How one man’s dream led to 50,000 pilgrims honoring Our Lady of Copacabana in Bolivia

A man is silhouetted against a burst of fireworks during celebrations honoring Bolivia’s patron saint, the Virgin of Copacabana, in Copacabana, Bolivia, Monday, Aug. 4, 2025. (AP Photo/Juan Karita)

Published by The Associated Press, August 2025

Spanish story language here

More than 50,000 people from Bolivia and neighboring Peru make a pilgrimage every August to Copacabana, on the shores of Lake Titicaca, to honor Bolivia’s patron saint, Our Lady of Copacabana. In the main event of the celebration, a replica of the wooden-carved figure of the Virgin Mary leads a procession.

Her official feast is Feb. 2 — coinciding with Candlemas — but Aug. 5 marks the anniversary of her canonical coronation as the patron saint of Bolivia by a papal bull issued by Pius XII in 1925. This year is the 100th anniversary.

“She has granted me various miracles,” said Elizabet Valdivia, who traveled 12 hours by road and boat from the Peruvian city of Arequipa to join the procession. “She gave us our car, the possibility of raising my son, and I always ask her to watch over our jobs.”

The birth of a sacred icon

Our Lady of Copacabana’s basilica has safeguarded this Virgin Mary figure since the late 16th century. Her history dates back to 1583, when Inca descendant Francisco Tito Yupanqui crafted a figure in her honor.

According to Marcela Cruz, a guide at the museum next to the basilica, Yupanqui had a dream about the Virgin and molded a clay figure to depict her. He showed it to the chaplain, but after being rejected and mocked, he went for a walk by the lake.

“There, he encountered the image of the Virgin as an Inca maiden,” Cruz said. “That’s why her image is so simple.”

Inspired by the apparition, Yupanqui set off for the city of Potosí, about 330 miles (530 kilometers) from La Paz, the current capital city. There, he carved the image that is now revered in the basilica from a maguey tree trunk.

When Yupanqui traveled back to Copacabana, the town was under Spanish occupation, and both the Aymara and Quechua Indigenous people — now nationals from Bolivia and Peru — were at the site for evangelization purposes.  

“She arrived at dawn on Feb. 2, and both the Aymara and the Incas bowed down to welcome her,” Cruz said.

A shrine of faith, gratitude and generations of prayer

The museum named after Yupanqui displays hundreds of gifts that devotees have presented over the centuries. These include capes embroidered with gold thread, votive offerings, letters in braille and silver crowns resembling those Simón Bolívar melted down to secure Bolivian independence in 1825.

“Our Lady of Copacabana is the mother who welcomes all of her children regardless of their race or culture,” said Itamar Pesoa, a Franciscan friar residing at the convent adjacent to the basilica. “Within Bolivia, she is the queen.”

According to Pesoa, pilgrims travel from all over South America to present her with offerings. Some women who were unable to have children thank her for enabling them to become mothers. Others praise her for helping them recover from serious illnesses.

Several Masses in her honor are celebrated daily starting Aug. 4.

“This devotion continues to be passed down from generation to generation and inspires many to follow Christ,” Pesoa said.

Yupanqui’s original figure has not left the basilica for a procession since her coronation in 1925, but devotees revere her replicas nonetheless.

In a nearby chapel, parishioners light candles — one per miracle requested — and patiently wait for them to burn out before leaving. 

Sandra Benavides, who traveled from the Peruvian city of Cuzco, lit a candle and prayed for good health. She said some years ago she fell and the accident nearly killed her, but the Virgin interceded.

“Our Lady of Copacabana is miraculous,” Benavides said. “She is as if she were my mother, whom I have never had.”

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El desafío de ser diferente en La Luz del Mundo

Originalmente publicado en The Associated Press, septiembre de 2022 (link aquí)

CIUDAD DE MÉXICO (AP) — En La Luz del Mundo el rezo de los devotos se propaga a través de los templos como si fuera una misma voz. El llanto colectivo se prende y se apaga casi en automático. El vestir es una etiqueta que dice: pertenezco aquí.

