Mexicanos de Oaxaca iluminan con velas y altares el camino para reencontrarse con sus muertos

Originalmente publicado en The Associated Press, octubre de 2023 (link aquí)

English story here

SANTA MARÍA ATZOMPA, MÉXICOA (AP) – Las manos de Ana Martínez se mueven con calma, como si danzaran a través del altar que construye flor a flor, vela por vela, para honrar a sus muertos.

Desde la terraza de su taller de cerámica en Santa María de Atzompa, en el estado de Oaxaca, la mexicana de 41 años continúa una tradición legada por sus antepasados. Cada 31 de octubre inicia su día montando este espacio y continúa por la noche, cuando acude al panteón para poner velas que iluminen el camino de sus difuntos.

Miles de mexicanos esperan la temporada anual de Día de Muertos porque, según sus creencias, los seres queridos que se han ido vuelven unas horas a compartir alimentos y dicha con ellos.

“Atzompa es un pueblo muy ancestral, guardamos la cultura de nuestros ancestros y por eso elaboramos nuestro altar”, dice Ana.

Primero son las flores. La oaxaqueña toma ramitos de cempasúchil que teje alrededor de un arco que se alza sobre los tres pisos de su ofrenda.

“Para nosotros ese arco significa el portal para que ellos (los difuntos) puedan llegar hasta nuestra casa”, explica. “También ponemos un caminito de flores hasta la puerta porque es una señal de que son bienvenidos”.

Después sigue el copal, un incienso compuesto de resinas que al encenderse desprende un aroma que, según se piensa, guía a los muertos hacia su hogar. Luego dispone alimentos como manzanas, maní y dulces de azúcar.

Cerca del pan de yema —un bollo del tamaño de un plato que tiene una figurita humana en el centro—, Ana coloca un cuenco redondo y especial: los chocolates que a su abuela le gustaba comer.

“Ella fue como mi madre, entonces todo lo que voy a ofrecer es esperando que ella pueda acompañarme en el altar”.

Para los oaxaqueños como Ana, en esta fecha no se honra a la muerte sino a los antepasados, explica el secretario de cultura estatal, Víctor Cata. “Es un culto a nuestros seres queridos, con quienes vivimos un tiempo y compartimos un techo, una casa, una comida; que fueron de carne y hueso al igual que nosotros”.

Las tradiciones de Atzompa se aprenden desde la niñez y se transmiten de padres a hijos. En el hogar de Ana, su pequeña de ocho años pregunta emocionada si puede ayudar a acomodar la fruta del altar y su madre le asigna otra tarea importante: cuidar que las velas se mantengan encendidas por la tarde para que sus difuntos no pierdan el camino.

El valor de los cirios es trascendental en esta comunidad en la que el cementerio local se cubre de fuego sobre las tumbas con la partida del sol. Siguiendo esta tradición, localmente conocida como “vela” o “alumbramiento”, decenas de familias pasan la noche junto a sus difuntos.

“Ellos van a venir a nuestras casas con esa luz que les vamos a ir a poner toda la noche”, dice Ana.

Algunos oaxaqueños llegan al panteón desde temprano. María Martínez, de 58 años, empezó a colocar flores de cempasúchil sobre las tumbas de sus suegros y su marido desde el mediodía. “Yo sí siento que hoy regresan pero creo que están con uno diario, no sólo en esta fecha”, dice.

Cuenta que su marido falleció hace tres años y todos los días extraña aquel tiempo en el que estaban juntos. “A él le gusta el mole y el caldo de res. Todo se lo preparo”.

A sólo unos pasos está Juan Manuel Gutiérrez, quien visita la tumba que en 2011 cavó para su papá. Él llegó temprano para colocar algunas flores y velas, pero sus siete hermanos vendrán más tarde hasta cubrir la tierra, dice el oaxaqueño de 49.

Las tradiciones que los distintos pueblos oaxaqueños preservan para recordar a sus muertos varían porque en el estado conviven 16 grupos indígenas y el pueblo afro, pero según el secretario Cata se comparte una noción relacionada con la tierra.

“En octubre y noviembre es la época de sequía, donde la tierra va languideciendo”, explica. “Pero es algo que vuelve a nacer, entonces hay este pensamiento de que los muertos vuelven, que están aquí con nosotros en nuestros altares, donde colocamos todo lo que les gustó”.

