¿En qué creen los venezolanos? Una mirada a la religión en Venezuela a pocos días de las elecciones

Originalmente publicado en The Associated Press, julio de 2024 (link aquí)

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(AP) – Venezuela es un país mayoritariamente católico, pero el número exacto devotos es difícil de determinar. Dado que el gobierno no ha publicado cifras oficiales en más de una década, el panorama religioso actual sólo puede dimensionarse mediante proyecciones y trabajo de campo independiente. 

En la boleta de las elecciones del 28 de julio figura un pastor evangélico, pero Javier Bertucci tiene pocas posibilidades de dar la batalla al presidente Nicolás Maduro, quien busca un tercer mandato consecutivo.

La religión no ha jugado un papel clave en esta carrera electoral. Sin embargo, sí se ha entrelazado con la política, en especial durante el mandato del fallecido expresidente Hugo Chávez, quien llegó a convertirse en una figura de culto para decenas de venezolanos y se distanció de la Iglesia católica abrazando la religiosidad popular.

Aquí una mirada al contexto religioso de Venezuela.

¿Qué dice la ley?

La Constitución garantiza la libertad de religión y culto. También dicta que toda persona tiene derecho a profesar su fe y manifestar sus creencias siempre que no se oponga a la moral, las buenas costumbres y el orden público. Además, establece la independencia de las iglesias y cada familia es libre de elegir si sus hijos reciben educación religiosa o no. 

De acuerdo con un reporte que el gobierno estadounidense publicó en 2023 sobre libertad religiosa en Venezuela, las comunidades de fe profesan sus creencias libremente siempre que se abstengan de criticar al gobierno. Representantes católicos y evangélicos han dicho que partidarios de Maduro acosan verbalmente a miembros de sus instituciones si llaman la atención sobre la crisis humanitaria del país. 

¿Con qué religión se identifican los venezolanos?

Sin números oficiales a mano, todas las estimaciones coinciden en que la población es mayoritariamente católica.

Según el reporte del gobierno estadounidense de 2023, el 96% de la población sería católica y el resto englobaría otras confesiones.

Desde Venezuela, una de las investigaciones más recientes fue encabezada por la Universidad Católica Andrés Bello y data de 2016.

Enrique Alí González, sociólogo que comparó las cifras con su experiencia en campo, estima que el paisaje religioso actual podría ser el siguiente: católicos 82%-84%, evangélicos (sin distinguir denominación) 10%-12%, adeptos de la santería 1,5%-2% y ateos 1%. Los testigos de Jehová, musulmanes, Baha’i y otras minorías integrarían el porcentaje restante.

Según el experto, la mayor concentración de evangélicos está en el estado de Apure —fronterizo con Colombia—, mientras que la santería está más presente en Caracas. Además, algunos venezolanos participan de dos religiones: muchos devotos del espiritismo —cuya máxima representante es María Lionza, deidad femenina que se venera en la Montaña del Sorte— también son católicos. 

¿La religión impacta en la política actual?

Las creencias religiosas no se perciben como un factor definitorio en las elecciones del 28 de julio.

Según el sociólogo Hugo Pérez Hernáiz, más allá de que el pastor evangélico Bertucci aparezca en una boleta, la adscripción religiosa difícilmente determinará lo que arrojen las urnas. “Una persona no te dirá que su creencia en Dios es la que la está llevando a votar”. 

La manera en la que sí influye, explica Alí González, es en el acompañamiento social y espiritual. 

En un país en el que la pobreza alcanza a más del 90% de la población, la organización religiosa Cáritas ofrece ollas comunes y suplementos alimenticios para niños y niñas. 

“Y, por supuesto, también está el acompañamiento pastoral”, agrega. “Porque, ¿qué te queda cuando vives una situación tan miserable?”.

“La fe, y cuando la fe es sólida, se transforma en esperanza”.

¿Cómo ha sido la relación entre el gobierno y las iglesias?

Allá por 2013, cuando apenas buscaba el poder, Nicolás Maduro dijo que, mientras oraba en una capilla, el fallecido Hugo Chávez se le apareció en forma de pajarito y lo bendijo. 

El video produjo todo tipo de reacciones pero no fue sorpresivo. Afirmando que los obispos eran “demonios” y favoreciendo el culto a María Lionza, era usual que el mismo Chávez se mostrara más cercano al espiritismo que a la Iglesia católica. 

Según Alí González, en la historia venezolana se han dado varios roces entre gobernantes y líderes católicos.

El primero ocurrió en el S.XIX, cuando el presidente Antonio Guzmán (1870-1887) trató de suplantar a la Iglesia con una visión que incorporara la masonería y el protestantismo. Tras su muerte, el anticatolicismo declinó, las congregaciones europeas volvieron a Venezuela y varios gobiernos subsecuentes se mantuvieron al margen siempre que la Iglesia no interviniera en política.

A mediados de los años 40, hubo una segunda ruptura cuando un sector político apegado al socialismo emprendió nuevas acciones anticlericales. Los ánimos se enfriaron con el retorno a la democracia en los años 50 y no fue sino hasta la llegada de Chávez al poder, a finales de los 90, que la grieta se reabrió.

Según Alí González, Chávez fomentó una suerte de divinización o “culto humano” que algunos expertos llaman “religión atea” en consonancia con el “guevarismo” o “fidelismo”, derivados del fervor que aún despiertan líderes como Ernesto “Che” Guevara y Fidel Castro.

En paralelo, Chávez se propuso reducir el culto a la Iglesia católica aliándose con sectores evangélicos. Por ejemplo, sacó a las capellanías de las cárceles y cedió ese terreno a los evangélicos.

¿Qué ha sido de la religión en el chavismo?

Algunos sacerdotes apoyaron a Chávez y a Maduro. Otros los enfrentaron. Y, en uno de los puntos más álgidos de las protestas que estallaron en 2017, el papa Francisco llamó al diálogo y la paz.

Religiosamente hablando, Maduro se dice un hombre espiritual que públicamente ha hecho guiños a prácticas tanto católicas como evangélicas. Y como presidente, en su relación con la Iglesia, suele seguir los pasos de su antecesor. Aunque ha viajado al Vaticano para encontrarse con el papa y celebra al beato venezolano José Gregorio Hernández, también ha criticado a líderes católicos y estos a él

Más recientemente, su acercamiento con las iglesias evangélicas aumentó. En 2023, lanzó el programa “Mi iglesia bien equipada” para mejorar y restaurar templos cristianos y su hijo preside una oficina estatal de Asuntos Religiosos para “fortalecer el acompañamiento a los sectores cristianos”.

¿La religiosidad ha cambiado por la crisis?

Aunque algunos reportes señalan que la espiritualidad de los venezolanos ha ganado fuerza debido a la crisis económica y política, Pérez Hernáiz explica que esa afirmación no cuenta con datos que la respalden.

“Siempre ha habido un sustrato de religiosidad popular muy fuerte en Venezuela”, dice. “Y lo que comúnmente se llama ‘santería’ es un abanico de espiritualidades populares que se mezclan con expresiones religiosas más formales, como el catolicismo”.

Según añade, tras revisar las cifras de afiliaciones de diversas comunidades religiosas, los académicos coinciden en que ha incrementado el número de pentecostales, pero sin datos oficiales es imposible precisar cuánto. Este incremento es consistente con el que expertos de la región y Estados Unidos han reportado en América Latina en los últimos cinco años. 

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AP Foto: Cristian Hernandez

La cobertura de noticias religiosas de The Associated Press recibe apoyo a través de una colaboración con The Conversation US, con fondos del Lilly Endowment Inc. La AP es la única responsable de todo el contenido.

Activistas dominicanas protestan contra Código Penal que mantiene prohibición total del aborto

Originalmente publicado en The Associated Press, julio de 2024 (link aquí)

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(AP) – Lo que ronda la cabeza de las activistas que piden la despenalización del aborto en República Dominicana es preocupación. 

Luego de que el Senado diera una primera aprobación a un proyecto de Código Penal que mantiene la prohibición total a la interrupción del embarazo a finales de junio, decenas de personas se lanzaron a las calles el miércoles para exigir que se garanticen los derechos de las mujeres, de la niñez y de la comunidad LGBTQ, que —según diversas organizaciones de derechos humanos— se vulnerarían con los posibles cambios al documento. 

“Nosotras seguimos en pie de lucha», dijo antes de la protesta la reconocida activista dominicana Sergia Galván. 

Galván y otras feministas llevan décadas exigiendo que el aborto se despenalice bajo tres causales: cuando esté en riesgo la vida de la mujer, cuando el embarazo sea producto de violación o incesto y cuando existan malformaciones fetales incompatibles con la vida.

República Dominicana es uno de los cuatro países latinoamericanos que criminalizan el aborto sin excepción. El Código Penal actual establece que cualquier persona que aborte enfrenta hasta dos años de cárcel. Para médicos, parteras o enfermeras, la pena va de cinco a 20 años de prisión.

El presidente dominicano, Luis Abinader, quien se reeligió en mayo pasado, se dijo dispuesto a respaldar la despenalización en sus dos campañas presidenciales, pero tras ganar ambas elecciones no volvió a mostrar su apoyo.

“Las organizaciones de mujeres estuvimos en reunión con él y dijo estar de acuerdo con las tres causales y que iba a trabajar para que en su partido hubiera una postura a favor», dijo Galván. “Realmente fue un engaño a la ciudadanía, a las mujeres y al pueblo”. 

Tanto Galván como miembros de otros organismos locales e internacionales han denunciado que la prohibición absoluta del aborto tiene diversas ramificaciones. Alrededor de un 30% de las adolescentes carece de acceso a métodos anticonceptivos, no existe la educación sexual integral laica, siete de cada 10 mujeres sufre violencia de género —como incesto, matrimonio infantil y explotación sexual— y los niveles de pobreza incrementan los riesgos de enfrentar un embarazo no deseado. 

