Este soy yo: Luigi Amara

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  • El principal reto del escritor contemporáneo es encontrar un lugar creíble en la sociedad. De algún modo, éste se ha descentrado y ya no tiene un sitio preponderante a menos que coquetee con el mercado y, en cierta medida, se vuelva una figura del espectáculo.
  • El escritor tiene que buscarse una rebanada del día para poder hacer lo que le gusta. Hoy está un poco asediado no sólo por la cuestión laboral, sino también por todo lo que significa ser escritor. Dar entrevistas y demás confunde la importancia que pueda tener el autor –como individuo– con lo que está escribiendo.
  • Vivimos tiempos en los que los escritores están demasiado ocupados y eso redunda negativamente en la escritura. Para evitarlo, organizo mis días de manera que todas las mañanas tenga espacio para escribir. No soy maniaco –porque puedo escribir en medio del ruido– pero sí necesito crear una cápsula de tiempo donde sepa que puedo dedicarme sólo a eso.
  • La explicación es la rebaba de la obra. Si necesitas explicar tu texto, quiere decir que cojea. En muchas ocasiones, los ritos que rodean a la escritura –entrevistas, presentaciones y demás– parecen ser una muleta para la escritura. Sin embargo, pienso que cualquier escritor desearía que su libro se bastara a sí mismo y que no hubiera necesidad de dar mayor explicación.
  • Como escritor no se persigue nada. Se escribe por el efecto que la escritura produce en uno. Hay muchos que negarían sentir placer. Algunos dirían que es una tortura infinita, pero yo no estoy del lado de los masoquistas de la escritura, sino que me estimula, me entusiasma y me atrae.
  • Es difícil saber por qué se escribe. Escribir es algo que no puedes dejar pero, al mismo tiempo, no puedes explicar. Hay quien podría decir que es porque quieres ser celébre, pero escribir no es la mejor manera de llegar a la celebridad. Hay diez mil estrategias anteriores y más efectivas para eso.
  • Lo interesante de la escritura es que la sientas como un desafío. En un proyecto de ensayo largo o de una novela, la continuidad del proyecto hace que no te plantees dudas cada mañana, pero en la poesía –que no escribes de manera contínua, con un horario– sí hay lugar para estas pequeñas vacilaciones.
  • Escribir es difícil en general. Tienes que lidiar con el lenguaje y lograr que éste, que es de todos, se vuelva característicamente tuyo visitando los lugares comunes pero de un modo sencillo y acrítico.
  • Cada proyecto debe implicar una dificultad. Cuando yo empiezo a sentir cierta facilidad y me parece pan comido, empiezo a sospechar de lo que estoy escribiendo, porque quiere decir que estoy bajando la guardia y dejándome llevar por la inercia.
  • Escribir un poema de tres líneas es tan difícil como un ensayo largo porque para llegar a ese poema se requiere todo un proceso de pensamiento, lecturas y sensibilidades.
  • Los disidentes del universo no es una antología de ensayos. Tampoco es una compilación. La idea era hacer un mosaico de personajes que son nuestro reverso porque se comportan de un modo excéntrico, inusitado y a contracorriente de cómo nos movemos. Quería cuestionar dónde está la anormalidad; pensar si está en los actos excéntricos de esas personas o en nosotros, que creemos que son el reverso de lo normal porque hacemos las cosas en manada.
  • En este libro no sólo me interesaba retratar personajes excéntricos, sino crear un ancla en nuestra vida cotidiana, en la manera que tenemos para movernos en la vida común.
  • En esta obra está la narración conjetural, ficticia, de lo que pude reconstruir de los personajes –donde obviamente hay muchas cosas imaginarias– para hacer un perfil más o menos seductor del personaje, pero al mismo tiempo trayéndolo al terreno de reflexión. Me interesaba que después de leer sobre alguien que siente deleite por hacer cola, nos preguntáramos sobre el acto –para nosotros automático– de hacer cola. ¿Qué estamos haciendo de esa práctica sobre la que ya ni siquiera volteamos la mirada?

Foto: Alessandro Bo, para Esquire

Este soy yo: Geoffrey Rush

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[Esquire no. 65]

  • Tengo una muy buena memoria –vívida, casi forense– de mi niñez y de mi adolescencia. Fui un niño muy feliz. Realmente amaba la escuela. A los 13, ya actuaba frente a toda mi clase. Con una raqueta de tenis, pretendía ser uno de los Beatles. Después de eso decidí unirme al club de drama de la escuela, empecé a participar en obras de teatro y dejé los deportes, que eran sumamente importantes para mí. En ese entonces ni remotamente imaginaba que por delante tendría una vida para ser un actor profesional.
  • Descubrí que podría ser buen actor gracias a mis maestras. Tenía una muy buena de actuación y otra de inglés. Ambas eran expertas en drama y nos motivaban a participar en obras de teatro. Sin embargo, cuando dejaron la escuela –ya no recuerdo por qué–, mis compañeros y yo decidimos que nosotros mismos dirigiríamos el club de drama.
  • Entré a la universidad sin tener idea de lo que quería hacer, por lo que me titulé en Arte, Literatura y Drama desde el punto de vista académico. Sin embargo, como estudiante universitario también me involucré mucho con el teatro.Todos los actores solíamos reunirnos para montar obras. Durante ese tiempo, la Queensland Theatre Company fue creada y el director estaba haciendo cosas similares. Así que terminé mi examen final un viernes y el lunes firmé mi primer contrato como actor profesional.
  • ¿Qué es lo que más me apasiona de la actuación? ¡Ser amado! [ríe] No, no es cierto. Realmente no lo sé. Si te diera una definición propia de lo que pienso que es la actuación, diría que es ponerse en un estado de juego imaginario.
  • No soy un actor de método. Me gusta divertirme mucho cuando actúo. Nunca he ido a terapia para curarme de esto así que no sé si hay algún trauma de mi infancia que haya provocado que quisiera ser prominente o contar una historia. No lo sé. Pero sé que amo la actuación y los lazos que creas con las personas que conoces durante los ensayos o en un set de filmación. En particular me gustan estos últimos, porque en ellos además trabajan electricistas y otras personas expertas en utilería, mismas que tienen una sensibilidad histórica con respecto a lo que se debe hacer.
  • De algún modo, la actuación es como un terreno de juego. Así lo expresó Helen Mirren alguna vez y, si ella lo dijo, yo también lo creo. Básicamente implica que incorporamos el juego a nuestra vida adulta.
  • No miro hacia atás preguntándome si he conquistado muchos de mis sueños. Eso sucede, por ejemplo, en los Juegos Olímpicos, donde entrenas porque tienes una meta. Mis estándares quizá sólo se parecen a los de los atletas porque siempre doy lo mejor de mí.
  • Me cuesta pensar en una palabra que defina mi vida. Me gustaría que el término clave fuera felicidad, pero la realidad es que sería más preciso si dijera ‘realización’. Para ser feliz, necesito sentirme realizado.
  • No hay un libro que me haya cambiado la vida, pero sí lo ha hecho la literatura en general. Siempre me han atraído los repertorios clásicos, aunque también he trabajado con material contemporáneo.
  • Aunque he trabajado en filmes tan distintos como The Book Thief o Pirates of the Caribbean, no hago gran diferencia entre los personajes que he interpretado. Quizá eso se deba a mi preparación como actor de teatro y porque a lo largo de mi carrera he logrado participar en varios papeles sin tipificarme. Sin embargo, también es cierto que, de alguna manera, he logrado encontrar un eje, pues suelo interpretar a un hombre que ayuda: ayudé a Jorge II [en The King’s Speech], a Liesel [en The Book Thief] a Frida [en Frida].
  • El último papel que interpreté –Hans, en The Book Thief– me atrajo por el contraste que representaba con el trabajo que estaba realizando en ese entonces. Recientemente había participado en obras de Oscar Wilde y un musical, así que la simplicidad de este hombre tan ordinario se sintió como un reto para mí.
  • Siempre me digo: no seas prejuicioso. Algunas veces puedes sólo leer las cualidades externas de una persona y restringirlas bajo tus propias percepciones, pero luego descubres que puedes conocerla mejor, de un modo mucho más profundo en cuanto a reservas humanas, idiosincracia y contradicciones.

