El pasado prehispánico de México vive en diosa Coyolxauhqui

Originalmente publicado en The Associated Press, abril de 2023 (link aquí)

English story here.

CIUDAD DE MÉXICO (AP) — Nada en su cuerpo desmembrado hace pensar en una diosa derrotada. El subsuelo preservó a Coyolxauhqui fuerte y eterna en el relieve de su roca, como un recordatorio de que los mexicanos son hijos del Sol.

Una exposición recientemente inaugurada en el Museo del Templo Mayor, en Ciudad de México, celebra que la representación mejor conservada de la deidad lunar de los mexicas reapareció hace 45 años desde lo profundo de la tierra, cuando la pala de un trabajador de la compañía eléctrica estatal golpeó el monolito en el que fue tallada en 1469. Con ello, México recuperó trozos de una historia que parecía perdida.

La exhibición estará abierta al público hasta el próximo 4 de junio y muestra más de 150 piezas arqueológicas centradas en la mitología, simbolismo e investigaciones científicas en torno a esta deidad.

Antes del hallazgo del monolito en los años 70, los arqueólogos pensaban que quedaba poco por descubrir sobre el pasado del imperio Mexica. En 1521, para imponer sus creencias y afianzar su dominio en la capital —que entonces se llamaba Tenochtitlan— el conquistador español Hernán Cortés pidió arrasar con templos e imágenes y edificar algo nuevo en su lugar.

El tiempo trajo consigo una nueva metrópoli y muchos pensaron que los restos del recinto más sagrado para los mexicas —el Templo Mayor— habrían quedado sepultados bajo la catedral actual. Sin embargo, a las entrañas de la ciudad aún le restaba un misterio por revelar.

Patricia Ledesma, arqueóloga y directora del Museo del Templo Mayor, explica que sus predecesores se dieron a la tarea de rescatar los rastros de los mexicas desde finales de la época colonial (1821). La tarea se volvió compleja porque la población y los poderes del México independiente se mantuvieron asentados en la zona central capitalina y las oportunidades para excavar eran limitadas.

Las primeras nociones sobre la ubicación del Templo Mayor llegaron en 1914, cuando la demolición de un inmueble dio pie a que el arqueólogo Miguel Gamio descubriera parte de una escalinata y su esquina suroeste. La exploración del sitio no avanzó sino hasta 1978, cuando la pala accidentada de los trabajadores de la estatal eléctrica dio con el escondite secreto de la diosa de la Luna.

Ledesma explica que aunque al desenterrarla no hubo dudas de que se trataba de un ente femenino, sugirieron diversas interpretaciones sobre su identidad. Al final un arqueólogo dio al clavo: no era otra sino Coyolxauhqui, “la que trae cascabeles en las mejillas”, porque en el relieve de su rostro pétreo es fácil apreciar unas campanas diminutas.

Es casi paradójico que una deidad de la oscuridad arrojara luz sobre la civilización que la esculpió en el inmenso disco de roca volcánica que hoy la acoge en un museo. El hallazgo no sólo dio origen a uno de los proyectos arqueológicos más importantes del país –el Proyecto del Templo Mayor, que a la fecha continúa–, sino que permitió reafirmar las concepciones que se tenían sobre el mito mexica que explica el nacimiento del Sol.

Se dice que fue así: una mujer barre afuera de su templo cuando una bola de plumas cae del cielo, ella la guarda en su seno y se embaraza. Al enterarse, una de sus hijas –Coyolxauhqui, ¿quién más?— se enfurece y con sus 400 hermanos –las estrellas— deciden asesinarla.

Nadie lo imagina pero en el instante en que sus hijos intentan matarla en lo alto de un cerro, Coatlicue da a luz a Huitzilopochtli, dios del Sol y de la guerra. El patrono de los mexicas nace vestido y listo para el combate. Con su arma decapita a Coyolxauhqui y luego la avienta hasta las faldas de la colina, donde cae despedazada, tal y como retrata el relieve de su piedra.

Que la belleza de este mito no se pierda en la confusión de que ésta es la historia de una hermana asesinada. Bajo la superficie hay algo más, dice Ledesma: “El mensaje de la historia es que somos hijos del Sol”.

Gracias a él tenemos energía, crecen las plantas, salen los animales. “No somos hijos de la noche; nuestra esencia es solar”.

El carácter guerrero del mexica también se proyecta en su dios: Huitzilopochtli emerge armado desde el vientre de su madre porque la sociedad que lo concibe es militarista; entiende el mundo como un sitio para pelear.

Bajo esta cosmovisión, además, la muerte se percibe como algo natural. Coyolxauhqui no perece sin propósito, sino para dar lugar al Sol. Por eso ella misma, de algún modo, renace una y otra vez.

Según explica Ledesma, no hubo una, sino muchas Coyolxauhqui. “La que vio Cortés, seguramente, la destruyó”.

Cuando los mexicas ganaban una batalla importante, renovaban el Templo Mayor y con él sus esculturas. Las viejas se guardaban, probablemente debajo de las nuevas, y las más recientes permanecían visibles. Hasta ahora, los arqueólogos han descubierto cinco Coyolxauhquis. La única completa es la que los trabajadores estatales encontraron hace 45 años.

Desde entonces, Coyolxauhqui sobrecogió el corazón de los mexicanos. De acuerdo con Ledesma, tras su hallazgo el arqueólogo Eduardo Matos –quien estuvo y sigue a cargo del Proyecto Templo Mayor—abría la excavación los jueves y la gente hacía filas para verla.

“Llegaba la gente y le daba flores, le ponía regalos”, asegura Ledesma. “Era como un redescubrimiento de una sociedad que habíamos pensado perdida por la guerra”.

Conforme la excavación del Templo Mayor se amplió, los expertos descubrieron que Coyolxauhqui aguardó cientos de años donde un día estuvo la base de recinto dedicado a Huitzilopochtli. Es decir, los mexicas la reconstruyeron una y otra vez a los pies de la casa del Sol triunfante porque representa la derrota de un mundo anterior al nuestro.

La suya no es la historia de una diosa rota, sino una huella que recuerda que sobre este mismo suelo vivieron ancestros que pelearon y vencieron al preservar algo de su pasado, como la luz que se antepone a lo más negro de la noche.

____

AP Foto: Eduardo Verdugo

La cobertura de noticias religiosas de The Associated Press recibe apoyo a través de una colaboración con The Conversation US, con fondos del Lilly Endowment Inc. La AP es la única responsable de todo el contenido.

Acompañantes mexicanas asesoran abortos en casa en EEUU

Originalmente publicado en The Associated Press, abril de 2023 (link aquí)

English story here.

Hay tres cosas que uno debe saber sobre la Casa Verde.

La primera es que no es verde. Los tonos esmeralda, jade y musgo no están en los muros de su fachada, sino en los pañuelos y convicciones de las mujeres que trabajan en ella.

La segunda es que está en Chihuahua, un estado del norte de México que bordea con Estados Unidos y tiene un gobierno conservador que deja poco margen de maniobra para las activistas que defienden los derechos sexuales y reproductivos.

La tercera es que es un emblema. Como otro puñado de espacios similares, representa el modelo de acompañamiento de aborto en México, es decir, una red integrada por miles de personas que crean entornos seguros y afectuosos para que cualquier mujer decida sobre su maternidad.

El cobijo que brindan grupos como Marea Verde Chihuahua, cuyo centro de operaciones es esta casa recién inaugurada, ha trascendido fronteras y hoy permite que mexicanas y estadounidenses reciban asesoría virtual para abortar en casa de manera segura con medicamento.

——

Miles de activistas en México y Estados Unidos comparten un desafío: facilitar el aborto a pesar de que gran parte de su territorio lo restringe o prohíbe.

México lo penaliza en 21 de sus 32 estados. En las 11 entidades donde es legal hay clínicas privadas, pero el Estado tendría que garantizarlo de manera gratuita y eso no siempre ocurre. Según han denunciado decenas de activistas, hay personal de salud que niega o retrasa el procedimiento, hospitales que carecen de insumos, farmacias que evitan vender pastillas y presión de la Iglesia en este país mayoritariamente católico.

En este contexto surgieron las “acompañantes”, voluntarias que brindan asesoría virtual o presencial para evitar el desconsuelo de abortar en soledad. Aunque no son médicas ni trabajan en hospitales, se capacitan constantemente bajo los lineamientos federales y protocolos de la Organización Mundial de la Salud (OMS) para guiar abortos con fármacos.  

“Somos mujeres comunes y corrientes que estamos en esta labor por la justicia reproductiva”, dice Marcela Castro, integrante de Marea Verde Chihuahua. “Buscamos las reivindicaciones que el Estado nos ha negado desde el prohibicionismo”.

Por eso la Casa Verde no es verde: no es un disfraz, sino la representación de cómo las acompañantes han aprendido a moverse entre dos mundos –el visible y el invisible— y tras décadas de trabajo colectivo se han organizado para ayudar a quien lo necesite, incluso si vive en estados que penalizan abortar.

No hay un registro de cuántas “colectivas” —como las acompañantes llaman a sus agrupaciones— hay en México, pero la red abarca todo el territorio. Por eso desde 2019, años antes de que la revocación del fallo de Roe vs Wade eliminara la protección federal para abortar en Estados Unidos, activistas de ese país empezaron a consultar a sus colegas del sur.

——

El aborto autogestionado es aquel que permite que una persona interrumpa su embarazo con pastillas sin supervisión médica. Las activistas mexicanas le han hablado sobre él a sus pares estadounidenses porque libra a la mujer de ser estigmatizada en una clínica, le resta visibilidad en territorios que lo castigan y, en el caso de México, de pagar, pues las acompañantes no cobran por su apoyo ni por el medicamento.

Marcela explica que en Marea Verde funciona así: tras recibir una solicitud, una acompañante entra en contacto con la interesada vía WhatsApp. Entre otros detalles le pregunta su última fecha de menstruación –para determinar la edad gestacional– y cómo confirmó el embarazo.

Si la acompañante no detecta señales de alarma que ameriten consultar a un médico o acudir a una clínica, sugiere un aborto con medicamento, lo que implica ingerir dosis específicas de misoprostol y mifepristona, fármacos avalados por la OMS. Aunque en Estados Unidos ambos requieren receta, en México el primero es de venta libre y el segundo es controlado, pero puede obtenerse a través de las colectivas.

Las mujeres de Chihuahua pueden recoger las pastillas en la Casa Verde. Quienes viven fuera las reciben por correo y las acompañantes las apoyan hasta que el aborto se realiza correctamente. En caso de imprevistos o emergencias, acuden a personal médico aliado de la red o sugieren a la mujer acudir a un hospital y están pendientes de su recuperación y situación legal.

Detrás de este proceso hay miles de mexicanas que llevan años ingeniándoselas para hacerlo funcionar. Todas aportan cuanto pueden: dinero para armar bancos de medicamentos, contactos con doctores que atiendan urgencias, asesoría legal y psicológica o valentía para desplazar pastillas dentro y fuera del país.  

——

Marcela y su colega Salma Silva ofrecen un recorrido por los cuartos sin amueblar de su Casa Verde, que recientemente lograron financiar gracias a otra organización.

Ahí donde no hay muebles, hay planes. Cada habitación explica el trabajo que realizan desde 2018, cuando se agruparon de manera autónoma como otro centenar de colectivas mexicanas: sin sueldo, sin oficinas y compaginando sus profesiones y vidas privadas con la defensa del derecho a decidir.  

Salma explica que, con ayuda de donaciones y recursos propios, la Casa Verde cobrará forma poco a poco. Tendrá un cuarto con una cama para quienes necesiten un espacio para interrumpir su embarazo. Otro será un taller de serigrafía para confeccionar productos que difundan su trabajo y les permitan reunir dinero. Uno más se convertirá en el consultorio de una psicóloga, pues el acompañamiento no acaba con la entrega de medicamentos, sino cuando las acompañadas están listas para soltar su mano.

Desde aquí esperan ampliar su apoyo a mexicanas y estadounidenses, a quienes ya asesoraban desde otros espacios, pues para guiar un aborto seguro en casa el acompañamiento es virtual.

Mediante mensajes o llamadas, mexicanas de Chihuahua y otros estados fronterizos como Tamaulipas, Nuevo León y Sonora brindan asesoría en Estados Unidos. Según Marcela y otras acompañantes, a muchas de esas solicitantes les sorprende que se puede abortar a pesar de las restricciones legales y sin tener que pagar por tratarse en una clínica.

Para algunos grupos que defienden la vida desde la concepción en México, la falta de supervisión médica es preocupante y consideran que también se puede acompañar a las mujeres para que eviten abortar.

