En primera persona

Publicado en la revista Esquire no. 69 (PDF aquí)

Los escritores Etgar Keret, Mauricio Montiel Figueiras y Élmer Mendoza hablan sobre su filosofía creativa y sus libros más recientes.

Etgar Keret Pizzería Kamikaze

Etgar Keret

Cuentista y guionista/46 años/Ramat Gan, Israel

  • Uno escribe sobre sus miedos, enseñanzas y pasiones, pero si fuera un esquimal, no creo que escribiría sobre el frío. Lo mismo pasa con el conflicto de mi país. Cuando alguien se va a dormir, no reza por la paz en Medio Oriente, sino porque el chico o la chica que le gusta le corresponda. Al final, las cosas que pasan en el país donde vives son tu contexto, pero nuestra forma de vida es la misma en todos lados.
  • Cuando era joven, la única cosa en la que era bueno era en matemáticas. Se suponía que iba a ser ingeniero, pero lo que cambió mi vida fue el servicio militar. Cuando lo hice, mi mejor amigo se suicidó. Eso desencadenó que escribiera por primera vez. Nunca había escrito nada antes.
  • Todos los hombres de mi familia fueron soldados muy malos. Mi padre fue a la guerra de 1950 y estaba de guardia en el campamento. Descubrió que venían unos egipcios, se sorprendió y lo único que se le ocurrió hacer fue café y huevos para invitarlos a comer. Los egipcios, al ver aquella recepción, no supieron qué hacer y se sentaron con él. Después, los egipcios atacaron. Hubo algunos muertos pero a mi papá no le pasó nada. Le preguntaron: “¿No te pareció raro que te hablaran en árabe?”. Y mi padre dijo: “Sí, un poco, pero ¿qué puedo hacer? La vida es extraña”.
  • Camino y hablo chistoso. En todos lados me meto en problemas. En el ejército pretendía ser normal, pero en mis historias podía ser diferente, por eso eran tan importantes para mí. Escribiendo no tenía que fingir, así conservé mi cordura.
  • Creo que la vida y el mundo me afectan. En cualquier cosa que hago trato de ser auténtico. Trato de decir la verdad y hacer que crean que soy inteligente y sexy. Si compras mis libros, eso es lo que vas a encontrar.
  • En la ficción puedo ser yo mismo. Me da seguridad. Es el lugar más sencillo para habitar.
  • Todo es complicado. Una vez mi esposa leyó uno de mis libros y tocó a mi puerta para decirme: “Tienes muchas historias donde el marido no quiere a su mujer y le es infiel”. Le contesté: “Lo escribí y ya. ¿Prefieres que escriba eso o que hable acerca de otro tema, pero en la vida real lo haga?”. El único lugar en el que puedo escribir y dejar mi pasión es en la ficción.
  • Escribo en computadora porque soy muy malo redactando a mano. Lo único que necesito es un lugar donde la gente no me vea. Cuando escribo necesito desconectarme del mundo y hablar conmigo mismo. Muchas veces escribo desnudo o en calzoncillos. Si mi hijo está en casa, me pregunta: “¿Qué haces?”. Si él o quien sea me ve, no puedo escribir más. Necesito estar solo.
  • Antes sólo escribía para mis amigos y mi hermano. Cuando empecé a publicar y me volví famoso, ellos dejaron de leerme. Me decían que era una puta: “Antes hacías historias para nosotros, ahora tengo que darte dinero para tener el libro”.
  • El cuento es un género hermoso. Escribirlo es como nadar desnudo en un río. No hay nada más natural y sencillo. Todo en la vida es difícil. Siento que estoy estresado todo el tiempo. Sólo cuando escribo tengo una especie de libertad.