Camino al sueño

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Originalmente publicado en Esquire no. 65 (PDF aquí)

Tres niños guatemaltecos y un tzotzil suben a un tren que promete convertir su sueño en realidad: hacerse de una nueva vida en Estados Unidos. Con esa ilusión, miles de mexicanos y centroamericanos salen de casa sin saber que la peor etapa del viaje no les espera en la frontera, sino al inicio del camino, cuando se agrede a los hombres y se viola a las mujeres. La esencia del dolor de este recorrido permea en La jaula de oro, de Diego Quemada-Díez, un migrante que hace casi dos décadas dejó España para estudiar cine en Estados Unidos. Este largometraje, que en 2013 resultó ser el más premiado de nuestro país en festivales de todo el mundo —como Morelia, Mar del Plata y Cannes, entre otros— se estrenará este mes en México.

ESQUIRE: Hoy hay mucho interés en el tema, pero la migración siempre ha estado ahí. Tú mismo saliste de España para buscar un sueño en otra parte.

DIEGO QUEMADA-DÍEZ: La migración es un fenómeno natural. Cualquier ser humano, sea por un problema económico, de violencia, por una catástrofe natural o cualquier otra razón, siempre va a salir a otro lugar, como un pájaro al que se le acaba el agua en una zona y vuela a otra. Paradójicamente, gracias a la globalización, los capitales y las corporaciones se mueven libremente por el mundo mientras se limita cada vez más el movimiento de las personas. Quería poner sobre la mesa lo absurdo de las fronteras estas creaciones artificiales que hemos hecho para separarnos como seres humanos a partir del conflicto entre un indígena y un mestizo que creen en el sueño americano. 

ESQ: Leí que varias anécdotas justifican el hecho de que hayas trabajado no con actores profesionales, sino con migrantes. ¿Nos compartes alguna?

DQD: Cuando filmamos el asalto al tren estábamos en la estación de Lechería, en el Estado de México, y escogimos a los bandidos entre los migrantes que estaban ahí para empezar a ensayar. Lo interesante es que la mayoría de ellos ya habían visto secuestros y sabían cómo se hacían las cosas. Ellos me decían qué hacer: cómo debíamos retratar el robo de mochilas, de dinero y a qué migrantes debían atacar. Muchos de los secuestradores son centroamericanos, lo que implica que la gente se traiciona entre sí. La anécdota es importante porque ellos mismos fueron quienes me ayudaron a darle mayor realismo a las escenas. 

ESQ: Iniciaste la investigación para la película en Mazatlán. Cuando llegaste a vivir a México, ¿ya tenías la intención de hacer esta película?

DQD: Sí, un amigo taxista me invitó a vivir a su casa, con su familia. Ahí llegaban muchos migrantes y así surgió la idea y la necesidad de contar esto. El proceso duró como diez años, pero al final la perseverancia es la que da resultados. Fue complicado porque, como además tenía que ganarme la vida, combinaba trabajos de cámara y cortometrajes con la investigación. Al principio mucha gente me preguntó para qué quería
hacer una película de migrantes si ya se han hecho un montón, pero sentía que podía aportar algo diferente. Este es un problema contemporáneo muy grande y está bien que lo mostremos desde diferentes puntos de vista y personajes.

 Foto: Ameno Córdoba

La seducción tiene voz

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Originalmente publicado en Esquire no. 64 (PDF aquí)

La voz de Uma Thurman es equivalente a la mirada de Marilyn Monroe. En los años sesenta, la primera playmate de la historia puso al mundo de rodillas con sus sleepy bedroom eyes. La estrella de Kill Bill (2003) no entrecierra los ojos frente a las cámaras, pero habla como si acabara de despertar. En su boca, mi nombre se propaga en tres sílabas a través de la vibración que surge de sus cuerdas vocales.

Ma-ri-a, good-af-ter-noon.

Lengua, paladar y dientes -sus blanquísimos dientes- en perfecta armonía.

Tener a Uma Thurman al otro lado del teléfono es imaginar el movimiento de los labios que despertaron las perversiones de John Malkovich en Dangerous Liaisons (1988). Es contar con un cuarto de hora para dudar si esta mujer de dicción adormilada realmente sostuvo una catana para derramar sangre a borbotones en dos películas de Quentin Tarantino.

La belleza de Uma no es convencional. Está a 20 centímetros de los dos metros de altura. Sus pies son enormes -es talla nueve, un número más grande que Sylvester Stallone-. Su nariz es prominente y durante años quiso hacerse una rinoplastia, pero desistió. Tras superar sus inseguridades inició una carrera como modelo y, en 1987, se convirtió en actriz.

Durante un cuarto de siglo, la voz de cama de Uma Thurman ha resonado en las gargantas de las 42 mujeres que ha interpretado en cine. Fue la esposa del escritor Henry Miller en Henry & June (1990), objeto de deseo del príncipe de los ladrones en Robin Hood (1991) y modelo de comerciales en Even Cowgirls Get the Blues (1994). Con pies descalzos se contoneó frente a John Travolta en Pulp Fiction (1994) y, con una frialdad elegantísima, se convirtió en el símbolo de la perfección genéticamente modificada en Gattaca (1997). En enero de 2014 aparecerá enNymphomaniac, obra del director danés que hace dos años fue declarado persona non grata en el Festival de Cannes por un comentario sobre Hitler. En ella, Thurman interpreta a una mujer recién abandonada por su marido. De la cinta puede esperarse controversia, sexo explícito y la voz -siempre sexy- de Uma. (Gracias por esta vez, Lars von Trier).

Hoy la ex pareja y madre de los hijos de Ethan Hawke tiene 43 años. Trabaja para la industria que atesora la juventud como si fuera el Santo Grial, pero goza cada instante de su madurez. Sigue siendo bellísima. Lo sabe y lo disfruta. Los creativos de Campari también lo saben y por eso le pidieron que posara para su nuevo calendario, pretexto que Esquire aprovechó para colarse hasta su línea telefónica y dejarse hipnotizar por su voz.

ESQUIRE: Tu carrera implica tantas satisfacciones como sacrificios. ¿Cuál es la enseñanza más valiosa que has aprendido hasta ahora?

UMA THURMAN: Esta pregunta requiere de una respuesta muy amplia. Creo que nunca podría contestarla por completo. En 25 años de carrera aprendes muchas cosas. Sin embargo, pienso que lo que ayuda mucho es tener valor. Es lo que más necesitas y lo que hace la diferencia entre el fracaso de la voluntad y la posibilidad de seguir adelante.

ESQ: Hasta ahora te hemos visto en más de 40 películas, ¿cómo logras seguir imponiéndote retos y encontrando papeles que te interesen?

UT: Es muy difícil. Debes mantener la fe de que encontrarás algo que te conmueva y, justo cuando pierdes la esperanza, aparece algo. Inevitablemente sucede así: es una cuestión de tiempo, disciplina, paciencia y valor. Algunas veces me frustro y estoy tentada a aceptar un papel porque siento que debo ejercitarme como actriz, pero en otras ocasiones pienso que debo de tomarme más tiempo para encontrar algo que realmente sea significativo, que sea un reto además de un ejercicio de trabajo. Aunque, ¿sabes?, tras tantos años he concluido que ya he probado casi todas las aproximaciones.

ESQ: ¿Hay algún papel específico que quisieras interpretar, o un director con el que quisieras trabajar?

UT: Bueno, hay muchos, muchísimos. Siempre he tenido la fantasía de colaborar con Pedro Almodóvar, pero no sé si él trabajaría en inglés y, para mi vergüenza, no sé hablar español.

ESQ: Muchas mujeres temen el paso de la edad, pero tú te has mantenido hermosa y exitosa. ¿Cómo lo has logrado?

UT: Yo no me siento tan hermosa [ríe]. He envejecido, pero creo que el cambio ha sido positivo y que la vida se hace más compleja y bella conforme envejeces. Como actriz, conforme ganas más edad, propicias que la gente piense que tu apariencia sufre, pero en realidad adquieres una belleza distinta. Todos esperamos que las audiencias se interesen en mujeres maduras.

ESQ: Queda claro lo que tus fans adoran de ti pero, ¿tú que amas de ti misma?

UT: Mi sentido del humor es mi característica preferida.

ESQ: ¿Cómo eres en casa y qué tan difícil ha sido asumir tus responsabilidades como actriz y mamá?

UT: Creo que no le he dado suficiente atención a mi carrera. Cuando me convertí en mamá decidí involucrarme más en mi vida personal. En esta etapa de mi vida me siento muy emocionada por trabajar y tener tres hijos maravillosos que adoro, con los cuales me siento muy cercana. Paso mucho tiempo con ellos. No me arrepiento de nada.

ESQ: ¿Qué te seduce en un hombre?