“Creemos que el aborto jamás va a ser una solución”, dice Jahel Torres, integrante de la organización Pasos por la vida. “Como sociedad podemos ofrecer a una mujer que esté en una situación vulnerable mejores respuestas, porque el aborto la va a convertir en una víctima más de ese proceso que sólo la va a lastimar, porque terminar con la vida de tu propio hijo siempre va a tener una secuela”.

——

En la red de aborto en México cada pieza ha sido clave y varias voces coindicen en que su origen tiene un nombre: Verónica Cruz.

Vero, como la llaman muchas acompañantes, fundó Las Libres hace 20 años y trabaja desde Guanajuato, un estado conservador del centro de México.  

Su colectiva no sólo es un referente nacional por la logística que le permite facilitar medicamentos y su liderazgo en la formación de acompañantes, sino por encabezar parte de la Red Transfronteriza, que agrupa a quienes asesoran abortos virtuales en Estados Unidos.  

“En enero de 2022, cuando empezamos a acompañar desde Las Libres, en promedio teníamos diez casos diarios y esa demanda fue creciendo. Cuando cayó Roe en junio tuvimos hasta 100 diarios”, asegura.

El número alcanzó 300 solicitudes estadounidenses al día, una carga gigantesca para su equipo de diez personas. Entonces Vero empezó a tejer nuevas redes de aborto, esta vez en territorio extranjero.

“En un año hemos formado más de 20. Somos unas 200 personas ayudando sólo a Estados Unidos”.

Las Libres operan bajo cuatro escenarios. Uno: mujeres que cruzan la frontera y, tras comprar las pastillas en México, preguntan cómo usarlas. Dos: personas que planean cruzar para comprar los fármacos pero solicitan información antes de hacerlo y reciben acompañamiento durante el proceso. Tres: solicitantes que cruzan a espacios seguros llamados aborterías –como la Casa Verde— para interrumpir su embarazo ahí.

El cuarto es el más común: se envía el medicamento y el acompañamiento se brinda virtualmente desde México.

Vero cuenta que el aborto también se estigmatiza en Estados Unidos porque allá lo usual es pagar por tratarse en hospitales y quedar en manos de médicos. “La mayoría piensa que no son seguras las pastillas, entonces cambiar eso tan rápido ha sido un reto”.

Además está el temor de retar la ley. “En México somos mucho más desafiantes de los sistemas legales que nos oprimen”, dice. “Allá había muchísimo miedo a lo legal y en un año las cosas han cambiado. Muchísima gente está dispuesta a apoyar porque la ley no siempre tiene la razón”.

——

Dimensionar el alcance de las redes de acompañamiento mexicanas es complejo.

Ninde Molina, abogada en Abortistas MX, organización especializada en estrategias litigio sobre aborto, pone un ejemplo: cualquiera podría interrumpir su embarazo con misoprostol siguiendo las directrices de la OMS, pero ante un imprevisto que la obligara a ir a un hospital, ¿quién podría ayudarla si el personal de salud amenazara con denunciarla ante el Ministerio Público?

Abortar bajo el ala de la red implica un monitoreo colectivo para que toda mujer criminalizada por abortar reciba respaldo legal de grupos con alcance nacional como AbortistasMX o Gire. “El tema del acompañamiento es ése: yo no te voy a soltar la mano hasta que estés bien”, dice Ninde.

Agrega que la necesidad de articular esta solidaridad surgió porque –a diferencia de las mujeres estadounidenses, que pudieron abortar en clínicas desde que Roe garantizó el acceso en 1973– las latinoamericanas tuvieron que abrir sus propios caminos ante los contextos conservadores y las precariedades del sistema de salud.

Por eso cada red ha perfeccionado mecanismos propios. Aborto Seguro Chihuahua no envía medicamentos por correo como Marea Verde o Las libres pero tiene otra logística para acompañar en México y Estados Unidos.

Laura Dorado, una de sus integrantes y quien también forma parte de la Red Transfronteriza, explica que en su colectiva hay voluntarias que viajan entre Ciudad Juárez y El Paso para trasladar pastillas.

Como la mifepristona es un fármaco controlado, suelen recibirlo a través de Las Libres. Consiguen el misoprostol por su cuenta y arman los combos que cruzarán hasta Texas, desde donde se redistribuirán vía paquetería o entrega personal.

Aborto Seguro Chihuahua recibe solicitudes de Texas, Arizona y Colorado. Las Libres y Marea Verde coinciden y mencionan otros estados como Florida, Mississippi, Oklahoma, Georgia, California, Nueva Jersey y Nueva York.

En algunos de éstos el aborto es legal, pero las acompañantes consideran que algunas mujeres las buscan porque son de origen hispano, por lo que la estigmatización pesa en las clínicas y realizar desembolsos de hasta 600 dólares para pagar por el servicio no es una opción.

Laura, que trabaja con unas 20 acompañantes que atienden hasta 120 abortos mensuales, dice que además asesoran a quienes cruzan desde ciudades como McAllen para comprar pastillas. “Tenemos identificadas farmacias en las que no batallan para que se las vendan”. También sugieren hospedarse en hoteles y pedir el medicamento a domicilio para mantener bajo perfil.

——

Hay una infinidad de razones por las cuales alguien decide abortar. Marea Verde Chihuahua ha apoyado a víctimas de violencia, mamás que no tienen recursos para mantener más hijos o personas que no desean maternar.

Hace tiempo, una de sus acompañantes fue contactada por una mujer latina que vive en Estados Unidos y era violentada por su pareja, por lo que eligió interrumpir el embarazo sin que él se enterara. La acompañante acudió a la red para buscar cómo enviar el medicamento. Una colectiva de otro estado lo proporcionó, una voluntaria cruzó la frontera con él y lo reenvió por mensajería.  

Días después del aborto, la mujer tuvo sangrados anormales y la acompañante le aconsejó ir a una clínica. Donde vive, el procedimiento es legal, pero la mujer lo descartó de inicio para evadir el estigma y un costo elevado. Respaldada por la acompañante, acudió y pagó 1.500 dólares por tratarse. Al poco tiempo, su caso salió a la conversación durante una puesta en común de colectivas y la red volvió a activarse: una acompañante llamó a otra, y a otra, y entre todas reunieron los 1.500 dólares para enviarlos a la misma mujer.

Marcela Castro sonríe y no duda ni un segundo: “El modelo de acompañamiento es lo que nos hace ser únicas”. La red no sólo informa o medica, acompaña. Y, en esa compañía que brinda, despierta algo más profundo: “La epítome de la resistencia, de la conquista de los derechos, de imponernos sobre lo que se nos ha negado”.

Agrega que la Historia pasó años enseñando a las mujeres que recibir atención médica de calidad implicaba pagar y quedar en manos de médicos, pero ahora asumir el control del cuerpo es un símbolo de resistencia y este mensaje ya rebasa fronteras.

Bajo este enfoque, explica, es posible transformar paradigmas. Accionar sobre el útero propio aporta un cambio en lo individual y en lo colectivo y eso es revolucionario.

____

AP Foto: Adriana Esquivel

La cobertura de noticias religiosas de The Associated Press recibe apoyo a través de una colaboración con The Conversation US, con fondos del Lilly Endowment Inc. La AP es la única responsable de todo el contenido.

El temor no abandona a religiosos nicaragüenses en el exilio

Originalmente publicado en The Associated Press, marzo de 2023 (link aquí)

English story here.

El ventanal cubre de piso a techo y se extiende de pared a pared. 

El sacerdote al otro lado del vidrio escucha una confesión a la vista de todos, acercando la mano a un devoto que cierra los ojos para recibir la absolución. Por eso sorprende saber que el religioso en realidad está oculto. Llegó hace pocos días a esta parroquia extranjera para salvarse de las amenazas que recibía en su país. 

La organización de derechos humanos Nicaragua Nunca Más estima que él es uno entre medio centenar de religiosos nicaragüenses que se han exiliado desde 2018, cuando las insatisfacciones del pueblo despertaron una voz colectiva que se movilizó hasta las calles

En aquel entonces, el presidente Daniel Ortega acudió a la Iglesia católica para pedirle mediar entre manifestantes y gobierno, pero la relación se fracturó y el distanciamiento se convirtió en represión. 

El temor atraviesa las palabras del sacerdote hasta para pronunciar su propio nombre. El exilio le concedió distancia del acoso, pero la desconfianza y la tristeza viajaron con él en auto y motocicleta; caminaron a su lado cuando cruzó la frontera a pie. 

Sólo accede a una entrevista si su identidad y localización se mantienen en reserva. Su familia vive en Nicaragua y el precio de su seguridad es su silencio. 

“Hay persecución a la Iglesia porque la Iglesia es la voz del pueblo y, como decimos en Nicaragua, la voz del pueblo es la voz de Dios”, dice. 

El suyo es el segundo país más pobre de las Américas después de Haití, según el Banco Mundial. En ese territorio centroamericano viven casi siete millones de personas. Miles subsisten con menos de dos dólares al día y a todos les afecta la crisis política que ha derivado en sanciones internacionales y estancamiento de sectores como el turismo

Ante este panorama, explica el sacerdote anónimo, la iglesia ha dado palabras de consuelo y fortaleza. “Es la que ha tomado la batuta, la que ha sido siempre una esperanza en medio de tanto dolor”. 

—-

En el patio de las oficinas de Nicaragua Nunca Más en Costa Rica, una pared retrata los rostros de quienes murieron protestando hace cinco años. Lo plasmaron las madres de las víctimas, explica Yader Valdivia, defensor de derechos humanos que trabaja en el colectivo y vive en San José. 

De acuerdo con la Agencia de la ONU para los Refugiados, el número de nicaragüenses que hoy buscan protección en Costa Rica supera el que sumaron todos los extranjeros que pidieron refugio durante las guerras civiles de América Central en los años 80. Hasta febrero de 2022, la cifra alcanzó los 150.000.

Según diversas organizaciones, la represión del gobierno nicaragüense dejó al menos 355 muertos y 2.000 heridos en 2018. A la fecha, el presidente -que concentra el poder junto con su esposa y vicepresidenta, Rosario Murillo- justifica el uso de la fuerza asegurando que sus detractores pretendían orquestar un golpe de Estado.  

Ortega asumió el cargo en 2007 y, en unas elecciones que la comunidad internacional cuestionó, en 2021 obtuvo un cuarto mandato. Desde la convulsión social, su gobierno ha tomado acciones para silenciar a la crítica y la oposición: cárcel o arresto domiciliario para aspirantes presidenciales, cierres de medios de comunicación y acoso o prisión a líderes religiosos que reprueben su gestión. 

Valdivia precisa que entre los líderes exiliados también hay seminaristas y trabajadores de los templos. CSW, una organización internacional que analiza y defiende la libertad religiosa, coincide y añade en un reporte publicado en 2022 que el Estado ha criminalizado a pastores evangélicos y a religiosos de la Región Autónoma de la Costa Caribe Sur. Además, expulsó a dos congregaciones de monjas. 

Los cierres impuestos por el gobierno no sólo disolvieron siete radios católicas –que para las comunidades sin acceso a internet representaban el único modo de escuchar misa- sino también 50 iglesias evangélicas que tenían personería jurídica como asociaciones. “Ellos no lo han denunciado”, aclara Valdivia. “Por eso se visibiliza más la Iglesia católica”. 

—-

Como el sacerdote anónimo, docenas de líderes y feligreses han confiado sus testimonios a organizaciones como Nicaragua Nunca Más y CSW pidiendo que se proteja su identidad. 

Algunos de los agravios documentados incluyen la irrupción a templos que fueron baleados, robo de hostias y santos, grabación de misas para monitorear a sacerdotes, destrucción de objetos religiosos -como la Sangre de Cristo en la Catedral de Managua- y prohibición de procesiones

CSW agrega que los devotos no pueden colgar símbolos sagrados fuera de sus casas y a los detenidos se les niegan las visitas de un sacerdote o tener una Biblia en prisión. 

Las palabras de un líder religioso que defienda los derechos humanos tienen un precio. Un sacerdote narró con tristeza que autoridades aeroportuarias tiraron a la basura crucifijos bendecidos por el papa Francisco. Cuatro pastores aseguraron que los seguían hombres enmascarados. Uno más dijo haber hipotecado su finca para reunir dinero y dejar el país. 

—-

La tarde del primer encuentro, la monja prefiere no hablar. Titubea como si su cabeza hurgara entre recuerdos y dice que no quiere revivir la salida de su país. Al día siguiente, aún temerosa, accede si se le garantiza el anonimato. 

Cuenta que su comunidad era muy devota y cariñosa. “En cualquier lugar en el que nos vieran siempre nos saludaban”, dice. “Nos llamaban ‘madrecita’. Nosotras decíamos ‘díganos hermanas’, pero ellos tenían esa costumbre. Sentían que éramos una madre para ellos”.