Mauricio Montiel CIUDAD TOMADA

Mauricio Montiel Figueiras

Narrador, ensayista y poeta/46 años/Guadalajara, México

  • Las experiencias personales que se traducen a un libro siempre tienen un ingrediente universal. Las que me interesa traducir a la ficción deben tener ese elemento que puede interesar al lector, como es el caso de Ciudad tomada. La historia de “La niña y la suicida” es real hasta cierto punto. Contemplar cómo una muchacha se arroja por una ventana y la madre la recoge en la calle es algo que cualquiera podría ver. No soy un cazador de ese tipo de anécdotas, pero me ha tocado presenciarlas y entiendo que tienen un ingrediente interesante para el lector.
  • Mi hogar natural es el cuento. En ese género siempre me he sentido en casa, aunque también he experimentado con otros. He escrito ensayos, crónicas, críticas literarias y de cine, y relatos de viaje, pero finalmente con Ciudad tomada me sentí como si regresara a casa porque pasaron 12 años entre éste y mi anterior libro de cuentos.
  • La visión canónica del cuento dice que la estructura de éste es “principio, nudo y desenlace”, pero las reglas en la literatura están hechas para destruirlas. Sin embargo, primero tienes que conocerlas y luego pasar por encima de ellas.
  • No me interesan los relatos canónicos pese a que hay autores clásicos de cuento, como Edgar Allan Poe, que sí cumplen esa función. También me interesan los autores que han revertido esas reglas. Cuando escribo, yo mismo trato de subvertirlas y de buscar maneras de abordar el cuento.
  • Cada cuento responde a sus propias reglas internas. Es abstracto hablar del laboratorio de la escritura porque, aunque uno como escritor lo puede entender perfectamente, al lector se le dificulta. En mi caso, para elaborar cuentos, siempre debo tener una imagen. Yo lo relaciono con el cine: necesito un still —una toma fija— y a partir de ahí desarrollo una historia.
  • Mi libro de ficción anterior a Ciudad tomada se llama La penumbra inconveniente y fue un ejercicio que no tuvo que ver con el cine, sino con las artes visuales, con esta estrategia fílmica de la que hablo. Fue un libro que trabajé a partir de los cuadros del pintor estadounidense Edward Hopper, quien para mí es el gran retratista de la soledad del siglo XX. Sus cuadros son muy cinematográficos, como recortes de una película.
  • Me cuesta mucho trabajar a partir de conceptos. Si voy a escribir sobre la melancolía, necesito una imagen de la que pueda desprender el tema. Es muy difícil lidiar con conceptos tan amplios. Para una antología que voy a publicar el próximo año me pidieron cuentos eróticos-pornográficos, pero ahí el ambiente me facilita más crear una atmósfera.
  • Hay una especie de hilo conductor a lo largo de todo lo que escribo. Tiene que ver con una idea de Blaise Pascal, quien decía que todos los problemas de la humanidad parten de que el hombre no puede quedarse quieto en un solo sitio. Me gusta pensar que el ser humano tiene que salir y que de ahí surgen los conflictos. La mayoría de mis personajes viven con la idea de que no están en el lugar donde deberían, entonces salen para buscar el sitio que les corresponde y ahí es donde empiezan los problemas.