“Queremos un Código que respete a las mujeres y a las niñas, que les permita decidir, que respete el oficio y el criterio de los médicos para decidir en caso de hacer un aborto, pero también queremos un Código que sancione la impunidad, esa corrupción burda que nos ha robado el futuro a muchos jóvenes”, dijo desde la protesta Nicole Pichardo, dirigente de un partido político minoritario. 

Más allá de la despenalización, organismos como Human Rights Watch alertaron que el proyecto de Código Penal reduce las penas por violencia sexual dentro del matrimonio y excluye la orientación sexual de la lista de características protegidas contra la discriminación, lo que traería más vulneración a la comunidad LGBTQ. 

“Estamos aquí, frente a la Presidencia de la República Dominicana, porque el Código Penal que aprobaron los senadores y está próximo a aprobarse por los diputados, no nos representa”, añadió desde la manifestación del miércoles Rosalba Díaz, miembro de la Comunidad de Lesbianas Inclusivas Dominicanas (Colesdom). “¿Qué significa eso? Que ahora las personas que vivimos con diferentes orientaciones sexuales, identidades de género, vamos a estar en riesgo de que constantemente nos discriminen”. 

A la lista de preocupaciones de ciudadanos y activistas se suman otras cuestiones. El artículo 14, por ejemplo, exime de responsabilidad penal a las iglesias, lo que según activistas como Galván dejaría impunes crímenes de pedofilia, lavado de activos o encubrimiento entre los líderes de fe. 

En la isla caribeña, la religión es fundamental. Es el único país del mundo con una Biblia en su bandera y el lema del Estado es “Dios, Patria y Libertad”. 

Según activistas del sector conservador y que se oponen a la despenalización, su relación con algunos legisladores es cercana y miembros de organizaciones como 40 Días por la Vida dicen orar para que los congresistas mantengan los candados que impiden abortar o brindar educación sexual integral. 

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AP Foto: Ricardo Hernandez

La cobertura de noticias religiosas de The Associated Press recibe apoyo a través de una colaboración con The Conversation US, con fondos del Lilly Endowment Inc. La AP es la única responsable de todo el contenido.

Su Tierra los conecta y los hizo corredores: bienvenido al mundo de los maratonistas rarámuri

Originalmente publicado en The Associated Press, junio de 2024 (link aquí)

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CHIHUAHUA, México (AP) – Miguel Lara es hijo de la montaña. Lo lleva en la zancada, la sangre y la historia.

“Tarahumara significa ‘el de los pies ligeros’”, dice el ultramaratonista indígena de 34 años.

A él las carreras de cinco, diez o quince kilómetros no le hacen ni cosquillas. Miguel —ligero— corre cincuenta, cien, ciento sesenta.

Durante cinco, doce o veinte horas, Miguel corre. Despega en soledad, en equipo o con sus hijos. Surca polvo, pendientes y rocas. 

Corre aunque la mente titubee y los calambres fastidien. Resiste como las barrancas al sol en esta tierra escarpada que 56.000 tarahumaras o rarámuris habitan al norte de México.

“Eso es lo que hacemos”, cuenta con cierta timidez. “Mucho antes de que existieran los maratones, los tarahumaras ya venían corriendo”.

En el pueblo de Porochi, donde vive en el estado de Chihuahua, las casitas de madera son tan escasas que parece que cayeron salpicadas desde el cielo. No hay caminos, señal telefónica ni un censo que precise el número de habitantes. Unos 200 o 300, estima la gente de los alrededores. 

“Cuando recién nos casamos, íbamos hasta Urique por la comida”, dice la esposa de Miguel, Maribel Estrada, en la pequeña cabaña que comparte con sus hijos de 3 y 11 años. “Se hacen unas cuatro o cinco horas caminando, pero corriendo un poquito menos, como tres”.

En sus montañas la distancia, la escasez y el aislamiento se combaten trotando. A pie se va de un rancho a otro, a la iglesia, a la escuela y a las contadas tiendas que el progreso ha dejado por aquí y por allá.

“Cuando uno corre, anda a gusto”, dice Maribel, con el pelo negro acomodado en una trenza y los pies sobre sandalias de hule que amarra con tiras de cuero blanco.

Como Miguel y el resto de los corredores rarámuri, corre como le dicta el cuerpo. Sin entrenador, sin calzado deportivo de última generación y sin relojes inteligentes. 

“Correr es parte de la cultura”, dice Miguel. “Yo empecé a ver correr a las personas más grandes. Miraba que aguantaban muchas horas y decía: ‘¿Cómo es que aguantan tantos kilómetros corriendo? ¿A poco yo no podría hacer lo mismo?’”.  

Entre los suyos, correr también es sagrado. Los tarahumaras organizan competencias durante sus ceremonias religiosas. Se agrupan por categorías —hombres, mujeres y niños—, y apuestan ropa, dinero y ganado, lo que despierta en los corredores la responsabilidad de no correr por sí mismos, sino por todos.  

“A eso va uno”, dice Miguel. “Te echas el compromiso de ganar para toda la comunidad”.

En una de estas fiestas —que los tarahumaras llaman Yúmari y se realizó recientemente en el diminuto pueblo de Cuiteco— Evelyn Rascón —13 años, pelo azabache, falda brillante en violeta y verde— era la esperanza de su equipo.

“Empecé a correr desde que entré a la primaria, cuando tenía seis años”, dice con una sonrisa recatada. “Le echaba ganas con mi tía. Ella corría mucho, le gustaba y aprendí a correr con ella”.

Casi con vergüenza, cuenta que en el plano más profesional “sólo” ha corrido medios maratones —21 kilómetros— en “no menos” de hora y media —el promedio difícilmente baja de dos horas— pero añora romper su marca y trabaja duro para lograrlo.

“Si nos mandan por algo, vamos corriendo”, añade. “O camino de aquí a mi casa y, en las subidas, subo corriendo”.

Aunque ella trota con zapatillas de deporte, su madrastra —la corredora más veloz del Yúmari de Cuiteco— aún prefiere el hule y las tiras de cuero.

“Siempre corro con sandalias”, dice Teresa Sánchez, de 31 años. “Me duran tres años. O dos. Depende, pero tienen más solución que los tenis”.  

Teresa recuerda que su madre —corredora, ¿qué más?— fue su primera inspiración, pero ella se hizo de velocidad y resistencia en su convivencia con la sierra. Recorriendo montes, cuidando cosechas, vigilando cabras.  

“La Tierra es nuestra madre porque nos da todo”, dice Candelaria Lechuga, otra indígena presente en el Yúmari. “Todo lo que nos rodea nos conecta con ella: el aire, el sol, los árboles, las plantas. Con eso nos identificamos como rarámuris”.

Ese hilado invisible que entrelaza su vida con su entorno atrae cada vez más atención fuera de México.

Hace un par de décadas, el maratonista estadounidense Michael Randall Hickman —a quien la comunidad llama “Micah”— conoció a algunos atletas rarámuri en una carrera en su país y, tras enamorarse de la cultura, se mudó a la sierra, compartió el resto de su vida con ellos e impulsó a corredores locales a través del Ultramaratón Caballo Blanco.  

“La vida simple, el compartir, son inherentes a la cultura rarámuri”, dice Michael Miller, otro maratonista estadounidense que cayó rendido ante la Tarahumara y trabaja en True Messages, organización que apoya a corredores como Miguel desde el fallecimiento de Micah en 2012.

“Han enfrentado siglos de desafíos —violencia de los cárteles, tala ilegal, sequía— pero siguen aquí y mantienen su conexión con la Tierra”, añade. “Ésa es la sabiduría que los extranjeros tenemos que comprender y apreciar”.

Los hijos de la montaña nunca renunciarán a ella. Cuando Miguel no bate récords en Caballo Blanco o se lleva de calle a corredores extranjeros en pistas pavimentadas lejos de la sierra, trabaja como albañil en construcciones cercanas y se dedica a la siembra de maíz o frijol.

Él no acepta patrocinios ni quiere mudarse. Guarda sus medallas para colocarlas en una segunda habitación que pronto espera añadir a su cabaña y sólo cambia sus sandalias por tenis porque cuando corre grandes distancias —digamos, 100 kilómetros— las correas de cuero se truenan y repararlas lo retrasa en la contienda por la meta.

“Nunca he pensado en irme”, dice. “Los tarahumaras no son de hacer dinero y no estamos acostumbrados a la ciudad. Corremos por gusto, por la emoción de correr”.

Esa primera emoción la sintió a los ocho años —durante unas carreras locales llamadas Rarajípari— y creció con el tiempo, cuando prestó atención al correr de su madre.

“Pienso que de ahí viene, porque mi mamá, desde que era jovencita, corría”, recuerda. “Siempre ganaba y ahí es cuando me empezó a gustar más”.

Ella, cuenta Miguel, fue una suerte de entrenadora que no le indicaba cuánto o cómo correr, sino lo que sentiría. Al principio, le decía, vas a estar bien, pero cuando tengas dos o tres horas corriendo, vas a empezar a tener hambre y sed. Después de unas ocho o nueve horas, te van a empezar a pegar los calambres, pero no les hagas caso, porque si te enfrías, te van a pegar más fuerte.

“Lo que se trata es de aguantar, de terminar, no importa cuántas horas hagas”, dice Miguel.

Los hijos de la montaña se inspiran entre sí. Mario Pérez —25, piel ocre, voz bajita— no tiene padres corredores, pero entrena en las barrancas porque algún día le gustaría ser como Miguel.   

“De hecho, hace poco corrí con él”, dice desde un parque de diversiones en el que trabaja guiando a turistas que escalan la Tarahumara. “Íbamos iguales en la parte de abajo, pero luego él empezó a ir recio y en la subida me dejó atrás”.

Los admiradores más aguerridos de Miguel viven con él y Maribel en su pequeña cabaña de Porochi. Aunque el corredor le dice a sus hijos de 3 y 11 que sean pacientes, que no corran tan chicos para evitar lastimarse, ellos lo ignoran y ponen los pies en polvorosa.

