Un triste olor a muerte

 Zusak

Originalmente publicado en Esquire no. 65 (PDF aquí)

Se escapa la tranquilidad al leer una novela narrada por la muerte. Se escapa la ansiedad de saber que una novela narrada por la muerte sólo puede terminar en muerte. Se escapa la pena de pasar 550 páginas hundiendo las narices en la vida de personajes encantadores pero que, con todo y su encanto, sabemos que podrían morir.

The Book Thief se publicó en 2005 y ha ganado al menos 10 premios importantes, como el Publishers Weekly Best Children’s Book of the Year en 2006. Desde que salió a la venta fue un fenómeno y estuvo 375 semanas en la lista de best sellers de The New York Times. Ha recobrado importancia tras el éxito que tuvo hace unas semanas la cinta del mismo nombre.

Aunque una adaptación para cine sea muy buena y aprehenda la esencia de la novela, es muy complicado que logre reproducir todos los detalles, todas las descripciones. Por eso vale la pena leer The Book Thief aun tras haber visto la película, porque la minuciosidad de la prosa de Markus Zusak permite generar una experiencia distinta a la cinematográfica. Nos sentamos con el australiano para que nos hablara de esta enternecedora novela.

ESQUIRE: Cuando empezaste a escribir, ¿imaginaste que The Book Thief sería tan exitosa?

MARKUS ZUSAK: Al contrario, pensé que sería el menos exitoso de mis libros. Imaginaba que si a alguien le gustaba, lo recomendaría a sus amigos, pero ¿qué les diría?: “Trata de la Alemania nazi, está narrado por la muerte y al final casi todos mueren. Tiene casi 600 páginas, pero te encantará” [ríe]. No puedes imaginar que a alguien le interese leer eso, pero su éxito comprobó que no sé nada de la industria editorial. Sin embargo, creo que el hecho de que pensara que fracasaría fue lo que me liberó y me permitió tomar los riesgos que tomé. Fue como escribir para mí mismo, y creo que la gente lo percibió.

ESQ: Tus padres vivieron la Segunda Guerra Mundial en carne propia. ¿Qué influencia tuvo eso en la novela?

MZ: Crecí en Sídney y jugaba cricket bajo el sol, pero mis padres me hablaban acerca de su origen. Jamás me dijeron “este es el lugar del que provienes”, sino que me contaban historias. Mi madre, por ejemplo, decía que el cielo estaba cubierto de fuego y que tenía que colgar la bandera nazi en su ventana cuando Hitler cumplía años mientras escuchaba a sus padres discutir al respecto. Mi padre debía unirse a las juventudes hitlerianas, pero como no quería, se iba a un río a lanzar piedras al agua y cuando regresaba a casa sus padres le preguntaban “¿cómo te fue?”. Él mentía y decía que bien. Las historias que escuché no son las que observas en cualquier documental de la Alemania nazi. Así nació The Book Thief.

ESQ: ¿Qué tanto te preocupó que la gente que vio la película se fuera con una idea similar a la que buscaste transmitir con el libro?

MZ: Es curioso, pero no pienso mucho en eso. Lo que me llevo de esta experiencia es una película que celebra los libros y la idea de que estamos hechos de muchas cosas, pero sobre todo de historias. Los relatos que leemos, que escribimos y que nos gustan realmente tienen que estar inspirados en nuestras vidas. Lo que más me gustó de la adaptación es que recoge esta idea de manera central.

Una novela para conversar

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Originalmente publicado en Esquire no. 65 (PDF aquí)

En Los gatos pardos se relata tres veces una misma noche de verano, pero se mira con tres pares de ojos distintos, los de Jacinto, María y Ginés. Las vidas de este trío —un guardaespaldas, una quinceañera y un tipo retraído— se entretejen en Murcia, España, y se revelan a través del habla: en la nueva novela de Ginés Sánchez, los personajes conversan sin descanso —entre ellos o con el lector— y empapan la trama de un ambiente vertiginoso y amenazante. Sea durante una fiesta o una escena de seducción a puerta cerrada, se respira tensión. Con esta obra —apenas la segunda de su trayectoria— el murciano obtuvo el 9º premio Tusquets de Novela, que antes fue ganado por escritores como Evelio Rosero, Élmer Mendoza, Sergio Olguín, Rafael Reig y Fernando Aramburu. En la siguiente conversación, Sánchez revela cómo concibió este libro, su técnica de escritura y su opinión sobre el estado actual de la literatura española.

ESQUIRE: En la novela hay tres historias entrelazadas. ¿Nacieron así o las concebiste por separado?

GINÉS SÁNCHEZ: Por separado. Eran tres narraciones independientes que fueron pensadas como una especie de divertimento. Todo inició cuando me puse a pensar en los personajes. Después se fue armando la historia de cada uno, y posteriormente llegó el momento en que decidí escribir una novela para relacionarlos y conectarlos. En general, los personajes siempre estuvieron delimitados, pero cuando me senté a escribirla no sabía dónde iba a terminar.

ESQ: Pareciera que se lee un mosaico de conversaciones, ¿por qué elegiste esta manera de narrar?

GS: Me interesaba que los personajes se explicasen a sí mismos, que yo no tuviera que intervenir para nada, sino sólo ser una especie de cámara que los va siguiendo. Quise usar el recurso de la reflexión lo menos posible. Pienso que hay que hacerlo así porque, de lo contrario, la novela decae.

ESQ: ¿Qué tan difícil es crear diálogos que se sientan naturales sin perder la formalidad literaria?

GS: Es algo con lo que he experimentado desde hace algún tiempo. También entiendo que cuando en la novela se reproducen conversaciones tal cual son, pueden perder sentido y no aportar nada. Sobre todo, se trata de involucrar la acción en el diálogo. Cuando me siento a escribir, después suelo darme cuenta de que hay cosas que no sirven. Entonces hay que condensar todas las frases y así, poco a poco, armar toda la obra.