Habla muy bajo, como si contara un secreto, y relata que trabajó en una casa de ancianos y una guardería. Salió por orden del gobierno y viajó por tierra, como el sacerdote anónimo, y ahora trata de rehacer su vida. 

“Rezo por mi país. Creo que todo el mundo, no sólo yo, para que vivamos tranquilos, en paz”.

—-

Desde una oficina en la parroquia que lo adoptó, el sacerdote anónimo dice que su nueva feligresía le ha recibido con alegría pero sus ojos se afligen cuando habla del hogar que dejó. 

“Es un pueblo sencillo, humilde, muy católico, muy lleno de Dios”, dice. “Extraño mi gente, mi nación”. 

Explica que ahí el gobierno impuso diversas restricciones. Patrullas que resguardan los templos. Policías vestidos de civiles que escuchan las eucaristías. Feligreses interrogados por autoridades para saber qué dicen los sacerdotes en misa.  

“Hay mucho temor, incluso entre los laicos que se pronuncian. También ellos son mal vistos y se les amenaza. Les mandan mensajes anónimos o cosas así”, asegura. “No podemos decir nada y, si se dice, ya sabemos cuál es la paga”.

—-

La imagen es la siguiente: el obispo está arrodillado fuera de su parroquia con los brazos en alto frente a policías armados, como si fuera un criminal al que hay que fusilar. Monseñor Rolando Álvarez aún no lo sabe, pero su nombre se imprimirá en la historia y su resistencia se convertirá en un símbolo. 

Es un jueves de agosto de 2022 y le basta su fe para plantar cara a los uniformados. Ellos cercan su templo para impedir la entrada de feligreses a misa, pero monseñor se las ingenia. Sale a la calle levantando la imagen del Santísimo y predica. Si los devotos se acercan, la policía los repele. 

Cuando las autoridades aumentan la presión, lo recluyen en su templo y él los bendice. “Aquí vamos a permanecer sin irrespetar a la policía”, dice ante una cámara. 

Él ya no recuperará su libertad. Tras un tiempo, el gobierno le dictará arresto domiciliario y meses después lo acusará de conspiración y propagación de noticias falsas. Luego lo encarcelará. 

En febrero de 2023, cuando el Estado libere y envíe a Estados Unidos a 222 líderes políticos, sacerdotes y otros disidentes, él no subirá al avión y el gobierno se lo cobrará con una sentencia de 26 años de prisión.  

Quizá sin que lo sepa, su ausencia potencia su lucha. Conforta el corazón de los exiliados que piensan: él sigue ahí, resistiendo por mi país. 

—-

Reynald Gaitán se describe así: exiliado, exseminarista, laico consagrado de Nicaragua y actual estudiante de Teología en Costa Rica. 

Habla con la pasión de un guerrillero que defiende su causa. “Yo siempre he dicho que hay estructuras de poder. Las denuncié cuando podía predicar en el templo donde estaba de encargado de servir en Estelí”. 

Cuenta que huyó porque despertó incomodidades y empezó a recibir amenazas. La gente lo buscaba porque necesitaba que alguien escuchara. Por ejemplo, la madre de un estudiante asesinado en las protestas.

“La gente, cuando no hallaba qué hacer, recurría al sacerdote para pedir consejo, para hallar consuelo. ‘Padre, ¿qué hacemos? Mi sobrino está preso. Ayúdenos’”. 

Algunos religiosos, sin saber cómo ayudar, lloraban, asegura Gaitán. Otros, como monseñor Álvarez, peleaban. 

Cuenta que el obispo vivió una primera represión contra la Iglesia durante la revolución en los años 80 y que tuvo que exiliarse en Guatemala. Al volver, se volcó en su pueblo y defendió a los jóvenes como la esperanza de su nación. 

“Monseñor predicaba en contra de que manipularan a los jóvenes para cuestiones ideológicas”, dice Gaitán. “Eso enfurecía a los que defienden la revolución porque para la revolución los caídos son mártires, pero para la Iglesia son víctimas”. 

Las convicciones del obispo, añade, incomodaron a algunos religiosos que pensaban que su conducta le traía sufrimiento a la Iglesia. 

Gaitán cree que la decisión de permanecer en prisión reitera su congruencia. “Si monseñor llegara a morir, la causa de él seguiría viviendo porque siempre lo vamos a recordar como el mártir de las causas”. 

—-

Hubo un tiempo en que Iglesia, pueblo y gobierno compartieron una mesa para hablar. 

Para menguar la convulsión de 2018, Ortega acudió a la Conferencia Episcopal y ésta accedió a reunir actores participantes en el diálogo, pero en ese espacio surgieron potentes voces opositoras –como la del estudiante Lesther Alemán— y ante el conflicto, los religiosos no guardaron silencio.  

Juan Diego Barberena, abogado y activista en Unidad Nacional Azul y Blanco, que aglutina movimientos que exigen libertad en Nicaragua, explica que desde 2014 la Iglesia alertó sobre la posible configuración de un régimen autoritario, una eventual manipulación del sistema electoral y la represión a activistas. 

Cuatro años después, durante las protestas, las iglesias sirvieron de refugio y Ortega comenzó a decir que los sacerdotes protegían a “terroristas” y eran “diablos con sotanas”. 

Lo que siguió después ocupó titulares internacionales. Una iglesia de Diriamba fue tomada por fuerzas gubernamentales. Enmascarados afines al Estado atacaron a religiosos encabezados por el cardenal Leopoldo Brenes cuando intentaban ayudar a manifestantes. Silvio Báez, obispo auxiliar de Matagalpa, resultó herido y luego denunció un intento de asesinato. 

Ahora él y otros religiosos viven exiliados en Estados Unidos, a donde parte de su feligresía se ha desplazado y en febrero llegaron algunos liberados por el gobierno, entre ellos, seis sacerdotes, dos seminaristas y un pastor. Se cree que dos padres, además de monseñor Álvarez, siguen encarcelados en Nicaragua. 

—-

¿Por qué el gobierno nicaragüense persigue a religiosos? 

Barberena explica que “hay un afán de constituir un régimen totalitario, donde todos los espacios públicos y sociales sean controlados”. Agrega que la represión pretende evitar que desde la Iglesia se generen mensajes que reafirmen la convicción de la gente, pero el gobierno olvida que también los sacerdotes son ciudadanos que viven la problemática social y que su feligreses les cuentan sus vivencias.

“En las comunidades donde el Estado no existe, la gente se acerca a su guía espiritual”, explica. 

Varios religiosos han expresado que sólo desean profesar su fe, pero el gobierno insiste en calificar a todos como opositores. “En el caso concreto de monseñor Álvarez, él sí toma una posición política porque es inevitable”, dice Barberena. “Me recuerda a monseñor Romero en El Salvador”. 

Como él, otros analistas coinciden en que la permanencia de Álvarez en Nicaragua podría ser problemática para Ortega. 

Según Yader Valdivia, de Nicaragua Nunca Más, el obispo representa la reserva moral, social y espiritual del país. Mientras la Conferencia Episcopal guarda silencio y el Vaticano se pronuncia con cautela, él es un símbolo de lucha en un territorio donde se ha eliminado la libertad de prensa, se cancelaron las organizaciones de derechos humanos y miles se han exiliado. 

La voluntad del obispo, finaliza Barberena, envía un mensaje. “Él dijo: yo me quedo en Nicaragua y asumo mis costos; asumo los costos por el resto de la ciudadanía”.

—-

Según han narrado algunos religiosos a Nicaragua Nunca Más, ellos dejaron su país como cualquier migrante. La jerarquía de su iglesia no intercedió por ellos ante la Conferencia Episcopal de otro país ni les facilitó recursos. 

“Ellos se ponen a disposición de algunas iglesias”, explica Valdivia. “A algunos los han acogido, pero otros viven en situaciones precarias, viendo de qué pueden trabajar, cómo pueden vivir”. 

Cuenta que muchos huyen sólo con lo que traen, sin ropa ni dinero, y viajan solos para no exponer a su familia a las calamidades del trayecto. 

–—

El sacerdote anónimo no pudo despedirse de su pueblo. Salió a escondidas, apresurado, y sólo con la persona que lo transportó. 

Dice que las amenazas empezaron cuando se refirió a la situación de la Iglesia en sus homilías. “Cualquier cosa que aluda a lo que está mal, es mal visto. No podía decir nada pero lo dije y ya está cincelado. Por eso estoy acá”. 

A los devotos que acudían a él –desconsolados en su mismo país roto- les decía lo que se dice a sí mismo: Dios acompaña, fortalece; hay que luchar. “Como dice el apóstol Pablo: si Dios es con nosotros, ¿quién contra nosotros?”. 

Al terminar la charla se cambia de ropa y se dirige al templo, donde cientos esperan su misa. 

Cuando alcanza las puertas de ésta, su nueva iglesia, el canto de una mujer rebota en las paredes y él se hace camino con la vista al frente. 

____

AP Foto: Carlos González

La cobertura de noticias religiosas de The Associated Press recibe apoyo a través de una colaboración con The Conversation US, con fondos del Lilly Endowment Inc. La AP es la única responsable de todo el contenido.

Dios, amigo y guía: no hay otro perro como el Xolo en México

Originalmente publicado en The Associated Press, febrero de 2023 (link aquí)

English story here.

CIUDAD DE MÉXICO (AP) — Mezcal no es un perro cualquiera. Más allá de ese nombre que comparte con un destilado de agave mexicano, su insólita piel sin pelo preserva los genes de un ancestro sagrado.

Desde el patio de un recinto cultural en Ciudad de México, un puñado de curiosos observa a este ejemplar de raza xoloitzcuintle a la distancia. Algunos se acercan titubeando, como si estirar la mano hasta su lomo supusiera un peligro insospechado.

“Pueden tocarlo”, dice sonriente su dueña, Nemiliz Gutiérrez. “Le encantan las caricias”.

Al tacto, Mezcal es casi tan suave como la tez humana. Tiene el color oscuro de una sombra. Orejas tiesas que apuntan al cielo. Dientes largos que rara vez muestra, pues un xolo no suele ladrar.

Nemiliz y su hermana Itzayani, quien también tiene un ejemplar al que llama Pilón, integran el proyecto Xolostitlán, que promueve la crianza y adopción responsable de estos cachorros de origen prehispánico.

“Somos privilegiados porque tenemos entre nosotros unas preciosas joyas de la historia que son patrimonio cultural vivo”, explica Itzayani durante una conferencia reciente que organizó el Colegio de San Ildefonso para difundir el valor histórico y cultural de los antepasados de Mezcal y Pilón.

Gracias al estudio de códices y registros escritos tras la conquista (1521), los expertos han logrado establecer la relevancia de los xolos entre algunas civilizaciones de Mesoamérica.

Antes de que los españoles llegaran a esta tierra –y con ellos la evangelización– el xoloitzcuintle fue un perro sagrado que según la cosmovisión náhuatl representaba al dios Xólotl, hermano gemelo de Quetzalcóatl. Y así, mientras este último personificaba la estrella de la mañana, la vida y la luz, el primero era efigie de la oscuridad, del inframundo y de la muerte.

En un artículo publicado por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), la historiadora Mercedes de la Garza explica que al ser una criatura capaz de moverse a través de las tinieblas, el xolo era el encargado de llevar el espíritu de su amo hasta el mundo de los fallecidos. Es decir, cuando un alma llegaba al río del inframundo, ésta encontraba a su perro y se montaba sobre su lomo para atravesarlo juntos.

La arqueología sustenta esta idea: en diversos enterramientos, los restos hallados no son sólo humanos, sino también caninos, por lo que se piensa que el xolo era sacrificado en los ritos funerarios para ser colocado junto a su amo.

Que el amor hacia nuestros perros se nos meta hasta los huesos no es un impulso reciente. En tiempos remotos, la cercanía entre el hombre y el xoloitzcuintle fue tan profunda que éste llegó a servir como animal de sacrificio para reemplazar al humano en los rituales que se ofrendaba a las deidades.

En aquellas ceremonias se mataba al perro extrayéndole el corazón y esto, según la experta de la UNAM, le diferenciaba de cualquier otra criatura de sacrificio y tenía un significado especial: “Es el animal por excelencia del hombre, y por tanto, el que puede representarlo ante los dioses”.

Si hoy tecleamos “x-o-l-o” en la barra de búsqueda de la Real Academia de la Lengua, el sitio nos devuelve “monstruo” traducido desde el náhuatl. Parece un recordatorio de que el xolo arrastra sus anomalías hasta en el nombre, pero su singularidad no sólo ha despertado cierto temor o extrañeza, sino también fascinación.

Hace décadas, esta raza ya despertaba curiosidad entre las élites de México. Más de un xolo aparece en las pinturas de Frida Kahlo y en las fotografías que compartió con su marido, el muralista Diego Rivera. Varios fueron también los ejemplares atesorados en el Museo Dolores Olmedo, que hasta antes de su cierre por la pandemia eran objeto de visita junto con las diversas obras de arte exhibidas al sur de la capital mexicana.

