encuentros cercanos del tercer tipo. No son testigos históricos de la carrera espacial ni protagonizan un documental. Tampoco deben impedir el Armagedón. No son héroes de ciencia ficción porque no provienen del futuro. Su historia podría iniciar un día cualquiera. Su conflicto es el mismo que padece quien jamás ha salido del planeta: enfrentar el miedo a morir solo. Gravity se diferencia de otras cintas de su clase porque transmite ese temor de principio a fin.

La historia de la película protagonizada por Sandra Bullock y George Clooney es tan simple que se resume en la lucha que emprende una pareja de astronautas para regresar a la Tierra. Sin embargo, el filme no cala hasta los huesos por su trama, sino porque materializa la angustia humana en 90 minutos de fotogramas. En Gravity, una amalgama de sonido y tiempo abrasa a un espectador que ya no está en la butaca del cine, sino en el espacio. Desde ahí observa el vaho formándose en el casco de un explorador que respira con atropello. Desde ahí se vuelve consciente del silencio. Desde ahí teme alejarse de la luz que proyecta la Tierra, pues a lo lejos sólo hay oscuridad. Flotando, mira su propio cuerpo desplazarse con lentitud; le desespera la torpeza de sus movimientos. Atestigua el llanto de una mujer, igual de vulnerable que él, y un nudo se agolpa en su garganta. ¿Cómo sería morir así?

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Si Gravity encarna lo que Alfonso Cuarón experimenta en torno a las dificultades y los obstáculos, Jonás tiene razón en reconocer, en su padre, a un luchador. Producir el guión de esta película no sólo requirió creatividad, sino determinación. Antes de iniciar el rodaje, Alfonso compartió el planteamiento de la cinta con dos colegas de Hollywood. Cuando habló de producir angustia en lugar de aliens, destrucción terrestre y ciencia ficción, uno le aseguró que no le alcanzaría el dinero. El otro, que la tecnología que requería aún no existía. Alfonso, como el niño de 12 años, volvió a saberse propietario de un sueño y una cámara, pero sin material para filmar.

Para que Gravity no se esfumara como las películas imaginarias de su infancia, el cineasta mexicano se sentó a romperse la cabeza con Emmanuel Lubezki. El fotógrafo, con el que ha compartido anhelos y angustias desde que rodó su primera película (Sólo con tu pareja, 1991), es el genio detrás de la iluminación naturalista de filmes de artistas visuales como Terrence Malick y Tim Burton. En 2009, director y fotógrafo –un tipo con bolsas en los ojos, barba de días y cabello rubio ensortijado– improvisaron una técnica para evitar elevar costos sin sacrificar calidad visual: robots que desplazaran cámaras e iluminación en perfecta sincronía con el movimiento de los actores.

Mientras duró el rodaje, todo el equipo aprendió a sobrellevar las mismas presiones que Cuarón. En un inicio, Bullock y Clooney aceptaron actuar colgados de cabeza. Sin embargo, como si fueran astronautas en trajes sin presurizar, la sangre se les agolpó en la cara y sus rostros enrojecidos dejaron de ser atractivos para la pantalla grande. Entonces cambiaron de técnica: primero actuaron dentro de un cubo iluminado de tres por tres; luego los animadores recrearon sus cuerpos digitalmente. Al finalizar el rodaje, Gravity no solo materializó el sueño de un padre y su hijo, sino el de más de 700 personas que a lo largo de cuatro años y medio se incorporaron a la producción.

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Hoy el calor abrasa la ciudad de Los Ángeles. Alfonso viste de negro, como siempre, pero luce una barba más blanca que hace cinco años, cuando posó para Esquire con motivo del estreno de Rudo y Cursi, filme dirigido por su hermano Carlos. Ahora, a los 51 años, usa anteojos para ver de cerca. Es abuelo y cómplice de los hijos de su hijo. Sonríe y un compendio de arrugas –como sábanas estrujadas– surca la orilla de sus ojos. No logró convertirse en astronauta, pero James Cameron ha dicho que fue capaz de hacer el mejor filme de astronautas que Hollywood ha visto.

Alfonso Cuarón aún conserva algo del niño que imaginaba historias en Super 8 aunque carecía de rollo para filmar. Al concluir la plática sobre Gravity, le pregunto cómo se ve en diez años. Sonríe (las arrugas vuelven a dibujar un acordeón) y responde: “En diez años tendré el pelo todavía más blanco, pero seguiré haciendo películas. Quiero hacer al menos una que provoque que ese niño de 12 años diga: “esa sí te quedó bien”.