Elmer Mendoza Trancapalanca

Élmer Mendoza

Novelista, dramaturgo y cuentista/64 años/Culiacán, México

  • Reencontrarme con mis propios cuentos para la reedición de Trancapalanca fue casi traumático. Me provocaba mucha incertidumbre y vértigo, porque fue como estar en el agua después de lanzarme de un puente de veinte metros y seguir vivo. Implicó preguntarme: “¿Cómo escribí estos cuentos? ¿En qué estado me encontraba?”.
  • Ahora soy un autor maduro y un lector que conoce más. Sigo siendo arriesgado y creo que la literatura lo requiere. Es un arte que debe evolucionar constantemente. No debe detenerse. A veces me entristece mucho ver a autores jóvenes que repiten fórmulas.
  • El lector actual es más mediático: le gusta ver a su autor como un rockstar y quiere conocerlo. Quiere su firma. Quiere tomarse fotos con él. Quiere hacerle preguntas. Hace 30 años, los lectores no éramos así. Llegaban los libros, conversábamos con nuestros amigos acerca de ellos y ya. Antes los autores no estaban tan a la mano, no daban tantas entrevistas ni salían en Esquire ni nada. La convivencia era otra.
  • Hay lectores que piensan que soy un escritor realista. No puedo explicarles que lo que escribo es ficción y que conseguir que un texto se parezca a la realidad implica que detrás tiene mucho trabajo. Es como pintar un cuadro.
  • Creo que todos los novelistas cometemos errores de muchos tipos. Hay lectores que lo detectan y lo dicen. Me ha pasado. Mis lectores lo saben y me corrigen. Somos una comunidad que va creciendo.
  • He abordado el narcotráfico en mis obras, pero no quiero que parezcan reportajes de Truman Capote, sino que obedezcan a las reglas de la ficción y que siempre partan de una invención.
  • Soy un autor que convive mucho con sus libros y con sus obras. No padezco de ultracorrección y, como no tengo presiones de nadie, sé que puede pasar un año o dos y que no tengo que entregar un libro a un editor sino hasta que yo lo decida. Eso me ayuda ante mis inseguridades y mis búsquedas.
  • Sufro con los cuentos. Pocas veces los disfruto tanto como la novela. Como es más larga, tienes que crear un mundo y hacer que éste sea visible, que se perciba un universo donde hay personajes que se mueven, comen y sufren.
  • En el cuento necesariamente hay que simbolizar, sobre todo porque yo no puedo escribir cuentos de 20 páginas. Los míos son bastante breves y en ellos no me permito ciertos juegos que sí utilizo en la narrativa larga.
  • No tengo una definición de “novela policiaca”. Los autores estadounidenses son muy poderosos. Edgar Allan Poe inventó el género y los ingleses han sido muy buenos —como Arthur Conan Doyle— pero después los gringos se reinventaron. Ahora los mexicanos tienen sus autores y son poderosos. Ya somos referente en el mundo. Hay un grupo donde estamos trabajando con el estilo, no sólo para contar una aventura, sino para hacer mezclas que tienen que ver con otras formas no tradicionales. Hay chicos muy fuertes como Bef, Haghenbeck y Almazán. Este género nos permite mostrar el perfil de los mexicanos de esta época. Hay mucho que contar acerca de cómo nos está yendo, sobre todo en el universo de los delitos.

Este soy yo: Hugo Arrevillaga

 ESY HUGO ARREVILLAGA

Originalmente publicado en Esquire no. 66 (PDF aquí)