UT: Que pueda hacerme reír, que sea inteligente y perspicaz. Para mí, esas serían las características que resultarían atractivas a largo plazo.

ESQ: Háblanos del calendario de Campari, ¿cómo fue trabajar con el fotógrafo Koto Bolofo?

UT: Increíble. Ésta fue la primera vez que trabajamos juntos. Fue una sorpresa y un verdadero placer. Espero que volvamos a colaborar nuevamente. La gente de Campari es lo máximo, son muy gentiles y eso es clave al estar en una situación como ésta. Todos son mis amigos y a varios los conozco desde hace mucho tiempo. Este tipo de sesiones de fotos no se hacen a menudo así que fue todo un deleite. 

ESQ: Próximamente te veremos en Nymphomaniac. ¿Qué podemos esperar de esta película de Lars von Trier?

UT: Para ser honesta, ¡no tengo la menor idea de lo que debo decirte! [ríe] Siento que la gente quedará bastante impactada. Tengo un papel increíble de una mujer cuyo esposo ha decidido dejarla. Mi personaje es muy divertido de interpretar. Me encantó filmar con el estilo y la creatividad de Lars von Trier. Fue impresionante. Sin embargo, en el guión hay explicaciones salvajes e intenso contenido sexual, así que no tengo idea de cómo reaccionará la gente ante la película. De hecho, no he visto ningún adelanto de la versión editada. No sé cómo terminará todo. Sé que Lars von Trier lleva las cosas al límite y es muy provocativo, así que estoy convencida de que no estará feliz sino hasta que todo el mundo esté en shock [ríe]. De cualquier modo, creo que es brillante, salvaje y un artista muy especial, con una voz única. Por eso creo que vale la pena ver el contenido impactante aún cuando pudiera no gustarnos.

El doctor jazz

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Originalmente publicado en Esquire no. 63 (PDF aquí)

Hugh Laurie está sentado frente a un piano de cola. Lleva las mangas de la camisa remangadas y el nudo de la corbata flojo. No se adivina su metro ochenta y nueve de estatura cuando se encorva sobre el banco para empezar a tocar. El intérprete británico cierra los ojos, arruga la frente, apoya las manos sobre el conjunto de teclas bicolor y se contornea como si el mundo hubiera desaparecido a su alrededor.

No hay rastro de la arrogancia del doctor Gregory House en el Hugh Laurie que se derrite interpretando “Unchain My Heart”, tema que Ray Charles hiciera célebre en los años sesenta. Aunque en 2010 fue la estrella mejor pagada de la televisión, lo que Laurie ama de su trabajo no es tanto actuar, sino cantar. Tras 32 años de carrera como actor, logró transformarse en el cantante de jazz que soñó ser desde que descubrió el blues, en 1968.

Cuando en México se gestaba el movimiento estudiantil, en Oxford —ante la extrañeza de unos padres a quienes no les interesaba la música— un niño de ocho años escuchaba a los legendarios Muddy Waters y Professor Longhair. Laurie era el único miembro de la familia que gastaba su dinero en discos y pasaba las tardes memorizando canciones como “Tipitina”, cuyo ritmo le resultaba hipnótico aunque no entendía nada de la letra. Hoy, tras haberla escuchado más de mil veces, sigue pensando que el jazz no seduce por lo que dice, sino por cómo suena.

Hugh Laurie lanzó su primer álbum, Let Them Talk, en 2011. Tenía 51 años y la serie House, M.D. llevaba siete temporadas al aire. Durante el día, en televisión, Laurie era el Sherlock Holmes de los hospitales: un tipo ególatra que mostraba brotes de genialidad y resolvía casos que la gente a su alrededor era incapaz de descifrar sin él. En la noche, en su casa, se transformaba en músico y pasaba las madrugadas frente al piano sin imaginar que años después grabaría su primer disco.

El hombre detrás del médico que diagnosticaba enfermedades exóticas en los últimos cinco minutos del programa de televisión es un manojo de nervios cuando se trata de cantar en público. Teme que la gente piense que su show no vale la pena. La primera vez que Laurie se presentó en vivo, en Hamburgo, Alemania, estuvo tentado a encender la alarma contra incendios y huir.

No lo hizo. En cuanto se sentó frente al piano y empezó a cantar, olvidó que el mundo existía.

ESQUIRE: Tu primer disco apareció en 2011, pero siempre habías soñado cantar. ¿Qué tan sorprendente fue este lanzamiento cuando tu carrera ya era un éxito?

HUGH LAURIE: Fue una experiencia absolutamente impresionante. Todo sucedió tan rápido que fue casi como estar en un accidente automovilístico. No estaba preparado para ello. Quizá eso fue bueno y algunas veces sólo debas dar un salto de fe. Aún me emociona que tengo la posibilidad de interpretar música. No te lo puedo explicar. Es la mejor de las emociones. Espero que para la audiencia también lo sea.

ESQ: ¿Cuáles son las diferencias entre tu primer y segundo álbum?

HL: Pienso que Didn’t It Rain (2013) es más romántico que Let Them Talk (2011). El primero fue muy masculino. Estoy orgulloso de él y me encanta como álbum, pero al segundo quise darle una voz más femenina. Por ello, intenté añadir sonidos que se asimilaran a una conversación entre un hombre y una mujer. Incluye un tango argentino, temas de áreas geográficas más amplias y unas cantantes maravillosas.

ESQ: ¿Qué es lo que más disfrutas del proceso de grabar un nuevo disco?

HL: No hay placer que se compare al de sentarse con una banda a interpretar una canción por primera vez. Me refiero al momento en que ésta cobra vida. Uno puede escuchar otras versiones del mismo tema y leer la letra que alguien más escribió. Sin embargo, cuando tu propio grupo empieza a tocar y la canción cobra vida como un espíritu en el cuarto, es una experiencia estremecedora.

ESQ: ¿Cómo seleccionas los temas?

HL: Con mucha dificultad. Es muy doloroso. Intercambio listas de temas con el productor, Joe Henry, y poco a poco reducimos las opciones. Una de las canciones que más me gusta es de Bessie Smith —“Send Me to the ‘lectric Chair”— que Jean McClain interpretó en Didn’t It Rain. Cuando escuché la versión original, en medio del proceso de selección, me imaginé a Jean cantándola así que le pedí que participara en mi tour del año pasado. Y tan pronto la escuchamos en vivo, supimos que ese tema tendría que estar en el disco.

ESQ: Has dicho que la música es un arte elevado, ¿piensas lo mismo de la televisión?

HL: Claro. A lo que me refería con eso es a que algunos describen el folk, blues o jazz como música pop; es decir, como algo que no puede ser arte. No estoy de acuerdo. Pienso que sí pueden ser arte. Si se hace con sinceridad y pasión, casi cualquier cosa puede conmover al público.

ESQ: Cuando cantas y cierras los ojos, ¿qué pasa por tu mente?

HL: Siento un placer absoluto. Estoy dentro de la canción. Me siento parte de ella. Es como si me abrazara, como si estuviera alrededor de mí. A veces hay que conectarse con el público, pero también hay que saber perderse en un tema.

ESQ: ¿Cómo se compara el placer que sientes como músico con el que experimentas al actuar?

HL: Cada disciplina representa un problema distinto. Como actor buscas un modo de ocultarte, de esconder lo que eres detrás de una identidad que no es tuya. Como músico sucede lo contrario: se trata de revelarte y revelar al personaje de la canción. Es una situación de exposición y vulnerabilidad. Tocar es un verdadero placer y he tenido la suerte de hacerlo con grandes músicos.

ESQ: Al estar en casa y sentarte frente al piano, ¿qué te gusta interpretar? ¿Practicas los temas de tus discos o te concentras en otras cosas?

HL: Toco muchas cosas distintas, pero tengo un gran problema: suelo interpretar la primera mitad de miles de canciones y sólo concluyo dos o tres. Es, decir, brinco demasiado. Quizá debería de concentrarme en menos canciones para tocarlas completas. Lo que sucede es que a la mitad de una me enamoro de otra y así. Anoche, a las dos de la mañana, estuve intentando tocar “Night Train”, de Oscar Peterson. Fue lo último de lo que me enamoré.

ESQ: Eres una estrella de televisión y, ahora, de jazz. ¿Qué sueños te falta perseguir?

HL: No estoy seguro de tener sueños que vayan más allá de lo que estoy haciendo ahora. Si tuviera que tocar música y actuar para siempre y que la gente me aceptara, me sentiría increíblemente feliz. No necesito escalar el Monte Everest, aunque no me importaría hacerlo si planearas un viaje y me invitaras.