ESQ: ¿Por qué importa la descripción física de un personaje?

GS: Porque revela algo de su personalidad. Es decir, como escritor eliges darle determinadas cualidades porque ya tienes previsto cómo será su carácter. En el físico hay mucho más que ver. Está, por ejemplo, la manera de mirar, la posición de los ojos y el tono de voz al hablar.

ESQ: Los novelistas cada vez intentan incorporar nuevas técnicas de narración. ¿Cómo describirías el panorama de las letras en general?

GS: Pienso que se están abriendo nuevas puertas. Percibo que hay gente que está empezando a soltarse —sobre todo en España— de esa especie de corsé que te limitaba a hacer las cosas siempre de la misma manera, con una estructura hecha y una manera de escribir oficial. Todo el mundo, al final, estaba formando parte del mismo patrón. Pero últimamente he visto gente que está empezando a hacer cosas distintas y pienso que eso a la novela le viene muy bien. Creo que durante un tiempo ha habido un cierto miedo y comodidad, pero poco a poco eso se va sacudiendo y es una muy buena noticia. 

El nuevo RoboCop

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Originalmente publicado en Esquire no. 65 (PDF aquí)

En 1997, una supercomputadora venció a Garry Kasparov, Gran Maestro de ajedrez. “No jugaba como una máquina, sino como el mejor ajedrecista del mundo”, dijo el ruso cuando Deep Blue dejó de ser un mero dispositivo tecnológico para convertirse en el rival que lo derrotó en público.
El miedo a que nuestras propias creaciones nos aniquilen comenzó en la ficción, pero a más de medio siglo de que el legendario escritor Isaac Asimov enunciara las tres leyes de la robótica para contener el potencial destructivo de un androide, la red arroja más de seis millones de resultados al googlear el concepto “robot apocalypse”.

A fines de los ochenta y principios de los noventa, el cine concibió nuevos escenarios para superar el temor a la rebelión de las máquinas. RoboCop (1987), de Paul Verhoeven, y Terminator 2: Judgment Day (1991), de James Cameron, no sólo garantizaban que la tecnología no nos destruiría, sino que nuestra única esperanza para sobrevivir estaría en manos de un robot. En ambos casos, el cyborg defiende al ser humano de la corporación y es un antihéroe —como Batman— dispuesto a desafiar lo socialmente aceptado para alcanzar un bien mayor. Mientras que la cinta de Cameron retrata a un robot humanoide que viaja al pasado para salvar al hombre capaz de destruir el sistema que amenaza a la civilización, la película de Verhoeven reivindica las virtudes de la robótica.

Cuando RoboCop llegó al cine, más de un académico destacó los argumentos sociales y filosóficos de la trama. En ésta, una mega corporación privatiza la fuerza policiaca de Detroit para imponer un nuevo orden a través de robots que controlen las calles. De este modo nace el Proyecto RoboCop, que se concreta cuando el agente Alex Murphy —un agente asesinado por delincuentes— es resucitado y transformado en una criatura mitad humana y mitad máquina. La sociedad que encara el nuevo policía va decayendo a medida que aumenta la violencia y la corrupción. Aunque Murphy pierde la memoria al transformarse en androide, persigue la justicia al grado de confrontar a sus creadores (como la criatura de Mary Shelley al doctor Frankenstein), quienes de inicio propiciaron la descomposición social.

Este mes, la historia se reescribe con la dirección del brasileño José Padilha —Elite Squad (2007)— y la interpretación de Joel Kinnaman —The Killing (2011)—como RoboCop. El gran Michael Keaton, quien personifica al director de la corporación a cargo del proyecto, da más detalles sobre la película.

ESQUIRE: ¿Qué fue lo que más te atrajo de esta cinta?

MICHAEL KEATON: Aunque escucharás otros comentarios acerca del elenco y el equipo, el principal atractivo para mí fue trabajar con el director José Padilha. ¡Es maravilloso! Creo que me encontraba en mi rancho cuando me llamó para convencerme. Después de hablar con él varias veces pensé que, si era capaz de hacer la mitad de lo que planeaba, resultaría una película inteligente y entretenida.

ESQ: ¿De qué modo decidiste aproximarte al papel de Raymond Sellars, el director de OmniCorp?

MK: No creía que debía ser el típico villano que se frota las manos y desea dominar el mundo. Deseaba evitar ese cliché y José, que considero el director más inteligente con el que he trabajado, se aseguró de que esto no ocurriera. Desde que recibí el guión me pareció que era un personaje muy interesante. No creo que fuera del todo malo ni que el dinero fuera lo más importante para él.

ESQ: Entonces, ¿cuáles dirías que son las motivaciones de tu personaje?

MK: Raymond Sellars es un gran pensador. Está convencido de que el enfoque robótico beneficiaría la aplicación de la ley y el orden. Quizá defendería que hay una razón moral para hacerlo. Creo que busca convertirse en un innovador y tiene curiosidad sobre las cosas que pueden cambiar el mundo. Y, bueno, gran parte de esto también obedece a su ego.

ESQ: ¿Realizaste alguna investigación previa a la interpretación de este papel?

MK: Sí, además de lo que estaba en el guión, hablé con diferentes científicos y expertos en robótica, como Hugh Herr, del Massachusetts Institute of Technology (mit). Me interesó conocer más acerca de lo que sucede hoy en día y las implicaciones morales que esto tiene. Me intriga saber hacia dónde se dirige todo. Tras pasar un tiempo con ellos, me di cuenta de que trabajan en cosas increíbles para ayudar a las personas cuando lo necesitan. Por ejemplo, han creado brazos y piernas artificiales.

ESQ: ¿Concides con los actores que dicen que es más divertido interpretar a un villano?