ESTE SOY YO: Entrevista con Alfonso Cuarón

  • Todo lo que uno hace es reflejo y expresión de las experiencias propias. El punto de partida de Gravity, mi nueva película, fue que conozco muy bien las adversidades que vive la protagonista. Hace unos años comencé a preparar un filme que no pude concretar. Ya tenía locaciones y actores, pero inició la crisis económica y perdí el financiamiento. La experiencia me paralizó; fue tan dolorosa que me llené de miedos e inseguridades. En ese proyecto también estaba trabajando Jonás Cuarón, mi hijo. Recuerdo perfectamente que estaba con él y no me quedó más que decir: “Hay que mirar hacia adelante, pensar qué vamos a hacer ahora”. Decidimos hacer una cinta que retratara esas adversidades. Así fue como empezamos a escribir Gravity.
  • Gravity nació de un sueño con mi hijo. Cuando escribimos el guión, todo tenía sentido y parecía muy fácil: queríamos hacer una cinta de astronautas. El problema surgió cuando empezamos a llevar todo al terreno práctico y nos dimos cuenta de que era una película imposible. Gente como David Fincher nos dijo que la tecnología estaba en pañales y, para hacer la película, era necesario esperar al menos siete años. James Cameron, en cambio, apoyó mucho el proyecto, pero dijo que necesitaba 400 millones de dólares para concretarlo. Yo no estaba en condiciones de esperar siete años ni de juntar esa cantidad de dinero.
  • El asunto del dinero es circunstancial, pero también aprendes que no siempre lograrás hacer tu película. Es muy doloroso soñar, preparar una cinta y que de pronto todo se derrumbe. Sin embargo, también de eso se aprende. Curiosamente, hay ocasiones en que las oportunidades regresan, pero tú ya no quieres retomar un proyecto porque estás explorando un mundo nuevo.
  • La temática de Gravity es el renacimiento como resultado de las adversidades. En la cinta, todo es metafórico. Los deshechos del espacio representan los obstáculos que enfrentamos todos los días. Si eres afortunado, saldrás adelante con un mayor entendimiento. Eso es renacer.
  • En un momento u otro, todo el mundo atraviesa por una situación tan adversa como la que retrata mi película. Para ello, no es necesario estar en el espacio.
  • Gravity no es una película de ciencia ficción per se. La historia es muy sencilla y ocurre en el espacio en el día de hoy. Lo importante para mí era que el espectador sintiera que él es el astronauta perdido en el espacio.
  • Toda la película discurre en un ambiente de cero gravedad. Eso quiere decir que los personajes están flotando. No hay arriba y no hay abajo. No hay resistencia. Ese efecto es imposible de reproducir en la Tierra.
  • Las animaciones que realizamos en posproducción implicaron un poceso casi artesanal. Decenas de animadores enfrentaron un nuevo reto: trabajar sin gravedad. Para ayudarlos, contratamos a científicos que impartieran cátedras al respecto. El set de animación fue el más angustiado durante la filmación. El mero proceso de aprendizaje les tomó casi dos meses.
  • Las tecnologías deben estar al servicio de la creatividad. No son más que herramientas. Vivimos en una época en la que se permite tener sueños que pueden aterrizarse gracias a la tecnología. Espero que haya gente que la utilice para generar soluciones reales. Yo sólo soy un payaso de circo que la usa para hacer películas.
  • Como cineasta, no me preocupa filmar un blockbuster, sino concluir la película que tengo en mente. En el caso de Gravity tuve la suerte de contar con recursos, pero en realidad abordé la idea de la película de la misma pasión, desenfado y necedad que Y tu mamá también.
  • Vivir el proceso de selección que conlleva el cine es un placer. Todo inicia con la escritura del guión, con la posibilidad de soñar la idea y pensar cómo deberás aterrizarla. Es totalmente placentero porque no hay límites. Después llega el momento donde inicia la producción y te das cuenta de los retos que tienes que enfrentar. En el caso de Gravity fueron tecnológicos, pero otras veces pueden ser financieros y creativos. Por eso el cine también es un proceso de descubrimiento.
  • Sin importar si se trata de una adaptación o de un guión original, siempre haces tuyos los proyectos. Aunque quizá sea el peor cineasta para analizarlo –porque una vez que termino una cinta no la vuelvo a ver– estoy seguro de que si me sentara a observar todas mis películas encontraría un lazo que las une entre sí.
  • La narrativa es el veneno del cine. Las historias de nuestros días pueden comprenderse con los ojos cerrados: vas a ver una comedia romántica, compras palomitas, te sientas en la sala, cierras los ojos, termina la película y no te perdiste de nada. Entendiste todo porque fue como una radionovela. Para mí el cine es otra cosa, es un lenguaje propio que tiene más que ver con la música, el teatro y la literatura que con la pintura. Tiene que ver con el tiempo, ritmo y relaciones emocionales que tenemos.
  • Siempre intento retratar una verdad emocional que no sea sentimental. Desconfío del sentimentalismo. Lo rechazo por completo. Creo que lo importante es encontrar una verdad y tratar de despojarla de elementos que distraigan e impidan encontrarla. En algún momento de mi carrera pequé de ornamentar y fue cuando tomé la decisión consciente de cambiar por completo.
  • La inspiración es la vida. De pronto lo tuve muy claro: la vida es la que está poca madre. El cine y la tecnología son sólo partes de ésta. No hay que confundir su importancia con las prioridades creativas.
  • Hay que alejarse de los miedos y las preconcepciones para hacer lo que uno crea que es más honesto; no por seguir una estrategia o tratar de quedar bien con alguien. Si tú tienes una idea honesta, debes defenderla hasta el final.
  • Si logro conciliar la continuidad de mi vida con las situaciones de aislamiento en las que suelen estar mis personajes es porque a través del cine uno trata de entender conceptos y preocupaciones. Yo puedo tener una vida afortunada con mi familia, pero eso no quiere decir que no me inquiete comprender ciertas cosas. Esta película aborda la adversidad y la posibilidad de renacer porque es una preocupación constante en mi vida.
  • Mi infancia fue más parecida a la de mis abuelos y tatarabuelos que a la de mis hijos; se relacionó más con la generación del siglo XVII que con la de los jóvenes de hoy. Todos estos chicos han nacido con un nuevo set de herramientas tecnológicas. Éstas tienen que ver con la revolución digital, que provoca que el mundo sea completamente distinto. Para estos jóvenes, el mundo está en sus manos: en una pantalla.
  • De niño soñaba ser astronauta y cineasta. Ahora sigo soñando con viajar al espacio. No quiero volver a hacer una película al respecto, pero astronauta sí quiero ser.
  • De chavo solía escaparme al cine. Decía que iría a jugar con mis amigos, pero en realidad iba al cine y no hacía tarea. Veía dos o tres películas al día. Cerca de mi casa estaban dos cines maravillosos: el Estadio y el Gloria, que tenían programas dobles y triples. Eran a todo dar.
  • Me acuerdo perfecto del día en que recibí mi primera cámara. Yo la compré. No pasé semanas ni meses viéndola y sin soltarla, sino años.
  • El niño que filmaba con Super 8 era más sabio que yo. Quería hacer mejores películas. A veces pienso que si ese chavo me conociera, diría: “Ah, bueno, estaré haciendo cosas increíbles. Qué chido”. Pero por otro lado creo que sus ambiciones eran mayores. Y no lo digo con frustración, sino porque espero que todavía me queden muchos años para tratar de cubrir sus expectativas.
  • Es muy importante que la nueva generación de jóvenes no pierda sus sueños. El punto de partida no debe ser la tecnología, la producción o el dinero, sino un sueño que desees convertir en realidad. A veces puede implicar una gran producción, pero hay ciertos sueños que tienen que ver con universos ligados a la realidad sociopolítica, como fue el caso de Y tu mamá también, o con una metáfora de la realidad, como sucedió con Niños del hombre. La creatividad es lo primero.
  • Mi generación critica que los jóvenes ya no ponen atención. Sin embargo, no creo que sea eso, sino que tienen prioridades distintas. El otro día hablaba con Guillermo de Toro y decíamos que el cine que nosotros hacemos algún día será el equivalente a las operetas y zarzuelas. Muy pronto llegará gente de una nueva generación a decirme: “A mi papá le gustaba mucho eso que hacías en cine”. Los jóvenes tienen otro ritmo, un lenguaje mucho más directo, breve e inmediato. Eso es lo que trajo Jonás a Gravity.
  • Trabajar con Jonás fue un aprendizaje que tiene que ver con las herramientras tecnológicas y estéticas de las nuevas generaciones. Él me decía que podía abordar los temas que me gustan sin mostrarlos de una manera densa. Me sugirió ser mucho más experimental, sin ser tan intelectual, y eso fue una gran liberación para mí. Me enseñó un nuevo camino, de una mayor simplicidad, donde las cosas pueden ser ligeras y entretenidas sin que por ello pierdan profundidad.
  • De Jonás no sólo admiro su talento, sino también su sabiduría. Sabe tomar todo con calma y diferenciar una adversidad de aquello que puede resolverse. Siempre mantiene cierta ecuanimidad con respecto a sus logros y fracasos. Tiene muy claro cuáles son las prioridades en su vida.
  • Hay miles de experiencias que atesoro como papá. Ser padre es ‘la’ experiencia, es lo único que me haría ver el cine como algo irrelevante. Es genial.
  • Además del cine, amo viajar con mis hijos. Lo hacía con Jonás desde que era chiquito. Era un papá backpackero que salía con un chavito para meterse a lugares a los que no debió haberse metido. Recientemente tuve la suerte de pasar dos semanas en Perú con mis hijos pequeños. Realmente disfruto salir con ellos. De hecho, lo que más me emocionaba de que Gravity abriera el Festival de Venecia era que iba a compartir ese momento con Jonás, que escribió la película; con mis otros dos hijos y con mis dos nietos. La experiencia fue uno de los regalos más bellos que me ha dado la vida.
  • Ser abuelo es a todo dar porque a los hijos hay que cuidarlos, pero a los nietos sólo hay que echarlos a perder.
  • Ya estoy trabajando en un nuevo proyecto con Jonás, estamos a todo vapor en la preparación de Desierto (2014).