En cada culto, en cada calle y en cada hogar de la comunidad, los fieles corean lo que dicte Naasón Joaquín García, el tercero de una estirpe que se dice elegida por Dios para difundir sus enseñanzas a unos cinco millones de almas bajo el título de apóstol de Jesucristo. Aunque cumple una condena de 16 años de cárcel en Estados Unidos por abuso sexual, aún creen en su palabra porque retarla sería como retar a Dios.

Para algunos ex devotos, la doctrina de esta religión fundada en México en 1926 rehúye al pensamiento crítico, la toma de decisiones al margen de la iglesia y la formación de una identidad propia. Las pautas de La Luz del Mundo dictan cómo nombrar a los bebés, cuándo llorar y cuántas horas ayunar para pedir a Dios por su apóstol encarcelado, pero no hay guía que alumbre el camino de quien decide separarse del rebaño.

Éstos son los recuerdos de tres mujeres que trataron de nadar a contracorriente y quienes pidieron ser identificadas sólo por su primer nombre para evitar posibles agresiones por sus comentarios: Bárbara, Victoria y Vee.

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Aquella tarde, el ministro entró corriendo al templo como un viento enfurecido y dijo: “Hermanos, estamos en una situación de emergencia. El apóstol necesita nuestra oración”. La escena era insólita para una iglesia cuyos protocolos tienen la precisión de un reloj suizo.

“Yo pensaba ‘se murió, le dio un infarto’. Mil cosas pasaron por mi mente, menos lo que sucedió”, cuenta Bárbara.

Y es que lo que sucedió fue la hecatombe: el siervo al que Dios le hablaba al oído estaba en manos de la policía de California por cargos de tráfico humano y violación de menores. “Nos dijeron ‘no vean noticias, no busquen en internet’. Dijeron que era pecado y blasfemia contra el Espíritu Santo ver cualquier cosa que hablara mal de él”.

Su cuerpo temblaba de miedo con cada vibración del teléfono y bloqueó toda notificación que la tentara con novedades. “No te miento: agarrar el celular era un terror de que te iba a tragar la Tierra. Eso sentía, que si veía algo me iba a ir al Infierno”.

Y así siguió hasta que un día vio algo y la Tierra no se abrió.

Aquella noticia recuperaba el testimonio de una víctima que dijo ser sobrina de Naasón. Una pregunta llevó a otra y el muro de certezas que protegía su fe cayó. “Ésa fue la puerta para empezar a abrir los ojos y cuando se declaró culpable dije: ya no”.

Acudir a su esposo no salió como esperaba. “Él se cerró. Llegó un punto en que me dijo: ‘Ya no quiero que me digas nada. No voy a pelear contigo, pero no toques el tema’. Él dice que todo es mentira. Ahí fue cuando nuestro matrimonio empezó a tambalearse”.

Tras la sentencia de Naasón le dijo a su marido que dejar la iglesia era un punto sin retorno. Él titubeó, pero rehuyó la separación y a la fecha sólo él y su suegra conocen su decisión.

Aunque poco a poco ha reparado la relación consigo misma, aún le falta enmendar sus vínculos con Dios. “No he tratado de buscarlo, de hacer esa oración íntima que te lleva a él. Cuando empecé a abrir los ojos recuerdo que lloraba mucho y le pedía: ‘Señor, si este hombre (Naasón) es malo, ábrele los ojos a mi esposo’. Era mi oración constante y verlo todavía pegado a esto, fanatizado, me genera tristeza. ¿Entonces dónde está Dios?”.

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Victoria tenía un truco para salirse con la suya: cuando se cortaba el pelo a los 15 años, entraba al templo con la cabeza echada ligeramente hacia atrás para que los mechones bajaran unos centímetros y pudiera despistar al enemigo.

