A 70 años de su muerte, la obra de Frida Kahlo aún conecta con miles en el mundo

Originalmente publicado en The Associated Press, julio de 2024 (link aquí)

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CIUDAD DE MÉXICO (AP) – La Frida Kahlo que sostiene la mirada desde el óleo no es el hueso y la carne que su familia sepultó hace 70 años, cuando la vida de la artista mexicana se apagó el 13 de julio de 1954.

En “Diego y yo” se representa, como en el resto de sus autorretratos, con símbolos que aluden lo mismo a un cuerpo herido que a un espíritu firme.

En el óleo lleva el pelo suelto de un león y el rostro fuerte, sereno, aunque de sus ojos caen tres lágrimas. En su frente aparece el rostro de su marido, el también artista Diego Rivera, y en el centro de la cabeza de Rivera, un tercer ojo.

Que “Diego y yo” se convirtiera en la pintura latinoamericana más cara jamás subastada —en casi 35 millones de dólares— tiene una razón de ser.

A siete décadas de su muerte, Kahlo aún conecta y conmueve. Enmudece a espectadores en museos. Mantiene el interés de los fanáticos que llevan su imagen en bolsos, camisetas y gorros. Inspira los selfis que los turistas se toman en Ciudad de México, cuando visitan su preciosa Casa Azul

“Frida trabajó el poder del individuo”, dice la investigadora y curadora del arte Ximena Jordán. “No está haciendo un culto al ego porque no se retrata como era, sino que se auto-crea, se re-crea”.

Su obra transmite que todo individuo es vasto, complejo y poderoso. Rompe la distancia que sus contemporáneos mantuvieron con sus espectadores al crear piezas que exploraban, sobre todo, el progreso, la máquina y los juegos de poder.

Kahlo, en cambio, se siente cercana. En obras como “El venado herido”, que alude a la imaginería del mártir en el catolicismo, retrata la dimensión espiritual de su vida y plasma aquello que se puede tocar, sentir, sufrir.

“Yo conecto con su corazón y sus escritos”, cuenta Cris Melo, una artista estadounidense de 58 años que vive en California y ha inspirado parte de su obra en Kahlo. “Tenemos el mismo lenguaje del amor y una historia similar de angustias”.

Melo, a diferencia de Kahlo, no sufrió un accidente de autobús que le perforó la pelvis y le heredó una vida de cirugías, abortos y la amputación de una pierna. Pero sí sabe de dolor físico y en medio de ese sufrimiento, de esos años de sentir que la resiliencia se le escapaba, se dijo: “Si Frida pudo con esto, yo también”.

“Los autorretratos de Frida son un recordatorio de que todos tenemos muchas maneras de ejercer y realizar el poder que nos dio la vida. O Dios, por decirlo de alguna manera”, agrega Jordán.

Como otros que compartían una ideología marxista, Kahlo pensaba que la Iglesia católica era castrante, inquisidora y racista. La desdeñaba como todo artista forjado en un contexto modernista y posrevolucionario, pero a la vez comprendió que en la devoción al catolicismo hay una dimensión espiritual que beneficia a los humanos.

En su obra y el hogar que compartió con Rivera, las imágenes y símbolos religiosos abundan. 

La Casa Azul, por ejemplo, preserva su colección de 473 exvotos, pequeñas pinturas que algunos católicos ofrendan como agradecimientos por milagros o dones recibidos. No se sabe el momento exacto en el que la artista comenzó a coleccionarlos, pero se calcula que fue desde los años 30 y que muchos fueron obsequios.

El hecho de que Kahlo atesorara estos objetos podría obedecer, según Jordán, al entendimiento que la artista dio a su vida tras el accidente. ¿Por qué, si no por una suerte de milagro, habría sobrevivido al brutal choque entre un tranvía y un autobús?

“La única diferencia es que ella, por su situación contextual, no atribuye ese milagro a una deidad de origen católico, sino a la generosidad de la vida”, dice la experta.

A pesar del dolor físico y emocional que Kahlo plasma en sus óleos, no hay amargura, tristeza o derrotismo entre quienes admiran su obra.

Los seguidores de cuentas de Instagram que reproducen sus pinturas emulan su fuerza, su ímpetu. Crean estampas con el rostro sereno de la mujer que convirtió su columna rota, sus abortos y las infidelidades de su marido en arte.

“Frida inspira a muchas personas a ser constantes en algo”, dice Amni, un artista español que reside en Londres y reinterpreta la imagen de Kahlo con inteligencia artificial.

“Otros artistas me han inspirado, pero Frida ha sido la más especial por todo lo que pasó”, agrega. “A pesar del sufrimiento que tuvo, del amor, el desamor y el accidente, ella siempre estuvo firme”.

Para él, como para Melo, las obras más memorables de Kahlo son las aquellas en la que Rivera aparece en su frente, como un tercer ojo: “Diego en mi pensamiento”, actualmente en el Museo de Arte de Carolina del Norte, en Estados Unidos, y “Diego y yo”, que puede visitarse en el Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires, en Argentina. 