Mr. Owen

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Originalmente publicado en Esquire no. 62 (PDF aquí)

Británico. Reservado. Sabe vestir un buen traje y apreciar una pieza de alta relojería. Es imposible que el nombre de Clive Owen no se traduzca en elegancia. Sólo él pudo haber combatido a los sajones del siglo XVI (King Arthur, 2004), salvar al mundo de quedarse sin población (Children of Men, 2006) y retratar el desenfreno de Ernest Hemingway (Hemingway & Gellhorn, 2012). A más de 20 años de haberle visto por primera vez en televisión, sigue fascinando bajo los reflectores que captan su mirada aceitunada cuando aparece en escena.

Aunque su sonrisa suele ser discreta y en un sinnúmero de fotografías posa con seriedad, Clive Owen disfruta la vida al máximo. Puede asistir a un partido del Liverpool, pasear por las calles de Londres o comprar uno de los objetos que más aprecia: un reloj. A petición de Jaeger-LeCoultre, el actor ha formado una alianza que conjuga la sofisticación de esa casa suiza con su pasión por los guardatiempos y la estética. Con motivo de la celebración del 180 aniversario de la firma, Clive Owen nos habló de las tres películas que tiene en puerta y de aquello que más aprecia de la vida a sus 49 años.

ESQUIRE: Han pasado cinco años desde que apareciste en una de nuestras portadas. ¿Qué lecciones de vida has aprendido desde entonces?
CLIVE OWEN: Creo que lo más importante es estar cerca de tus hijos tanto como puedas porque crecen muy rápido.

ESQ: Te hemos visto como rey y salvador de la Tierra. Cualquiera diría que estás a un paso de convertirte en superhéroe. ¿Te gustaría trabajar en este tipo de películas?
CO: Amo toda película que esté bien hecha y cuente con buenas actuaciones, pero tiendo a gravitar hacia la interpretación de personajes imperfectos, no hacia los heroicos. Usualmente son más interesantes.

ESQ: ¿Qué es lo que más te atrae de un guión?
CO: El diálogo es muy importante para mí. Un guión bien escrito es la herramienta con la que un actor puede trabajar. No tiene caso protagonizar una buena historia con personajes que no hablan bien. Un mal diálogo te hace lucir como un mal actor.

ESQ: No hay mujer del mundo que no se enamoraría de ti. ¿Cómo has logrado mantener un matrimonio de 20 años con tu esposa?
CO: Soy muy afortunado y tuve la bendición de casarme con una mujer muy especial que además es una gran mamá.

ESQ: ¿Cuáles son los retos de proteger tu vida privada a pesar de ser una figura famosa?
CO: Trato de mantener la cabeza abajo, alejarme de los reflectores y no ir a sitios que están de moda.

ESQ: Has dicho que jamás dejarías Londres. ¿Qué es lo que más amas de esta ciudad?
CO: Es mi hogar. Londres es una ciudad increíble llena de restaurantes e increíbles lugares para comprar. Dos de mis restaurantes favoritos son Cigala y Murano.

ESQ: Próximamente te veremos en tres películas: Blood Ties, Words and Pictures y The Last Knights. ¿Qué podrías decirnos acerca de estos filmes?
CO: Son tres cintas muy diferentes. La primera, Blood Ties, se sitúa en Nueva York en los años setenta. En esta película interpreto a un criminal que acaba de ser liberado de prisión y tiene una relación complicada con su hermano, que es policía. En Words and Pictures personifico a un profesor inglés que está apasionado por las palabras y aparece la brillante Juliette Binoche. Por último, en The Last Knights interpreto a un guerrero que debe vengar la muerte de su amo.

ESQ: ¿Cómo fue trabajar con el director Guillaume Canet y hermosas actrices como Mila Kunis y Marion Cotillard en Blood Ties?
CO: ¡Guillaume fue increíble! Me volví su fan cuando vi Tell No One, el thriller que estrenó en 2006, y Little White Lies, el drama de 2010. Y, en cuanto a las actrices, tuve la suerte de que no sólo son talentosas, sino que es increíble trabajar con ellas.

ESQ: Tu carrera empezó en televisión. ¿Te interesaría volver al medio?
CO: Estoy grabando una serie de 10 capítulos en Nueva York. El director es Steven Soderbergh, se llama The Knick y saldrá al aire en 2014. Está situada alrededor del Hospital Knickerbocker, en el downtown neoyorquino en 1900.

ESQ: Ernest Hemingway es uno de los grandes personajes que has interpretado. ¿Cuáles son los retos de trabajar en un papel así?
CO: Tuve la gran fortuna de inspirarme en un guión muy bien escrito y estructurado. Leí todo lo que Hemingway publicó e investigué tanto como pude. Después sólo trabajé con el equipo de filmación.

ESQ: Has actuado durante más de dos décadas. ¿Qué es lo que más atesoras de tu carrera?
CO: Me siento extremadamente afortunado de haber tenido las oportunidades que se me presentaron. Eso es lo que atesoro, que aún me siento inspirado y emocionado por la extraordinaria gente con la que trabajo.

ESQ: Ya llevas tiempo trabajando con Jaeger-LeCoultre. ¿Qué te atrajo de la marca como para aceptar colaborar con ella?
CO: Era y soy un gran fan de la colección Amvox. Eventualmente Jaeger-LeCoultre se acercó a mí ofreciendo la posibilidad de que me hiciera amigo de la marca. La aproximación fue muy orgánica.

ESQ: ¿Tu percepción con respecto a la manufactura de relojes ha cambiado desde que te involucraste con Jaeger-LeCoultre?
CO: Cuando visité la fábrica pude entender lo que implica el proceso de ensamblar una pieza de alta relojería. Estoy impresionado con la habilidad, paciencia y cuidado que se pone a cada pieza que hacen.

ESQ: ¿Qué es lo que más te gusta y lo que más valoras de la alta relojería?
CO: Usar un reloj es como caminar con una pieza de arte en tu muñeca.

ESQ: ¿Tienes algún Jaeger-LeCoultre favorito?
CO: Sí, por el momento es el Jaeger-LeCoultre Gyrotourbillon. Es una increíble pieza de ingeniería, de manufactura exquisita y que luce hermosa.

Juan Mata: el crack con corazón de oro

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Originalmente publicado en Esquire no. 62 (PDF aquí)

Es un domingo cualquiera en Londres. Sentado en una banca de la estación de Waterloo, Juan Mata espera la llegada del metro. El futbolista español, puntal del multicampeón Chelsea que pagó 28 millones de euros por él en 2011 al Valencia, disfruta recorrer la capital de Inglaterra como cualquier mortal: valiéndose del transporte público.

Cuando sale de casa, no le preocupa que una horda de fanáticos o periodistas le acosen, sino mantenerse a salvo del frío. Para protegerse lleva chamarra, bufanda, gorro y su inseparable reloj IWC.

Mata no viaja en vehículos blindados ni está rodeado de guardaespaldas. «El metro es la manera más rápida y sencilla para moverse a través de Londres. Me gusta llegar a diferentes zonas en autobús y taxi porque así puedo conocer la ciudad de otra manera», dice. Para el deportista, que a sus 25 años tiene la fortuna de ser exitoso en el más popular de los deportes, lo importante es hacer una vida normal, como los chicos de su edad.

El futbol se presta a los excesos y a la fama desbordada. El ‘humilde’ garaje de Cristiano Ronaldo, por ejemplo, es uno de los más envidiados del mundo. Entre otros autos, resguarda un Bentley Continental gt Speed, un Rolls-Royce Phantom Drophead Coupe y un Bugatti Veyron. David Beckham, por su parte, se casó con una Spice Girl que posee una colección de bolsas Hermès valuada en más de un millón de libras y vivió en la casa que los medios apodaron ‘The Beckingham Palace’, una mansión de los años treinta que presumía de siete hectáreas de terreno. Juan Mata, en cambio, habita un flat cerca de Stamford Bridge (el estadio de Chelsea) y llega a pie a sus entrenamientos.

El centrocampista lleva dos años viviendo en Londres, pero de tanto en tanto añora su vida en España (el blog que posee y él mismo alimenta dos o tres veces al mes se llama One Hour Behind, porque entre Madrid y Londres la diferencia horaria es de 60 minutos). En Asturias, al norte de España, está la calle Uría, donde se reunía con sus amigos. Ahí está también su familia y la fabada de su abuela, quien lo espera con un plato recién preparado para consentirlo cuando vuelve a su hogar.