  • He optado por elegir historias que realmente golpeen la conciencia del espectador, que no sean nada más un discurso para entretener a la gente. El teatro, por lo menos el que yo hago, no tiene la finalidad de que cuando salgas de la obra sólo digas “¿Pizza o tacos?”, sino “¿Quién soy? ¿Por qué estoy haciendo esto? ¿De qué manera he lidiado con la pérdida o el amor?”.
  • Antes te gustaba la lluvia, mi más reciente obra, es muy contundente. Narra la historia de una pareja que pierde a un hijo en un accidente. Por un lado está la madre [Arcelia Ramírez], que durante años ha tenido que enfrentar su dolor, y por el otro está el padre [Juan Manuel Bernal], que sufre profundamente pero a la vez ha logrado desapegarse, quizá por cuestión de género.
  • La pérdida te obliga a revisar tu identidad. Es como si te amputaran una parte del cuerpo y de pronto no pudieras entender quién eres. Así de fuerte es la vida.
  • Mi proceso de selección de una nueva obra es muy intuitivo. Trato de no forzar nada. En el caso de Antes te gustaba la lluvia, tuve la fortuna de que las productoras la pusieran en mis manos. Mientras la leía, sentía un veneno que recorría mi lectura y al final se convirtió en una especie de antídoto que fortalece y da otra perspectiva de la pérdida. Yo, como los personajes, también he sufrido pérdidas de personas muy queridas.
  • La conformación de la identidad de los seres humanos es un enigma para mí, un misterio detrás del cual siempre salgo corriendo como artista.
  • Inicié mi carrera estudiando Comercio Internacional y Economía en el Tecnológico de Monterrey, pero me quedé en séptimo semestre porque siempre había tenido el impulso de ser actor. En la universidad había unos talleres de teatro y desde mi primer contacto con el escenario entendí perfectamente que mi lugar era ése, que todo lo que yo había soñado se concretaba arriba de él.
  • Dejé Monterrey y me vine a estudiar al Centro Universitario de Teatro de la unam, pero antes tuve que negociar con mis padres. Les dije que esa escuela era muy especial, pues audicionaban 300 personas y sólo se quedaban 15. Les pedí que me dieran la oportunidad de hacer el experimento. Lo hice y me quedé. Ellos se sorprendieron mucho y se convencieron de que ése era mi camino.
  • Cuando terminé la carrera trabajé como actor un buen tiempo. Pero desde antes de egresar ya me había dado cuenta de que mi perspectiva artística no sólo se concentraba en un personaje, sino que quería establecer un discurso personal.
  • La primera vez que tuve la necesidad de montar un texto, una dramaturgia, fue Canción para un cumpleaños, obra basada en la vida de la escritora estadounidense Sylvia Plath.
  • Formé una compañía con otros actores y actrices que egresaron por aquella época: Tapioca Inn. Con ellos emprendí toda una trayectoria y juntos trabajamos para completar la tetralogía La sangre de las promesas, de Wajdi Mouawad: Incendios, Litoral, Bosques y Cielos.
  • Siempre he creído que mi formación me ha permitido saber qué es lo que un actor puede hacer —o no— en una escena. En esto he basado el diálogo que he establecido con mis actores. Más allá de darles una orden, trato de ofrecerles un aliento: basta con susurrar una posibilidad al oído para que un actor empiece a desarrollar su personaje. Esto también posee un espíritu lúdico, un espíritu infantil que todos teníamos cuando éramos niños y bastaba para detonar una historia.
  • A pesar de que soy actor, hoy en día me relaciono con las obras desde la perspectiva de la dirección. Cuando actúo es únicamente porque alguien me invita, pero al leer un nuevo texto siempre me pregunto hacia dónde puedo llevarlo y qué es lo que le puedo aportar.
  • Ser director me da la oportunidad de conocer la perspectiva de cada uno de los personajes de una obra. Si trabajo con 50 actores, trato de ver la historia con 50 pares de ojos distintos. Si no estuviera a cargo de la dirección, sólo vería la trama con mis propios ojos, y sé que eso me limitaría.
  • Lo que sucedió con Incendios (2012) fue increíble. Fue muy hermoso ver que la gente tenía tal necesidad de verla que se formaba desde las 7 a.m. en la taquilla, a pesar de que la función iniciaba a las 8 p.m. Los boletos volaban. Eso me conmovía mucho, me hacía sentirme realmente útil en la sociedad.
  • Cuando Enrique iv —la obra que hice con la Compañía Nacional de Teatro— viajó hasta el mítico [teatro] The Globe, en Londres, fue formidable ver cómo el público inglés observaba una obra que Shakespeare escribió para hablar de la conformación de la identidad de un país. Lo raro de la escena es que la estaban representando mexicanos que, aparentemente, no tenían nada que ver con el asunto pero que, a final de cuentas, demostraron tener un punto de vista similar. 