El arca de Noah

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[Esquire no. 57]

El destino de la última producción televisiva que Steven Spielberg auspició para reafirmar su liderazgo en materia de ciencia ficción, dependió de la decisión de un niño de seis años. Meses después de haber interpretado al doctor John Carter en 254 de los 331 episodios de ER, Noah Wyle llegó a casa y llamó a su hijo Owen para plantearle la siguiente pregunta: “¿En qué papel preferirías ver a papá la próxima vez que aparezca en televisión: policía, abogado o cazador de aliens?”. Como haría todo afortunado en condición de transformar a su padre en el héroe de sus sueños, Owen tomó la única decisión plausible y Wyle se convirtió en el protagonista de Falling Skies, serie posapocalíptica que este mes estrena su tercera temporada.

Antes de aceptar este papel, Wyle dedicó más de una década de su vida a coprotagonizar un drama televisivo que retrataba las hazañas y peripecias de un grupo de médicos de una sala de urgencias de Chicago. En 2009, ER pasó a la historia como la única serie de su clase en haberse transmitido durante 15 años ininterrumpidos en Estados Unidos y haber recibido más de 124 nominaciones a los Emmy Awards. Gracias a esta producción, Wyle obtuvo el papel más prolífico de su carrera y la tentación de decirle a su madre (una enfermera que temía por su futuro como actor): “Mi hospital paga mejor que el tuyo”.

La nueva temporada de Falling Skies –que se estrena el 19 de junio a las 10 pm por TNT– augura nuevos aliens y enigmas. Es una producción que presume del ingenio del productor que llevó a ER al estrellato. Según Wyle, la presencia de Steven Spielberg es evidente tanto en la calidad de los guiones, como en el proceso de posproducción y creación de efectos especiales de la serie. “Es el mejor narrador de historias de mi generación y es un honor trabajar para él”, agrega el actor antes de homologar la reputación de su jefe a la de cualquier marca respetable que, con la sola mención de su nombre, añade prestigio a la producción que la respalda.

En Falling Skies, Noah interpreta a Tom Mason, un experto en historia militar que, para rescatar a su hijo de los aliens que han invadido y neutralizado la Tierra, se convierte en el único líder capaz de salvar a la humanidad. En la vida real, el actor comparte el nombre del personaje bíblico que Dios eligió para construir el arca que resguardaría el porvenir humano del Diluvio Universal y ha asumido esta curiosa coincidencia para manifestar al héroe que todos llevamos dentro: “Si la Tierra se viera amenazada y yo pudiera preservar algo de nuestra civilización, salvaría gente, algunos animales y tantos libros como fuera posible. Y, si contara con la cooperación de los gobiernos del mundo, recorrería museos para reunir tantos tesoros como pudiera”.