Más recientemente, en 2016, el xoloitzcuintle fue declarado patrimonio de Ciudad de México por el alcalde en turno y al poco tiempo recobró fama internacional tras aparecer en el filme animado “Coco”, donde un simpático perro llamado Dante acompaña al protagonista hasta la tierra de los muertos. Hoy, incluso, este cuadrúpedo tiene su propio equipo de fútbol –los Xolos– con sede en Tijuana.

En el evento cultural de San Ildefonso, Mezcal y Pilón despiertan tanto interés como sus ancestros. Junto a Pulque y Paki, otros xolos que también llegaron al recinto para darse a conocer junto a sus amos, aceptan mimos y caricias, caminan bajo los reflectores y posan para las cámaras.

Según dice Itzayani Gutiérrez, del proyecto Xolostitlán, hasta hace poco se creía que los xolos estaban en peligro de extinción y sólo podían adquirirse en lugares apartados de México.

El poco acceso a estos animales elevó su costo e incrementó el interés hacia ellos. De acuerdo con Nemiliz, su hermana y ama de Mezcal, hay criaderos en el norte mexicano que los venden hasta en 70.000 pesos (3.500 dólares), un costo elevado en un país donde el salario mínimo apenas rebasa los 10 dólares diarios y tiene docenas de refugios caninos que cotidianamente promueven la adopción.

Hoy es común observar a estos perros paseando en barrios acomodados de la capital, pero uno podría cruzarse con algunos de sus hermanos menos populares sin notarlo: entre los xolos existe una variedad completamente cubierta de pelaje, que pueden nacer en la misma camada que los perros pelones.

“Casi nadie los quiere, siendo que son el gen más fuerte de la raza”, dice Nemiliz con cierta decepción.

Son casi una rareza entre las rarezas y por eso el trabajo de Xolostitlán e instituciones como San Ildefonso es ampliar la información que se tiene sobre la raza o hallar hogares responsables y cariñosos para todos, sin importar si su piel tiene pelo o no.

Se dice que no hay entre los perros un compañero más leal a su amo que el xolo. Él fue quien acompañó a Quetzalcóatl al Inframundo para recuperar los huesos que dieron origen a la humanidad y quien se mantiene como un guardián desde las sombras. Es quien repite esa historia infinita de amor entre el perro y el hombre.

____

AP Foto: Marco Ugarte

La cobertura de noticias religiosas de The Associated Press recibe apoyo a través de una colaboración con The Conversation US, con fondos del Lilly Endowment Inc. La AP es la única responsable de todo el contenido.

Figuras de niño Dios quedan como nuevas para la Candelaria

Originalmente publicado en The Associated Press, enero de 2023 (link aquí)

English story here.

CIUDAD DE MÉXICO (AP) – Son las tres de la tarde en un mercado que bulle entre las voces de compradores y comerciantes de objetos religiosos, pero no hay distracción que afecte el pulso de cirujano de Maximino Vértiz.  

Todo él es una mancha de pintura. Manos, uñas y ropa llevan la huella del oficio: restaurar estatuillas de yeso, cerámica y madera que los devotos católicos de Ciudad de México atesoran porque representan al hijo de Dios. 

Para Maximino estos son días ocupados. El 2 de febrero se celebrará el Día de la Candelaria, por lo que el mexicano de 49 años no alcanza a concluir la reparación de una figura cuando aparece a última hora un nuevo cliente que le pide recomponer la suya.

El objetivo y las actividades de esta fiesta han variado con la época y sus sitios de celebración. En general, recuerda la purificación de la Virgen a 40 días del nacimiento de su hijo, a quien presenta en la iglesia, y es un día para bendecir velas que puedan encenderse en tiempos difíciles. En la capital de México suele tener como protagonista al “niño Dios”, como los devotos se refieren con cariño a las imágenes de un Jesucristo infante.  

Cada Día de la Candelaria las familias capitalinas suelen vestir a su niño Dios con alguna prenda que representa a un santo o alude a un milagro que desean. Desde temprano se reúnen para ir a misa y bendecir su estatuilla. La convivencia de la jornada adquiere más sabor con una comida en la que se sirven tamales, una delicia local hecha con masa de maíz que se rellena de distintas salsas y proteínas como carne o pollo.  

Las clientas de Maximino le entregan a sus niños Dios como cualquier madre confía sus hijos a un médico. Algunos están despostillados del pelo y hay que refrescar su pintura. Otros han perdido sus dedos. Varios más llegan en pedazos, envueltos en trapos de tela vieja.  

“A esos les llamo rompecabezas”, dice el hombre de tez morena y barba rala cuyas manos no sólo parecieran restaurar cerámica, sino darle continuidad a la fe que sus clientes depositan en sus niños Dios.

Mientras Maximino usa una espátula para detallar los ojos de una figura que no rebasa los 20 centímetros de alto, una mujer aparece con una manta entre los brazos. Visiblemente angustiada, descubre a su estatuilla y revela la tragedia: el cuello se quebró y la cabeza está separada del cuerpo.  

A Maximino le gustaría ayudar en esta tarde de miércoles pero no le dan los tiempos. “Se lo tendría hasta el sábado, madre. Estoy lleno, lleno de trabajo”.  

A los pocos minutos aparece otra devota para recoger a un niño que ya debería estar reparado. Maximino le prometió devolvérselo a las dos, pero ya pasan de las tres y la pintura no ha secado.  

“Pero le quité lo feo, madre”, dice tratando de justificar el retraso.  

“¡Mi niño no estaba feo!”, responde indignada la mujer.  

En su libro “Mi niño Dios”, la antropóloga y restauradora Katia Perdigón explica que para los devotos ésta no sólo es una representación de Dios, sino que “se incluye dentro de una dinámica de interacción con lo humano, desde su creación y restauración, hasta los sentimientos que produce por su uso”.  

“Se habla de salud y enfermedad a manera de metáfora… Por tal razón, es necesario mantener la efigie en buen estado, cuidándola para que no se rompa o reparándola cuando sea necesario, así la eficacia simbólica se refuerza”, añade la experta del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH).  

Espiando la mesa de trabajo de Maximino, María Concepción Sánchez espera que el reparador le entregue a los tres niños Dios que le confió. El más grande es suyo. El otro par es de sus nietos.  

“El güerito que tiene el señor tiene 50 años”, dice la mujer de 65.  

María cuenta que a su mamá le gustaba mucho poner nacimientos, como se conoce entre los católicos a un despliegue de figurillas de cerámica que se colocan en los hogares antes de Navidad para representar la llegada al mundo de Jesucristo.  

La escena suele montarse a principios de diciembre y en ella destacan los animales del pesebre, los tres Reyes Magos, la virgen María y José. El espacio del bebé queda vacante hasta los primeros minutos del día 25, cuando la tradición religiosa ubica el nacimiento del hijo de Dios.  

En México se acostumbra a que las familias arrullen al recién nacido antes de acomodarlo en su cama y que vuelvan a levantarlo hasta el 2 de febrero, cuando lo vestirán y llevarán a la iglesia a bendecir. 

A lo largo del proceso pueden ocurrir accidentes. María relata que las estatuillas de sus nietos de 7 y 8 años se quebraron mientras les ponían ropa nueva. A uno se le rompió un brazo y el otro se despedazó tras una caída. Ambos, por fortuna, quedarán casi como nuevos en manos del doctor de niños Dios.  

Maximino trabaja solo, sentado en un banquito acomodado en el hueco que le deja una suerte de escritorio que exhibe los implementos de su profesión. Pinceles, espátulas, frascos de pintura y contenedores con material para resanar. A su alrededor, acostados boca arriba, hay al menos una veintena de niños Dios.  

El mexicano cuenta que abrió su negocio en 2019, pero ha reparado estas figuras desde que tiene uso de razón. Se trata de un oficio legado por su padre, a quien ayudaba desde chico y en el mismo mercado tiene su propio local.    

Según Maximino, las figuras grandes son más fáciles de reparar que las pequeñas. Con las primeras puede tardar media hora; con las segundas, hasta tres. El precio de su trabajo oscila entre los 100 y los 250 pesos (de cinco a doce dólares) y se dice abierto a reparar todo tipo de material. Primero, pega la parte rota o cuarteada con resina. Luego pule la pieza y la resana. La pintura es el paso final.

Uno de los últimos “rompecabezas” que restauró le pertenece a uno de los nietos de María. La mujer prefiere repararlo a comprar otro porque eso implica preservar una tradición que se transmite de generación en generación.  

Cuenta con orgullo que sus nietos ahorran para pagar la ropa que le pondrán a sus niños Dios desde noviembre y que ella conserva la figura que le heredó su mamá cuando murió hace 30 años. Entre ella y sus hermanos, reúnen una decena de estatuillas para vestir y celebrar en estas fechas.  

La académica del INAH explica en su libro que cada prenda que porta un niño Dios esconde una historia de vida y una creencia. “El vestido de la imagen representa no sólo a la entidad, sino también a su poseedor en cuanto a sus gustos, ideales, ilusiones…”.

María dice que lo que más desea este año es buena salud. De sus 18 hermanos, sólo viven siete; tres fallecieron en 2022. “A unos (niños Dios) vamos a vestirlos como el niño de la salud y otros como cirujanos, porque ya estamos grandes y uno nunca sabe”. 

Maximino ha terminado los ojos del niño de María y ahora se concentra en las cejas. Tan pronto se seque la pintura, la estatuilla que está en sus manos podrá volver a casa como un bebé sano, sonriente y cachetón.  

____

AP Foto: Marco Ugarte

La cobertura de noticias religiosas de The Associated Press recibe apoyo a través de una colaboración con The Conversation US, con fondos del Lilly Endowment Inc. La AP es la única responsable de todo el contenido.

El sueño de vivir en una isla llamada Rapa Nui

Originalmente publicado en The Associated Press, enero de 2023 (link aquí)

English story here.

RAPA NUI, Chile (AP) — Esta historia inicia con un caballo que deja su rastro sobre la arena y una joven francesa que pausa su cabalgata para observar el mar.

Delphine Poulain sonríe mientras apunta con el índice hacia la costa, como si recordara el sitio exacto en el que hace 27 años se detuvo y pensó: “Quiero vivir aquí”.

Por aquel entonces ya llevaba tiempo viajando entre las islas de la Polinesia, pero nunca antes había pisado Rapa Nui. Bastó una visita para desear un futuro lejos de las grandes ciudades en esta tierra de volcanes extintos y estatuas monolíticas llamadas moai.

Algunos mapas identifican el hogar que la adoptó como “Isla de Pascua”, pero Delphine lo llama como sus pobladores originarios: Rapa Nui. Allá muy lejos de este punto en lo inmenso del Pacífico están el continente americano y Chile, país al que se adscribe la isla. Aquí en Oceanía, donde la artista francesa de 52 años ha echado raíces, están la paz y el aislamiento que atesora y comparte con otros 8.000 habitantes.

Aquel paseo con su caballo ocurrió en 1994. Estaba de vacaciones y había volado desde Tahití, donde vivía y trabajaba transportando turistas como navegante profesional.

“Desde el primer día pensé: quiero regresar”, recuerda. “Mi sueño de vivir aquí nació ese primer día”.

Entre aquella cabalgata y esta tarde de verano pasaron casi tres décadas. En ese tiempo Delphine estudió enfermería y ejerció el oficio. Navegó. Trabajó como decoradora de embarcaciones. Regresó varias veces a París, donde nació, pero su fascinación por la Polinesia la trajo de vuelta al Pacífico una y otra vez.

En uno de esos viajes volvió a enamorarse del chico francés que le robó el corazón en su país entre los 14 y los 16. Ahora tienen dos hijos adolescentes y desde 2014 los cuatro han hecho un hogar en Rapa Nui.

El año pasado, para agradecer lo que la isla ha traído a su vida, Delphine ofreció un regalo al templo católico local: un proyecto que consistiría en pintar 14 vidrieras para representar el vía crucis en la Iglesia de la Santa Cruz, ubicada en el centro de Hanga Roa, ciudad principal de Rapa Nui.

Aunque la población actual es mayoritariamente católica, sus prácticas religiosas se entretejen con lo ancestral. Las canciones que entonan en las misas narran pasajes bíblicos pero no se cantan en español, sino en rapanui. Las estatuas de madera que retratan a la virgen María y al espíritu santo no se inspiraron en la iconografía occidental, sino en la fisonomía y el legado de los antepasados.

En la iglesia de la Santa Cruz, la madre de Dios no parece una mujer de finos rasgos europeos, sino un moai. El tercer símbolo de la trinidad no es una paloma, sino un manutara, un ave de pico alargado que fue central para el culto espiritual isleño del siglo XVIII.