Foto: Alessandro Bo

Este soy yo: Luigi Amara

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  • El principal reto del escritor contemporáneo es encontrar un lugar creíble en la sociedad. De algún modo, éste se ha descentrado y ya no tiene un sitio preponderante a menos que coquetee con el mercado y, en cierta medida, se vuelva una figura del espectáculo.
  • El escritor tiene que buscarse una rebanada del día para poder hacer lo que le gusta. Hoy está un poco asediado no sólo por la cuestión laboral, sino también por todo lo que significa ser escritor. Dar entrevistas y demás confunde la importancia que pueda tener el autor –como individuo– con lo que está escribiendo.
  • Vivimos tiempos en los que los escritores están demasiado ocupados y eso redunda negativamente en la escritura. Para evitarlo, organizo mis días de manera que todas las mañanas tenga espacio para escribir. No soy maniaco –porque puedo escribir en medio del ruido– pero sí necesito crear una cápsula de tiempo donde sepa que puedo dedicarme sólo a eso.
  • La explicación es la rebaba de la obra. Si necesitas explicar tu texto, quiere decir que cojea. En muchas ocasiones, los ritos que rodean a la escritura –entrevistas, presentaciones y demás– parecen ser una muleta para la escritura. Sin embargo, pienso que cualquier escritor desearía que su libro se bastara a sí mismo y que no hubiera necesidad de dar mayor explicación.
  • Como escritor no se persigue nada. Se escribe por el efecto que la escritura produce en uno. Hay muchos que negarían sentir placer. Algunos dirían que es una tortura infinita, pero yo no estoy del lado de los masoquistas de la escritura, sino que me estimula, me entusiasma y me atrae.
  • Es difícil saber por qué se escribe. Escribir es algo que no puedes dejar pero, al mismo tiempo, no puedes explicar. Hay quien podría decir que es porque quieres ser celébre, pero escribir no es la mejor manera de llegar a la celebridad. Hay diez mil estrategias anteriores y más efectivas para eso.
  • Lo interesante de la escritura es que la sientas como un desafío. En un proyecto de ensayo largo o de una novela, la continuidad del proyecto hace que no te plantees dudas cada mañana, pero en la poesía –que no escribes de manera contínua, con un horario– sí hay lugar para estas pequeñas vacilaciones.
  • Escribir es difícil en general. Tienes que lidiar con el lenguaje y lograr que éste, que es de todos, se vuelva característicamente tuyo visitando los lugares comunes pero de un modo sencillo y acrítico.
  • Cada proyecto debe implicar una dificultad. Cuando yo empiezo a sentir cierta facilidad y me parece pan comido, empiezo a sospechar de lo que estoy escribiendo, porque quiere decir que estoy bajando la guardia y dejándome llevar por la inercia.
  • Escribir un poema de tres líneas es tan difícil como un ensayo largo porque para llegar a ese poema se requiere todo un proceso de pensamiento, lecturas y sensibilidades.
  • Los disidentes del universo no es una antología de ensayos. Tampoco es una compilación. La idea era hacer un mosaico de personajes que son nuestro reverso porque se comportan de un modo excéntrico, inusitado y a contracorriente de cómo nos movemos. Quería cuestionar dónde está la anormalidad; pensar si está en los actos excéntricos de esas personas o en nosotros, que creemos que son el reverso de lo normal porque hacemos las cosas en manada.
  • En este libro no sólo me interesaba retratar personajes excéntricos, sino crear un ancla en nuestra vida cotidiana, en la manera que tenemos para movernos en la vida común.
  • En esta obra está la narración conjetural, ficticia, de lo que pude reconstruir de los personajes –donde obviamente hay muchas cosas imaginarias– para hacer un perfil más o menos seductor del personaje, pero al mismo tiempo trayéndolo al terreno de reflexión. Me interesaba que después de leer sobre alguien que siente deleite por hacer cola, nos preguntáramos sobre el acto –para nosotros automático– de hacer cola. ¿Qué estamos haciendo de esa práctica sobre la que ya ni siquiera volteamos la mirada?

Foto: Alessandro Bo, para Esquire

Este soy yo: Geoffrey Rush

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[Esquire no. 65]