Wyle –tal como su personaje en Falling Skies– se ha transformado con el tiempo. Hace 14 años, una llamada irrumpió en su tranquilidad. La voz al otro lado del teléfono le provocó taquicardia: “¿Noah? Habla Steve Jobs”. El genio que desbancó al fruto prohibido de Eva como la manzana más popular del mundo, le llamaba para comentarle que Pirates of Silicon Valley –película que Wyle había protagonizado para retratar al magnate de Apple– le había parecido pésima, pero que su interpretación le había encantado. Wyle, sonrojado hasta el borde de un colapso emocional, se congratuló en silencio. Era una época en la que su principal motivación profesional era obtener reconocimiento público. Hoy las cosas han cambiado.

En 1998, cuando su felicidad podía calcularse de manera directamente proporcional a los 35 millones de dólares que llegó a obtener por salvar vidas en la sala de urgencias más famosa de la televisión, Wyle estaba enfocado en obtener roles exitosos y lucrativos. Ahora, con 42 años recién cumplidos y un hijo le acompaña al set para observarlo acrbillar aliens con metralletas, todo se ha vuelto un asunto doméstico. “Antes perseguía papeles que implicaran un reto o situación interesante para explorar. Actualmente, la mayor parte de mis elecciones tiene que ver con lo que quiero que mis hijos vean y me piden que haga”. Hoy Noah Wyle es el cazador de aliens predilecto de Steven Spielberg, pero también es el padre de familia que sabe que lo más importante en su vida no es posicionarse como un ídolo de la ciencia ficción, sino como el héroe que sus hijos esperan cada noche cuando vuelve a casa.

Imaginación a la deriva

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[Esquire no. 51]

India es sólo un punto de tierra lejana y distante que la familia de Piscine Militor Patel ha dejado atrás para rehacer su vida en América. A bordo del barco que se dirije a Canadá, también viajan los animales del zoológico en el que Pi se crió. Una noche inquieta, un naufragio, un joven que es arrojado a una lancha en la se esconde un tigre de bengala llamado Richard Parker y la piel erizada del espectador ante el lazo que Pi busca en la mirada del animal que le acompaña por los más de 200 días que se mantiene a la deriva. La nueva cinta del director Ang Lee formula más preguntas que respuestas y el viaje que emprende el protagonista es también un deleite visual: Life of Pi está repleta de imágenes que invitan a involucrarse en el mundo de los personajes y, a través del 3D, aproximarse al esplendor de la naturaleza que retrata la cinta. Desde Los Ángeles, California, platicamos con Claudio Miranda, director de fotografía del filme, y nos habló de su trabajo junto al director taiwanés.

ESQUIRE: ¿Qué define un buen trabajo de fotografía en cine?

CLAUDIO MIRANDA: Una buena fotografía es aquella que se siente real. Es decir, que involucra al espectador en la historia. Se debe leer el guión y comprender las palabras. Se puede jugar con la luz para ofrecer algo que nadie más puede lograr y eso transmite vida. Es casi como lo que hace un pintor con una brocha: añade trucos de luz y crea movimiento. Una buena película necesita de todos aquellos que están detrás de cámaras. Life of Pi, por ejemplo, tiene unos efectos visuales increíbles que rodean a la audiencia y el diseñador de producción es formidable. Estos fueron algunos de los elementos que me atrajeron para formar parte del proyecto.

ESQ: ¿Cómo fue la experiencia de trabajar con Ang Lee?

CM: Ang Lee es muy diferente a otros directores con los que he trabajado. Su historia parte de un punto emocional muy importante y me hizo sentir algo grandioso al trabajar en determinadas escenas. Constantemente me daba referencias visuales y me decía qué apariencia quería que se le diera a uno u otro día. Es decir, si quería luz, sombra, lluvia o cualquier otro ambiente y, dependiendo de eso, se creó la iluminación.

ESQ: De las escenas que tuviste a cargo ¿cuál fue tu favorita?

CM: Hay una que filmamos en el agua, durante una celebración nocturna. Fue hermosa porque colocamos 50,000 velas y amé la iluminación que obtuvimos. La filmamos en una alberca inmensa y, mientras estábamos ahí, nos decíamos: ¡wow! ¡mira lo que logramos! Todo lo que hicimos en India fue increíble. Fue el mejor lugar para para filmar y que una pequeña parte de la historia tuviera lugar.

ESQ: ¿Hay alguna circunstancia específica en la que disfrutes trabajar?

CM: Amo iluminar con velas. Realmente me gusta cuando la luz parece ser invisible. Es decir, cuando se siente natural y los actores se pueden mover sin problemas a través de un set.

ESQ: De las cintas en las que has trabajado ¿cuál te enorgullece más?

CM: Todas son diferentes. Ninguna de mis películas se parece pero me gustan todas por una u otra razón. Por ejemplo, The Curious Case of Benjamin Button fue muy especial, muestra muchas situaciones paralelas por las que atraviesa un hombre que vive a la inversa. Tron: Legacy, en cambio, parece electrónica y sintética porque transcurre en un mundo que no conocemos. Pero, si tuviera que elegir, diría que Benjamin y Life of Pi son las más especiales para mí.

El vampiro no es como lo pintan

Bela Lugosi In 'Dracula'

[Esquire no. 57]

John William Polidori, autor de una de las primeras obras de vampiros de habla inglesa, cobró 30 libras esterlinas por la publicación de The Vampyre, que apareció en The New Monthly Magazine hace casi 200 años. En 2009, Stephenie Meyer –creadora de la Twilight Saga– se convirtió en la primera escritora de la historia en vender 1.3 millones de libros en menos de 24 horas. Actualmente, con una fortuna estimada de 14 millones de dólares, está posicionada como una de las 15 mentes literarias más ricas del planeta.