Felipe Juárez suelta una carcajada cuando recuerda el rincón del altar que puso en honor a su hermano. A él le gustaba el mezcalito y la cervecita, dice, así que le dejó unas botellas antes de salir al panteón.

“Son ocho tumbas que vengo a visitar. La de mi papá, mi mamá y de mis hermanos. Todos mis hermanos ya se fueron”, dice el oaxaqueño de 67 años.

Él y su familia pasarán la noche en el cementerio, con buen ánimo y platos típicos —mole y tamales— esperando en casa para desayunar cuando vuelvan a las seis de la mañana. No será una vigilia triste, sino feliz, dice Felipe.

“El día que nosotros vayamos a morir, vamos a encontrarnos con ellos, vamos a llegar a ese lugar a donde ellos han llegado a descansar”.

——

AP Foto: María Alférez

La cobertura de noticias religiosas de The Associated Press recibe apoyo a través de una colaboración con The Conversation US, con fondos del Lilly Endowment Inc. La AP es la única responsable de todo el contenido.

No son muñecas, sino cultura viva: un artesano lleva la historia oaxaqueña a las calles de México

Originalmente publicado en The Associated Press, junio de 2023 (link aquí)

OAXACA, México (AP) – Las manos de artesano de Tonatiuh Estrada no sólo modelan figuras de cartón que sobrepasan los tres metros de alto. Lo que a él le gusta es crear documentos.

“Quiero que cuando la gente vea cómo las personas utilizan un huipil (un vestido tradicional) o un peinado, también lo lea y lo entienda. Que no se lleve sólo un adorno, sino también conocimiento”, dice el mexicano de 46 años.

Sus creaciones más recientes fueron solicitadas por el gobierno local para celebrar la Guelaguetza, el evento cultural más importante del estado de Oaxaca, en el suroeste del país. Como en cada edición, desde hace 91 años, el festejo convoca a diversas comunidades originarias para difundir su cultura a través de bailes, desfiles y venta de artesanías. Este año participaron 16 etnias y el pueblo afromexicano.

Tonatiuh modeló ocho piezas representativas de las regiones estatales para la celebración: siete mujeres y un hombre vestido de diablo. “La intención era hacer muñecas morenas para valorar nuestra etnia, nuestros colores”, explica.

Su especialidad es la cartonería –un fino y antiguo modelado en papel— y las muñecas de calendas, como se conoce localmente a las procesiones que los oaxaqueños realizan durante las fiestas patronales o para honrar a algún santo.

Por su colorido y atractivo, las calendas se han popularizado en Oaxaca y ahora es común verlas por las calles del centro varias veces por la tarde, pues decenas de parejas de recién casados suelen contratarlas como parte de su evento. Eso, piensan algunos, perjudica su esencia.

“Hoy en día se está perdiendo su significado”, asegura Nayelli López, quien vive en la capital y desfiló en la Guelaguetza como “china oaxaqueña”, que representa a la mujer trabajadora de los Valles Centrales. “Lo que se ve día a día en las bodas son recorridos. No son calendas porque una calenda es un respeto y un símbolo de fe que se lleva a las iglesias”.

Tonatiuh hace lo posible por preservar y difundir ese contexto espiritual en sus piezas. Explica que realiza una investigación cuidadosa de cada pedido y tiene claro que las primeras figuras de calenda se utilizaron tras la Conquista (1521), cuando los españoles iniciaron la evangelización. “Sí son un adorno, pero un adorno con información”, asegura.

Cuenta que cuando el comité que seleccionó a los pueblos participantes de esta Guelaguetza le compartió su elección, él tuvo que hacer algunas correcciones. Pintó flores del tamaño preciso. Acomodó trenzas del lado correcto. Modeló al diablo como se presenta en la danza local que lo inspiró.

“Aquí todo tiene un significado que es bonito”, añade.

Su trabajo toma tiempo porque para completarlo no sólo debe investigar la historia de cada figura, sino tener paciencia en el proceso de confección. Para terminar una sola muñeca puede pasar semanas encerrado en su taller.

Primero fabrica un armazón de madera. Luego lo cubre de barro, lo modela como una escultura que posteriormente envuelve con plástico y entonces empieza a pegar el papel. Crea una capa de un centímetro de ancho y una vez que se seca la abre para sacar el barro y dejar el cascarón. El siguiente paso es lijar, lijar y lijar. Ya perfeccionada la textura, pinta.