De un tiempo para acá, cuando compite, sus niños lo esperan cerca de la meta. Tan pronto lo ven, se lanzan al galope y la emoción se contagia. Tras ellos despegan sus compañeros de escuela y así, como si fueran un mismo corredor, libran los kilómetros finales con Miguel.

“Les decimos ‘los caballitos’”, dice sonriente. “A veces llegamos a la meta hasta con 20 niños”.

“Me dicen que sienten la emoción y yo les digo que eso está bien», añade. «A lo mejor algún día, si les gusta, ellos podrán ser campeones también”.    

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AP Foto: Eduardo Verdugo

La cobertura de noticias religiosas de The Associated Press recibe apoyo a través de una colaboración con The Conversation US, con fondos del Lilly Endowment Inc. La AP es la única responsable de todo el contenido.

No eres quien creías: el camino de los bebés robados en Argentina para reconstruir su identidad

Originalmente publicado en The Associated Press, marzo de 2024 (link aquí)

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BUENOS AIRES (AP) – Cuando ella se presenta, dice su nombre completo: Claudia Victoria Poblete Hlaczik.

Nombrarse en su totalidad es una bandera. Es como decir: la dictadura desapareció a mis padres y a otras 30.000 personas, pero ahora ellos habitan mi nombre; por ellos y los que faltan salimos a marchar cada 24 de marzo; nombramos cómo, entre 1976 y 1983, la represión nos secuestró pensando que así silenciaría la disidencia.  

Ella se llama Claudia, pero no siempre fue Claudia. Antes era Mercedes —“Merceditas” Landa— y pasó 20 años pensando que era la hija de un militar —cuando no lo era— y el círculo en el que se movía su “padre” —que no era su padre— la secuestró cuando tenía ocho meses junto a sus verdaderos padres. Y entonces ella, como si fuera una mascota y no una bebé que debió ser criada por su familia, fue apropiada por una pareja de desconocidos y pasó dos décadas bebiendo un agua hecha de mentiras.

Mercedes no se convirtió en Claudia de un momento a otro, pero el domo de ficción que la cubría sí que se rompió en un instante.

En febrero del 2000, durante su hora del almuerzo y pensando que asistiría al juzgado que la citó para cumplir con un trámite, un juez le dijo que no era quien creía y ahí Merceditas Landa cayó por la madriguera como Alicia en el País de las Maravillas.

“Recuerdo esa sensación”, dice Claudia. “Que yo iba preparada para no creérmelo, como pensando, ‘esto que me van a decir no me va a importar’”.

Entre las hojas que el juez le entregó, una de ellas decía que había más de 99% de probabilidad de que fuera hija de desaparecidos. Y, junto a los exámenes, la foto de una bebé.

La bebé era ella. Lo sabía porque el teniente coronel Ceferino Landa y su mujer le tomaron fotos cuando la llevaron a casa después de registrarla como su hija biológica. Como si las fotos nuevas borraran las viejas y una partida de nacimiento falsa la desapareciera a ella.

“Las primeras fotos que yo había visto de mí misma eran iguales”, dice Claudia.

El problema, entonces, no fue dudar que el juez decía la verdad, sino lo que implicaba. Si ella ya no era quien creía, ¿quién era?

LAS ABUELAS DE PLAZA DE MAYO

En abril de 1977, un grupo de mujeres empezó a reunirse en la plaza más simbólica de Argentina y el tiempo les puso un nombre: Madres de Plaza de Mayo.

A todas les faltaban sus hijos. Jóvenes militantes a los que la dictadura capturó y torturó en centros clandestinos desde donde muchos fueron transportados en aviones que los arrojaron vivos al mar.  

En los últimos 40 años, los testimonios de los sobrevivientes han permitido reconstruir trozos del rompecabezas más siniestro de la historia argentina.

“Yo compartí celda con tu hijo”. “Escuché sus gritos bajo tortura”. “Vi a tu hija, embarazada, ser arrastrada por los suelos”.

No todas las madres de los desaparecidos sabían que sus hijas o nueras estaban embarazadas, pero los testimonios las pusieron en acción. Ahí decidieron que no sólo pelearían por saber qué pasó con sus hijos, sino también con sus nietos. 

Y así, la dictadura las convirtió en las Abuelas de Plaza de Mayo.

LOS NIETOS RECUPERADOS

Pedro Alejandro Sandoval no lo supo de boca de un juez.

La mañana en que vio la foto del que creía que era su padre, todavía se llamaba Alejandro Rei y aquella noticia en el diario parecía un sinsentido. ¿Excomandante Víctor Rei detenido por falsificación y ocultamiento? ¿Por el robo de un menor? ¿Cuál menor?

Él, como Claudia, también estaba en sus veintes. Para 2004 ya habían pasado dos décadas del retorno a la democracia y las Abuelas se habían articulado como un organismo de derechos humanos que buscaba a sus nietos de la mano del Estado.

Ese respaldo es lo que hoy permite que se judicialicen los casos. Que una vez que un examen de ADN confirma que se trata de un bebé robado en dictadura, se inicien juicios y sus “apropiadores” —quienes fingieron ser sus padres— sean encarcelados.

Cada nieto enfrenta la verdad a su manera. Algunos exigen que los dejen tranquilos. Varios piden tiempo. Otros vuelan a abrazar la vida que ignoraban que existía.

Pedro no cayó de la madriguera como Claudia, pero ilustra su proceso con otra referencia literaria: “El extraño caso del doctor Jekyll y el señor Hyde”, novela que retrata a un personaje con dos identidades.

“Era la misma persona, pero me desdoblaba todo el tiempo”, cuenta Pedro.

Aún lleva ese desdoblamiento en el nombre. Él, a diferencia de Claudia, nació en un centro de detención clandestino y no fue registrado por sus padres, así que, tras su restitución, tuvo que elegir cómo llamarse.

Se decidió por Pedro, como su madre quería nombrarlo en honor a su abuelo, y conservó Alejandro porque, a fin de cuentas, por más de 26 años también fue él. A su papá lo recuperó en el Sandoval.

Alejandro tuvo una infancia feliz y escuchó al que creía que era su padre decir que nunca hubo dictadura, que los militares “resociabilizaron” el país. Años después, cuando lo fue a visitar a prisión, vio a ese mismo hombre reventado de ira gritar: “¡Hijo de puta, por tu culpa estoy aquí!”.

Pedro lleva 20 años tallando los recuerdos de sus padres en su nombre. Les dice “mis viejos” como si pasara con ellos los fines de semana. Como si cada tarde fuera a encontrarlos al bar donde tuvieron su primera cita y él bebió café tantas veces sin saber que compartían la sangre.

“Esto de estar hablando y moviendo las manos es de mi viejo”, cuenta. O “qué leona que era mi vieja. Una mina chiquita físicamente, que tenía 20 años cuando la secuestraron y aunque le hicieron lo que le hicieron, tuvo la fuerza y el coraje de tenerme”.

“Yo te puedo contar historias de mis viejos”, dice Pedro. “Hay algo mágico. El ADN es mucho más grande de lo que todos creemos”.

¿CÓMO SE RECUPERA A UN BEBÉ ROBADO?

Entre 1978 y 2023, las Abuelas de Plaza de Mayo han recuperado a 133 nietos y nietas.

Cada restitución llena al colectivo de esperanza, pero también de urgencia, pues se calcula, según denuncias y testimonios de exdetenidos, que hay otros 300 bebés que aun no han sido identificados.

Claudia y Pedro dan testimonio porque la suya es una búsqueda viva como vivos están esos bebés robados que ya son adultos y en su andar por el mundo —sin desearlo, sin saberlo— perpetúan la apropiación. Esto es, si tú desconoces tu verdadera identidad, el engaño renace en tus hijos y los hijos de tus hijos. Las lesiones que infringió la dictadura se reabren de una generación a otra.

Manuel Goncalves Granada, nieto recuperado en 1997, trabaja en uno de los dos organismos estatales que echa a andar el andamiaje de Abuelas: la Comisión Nacional por el Derecho a la Identidad (CONADI). El otro es el Banco Nacional de Datos Genéticos.

La historia de Manuel y sus padres también sacude los huesos. A su papá lo secuestraron el día del golpe militar —24 de marzo de 1976— y fue asesinado una semana después. Su mamá se ocultó durante ocho meses —Manuel no sabe dónde nació—, hasta que hombres armados rodearon la casa en la que se escondía y lanzaron tiros, granadas y bombas lacrimógenas.

Manuel sobrevivió porque su mamá lo cubrió con mantas en un hueco del armario donde fue hallado antes de ser entregado en adopción ilegal.

Su abuela fue una de muchas que se separaron de Madres de Plaza de Mayo porque su búsqueda implicaba tareas específicas. Empezaron por lo más desesperado, pararse afuera de los jardines de infantes para ver si en los nenes reconocían los rasgos de sus hijos, y terminaron impulsando un sistema que garantizará que la búsqueda se mantenga cuando ya no estén.

Desde la CONADI, Manuel trabaja en la identificación de casos de posibles bebés robados. Al recibir una denuncia, el equipo realiza una investigación y, si localiza documentos que verifiquen una apropiación —digamos, una partida de nacimiento irregular— citan a la persona y se lo informan. Si ésta accede a continuar el proceso, se toma una muestra de ADN de manera voluntaria. Si no, se repite el procedimiento con la orden de un juez.

Abuelas recibe unas mil solicitudes por año, dice Manuel. “Ahora ya está viniendo la generación de los bisnietos. Dicen: ‘Mi mamá no se anima a venir, pero sabemos que mi abuelo no es mi abuelo’”.

Cuando una muestra de ADN confirma que Abuelas ha encontrado a un nieto, Manuel y la hija de la actual presidenta de Abuelas lo informan a la persona. Luego avisan a su familia y se llama a una conferencia de prensa que difunde la restitución.