Su cotidianidad no fue la de una nueva generación que puede asistir a fiestas, maquillarse o ver telenovelas. Ella vivió medio siglo en el mundo del no: “no” al teatro, “no” al baile, “no” a las faldas ajustadas. Para estudiar la universidad se mudó de país y empezó a vivir sola, pero la doctrina la siguió como su sombra. “Siempre tratas de hacer lo correcto. No te desvías porque piensas ‘Dios me va a castigar’”.

Sus primeras rebeldías fueron comprar boletos para el cine y celebrar el fin de su último semestre en una reunión con amigos vistiendo jeans. “Mi actuar era dentro de las reglas que te estipulan. Te dicen que tienes libre albedrío, pero eso es contradictorio. Cuando te unes a la iglesia estás crucificado. Te dicen: ‘crucifica tus deseos carnales porque debes estar crucificado como Cristo’”.

El lenguaje construye realidades y La Luz del Mundo se hace de siervos hasta para atender el teléfono. “La persona ideal es la que está a disposición del ministerio. Cuando llaman, tú debes responder ‘heme aquí’. Siempre ‘heme aquí’, para lo que sea”. Y ella estuvo. Ahí. Para lo que fuera, durante casi 50 años. No fue sino hasta el arresto de Naasón que decidió dejar de estar.

“Este hombre desgració muchísimas vidas. Nos tuvo esclavizados”.

Su nombre no es Victoria, pero pide guardar su identidad porque tras la detención dejó la iglesia y no quiere perjudicar su paz. “En tu reportaje llámame Victoria, porque así se siente haber conseguido la libertad”.

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Hubo un tiempo en que el corazón de Vee latió más por su apóstol que por ella.

El remordimiento que sentía por ser quien era se volvió tan inmenso que aquella noche le hizo una propuesta a Dios. “Me hinqué, lloré y lloré y dije: ‘Señor, llévame a mí en vez de a él. Fue mi culpa. Por mi culpa está enfermo. Dale a él la vida que necesita y llévame a mí’”.

En la doctrina de Samuel, segundo apóstol de La Luz del Mundo y padre de Naasón, no había lugar para Vee. La devoción al siervo era bienvenida, pero el amor de una mujer a otra mujer, jamás.

Minutos antes de haber hecho esa oración, Vee estaba lejos del templo. Intentaba reconstruirse en un mundo en el que su identidad de género no fuera pecado, pero su madre llamó: “Tu apóstol está muy mal”. Y ella volvió.

Vee fue una entre miles que rezaron en vela ante la certeza de que el final estaba cerca. Samuel aseguró por años que con su último respiro los “llevaría con Cristo”, así que con su muerte ellos tendrían que morir. “Amanecí pensando: ‘nos va a llevar, me voy a ir al infierno’”. Pero nada ocurrió.

Vee no se sintió a un paso de las tinieblas por obra del Diablo, sino porque su religión la condenó.

En esa iglesia que tanto quiso y en la que todos se llaman “hermanos” nunca hubo un soplo de aliento para Vee. Tenía 17 años cuando un ministro la interrogó sobre una vida sexual que no sólo debía ser privada, sino que ella desconocía, y le arrebató la única “bendición” que la mantenía a flote. Primero perdió su trabajo en el coro; luego la relación con su familia, el amor por sí misma y su fe.

Ahora un zurcido invisible subyace a sus palabras. Le tomó 13 años reparar lo que su iglesia rompió. Poco a poco volvió a hablar con su madre. Poco a poco sanó.

“No hay nada malo conmigo, nunca hubo nada malo conmigo. No soy vómito. Nunca lo fui. Hablar de mí no me gustaba, pero ahora siento que el universo me preparó para hacerlo. Puedo ser feliz con quien yo quiera, conmigo misma, que es lo más importante. Es muy emocional para mí porque no lo había podido hacer en todos estos años. Siento tanta felicidad de poder decir: ésta soy yo, y eso está bien”.

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Foto: Refugio Ruíz

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