Como los chicos de su edad, que prueban suerte lejos de casa, Juan extraña la comida de su lugar de origen. Cuando Marta, su madre, viaja a Londres para visitarlo, le lleva ingredientes típicos de Asturias. Juan intenta cocinar, pero no siempre tiene éxito. «No soy muy bueno cocinando, pero comiendo sí», dice. Empaquetada junto al jamón ibérico, en el compendio de efectos culinarios que recibe de su madre, también hay sidra española. Juan la sirve, distanciando la botella de la copa (una mano muy arriba y otra muy abajo), como un buen español sabe hacer.

Si el hijo de un ex futbolista del Burgos –que inspiró su profesión y hoy está a cargo de sus relaciones públicas– ha sobrellevado una nueva vida en Inglaterra, no sólo ha sido por amor al futbol, sino gracias a la pasión que comparte con su hermana Paula. «Me gusta mucho viajar. Ahora lo hago más gracias al deporte, pero el trabajo no siempre me deja tiempo para recorrer una ciudad. A veces solo vamos del aeropuerto al hotel y viceversa». Sin embargo, desde la ventana de su habitación en cualquier país europeo, Juan captura fotografías con su teléfono y las comparte a través de redes sociales. Como los chicos de su edad, presume sus viajes en Instagram. En el verano, mientras está de vacaciones, postea fotos desde el mar. En época de entrenamientos, retrata sus tenis verdes o a sus compañeros de equipo. Sus followers le siguen a través de las ciudades, estadios y vestidores. Un día está en Nueva York –una de las ciudades que más adora– y otro en Birmingham. En Twitter es igual: una tarde escribe feliz desde el Maracaná y en otra admite las fortalezas de sus rivales en la cancha. De este modo, en 140 caracteres, celebra sus victorias y –muy de repente– se lee el dolor de los fracasos de su equipo.

Cuando el número 10 del Chelsea alcanzó dos millones de seguidores en Twitter, publicó un video en YouTube para enviar dos millones de agradecimientos a lo único que no ha cambiado en su vida desde que empezó a tuitear: el apoyo de sus fans. Como los chicos de su edad, Mata sale con sus amigos a beber cerveza y a pasear por la ciudad. El público inglés lo reconoce, lo saluda y felicita. Uno que otro se detiene para pedirle una foto y un autógrafo. Juan siempre tiene tiempo para los demás y responde con amabilidad, accede al retrato solicitado y, con una sonrisa, queda inmortalizado en el Instagram de alguien más.

A pesar de que a los 23 años ya era un joven reconocido que había jugado en el Real Madrid Castilla y el Valencia, Mata no ha sido como las celebridades que golpean periodistas cuando les solicitan una entrevista, usan lentes oscuros para despistar a sus seguidores o despilfarran su dinero en público. El español puede comprar un buen traje en Savile Row, pero también buscar unos jeans cómodos en Bond Street. Puede usar una pieza de alta relojería, como las de IWC, y a la vez seguir encariñado con el primer reloj que llevó en la muñeca: un modelo que tenía calculadora en la pantalla y cambiaba los canales de televisión a distancia.

Cierta fama persigue a ciertos deportistas: de pocos temas pueden hablar si una conversación (o entrevista) no gira en torno al futbol. Con Juan Mata sucede todo lo contrario. Cuando millones de personas tenían puesta la mirada en el Mundial de futbol de Sudáfrica 2010, a él no sólo le preocupaban el balón y los once de la tribu, sino estudiar Marketing y Educación Física de manera simultánea. Además es bueno con los números: hubo una ocasión en que la Real Sociedad Matemática Española le pidió plantear un desafío matemático y Mata aceptó el reto. Hoy, que se ha familiarizado con la música indie, le ilusiona la idea de aprender a tocar la guitarra.

El asturiano habla de deporte si uno se lo pide, pero también disfruta platicar acerca de aquello que le apasiona fuera de la cancha. Si alguien le visita en Londres, presumirá del conocimiento que ha adquirido de la ciudad (a bordo de vagones de metro, autobuses y taxis) y será un excelente guía de turistas. Podrá conversar, con la misma facilidad, acerca de museos y zonas para ir de compras, o identificar los sitios donde Woody Allen filmó Match Point (2005).

En Messi, el goleador que nos despierta se va a dormir, el periodista Leonardo Faccio escribió que el futbolista más célebre de Argentina se aburre hasta con las series de televisión. A Mata le encanta leer. Conoce de memoria algunas líneas de Jorge Luis Borges y disfruta imaginar a los personajes de Paul Auster. «Paso tanto tiempo en aeropuertos, concentraciones y hoteles que me gusta tomar libros para desconectarme un poco del futbol. Lo que me encanta de la literatura es que te ayuda a evadir el mundo en el que estás». Juan aprovecha su tiempo libre para salir de viaje y postear fotos de los ejemplares que lee a bordo de un tren donde no solo viaja un futbolista estrella y campeón del mundo, sino un joven trotamundos que sale de casa con una mochila al hombro, como tantos otros chicos de su edad.

ESQUIRE: ¿Cuáles son los retos de jugar para un equipo multimillonario como el Chelsea?

JUAN MATA: A nivel deportivo, se trata de ganar títulos. Cada temporada el equipo pelea por títulos. Mi intención es mejorar como jugador para ganar.

ESQ: ¿Hay algún jugador que haya representado mucho en tu carrera?

JM: Cuando era pequeño, mi padre. Él también era futbolista y su ídolo fue Maradona. Siempre veía videos de él y a mí también me parecía un jugador irrepetible. Al crecer me interesó Pablo Aimar, de Argentina, que ahora está en un equipo portugués, y Zinedine Zidane, porque era un espectáculo.

ESQ: ¿Qué es mejor: el futbol español o el inglés?

JM: Depende cómo se valore. Son dos ligas diferentes. El inglés es más físico y de más ritmo. El español tiene que ver con la posesión. Lo cierto es que la liga inglesa, a nivel de espectáculo y organización, está muy bien. Estoy disfrutando mucho eso porque los estadios siempre están llenos.

ESQ: ¿Cuál es la situación del futbol español en este momento?

JM: La selección española está viviendo su mejor momento en la historia del país. Hemos ganado dos Eurocopas y un Mundial. Es cierto que este año los equipos alemanes superaron a los españoles y se han plantado en la final, pero equipos como Madrid y Barcelona siempre aspiran a cualquier título.

ESQ: Formas parte de la era de oro del futbol español. ¿Qué significa eso en tu vida?

JM: Es un orgullo. Me siento afortunado de estar viviendo este momento con la selección. Por suerte, llevo cinco años en la selección española, en la que hemos ganado prácticamente todos los torneos de un tiempo para acá.

ESQ: ¿Cuál es el principal reto para el Chelsea?

JM: A mí me encantaría ganar la Premier League. Es un título que no tengo. El Chelsea la ganó hace poco y sería fantástico repetirlo. Aquí hay jugadores de nivel y podemos conseguirlo.

ESQ: ¿Recuerdas tu gol más celebrado?

JM: Por el momento en el que fue, y porque estaban mi familia y amigos en el estadio, creo que el de la final de la Eurocopa cuando entré y marqué el cuarto gol. El último de la final, fue el más importante de mi carrera.

ESQ: Por último, ¿qué opinas del retiro de Sir Alex Ferguson?

JM: Independientemente del equipo en el que jugamos, todos tenemos un sentimiento de agradecimiento hacia él y hacia lo que aportó al futbol. Le deseo lo mejor en esta nueva etapa.

Éste soy yo: Carlos Cuarón

Imagen[Esquire no. 61]

Escritor. Director. 47 años. Ciudad de México.