“Para mí tiene que ver con mi propia identidad”, dice Manuel. “Si yo hago esto, es porque mi historia es ésta. Lo que hago o pienso es porque soy una persona a la que robaron primero y recuperé mi identidad después”.

UNA HISTORIA PROPIA Y CIERTA

A Claudia le tomó varios años compartir su testimonio.

Ahora que milita en Abuelas dice que, claro, no es fácil. Que saberse un nieto restituido trae consigo una historia muy triste y compleja, pero también una historia que es propia y que es cierta.

Cuando salió del juzgado y detuvieron a sus “apropiadores”, lo primero que sintió fue culpa. ¿Y si les pasa algo? Tienen más de 70 y no están bien de salud. 

Le mintieron durante 20 años, sí, pero en ese momento ella tenía pocos minutos de haberse estrellado contra la verdad y se había pasado la vida llamándolos “papá” y “mamá”.

Para sostener la mentira de que era su hija biológica, Ceferino Landa y su mujer la metieron a un capullo. Merceditas no andaba sola por la calle. No leía ni miraba en televisión nada que no aprobara el coronel. Iba a una escuela de monjas. Creció —como Pedro— creyendo que en Argentina nunca hubo una dictadura, sino un proceso de reorganización nacional. Que las Madres de Plaza de Mayo eran locas que querían vengarse de los militares.  

“No sabía que había niños robados”, dice Claudia. “Era algo que había sido ocultado y yo vivía bastante cuidadita, como una especie de recipiente hermético”.

Lo que más le costó, cuenta, no fue reconocerse como Claudia —nombrarse— sino salir de ese contenedor taponado por la culpa.

“Me sentía responsable porque pensaba que era decisión mía la que desencadenó eso, pero después me di cuenta de que no, que había sido decisión de mis apropiadores”.

La claridad llegó cuando se convirtió en madre. Ver a su hija le hizo dimensionar cómo, durante 20 años, esa gente que decía quererla le mintió cada mañana, cada noche. Que lo habría seguido haciendo por el resto de su vida.

Desdecir las mentiras empezó por lo más simple. Andar sola por la ciudad sin que le pasara nada. Aprender a manejar, a andar en bicicleta, a cocinar.  

Y, luego, el mundo. “Lo que me encontré del otro lado no fue una banda de terroristas, sino a mi abuela, mis tíos, mis primos, una familia”.

De a poco empezó a poblar su nombre. La historia de sus padres sumada a nuevas certezas y creencias.

“La identidad es una construcción”, dice Claudia. “Yo no dejo de ser la Merceditas Landa que fui, pero eso se nutre de toda una cosa que viene después”.

Uno no es realmente libre cuando hay una mentira, dice. La libertad empieza cuando sabes la verdad y, frente a ella, puedes elegir.

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AP Foto: Natacha Pisarenko

La cobertura de noticias religiosas de The Associated Press recibe apoyo a través de una colaboración con The Conversation US, con fondos del Lilly Endowment Inc. La AP es la única responsable de todo el contenido.

Ante violencia en México, candidatos presidenciales se comprometen por la paz con líderes religiosos

Originalmente publicado en The Associated Press, marzo de 2024 (link aquí)

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CIUDAD DE MÉXICO (AP) – Claro que es indispensable trazar una hoja de ruta común para pacificar a México, dijo el lunes la candidata oficialista Claudia Sheinbaum en una reunión con líderes religiosos del país. Sin embargo, dejó claro que su visión respecto al escenario de violencia difiere de la que expresaron las comunidades de fe.

Sheinbaum, y los opositores Xóchitl Gálvez y Jorge Álvarez Maýnez, todos aspirantes a suceder al presidente Andrés Manuel López Obrador en las elecciones del 2 de junio, se reunieron el lunes en Ciudad de México atendiendo a una convocatoria liderada por la Conferencia del Episcopado Mexicano (CEM) para encaminar al país hacia la paz.

El evento arrancó abordando lo que la Iglesia católica considera una “profunda crisis de violencia y descomposición social” y, posteriormente, cada aspirante dio su punto de vista sobre un listado de propuestas que los religiosos les entregaron. 

El documento compartido con los candidatos —que se titula “Compromiso Nacional por la Paz”— reúne estrategias de política pública enfocadas en la erradicación de la violencia. Las propuestas fueron producto de un diálogo que se llevó a cabo a nivel nacional en los últimos meses entre instituciones religiosas, empresariales y civiles.

Desde el asesinato de dos jesuitas en el norte del país en 2022, la Iglesia católica ha sido enfática en la necesidad de repensar la estrategia de seguridad, lo que le valió una tensa relación con el presidente López Obrador.

En el evento del lunes, Sheinbaum —quien representa la continuidad del proyecto de nación del presidente— se mostró dispuesta a dialogar y firmó el compromiso por la paz, pero tan pronto arrancó su participación enlistó los puntos que no comparte con respecto a las problemáticas de violencia.

Dijo, por ejemplo, que no coincide con la “evaluación pesimista del momento actual” —que establece que el tejido social sufre una degradación acelerada— ni considera que en México prevalezcan el miedo, la impotencia, la desconfianza y la incertidumbre.

Primero defendió la estrategia de seguridad actual citando la reducción en el número de homicidios dolosos y, como suele hacer el presidente López Obrador, Sheinbaum comparó la actual gestión con la del expresidente Felipe Calderón (2006-2012), cuya denominada “guerra contra el narco” fue “desastrosa” para México.

También negó que exista una supuesta militarización del país y, por el contrario, dijo que entre los ejes de seguridad de su gestión seguiría el fortalecimiento de la Guardia Nacional. Añadió que entre sus propuestas hay programas para alejar a la juventud de la delincuencia, el fortalecimiento de la inteligencia e investigación de las policías estatales y una reforma al Poder Judicial.

Previamente, la candidata opositora Xóchitl Gálvez dijo que haría suyas las propuestas de los líderes religiosos y la sociedad civil y se dijo convencida de que las iglesias —particularmente la Católica, a la cual pertenece— juegan un rol crucial en la construcción de paz.

Durante su intervención recordó a los ocho sacerdotes que han sido asesinados en distintos estados del país en lo que va del gobierno actual y describió los crímenes como un “hito” que han marcado a la sociedad. 

“El desafío más grande que tenemos por delante es cómo reconstruir el tejido social”, dijo Gálvez, cuya candidatura aglutina a varios partidos de oposición.

Agregó que, de ganar en los comicios, se reuniría con los mismos líderes religiosos que convocaron al evento el 2 de octubre, un día después de asumir el poder, para tener una primera sesión de trabajo, diálogo y escucha de compromiso por la paz.

“Un problema de esa magnitud necesita de la participación de todos”, dijo Gálvez, quien destacó entre sus propuestas la “desmilitarización de la administración pública” y una mejora en las condiciones de trabajo de policías, ministerios públicos y jueces.

Por su parte, Jorge Álvarez Máynez, candidato por Movimiento Ciudadano, dijo que ante el panorama de violencia actual, “los mexicanos tienen toda la razón para ser pesimistas al respecto”.

“Nos dijeron que no había que preocuparnos porque sólo se iban a matar entre ellos”, dijo Álvarez Máynez en referencia al presidente López Obrador, quien durante su gestión ha recibido críticas por su estrategia de “abrazos, no balazos” para combatir la violencia.

Pero se equivocaron, añadió Álvarez Máynez, porque la violencia y la estrategia de seguridad fallida de los últimos gobiernos han cobrado la vida de mexicanos inocentes.

El candidato añadió que, como eventual gobernante, priorizaría la defensa de los derechos humanos de los migrantes y un nuevo modelo que justicia que, por ejemplo, proveería suficiente personal para atender las denuncias ciudadanas.

También propuso mejorar la formación de policías, revisar el sistema penitenciario y que las víctimas estén en el centro de los procesos de paz para lograr una justicia transicional.

Entre las medidas que las iglesias mexicanas han tomado de cara a la violencia han destacado varias jornadas de oración y un diálogo nacional que convocó a organizaciones de la sociedad civil, académicos, víctimas, empresarios y otras voces que conversaron sobre justicia, seguridad y paz. 

En febrero pasado trascendió que obispos de Guerrero, uno de los estados más violentos de México, negociaron con grupos delictivos en un intento por frenar la ola de violencia que aqueja a la población. 

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AP Foto: Marco Ugarte

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La guerra contra Hamas aviva el dolor de la comunidad judía argentina a 30 años del ataque a la AMIA

Originalmente publicado en The Associated Press, febrero de 2024 (link aquí)

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BUENOS AIRES (AP) – Aquella mañana de octubre en que combatientes de Hamas irrumpieron en 22 localidades israelíes para asesinar a decenas de judíos, Marina Degtiar volvió al 18 de julio de 1994.

De pronto —de nuevo— tuvo 26 años. Sintió el frío del invierno en Buenos Aires. Pisó los escombros del edificio que una explosión demolió sobre el cuerpo de su hermano.

Han pasado casi tres décadas del peor atentado en la historia de Argentina y la zozobra no merma. Aunque las autoridades señalan a Irán y Hezbollah como responsables de los 85 fallecidos y más de 300 heridos, a la fecha nadie ha sido condenado.

La falta de justicia y las noticias de Medio Oriente no han hecho sino agudizar la pena en la comunidad judía argentina. 

“Me preguntás ‘¿tú cómo estás?’ Y yo me emociono”, dice Marina. “Estoy muy triste porque esto que está pasando en Israel a partir del atentado terrorista del 7 de octubre nos atraviesa como humanidad, nos atraviesa como judíos y a mí me atraviesa en lo personal”.

Ella tenía una vida antes de que aquel coche bomba estallara en la sede de la Asociación Mutual Israelita Argentina (AMIA), donde su hermano de Cristian trabajaba, y otra que comenzó con su ausencia. 