MK: Sí, lo que sucede es que estos personajes suelen tener más matices. Supongo que esto ya se ha convertido en un cliché.

ESQ: ¿Viste la versión original de RoboCop?

MK: No, pero hace poco leí una entrevista en la que un tipo comentó que vio la película original otra vez y la apreció más debido a que pudo percibir su tono satírico. En pocas palabras, que no se trató en absoluto de una película tonta.

ESQ: Joel Kinnaman interpreta a RoboCop y Gary Oldman al Dr. Dennett Norton. ¿Qué nos puedes decir sobre ellos?

MK: Joel es un actor estupendo y un hombre inteligente. Trabajar con Gary Oldman fue grandioso. A los dos nos emocionó formar parte de esta película, lo cual debo admitir que fue halagador para mí.

ESQ: Tras tantos años de carrera, ¿cómo eliges las películas en las que vas a trabajar?

MK: Hay varios criterios, pero en general busco trabajar con directores realmente buenos —como José—, lo que no es fácil porque hacen pocas películas. Hablando en general, ahora tengo más interés en actuar del que tuve en mucho tiempo.

ESQ: ¿Cómo describirías esta nueva versión de RoboCop? Sobre todo para quien no conoce la historia…
MK: Es una película de acción acerca de un hombre muy reflexivo. Ofrece un enfoque inteligente de los temas que aborda y resultó ser una cinta increíble.

ESQ: Ya experimentaste la presión de vestir un traje como el de Batman, ¿alguna vez quisiste ponerte el de RoboCop?

MK: No, pero creo que no es fácil usar un enorme traje negro con aspecto robótico y, al mismo tiempo, conseguir una interpretación genuina. Con Batman sabíamos que si hacíamos las cosas de forma equivocada, todo podría terminar adquiriendo un aspecto estúpido.

ESQ: ¿Cuál es el debate que la película plantea sobre el uso de la tecnología?

MK: Cuestiona en qué medida usamos la tecnología o si ésta nos usa a nosotros. Yo no soy muy bueno con ella, pero estoy mejorando. Para ser franco, no creo que haya otra opción.

Este soy yo: Luigi Amara

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  • El principal reto del escritor contemporáneo es encontrar un lugar creíble en la sociedad. De algún modo, éste se ha descentrado y ya no tiene un sitio preponderante a menos que coquetee con el mercado y, en cierta medida, se vuelva una figura del espectáculo.
  • El escritor tiene que buscarse una rebanada del día para poder hacer lo que le gusta. Hoy está un poco asediado no sólo por la cuestión laboral, sino también por todo lo que significa ser escritor. Dar entrevistas y demás confunde la importancia que pueda tener el autor –como individuo– con lo que está escribiendo.
  • Vivimos tiempos en los que los escritores están demasiado ocupados y eso redunda negativamente en la escritura. Para evitarlo, organizo mis días de manera que todas las mañanas tenga espacio para escribir. No soy maniaco –porque puedo escribir en medio del ruido– pero sí necesito crear una cápsula de tiempo donde sepa que puedo dedicarme sólo a eso.
  • La explicación es la rebaba de la obra. Si necesitas explicar tu texto, quiere decir que cojea. En muchas ocasiones, los ritos que rodean a la escritura –entrevistas, presentaciones y demás– parecen ser una muleta para la escritura. Sin embargo, pienso que cualquier escritor desearía que su libro se bastara a sí mismo y que no hubiera necesidad de dar mayor explicación.
  • Como escritor no se persigue nada. Se escribe por el efecto que la escritura produce en uno. Hay muchos que negarían sentir placer. Algunos dirían que es una tortura infinita, pero yo no estoy del lado de los masoquistas de la escritura, sino que me estimula, me entusiasma y me atrae.
  • Es difícil saber por qué se escribe. Escribir es algo que no puedes dejar pero, al mismo tiempo, no puedes explicar. Hay quien podría decir que es porque quieres ser celébre, pero escribir no es la mejor manera de llegar a la celebridad. Hay diez mil estrategias anteriores y más efectivas para eso.
  • Lo interesante de la escritura es que la sientas como un desafío. En un proyecto de ensayo largo o de una novela, la continuidad del proyecto hace que no te plantees dudas cada mañana, pero en la poesía –que no escribes de manera contínua, con un horario– sí hay lugar para estas pequeñas vacilaciones.
  • Escribir es difícil en general. Tienes que lidiar con el lenguaje y lograr que éste, que es de todos, se vuelva característicamente tuyo visitando los lugares comunes pero de un modo sencillo y acrítico.
  • Cada proyecto debe implicar una dificultad. Cuando yo empiezo a sentir cierta facilidad y me parece pan comido, empiezo a sospechar de lo que estoy escribiendo, porque quiere decir que estoy bajando la guardia y dejándome llevar por la inercia.
  • Escribir un poema de tres líneas es tan difícil como un ensayo largo porque para llegar a ese poema se requiere todo un proceso de pensamiento, lecturas y sensibilidades.
  • Los disidentes del universo no es una antología de ensayos. Tampoco es una compilación. La idea era hacer un mosaico de personajes que son nuestro reverso porque se comportan de un modo excéntrico, inusitado y a contracorriente de cómo nos movemos. Quería cuestionar dónde está la anormalidad; pensar si está en los actos excéntricos de esas personas o en nosotros, que creemos que son el reverso de lo normal porque hacemos las cosas en manada.
  • En este libro no sólo me interesaba retratar personajes excéntricos, sino crear un ancla en nuestra vida cotidiana, en la manera que tenemos para movernos en la vida común.
  • En esta obra está la narración conjetural, ficticia, de lo que pude reconstruir de los personajes –donde obviamente hay muchas cosas imaginarias– para hacer un perfil más o menos seductor del personaje, pero al mismo tiempo trayéndolo al terreno de reflexión. Me interesaba que después de leer sobre alguien que siente deleite por hacer cola, nos preguntáramos sobre el acto –para nosotros automático– de hacer cola. ¿Qué estamos haciendo de esa práctica sobre la que ya ni siquiera volteamos la mirada?