“Frida, probablemente por razón de su accidente, aunque es una artista de la modernidad, trabaja desde una perspectiva posmoderna y por eso los espectadores se sienten más identificados con ella en el siglo XXI”, dice Jordán. “Porque involucra un respeto, una atención y una consideración a las creencias de los demás”.

Por las lágrimas que caen de su rostro en “Diego y yo”, la pintura suele interpretarse como una representación del sufrimiento que Rivera le ocasionó, pero la inclusión del tercer ojo —que representa el inconsciente en el Hinduismo y la iluminación en el Budismo— refiere algo más.

“La religiosidad de la obra no está en el hecho de que Frida tenga a Diego en su pensamiento porque eso no es religioso”, dice Jordán. “Pero el hecho de que lo tenga como un tercer ojo, y que Diego a su vez tenga un tercer ojo, da cuenta de que su afecto la hacía trascender a otra dimensión de la existencia”.

En otras palabras, Kahlo establece cómo, a través del amor, los individuos conectan con su dimensión espiritual.

A lo largo de su obra, aunque desate sufrimiento, el dolor es pulsión vital. Por sus mejillas chorrean lágrimas, sí, pero según explica Jordán, denotan algo más. 

“Dan cuenta de que está viva, representan la actividad del corazón”.

Quizá por eso la última de sus pinturas difícilmente expresa que Kahlo estaba punto de morir. 

Sobre una mesa con sandías bajo un cielo seminublado, el cuerpo partido de una de las frutas dice: “Vida la vida”.
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AP Foto/Mary Altaffer

La cobertura de noticias religiosas de The Associated Press recibe apoyo a través de una colaboración con The Conversation US, con fondos del Lilly Endowment Inc. La AP es la única responsable de todo el contenido.

Fridas

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Semanas después del terremoto del 19 de septiembre de 2017, Diego Fonseca contactó a 35 autores para escribir un texto que nos permitiera pensar el sismo desde distintos puntos de vista. El resultado fue «Tiembla», que publica editorial Almadía y donará las ganancias por las ventas del libro a la campaña Tejamos Oaxaca, para ayudar a víctimas de los sismos recientes.

¿Qué hay en un nombre? En México, «Frida» remite a nuestros vacíos y a nuestra manera de llenarlos: una perrita rescatista que se volvió heroína nacional aunque no rescató a nadie, una niña inexistente que nos inventamos con el deseo de encontrar vida bajo los escombros y, en el pasado, una pintora surrealista que era bella y exitosa aunque por dentro estuviera rota. Las «Fridas» no cuentan su propia historia, sino la nuestra. Éste es un primer apartado del texto. El libro puede comprarse en Almadía

Vi a Frida una sola vez.

Habían pasado nueve días del terremoto y los fotógrafos trataban de enfocarla mientras ella daba saltitos despreocupados sobre el pasto sin detenerse a mirarnos. Era la estrella de la tarde, la nota del momento. Aquella golden retriever tenía un magnetismo irresistible. Bajo las manos morenas de su amo fingía obediencia, pero sin previo aviso podía estrellar su nariz contra la mía o sacudirse hasta que sus orejas volaran como pañuelos. Era la mascota de película que de niña soñaba recibir como sorpresa de cumpleaños.

Frida nació a los ocho años de edad. Ya tenía una carrera y pesaba treinta kilos. Ya se uniformaba con chaleco, botitas de neopreno y goggles para perderse entre pilas de escombros en busca de cadáveres y sobrevivientes. Ya presumía viajes como rescatista del Ejército en Ecuador y Haití. Se llamaba Frida pero no era Frida. Sólo un sabueso con un nombre familiar.

De pronto, un tuit. “Ella es Frida”. El soplo de vida del demiurgo no fue un soplo sino Palabra. Once caracteres y un video con su imagen presentaban al mundo a la heroína de México, una especie de rescatista inmaculada que se mostraba desinteresada y amorosa.

En segundos, la adoración. El mensaje de la Secretaría de Marina salpicó miel por todas partes y nosotros paladeamos el jarabe agradecidos. A minutos de su primer ladrido en Twitter, una mujer sugería vender perros de peluche con la imagen de Frida y otra pedía a Dios que la cuidara en su labor. Dos horas después, alguien recurrió a las mayúsculas:

“ELLA ES PERFECTA”.

Frida nació del sismo, de los mexicanos renacidos por el cisma de la Tierra. La concebimos con paciencia, la nombramos. Hebra por hebra tejimos el mito, la fantasía. La esculpimos a la medida y fue nuestro regalo. Fuimos Pigmalión.

El mito es un habla, escribía Roland Barthes. Es el andamiaje de un discurso, una manera de significar. Hablamos y desplazamos objetos, conceptos, ideas. Así, un perro es un perro, pero un perro narrado por un país que llora a sus muertos bajo edificios caídos deja de ser estrictamente un perro. Se ha reinventado, satisface una carencia.

En el abrazo convulso de la Tierra no sólo se agrietaron edificios. Al centro de México se abrió una cavidad; se fracturó la vida y sumidos en ese hueco hubo que nombrar todo de nuevo.

Al juntar todos los trozos nos armamos otro mundo y lo llamamos Frida.