“A veces la gente cuando ve el papel no lo valora y piensa que es más trabajo tallar la madera, pero es más largo el proceso en papel”, dice Tonatiuh.

Aunque la confección de sus últimas figuras haya sido estresante por cuestión de tiempos, el artesano se dice satisfecho. “A la gente le ha gustado. Se toman fotos, se sienten identificados. Les dio mucho gusto que las muñecas fueran morenas”.  

Algunos investigadores analizan lo que ocurre en la Guelaguetza con cautela porque no todos los pueblos originarios participan y nació como un evento que impulsaba el nacionalismo.

“Lo vendían como un homenaje racial”, explica la antropóloga Gabriela Zapién. “Desde el origen fue algo problemático porque estamos hablando de una tradición construida”.

Tonatiuh coincide, pero piensa que a la larga ha logrado algo positivo. “Ha alimentado y exhibido las costumbres de la gente, o sea, lo que uno ve sí se hace y lo ha revalorizado la propia gente”.

La misma palabra “Guelaguetza” tiene un significado entre los oaxaqueños y cumple una función social. Algunos lo asocian a un festejo y otros a la ayuda mutua. En ambos casos, implica compartir.

“Lo bonito de Oaxaca es que no es una cultura de museo o de exhibición”, asegura sonriente. “Es una cultura viva”.  

____

AP Foto: María Alférez

La cobertura de noticias religiosas de The Associated Press recibe apoyo a través de una colaboración con The Conversation US, con fondos del Lilly Endowment Inc. La AP es la única responsable de todo el contenido.

Pueblos originarios de México comparten la herencia de sus ancestros durante la Guelaguetza

Originalmente publicado en The Associated Press, junio de 2023 (link aquí)

English story here.

OAXACA, México (AP) — En el suroeste de México hay una diosa que abraza. Cuando uno conoce a Leticia Santiago Guzmán, sus brazos se abren como si fuera un ave que ofrece su cobijo.

Desde finales de junio representa a Centéotl, la deidad mexica del maíz, y es el rostro principal de la Guelaguetza, el evento cultural más importante del estado de Oaxaca. Su rol de las últimas semanas ha sido acompañar al gobernador en los festejos previstos en la agenda y promover su propia cultura.

Todo en ella es color e historia. Su piel canela. El pelo largo —oscuro como fondo marino— acomodado en dos trenzas que remata con listones. Su collar de coral rojo. La pechera floreada que oculta leyendas ancestrales.

“¿Quieres que hable en chatino o en español?”, pregunta la oaxaqueña de 35 años antes de iniciar una entrevista.

Alzando la voz en la lengua de su etnia —los chatinos— Leticia arrancó el discurso que hace unas semanas le valió el triunfo en un certamen que allanó el camino a la Guelaguetza, organizada por el gobierno desde hace 91 años para difundir las tradiciones locales. En esta edición participan representantes de 16 pueblos originarios y la comunidad afromexicana.

Las calles del centro se paralizan cada mes de julio, cuando el evento transcurre entre desfiles, bailes y ventas de artesanías. Según el gobierno, tan sólo esta semana hubo más de 27.000 mexicanos y extranjeros que se dieron cita en la capital estatal.

El concurso de la diosa Centéotl, en el que Leticia representó al pueblo de Santiago Yaitepec, recibió por años críticas de académicos y asistentes por tener un jurado presidido por personas ajenas a las comunidades que banalizaban a las participantes. Ahora varias voces coinciden en que un reciente cambio de gobierno trajo consigo un nuevo comité más enfocado en destacar la trayectoria de las concursantes y mejorar la representatividad de los pueblos originarios.

Leticia coincide: “Los chatinos habíamos sido olvidados”. La idea de concursar no fue suya, pero cuando algunos conocidos la animaron, ni lo dudó. “Yo ya cumplí con un cargo público en mi pueblo. Fui regidora de cultura. Rescaté una danza ancestral de mi comunidad y toco la flauta”.

Leticia se estremece cuando alguien le pide mencionar qué hace único a Yaitepec. Mientras pasa la mano sobre la falda que apenas cubre sus sandalias, responde que los textiles. “Entre hilos y agujas, entre telar de cintura, hemos armado una identidad que es una lucha también para nosotros”.