  • Tengo una muy buena memoria –vívida, casi forense– de mi niñez y de mi adolescencia. Fui un niño muy feliz. Realmente amaba la escuela. A los 13, ya actuaba frente a toda mi clase. Con una raqueta de tenis, pretendía ser uno de los Beatles. Después de eso decidí unirme al club de drama de la escuela, empecé a participar en obras de teatro y dejé los deportes, que eran sumamente importantes para mí. En ese entonces ni remotamente imaginaba que por delante tendría una vida para ser un actor profesional.
  • Descubrí que podría ser buen actor gracias a mis maestras. Tenía una muy buena de actuación y otra de inglés. Ambas eran expertas en drama y nos motivaban a participar en obras de teatro. Sin embargo, cuando dejaron la escuela –ya no recuerdo por qué–, mis compañeros y yo decidimos que nosotros mismos dirigiríamos el club de drama.
  • Entré a la universidad sin tener idea de lo que quería hacer, por lo que me titulé en Arte, Literatura y Drama desde el punto de vista académico. Sin embargo, como estudiante universitario también me involucré mucho con el teatro.Todos los actores solíamos reunirnos para montar obras. Durante ese tiempo, la Queensland Theatre Company fue creada y el director estaba haciendo cosas similares. Así que terminé mi examen final un viernes y el lunes firmé mi primer contrato como actor profesional.
  • ¿Qué es lo que más me apasiona de la actuación? ¡Ser amado! [ríe] No, no es cierto. Realmente no lo sé. Si te diera una definición propia de lo que pienso que es la actuación, diría que es ponerse en un estado de juego imaginario.
  • No soy un actor de método. Me gusta divertirme mucho cuando actúo. Nunca he ido a terapia para curarme de esto así que no sé si hay algún trauma de mi infancia que haya provocado que quisiera ser prominente o contar una historia. No lo sé. Pero sé que amo la actuación y los lazos que creas con las personas que conoces durante los ensayos o en un set de filmación. En particular me gustan estos últimos, porque en ellos además trabajan electricistas y otras personas expertas en utilería, mismas que tienen una sensibilidad histórica con respecto a lo que se debe hacer.
  • De algún modo, la actuación es como un terreno de juego. Así lo expresó Helen Mirren alguna vez y, si ella lo dijo, yo también lo creo. Básicamente implica que incorporamos el juego a nuestra vida adulta.
  • No miro hacia atás preguntándome si he conquistado muchos de mis sueños. Eso sucede, por ejemplo, en los Juegos Olímpicos, donde entrenas porque tienes una meta. Mis estándares quizá sólo se parecen a los de los atletas porque siempre doy lo mejor de mí.
  • Me cuesta pensar en una palabra que defina mi vida. Me gustaría que el término clave fuera felicidad, pero la realidad es que sería más preciso si dijera ‘realización’. Para ser feliz, necesito sentirme realizado.
  • No hay un libro que me haya cambiado la vida, pero sí lo ha hecho la literatura en general. Siempre me han atraído los repertorios clásicos, aunque también he trabajado con material contemporáneo.
  • Aunque he trabajado en filmes tan distintos como The Book Thief o Pirates of the Caribbean, no hago gran diferencia entre los personajes que he interpretado. Quizá eso se deba a mi preparación como actor de teatro y porque a lo largo de mi carrera he logrado participar en varios papeles sin tipificarme. Sin embargo, también es cierto que, de alguna manera, he logrado encontrar un eje, pues suelo interpretar a un hombre que ayuda: ayudé a Jorge II [en The King’s Speech], a Liesel [en The Book Thief] a Frida [en Frida].
  • El último papel que interpreté –Hans, en The Book Thief– me atrajo por el contraste que representaba con el trabajo que estaba realizando en ese entonces. Recientemente había participado en obras de Oscar Wilde y un musical, así que la simplicidad de este hombre tan ordinario se sintió como un reto para mí.
  • Siempre me digo: no seas prejuicioso. Algunas veces puedes sólo leer las cualidades externas de una persona y restringirlas bajo tus propias percepciones, pero luego descubres que puedes conocerla mejor, de un modo mucho más profundo en cuanto a reservas humanas, idiosincracia y contradicciones.

Éste soy yo: Carlos Cuarón

Imagen[Esquire no. 61]

Escritor. Director. 47 años. Ciudad de México.