  • Me fascina lo que hago. Sueño con seguir trabajando en cine con Alfonso Cuarón, mi hermano, y Jonás, mi sobrino. Este mes lanzamos películas al mismo tiempo. Alfonso estrena Gravity, un peliculón muy cabrón, y yo Besos de azúcar, película indie mexicana, también muy cabrona.
  • Creo que no hago películas aburridas, sino cintas entretenidas que no son superficiales y tienen distintos niveles de lectura. Puedes verlas como filmes ramplones, pero si te interesa también puedes encontrar mucha profundidad en ellos.
  • La particularidad de mis películas es el retrato social con sentido del humor. Rudo y cursi [2008] y Besos de azúcar tienen precisamente estas características.
  • Sentido del humor no necesariamente implica comedia, sino la posibilidad de reír en momentos que son dolorosos. En Besos de azúcar hay ligereza en la narración, pero es tremendo lo que le pasa a los dos niños que protagonizan la historia.
  • Los personajes son la base de una trama, no al revés. Dándoles profundidad y dimensión, encuentro la historia que quieren que cuente. Esto conlleva un acto de entrega, de rendirse al proceso creativo y a los personajes mismos.
  • Mis historias cambian mucho conforme las escribo. Los personajes se transforman a través de pequeñas acciones, diálogos y otros elementos. El proceso de escritura no se detiene sino hasta que terminas la película.
  • Me sentiría muy extraño si no escribiera mis propios filmes. Me involucro en mis historias desde su concepción, a partir del guión, porque me formé como escritor.
  • Cuando Alfonso cumplió 12 años y tuvo su primera cámara, me convertí en su asistente. Decidió desde muy chico que quería ser director de cine. Yo, en cambio, quería ser un escritor como Gabriel García Márquez: un intelectual que se mueve en medios políticos y asiste a recepciones en embajadas.
  • Cuando cumplí 19, mi hermano empezó a trabajar en Hora marcada, un programa de televisión. Me dijo: «Si quieres escribir, ayúdame con mis guiones». Así empezó la historia.
  • Me dediqué al cine por Alfonso, pero el desvío en mi carrera no quiere decir que he abandonado por completo la literatura. He publicado cuentos y he montado obras de teatro. Soy un novelista de clóset que algún día saldrá a la luz.
  • Lo que más admiro de Alfonso es su generosidad. Ha sido mi socio creativo, carnal, maestro y hermano mayor. Como cineasta es igual. Me ha enseñado mucho. Es un tipo con capacidades fuera de lo común. Es un fuera de serie. Lo admiro profundamente porque es capaz de crear un cine único y original que me gusta mucho. Es muy fácil trabajar con él porque la admiración es mutua.
  • Cuando mi hermano y yo empezamos a escribir Y tu mamá también [2001] fue en verdad increíble. Desarrollamos la historia a partir de Masculin, Féminin [1966], una película de Jean-Luc Godard.
  • Alfonso y yo estuvimos juntos durante el rodaje de los últimos dos shots de Rudo y cursi. Fue un momento absolutamente mágico y demencial. Se nos estaba yendo la luz y debíamos terminar. Era loquísimo. Él estaba en una unidad y yo en otra. Yo estaba con un fotógrafo y él con otro. Uno filmaba a Diego [Luna] y otro a Gael [García]. No había tiempo y todo era un desmadre. Los dos gritábamos indicaciones al mismo tiempo, nos volteábamos a ver y seguíamos trabajando. Cuando el asistente de dirección dijo: «Con esto acabamos», nos vimos y nos dimos un abrazo. Fue un momento muy intenso. Lo único que teníamos en la cabeza era que debíamos terminar y lo demás valía madres.
  • Ahora Alfonso y yo estamos produciendo el segundo largometraje de Jonás. Mi sobrino es el talentoso de la familia. Es verdaderamente genial y su segunda cinta será un peliculón porque la primera fue una maravilla. Los tres lidiamos con el mismo reto de todos los cineastas: levantar los proyectos. Para bien o para mal, el cine es un medio de expresión muy caro. Necesitas encontrar los 2.5 millones de dólares que yo busqué para hacer Besos de azúcar o los 100 que necesitó Alfonso para Gravity.

La lógica de un genio

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Originalmente publicado en Esquire no. 61 (PDF aquí)

A los 12 años, Alfonso Cuarón se hizo cineasta. Tenía una cámara carente de cinta para filmar, pero su imaginación era suficiente para crear una historia. El niño que creció en la colonia Roma, en la Ciudad de México, definió el sueño que perseguiría el resto de su vida cuando tuvo en las manos su primera Super 8. Mientras sus amigos jugaban futbol y hacían tarea, él recorría las calles con su cámara casera para capturar tomas imaginarias de lo que no podía filmar. Aunque treinta años después sería el director de Harry Potter and the Prisoner of Azkaban –cinta con 130 millones de dólares de presupuesto–, en 1973 no tenía dinero para comprar rollos de película. El cine, para el pequeño Alfonso, no duraba más de tres minutos y sólo se materializaba cuando un tío le regalaba un cartucho para trabajar. Así fue como Cuarón, el cineasta de la cámara vacía, aprendió que para filmar y editar una película primero hay que saber soñar.

El germen del cine está en las obsesiones de sus creadores. Alfred Hitchcock era incapaz de iniciar una producción sin esbozar sus escenas en papel. Al inicio de su carrera, Quentin Tarantino sólo podía redactar guiones de madrugada. Alfonso Cuarón, a casi cuarenta años de haberse hecho cineasta, es un obseso de los sueños. Sólo cuando una idea le seduce por completo, escribe. Al final se preocupa por las adversidades tecnológicas y financieras de la producción. Gravity, su más reciente filme, es la conjugación de una fantasía que comparte con su hijo, Jonás Cuarón. En los años sesenta, cuando Alfonso vio al hombre pisar la Luna, deseó convertirse en astronauta. Veinte años después, cuando Jonás observó la Estación Espacial Internacional en una pantalla IMAX, concibió la misma fantasía que su padre: viajar a un ambiente sin gravedad.

Los Cuarón empezaron a trabajar juntos la década pasada. Sin embargo, el intercambio de ideas entre padre e hijo se remonta a los años ochenta. En aquel entonces, Jonás tenía cinco años y Alfonso –“más joven e irresponsable que ahora”– atesoraba el placer de viajar de mochilazo con su hijo. En camino a sitios arqueológicos como Tikal, en Guatemala, el cineasta hablaba de sus tramas y personajes con su joven copiloto. Éste le observaba desde el asiento contiguo: con sus comentarios y preguntas, clarificaba las ideas de su papá. Treinta años más tarde se invirtieron los papeles. Una noche, Jonás fue a casa de su padre para contarle una de sus historias. Al mes siguiente, a cuatro manos, concluyeron el guión de Gravity.

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Alfonso sonríe: Gravity es la manifestación del aprendizaje que un padre recibió de su hijo. Jonás es el soñador detrás del guión de la cinta. Gracias a él simplificó sus historias y enfocó su creatividad en provocar experiencias sensoriales para transmitir ideas. Los astronautas de Gravity no combaten extraterrestres ni tienen encuentros cercanos del tercer tipo. No son testigos históricos de la carrera espacial ni protagonizan un documental. Tampoco deben impedir el Armagedón. No son héroes de ciencia ficción porque no provienen del futuro. Su historia podría iniciar un día cualquiera. Su conflicto es el mismo que padece quien jamás ha salido del planeta: enfrentar el miedo a morir solo. Gravity se diferencia de otras cintas de su clase porque transmite ese temor de principio a fin.

La historia de la película protagonizada por Sandra Bullock y George Clooney es tan simple que se resume en la lucha que emprende una pareja de astronautas para regresar a la Tierra. Sin embargo, el filme no cala hasta los huesos por su trama, sino porque materializa la angustia humana en 90 minutos de fotogramas. En Gravity, una amalgama de sonido y tiempo abrasa a un espectador que ya no está en la butaca del cine, sino en el espacio. Desde ahí observa el vaho formándose en el casco de un explorador que respira con atropello. Desde ahí se vuelve consciente del silencio. Desde ahí teme alejarse de la luz que proyecta la Tierra, pues a lo lejos sólo hay oscuridad. Flotando, mira su propio cuerpo desplazarse con lentitud; le desespera la torpeza de sus movimientos. Atestigua el llanto de una mujer, igual de vulnerable que él, y un nudo se agolpa en su garganta. ¿Cómo sería morir así?

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Si Gravity encarna lo que Alfonso Cuarón experimenta en torno a las dificultades y los obstáculos, Jonás tiene razón en reconocer, en su padre, a un luchador. Producir el guión de esta película no sólo requirió creatividad, sino determinación. Antes de iniciar el rodaje, Alfonso compartió el planteamiento de la cinta con dos colegas de Hollywood. Cuando habló de producir angustia en lugar de aliens, destrucción terrestre y ciencia ficción, uno le aseguró que no le alcanzaría el dinero. El otro, que la tecnología que requería aún no existía. Alfonso, como el niño de 12 años, volvió a saberse propietario de un sueño y una cámara, pero sin material para filmar.