Antes había inocencia, dice. Sentir que quizá nada muy maravilloso o demasiado trágico podría ocurrir a su familia. Que ella y su clan —sus dos hermanos y sus padres— vivían lejos de las bombas que caían en televisión.

“Hace 30 años no era natural, al menos acá en la Argentina, hablar de terrorismo. Las bombas no explotaban en casa como nos explotaron primero en la embajada y en mi caso en particular con el atentado a la AMIA”.

Los familiares de los fallecidos no sabían cómo nombrar lo ocurrido porque no murieron en un accidente. No los mató una enfermedad ni un desastre natural.

“A mi hermano lo mató una bomba terrorista y eso nos implicó aprender a hablar un lenguaje distinto”, dice Marina. “Hablar, entender, sufrir y llorar en un lenguaje distinto”.

El desconsuelo no se ha ido, pero sí se ha transformado. Tras meses de sentir el cuerpo extraviado en la tristeza, concluyó que vivir así, paralizada, sería una falta de respeto a Cristian, así que decidió reconstruirse.

Empezó por compartir su historia en grupos de autoayuda, luego coordinó espacios de duelo en la comunidad y más tarde estudió Psicología. A la fecha conforta a quienes la pérdida también les quebró la vida.

Al conocer a sus pacientes trae al presente su pasado. Yo me dedico a esto, les dice, porque perdí a mi hermano de 21 años y no te hablo desde afuera. Yo te puedo acompañar porque ocupé —ocupo— tu lugar.

“Me armé una vida que justifica que yo hable de Cristian todos los días”, dice. “Yo nombro a mi hermano todos los días de mi vida”.

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Sandra Miasnik no se enteró como el resto.

Aquel 7 de octubre no prendió la televisión y escuchó “hay hombres armados acribillando a civiles israelíes en sus kibutz cerca de Gaza”. El horror reptó hasta su casa en Buenos Aires a través del grupo familiar de WhatsApp: una captura de pantalla donde aparecía su prima Shiri abrazando a sus dos pequeños y debajo un mensaje. “Se los llevaron”.

¿Que se llevaron a quién? ¿Adónde? ¿Por qué?

“Recuerdo muy bien ese momento”, dice. “Dije: No, no es ella. Mirá el mecanismo de defensa psicológico de no ver lo que estás viendo, de no reconocer esa cara, el gesto dentro en esa cara”.

Y, luego, el infierno. Caminar por toda la casa sin saber qué hacer. Esperar la información a cuentagotas. Leer que mataron al tío que migró de Argentina en los 70 para buscar una vida de paz lejos de la dictadura. Que tu prima, su marido y sus hijos están en manos de Hamas. Más de mil muertos y 250 secuestrados. No entender cómo es que tu familia se esconde en esa cifra.

Esta vez las bombas no explotaron en casa, pero para muchos en la comunidad judía más grande de América Latina se sintió como si el terror penetrara el patio trasero.

“¿Qué argentino puede decir que el terrorismo está en Medio Oriente?”, dice Sandra. “No está a miles de kilómetros. Lo tenemos adentro, están acá con nosotros.”

La AMIA contactó rápidamente a los familiares argentinos de las víctimas de Hamas para ofrecer apoyo y contención psicológica, pero ella tardó en aceptar. 

“Yo creía tener estabilidad y de repente aprendí que no, que esta situación nunca antes la había vivido”, recuerda. “¿A quién le pasa que le secuestran un familiar en manos de asesinos violadores?”.

Conoció a Marina Degtiar una tarde reciente, durante el festejo simbólico de su sobrino Kfir Bibas, que cumpliría un año y es el más pequeño de los rehenes de Hamas.

Cuenta que después del acto sintió una sensación nueva. Un acompañamiento. Un abrazo colectivo.

“Yo no tengo nada que ver con la cuestión religiosa del judaísmo pero en este caso conecté nuevamente con mi identidad, con sentirme parte de un pueblo, de una comunidad”, dice. “No es solamente a mi familia a la que le pasó esto. Es a la comunidad, al pueblo, a la identidad”.

Muchos la abrazaron y entre ellos estuvo Marina. “Me dijo que era familiar de una de las víctimas del atentado de AMIA”. Y a los pocos días se sentaron a conversar.

“Te das cuenta de que las maneras de transitar del dolor son tan diversas que te vas a encontrar con personas que les tocó muy de cerca esto”, dice Sandra.

“Un duelo, una pérdida, no necesariamente tiene que ser por una muerte. Hay un duelo por perder la paz, la tranquilidad, por saber que los que vos querés no están bien”.

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Cada 18 de julio, las familias de las víctimas del atentado a la AMIA vuelven a la calle Pasteur. Uno a uno nombran a sus muertos y cuando recuerdan sus vidas no hablan de ellos en pasado, sino en presente.

El edificio que se reconstruyó en el hueco que dejó la explosión no es igual a su predecesor sino más grande. La reconstrucción fue simbólica, explica Amos Linetzky, presidente de la asociación.

“No por un tema religioso, sino porque quisieron destruirnos, pero no lo lograron. Nos reforzaron aún más y seguimos aquí, en este mismo lugar”.

Desde su fundación hace 130 años, la AMIA cobija a la comunidad judía más grande de América Latina y la quinta más importante del mundo. El grupo comenzó a asentarse a finales del S. XIX con la llegada de migrantes europeos y de algunos países árabes. Juntos atendieron una necesidad básica del judaísmo: ¿dónde enterramos a nuestros fallecidos?

La asociación se transformó de a poco y hoy se ocupa de asuntos que engloban la totalidad de la vida judía, explica su presidente. Entre otras cosas, administra 60 hectáreas de cementerios, realiza actividades culturales, agrupa más 40 instituciones educativas y tiene una bolsa de trabajo que en 2023 ofreció empleo a 14.000 personas.

Además construye memoria. Año tras año, lanza campañas que recuerdan el atentado, realiza homenajes y narra el ataque a las nuevas generaciones.

“El paso del tiempo no puede ser motivo de olvido”, dice el presidente. “Tenemos un historial de persecuciones que se transforma en esta fuerza de resiliencia que nos caracteriza”.

Cuando él tenía unos diez años, recuerda, acompañaba a su padre —un psicoanalista— a conversar con sobrevivientes del Holocausto. “Crecimos con este historial de sufrimientos y la importancia de llevar con nosotros la memoria, de no olvidar”.

Un mes después de la irrupción de Hamas en Israel, la AMIA cubrió una de sus paredes con los 1.400 nombres de las víctimas. Los pintó la comunidad, mano a mano, nombre por nombre.

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En los alrededores del edificio de la calle Pasteur hay un árbol en honor de cada víctima del atentado y Patricia Strier visita a su hermana tanto como puede.

“Cuando voy a hacer alguna compra paso por el arbolito. Le doy un beso, lo toco, hablo con Mirta”, dice. “Está hermoso el árbol, está lleno de hojas”.

Todo en ella se aflige cuando habla de Mirta. Los ojos en pena como el canto más triste.

Fue la mayor de tres hermanas y cumplía un rol protector, cuenta Patricia. Siendo niñas no compartieron juegos, pero cuando entró a la universidad comenzó a quedarse a dormir en su casa y charlaban por horas. Antes de casarse, Patricia habló con su pareja para buscar un hogar cerca de su hermana y él aceptó.

Mirta trabajaba muchísimo, dice Patricia. Su vida no siempre fue agobiante pero cuando su marido la abandonó para irse con otra mujer, Mirta tuvo que hacerse cargo de sus hijos adolescentes y entró a trabajar a la AMIA, donde fue secretaria y ejercía otras funciones que apenas le permitían costear sus gastos. 

Aquel 18 de julio Mirta no tendría que haber estado en el edificio de la calle Pasteur, pero su jefa le pidió fotocopiar unos documentos y ahí la sorprendió el coche bomba a las 9:53.

Patricia estaba fuera de Buenos Aires y tardó en enterarse. Sin redes sociales, sin celulares, las noticias escurrían de a poco. Por casualidad entró en casa de una conocida y vio el televisor.

“Sentí que en el mundo se armó un pozo enorme y me chupó”.

Al volver supo que Mirta estaba enlistada como “sobreviviente ilesa”, pero nadie la había visto. Ni una llamada, ni una señal, nada.

Patricia fue de sanatorio en sanatorio. Recorrió morgues. Vio a los muertos de otros. Leyó sobre los cadáveres etiquetas que los marcaban como “NN”. Preguntó a la policía por posibles efectos personales. Pasó más de una semana y, en el séptimo día, la soñó.

“No fue a la edad de ella. La sueño como a los 22 años. Se reía y se reía. Yo le decía: ‘hija de puta, ¿de qué te reís si estamos todos desesperados de que no aparecés?’ ‘Estoy bien’, decía ella”.

Minutos después de despertarse sonó el teléfono. Su marido le dijo “ya sufriste demasiado, yo voy”. Y él reconoció el cuerpo. 

Sobre un pequeño altar en el que viernes a viernes prende su vela del Sabbat, Patricia conserva algunas fotografías de sus padres y su hermana. Mirta nunca reía, recuerda, y su madre dejó de hacerlo cuando el atentado la mató. Por eso, en esas imágenes que atesora, todos sonríen.

“Así los visualizo a todos”, dice. “Viene la luz de arriba, de mis seres queridos, de mis ángeles. Los tengo a todos ubicados, cada uno en su lugar, para no olvidarme de ninguno”.

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AP Foto: Natacha Pisarenko

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Una oración para Evita. ¿Por qué a 71 años de su muerte aún hay argentinos que añoran a Eva Perón?

Originalmente publicado en The Associated Press, febrero de 204 (link aquí)

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BUENOS AIRES (AP) – Todas las mañanas, desde la capilla del sindicato en el que trabaja en la capital de Argentina, Ángeles Celerier saluda a sus santos y eleva una oración. Buenos días, San Cayetano. Buenos días, Santa Teresa. Buenos días, Eva Perón.