  • Me fascina lo que hago. Sueño con seguir trabajando en cine con Alfonso Cuarón, mi hermano, y Jonás, mi sobrino. Este mes lanzamos películas al mismo tiempo. Alfonso estrena Gravity, un peliculón muy cabrón, y yo Besos de azúcar, película indie mexicana, también muy cabrona.
  • Creo que no hago películas aburridas, sino cintas entretenidas que no son superficiales y tienen distintos niveles de lectura. Puedes verlas como filmes ramplones, pero si te interesa también puedes encontrar mucha profundidad en ellos.
  • La particularidad de mis películas es el retrato social con sentido del humor. Rudo y cursi [2008] y Besos de azúcar tienen precisamente estas características.
  • Sentido del humor no necesariamente implica comedia, sino la posibilidad de reír en momentos que son dolorosos. En Besos de azúcar hay ligereza en la narración, pero es tremendo lo que le pasa a los dos niños que protagonizan la historia.
  • Los personajes son la base de una trama, no al revés. Dándoles profundidad y dimensión, encuentro la historia que quieren que cuente. Esto conlleva un acto de entrega, de rendirse al proceso creativo y a los personajes mismos.
  • Mis historias cambian mucho conforme las escribo. Los personajes se transforman a través de pequeñas acciones, diálogos y otros elementos. El proceso de escritura no se detiene sino hasta que terminas la película.
  • Me sentiría muy extraño si no escribiera mis propios filmes. Me involucro en mis historias desde su concepción, a partir del guión, porque me formé como escritor.
  • Cuando Alfonso cumplió 12 años y tuvo su primera cámara, me convertí en su asistente. Decidió desde muy chico que quería ser director de cine. Yo, en cambio, quería ser un escritor como Gabriel García Márquez: un intelectual que se mueve en medios políticos y asiste a recepciones en embajadas.
  • Cuando cumplí 19, mi hermano empezó a trabajar en Hora marcada, un programa de televisión. Me dijo: «Si quieres escribir, ayúdame con mis guiones». Así empezó la historia.
  • Me dediqué al cine por Alfonso, pero el desvío en mi carrera no quiere decir que he abandonado por completo la literatura. He publicado cuentos y he montado obras de teatro. Soy un novelista de clóset que algún día saldrá a la luz.
  • Lo que más admiro de Alfonso es su generosidad. Ha sido mi socio creativo, carnal, maestro y hermano mayor. Como cineasta es igual. Me ha enseñado mucho. Es un tipo con capacidades fuera de lo común. Es un fuera de serie. Lo admiro profundamente porque es capaz de crear un cine único y original que me gusta mucho. Es muy fácil trabajar con él porque la admiración es mutua.
  • Cuando mi hermano y yo empezamos a escribir Y tu mamá también [2001] fue en verdad increíble. Desarrollamos la historia a partir de Masculin, Féminin [1966], una película de Jean-Luc Godard.
  • Alfonso y yo estuvimos juntos durante el rodaje de los últimos dos shots de Rudo y cursi. Fue un momento absolutamente mágico y demencial. Se nos estaba yendo la luz y debíamos terminar. Era loquísimo. Él estaba en una unidad y yo en otra. Yo estaba con un fotógrafo y él con otro. Uno filmaba a Diego [Luna] y otro a Gael [García]. No había tiempo y todo era un desmadre. Los dos gritábamos indicaciones al mismo tiempo, nos volteábamos a ver y seguíamos trabajando. Cuando el asistente de dirección dijo: «Con esto acabamos», nos vimos y nos dimos un abrazo. Fue un momento muy intenso. Lo único que teníamos en la cabeza era que debíamos terminar y lo demás valía madres.
  • Ahora Alfonso y yo estamos produciendo el segundo largometraje de Jonás. Mi sobrino es el talentoso de la familia. Es verdaderamente genial y su segunda cinta será un peliculón porque la primera fue una maravilla. Los tres lidiamos con el mismo reto de todos los cineastas: levantar los proyectos. Para bien o para mal, el cine es un medio de expresión muy caro. Necesitas encontrar los 2.5 millones de dólares que yo busqué para hacer Besos de azúcar o los 100 que necesitó Alfonso para Gravity.