Lo que el caso de Meyer demuestra no es que convertirse en multimillonario requiera de toda una vida de trabajo (la primera novela de Twilight se publicó cuando ella era un ama de casa de 32 años de edad) ni que los sueños sean reveladores (según ella, los personajes y el conflicto de sus novelas surgieron, literalmente, de la noche a la mañana), sino que un mito es capaz de permear a través de toda época y sociedad. Es decir, lo que Meyer se sentó a escribir después de haber soñado con el romance entre un vampiro y una mortal no fue una historia de amor entre dos adolescentes excéntricos, sino un mito reinventado que, por su relevancia para la sociedad contemporánea, le depararía un futuro de adaptaciones cinematográficas, alfombras rojas y reflectores.

El mito del vampiro –como un muerto viviente que necesita beber sangre para sobrevivir– no nació en los pasillos lúgubres de un castillo en Transilvania. Surgió en una caverna a partir del temor y la incertidumbre de quienes vivieron en espacios propensos a la generación de enfermedades. Se manifestó a partir de la contemplación del deterioro corporal y mental de aquellos que contraían rabia a causa de la mordida de un murciélago que generaba contagios y un ciclo de agresividad y muerte casi imposible de explicar. Y así, la pequeña y desagradable criatura que dormía patas arriba en la oscuridad, se transformó en una construcción imaginaria del mal.

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El mal, como era de esperarse, se materializó en un cuerpo. Dejó sus alas y su mortalidad en los relatos que durante siglos se transmitieron oralmente de generación en generación y, a través de la literatura, cobró vida. Cuando Bram Stoker publicó Drácula –en el esplendor del romanticismo, casi 100 años después de que Goethe personificara, en Fausto, la inquietud humana por alcanzar la vida eterna– el escritor irlandés concibió a la criatura inmortal más famosa de la Tierra: el Conde Drácula –inspirado en Vlad Tepes, un prícipe rumano que se volvió célebre por empalar a sus enemigos durante la guerra– ha sido el segundo personaje más representado y reinterpretado del cine y la televisión (sólo después de Sherlock Holmes, de Arthur Conan Doyle).

Cuando Max Schreck personificó a la primera figura draculesca de la historia en Nosferatu (1922), el cine solidificó el estereotipo más valioso de la industria mediática de nuestros días. En esta obra maestra del expresionismo alemán, el legendario F.W. Murnau definió el imaginario colectivo con una figura alargada y gótica, de orejas y manos puntiagudas, que vestía una indumentaria negra y exhibía un par de ojos cristalinos que reafirmaban su personalidad hipnótica. Precisó el universo simbólico –con espejo, colmillos y ataúd incluído– que la experiencia humana modificaría y actualizaría en los años por venir.

En el libro El mito del vampiro, Maria Josefa Erreguerena escribió que el discurso cinematográfico cumple la función de actualizar la construcción imaginaria de estos muertos vivientes cuyo aspecto ha variado de una década a otra. Lo mismo sucede con la televisión. Ésta, como el cine, crea patrones que cada persona asimila e interpreta de acuerdo al momento histórico en el que se encuentra. Por eso el primer Drácula negro de la historia apareció nueve años después de que Martin Luther King pronunciara su discurso de I Have a Dream y The Munsters (1964) demostró que el gusto por parodiar el vampirismo es efímero: dos años después de su estreno, la serie televisiva fue cancelada porque la presentación de Batman aniquiló sus ratings y el dueño del Batimóvil resultó ser más atractivo que Grandpa Munster, un vampiro anciano de adorable sonrisa y espíritu de laboratorista cuya transformación en murciélago era más cómica que épica.

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La línea que antes separaba al vampiro del ángel se ha desdibujado. El Nosferatu de Murnau era aterrador por su carácter ominoso: aunque se le tuviera frente a frente y exhibiera un aspecto físico similar al de los humanos, no tenía sombra ni se reflejaba en el espejo. Era una criatura que ostentaba la amenaza de condenar a su víctima al infierno de soportar la vida eterna a costa del asesinato. Por el contrario, el vampiro que Stephenie Meyer ideó para Twilight es objeto de deseo de las adolescentes contemporáneas. El poder de Edward Cullen no surge del miedo, sino de lo anhelable que resulta su mordida. Para él, la luz de sol no representa su aniquilación, sino la posibilidad de exhibir la textura de diamante que esconde bajo su piel. Es un héroe que apareció como herencia de la literatura creada por la mujer que lo cambió todo: Anne Rice.

El vampiro contemporáneo nació del ateísmo. Durante años, Rice declaró que no creía en Dios y a su escepticismo debemos la invención de un ser que, aunque hematófago, manifestaba una personalidad humana. Interview with the Vampire (1976) narra la historia de Louis, un ser débil y afectivo que se lamenta por la inmortalidad con la que fue condenado y confiesa su historia a un reportero que termina por rogarle que lo muerda para transformarse en uno de su clase. Como es evidente, la novela de Rice asesinó al vampiro como antihéroe y, con la presencia de Brad Pitt y Tom Cruise al frente de la adaptación cinematográfica de los años noventa, se estableció que los vampiros debían ser guapos, cursis y mártires que –si bien serían una vergüenza para los ambientalistas– estarían dispuestos a convertirse en ‘vegetarianos’.

Los muertos vivientes de nuestros días no encarnan una maldición, sino la virtud de escapar de lo ordinario. Son hombres y mujeres que, por sus habilidades corporales y mentales, evidencian el poder que tienen sobre otros y se elevan por encima del resto de la masa que, aunque no asesine para sobrevivir, tampoco conoce de telepatía, supervelocidad o predicción del futuro. En una cultura Occidental hambrienta de engimas y héroes a seguir, el vampiro es el agente que nos gratifica exhibiendo las ventajas de lidiar con una vida alternativa.