Cada vestimenta, accesorio o danza que los representantes de otras regiones lucen o interpretan durante la Guelaguetza también es una ventana a su cultura. Nayelli López, quien forma parte de las chinas oaxaqueñas de la capital, cuenta cómo el traje de gala que lució durante un desfile refleja su fe y algunos códigos sociales.

El lazo que las mujeres llevan alrededor de la cintura revela si quien lo porta es soltera o casada —dependiendo de que lo acomode a la izquierda o a la derecha— y el medallón que lleva prendido del pecho expresa su devoción por la Virgen de la Soledad. “Mis zapatos negros son el símbolo de la raza mestiza; nuestras canastas las usamos como una ofrenda hacia nuestro santo”.

Enrique Olvera, originario de Ejutla de Crespo, cuenta que su traje blanco y su sombrero de piel de burro representan la ropa antigua de sus ancestros, hombres dedicados a la siembra. Natasha Gutiérrez, de Santo Domingo de Tehuantepec, narra que su atuendo de terciopelo —bordado a mano con hilos de seda— se usa durante la fiesta patronal de Santo Domingo de Guzmán.

Desde la antropología hay expertos que coinciden en que la Guelaguetza difícilmente refleja las tradiciones reales de los pueblos porque éstas se llevan a cabo en fechas y contextos específicos, pero los oaxaqueños de a pie mencionan otro matiz. “Para nosotros es la máxima fiesta porque es de una cultura ancestral que nos dejaron nuestros antepasados”, dice Silvia Ramírez, quien tiene 56 años y disfrutaba con una amiga del festejo. “Nos llena de emoción porque los volvemos a sentir”.

La Guelaguetza genera música, color e historia, pero también polémica. Sólo un puñado de pueblos de 570 municipios puede participar y esa selección también ha provocado exclusión y congoja. Diversas comunidades y sectores sociales —uno integrado por maestros, por ejemplo— han creado sus propias guelaguetzas y a la fecha consideran que ofrecen mayor acceso al oaxaqueño común.

El sociólogo Victor Raúl Martínez explica que el antecedente de esta fiesta surgió en los años 20, en un momento de nacionalismo posrevolucionario. En 1932, para celebrar los 400 años de la formalización de Oaxaca como estado, el gobierno organizó una celebración que convocó a distintas etnias.

Aunque ese evento ocurrió en abril, después se trasladó a julio, en coincidencia con la celebración a la Virgen del Carmen, que ocurría en el Cerro del Fortín, ubicado en la capital estatal. Ahora el evento más importante de la Guelaguetza se da en el mismo sitio y se conoce como “fiesta de los Lunes del Cerro”.

Quien arranca ese festejo es la diosa Centéotl. En su discurso inaugural, Leticia hizo retumbar los altavoces en su lengua, el chatino, mientras sostenía su cetro con una mano y su falda con la otra.

Para ella la ropa no es mera indumentaria, sino aquello que une a su pueblo con la naturaleza. Las chatinas aprenden el punto de cruz desde niñas porque bordar aves y flores tiene un significado espiritual. En su cosmovisión, su madre es la Tierra y, su padre, el Sol.

“Dicen que nosotros provenimos del mar”, cuenta Leticia. “Nuestros antepasados vivían como peces y un monstruo marino los empezó a comer. El Santo Padre Sol se compadeció, los convirtió en seres humanos y así surge la historia de los chatinos”.

Para Leticia, un cerro tampoco es sólo un cerro, sino un sitio sagrado. Una ciénega es un lugar para colocar ofrendas y pedir bienestar. Una hondura es un signo de vida para honrar al Santo Padre Sol.

La diosa Centeótl no se venera entre los chatinos, pero la conexión del pueblo de Leticia con el maíz es total. “Me identifico mucho porque el 7 de octubre festejamos a la Virgen del Rosario, que está vestida de chatina, y salimos en procesión con nuestras milpas (cultivos de maíz) en las manos para pedir buenas cosechas”.

Sus planes a corto plazo son construir un nicho para su cetro, que éste inspire a otras mujeres de su comunidad a luchar por lo que creen y rescatar su lengua. Más de 41.000 personas hablan chatino, explica, pero su escritura se ha perdido.

Quizá recuperar su registro sea el último milagro de la diosa Centéotl.

____

AP Foto: María Alférez

La cobertura de noticias religiosas de The Associated Press recibe apoyo a través de una colaboración con The Conversation US, con fondos del Lilly Endowment Inc. La AP es la única responsable de todo el contenido.