Adaptar la iconografía católica a la cultura ancestral de Rapa Nui ha sido clave para crear y mantener adhesión al catolicismo. Y no sólo eso: los rapanui son tremendamente celosos de su identidad, por lo que a un extranjero sólo se le admite de manera permanente cuando demuestra un esfuerzo visible por pertenecer y aportar algo a su cultura. En una tumba fechada en 1969, afuera de la Santa Cruz, están los restos de Sebastián Englert, el sacerdote y misionero alemán más querido por los rapanui. Sobre ella, una leyenda dice: “Vivió entre nosotros y habló nuestra lengua”.

Delphine cuenta que ser aceptada en la isla no fue rápido ni sencillo, pero ella ha asumido el proceso con perseverancia. Incluso sus vidrieras son un paso más en el camino: los personajes que retrata se inspiraron en gente conocida y poseen rasgos rapanui. Desde que comenzó a colocar las imágenes en los ventanales, algunas personas que antes no la saludaban ahora agitan la mano y dicen su nombre cuando la ven pasar.

“Es un trabajo de vida, de actitud”, explica. “Tú lo ves. Tengo tanto respeto a la isla y a la gente. Antes era yo sola, con mi caballo y mi libertad, pero ahora la gente conoce bien a mi marido y a mis niños. Los niños abren otras puertas”.

Su casa podría pasar desapercibida ante un extranjero que camine veloz y descuidado por la playa frente a ella. Es un rectángulo grisáceo como la piedra volcánica que le sirve de base y la abraza una vegetación verde y preciosa, similar a la que se observa en un viñedo.

El compromiso que tiene Delphine para integrarse con la isla es absoluto. Rapa Nui no es su tierra de origen, pero la respeta y la procura como si lo fuera. Eligió el color de su casa para no alterar el paisaje. El agua que utiliza es sólo aquella que recolecta de la lluvia. La única electricidad que disfruta es la que le ofrece un panel solar.

Incluso su habla refleja que es de aquí sin ser de aquí: aunque su español no ha logrado desprenderse de su acento francés, cuando saluda no dice “hola”, sino “iorana” —una expresión local— y entre otras palabras no dice “bebé”, sino “guagua”; nunca “novio” o “pareja”, sino “pololo”.

Con amor y paciencia, sus manos y las de su familia han acomodado cada ladrillo de esta vida que han construido desde que Delphine tuvo aquel sueño mientras montaba su caballo frente a este mismo mar.

En el verano de 2014, el primero que vivieron aquí, no tuvieron más que una carpa para resguardarse, pero ahora su hogar es un depositario de lo que la isla les ha obsequiado.

El techo se construyó con lámina y el resto con madera. Los pisos y paredes descansan sobre rocas o troncos. Los trastos se lavan en lo que antes fue la parte baja de una bañera y por encima del comedor de cuatro plazas se alza una lámpara que tuvo otra vida como tambo de metal.

“Ha habido mucha dificultad, pero también mucha felicidad. Éste era mi sueño y vivir tu sueño es increíble”, dice Delphine.

Dentro de su estudio —una de las cuatro habitaciones de esta guarida impredecible y fascinante— hay un árbol junto al escritorio improvisado en el que la artista se inspira para dibujar.

Su trabajo inicia con trazos sobre la hoja en blanco y cuando un boceto la convence lo lleva al lienzo con pintura de acrílico, que es la que más le gusta emplear. Para las vidrieras de la iglesia requiere otro pigmento que sólo consigue en Francia y se transporta en barco, por lo que el proceso demora y aún le faltan diez de las 14 vidrieras por terminar.

Todas las paredes están cubiertas de algo. En una de ellas hay tubos de pintura a medio usar. En otra cuelgan espátulas, martillos y cuerdas. Junto a la puerta se recargan lienzos sin usar y tras su mesa de trabajo hay obras que inspiró en la cultura rapanui: retratos de niños cubiertos con takona, pintura tradicional que se fabrica con pigmentos naturales y se asemeja a un tatuaje, y un manutara de perfil.

Delphine no estudió arte de manera formal, pero siempre ha sentido curiosidad y deseos de explorar. Sus padres tenían libros en casa y de niña abrió uno que describía los misterios del mundo, donde leyó por primera vez sobre Rapa Nui.

Cuando no tiene un lápiz o un pincel en las manos, Delphine maneja las riendas de alguno de sus siete caballos, con los que obtiene algunos ingresos y ofrece cabalgatas para turistas que visitan Rapa Nui.

Esta historia acaba con una mujer francesa que se sienta afuera de una casa del color de un volcán.

Con una copa de vino tinto en la mano, Delphine Poulain detiene sus ojos claros en un paisaje que podría ser una de sus pinturas, pero es tan real y palpable como el sueño que cumplió: sobre esa arena que hace 27 años la vio cabalgar, su marido camina descalzo detrás de sus caballos.

Son sólo sombras bajo el cielo infinito de la tarde y dentro de unos minutos, cuando se hayan alimentado y la luz haya menguado, volverán a galopar en libertad.

____

AP Foto: Esteban Félix.

La cobertura de noticias religiosas de The Associated Press recibe apoyo a través de una colaboración con The Conversation US, con fondos del Lilly Endowment Inc. La AP es la única responsable de todo el contenido.

Con fe y buen ritmo, mexicanos gozan posadas en Xochimilco

Originalmente publicado en The Associated Press, diciembre de 2022 (link aquí)

Versión en inglés aquí.

CIUDAD DE MÉXICO (AP) — Ya con la túnica de terciopelo puesta y el sombrero ajustado, a Miguel Zadquiel sólo le falta colocarse la máscara y escuchar el primer golpe del tambor para empezar a bailar.

“Por cada sonido que hace, yo muevo los pies”, dice como si la música ya sonara en su cabeza. “Da un golpe y yo muevo un pie, el otro. O doy una vuelta y muevo los hombros. Cada quien tiene su estilo”.

A sus 14 años, Miguel ya es un orgulloso integrante de la comparsa “Brinco de fe”, un grupo de medio centenar de bailarines conocidos como “chinelos” que del 16 al 24 de diciembre encabezaron una serie de procesiones católicas en Xochimilco, un barrio al sur de Ciudad de México.

El recorrido forma parte de la temporada de posadas, pero en esta zona de la capital cumple un propósito adicional: celebrar al Niñopa, una representación del niño Jesús que los vecinos estiman como su patrón.

Las posadas son una tradición del México posterior a la conquista. Se llevan a cabo durante nueve noches y en cada una los devotos recuerdan el peregrinaje de José y María para buscar refugio antes del nacimiento de Jesús.

Para ello, un hombre y una mujer se disfrazan como la pareja y peregrinan acompañados de algunos vecinos mientras sostienen veladoras o luces de bengala. Al llegar a una casa previamente seleccionada tocan la puerta, intercambian una canción con quienes esperan al interior y pasados unos minutos ingresan para celebrar juntos la llegada de Jesús.

En Xochimilco las posadas involucran todos los sentidos. Al ritmo del tambor, el clarinete y la trompeta, uno se siente tentado a bailar mientras camina, como los integrantes de la comparsa de Miguel. En el trayecto se reparten gorros de colores, globos y reguiletes. Los fuegos artificiales hacen su aparición de manera inesperada y apenas da tiempo de sacar el teléfono para inmortalizar el instante.

“Primera vez que vengo y me ha encantado. Es muy alegre todo, muy feliz”, dice Donaldo López, un mexicano de 25 años que vive en otro barrio pero se unió a la posada del Niñopa por invitación de su hermana, que recientemente se mudó a Xochimilco.

A su costado hay dos niñas pequeñas que sueltan un puñado de confeti sobre la calle mientras su madre prepara su cámara para fotografiar al festejado, una figura de madera del tamaño de un bebé de carne y hueso que hoy viste de blanco.

Nadie sabe con certeza quién talló al Niñopa, pero se cree que fue hallado cerca de la catedral de Xochimilco después de la conquista española. A la fecha se le considera milagroso y sus devotos suelen rezarle cuando un familiar enferma y esperan su recuperación.

“Hemos visto varias historias de él en internet y varios conocidos nos han contado cosas que les ha cumplido”, cuenta Fernanda Mimila, de 20 años. “A mí y a mi familia siempre nos pasa que cuando lo vemos de cerca o lo vemos pasar en algún lugar sentimos la vibra y nos dan ganas de llorar”.

Antes se permitía que sus devotos lo cargaran durante la procesión pero ahora se le cuida con esmero. Se calcula que tiene unos 450 años, así que las precauciones nunca están de más.

No se puede exponer a la luz solar, al flash de las cámaras o a la humedad, explica Abraham Cruz, cuya familia organizó la sexta posada de esta temporada invernal. A sus espaldas, en lo que parece ser la cochera de la vivienda, el Niñopa luce sonriente y tranquilo desde una suerte de altar casero mientras inicia la procesión.

Tener al Niñopa en el hogar es el honor de una vida. El respeto y cariño hacia esta representación de Jesús se transmite de una generación a otra y organizar una posada en su nombre es tan deseado que se solicita con décadas de anticipación. La fiesta de hoy se asignó hace diez años, pero la segunda de la temporada se comprometió hace 28, asegura Abraham.

Asumir esta responsabilidad implica planeación y ahorro, pues la familia que organiza la posada debe costear hasta el último detalle: desde los globos que flotan sobre las cabezas de los participantes hasta la misa y los tacos que se ofrecen a todo el que guste formar parte del festejo.

Como en otros barrios de México, en Xochimilco existe una “mayordomía”, una familia o grupo de personas que se encargan de salvaguardar alguna imagen sagrada para la comunidad. Este rol también tarda décadas en asignarse y cuando eso ocurre, las familias destinan un espacio de su casa para él.

Durante las nueve posadas, el proceso se repite día tras día: los posaderos elegidos para la jornada recogen al Niñopa en la mayordomía, lo trasladan a una iglesia donde se celebrará una misa, ofrecen un almuerzo en su honor y luego lo llevan a casa, donde otros devotos lo visitan y esperan a la procesión nocturna, que concluirá con su regreso a la mayordomía y los cantos de acompañamiento a María y José.

A la caminata nocturna se unen miles de personas. Las parejas se toman de la mano. Los nietos empujan las sillas de ruedas de sus abuelos y los padres abrazan a sus hijos pequeños para calentarlos si sienten frío.

Al frente de la procesión avanza la comparsa junto a la banda de música. Le siguen María y José disfrazados y al final el Niñopa, que para su protección viaja cómodo y seguro en una camioneta BMW.

Vestida de rosa al igual que sus pequeñas, Magda Reyes toma las manos de sus hijas de siete y once años mientras cuenta que ha asistido a las posadas del Niñopa desde que era niña. “Xochimilco es muy devoto de lo que representa. Mi mamá me traía (a las posadas) y ahora yo traigo a mis hijas”.

Para muchos, la noche más especial llega con la última posada, el 24 de diciembre.

Después de la procesión, cerca de la pareja que representa a María y José, los asistentes cantan para arrullar al “niño Dios”, como le llaman con cariño. La canción del pueblo se escucha sin importar que él ya esté dentro de casa y pocos puedan verlo. Es una voz colectiva para recordarle que lo quieren y lo cuidan, tal y como él les da su bendición.

——

AP Foto: Eduardo Verdugo

La cobertura de noticias religiosas de The Associated Press recibe apoyo a través de una colaboración con The Conversation US, con fondos del Lilly Endowment Inc. La AP es la única responsable de todo el contenido.

El legado ancestral de Rapa Nui se mantiene vivo en sus moai

Originalmente publicado en The Associated Press, diciembre de 2022 (link aquí)

Versión en inglés aquí.

RAPA NUI, Chile (AP) – Al primer vistazo, el volcán Raro Raraku parece el de siempre. Lo cubre un sol que asalta desde un cielo sin nubes y se siente ardiente sobre el rostro.

Sobre su ladera los moai de Rapa Nui duermen. Hay casi 400 bajo el abrazo del pasto y la roca. Algunos están enterrados del cuello hacia abajo. Parecen cabezas plomizas que espían desde el centro de la Tierra. Otros están semicubiertos, con el tronco al aire y el rostro hacia la isla.

A la vista es el mismo sitio que la historia congeló hace 200 años, pero entonces un aroma inusual confunde al olfato. Algo se quema dentro del cráter y el olor a humo viaja a metros de distancia.

El fuego se ha mantenido vivo durante semanas. Desde que el incendio se desató el 4 de octubre, los bomberos se han adentrado casi diario al corazón del Rano Raraku para sofocarlo, pero la totora llega a tal profundidad que las llamas reviven. La vegetación aledaña no ayuda.

“Mira esto. Es como petróleo”, dice Jean Pakarati, directora consejera de la comunidad indígena de Ma’u Henua, encargada de administrar la zona, mientras levanta un puño de pasto con textura de felpa.