Foto: Alessandro Bo, para Esquire

Este soy yo: Geoffrey Rush

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[Esquire no. 65]

  • Tengo una muy buena memoria –vívida, casi forense– de mi niñez y de mi adolescencia. Fui un niño muy feliz. Realmente amaba la escuela. A los 13, ya actuaba frente a toda mi clase. Con una raqueta de tenis, pretendía ser uno de los Beatles. Después de eso decidí unirme al club de drama de la escuela, empecé a participar en obras de teatro y dejé los deportes, que eran sumamente importantes para mí. En ese entonces ni remotamente imaginaba que por delante tendría una vida para ser un actor profesional.
  • Descubrí que podría ser buen actor gracias a mis maestras. Tenía una muy buena de actuación y otra de inglés. Ambas eran expertas en drama y nos motivaban a participar en obras de teatro. Sin embargo, cuando dejaron la escuela –ya no recuerdo por qué–, mis compañeros y yo decidimos que nosotros mismos dirigiríamos el club de drama.
  • Entré a la universidad sin tener idea de lo que quería hacer, por lo que me titulé en Arte, Literatura y Drama desde el punto de vista académico. Sin embargo, como estudiante universitario también me involucré mucho con el teatro.Todos los actores solíamos reunirnos para montar obras. Durante ese tiempo, la Queensland Theatre Company fue creada y el director estaba haciendo cosas similares. Así que terminé mi examen final un viernes y el lunes firmé mi primer contrato como actor profesional.
  • ¿Qué es lo que más me apasiona de la actuación? ¡Ser amado! [ríe] No, no es cierto. Realmente no lo sé. Si te diera una definición propia de lo que pienso que es la actuación, diría que es ponerse en un estado de juego imaginario.
  • No soy un actor de método. Me gusta divertirme mucho cuando actúo. Nunca he ido a terapia para curarme de esto así que no sé si hay algún trauma de mi infancia que haya provocado que quisiera ser prominente o contar una historia. No lo sé. Pero sé que amo la actuación y los lazos que creas con las personas que conoces durante los ensayos o en un set de filmación. En particular me gustan estos últimos, porque en ellos además trabajan electricistas y otras personas expertas en utilería, mismas que tienen una sensibilidad histórica con respecto a lo que se debe hacer.
  • De algún modo, la actuación es como un terreno de juego. Así lo expresó Helen Mirren alguna vez y, si ella lo dijo, yo también lo creo. Básicamente implica que incorporamos el juego a nuestra vida adulta.
  • No miro hacia atás preguntándome si he conquistado muchos de mis sueños. Eso sucede, por ejemplo, en los Juegos Olímpicos, donde entrenas porque tienes una meta. Mis estándares quizá sólo se parecen a los de los atletas porque siempre doy lo mejor de mí.
  • Me cuesta pensar en una palabra que defina mi vida. Me gustaría que el término clave fuera felicidad, pero la realidad es que sería más preciso si dijera ‘realización’. Para ser feliz, necesito sentirme realizado.
  • No hay un libro que me haya cambiado la vida, pero sí lo ha hecho la literatura en general. Siempre me han atraído los repertorios clásicos, aunque también he trabajado con material contemporáneo.
  • Aunque he trabajado en filmes tan distintos como The Book Thief o Pirates of the Caribbean, no hago gran diferencia entre los personajes que he interpretado. Quizá eso se deba a mi preparación como actor de teatro y porque a lo largo de mi carrera he logrado participar en varios papeles sin tipificarme. Sin embargo, también es cierto que, de alguna manera, he logrado encontrar un eje, pues suelo interpretar a un hombre que ayuda: ayudé a Jorge II [en The King’s Speech], a Liesel [en The Book Thief] a Frida [en Frida].
  • El último papel que interpreté –Hans, en The Book Thief– me atrajo por el contraste que representaba con el trabajo que estaba realizando en ese entonces. Recientemente había participado en obras de Oscar Wilde y un musical, así que la simplicidad de este hombre tan ordinario se sintió como un reto para mí.
  • Siempre me digo: no seas prejuicioso. Algunas veces puedes sólo leer las cualidades externas de una persona y restringirlas bajo tus propias percepciones, pero luego descubres que puedes conocerla mejor, de un modo mucho más profundo en cuanto a reservas humanas, idiosincracia y contradicciones.

Camino al sueño

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Originalmente publicado en Esquire no. 65 (PDF aquí)

Tres niños guatemaltecos y un tzotzil suben a un tren que promete convertir su sueño en realidad: hacerse de una nueva vida en Estados Unidos. Con esa ilusión, miles de mexicanos y centroamericanos salen de casa sin saber que la peor etapa del viaje no les espera en la frontera, sino al inicio del camino, cuando se agrede a los hombres y se viola a las mujeres. La esencia del dolor de este recorrido permea en La jaula de oro, de Diego Quemada-Díez, un migrante que hace casi dos décadas dejó España para estudiar cine en Estados Unidos. Este largometraje, que en 2013 resultó ser el más premiado de nuestro país en festivales de todo el mundo —como Morelia, Mar del Plata y Cannes, entre otros— se estrenará este mes en México.

ESQUIRE: Hoy hay mucho interés en el tema, pero la migración siempre ha estado ahí. Tú mismo saliste de España para buscar un sueño en otra parte.