Para que Gravity no se esfumara como las películas imaginarias de su infancia, el cineasta mexicano se sentó a romperse la cabeza con Emmanuel Lubezki. El fotógrafo, con el que ha compartido anhelos y angustias desde que rodó su primera película (Sólo con tu pareja, 1991), es el genio detrás de la iluminación naturalista de filmes de artistas visuales como Terrence Malick y Tim Burton. En 2009, director y fotógrafo –un tipo con bolsas en los ojos, barba de días y cabello rubio ensortijado– improvisaron una técnica para evitar elevar costos sin sacrificar calidad visual: robots que desplazaran cámaras e iluminación en perfecta sincronía con el movimiento de los actores.

Mientras duró el rodaje, todo el equipo aprendió a sobrellevar las mismas presiones que Cuarón. En un inicio, Bullock y Clooney aceptaron actuar colgados de cabeza. Sin embargo, como si fueran astronautas en trajes sin presurizar, la sangre se les agolpó en la cara y sus rostros enrojecidos dejaron de ser atractivos para la pantalla grande. Entonces cambiaron de técnica: primero actuaron dentro de un cubo iluminado de tres por tres; luego los animadores recrearon sus cuerpos digitalmente. Al finalizar el rodaje, Gravity no solo materializó el sueño de un padre y su hijo, sino el de más de 700 personas que a lo largo de cuatro años y medio se incorporaron a la producción.

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Hoy el calor abrasa la ciudad de Los Ángeles. Alfonso viste de negro, como siempre, pero luce una barba más blanca que hace cinco años, cuando posó para Esquire con motivo del estreno de Rudo y Cursi, filme dirigido por su hermano Carlos. Ahora, a los 51 años, usa anteojos para ver de cerca. Es abuelo y cómplice de los hijos de su hijo. Sonríe y un compendio de arrugas –como sábanas estrujadas– surca la orilla de sus ojos. No logró convertirse en astronauta, pero James Cameron ha dicho que fue capaz de hacer el mejor filme de astronautas que Hollywood ha visto.

Alfonso Cuarón aún conserva algo del niño que imaginaba historias en Super 8 aunque carecía de rollo para filmar. Al concluir la plática sobre Gravity, le pregunto cómo se ve en diez años. Sonríe (las arrugas vuelven a dibujar un acordeón) y responde: “En diez años tendré el pelo todavía más blanco, pero seguiré haciendo películas. Quiero hacer al menos una que provoque que ese niño de 12 años diga: “esa sí te quedó bien”.

ESTE SOY YO: Entrevista con Alfonso Cuarón

  • Todo lo que uno hace es reflejo y expresión de las experiencias propias. El punto de partida de Gravity, mi nueva película, fue que conozco muy bien las adversidades que vive la protagonista. Hace unos años comencé a preparar un filme que no pude concretar. Ya tenía locaciones y actores, pero inició la crisis económica y perdí el financiamiento. La experiencia me paralizó; fue tan dolorosa que me llené de miedos e inseguridades. En ese proyecto también estaba trabajando Jonás Cuarón, mi hijo. Recuerdo perfectamente que estaba con él y no me quedó más que decir: “Hay que mirar hacia adelante, pensar qué vamos a hacer ahora”. Decidimos hacer una cinta que retratara esas adversidades. Así fue como empezamos a escribir Gravity.
  • Gravity nació de un sueño con mi hijo. Cuando escribimos el guión, todo tenía sentido y parecía muy fácil: queríamos hacer una cinta de astronautas. El problema surgió cuando empezamos a llevar todo al terreno práctico y nos dimos cuenta de que era una película imposible. Gente como David Fincher nos dijo que la tecnología estaba en pañales y, para hacer la película, era necesario esperar al menos siete años. James Cameron, en cambio, apoyó mucho el proyecto, pero dijo que necesitaba 400 millones de dólares para concretarlo. Yo no estaba en condiciones de esperar siete años ni de juntar esa cantidad de dinero.
  • El asunto del dinero es circunstancial, pero también aprendes que no siempre lograrás hacer tu película. Es muy doloroso soñar, preparar una cinta y que de pronto todo se derrumbe. Sin embargo, también de eso se aprende. Curiosamente, hay ocasiones en que las oportunidades regresan, pero tú ya no quieres retomar un proyecto porque estás explorando un mundo nuevo.
  • La temática de Gravity es el renacimiento como resultado de las adversidades. En la cinta, todo es metafórico. Los deshechos del espacio representan los obstáculos que enfrentamos todos los días. Si eres afortunado, saldrás adelante con un mayor entendimiento. Eso es renacer.
  • En un momento u otro, todo el mundo atraviesa por una situación tan adversa como la que retrata mi película. Para ello, no es necesario estar en el espacio.
  • Gravity no es una película de ciencia ficción per se. La historia es muy sencilla y ocurre en el espacio en el día de hoy. Lo importante para mí era que el espectador sintiera que él es el astronauta perdido en el espacio.
  • Toda la película discurre en un ambiente de cero gravedad. Eso quiere decir que los personajes están flotando. No hay arriba y no hay abajo. No hay resistencia. Ese efecto es imposible de reproducir en la Tierra.
  • Las animaciones que realizamos en posproducción implicaron un poceso casi artesanal. Decenas de animadores enfrentaron un nuevo reto: trabajar sin gravedad. Para ayudarlos, contratamos a científicos que impartieran cátedras al respecto. El set de animación fue el más angustiado durante la filmación. El mero proceso de aprendizaje les tomó casi dos meses.
  • Las tecnologías deben estar al servicio de la creatividad. No son más que herramientas. Vivimos en una época en la que se permite tener sueños que pueden aterrizarse gracias a la tecnología. Espero que haya gente que la utilice para generar soluciones reales. Yo sólo soy un payaso de circo que la usa para hacer películas.
  • Como cineasta, no me preocupa filmar un blockbuster, sino concluir la película que tengo en mente. En el caso de Gravity tuve la suerte de contar con recursos, pero en realidad abordé la idea de la película de la misma pasión, desenfado y necedad que Y tu mamá también.
  • Vivir el proceso de selección que conlleva el cine es un placer. Todo inicia con la escritura del guión, con la posibilidad de soñar la idea y pensar cómo deberás aterrizarla. Es totalmente placentero porque no hay límites. Después llega el momento donde inicia la producción y te das cuenta de los retos que tienes que enfrentar. En el caso de Gravity fueron tecnológicos, pero otras veces pueden ser financieros y creativos. Por eso el cine también es un proceso de descubrimiento.
  • Sin importar si se trata de una adaptación o de un guión original, siempre haces tuyos los proyectos. Aunque quizá sea el peor cineasta para analizarlo –porque una vez que termino una cinta no la vuelvo a ver– estoy seguro de que si me sentara a observar todas mis películas encontraría un lazo que las une entre sí.
  • La narrativa es el veneno del cine. Las historias de nuestros días pueden comprenderse con los ojos cerrados: vas a ver una comedia romántica, compras palomitas, te sientas en la sala, cierras los ojos, termina la película y no te perdiste de nada. Entendiste todo porque fue como una radionovela. Para mí el cine es otra cosa, es un lenguaje propio que tiene más que ver con la música, el teatro y la literatura que con la pintura. Tiene que ver con el tiempo, ritmo y relaciones emocionales que tenemos.
  • Siempre intento retratar una verdad emocional que no sea sentimental. Desconfío del sentimentalismo. Lo rechazo por completo. Creo que lo importante es encontrar una verdad y tratar de despojarla de elementos que distraigan e impidan encontrarla. En algún momento de mi carrera pequé de ornamentar y fue cuando tomé la decisión consciente de cambiar por completo.
  • La inspiración es la vida. De pronto lo tuve muy claro: la vida es la que está poca madre. El cine y la tecnología son sólo partes de ésta. No hay que confundir su importancia con las prioridades creativas.
  • Hay que alejarse de los miedos y las preconcepciones para hacer lo que uno crea que es más honesto; no por seguir una estrategia o tratar de quedar bien con alguien. Si tú tienes una idea honesta, debes defenderla hasta el final.
  • Si logro conciliar la continuidad de mi vida con las situaciones de aislamiento en las que suelen estar mis personajes es porque a través del cine uno trata de entender conceptos y preocupaciones. Yo puedo tener una vida afortunada con mi familia, pero eso no quiere decir que no me inquiete comprender ciertas cosas. Esta película aborda la adversidad y la posibilidad de renacer porque es una preocupación constante en mi vida.
  • Mi infancia fue más parecida a la de mis abuelos y tatarabuelos que a la de mis hijos; se relacionó más con la generación del siglo XVII que con la de los jóvenes de hoy. Todos estos chicos han nacido con un nuevo set de herramientas tecnológicas. Éstas tienen que ver con la revolución digital, que provoca que el mundo sea completamente distinto. Para estos jóvenes, el mundo está en sus manos: en una pantalla.
  • De niño soñaba ser astronauta y cineasta. Ahora sigo soñando con viajar al espacio. No quiero volver a hacer una película al respecto, pero astronauta sí quiero ser.
  • De chavo solía escaparme al cine. Decía que iría a jugar con mis amigos, pero en realidad iba al cine y no hacía tarea. Veía dos o tres películas al día. Cerca de mi casa estaban dos cines maravillosos: el Estadio y el Gloria, que tenían programas dobles y triples. Eran a todo dar.
  • Me acuerdo perfecto del día en que recibí mi primera cámara. Yo la compré. No pasé semanas ni meses viéndola y sin soltarla, sino años.
  • El niño que filmaba con Super 8 era más sabio que yo. Quería hacer mejores películas. A veces pienso que si ese chavo me conociera, diría: “Ah, bueno, estaré haciendo cosas increíbles. Qué chido”. Pero por otro lado creo que sus ambiciones eran mayores. Y no lo digo con frustración, sino porque espero que todavía me queden muchos años para tratar de cubrir sus expectativas.
  • Es muy importante que la nueva generación de jóvenes no pierda sus sueños. El punto de partida no debe ser la tecnología, la producción o el dinero, sino un sueño que desees convertir en realidad. A veces puede implicar una gran producción, pero hay ciertos sueños que tienen que ver con universos ligados a la realidad sociopolítica, como fue el caso de Y tu mamá también, o con una metáfora de la realidad, como sucedió con Niños del hombre. La creatividad es lo primero.
  • Mi generación critica que los jóvenes ya no ponen atención. Sin embargo, no creo que sea eso, sino que tienen prioridades distintas. El otro día hablaba con Guillermo de Toro y decíamos que el cine que nosotros hacemos algún día será el equivalente a las operetas y zarzuelas. Muy pronto llegará gente de una nueva generación a decirme: “A mi papá le gustaba mucho eso que hacías en cine”. Los jóvenes tienen otro ritmo, un lenguaje mucho más directo, breve e inmediato. Eso es lo que trajo Jonás a Gravity.
  • Trabajar con Jonás fue un aprendizaje que tiene que ver con las herramientras tecnológicas y estéticas de las nuevas generaciones. Él me decía que podía abordar los temas que me gustan sin mostrarlos de una manera densa. Me sugirió ser mucho más experimental, sin ser tan intelectual, y eso fue una gran liberación para mí. Me enseñó un nuevo camino, de una mayor simplicidad, donde las cosas pueden ser ligeras y entretenidas sin que por ello pierdan profundidad.
  • De Jonás no sólo admiro su talento, sino también su sabiduría. Sabe tomar todo con calma y diferenciar una adversidad de aquello que puede resolverse. Siempre mantiene cierta ecuanimidad con respecto a sus logros y fracasos. Tiene muy claro cuáles son las prioridades en su vida.
  • Hay miles de experiencias que atesoro como papá. Ser padre es ‘la’ experiencia, es lo único que me haría ver el cine como algo irrelevante. Es genial.
  • Además del cine, amo viajar con mis hijos. Lo hacía con Jonás desde que era chiquito. Era un papá backpackero que salía con un chavito para meterse a lugares a los que no debió haberse metido. Recientemente tuve la suerte de pasar dos semanas en Perú con mis hijos pequeños. Realmente disfruto salir con ellos. De hecho, lo que más me emocionaba de que Gravity abriera el Festival de Venecia era que iba a compartir ese momento con Jonás, que escribió la película; con mis otros dos hijos y con mis dos nietos. La experiencia fue uno de los regalos más bellos que me ha dado la vida.
  • Ser abuelo es a todo dar porque a los hijos hay que cuidarlos, pero a los nietos sólo hay que echarlos a perder.
  • Ya estoy trabajando en un nuevo proyecto con Jonás, estamos a todo vapor en la preparación de Desierto (2014).