Dentro del cráter el paisaje es otro. Hay focos de humo. Ramas quemadas. Terreno raso. Algunos moai no se ven grisáceos, sino negros.

Hasta ahora pareciera que el fuego rozó a un centenar de ellos como un corredor apresurado, pero aún falta evaluar los daños. La UNESCO destinará 96 mil dólares al diagnóstico y planes de reparación.

Para quien es extranjero en este territorio polinésico que ahora pertenece a Chile y también es conocido como Isla de Pascua, ésta es una tragedia arqueológica. Para el rapanui, en cambio, es una herida profunda.

Aquí el moai es el recuerdo de quien alguna vez fue piel y hueso. Palabra y música. Protector y ancestro.

—-

Piensa que estás frente a un mapa de Oceanía. Busca un diminuto triángulo verde rotado hacia su izquierda y encontrarás a Rapa Nui en medio del Pacífico.

La isla es tan pequeña que basta un día en auto para bordear las tres caras que dan al mar.

—-

Una carcajada explota dentro del salón cuando el profe Konturi Atán despega su plumón azul del pizarrón. Más que un moai, su dibujo parece una pieza de ajedrez.

El historiador de 36 años ríe con sus alumnos de séptimo grado. Minutos atrás escribió el objetivo de la clase: “Relacionar las primeras civilizaciones con Rapa Nui y sus características”.

—¿En la isla hubo grandes edificios, como los egipcios?

—¡No!

—Correcto, pero sí grandes lugares sagrados, los ahu. ¿Y aquí hubo invención de un Estado?

—¡No!

—No, pero sí llegó el rey Hotu Matúa. ¿Y a los moai dónde los colocarían? ¿En política? ¿En religión? Es complejo, ¿no?

En el colegio Eugenio Eyraud, el profe Konturi vincula el programa educativo con Rapa Nui. En 2021 relacionó su cátedra con el mar cercano a la isla y sus alumnos fueron premiados en un concurso oceanográfico. Otro año se volcó a la conexión con la tierra. Cuando llega el turno a los moai, viaja con sus chicos hasta alguna de las plataformas ceremoniales –como el Ahu Tongariki– y juntos observan las estatuas.

—-

Piensa que tu auto avanza junto a la costa y de pronto ves una inmensa base rectangular de piedra: un ahu o plataforma ceremonial. Es tan alta como el primer piso de una grada. Tiene varios metros de largo y, sobre la superficie plana, un moai.

Un ahu siempre está cerca del agua. El moai siempre da la espalda al mar.

“Donde hay agua hay gente. Donde hay gente hay comunidad. Donde hay comunidad hay un ahu y donde hay un ahu hay un moai”, explica el profe Konturi Atán.

—-

Una clase de historia convencional iría más o menos así:

Entre 3.000.000 y 750.000 años atrás, tres erupciones volcánicas formaron esta isla a la que hoy sólo se puede acceder con un vuelo de seis horas desde Santiago.

Sus primeros habitantes fueron navegantes de la Polinesia Central que encontraron palmeras, plantas comestibles, aves y animales marinos. Paulatinamente gestaron su propia cultura. Entre el año 1000 y 1600 esculpieron inmensas estatuas de piedra como un culto a sus antepasados.

En el siglo XVII llegaron los primeros europeos y casi cien años después los misioneros. La religiosidad rapanui empezó a entrelazarse con el cristianismo.

Tras el arribo de expediciones peruanas, miles fueron secuestrados y esclavizados en América.

En 1888 Chile anexó la isla a su territorio y la arrendó a una compañía ovejera. Apenas a mediados del siglo XX los isleños empezaron a recuperar su autonomía.

Este resumen escueto es letra parca. Deja fuera la Historia –o su totalidad– porque es unilateral. Es un registro extranjero.

—-

Piensa que observas una tablilla de madera alargada con signos y símbolos que quizá se grabaron a punta de obsidiana: un tipo de escritura inventado en Rapa Nui que se llamó rongo rongo.

Los únicos sabios capaces de leerla murieron subyugados en América. A la fecha nadie ha logrado descifrarla y todas las tablillas que la contienen están en museos foráneos. 

La memoria de Rapa Nui no se escribe. Se narra de abuelos a nietos. Se baila en el hoko, una danza de guerra. Se siente en el pecho cuando tu profe de historia te lleva al ahu que guarda los huesos de tus antepasados. 

—-

Frente a ramas de totora que humean dentro del cráter del Rano Raraku, Jean Pakarati responde muy seria.

“La importancia de lo que ves aquí es que es parte de nuestra vida. Por eso es tan importante todo lo que vaya a afectar a la arqueología, como la llaman ustedes, pero para nosotros es parte de nosotros”.

La representante de Ma’u Henua lleva una flor blanca sobre la oreja izquierda. El cabello negro está recogido en un moño detrás de la cabeza.

En Rapa Nui no hay nada que la comunidad no atesore. Todo se aprehende a través del habla y se entreteje con la vida.

“En la isla cada una de las piedras tiene un nombre. Tú vas por la costa, con un adulto mayor, y cada una de las rocas tiene un nombre, tiene su importancia”.

En el habla hay un universo para los extranjeros y otro para los dueños de esta tierra que no rebasa los ocho mil habitantes. El turista marca en su mapa “Rano Raraku”, pero para Jean Pakarati el nombre es “Ma’uŋa Eo”.

—-

Piensa que no estás frente a una roca gigantesca. Lo que fotografías no es una pieza de museo, sino un ancestro.

El hombre detrás de todo moai tuvo dos vidas, una entre los vivos y otra desde el mundo de los muertos. Quizá fue el padre de un padre cuya descendencia todavía lleva su huella por la isla. Quizá fue un abuelo, hermano o Ariki, el jefe de su clan.

Cuando un rapanui importante moría, su espíritu tenía la posibilidad de renacer de las manos de un artesano que tallaría un moai a su semejanza. Por eso no existe uno igual a otro y todos se llaman distinto. “En la isla cada una de las piedras tiene un nombre”.

Aunque el territorio se dividía según sus clanes, todos los moai se tallaron en el Rano Raraku.

Piensa que de la superficie semiplana de la ladera un rostro empezaba a cobrar forma en la piedra. Le seguía el torso, las manos, las piernas. Luego los costados y al final la espalda.

Poco a poco, el tallado desprendía al moai de su volcán. Aún hay enigmas sobre el proceso, pero se sabe que al ponerlo en pie su parte baja se enterraba para estabilizarlo, detallar las orejas y el dorso.

El modo de desplazarlos hasta sus ahu no está claro pero se cree que se movían de pie, arrastrándolos con pequeños giros de izquierda a derecha como se haría con una estufa o un refrigerador.

Los moai caminaban, cuentan algunos en Rapa Nui.

—-

A las dos de la madrugada, cuando el fuego del 4 de octubre se apagó, no había bomberos sobre un cráter que ardía, sino rapanuis.

Eran ellos contra las llamas, contra el descuido que permitió que el infierno avanzara hasta sus moai.

Usaron palas, rocas, su coraje. Cortaron árboles y ramas.

Fueron 254 hectáreas de quema, explica Jean Pakarati. No comenzó en este sitio, sino en un sector ganadero, pero el viento cambió su rumbo y lo llevó al volcán.

“Familia, amigos y rapanui llegaron a apagar el fuego a pesar de que no se puede combatir un incendio en la noche”, dice la representante de Ma’u Henua. “¿Qué le vas a decir a la gente cuando está con esa angustia, cuando le dicen que su volcán, donde se construyen los moai, se está quemando?”.

—-

Piensa que tu auto te lleva hasta una playa de arena blanquecina y aguas transparentes donde se puede nadar a espaldas de un ahu con siete moai.

Lo que hoy es un atractivo turístico alguna vez fue el sitio de desembarco de un rey.

Hotu Matua llegó a Anakena hace unos mil años desde la isla de Hiva junto a su hermana y su comitiva después de soñar que su tierra sería destruida. Necesitaba un sitio nuevo para refundar su pueblo y ese sitio fue Rapa Nui.

Hotu Matua seccionó la isla. Se formaron clanes. Sus descendientes siguen aquí.

—-

—¿Qué sintió cuando se enteró del incendio?

—Ay, me puse a llorar… Fue como que me quemaron a mis abuelos.

Carlos Edmunds tiene las manos gruesas y rugosas del hombre que trabaja. Un acordeón de arrugas junto a los ojos ligeramente claros. El pelo blanco que uno esperaría ver en el presidente del consejo de ancianos.

Su habla es como una canción antigua en su español imperfecto. Su lengua materna es el rapanui, lo único que conoció hasta que cumplió 18 y viajó a América para estudiar.

Sus antepasados nacieron en Anakena y el consejo que preside aglutina a los jefes de las tribus que se formaron desde el primer emplazamiento humano. Entre otras cosas, su trabajo implica defender la autonomía isleña: impedir que la tierra se venda a extranjeros, impulsar que ciertas regiones sean reguladas por rapanuis y que los turistas prueben que tras una visita no se quedarán a vivir aquí.

Su jardín está cubierto de hojarasca y sirve de campo de juego a un pastor alemán cojo y cariñoso que se llama Hachi. Bien podría ubicarse en Anakena, pero la casa de Carlos Edmunds está en Hanga Roa, que hoy concentra a la mayor parte de la población.

“Todavía estamos encerrados aquí”, dice el rapanui de 69 años.

Los extranjeros que arrendaron la isla despojaron a sus antepasados del sitio que los vio nacer pero la protección de sus ancestros no lo abandona. “Para nosotros los espíritus siguen viviendo”.

Con la naturalidad de quien confiesa que guarda chocolates en la alacena, Carlos Edmunds sonríe y dice que tiene un pequeño moai dentro de su casa. Señalando su cuello, donde los católicos suelen llevar una cruz, dice: “Yo no me puedo colgar un moai porque es muy pesado, pero tengo moai ahí adentro. De piedra, de madera, esas figuras me protegen”.

—-

Piensa que no tienes un libro para registrar la historia de tu pueblo. ¿Qué haces? La escribes en el mundo. Transformas el recuerdo colectivo en costumbres que repetirán tus hijos y los hijos de sus hijos.

La mano del pescador que lanza un anzuelo lleva la sabiduría de sus antepasados. El peinado de las mujeres es un símil del pukao, un moño de piedra rojiza que se colocó sobre la cabeza de los moai en su periodo de esplendor. El tatuaje de un bailarín del Tapati –festividad anual que buscar preservar el legado rapanui– puede trazar la leyenda de un clan.

Aquí la historia no está en las bibliotecas sino en el cuerpo. “Ustedes escriben libros, nosotros escribimos música. Ésos son nuestros libros”, dice Jean Pakarati.

“Para ustedes es ‘me muevo por allá y me muevo para acá’, pero no están entendiendo cuál es la finalidad”, sigue. “Para mí toda esa música que voy a bailar es una expresión y esa expresión es historia. Es la manera en que puedo aprender mi historia y enseñarla”.

—-

Los pies descalzos de Itapúa Ika sortean un foso humeante como una rana intrépida. Son las tres de la tarde y el chef de 15 años debe darse prisa. En cinco horas llegarán los turistas.

En la excavación rectangular sobre el suelo ya arden piedras volcánicas y madera. Falta colocar la carne, cubrirla con hojas de plátano y esperar la cocción. Por la noche repartirá el guiso entre 30 personas a las que les explicará el significado de este umu o curanto.

El local se llama Te Ra’ai y lo administra la madre de Itapúa, Roziemeire De Arruda, una brasileña que se casó con un rapanui y ahora vive en la isla.

En 18 años ha recibido hasta 120 extranjeros por jornada, pero de marzo de 2020 hasta agosto de este año no llegó ni uno. Para proteger a su comunidad del COVID-19, el alcalde ordenó el cierre de la isla, cuya economía depende en 80% del turismo.

“Hay diferentes tipos de umu”, explica la mujer de 52 años. “Se hace cuando alguien nace. Cuando alguien muere. Cuando alguien se casa”.

Umu tahu para augurar buenas vibras. Umu hatu para despedir.

“Cuando se prepara se hace con sentimiento”, añade Roziemeire. “En el umu participan los ancestros. Con el vapor se alimentan”.

Días atrás, el aeropuerto estrenó una nueva banda de equipaje. Para bendecirlo, Roziemeire preparó un umu tahu.

El extranjero no lo sabe, pero cuando arrastra su maleta adentrándose en la isla, ya lleva consigo el cobijo ancestral.

—-

Piensa que si dejas Rapa Nui no habrá nada frente a ti más que mar. Tahití está a 4.200 kilómetros. Hawái a más de 7.000.

Aquí no hay valles. Nada protege al suelo de la erosión. No hay oro ni plata. Poco es lo que se puede cultivar.