DIEGO QUEMADA-DÍEZ: La migración es un fenómeno natural. Cualquier ser humano, sea por un problema económico, de violencia, por una catástrofe natural o cualquier otra razón, siempre va a salir a otro lugar, como un pájaro al que se le acaba el agua en una zona y vuela a otra. Paradójicamente, gracias a la globalización, los capitales y las corporaciones se mueven libremente por el mundo mientras se limita cada vez más el movimiento de las personas. Quería poner sobre la mesa lo absurdo de las fronteras estas creaciones artificiales que hemos hecho para separarnos como seres humanos a partir del conflicto entre un indígena y un mestizo que creen en el sueño americano. 

ESQ: Leí que varias anécdotas justifican el hecho de que hayas trabajado no con actores profesionales, sino con migrantes. ¿Nos compartes alguna?

DQD: Cuando filmamos el asalto al tren estábamos en la estación de Lechería, en el Estado de México, y escogimos a los bandidos entre los migrantes que estaban ahí para empezar a ensayar. Lo interesante es que la mayoría de ellos ya habían visto secuestros y sabían cómo se hacían las cosas. Ellos me decían qué hacer: cómo debíamos retratar el robo de mochilas, de dinero y a qué migrantes debían atacar. Muchos de los secuestradores son centroamericanos, lo que implica que la gente se traiciona entre sí. La anécdota es importante porque ellos mismos fueron quienes me ayudaron a darle mayor realismo a las escenas. 

ESQ: Iniciaste la investigación para la película en Mazatlán. Cuando llegaste a vivir a México, ¿ya tenías la intención de hacer esta película?

DQD: Sí, un amigo taxista me invitó a vivir a su casa, con su familia. Ahí llegaban muchos migrantes y así surgió la idea y la necesidad de contar esto. El proceso duró como diez años, pero al final la perseverancia es la que da resultados. Fue complicado porque, como además tenía que ganarme la vida, combinaba trabajos de cámara y cortometrajes con la investigación. Al principio mucha gente me preguntó para qué quería
hacer una película de migrantes si ya se han hecho un montón, pero sentía que podía aportar algo diferente. Este es un problema contemporáneo muy grande y está bien que lo mostremos desde diferentes puntos de vista y personajes.

 Foto: Ameno Córdoba

La seducción tiene voz

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Originalmente publicado en Esquire no. 64 (PDF aquí)

La voz de Uma Thurman es equivalente a la mirada de Marilyn Monroe. En los años sesenta, la primera playmate de la historia puso al mundo de rodillas con sus sleepy bedroom eyes. La estrella de Kill Bill (2003) no entrecierra los ojos frente a las cámaras, pero habla como si acabara de despertar. En su boca, mi nombre se propaga en tres sílabas a través de la vibración que surge de sus cuerdas vocales.

Ma-ri-a, good-af-ter-noon.

Lengua, paladar y dientes -sus blanquísimos dientes- en perfecta armonía.

Tener a Uma Thurman al otro lado del teléfono es imaginar el movimiento de los labios que despertaron las perversiones de John Malkovich en Dangerous Liaisons (1988). Es contar con un cuarto de hora para dudar si esta mujer de dicción adormilada realmente sostuvo una catana para derramar sangre a borbotones en dos películas de Quentin Tarantino.

La belleza de Uma no es convencional. Está a 20 centímetros de los dos metros de altura. Sus pies son enormes -es talla nueve, un número más grande que Sylvester Stallone-. Su nariz es prominente y durante años quiso hacerse una rinoplastia, pero desistió. Tras superar sus inseguridades inició una carrera como modelo y, en 1987, se convirtió en actriz.

Durante un cuarto de siglo, la voz de cama de Uma Thurman ha resonado en las gargantas de las 42 mujeres que ha interpretado en cine. Fue la esposa del escritor Henry Miller en Henry & June (1990), objeto de deseo del príncipe de los ladrones en Robin Hood (1991) y modelo de comerciales en Even Cowgirls Get the Blues (1994). Con pies descalzos se contoneó frente a John Travolta en Pulp Fiction (1994) y, con una frialdad elegantísima, se convirtió en el símbolo de la perfección genéticamente modificada en Gattaca (1997). En enero de 2014 aparecerá enNymphomaniac, obra del director danés que hace dos años fue declarado persona non grata en el Festival de Cannes por un comentario sobre Hitler. En ella, Thurman interpreta a una mujer recién abandonada por su marido. De la cinta puede esperarse controversia, sexo explícito y la voz -siempre sexy- de Uma. (Gracias por esta vez, Lars von Trier).

Hoy la ex pareja y madre de los hijos de Ethan Hawke tiene 43 años. Trabaja para la industria que atesora la juventud como si fuera el Santo Grial, pero goza cada instante de su madurez. Sigue siendo bellísima. Lo sabe y lo disfruta. Los creativos de Campari también lo saben y por eso le pidieron que posara para su nuevo calendario, pretexto que Esquire aprovechó para colarse hasta su línea telefónica y dejarse hipnotizar por su voz.

ESQUIRE: Tu carrera implica tantas satisfacciones como sacrificios. ¿Cuál es la enseñanza más valiosa que has aprendido hasta ahora?

UMA THURMAN: Esta pregunta requiere de una respuesta muy amplia. Creo que nunca podría contestarla por completo. En 25 años de carrera aprendes muchas cosas. Sin embargo, pienso que lo que ayuda mucho es tener valor. Es lo que más necesitas y lo que hace la diferencia entre el fracaso de la voluntad y la posibilidad de seguir adelante.

ESQ: Hasta ahora te hemos visto en más de 40 películas, ¿cómo logras seguir imponiéndote retos y encontrando papeles que te interesen?

UT: Es muy difícil. Debes mantener la fe de que encontrarás algo que te conmueva y, justo cuando pierdes la esperanza, aparece algo. Inevitablemente sucede así: es una cuestión de tiempo, disciplina, paciencia y valor. Algunas veces me frustro y estoy tentada a aceptar un papel porque siento que debo ejercitarme como actriz, pero en otras ocasiones pienso que debo de tomarme más tiempo para encontrar algo que realmente sea significativo, que sea un reto además de un ejercicio de trabajo. Aunque, ¿sabes?, tras tantos años he concluido que ya he probado casi todas las aproximaciones.