Hoy exoneramos al vampiro del ridículo. Le permitimos materializarse en féminas tan curvilíneas como Salma Hayek (en From Dusk Till Dawn, el churro noventero de Robert Rodríguez), enseñar a matemáticas a los niños (recordemos al Conde Contar, de Plaza Sésamo) y hasta tener sexo. Antes el vampiro era un muerto que, como la lógica básica indicaría, sólo aprovechaba la sangre que robaba de otros para alimentarse. Ahora, según Stephenie Meyer, los vampiros incluso pueden procrear. Hoy, como espectadores de películas y series de vampiros, no sólo perdonamos el artificio, sino que lo pedimos a gritos.

El vampiro sintetiza las obsesiones del hombre porque personifica un coqueteo entre lo ventajoso y lo maldito de la inmortalidad. En el libro The Blood is the Life, Leonard G. Heldreth y Mary Pharr afirman que todo vampiro es una especie de oxímoron: una contradicción que denuncia a un ser tan admirable como subversivo. Por ello, incluso el hematófago contemporáneo despierta, de manera simultánea, terror y fascinación. Si bien es prácticamente imposible apreciar la maldad demoniaca del Drácula de Bran Stoker en Edward Cullen o Bill Compton, el protagoista de True Blood, el vampiro sigue siendo una figura siniestra que puede permanecer oculta durante siglos y renacer cuando el imaginario social lo requiera. Si algo es un hecho, y así lo ha comprado la historia, es que, como seres humanos, siempre viviremos a la sombra del vampiro.

Blancanieves: el cuento reinventado.

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[esquirelat.com]

Silente y en escala de grises se estrena Blancanieves. En tiempos de cinéfilos cautivos de Transformers y bandas sonoras 100% electrónicas, Pablo Berger dirige un filme mudo que reinterpreta el cuento clásico de los hermanos Grimm en 90 minutos de imágenes en blanco y negro. La producción española aparece en escena ante el auge que ha creado el resurgimiento de las princesas, brujas malvadas y bosques encantados.

En 1937, la casa productora que catapultó a Mickey Mouse como emblema infantil y corporativo anunció el lanzamiento de su primera película: dos millones de ilustraciones compiladas bajo el nombre de Snow White and the Seven Dwarfs. El filme animado, como todas las creaciones del sello de Walt Disney, era un producto para niños. Casi 70 años después renació el interés por la fantasía. Guionistas de cine y televisión desempolvaron sus libros viejos para probar que la magia ya no era asunto de niños, sino de negocios. Blancanieves dejó de ser el tierno dibujo animado de una niña que ecualizaba su voz con el canto de pajarillos para ser suplantada por la insipidez de Kirsten Stewart; la bruja mala perdió sus verrugas y se transformó en Charlize Theron.

Si la ciencia ficción fue la materia prima del éxito del cine comercial de los ochenta, en la literatura fantástica está el gérmen de la gloria del cine de nuestros días. Si bien los cuentos clásicos no han generado el mismo impacto que los héroes nacidos de los cómics de Marvel, sí han demostrado que hay un mercado hambriento de la reinterpretación de las narraciones infantiles. A la tendencia obedeció el lanzamiento de Once Upon a Time (2011), serie que sitúa a Blancanieves, Rumpelstiltskin y el Capitán Garfio en un pueblo mágico cerca de Massachussetts; Mirror, Mirror (2012), cinta en la que no importó Lily Collins, sino la ridícula participación de Julia Roberts como la bruja mala y Snow White and the Huntsman (2012), donde Kirsten Stewart se olvidó de los vampiros y Chris Hemsworth cambió el martillo del dios del rayo por el hacha del leñador.

Blancanieves, de Pablo Berger, es una apuesta distinta al resto de las adaptaciones de la historia de la princesa que, junto con Eva y Steve Jobs, inmortalizó a la manzana como el fruto más famoso del cine. Aunque la heroína (Macarena García) se mantiene como un personaje socialmente maltratado y la bruja (Maribel Verdú) sigue siendo tan seductora como infame, la esencia de la cinta es única de principio a fin.

El relato no inicia en una tierra lejana, sino en la España de los años veinte. Desde la compilación de imágenes estáticas que introducen a la trama hasta la delicada lágrima que finaliza la narración, es una cinta que privilegia la ceremonia. El filme rescata la teatralidad del cine mudo de principios del siglo XX y reimagina el contexto de la protagonista para ambientar su vida y los conflictos que le ocasionará su madrastra en medio de una de las más profundas y arraigadas tradiciones del mundo: el toreo.

La Blancanieves de Berger en realidad se llama Carmen –su nombre y belleza remiten a la estrella de la ópera de Bizet– y tiene un padre torero (Daniel Giménez Cacho) que además de la mirada, le hereda su fascinación por los astados de piel de noche. Carmen –Blancanieves– no seduce acariciando avecillas desde su ventana, sino a través de la solemnidad que transmite mientras se detiene frente al toro. En esta cinta, la protagonista no canta, pero sí conquista con la danza que inicia mientras torea a la belleza salvaje que enfrenta en el ruedo. Ahí surge la gloria que fácilmente permite imaginar el sonido de los aplausos que el público no escucha. Ahí también aparece la manzana envenenada que pondrá al espectador a temblar. Como siempre, en la plaza se crea una perfecta armonía entre el arte y la tragedia.

Hay una fascinación que invariablemente surge del galanteo entre la vida y la muerte. Pablo Berger lo aprehende en blanco y negro con una extraordinaria guitarra española como único elemento sonoro y la sobresaliente actuación de los intérpretes que no tienen más que su cuerpo para hablar. Blancanieves es una cinta imperdible y se estrena en México este 23 de agosto.