Para enfrentar este entorno de aislamiento y precariedad, el rapanui aprendió a tender la mano a su hermano. Sólo si todos sobreviven es posible avanzar. 

—-

Con su voz profunda de violoncelo, el alcalde Pedro Edmunds guía a su comunidad como si fuera el murmullo de un Ariki del pasado.

Él no es un alcalde como otros. En Santiago, Los Ángeles o Berlín la autoridad que mejora una vialidad pavimenta el camino y construye aceras. Pedro Edmunds, en cambio, no ilumina una calle sin consultar a los antepasados.

“Incorporar maquinaria pesada sobre un territorio ancestral es una violación al espíritu protector del lugar”, asegura. “Nosotros lo llamamos Aku-Aku”.

Aquí no se mueve una roca sin convocar a vivos y a muertos. Hay asuntos cotidianos para los que basta un umu, pero ante una situación extrema –digamos, una pandemia– hace falta algo más.

“Tuvimos que llamar a los ancestros y desempolvar códigos ancestrales”, dice como si guardara la sabiduría milenaria en un cajón de su escritorio color ámbar.

Uno de esos códigos fue “umanga”.

Expliquémoslo así: tu familia tiene hambre y tú no sabes pescar. Un hermano rapanui, entonces, te enseñará como pedir pescado al mar y una vez que domines el oficio lo legarás a alguien más.

“Es bellísimo porque quienes están empoderados con el conocimiento lo aportan a los que no lo tienen y juntos se multiplica”. No es para uno sino para todos. Nunca en singular, sino en plural.

“La veneración está en aquellos ancestros que fueron buenos dirigentes. Es una sociedad que se formó colectivamente”, explica el alcalde. “Los mismos rapanui nos hemos encargado de cuidarla. Perdimos el cuidado cuando el Estado se incorporó y aplicó reglas nacionales extranjeras sobre códigos ancestrales”.

Pedro Edmunds ha sido el líder que más tiempo ha permanecido en el cargo: 25 años. Le inquieta lo que podría ocurrir cuando deje el puesto, pero por ahora está satisfecho.

“Nuestras hijas e hijos no han perdido la esencia de ser rapanui y eso es garantía de que esta cultura tiene garantizado su futuro. Es una sociedad respetuosa de su entorno, tremendamente celosa de su cultura”. 

Para ti, ¿qué significa ser rapanui?

—Es la intensidad con la que tratamos de conservar nuestra lengua, nuestra cultura y lo que nuestros ancestros nos han legado.

—Es lo que podemos entregar a la generación que sigue.

—Es ser de una isla con una historia de cómo nosotros venimos creciendo, de cómo sufrió mi padre, mi madre.

—Es una lucha constante de nosotros como isla, de poder mantenernos a flote día con día. Eso es lo que nos hace diferentes al resto.

—-

Piensa que el pasado ha enseñado al rapanui a desconfiar del extranjero.

La gentileza de algunos se desbordará con su sonrisa y te abrirán la puerta de su casa para mostrarte cómo usan la corteza de un árbol para crear papel artesanal que puede ofrecerse en el mercado a los turistas.

Otros marcarán una línea, incluso con el idioma: Armando Tuki Tuki, presidente de Ma’u Henua, no habla con la prensa más que en rapanui.

“Lo importante es no contar todo lo espiritual de nosotros”, dice Jean Pakarati. “Es como si yo te preguntara qué haces en tu casa con tu familia. Hay cosas que son para nosotros, sectores que no son para el turismo, son para el rapanui”.

También hay secretos que sólo pertenecen a la comunidad.

¿Quién provocó el incendio? ¿Por qué no se le ha castigado? Se sabe y no se sabe. Hay un nombre, sí, pero nadie se atreve a mencionarlo. No habrá castigo porque para eso alguien tendría que haber presentado una denuncia, pruebas o testigos, y eso nunca lo hará un rapanui. 

—-

“En 2023 cumplo ocho años viviendo en Rapa Nui. El periodo de adaptación provocó que se perdiera lo mágico que uno ve al ser turista. Acá la vida tiene otro ritmo. Integrarse es difícil para los continentales, ya que hay una discriminación súper marcada frente a los chilenos.

Como en todos lados, hay de todas las personas. Hay rapas felices que uno aprenda su cultura, su lengua, sus bailes. Pero otra parte –quizás mayoría– te ven como que haces el ridículo y eso va matando el aprecio que uno pueda sentir por este territorio.

Pienso que nunca nos sentiremos parte de la comunidad. Acá nada es de nosotros. Sin embargo, tampoco es imposible. Hay personas que se han ganado el reconocimiento de los rapanui ya sea por investigaciones o aportes a su etnia”.

Las fricciones entre los rapanui y los continentales –como llaman a los chilenos que vienen de América– ha sido histórica y es visible en Rapa Nui.

La persona que ofreció este testimonio aceptó compartirlo bajo la condición de que no se revele su identidad para no arriesgar su seguridad.

—-

La metáfora de un rapanui roto que se reconstruye gracias a la fuerza de sus ancestros cobra vida en la piedra.

Debajo de los ahu hay pedazos de plataformas más antiguas. Escondidos bajo los pies de un moai podría estar el cuerpo fragmentado de otro que montó guardia antes que él.

Todo moai tenía una vida útil y, cuando ésta terminaba, sus restos se usaban para erigir algo más.

Incluso las plataformas actuales son una reconstrucción. A partir del siglo XVIII los moai fueron derribados, quizá por factores ambientales o por desinterés. Un registro sugiere que en 1838 cayó el último titán.

El historiador rapanui Christian Moreno piensa que la fascinación que estas estatuas provocaron en los extranjeros contribuyó a que la isla recuperara un fragmento de su historia que había caído en el olvido.

“Nos gusta mucho decir que el mundo exterior trajo muchas calamidades, pero también trajo otras cosas interesantes”, explica. “Cuando surge el interés del extranjero en Rapa Nui, ya no cumplían una función religiosa, política o económica. Estaban tumbados. No eran nada realmente especial y los rapanui no entendían por qué se maravillaban con ellos”.

El rapanui de entonces empezó a hurgar en el recuerdo colectivo. Habló con gente mayor, con gente joven, con todo el que tuviera algo que contar y lentamente su historia revivió.

“Entonces el rapanui vuelve a entender y a recuperar esta idea de que los moai representan ancestros que caminaron por esta misma tierra, que respiraron este mismo aire, que vieron este mismo mar”. 

—-

Después de un tiempo, si eres paciente, Rapa Nui te enseñará a leer a sus moai.

Si su tamaño es pequeño y sus facciones toscas, estarás ante un ancestro de tiempos remotos. Mientras más grande sea su cuerpo y más fino su tallado, más cerca habrá estado del periodo de esplendor.

Su último hogar, su posición y sus ojos también te dirán si duerme o si despertó. 

El moai que vive es aquel que dejó su volcán y alcanzó un sitio en su ahu. Mira hacia la isla y no hacia el océano porque es él y no su tribu quien absorbe el peligro exterior. En su rostro hay cuencas talladas porque un día tuvo ojos de coral blanco que trajeron de vuelta al espíritu del ancestro fallecido desde el mar.

“Mientras los rapanui puedan voltear y ver que todavía están ahí los moai, estará todo bien”, dice Christian Moreno. “Estarán seguros porque estarán sus ancestros observándolos, protegiéndolos”.

—-

En Rapa Nui cada una de las piedras tiene un nombre.

Moai Ahu Vai Uri.

Moai Ko Te Riku.

Moai Tuturi.

Ninguno es sólo nombre, sino genealogía. No es sólo ancestro, sino el pueblo que lo amó. 

“El rapanui es un idioma de pocas letras, pero una palabra te puede dar una profundidad de la vida increíble”, dice el alcalde Pedro Edmunds con su timbre de dragón. Son sólo 14 caracteres pero en ellos coexiste la metáfora, la parábola y la filosofía.

En Rapa Nui el habla se habita. Es un acto espiritual. Un nombre contiene lo que eres, lo que haces, lo que quieres.

“Muchas veces he preguntado a otras nacionalidades: ¿tú quién eres? Y me dan su nombre”, dice Jean Pakarati.

“Cuando a mí me preguntan, yo les digo: yo soy rapanui”.

—-

AP Foto: Esteban Félix.

Desafío Hoki Mai: canotaje que honra la cultura polinésica

Originalmente publicado en The Associated Press, diciembre de 2022 (link aquí)

Versión en inglés aquí.

RAPA NUI, Chile (AP) — El moai parece un gigante misterioso que monta guardia frente a la costa de Hanga Piko, donde este sábado arranca el desafío Hoki Mai.

Desde mediados de septiembre éste fue el punto de encuentro de doce deportistas que entrenaron para una travesía de canotaje polinésico que los llevará de Rapa Nui –también conocida como Isla de Pascua– hasta Motu Motiro Hiva, otra porción de tierra que pertenece a Chile y está en medio del Pacífico.

“No va a ser fácil”, aseguró Gilles Bordes, coordinador del Hoki Mai, a The Associated Press. “Van a ser casi 500 kilómetros. Tres días y tres noches. Es la primera vez en la historia que se va a remar una canoa así”.

Bordes se mudó a Rapa Nui este año, pero lleva tres décadas viviendo en la Polinesia y dos dedicado al remo. “Agradezco mucho a todos los tahitianos que me enseñaron su cultura y a remar. Yo vengo de Francia, pero me aceptaron y compartí con ellos, entonces para mí es un agradecimiento organizar una travesía así”.

Detrás del Hoki Mai hay tres objetivos. El primero y más evidente es el deportivo, cuyas actividades se han apoyado con asesoría nutricional y psicológica. El segundo es ambiental. Motu Motiro Hiva –también llamada Salas y Gómez– no es una isla habitada, pero hay afectaciones en su territorio y el océano que la rodea.

“Se trata de destacar cómo se están contaminando las islas por la basura que cae de los continentes. Hay mucha contaminación marina en Motu Motiro Hiva”, aseguró a la AP Konturi Atán, un historiador de 36 años que alterna sus días entre la docencia, la investigación y el deporte. “Las aves tienen nidos en redes, en cuerdas, y cuando nacen (las crías) se comen esa basura”.

El tercer propósito es social y cultural. El equipo llevará un pequeño moai femenino a la isla para crear consciencia sobre la importancia de la mujer en el mundo.

Los entrenamientos de los martes y jueves solían realizarse en dos canoas con capacidad para seis participantes bajo el sol de las 5 de la tarde. En el hemisferio sur el verano apenas se acerca, por lo que las sesiones de preparación aun les reservaban horas de luz.

Para el arranque del Hoki Mai se sumarán dos chilenos del continente y un hawaiano. Durante la travesía sólo habrá una canoa y la actividad se realizará por relevos: cada grupo de seis remará en turnos de cuatro horas hasta alcanzar 24 por jornada y 72 en total. El descanso se realizará en un buque de la Armada de Chile que escoltará el camino.

“El entrenamiento ha sido duro, sobre todo para las personas que hemos estado menos tiempo en esto”, dijo Atán.

El historiador confiesa que él es el menos experimentado entre los remeros. Relata que un compañero lo invitó a unirse a la preparación grupal un día en que él remaba en una canoa v1, para una sola persona. “Me dijo: necesito que vengas para ayudarnos; nos falta gente para entrenar”.

Luego se reunieron para comer y tras una conversación en la que comprendió los objetivos del viaje, Atán aceptó.

Así pasó septiembre, octubre y noviembre. Algunos días en el gimnasio y otros en el mar. El canotaje de los sábados duraba seis o siete horas y no siempre era de día. A veces salían a las 3, 4 o 6 de la mañana, pues durante el Hoki Mai enfrentarán la oscuridad.

“Practicamos remar en la noche, practicamos dormir poco, practicamos entrenar todos los días. Gimnasio, remo, gimnasio, remo, gimnasio, remo. Salvo el domingo que descansamos”, agregó Atán.

La espiritualidad y lo sagrado recorren Rapa Nui como el viento del Pacífico que se cuela por todas partes. La preparación de su comida cumple fines rituales. Sus canciones cuentan historias. El deporte es una pieza más del rompecabezas que guarda su pasado.

Los moai como el de Hanga Piko son quizá el elemento más reconocible de Rapa Nui. Los extranjeros suelen sentirse fascinados por ellos y los conciben como piezas arqueológicas, pero para los rapanui poseen un valor tan íntimo como sus huellas digitales o la sangre que les corre por las venas.

Tallados en piedra volcánica entre los años 1000 y 1600 desde las laderas del volcán Rano Raraku, representan a los ancestros de los clanes cuyos descendientes aún habitan Rapa Nui. Se colocaban sobre plataformas ceremoniales llamadas ahu con el torso hacia la isla para recibir su protección y desde octubre pasado atrajeron la atención internacional tras un incendio que alcanzó el cráter del Rano Raraku y dañó a decenas de éstos.