El arca de Noah

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[Esquire no. 57]

El destino de la última producción televisiva que Steven Spielberg auspició para reafirmar su liderazgo en materia de ciencia ficción, dependió de la decisión de un niño de seis años. Meses después de haber interpretado al doctor John Carter en 254 de los 331 episodios de ER, Noah Wyle llegó a casa y llamó a su hijo Owen para plantearle la siguiente pregunta: “¿En qué papel preferirías ver a papá la próxima vez que aparezca en televisión: policía, abogado o cazador de aliens?”. Como haría todo afortunado en condición de transformar a su padre en el héroe de sus sueños, Owen tomó la única decisión plausible y Wyle se convirtió en el protagonista de Falling Skies, serie posapocalíptica que este mes estrena su tercera temporada.

Antes de aceptar este papel, Wyle dedicó más de una década de su vida a coprotagonizar un drama televisivo que retrataba las hazañas y peripecias de un grupo de médicos de una sala de urgencias de Chicago. En 2009, ER pasó a la historia como la única serie de su clase en haberse transmitido durante 15 años ininterrumpidos en Estados Unidos y haber recibido más de 124 nominaciones a los Emmy Awards. Gracias a esta producción, Wyle obtuvo el papel más prolífico de su carrera y la tentación de decirle a su madre (una enfermera que temía por su futuro como actor): “Mi hospital paga mejor que el tuyo”.

La nueva temporada de Falling Skies –que se estrena el 19 de junio a las 10 pm por TNT– augura nuevos aliens y enigmas. Es una producción que presume del ingenio del productor que llevó a ER al estrellato. Según Wyle, la presencia de Steven Spielberg es evidente tanto en la calidad de los guiones, como en el proceso de posproducción y creación de efectos especiales de la serie. “Es el mejor narrador de historias de mi generación y es un honor trabajar para él”, agrega el actor antes de homologar la reputación de su jefe a la de cualquier marca respetable que, con la sola mención de su nombre, añade prestigio a la producción que la respalda.

En Falling Skies, Noah interpreta a Tom Mason, un experto en historia militar que, para rescatar a su hijo de los aliens que han invadido y neutralizado la Tierra, se convierte en el único líder capaz de salvar a la humanidad. En la vida real, el actor comparte el nombre del personaje bíblico que Dios eligió para construir el arca que resguardaría el porvenir humano del Diluvio Universal y ha asumido esta curiosa coincidencia para manifestar al héroe que todos llevamos dentro: “Si la Tierra se viera amenazada y yo pudiera preservar algo de nuestra civilización, salvaría gente, algunos animales y tantos libros como fuera posible. Y, si contara con la cooperación de los gobiernos del mundo, recorrería museos para reunir tantos tesoros como pudiera”.

Wyle –tal como su personaje en Falling Skies– se ha transformado con el tiempo. Hace 14 años, una llamada irrumpió en su tranquilidad. La voz al otro lado del teléfono le provocó taquicardia: “¿Noah? Habla Steve Jobs”. El genio que desbancó al fruto prohibido de Eva como la manzana más popular del mundo, le llamaba para comentarle que Pirates of Silicon Valley –película que Wyle había protagonizado para retratar al magnate de Apple– le había parecido pésima, pero que su interpretación le había encantado. Wyle, sonrojado hasta el borde de un colapso emocional, se congratuló en silencio. Era una época en la que su principal motivación profesional era obtener reconocimiento público. Hoy las cosas han cambiado.

En 1998, cuando su felicidad podía calcularse de manera directamente proporcional a los 35 millones de dólares que llegó a obtener por salvar vidas en la sala de urgencias más famosa de la televisión, Wyle estaba enfocado en obtener roles exitosos y lucrativos. Ahora, con 42 años recién cumplidos y un hijo le acompaña al set para observarlo acrbillar aliens con metralletas, todo se ha vuelto un asunto doméstico. “Antes perseguía papeles que implicaran un reto o situación interesante para explorar. Actualmente, la mayor parte de mis elecciones tiene que ver con lo que quiero que mis hijos vean y me piden que haga”. Hoy Noah Wyle es el cazador de aliens predilecto de Steven Spielberg, pero también es el padre de familia que sabe que lo más importante en su vida no es posicionarse como un ídolo de la ciencia ficción, sino como el héroe que sus hijos esperan cada noche cuando vuelve a casa.