No son muñecas, sino cultura viva: un artesano lleva la historia oaxaqueña a las calles de México

Originalmente publicado en The Associated Press, junio de 2023 (link aquí)

OAXACA, México (AP) – Las manos de artesano de Tonatiuh Estrada no sólo modelan figuras de cartón que sobrepasan los tres metros de alto. Lo que a él le gusta es crear documentos.

“Quiero que cuando la gente vea cómo las personas utilizan un huipil (un vestido tradicional) o un peinado, también lo lea y lo entienda. Que no se lleve sólo un adorno, sino también conocimiento”, dice el mexicano de 46 años.

Sus creaciones más recientes fueron solicitadas por el gobierno local para celebrar la Guelaguetza, el evento cultural más importante del estado de Oaxaca, en el suroeste del país. Como en cada edición, desde hace 91 años, el festejo convoca a diversas comunidades originarias para difundir su cultura a través de bailes, desfiles y venta de artesanías. Este año participaron 16 etnias y el pueblo afromexicano.

Tonatiuh modeló ocho piezas representativas de las regiones estatales para la celebración: siete mujeres y un hombre vestido de diablo. “La intención era hacer muñecas morenas para valorar nuestra etnia, nuestros colores”, explica.

Su especialidad es la cartonería –un fino y antiguo modelado en papel— y las muñecas de calendas, como se conoce localmente a las procesiones que los oaxaqueños realizan durante las fiestas patronales o para honrar a algún santo.

Por su colorido y atractivo, las calendas se han popularizado en Oaxaca y ahora es común verlas por las calles del centro varias veces por la tarde, pues decenas de parejas de recién casados suelen contratarlas como parte de su evento. Eso, piensan algunos, perjudica su esencia.

“Hoy en día se está perdiendo su significado”, asegura Nayelli López, quien vive en la capital y desfiló en la Guelaguetza como “china oaxaqueña”, que representa a la mujer trabajadora de los Valles Centrales. “Lo que se ve día a día en las bodas son recorridos. No son calendas porque una calenda es un respeto y un símbolo de fe que se lleva a las iglesias”.

Tonatiuh hace lo posible por preservar y difundir ese contexto espiritual en sus piezas. Explica que realiza una investigación cuidadosa de cada pedido y tiene claro que las primeras figuras de calenda se utilizaron tras la Conquista (1521), cuando los españoles iniciaron la evangelización. “Sí son un adorno, pero un adorno con información”, asegura.

Cuenta que cuando el comité que seleccionó a los pueblos participantes de esta Guelaguetza le compartió su elección, él tuvo que hacer algunas correcciones. Pintó flores del tamaño preciso. Acomodó trenzas del lado correcto. Modeló al diablo como se presenta en la danza local que lo inspiró.

“Aquí todo tiene un significado que es bonito”, añade.

Su trabajo toma tiempo porque para completarlo no sólo debe investigar la historia de cada figura, sino tener paciencia en el proceso de confección. Para terminar una sola muñeca puede pasar semanas encerrado en su taller.

Primero fabrica un armazón de madera. Luego lo cubre de barro, lo modela como una escultura que posteriormente envuelve con plástico y entonces empieza a pegar el papel. Crea una capa de un centímetro de ancho y una vez que se seca la abre para sacar el barro y dejar el cascarón. El siguiente paso es lijar, lijar y lijar. Ya perfeccionada la textura, pinta.

“A veces la gente cuando ve el papel no lo valora y piensa que es más trabajo tallar la madera, pero es más largo el proceso en papel”, dice Tonatiuh.

Aunque la confección de sus últimas figuras haya sido estresante por cuestión de tiempos, el artesano se dice satisfecho. “A la gente le ha gustado. Se toman fotos, se sienten identificados. Les dio mucho gusto que las muñecas fueran morenas”.  

Algunos investigadores analizan lo que ocurre en la Guelaguetza con cautela porque no todos los pueblos originarios participan y nació como un evento que impulsaba el nacionalismo.

“Lo vendían como un homenaje racial”, explica la antropóloga Gabriela Zapién. “Desde el origen fue algo problemático porque estamos hablando de una tradición construida”.

Tonatiuh coincide, pero piensa que a la larga ha logrado algo positivo. “Ha alimentado y exhibido las costumbres de la gente, o sea, lo que uno ve sí se hace y lo ha revalorizado la propia gente”.

La misma palabra “Guelaguetza” tiene un significado entre los oaxaqueños y cumple una función social. Algunos lo asocian a un festejo y otros a la ayuda mutua. En ambos casos, implica compartir.

“Lo bonito de Oaxaca es que no es una cultura de museo o de exhibición”, asegura sonriente. “Es una cultura viva”.  

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AP Foto: María Alférez

La cobertura de noticias religiosas de The Associated Press recibe apoyo a través de una colaboración con The Conversation US, con fondos del Lilly Endowment Inc. La AP es la única responsable de todo el contenido.

La identidad cultural de México vista a través del muralismo

Originalmente publicado en The Associated Press, mayo de 2023 (link aquí)

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CIUDAD DE MÉXICO (AP) – Lo que el muro preserva es más que pigmento. El sincretismo que define la identidad cultural de México cobró vida sobre el fresco cuando el pincel de Fermín Revueltas dio los toques finales a su “Alegoría de la Virgen de Guadalupe” en 1923. 