Desde su concepción sólo han sido tallados por manos expertas, por lo que un artesano rapanui estuvo a cargo del moai femenino que viajará en el Hoki Mai. “Vahine significa mujer y ese moai viene a reconocer la importancia de la mujer en estos tiempos y en tiempos antiguos”, explicó Atán.

En este viaje, los remeros llevarán una estatua pequeña y se espera que en marzo puedan trasladar una más grande.

El legado de sus ancestros también acompaña a estos rapanui de otras maneras. En la proa de la canoa hay un reimiro, símbolo que emula una barca o una media luna y solía portar el Ariki –o jefe de la comunidad–, por lo que representa autoridad. Varios días antes del Hoki Mai, la embarcación se bendijo con la preparación de un umu, que implica cocinar bajo tierra con ayuda de piedras calientes y cumple un fin sagrado.

“Lo hicimos con una gallina blanca”, recordó Atán. “Es algo más espiritual. Comer un trozo hace más sentido; es una conexión con nuestras raíces”.

Esa reconexión no sólo tiene que ver con los rapanui, sino con sus vecinos polinésicos. Con Tahití y otras islas no sólo comparten similitudes de lenguaje, sino también históricas y culturales.

Ahora, con este viaje, el sueño es que esos lazos se amplíen más allá de la Polinesia. Por eso no sólo remarán los rapanuis y el hawaiano, sino también dos chilenos “continentales”, como se identifica a quienes viven en el territorio de Chile en Sudamérica. En la isla no es inusual que tanto rapanui como continentales mencionen fricciones históricas entre ambos grupos.

“La idea de la canoa también es la unión”, dijo Gilles Bordes, coordinador del Hoki Mai. “Seis personas haciendo lo mismo para avanzar mejor. La unión de las culturas. También por eso va a remar gente de Chile, para demostrar que juntos podemos avanzar hacia un futuro mejor”.

___

AP Foto: Esteban Félix

—-

La cobertura de noticias religiosas de The Associated Press recibe apoyo a través de una colaboración con The Conversation US, con fondos del Lilly Endowment Inc. La AP es la única responsable de todo el contenido

Gracias, Virgencita: un año más en la Basílica de Guadalupe

Originalmente publicado en The Associated Press, diciembre de 2022 (link aquí)

Versión en inglés aquí.

CIUDAD DE MÉXICO (AP) — En la voz de Yamilleth no hay rastro de duda. Una vez más, Nuestra Señora de Guadalupe la salvó.

“Ayer que salimos de ver a la Virgen yo andaba con mi teléfono y no sé cómo lo perdí… Marcamos al número mío y gracias a Dios una señora contestó. Todos me decían ‘no lo vas a recuperar’ y yo dije ‘virgencita, no puedo regresar sin mi celular’. Como a la hora, la señora me lo llevó. Te digo: es el milagro que la Virgen me hizo”, contó a The Associated Press.

Éste no es el primero ni el más importante de los favores que Yamilleth Fuente dice haber recibido de su Virgen, sino un recordatorio de que siempre la cubre su manto protector. Por eso, como millones de devotos, esta salvadoreña de 49 años viajó miles de kilómetros para visitar la Basílica de Guadalupe, que resguarda la aparición mariana más importante de México.

En 2014, cuando Yamilleth enfermó de cáncer, también se encomendó a su Virgen y ahora asegura que le debe cada aliento. Cuenta que es devota desde hace décadas y su familia comparte su fe.

“Toda la vida he querido a la virgencita y antes hasta soñaba con ella”, aseguró. “Mi hija se llama Alexandra Guadalupe porque es un milagro de la Virgen”.

——

El primer creyente se llamó Juan Diego.

Una madrugada de 1531, este indígena caminaba cerca del cerro del Tepeyac cuando el canto de unos pájaros atrajo su atención. Decidió parar y tras un instante de silencio la escuchó.

“Mi Juanito, mi Juan Dieguito”.

Era Ella y, en su voz, su nombre.

Habían pasado diez años desde la conquista española, por lo que México era un territorio de indígenas que habían renunciado a sus creencias para abrazar otra fe.

Juan Diego subió al cerro y en lo alto vio una doncella de pie. De acuerdo con el Nican Mopohua —un documento del siglo XVI que según la Iglesia Católica narra esta aparición—, Ella llevaba un vestido que resplandecía como el sol y las rocas bajo su pisada parecían jades.

Era la Virgen María, la Madre de Dios, y habló en náhuatl. Usó el lenguaje de Juan Diego para demostrarle cuánto lo amaba y le hizo una petición: construir una “casita sagrada” para poner a Dios de manifiesto y ofrecerlo a la gente.

“A Él, que es mi mirada compasiva; a Él, que es mi auxilio; a Él, que es mi salvación”.

——

La Basílica de Guadalupe es visible a kilómetros de distancia. Su cuerpo es redondo y sobre su techo hay una estructura que simula el manto de la Virgen. Esto envía un mensaje: Ella cobija a todos, tal y como siente Yamilleth.

Los mexicanos conocen la zona como “La Villa” y a su alrededor el movimiento no cesa. Por sus accesos peatonales fluyen peregrinos locales o extranjeros. Lo mismo llora un bebé desde su carriola que un anciano apoyado en su bastón.

Algunos asisten a misa. Otros se persignan y se van. Muchos prenden cirios afuera del templo.

La fe en la Virgen de Guadalupe no choca con otras creencias. Es usual observar fieles que entran al santuario entonando canciones típicas de sus pueblos o vistiendo ropas autóctonas.

“Nosotros somos de la Comparsa Axolotl Niño Dormidito”, dijo a AP Guadalupe Rodríguez, una mujer sonriente que fotografía a sus compañeros, unos danzantes con quienes caminó desde un barrio ubicado a unos 25 kilómetros de ahí.

Son casi una decena. Visten túnicas de colores, sombreros que parecen tambores y máscaras de hombres barbados. Mientras avanzan interpretan un baile que surgió como una especie de burla hacia los conquistadores.

La Basílica actual es el edificio más nuevo del complejo. Data de 1976 y, según el gobierno de Ciudad de México, el 12 de diciembre pasado recibió a 3,5 millones de fieles que celebraron la aparición de la Virgen hace casi 500 años.

A su alrededor hay otros santuarios: un exconvento, una capilla y la primera parroquia en la que se edificó una ermita para la Guadalupana. Ninguna, sin embargo, tiene un tesoro como el de la nueva Basílica.

Un manto que cuelga al centro del recinto es la prueba del milagro. Desde ahí, como alguna vez miró a su Juan Dieguito, la Virgen de Guadalupe observa al resto de sus hijos. La protege un vidrio que ha resistido atentados y se la puede ver a pocos metros desde una banda móvil que pasa bajo sus pies.

Ahí no se permite tomar fotos pero para sus fieles eso no resta emoción al encuentro. “Ni te puedo describir cómo lloré”, contó Yamilleth.

——

En algunas creencias, la iconografía es fundamental. Es lo que ancla la fe y la materializa; lo que le da cuerpo al nombre.

Para los mexicanos, la Virgen de Guadalupe también es la “Morenita” porque su rostro es mestizo. Representa a esa Iglesia nueva que pidió erigir.

En una edición comentada del Nican Mopohua que el canónigo Eduardo Chávez publicó en 2017 se cita un relato que se cuenta sobre la Virgen en Veracruz, un estado en el Golfo de México. “Su rostro no es ni de ellos (españoles) ni de nosotros (indígenas), sino de ambos. Identificarse con su rostro mestizo nos compromete a vivir como hermanos”.

Juan Diego también tiene una carga simbólica. La Aparición implica que Dios habló al hombre a través de su madre y el interlocutor elegido no fue un europeo ni un noble, sino un “indito” o “macehual”. Esto es clave porque supondría que con la manifestación de la Virgen surgió también un rayo de esperanza para los más vulnerables.

Antes de la Aparición, la viruela había matado a casi la mitad de la población indígena. La estructura social, política y económica previa a la conquista había sido destruida. La religión tampoco se salvó. “Fue una tremenda tragedia existencial ver desplazados sus ídolos y templos, aquello por lo que habían dado literalmente su sangre”, escribió Chávez.

A las faldas del cerro que hoy resguarda a la Basílica existió un templo para la diosa Coatlicue Tonantzin y la fecha de la Aparición coincidió con una fiesta indígena anterior a la conquista, pero la Iglesia rechaza que la fe Guadalupana sea un sincretismo. Para ésta es un punto de partida hacia algo nuevo.

“El mundo antiguo se terminó, se colapsó, se destruyó, pero no para desgracia del ser humano. Ese 12 de diciembre de 1531 se verificó este maravilloso encuentro entre el verdaderísimo Dios por medio de su Madre para dar una vida llena de amor y misericordia, para la salvación plena y total”, puntualizó Chávez.

——

Una explanada a espaldas de la Basílica parece un estacionamiento de casi cien mototaxis. Junto a los vehículos, sus conductores esperan a un sacerdote que les dará la bendición.

“Cada año venimos a darle gracias a Dios, a la Basílica, a la Virgencita, y para que nos ayude”, explicó a AP Abraham García, dueño de uno de los mototaxis que vive en Nezahualcóyotl, cerca de la capital.

El mexicano de 45 años narra que él y sus compañeros viven en comunidades humildes y siempre tratan de dar un buen servicio. “Este año nos fue bien y nos vamos más bendecidos para tratar de ser mejores personas”.

El fervor hacia su Virgen se observa en cada vehículo. Algunos la llevan estampada en la parte trasera. Otros despliegan su escultura con flores como un altar bajo el retrovisor.

Para la Iglesia Católica, la misma imagen de la Virgen es un milagro. Cuando la “Morenita” le pidió a Juan Diego su casita sagrada, éste acudió al único hombre con el poder de construirla: el obispo. El mensajero se arrodilló en dos ocasiones frente a Fray Juan de Zumárraga, pero él dudó de su palabra y le pidió una prueba de que la petición venía de la Madre de Dios.

Juan Diego volvió ante Ella. Siguiendo sus indicaciones, recogió todas las flores que encontró en el Tepeyac y las guardó en un manto que llevaba frente al pecho. “Con esto le conmoverás el corazón al Gran Sacerdote para que interceda y se erija mi templo”, le dijo al pedirle que llevara las flores al obispo.

Una vez frente a Zumárraga, el macehual soltó su tilma. Con la caída de los pétalos la imagen de la Virgen apareció sobre la tela y ése fue el inicio del culto mariano más importante del país.

——

La veneración del manto es uno de los objetos de estudio de la doctora Nayeli Amezcua, académica de la Escuela Nacional de Antropología e Historia.

“Tiene que ver con la importancia de la materialidad en el catolicismo”, refirió a AP. “Es una religión muy sensorial… De muchos objetos a través de los cuales se transmite lo sagrado”.

La experta explica que en el siglo XVI había más de una manifestación de la Virgen María, como la Virgen de los Remedios, pero no todas se insertaron en la sociedad con la misma fuerza. ¿Por qué?

Hay varias hipótesis, refiere Amezcua. Un factor es la potencia de la imagen: la Virgen que se le aparece a Juan Diego está embarazada, con el elemento divino dentro de ella y tiene voluntad propia. La otra se relaciona con los sacerdotes que se hicieron devotos e impulsaron el culto más allá de su área geográfica.

Además, está el milagro. Los santos más importantes de la Iglesia Católica son los más milagrosos, refiere Amezcua, y eso es lo que permite que ésta siga en una suerte de competencia con otras religiones como el pentecostalismo.

“En torno a las imágenes hay narraciones que dan cuenta de milagros, ya sea por un origen milagroso o porque se le reza y concede el milagro”, añadió. “Nosotros podríamos decir que son representaciones, pero para los creyentes las imágenes en sí mismas tienen vida”.

——

La Iglesia y los expertos coinciden en que el culto a la Virgen de Guadalupe se fortalece con la oralidad: el devoto le pide algo, Ella lo concede y el milagro se difunde.

Aquella mañana en que Yamilleth visitó la Basílica, llevaba un pañuelo amarillo con la imagen de su Virgen alrededor del cuello. “Yo siempre doy testimonio de que mi vida está muy apegada a la Madrecita”.

En su casa en Sonsonate, al occidente de El Salvador, dice tener más imágenes de Ella.

“Mi vida entera está llena de milagros de Dios y la Santísima Virgen de Guadalupe. Tendrías que sacar un libro por tanto que ella ha hecho en mi vida”, finalizó.

——

AP Foto: Eduardo Verdugo

La cobertura de noticias religiosas de The Associated Press recibe apoyo a través de una colaboración con The Conversation US, con fondos del Lilly Endowment Inc. La AP es la única responsable de todo el contenido.