Esta última no ha sido canonizada por el Vaticano —aunque el pedido existe— pero para Celerier eso no importa.

“Para mí es la santa del pueblo, la santa de todos nosotros”, dice la mujer de 56 años.

Lejos de Argentina hay quienes conocen poco o nada de esta ex primera dama que murió hace 71 años, pero en la cuna de ídolos como Messi y Maradona, Evita circula de mano en mano en los billetes de 100 pesos, habla al micrófono sobre el mural que adorna un edificio emblemático y planta rostro junto a los manifestantes que la imprimen en sus carteles de protesta.

“Tengo su estampita en mi billetera y la tengo en mi casa en un portarretrato chiquitito con una velita”, dice Celerier. “Le pido que nos ampare, que nos proteja”.

Otros trabajadores como ella la consideran su patrona o miran sus fotos con añoranza porque piensan que en tiempos de su marido, el tres veces presidente Juan Domingo Perón, todo marchaba mejor. 

“Para nosotros es la reserva espiritual del pueblo argentino”, dice Julio Piumato, director de Derechos Humanos de la central sindical más grande de Argentina y cuya firma figura en un documento de 2019 que solicita la beatificación de Eva.

“No hay otra figura que signifique tanto. Los sectores humildes se sintetizan en Evita”.

Según Piumato, entre 1946 y 1952, cuando un cáncer la mató a los 33 años y Perón concluyó su primer mandato, la pareja dignificó a la clase trabajadora y priorizó la justicia social.

El documento que ampara el pedido de beatificación menciona, por ejemplo, que mientras algunos países padecían el escozor que dejó la Segunda Guerra Mundial Perón gestaba una revolución cuyos protagonistas eran los trabajadores y los sectores más desprotegidos.

“Los santos nos muestran los caminos para llegar a Cristo e interceden ante Dios por nosotros”, afirma el texto entregado al Arzobispado. “En nuestra patria, generación tras generación se sigue convirtiendo por el mensaje humanista y cristiano de la abanderada de los humildes”. 

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El nombre importa.

María Eva fue la chica que dejó su pequeño pueblo de Los Toldos para salir a probar suerte como actriz en Buenos Aires. Eva Duarte es la estrella que posa en afiches. Eva Perón es la mujer del presidente. Y luego llegó Evita.

Evita fue quien trascendió la bandera albiceleste y escaló los peldaños de la industria cultural internacional. Fue a quien el británico Andrew Lloyd Weber compuso un musical en 1978. A quien Madonna copió el peinado en una película noventera. A quien los turistas buscan en el Cementerio de Recoleta cuando vacacionan por Argentina.

Es Evita a quien algunas feministas imprimen sobre sus pañuelos verdes y a quien obedece la denominación del movimiento que grita por transformación social.

“La representación de Evita en nuestra bandera representa estar con los de abajo y tratar de reivindicar su nombre a través del tiempo porque han pasado más de 70 años del nacimiento del peronismo, pero sigue más vigente que nunca”, dice Iván Tchorek, uno de los integrantes del Movimiento Evita, que tiene más de 150.000 integrantes y nació tras la crisis económica de 2001.

Evita es también quien decora algunos altares caseros, como si fuera un ser querido al cual se quiere recordar. 

“Evita es la figura cercana al pueblo”, dice Santiago Regolo, investigador del museo que lleva las tres sílabas de su nombre en la puerta.

“La gente empezó a llamarla así y esa construcción está vinculada al trabajo político y social que la distinguió de las mujeres que la precedieron y la toman como ejemplo hasta el día de hoy”.

Fue Evita —no María Eva, no Eva Duarte, ni siquiera Eva Perón— la que visitó fábricas y barrios. La que regaló su primer juguete a cientos de niños y pan dulces a las familias en Navidad. La que estableció espacios de vacación para los obreros que nunca se habían costeado un descanso. La que dio el empujón final a la causa feminista que en 1947 consiguió el voto para la mujer.

“Ahí se van ligando ciertas cuestiones que trascienden lo político para entablar cuestiones de orden sentimental, sacralizado”, dice Regolo. “Empieza a ser la compañera, la hermana, la madre de los humildes”.

El nombre importa y ella misma lo anotó en su autobiografía: “Prefiero ser Evita a ser la mujer del presidente si eso sirve a los descamisados de mi patria”.

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Rita Cantero tiene 71 años, surcos finos a un costado de los labios y el timbre suave de a quien le cuesta creer que la suya es una voz con algo por narrar.

“Mi mamá contaba que Evita era muy solidaria, que gustaba mucho a la gente por el servicio que hacía”.

Su madre, que como ella vivía en un pueblo al que la prosperidad le soltó la mano, conoció a la primera dama en una plaza frente a la catedral. Había un acto público, cuenta Cantero, y de pronto, Evita.

Embarazada de Cantero y sabiéndose madre soltera, doña Rafaela hizo lo único que le pareció sensato: pedir ayuda a Evita.

“A los 15 o 20 días le mandó el moisés, el ajuar completo para mí”, dice Cantero. “Por eso digo que yo soy peronista desde la cuna y a mí eso nadie me lo va a quitar”.

Según el sindicalista Piumato, Evita tenía todo un sistema que garantizaba que la fundación que llevaba su nombre funcionara como relojería suiza. Esto es, Rita Cantero ocupaba un moisés y Evita entregaba un moisés.

“Mi mamá siguió mandándole cartas porque después siguió estudiando de modista y dice que ella le mandaba sobres con dinero”, cuenta Cantero.

En su casa no hay velas ni altares con su imagen, pero no por eso es menos entrañable.

“Para uno es como una santa”, dice. “Por su condición de mujer muchos la juzgaron pero fue una chica honesta, trabajadora”.

“Luchó por la nación y fue la fuerza de Perón”.

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Perón murió dos décadas después de Evita y dos años antes de que la última dictadura militar tatuara su tinta macabra en la piel de Argentina (1976-1983), pero su nombre sigue dinamitando los ánimos del país donde la política despierta tantos amores y odios como el fútbol.

Tras las elecciones de noviembre de 2023, mientras la mitad de los argentinos apretaba los puños de pensar que el ultraderechista Javier Milei sería su próximo presidente, la otra mitad sonreía con sorna: el peronismo —el exmandatario Alberto Fernández— dejaría la Casa Rosada. 

El peronismo no es un partido, sino un movimiento. Va más allá de Perón mismo porque es doctrina, filosofía, un modo de vivir. No hay uno, sino varios peronismos —revolucionarios, progresistas y hasta neoliberales— y cada argentino defiende el suyo con la daga en la mano.

Lo que lo define se matiza según a quien se le pregunte. Santiago Regolo, del Museo Evita, explica que se fundamenta en la idea de justicia social.

“Se basa en los principios de independencia económica y soberanía política, de poder lograr una verdadera cultura y pensamiento nacional asociados a la idea de igualdad, de equidad”.

Si bien hay excepciones, es común que los sectores populares lo añoren y los acomodados lo rechacen.

Entre los argumentos de sus críticos —los antiperonistas, como el diputado Fernando Iglesias, quien en 2019 publicó un libro de 600 páginas que sostiene que fue la ruina del país— destacan que surgió de un gobierno autoritario, que es populista, que su asistencia social disfraza el clientelismo y que genera una dependencia excesiva del Estado. 

De la detracción no se salva ni Eva. Su fundación presionaba para obtener recursos, dicen. No era una santa, sino una arribista. Por un lado decía defender a los pobres y por el otro gastaba fortunas en vestidos Dior.

“¿Sería la santa de los vagos?”, tuiteó un usuario cuando el sindicato pidió canonizarla. “Santa patrona de los delincuentes y el choripán”, escribió alguien más.

Borrarla del mapa es también una bandera. Luego del golpe que derrocó a Perón en 1955 se prohibió nombrarla, desplegar su imagen, conservar los juguetes que obsequió. Los militares tomaron su cuerpo embalsamado del segundo piso de la central sindical donde ahora trabaja Piumato y, tras esconderlo un tiempo en Buenos Aires, optaron por enviarlo a Europa, donde pasó 14 años en una tumba con otro nombre. 

Poco después de que el cuerpo regresara —golpeado y deteriorado— el ejército volvió a custodiarlo tras el golpe de 1976 y sólo aceptó devolverlo a la familia con una condición: se enterraría ocho metros bajo tierra, sellado en una cripta de mármol para que nunca nadie más la vuelva a ver. 

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Un rumor cuenta que la tumba de Evita siempre tiene flores frescas.

Rojos son los pétalos que captura la lente de Catalina Castro en una tarde reciente. “Evita es lo mejor que le pudo haber pasado a este país”, asegura la joven de 22 antes de que el llanto le corte las palabras. “Incluyó a todo el pueblo argentino y los de arriba siempre repudiando eso”.

Su madre, que se llama Andrea Vellesi y la abraza, cuenta que hablar de Evita les afecta porque su familia vive un momento complicado. “Nunca estuve con tanta angustia”, dice sobre un paquete de medidas económicas que recientemente aplicó Milei.

De la puerta metálica del mausoleo que se tragó la tumba cuelgan cartas, fotos personales, una bandera, varios rosarios. En un papel trozado a mano se lee “gracias”.

“Para mí representó muchísimo porque fue la defensora del pueblo en los momentos más duros”, dice Manuel Cordero, un argentino de 68 años que vive en España y pasó a visitar la tumba con su familia. “Por más que la hayan criticado porque usaba joyas, fue muy defensora de la clase obrera y para mí eso es fundamental”.

Víctor Biscia, de 36, dice que en casa no tiene imágenes de Evita pero sí del fallecido expresidente Néstor Kirchner (2003-2007) y su mujer y sucesora Cristina Fernández (2007-2015), la segunda pareja peronista que más pasiones despierta en Argentina.