Revueltas fue uno de los muralistas que transformó la historia del arte desde los pasillos de San Ildefonso, un excolegio jesuita que se fundó hace 440 años en Ciudad de México y celebra el centenario del surgimiento del muralismo. 

Mediante una exposición que se inauguró el año pasado, pero se actualiza constantemente, “El Espíritu del 22” reflexiona sobre el contexto que dio pie al movimiento artístico.  

La muestra, que seguirá abierta al público hasta junio, aborda cómo la obra de artistas como David Alfaro Siqueiros, José Clemente Orozco y Revueltas se vio influenciada por el nacionalismo revolucionario y descubrimientos arqueológicos que transformaron las nociones sobre el indigenismo.

Con las escenas satíricas de sus murales, las alusiones religiosas de su sacristía o su arquitectura barroca novohispana, todo en San Ildefonso invita al aprendizaje, quizá porque desde su fundación persiguió el objetivo de educar. 

El historiador Jonatan Chávez, quien también coordina el voluntariado y servicio al público en San Ildefonso, explica que el edificio actual es una fusión de otras instituciones educativas más pequeñas, pero desde sus inicios instruyó a la sociedad criolla de la Nueva España, como se nombró al virreinato establecido en el territorio conquistado por los españoles en 1521. 

Los jesuitas llegaron casi medio siglo después de la Conquista y presidieron este colegio de seminaristas y misioneros hasta 1767, cuando el rey Carlos III ordenó su expulsión. En esos casi 200 años, explica Chávez, su influencia en la cultura y la sociedad fue trascendental. 

Según el experto, los jesuitas se tomaban el tiempo de aprender sobre los pueblos que evangelizaban porque pensaban que sólo comprendiendo su cosmovisión podrían entablar un diálogo profundo con ellos. 

La fusión de prácticas ancestrales y las legadas por los europeos no sólo permitió que los pueblos aprendieran nuevas artes y oficios, sino que se afianzara el concepto de identidad criolla que hoy pervive en murales como el de Revueltas. 

En su “Alegoría de la Virgen de Guadalupe”, la imagen divina ocupa el centro y bajo ella están sus hijos: hombres y mujeres con diferentes tonos de piel. La pintura no sólo retrata la devoción, sino el mestizaje y cómo esa raza mixta se cohesiona en torno a la aparición de la Guadalupana. 

El pincel de un muralista de San Ildefonso no perseguía un fin decorativo, sino crítico. En cada mural respira lo que duele, lo que cala; lo que hacer arder al cuerpo en furia. Cada trazo apuntala una viñeta de historia o realidad social. 

Un fresco de 1924 que José Clemente Orozco tituló “La alcancía” muestra dos manos delgadas que depositan monedas en una caja que está abierta en la base y deja caer el dinero sobre otra mano que luce más poderosa y representa a la Iglesia. 

Otro mural del mismo año y autor –“El juicio final”– retrata a un Dios bizco que no observa lo que ocurre frente a sus narices: mientras los ricos disfrutan del paraíso, con aureolas que simulan monedas, los pobres padecen el infierno presionados por tridentes diabólicos.

El impulso crítico de este movimiento se gestó gracias a la convocatoria de José Vasconcelos, un intelectual que entre 1922 y 1924 invitó a artistas como Revueltas, Orozco y Diego Rivera a decorar los muros de San Ildefonso, por entonces sede de la Escuela Nacional Preparatoria.  

Según Chávez, Vasconcelos quería potenciar la alfabetización como un fenómeno similar a la evangelización jesuita, que abarcó todo el territorio y se adecuó a la diversidad de la población. Para lograrlo encabezó tres proyectos: las misiones culturales, la publicación de libros y el muralismo. 

“Él veía que la imagen era un elemento didáctico”, cuenta Chávez. “¿Entonces qué dijo? Hay que pintar, que los murales refieran los procesos históricos que representan la identidad mestiza”.

Y así, la historia saltó de los libros a los muros. Artistas como Revueltas usaron alegorías para plasmar su modo de entender el sincretismo que dio pie al México contemporáneo y otros como Orozco emplearon alusiones judeocristianas para criticar a instituciones que abusaban de su poder frente al desamparo social.

Por eso sus murales retan el entendimiento y establecen diálogos, en ocasiones de pared a pared.  

En la escalera principal del excolegio jesuita, un mural de Jean Charlot ilustra la masacre que los españoles encabezaron en el templo más sagrado del imperio Azteca y su contraparte responde con su continuación histórica, una fiesta local que es producto del sincretismo y refiere al pueblo de Chalma en manos del artista Fernando Leal. 

“San Ildefonso tiene esa reminiscencia donde lo religioso se hace presente porque forma parte de la identidad cultural de un pueblo”, indica Chávez. 

Con la expulsión de los jesuitas se perdió parte de su acervo pero no su legado. San Ildefonso se mantuvo vivo en la memoria colectiva como un espacio de formación y por eso no es casual que el gobierno lo haya transformado nuevamente en una escuela y, más tarde, en sede de un movimiento artístico y político que sigue vigente a 100 años de su surgimiento. 

“El muralismo es la evocación del pasado mexicano en el que la referencia principal es el proceso de la conquista militar y espiritual y la importancia del constructo de la identidad a través del criollismo”, dice Chávez. “Dice mucho de quienes somos y de qué estamos hechos”.

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AP FOTO: Marco Ugarte

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