El hombre de adamantio

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[Esquire no. 58]

Una mañana de los años noventa, Coco el Payaso salió de casa para amenizar la fiesta de un niño que cumplía seis años. Sin embargo, durante aquella jornada laboral, el histrión se las vió negras. Tras implementar uno de sus mejores actos, escuchó que el festejado acudió a su madre para formular una devastadora acusación: “El payaso que contrataste es terrible”. Coco, apenado hasta el alma, improvisó unos cuantos malabares e hizo hasta lo imposible para que los presentes ignoraran su torpeza.“¿A quién le importan tus trucos?”, cuestionó el inquisidor. Habiendo fallado en el malabarismo, y negándose a aceptar la derrota ante su público, Coco apeló al ridículo y comenzó a darse coscorrones hasta que su trabajo fue aprobado con una ovación.

A pesar de haber sacado su actuación adelante, Coco salió de la fiesta convencido de su fracaso como payaso. Al poco tiempo, dejó los escenarios. Bajo el maquillaje, la nariz roja y los zapatotes, quedó Hugh Jackman. En aquel entonces, el australiano cobraba 50 dólares por show e ignoraba que una década más tarde volvería a disfrazarse. En el año 2000, aceptó interpretar a Wolverine en X-Men y, a través del mutante de esqueleto de adamantio, hizo historia: además de protagonizar la cinta que transformó al cómic en el mayor objeto de deseo de la industria cinematográfica contemporánea, logró inmortalizarse como un superhéroe que, en vez de despertar desaprobación y burla, se convertiría en el ídolo de millones de seguidores en el mundo.

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Hugh Jackman es implacable. Es un hombre que trabajará como payaso, modificará su apariencia física y sobrellevará la presión de escuchar críticas inclementes si eso es lo que requiere para alcanzar sus metas. Y, lo que es más, asimilará y admitirá públicamente sus tropiezos personales y profesionales hasta demostrar que su espíritu de lucha posee la misma capacidad de recuperación que el cuerpo del personaje que interpretará por quinta ocasión en The Wolverine, filme de James Mangold que se estrena este mes.

El temple de acero de Jackman no se forjó en los escenarios, sino en el hogar. En un país en el que lo socialmente aceptado es que los hombres beban cerveza y las mujeres se dediquen a la danza, el hijo de una pareja de ingleses radicados en Austalia soñaba con ser bailarín. A los 12 años, después de que un profesor reconociera su talento en la pista y le sugiriera tomar clases profesionales, corrió a casa para darle la buena noticia a su familia. Sin embargo, su hermano lo llamó “maldito marica” y Jackman terminó con el ánimo por los suelos y la firme decisión de olvidarse de bailar.

Durante sus primeros años, el australiano no sólo compartió el destino de Billy Elliot (bailarín estrella de la comedia musical) porque tuvo que aprender a lidiar con las connotaciones negativas en torno al baile y la masculinidad, sino porque, al igual que Billy, sufrió la ausencia de su madre. Cuando tenía ocho años, la observó partir de Sídney y dejar a su padre a cargo de su cuidado y el de de sus cuatro hermanos mayores. Desde entonces, Jackman aprendió una lección que le acompañaría hasta el momento de formar su propio hogar: en la vida no hay nada más importante que mantener a la familia unida.

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Todo ídolo posee un héroe personal. Mientras que miles de personas admiran a Wolverine, el hombre detrás de esta criatura inmortal adora al sujeto de carne y hueso que le ha legado mucho más que su apellido. “Mi padre es una roca, es mi roca”, reveló el actor a Scott Pelley, con los ojos llorosos, durante una entrevista para CBS News. Al igual que su hijo, Christopher Jackman posee una tenacidad inagotable. A pesar de haber sufrido el abandono de su esposa, y un intento fallido por reconciliarse con ella, se las arregló para sacar a su familia adelante. Si hoy Hugh Jackman sabe que puede lograrlo todo, es porque así se lo enseñó su papá.

Su segundo modelo a seguir es su personaje más célebre. “Aunque tiene sus fallas y hasta mi hijo ha dicho que es muy rudo, Wolverine encarna todas las cualidades que me gustaría poseer: verdadera fuerza, lealtad y la capacidad de enfrentar a sus rivales”, reveló el actor a Esquire desde un set de filmación en Australia. En Logan –como también se conoce al superhéroe de X-Men– el intérprete reconoce una mezcla de carácter que le resulta fascinante. “Si hay alquien a quien quieres en tu equipo, ése es Wolverine. Y, si hay alguien a quien no quieres molestar, también es él”.

Para algunos fanáticos de los Hombres X, Hugh Jackman es un héroe. Sin embargo, como Wolverine, es imperfecto y se ha hecho de una posición privilegiada en el imaginario social gracias a su carácter y determinación. En los cómics de Marvel, las garras metálicas de Wolverine no son equiparables a la telepatía del Professor X o el poder metamórfico de la siempre escultural Mystique. Por ello, si Wolverine es temido y adorado a la vez, no es porque ostente superpoderes que surgieron a partir de una mutación genética, sino porque es un individuo que, como el sujeto que le da vida en el cine, no se rendirá jamás.

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Una mañana de 2012, Hugh Jackman se presentó a trabajar en el set de Les Misérables tras haberse sometido a 36 horas de deshidratación. El intérprete exhibía un rostro demacrado, las ojeras de quien no domina el oficio de velador y la esperanza de capturar la expresión cadavérica de un reo que ha pasado 19 años de su vida en la cárcel. Tras sorber un líquido endulzado que le permitió recuperar la energía, se sumergió en agua helada y comenzó a personificar a uno de los héroes predilectos del romanticismo francés.