ESQ: ¿Hay algún papel específico que quisieras interpretar, o un director con el que quisieras trabajar?

UT: Bueno, hay muchos, muchísimos. Siempre he tenido la fantasía de colaborar con Pedro Almodóvar, pero no sé si él trabajaría en inglés y, para mi vergüenza, no sé hablar español.

ESQ: Muchas mujeres temen el paso de la edad, pero tú te has mantenido hermosa y exitosa. ¿Cómo lo has logrado?

UT: Yo no me siento tan hermosa [ríe]. He envejecido, pero creo que el cambio ha sido positivo y que la vida se hace más compleja y bella conforme envejeces. Como actriz, conforme ganas más edad, propicias que la gente piense que tu apariencia sufre, pero en realidad adquieres una belleza distinta. Todos esperamos que las audiencias se interesen en mujeres maduras.

ESQ: Queda claro lo que tus fans adoran de ti pero, ¿tú que amas de ti misma?

UT: Mi sentido del humor es mi característica preferida.

ESQ: ¿Cómo eres en casa y qué tan difícil ha sido asumir tus responsabilidades como actriz y mamá?

UT: Creo que no le he dado suficiente atención a mi carrera. Cuando me convertí en mamá decidí involucrarme más en mi vida personal. En esta etapa de mi vida me siento muy emocionada por trabajar y tener tres hijos maravillosos que adoro, con los cuales me siento muy cercana. Paso mucho tiempo con ellos. No me arrepiento de nada.

ESQ: ¿Qué te seduce en un hombre?

UT: Que pueda hacerme reír, que sea inteligente y perspicaz. Para mí, esas serían las características que resultarían atractivas a largo plazo.

ESQ: Háblanos del calendario de Campari, ¿cómo fue trabajar con el fotógrafo Koto Bolofo?

UT: Increíble. Ésta fue la primera vez que trabajamos juntos. Fue una sorpresa y un verdadero placer. Espero que volvamos a colaborar nuevamente. La gente de Campari es lo máximo, son muy gentiles y eso es clave al estar en una situación como ésta. Todos son mis amigos y a varios los conozco desde hace mucho tiempo. Este tipo de sesiones de fotos no se hacen a menudo así que fue todo un deleite. 

ESQ: Próximamente te veremos en Nymphomaniac. ¿Qué podemos esperar de esta película de Lars von Trier?

UT: Para ser honesta, ¡no tengo la menor idea de lo que debo decirte! [ríe] Siento que la gente quedará bastante impactada. Tengo un papel increíble de una mujer cuyo esposo ha decidido dejarla. Mi personaje es muy divertido de interpretar. Me encantó filmar con el estilo y la creatividad de Lars von Trier. Fue impresionante. Sin embargo, en el guión hay explicaciones salvajes e intenso contenido sexual, así que no tengo idea de cómo reaccionará la gente ante la película. De hecho, no he visto ningún adelanto de la versión editada. No sé cómo terminará todo. Sé que Lars von Trier lleva las cosas al límite y es muy provocativo, así que estoy convencida de que no estará feliz sino hasta que todo el mundo esté en shock [ríe]. De cualquier modo, creo que es brillante, salvaje y un artista muy especial, con una voz única. Por eso creo que vale la pena ver el contenido impactante aún cuando pudiera no gustarnos.

El doctor jazz

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Originalmente publicado en Esquire no. 63 (PDF aquí)

Hugh Laurie está sentado frente a un piano de cola. Lleva las mangas de la camisa remangadas y el nudo de la corbata flojo. No se adivina su metro ochenta y nueve de estatura cuando se encorva sobre el banco para empezar a tocar. El intérprete británico cierra los ojos, arruga la frente, apoya las manos sobre el conjunto de teclas bicolor y se contornea como si el mundo hubiera desaparecido a su alrededor.

No hay rastro de la arrogancia del doctor Gregory House en el Hugh Laurie que se derrite interpretando “Unchain My Heart”, tema que Ray Charles hiciera célebre en los años sesenta. Aunque en 2010 fue la estrella mejor pagada de la televisión, lo que Laurie ama de su trabajo no es tanto actuar, sino cantar. Tras 32 años de carrera como actor, logró transformarse en el cantante de jazz que soñó ser desde que descubrió el blues, en 1968.

Cuando en México se gestaba el movimiento estudiantil, en Oxford —ante la extrañeza de unos padres a quienes no les interesaba la música— un niño de ocho años escuchaba a los legendarios Muddy Waters y Professor Longhair. Laurie era el único miembro de la familia que gastaba su dinero en discos y pasaba las tardes memorizando canciones como “Tipitina”, cuyo ritmo le resultaba hipnótico aunque no entendía nada de la letra. Hoy, tras haberla escuchado más de mil veces, sigue pensando que el jazz no seduce por lo que dice, sino por cómo suena.

Hugh Laurie lanzó su primer álbum, Let Them Talk, en 2011. Tenía 51 años y la serie House, M.D. llevaba siete temporadas al aire. Durante el día, en televisión, Laurie era el Sherlock Holmes de los hospitales: un tipo ególatra que mostraba brotes de genialidad y resolvía casos que la gente a su alrededor era incapaz de descifrar sin él. En la noche, en su casa, se transformaba en músico y pasaba las madrugadas frente al piano sin imaginar que años después grabaría su primer disco.

El hombre detrás del médico que diagnosticaba enfermedades exóticas en los últimos cinco minutos del programa de televisión es un manojo de nervios cuando se trata de cantar en público. Teme que la gente piense que su show no vale la pena. La primera vez que Laurie se presentó en vivo, en Hamburgo, Alemania, estuvo tentado a encender la alarma contra incendios y huir.