“Ellos representan el sentimiento popular”, dice Biscia. “Fueron claves en nuestra historia para conseguir derechos que se están acortando con el gobierno actual”. Hoy nadie convoca gente como Cristina, asegura, y la percibe como una Evita contemporánea.

El verdadero poder de Eva, dice la historiadora Sandra Gayol, reside en su capacidad de ser tantas Evitas como la gente quiera. Una suerte de Hidra con muchas cabezas.

La hija ilegítima. La muchacha de pueblo. La actriz que hizo su lucha. La esposa del presidente. La que criticó a la Iglesia por su caridad a medias. La que abrazó madres solteras. La que confortó ancianos. La de los zapatos caros. La que muerta recibió mensajes de “Viva el cáncer”.

“Ella refleja mucho de lo que somos como argentinos”, dice Gimena Villagra, de 27, detenida junto a la tumba. “No creo que haya alguien a quien no le signifique algo”.

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AP Foto: Natacha Pisarenko

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Que la poesía transforme al mundo en belleza, la apuesta del más reciente premio Ernesto Cardenal

Originalmente publicado en The Associated Press, febrero de 2024 (link aquí)

CIUDAD DE MÉXICO (AP) – Aquella tarde de invierno en que Alejandro Roemmers se despidió de su caballo, el aire fresco y las caminatas a la orilla del río, la tristeza le obsequió la poesía.

El poeta y empresario argentino nacido en 1958 apenas tenía 8 años, pero la melancolía de dejar atrás unos días felices en la sierra provocaron que al volver a Buenos Aires tomara un papel para poner en palabras su sentir. 

“Ese fue mi primer poema y de ahí en más me di cuenta de que tenía una forma de transmitir emociones que no podía o no quería decir de una forma común”, dijo horas después de haber sido galardonado con el Premio Ernesto Cardenal de la Concordia y los Derechos Humanos.

El reconocimiento entregado anualmente por la fundación que preserva y difunde el legado de uno de los poetas y pensadores más admirados de Nicaragua y América Latina celebra la dimensión humana, literaria, intelectual y teológica de sus premiados. Además de Roemmers fue homenajeada la escritora mexicana Elena Poniatowska por sus aportes al mundo literario.

Roemmers, quien también ha publicado novelas, realiza en paralelo obras filantrópicas de seguridad alimentaria, proyectos agropecuarios y restauración de templos, entre otros.

El argentino ha recibido otros reconocimientos como el Premio San Francisco, pero dice que éste es especial por lo que Cardenal representa. “La fundación hace honor a un poeta que viene del ámbito literario, pero que tuvo una trayectoria de influencia social, incluso política”.

Cardenal apoyó la revolución sandinista y trabajó un tiempo en el gobierno del actual presidente Daniel Ortega, pero terminó por distanciarse cuando el mandatario comenzó a concentrar el poder. El también sacerdote nicaragüense denunció el inicio de una “dictadura familiar”, lo que lo volvió blanco de críticas y hostigamiento.

Roemmers celebra que otros escritores defiendan los derechos y libertades humanas a través de las letras, pero dice que él se decanta por textos que aborden temas universales, que cualquier persona puede leer y disfrutar sin importar su edad o lugar de origen.

“El regreso del joven príncipe”, por ejemplo, fue publicado en 2008 y plasma la importancia que la evolución espiritual puede tener en la vida. Además, reflexiona si es posible preservar la inocencia mientras se enfrentan injusticias y maldades.

Roemmers no sólo piensa que este libro fue una suerte de camino espiritual para su propia vida, sino que ahora su aproximación a la realidad y las emociones desde la escritura también es espiritual. 

“La poesía te hace observar la realidad y luego tratar de expresarla”, dice. “Me obliga a estar atento no solo al momento presente, sino también a la naturaleza, porque la naturaleza es lo que más me inspiró al principio”.

¿Y cómo transformar esa naturaleza —ese árbol, ese jardín, ese atardecer que cualquiera se topa— en algo distinto? Con belleza.

“Un poeta dijo que la poesía era bordar con oro de nuestra fantasía los harapos tristes de la realidad y eso para mí ha sido lo que ha guiado mi camino espiritual, es decir, siempre tratar de transformar todas las situaciones hacia la belleza”.

Roemmers piensa que ésta se asocia a la generosidad y la compasión, por lo que parte de su trabajo se ha concentrado en estudiar y difundir el legado de San Francisco de Asís, quien nació en Italia y tuvo una primera vida privilegiada pero renunció a su herencia para priorizar los bienes espirituales a los materiales. De hecho, hace unos años lanzó la obra musical “Franciscus”, basada en la vida del santo y que se presentó en el teatro Broadway de Buenos Aires.

En este tiempo no ha abandonado los negocios ni la filantropía pero insiste en que la escritura es lo más íntimo y propio de su vida. “Es donde realmente puedo expresar mi interioridad”.

En abril, presentará una continuación de su libro más querido —se titulará “El joven príncipe señala el camino”— y se dice emocionado de llegar a más lectores.

Recuerda que para la primera entrega hubo una persona que le sugirió agregar su propia definición de Dios y hacer esa modificación al texto le hizo ver la manera en la que las miradas ajenas puede incidir en letras que ya parecían fijadas al papel.

“Siempre digo que los sucesivos lectores pueden sugerir continuaciones”, dice Roemmers. Y, con ellos, completar sus obras.

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Dominicanas luchan contra embarazo adolescente y matrimonio infantil en un país que prohíbe abortar

Originalmente publicado en The Associated Press, enero de 2024 (link aquí)

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AZUA, República Dominicana (AP) – Es sábado por la mañana y Marcia González debería estar en la iglesia, pero dejó a su marido a cargo de sus compromisos eclesiales. Libro en mano y voz de Caribe, ríe con las adolescentes que instruye en un colegio al sur de República Dominicana. 

“Órganos sexuales internos de la mujer”, dicen las letras de colores sobre un póster pegado al pizarrón.

Que su esposo sea diácono y ella coordine las actividades del templo no le impide nombrar las partes del cuerpo femenino libre de prejuicios y tabúes. “Él siempre ha tenido una mente muy abierta y dice que la educación sexual hay que traerla a las escuelas”.

La isla caribeña es una de las cuatro naciones que aún penaliza el aborto sin excepciones en América Latina, pero la imposibilidad de interrumpir de un embarazo es sólo un eslabón de la cadena que vulnera los derechos de la mujer.

Aquí, denuncian activistas, la pobreza lleva a algunas madres a casar a sus hijas de 14 o 15 años con hombres de 50 o 60. El estigma dificulta que los jóvenes accedan a métodos anticonceptivos y a información sobre su uso. La tolerancia al incesto silencia el abuso sexual.

De cada 1.000 jóvenes de entre 15 y 19 años, 42 fueron madres en 2023, dice el Fondo de Población de las Naciones Unidas, y hasta 2019, cuando UNICEF publicó su último informe sobre el matrimonio infantil en el país, más de un tercio de las dominicanas establecieron uniones antes de cumplir 18.

La ley prohíbe los matrimonios de menores desde 2021, pero activistas y líderes comunitarias aseguran que las uniones continúan porque se han normalizado o se desconoce la legislación.

“En el curso de Melanie, que es mi nieta de 14 años, dos amiguitas menores que ella ya están casadas”, dice Marcia. “Muchas madres le damos la responsabilidad de nuestros hijos a las hijas más grandes, entonces, en vez de cuidar muchachitos, mejor te vas con el marido”.

Para evitar que más niñas padezcan lo mismo, Marcia y otras dominicanas arman a las nuevas generaciones con educación. A través de agrupaciones locales o internacionales, forman “clubes de adolescentes” que abordan temas como educación financiera, autoestima y derechos reproductivos.

Así enseñan, por ejemplo, que organizar cajas de ahorro puede potenciar sus proyectos de vida y que conocer mejor sus cuerpos genera autocuidado. 

“Hay mitos que te dicen cuando uno tiene el periodo”, cuenta Gabriela Díaz, de 16 años, durante una visita reciente que el Women’s Equality Center organizó en su escuela. “Que estamos sucias o que tenemos la sangre sucia; pero eso es falso, porque estamos ayudando a nuestro cuerpo a limpiarse y a tener un mejor funcionamiento”.

Para ella y otras jóvenes, Marcia es lo que Plan International denomina “madrina”, una lideresa comunitaria que imparte los programas de esta organización que promueve los derechos de la niñez en comunidades vulnerables.

Según sus monitoreos, San Cristóbal y Azua, donde vive Marcia, son las ciudades dominicanas con mayores índices de embarazo adolescente y matrimonio infantil.

Para contrarrestarlo, sus programas gratuitos acogen a chicas de entre 13 y 17 años. Cada club se reúne un par de horas por semana, tiene hasta 25 participantes y cuenta con dos madrinas.

El modelo se replica en otras regiones como San Cristóbal, también al sur, donde la Confederación Nacional de Mujeres del Campo (Conamuca) lleva casi 40 años defendiendo los derechos de las dominicanas.

“Decimos que Conamuca nació con la lucha de la tenencia de la tierra, pero las coyunturas han ido cambiando y hemos integrado temáticas como soberanía alimentaria, reforma agraria y derechos sexuales y reproductivos”, explica Lidia Ferrer, una de sus líderes.

Sus clubes alcanzan a unas 1.600 niñas y adolescentes en 60 comunidades y su incidencia política y social aglutina a unas 10.000 mujeres en 15 federaciones.

Los módulos que abordan con las chicas cambian según las necesidades de cada región, pero entre los recurrentes destacan embarazo adolescente, uniones tempranas, feminicidio y sexualidad.

“Nosotras partimos de la realidad porque la vivimos, la padecemos y la sufrimos”, dice Kathy Cabrera, quien ingresó a los clubes de Conamuca a los nueve años y ahora, a sus 29, acompaña a las nuevas generaciones.