Para Hugh Jackman, obtener el papel de Jean Valjean fue como haber encontrado el Santo Grial. Era el personaje principal de una obra en la que siempre había querido actuar. Incluso cuando audicionó para el rol de Gastón –diez años atrás, en The Beauty and the Beast–cometió la osadía de cantar un tema de Javert, antagonista de Les Misérables. Quien lo escuchó entonces, no sólo reprobó el atrevimiento, sino que le aconsejó dejar de fantasear. Según él, Jackman jamás lograría interpretar a Javert. El crítico tuvo razón: cuando el actor se enteró de que Tom Hooper llevaría el musical de Cameron Mackintosh al cine, no persiguió al director para fungir como actor secundario en la película, sino para obtener el papel principal y conseguir su primera nominación al Óscar.

Aunque hace cinco años que la revista People lo calificó como el hombre más guapo del mundo, para Jackman lo más importante no es su apariencia física, sino su profesionalismo. Dado que no hay límites que le impidan lograr una caracterización digna de lo que sus directores le soliciten, hubo una ocasión en la que se orinó en los pantalones. Estaba en pleno escenario de The Beauty and the Beast y, antes de aquella función, creía estar deshidratado (ese día no era intencional). En consecuencia, bebió dos litros de agua antes de entrar en escena y, sin suficiente tiempo para ir al baño, una crisis de ansiedad se apoderó de él. “Intentaba cantar y bailar. La última nota requería que relajara ciertos músculos para alcanzarla. Pensé: mierda, si canto esta nota, mojaré mis pantalones. Si no lo hago, terminaré humillado. El actor en mí salió a flote”.

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El actor más atractivo de la Tierra lleva casi 20 años enamorado de la misma mujer. Hugh Jackman conoció a Deborra Lee Furness en 1995, durante el rodaje de una serie australiana llamada Corelli. En ese entonces, el actor acababa de obtener su primer trabajo en televisión y Deborra era una estrella que Mick Jagger invitaba a sus fiestas cuando estaba en la ciudad. Poco después de su primera cita –en la que la actriz aceptó ir a cenar con él en lugar de salir a divertirse con el vocalista de The Rolling Stones– confesaron sentirse atraídos. Al año siguiente, se casaron.“Cuando conocí a Deb no tuve ninguna duda. Fue lo más claro de mi vida”, reveló a Jeff Probst cuando el conductor estadounidense lo invitó a su programa de televisión.

En tiempos de escándalos por infidelidades, diferencias irreconciliables y divorcios exprés, el protagonista de The Wolverine asegura estar con la mujer de su vida. Con ella acordó la regla que les impide aceptar que el trabajo los separe por más de dos semanas y superó la imposibilidad de tener hijos biológicos. Tras numerosas visitas al doctor, procedimientos de fertilización in vitro, dos abortos y meses de dolor, Jackman convenció a su esposa de iniciar un proceso de adopción. Al poco tiempo, la pareja recibió en casa a dos niños (Oscar y Ava) y, una vez más, el superhéroe del cine demostró que la perseverancia humana es un superpoder en la vida real: si se le aprehende con suficiente convicción, incluso puede vencer los retos impuestos por la naturaleza.

Deborra Lee Furness sabe que está casada con un superhombre. En una ocasión, decidió sorprender a su esposo durante un rodaje. Para su mala suerte, apareció en el set justo cuando su marido filmaba una escena de sexo oral con una actriz que se hallaba oculta bajo un escritorio. Cuando la coestrella de tan comprometedora escena notó la presencia de la visitante, se sonrojó y pidió una disculpa, a lo que la señora Jackman contestó: “Oh, relájate. Te están pagando por darle un blow job a mi marido. Disfrútalo”. Años después, tras el estreno de Australia (2008), Nicole Kidman aseguró que Hugh Jackman es el tipo de sujeto por el que todas las mujeres dejarían caer su quijada con sólo verlo entrar en la habitación. Sin embargo, desde hace casi dos décadas, él sólo tiene ojos para Deb.

*

Cuando Hugh Jackman aceptó interpretar a Wolverine, no era fanático de los cómics de Stan Lee. Tampoco imaginaba que formaría parte de una franquicia que generaría ganacias equivalentes a lo que Barack Obama –el hombre más poderoso del mundo, según Forbes– cobraría de salario tras 2,300 años de trabajo. Una noche después del estreno de X-Men, el actor salió de su trailer para iniciar un día de filmación de Kate&Leopold (2001). Tras haber sido cegado por las cámaras de unos 20 paparazzis que esperaban afuera de su vehículo, el australiano comenzó a mirar detrás de sí para buscar a la celebridad que –según él– pretendían fotografiar. Tras unos segundos, comprendió que las cámaras estaban ahí por él.

A pesar de que su fama se ha detonado, Hugh Jackman sigue siendo un tipo humilde. A diferencia de otros famosos que defienden su privacidad a sangre y fuego, el mutante más famoso de Oceanía permite que le tomen fotografías cuando está con su familia y atiende con amabilidad a los reporteros que le hacen las mismas preguntas una y otra vez. Si alguien se lo pide, el actor hablará, una vez más, del día en que su madre abandonó su hogar, del momento en el que un niño de seis años avergonzó a Coco el Payaso y de la función de teatro en la que prefirió mojar sus pantalones a dejar de cantar. No le importará evocar estos momento porque, como aprendió de su padre, no hay nada que no pueda superar.

La tenacidad de Hugh Jackman es tan sólida como el esqueleto de adamantio de Wolverine. Si Coco dejó los escenarios hace más de dos décadas, no fue por la fragilidad de quien se escondía bajo el disfraz del animador de fiestas infantiles, sino porque un soñador perpetuo no se permite fracasar. En 2014, el actor reaparecerá como uno de los mutantes más célebres del universo de Marvel en X-Men: Days of Future Past. En la cinta de Bryan Singer, Jackman llevará, una vez más, la piel del individuo con el que comparte una característica vital: una historia de fracasos y éxitos que contribuyó a fojar el temple de acero que sólo poseen los hombres dispuestos a triunfar.