No lo hizo. En cuanto se sentó frente al piano y empezó a cantar, olvidó que el mundo existía.

ESQUIRE: Tu primer disco apareció en 2011, pero siempre habías soñado cantar. ¿Qué tan sorprendente fue este lanzamiento cuando tu carrera ya era un éxito?

HUGH LAURIE: Fue una experiencia absolutamente impresionante. Todo sucedió tan rápido que fue casi como estar en un accidente automovilístico. No estaba preparado para ello. Quizá eso fue bueno y algunas veces sólo debas dar un salto de fe. Aún me emociona que tengo la posibilidad de interpretar música. No te lo puedo explicar. Es la mejor de las emociones. Espero que para la audiencia también lo sea.

ESQ: ¿Cuáles son las diferencias entre tu primer y segundo álbum?

HL: Pienso que Didn’t It Rain (2013) es más romántico que Let Them Talk (2011). El primero fue muy masculino. Estoy orgulloso de él y me encanta como álbum, pero al segundo quise darle una voz más femenina. Por ello, intenté añadir sonidos que se asimilaran a una conversación entre un hombre y una mujer. Incluye un tango argentino, temas de áreas geográficas más amplias y unas cantantes maravillosas.

ESQ: ¿Qué es lo que más disfrutas del proceso de grabar un nuevo disco?

HL: No hay placer que se compare al de sentarse con una banda a interpretar una canción por primera vez. Me refiero al momento en que ésta cobra vida. Uno puede escuchar otras versiones del mismo tema y leer la letra que alguien más escribió. Sin embargo, cuando tu propio grupo empieza a tocar y la canción cobra vida como un espíritu en el cuarto, es una experiencia estremecedora.

ESQ: ¿Cómo seleccionas los temas?

HL: Con mucha dificultad. Es muy doloroso. Intercambio listas de temas con el productor, Joe Henry, y poco a poco reducimos las opciones. Una de las canciones que más me gusta es de Bessie Smith —“Send Me to the ‘lectric Chair”— que Jean McClain interpretó en Didn’t It Rain. Cuando escuché la versión original, en medio del proceso de selección, me imaginé a Jean cantándola así que le pedí que participara en mi tour del año pasado. Y tan pronto la escuchamos en vivo, supimos que ese tema tendría que estar en el disco.

ESQ: Has dicho que la música es un arte elevado, ¿piensas lo mismo de la televisión?

HL: Claro. A lo que me refería con eso es a que algunos describen el folk, blues o jazz como música pop; es decir, como algo que no puede ser arte. No estoy de acuerdo. Pienso que sí pueden ser arte. Si se hace con sinceridad y pasión, casi cualquier cosa puede conmover al público.

ESQ: Cuando cantas y cierras los ojos, ¿qué pasa por tu mente?

HL: Siento un placer absoluto. Estoy dentro de la canción. Me siento parte de ella. Es como si me abrazara, como si estuviera alrededor de mí. A veces hay que conectarse con el público, pero también hay que saber perderse en un tema.

ESQ: ¿Cómo se compara el placer que sientes como músico con el que experimentas al actuar?

HL: Cada disciplina representa un problema distinto. Como actor buscas un modo de ocultarte, de esconder lo que eres detrás de una identidad que no es tuya. Como músico sucede lo contrario: se trata de revelarte y revelar al personaje de la canción. Es una situación de exposición y vulnerabilidad. Tocar es un verdadero placer y he tenido la suerte de hacerlo con grandes músicos.

ESQ: Al estar en casa y sentarte frente al piano, ¿qué te gusta interpretar? ¿Practicas los temas de tus discos o te concentras en otras cosas?

HL: Toco muchas cosas distintas, pero tengo un gran problema: suelo interpretar la primera mitad de miles de canciones y sólo concluyo dos o tres. Es, decir, brinco demasiado. Quizá debería de concentrarme en menos canciones para tocarlas completas. Lo que sucede es que a la mitad de una me enamoro de otra y así. Anoche, a las dos de la mañana, estuve intentando tocar “Night Train”, de Oscar Peterson. Fue lo último de lo que me enamoré.

ESQ: Eres una estrella de televisión y, ahora, de jazz. ¿Qué sueños te falta perseguir?

HL: No estoy seguro de tener sueños que vayan más allá de lo que estoy haciendo ahora. Si tuviera que tocar música y actuar para siempre y que la gente me aceptara, me sentiría increíblemente feliz. No necesito escalar el Monte Everest, aunque no me importaría hacerlo si planearas un viaje y me invitaras.

En medio de extrañas mentes

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Originalmente publicado en Esquire no. 63 (PDF aquí)

En el librero de Daniel Saldaña París hay un diccionario de temas náuticos de los años cuarenta. El mexicano de 29 años dice que le gusta porque compila la terminología del viejo lobo de mar. Antes, en ese mismo espacio, había uno de ciencias forestales —que describía 80 tipos de maderas distintas— pero “en un momento de entusiasmo” se lo regaló a un amigo. Daniel colecciona diccionarios porque piensa que las entradas de algunos de éstos pueden leerse como si fueran cuentos. Uno de sus favoritos es el Tesoro de la lengua castellana, volumen de Sebastián de Covarrubias que describe al cazador de tigres como un hombre que debe proveerse de una bola de cristal. Es como leer a Borges en un diccionario del siglo XVII, dice el autor.

Daniel le da un cierto aire a Harry Potter: complexión delgada, pequeños ojos claros detrás de unos anteojos de micas redondas, rebelde cabello oscuro y bufanda. Si acaso, su aspecto físico se diferencia por la barba rala. Daniel estudió Filosofía, trabajó en la revista Letras Libres y posteriormente incursionó en la poesía. En medio de extrañas víctimas es la primera novela de un escritor que no encaja en el cliché del escritor: no asegura estar siempre insatisfecho con sus textos ni se sienta “románticamente en cafés a emborronar cuadernos”, sino que escribe en el estudio de su casa, cerca de los libros que puede consultar. Además, se come las uñas cuando un crítico lo destroza. No puede aparentar que nada le afecta.