Según explica, la migración es cada vez más notoria en las zonas rurales, donde las mujeres caminan kilómetros para estudiar o conseguir algo tan básico como un galón de agua, y los servicios de salud no garantizan los derechos sexuales y reproductivos. “Tenemos un Estado que te dice no abortes, pero tampoco te brinda los métodos anticonceptivos necesarios para evitar el aborto”.

En las comunidades, asegura, hay niñas de 13 años viviendo con hombres sesenta y tantos y cuando se convierten en madres nadie cuestiona sus embarazos.

“Se ve como que el embarazo adolescente es de la adolescente, pero no se ve quién embarazó a esa niña y por qué ese hombre está libre”, asegura. “No se ve como una violación, sino como algo normal porque si mi abuela se embarazó y se unió a temprana edad y mi bisabuela también y mi mamá también, la norma dice que yo también”.

En otras ocasiones, refieren Kathy y otras activistas, hay padres que “entregan” a sus hijas a sus parejas porque no pueden mantenerlas o descubren que no son vírgenes.

“Mi hermana salió embarazada a los 16 y fue algo muy perturbante”, dice Laura Pérez, de 14 años e integrante de uno de los clubes de Conamuca. “Se unió a una persona mucho mayor que ella y ya tienen un bebé de un año. Yo digo que no fue lo mejor”.

Las dinámicas de los clubes cambian constantemente para que las adolescentes compartan sus experiencias en un ambiente seguro y amoroso. A veces inician con sesiones de relajación y otros días organizan juegos, como sopas de letras con palabras como “feminismo” y “sexo” o verdadero y falso. Por ejemplo, ¿es cierto que la educación sexual integral puede proporcionarte mejores habilidades para la vida?

Las huellas de los avances son semillas que germinan. Si un padre le dice a su hija que no corte limones cuando está menstruando, ella responde que eso no tiene sentido. Si un grupo de niñas va una fiesta y los baños no tienen pestillo, se acompañan para protegerse. Si una adolescente acude a una clínica de salud para pedir un implante anticonceptivo subdérmico y la enfermera amenaza con acusarla con su madre, sabe que cuenta con su madrina.

“Ellas me llaman para confiar cualquier cosa”, dice Marcia. “A mí me emociona que, de mi grupo de Plan, ninguna ha salido embarazada”.

Cada día es más común que en los salones de Plan y Conamuca retumben las voces de jóvenes que planean su futuro. Francesca Montero tiene 16 años y quiere ser pediatra. Perla Infante, de 15, psicóloga. Lomelí Arias, de 18, enfermera.

“¡Yo quiero ser militar!”, grita Laura Pérez, la chica de 14 que dice cuidarse para no seguir los pasos de su hermana.

“Estaba indecisa pero cuando entré a Conamuca dije ‘quiero ser militar’. Aquí vemos a todas estas mujeres que te dan fuerza, que son como tú, pero como una guía, como cuando un niño ve a alguien mayor y dice: ‘De grande quiero ser así’”. 

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La cobertura de noticias religiosas de The Associated Press recibe apoyo a través de una colaboración con The Conversation US, con fondos del Lilly Endowment Inc. La AP es la única responsable de todo el contenido.

¿De qué hablamos cuando hablamos de aborto? Así se ve la penalización total en República Dominicana

Originalmente publicado en The Associated Press, enero de 2024 (link aquí)

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SANTO DOMINGO (AP) – República Dominicana es uno de los cuatro países latinoamericanos que aún prohíbe el aborto sin excepción. 

Mientras los sectores conservadores y religiosos cierran filas para evitar la despenalización, activistas en favor de tres causales que permitan interrumpir embarazos en circunstancias extremas tampoco se rinden. Según explican, las leyes que criminalizan el aborto no sólo restringen el derecho a decidir, sino también vulneran las vidas de las dominicanas.

Aquí un panorama que sintetiza las aristas legales, religiosas y sociales en torno a la prohibición total del aborto en el país caribeño.

¿QUÉ DICE LA LEY?

El aborto se penaliza sin excepción y, según el Código Penal, cualquier persona que aborte enfrenta hasta dos años de cárcel. Para médicos, parteras o enfermeras, la pena va de cinco a 20 años de prisión.

¿QUÉ PAPEL JUEGA LA RELIGIÓN?

No hay otro país con una Biblia en su bandera.

El lema del Estado dominicano es “Dios, Patria, Libertad” y desde 1954 el gobierno tiene un concordato con el Vaticano, lo que implica que la religión oficial es el catolicismo, aunque la Constitución permita la libertad de culto.

Las escuelas imparten educación sexual, pero el espectro religioso incide. El programa “Aprendiendo a querer”, implementado por el Ministerio de Educación, nació de un acuerdo con la jerarquía eclesiástica para reforzar valores en las aulas.

La afiliación religiosa también pesa en el Legislativo. “Nosotros hemos orado por los congresistas y algunos congresistas se unen a nosotros en oración”, dice Martharís Rivas, directora de campaña de la organización 40 Días por la Vida, que realiza diversas acciones para poner fin al aborto en el mundo.

“Hemos ganado una mayoría provida en el Congreso y cada vez que intentan hacer cualquier cosa, nos damos cuenta”, añade. “Siempre hemos aportado a los debates que se han hecho internamente y los obispos se han acercado a los congresistas para conversar”.

¿ENTONCES, ABORTAR ES IMPOSIBLE?

No. En el campo se usan conocimientos ancestrales para interrumpir embarazos con brebajes y en las ciudades hay personal médico que se las ingenia para facilitar abortos con medicamentos como misoprostol.

“Legalmente no existe, pero si a mí me llaman, yo sé cómo encauzar esa situación”, dice una persona que trabaja en una clínica y pidió no revelar su identidad para no poner en riesgo su seguridad. “Lo que hacemos es hacerle indicaciones, porque eso (el misoprostol) se utiliza para úlceras, entonces tú indicas un complejo B, un antiácido y te lo venden”.

Además, hay redes de acompañantes como en México, dice la reconocida activista Sergia Galván.

“En 1995, teníamos tres centros de interrupción voluntaria del embarazo de manera clandestina, pero llegó un momento en que el riesgo fue muy alto”, recuerda. “Históricamente hemos tenido mecanismos pero no son suficientes, porque se dan en medio de procesos muy restringidos”.

¿QUÉ PASA CUANDO UNA MUJER SUFRE UN ABORTO ESPONTÁNEO?

La situación en los hospitales públicos es sumamente delicada, cuenta la enfermera Francisca Peguero, del Colegio Médico Dominicano. “Vemos inclusive muertes de adolescentes en las emergencias porque el médico se encuentra con una disyuntiva: si le presta atención, puede ser penalizado”.

Para las mujeres adultas, el panorama es aún más crítico. En los hospitales públicos, añade Peguero, hay policías que al ver a una paciente sangrando pueden denunciarla. “Tenemos mucha experiencia con mujeres que se han llevado presas, muchachas que se les saca el producto y, cuando salen de la sala de parto, ahí están esperándolas”.

Las pacientes suelen ser campesinas o mujeres de pocos recursos que buscan todo a su alcance para interrumpir su embarazo. “Recuerdo una adolescente que llegó con un pedazo de plátano en el útero”, dice Peguero. “Se introducen cosas porque está penalizado legalmente y por los padres”.

Narra que una vez atendió a una joven de 15 años que llegó desmayada y cubierta en sangre. Tras internarla, un policía subió a buscarla porque su propia madre la denunció. Aunque el embarazo fue producto de la violación de un tío, la mujer insistía en que su hija debía parir.

¿QUÉ OTROS ALCANCES TIENE LA PENALIZACIÓN?

Diversas organizaciones refieren que médicos y hospitales titubean al tratar a mujeres embarazadas si el remedio arriesga al feto o, en caso de que haya un aborto en curso, evitan internarlas para que no se registre el caso en su hospital. 

“Después de Dios, están los médicos”, pensó Rosa Hernández cuando confió la salud de su hija Rosaura al personal de una clínica en Santo Domingo.

Aunque no ignoraba que el aborto se penaliza en su país, sí desconocía que Rosaura estaba embarazada y eso le jugaría en contra. Según explica, la joven de 16 años tenía leucemia y los médicos retrasaron su tratamiento para no afectar al feto que no rebasaba el mes de gestación. A las pocas semanas, en agosto de 2012, murió. 

“A mi hija me la destruyeron”, dijo durante un encuentro reciente que organizó el Women’s Equality Center. “Llegaron a ponerle el tratamiento cuando ya no tenía vida. Un mes de embarazo fue más importante que sus 16 años”.

¿QUÉ EXIGEN LAS ACTIVISTAS EN FAVOR DEL ABORTO?

Lo primero sería despenalizar el aborto bajo tres causales: cuando esté en riesgo la vida de la mujer, cuando el embarazo sea producto de violación o incesto y cuando existan malformaciones fetales incompatibles con la vida.

Según Sergia Galván, la despenalización no sólo es necesaria porque la ley actual niega derechos sexuales y reproductivos, sino porque las dominicanas enfrentan problemáticas que van más allá de las decisiones sobre sus cuerpos.

Alrededor de un 30% de las adolescentes carece de acceso a métodos anticonceptivos, no existe la educación sexual integral laica, siete de cada 10 mujeres sufre violencia de género —como incesto, matrimonio infantil y explotación sexual— y los niveles de pobreza incrementan los riesgos de enfrentar un embarazo no deseado, afirma la activista.

“Todas esas situaciones son un riesgo que una mujer no busca”, dice. “Nuestro marco constitucional debería proteger en estos casos que no son aborto por elección, sino circunstancias extremas, para preservar la vida, dignidad e integridad de una mujer”.

¿EL ESCENARIO PODRÍA CAMBIAR?

A corto plazo parece improbable. Aunque el presidente dominicano, Luis Abinader, se comprometió con las tres causales como candidato, su gobierno no ha dado el paso y todo indica que se reelegirá en 2024.

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AP Foto: Ricardo Hernández

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