Su libro se lee en un suspiro. Quien se pierde en él es el tipo de lector que atrae miradas de sospecha cuando suelta una carcajada en público porque la prosa lo atrapó y se olvidó del mundo. La obra relata la historia de Rodrigo, un burócrata que se siente asqueado por el entusiasmo de lo cotidiano y acepta casarse con una colega del trabajo —una exaltación de la normalidad que tanto rechaza— por mera inercia. Es un retrato caricaturesco del estado de reposo en el que sumimos nuestras vidas. Daniel Saldaña París nos dice más al respecto.

ESQUIRE: La poesía implica una síntesis de imagen y conceptos. ¿Escribir En medio de extrañas víctimas, e incursionar en la novela, se dio con naturalidad?

DANIEL SALDAÑA PARÍS: Fue una liberación en el sentido en que me apetecía escribir algo de largo aliento. La poesía en general, además de esta característica sintética que tiene, me exige un cierto estado de ánimo, una cierta disposición de la tensión que no se da con mucha frecuencia. Por eso escribo muy poca poesía y en muy pocas ocasiones. En cambio la novela me permitió redactar de una manera más sistemática y disciplinada. Si no escribo poesía porque estoy esperando a que se me ocurra algún poema, me pongo muy ansioso.

ESQ: Tu novela es casi como una caricatura: está llena de humor y exageraciones. ¿Así concibes la vida en general?

DSP: En general soy burlón, pero en la novela traté de manejar un tono exagerado. Como lector me gustan los textos que rayan en lo caricaturesco, donde los personajes surgen de prototipos esbozados en tres o cuatro líneas. Aunque también es verdad que practico el sentido del humor en la vida cotidiana. Me parece que es un modo de conocimiento y una herramienta de acercamiento al mundo.

ESQ: El uso del vocabulario es muy notable en la novela. En general, en la vida diaria, ¿lo desaprovechamos?

DSP: Sí, completamente. Creo que en el día a día nos restringimos a un vocabulario mínimo. También yo lo hago, porque acudimos a las palabras del registro cotidiano. Por eso me parece importante tener presente ese mundo con matices precisos, que ayudan a decir algo puntual y sin necesidad de recurrir a una palabra dominguera que no exprese justo lo que necesitas. A la hora de escribir, vale la pena tratar de incorporar todo aquello que proviene de lecturas de diccionarios.

ESQ: En medio de extrañas víctimas inicia en primera persona. Luego cambia a tercera. ¿Por qué elegiste esta estructura?

DSP: El registro de la voz del personaje que habla en primera persona es muy fuerte. Son monólogos interiores de una estructura específica que me apetecía romper por cuestiones de ritmo, para que éstos no se volvieran tediosos o densos. Por otro lado, me interesan los juegos verbales de la primera parte de la novela, que se titula “La terca persona”, pero está escrita en primera. Es decir, es un juego que también está presente en mi poesía: se trata de dislocar los tiempos y las personas narrativas.

ESQ: Rodrigo, el protagonista, rechaza el entusiasmo de la gente promedio. ¿Esto le sucede a los escritores en general?

DSP: No estoy seguro de que a todos, pero a los que más me interesan, sí. Hay una incomodidad frente al mundo, una especie de hartazgo que te lleva a imaginar otras cosas o a tratar de comunicar las ya existentes, pero tampoco creo que sea una condición de todos los escritores. Hay muchos a los que veo muy contentos. Supongo que dejas de estar torturado cuando te empieza a ir mucho mejor. Por ejemplo, si ganas el Nobel es más difícil estar así.

ESQ: En la novela reflexionas en torno a la conversación como intercambio. ¿Ésta se establece entre autor y lector?

DSP: Sí, yo no sabía que existían los lectores porque sólo había publicado poesía y nadie me leía a menos de que yo lo conociera. Eso es lo que suele pasar con los poetas. Yo conocía la dirección y el teléfono de todos mis lectores. Así que ahora, con la novela, ha sido muy grato descubrir gente que no conozco pero que leyó algunas cosas que yo dejé en el texto por si alguien se las encontraba. Descubrir esa posibilidad de diálogo es quizás una de las cosas más ricas de escribir una novela.

ESQ: Cuando publicas un texto, ¿es difícil enfrentar las críticas?

DSP: Sí, es horrible. No sé hacerme el cool. Me encantaría ser de esos escritores que reciben malas reseñas y dicen: “No me importa, mi trabajo ya está hecho, yo no leo las reseñas”. Yo me muerdo las uñas, compro todas las revistas, leo todos los blogs y googleo mi nombre masoquistamente para ver dónde me están destrozando. Me arruino el día y llamo por teléfono a medio mundo para decirle: “¿¡Ya viste cómo me destrozan!?”. Es horrible. La paso muy mal y tendría que dejar de hacerlo, pero no sé cómo.

ESQ: Como lectores, cada vez somos más exigentes. Hoy día, ¿qué textos te interesan?

DSP: Ahora me interesa la novela, pero en otros momentos de mi vida los géneros predominantes fueron poesía y ensayo. Como estudié Filosofía, mi vocación lectora se vuelca hacia lo ensayístico. Sin embargo, ahora estoy clavado con novelas de la posguerra en Estados Unidos: Saul Bellow y William Gaddis forman parte de mis predilecciones personales, que no se agotan. También me gustan mucho los autores de entreguerras en Europa. Elias Canetti y toda la tradición del centro de Europa provocan que me sienta extrañamente identificado.

Foto: Valentina Siniego